Mensaje
por Erich Hartmann » Dom Ago 03, 2008 5:21 pm
Las Fosas Ardeatinas (24 de marzo de 1944)
Hay que hacer notar que Kappler, aunque ajeno, como él afirmaba, al saqueo del Tempio Maggiore y a la expoliación de las bibliotecas judías y aunque no tomó parte activa en las capturas en masa del 16 de octubre de 1943 (hechos que no son objeto de acusación), mandó sucesivamente realizar detenciones de judíos, cuyo número, en el periodo noviembre de 1943-mayo de 1944, alcanzó la cifra de 1.200, aproximadamente; judíos que en su mayor parte fueron enviados a campos de concentración o fueron fusilados, como se verá a continuación, en las Fosas Ardeatinas. Lo cual es una prueba más de que, en la demanda del oro, no le movió a Kappler la intención de salvar vidas de judíos, sino la ambición de demostrar dotes de habilidad y de entrega a la política racista del nazismo".
El pliego de cargos, después de recordar cómo intervino Kappler inmediatamente en vía Rasella, cómo se puso en contacto con sus superiores y cómo, una vez recibido el encargo de la represalia, organizó la captura de las víctimas entre los detenidos de las cárceles de Regina Coeli y de las celdas de prisión de la Gestapo de la calle Tasso, recurriendo también a los judíos presos (que fueron 75 ó 78 y que, en rigor, aunque destinados a la deportación, no podían considerarse como condenados a muerte, "Totenkandidaten"), dice que el acusado Kappler impartió la orden de que todos los hombres bajo su mando, de nacionalidad alemana, debían participar en la ejecución. Al mismo tiempo ordenó al capitán Schutze que dirigiera la ejecución y le dio disposiciones especiales con respecto a la modalidad de la misma.
"Luego le dije a Schutze —afirmó— que, debido a la brevedad del tiempo, se debía disparar un solo tiro al cerebro de cada víctima y a quemarropa, para que el tiro fuera seguro, pero sin tocar la nuca con la boca del arma". Además encargó al capitán Kochler hallar inmediatamente, en alguna localidad cercana adecuada para la ejecución, una mina "de manera que se la pudiera transformar en cámara sepulcral cerrando las entradas".
Después de dar esas disposiciones, Kappler se fue a comer. Allí, algún tiempo después, el capitán Schutze le informaba que se había enterado poco antes de la muerte de un trigésimo tercer soldado entre los que habían quedado heridos tras el atentado. Kappler, enterándose por aquel oficial de que en la madrugada habían sido detenidos algunos judíos, le dio a éste la orden de incluir a diez de ellos entre los que debían ser fusilados. Entretanto llegó al comedor el capitán Kochler, quien comunicó a Kappler que se había hallado la mina para la ejecución y que "el oficial del cuerpo de ingenieros, que había visto el lugar, consideraba técnicamente sencillo cerrar la entrada de la mina". En seguida el acusado se dirigió, junto con el capitán Kochler, hacia el lugar elegido para la ejecución.
En el momento en que Kappler salía junto con Kochler, esto es, pocos minutos después de la conversación que había tenido lugar entre el primero y el capitán Schutze, se encontraba a la entrada un camión al que este último hizo subir a las víctimas. Estas se encontraban atadas con cuerdas con las manos a la espalda. No les habían dicho nada sobre su suerte. "Por último le pregunté a Schutze —afirmó el acusado Kappler en su interrogatorio— si había advertido a las víctimas. Schutze me respondió que efectivamente había pensado comunicárselo en un primer momento, pero que luego no lo había hecho para evitar que algún prisionero del primer camión pudiera gritar durante el camino que le conducían al fusilamiento, con el probable resultado de que al paso de los camiones siguientes se verificaran intentos de liberación".
Kappler se dirigió a la mina elegida por el capitán Kochler, que se hallaba en la localidad de las minas Ardeatinas, a un kilómetro de la puerta de San Sebastián. Al llegar allí inspeccionó la mina y luego salió afuera. Al salir encontró en la explanada el primer camión de victimas, que había llegado mientras él estaba dentro de la mina. Mientras se dirigía a los alrededores de las minas Ardeatinas, el capitán Schutze, quien, como se ha dicho, había recibido el encargo de dirigir la ejecución, reunía a los oficiales y suboficiales y, después de explicar la modalidad con que se debía efectuar la ejecución de las victimas, dijo que los que no tuvieran el valor de disparar, no tenían más escapatoria que la de ponerse al lado de los fusilados y que también ellos recibirían un disparo.
Luego comenzó la ejecución. Cinco militares alemanes se hacían cargo de cinco victimas, les hacían entrar en la cueva que estaba débilmente iluminada por las antorchas que sostenían otros militares colocados a cierta distancia uno de otro, y los acompañaban hasta el fondo, haciéndoles girar hacia otra cueva que se abría horizontalmente: allí obligaban a las victimas a arrodillarse y luego, cada uno de ellos disparaba contra la victima que le habían entregado.
Kappler participó, una primera vez, en la segunda ejecución, que él relata brevemente. "Cerca del camión —dice— me hice cargo de una víctima, cuyo nombre fue tachado por Priebke en una lista que tenía. Otro tanto hicieron los otros cuatro oficiales. Condujimos a las víctimas al mismo lugar y fueron muertas con las mismas modalidades un poco más atrás que las primeras cinco".
El acusado Clemens hace una narración análoga de la ejecución.
"Cuando disparé yo —afirma— las cinco víctimas habían sido llevadas a la cueva por soldados. Nosotros nos pusimos detrás y, al darse la orden, disparamos un solo tiro. Las víctimas estaban de rodillas y, después de caer, algunos soldados trasladaron los cadáveres hacia el fondo de las cavernas, donde ya se hallaban los cadáveres de las primeras. Luego salí de la cueva y no volví a entrar en ella, pero creo que las demás ejecuciones ocurrieron del mismo modo".
Los demás acusados confirmaron sustancialmente la modalidad descrita.
El tétrico espectáculo que, tras las primeras ejecuciones, se presentaba a la vista de las victimas, al entrar en la cueva y arrodillarse para ser fusiladas, lo expresa sintéticamente el testigo Amon, que estuvo presente en la ejecución, pero no disparó por no tener el valor. "Habría debido disparar —dice— pero cuando alzaron la antorcha y vi los muertos, me desmayé. Me horrorizó el espectáculo. Un compañero mío me dio un golpe y disparó en mi lugar".
La lectura del largo pliego de cargos duró, monótona, casi dos horas:
Kappler y los demás acusados la escuchaban, de pie, aparentemente impasibles, pero cuando, al aplazarse el proceso, el ex teniente coronel de las SS fue llevado de nuevo a su celda de Regina Coeli, por primera vez casi no tocará el alimento. "Su rostro, surcado por las cicatrices —cuenta un guardián a un periodista— está palidísimo; parece que está siempre a punto de desmayarse".
Al reanudarse el debate el 28 de mayo, se espera en vano oír la voz de Kappler; también aquella sesión, como la precedente, fue anegada por las controversias jurídicas: sobre el número de los testigos de la defensa (el Tribunal había admitido 19 sobre 34; luego concedió cinco más); sobre la posibilidad de convocar como testigos a Kesselring, Von Mackensen y Maeltzer (los jueces no se pronuncian) y sobre el defensor escogido, Müller, quien, apenas llegó de Alemania admitió que, antes de comunicársele el nombramiento como abogado adjunto, es decir, como defensor de los seis acusados, nunca había oído hablar del atentado de vía Rasella ni de la matanza de las Fosas Ardeatinas: "Me parece vagamente —dijo— que he leído algo en el sumario del proceso de Kesselring".
Abogado Nicola Borelli: "¡Pero, señores del Tribunal, si se tiene en cuenta la Convención de Ginebra de 1907, un adjunto debe considerarse como un auténtico abogado defensor!".
Una voz del público: "¿Qué derecho internacional?".
Otra voz del público: "¡Pues si que han tenido en cuenta estos monstruos el derecho internacional!".
En la sala estalla un tumulto cuando, entre los gritos confusos, se oye la voz de una mujer, quizá alemana, que grita: "Pero, a pesar de todo, estos acusados deben defenderse...".
Del público se eleva amenazador un coro de "¡Fuera!, ¡fuera!", "¡maldita!", "¡Echadla afuera!", "¡es una de ellos!", tanto que el presidente del Tribunal tiene que volver a hacer desalojar la sala. Al entrar de nuevo los jueces, admitirán a Müller como adjunto, no como abogado defensor.
Herbert Kappler no tomó la palabra hasta el 31 de mayo y habló casi cuatro horas comenzando el relato desde 1939, cuando le mandaron a Italia. El acusado se expresaba lentamente en italiano, y consultaba frecuentemente un cuaderno de notas. Alguna vez hace que intervenga un intérprete y, de capitulo en capítulo, llega a la descripción del atentado de la vía Rasella y de la organización de la matanza de las Fosas Ardeatinas.
Presidente: "¿Cuántos judíos apresó para completar la lista?".
Kappler: "Cincuenta y siete. Era mejor poner en la lista judíos que incluir en ella italianos, cuya culpabilidad era más difícil de demostrar".
Presidente: "Al examinar los expedientes, ¿se dio cuenta de que iba a mandar a la muerte a muchachos de catorce años?
Kappler: "Había dado disposiciones de entregarme hombres; pero debo reconocer que no ordené excluir a los menores de edad".
Presidente: "Pero en esos grupos habría también culpables menores de edad. ¿Cómo pudo juzgarlos a todos dignos de muerte?".
Kappler: "Hay que tener en cuenta que se trataba de una represalia. Si hubiera tenido que seguir al pie de la letra las órdenes del general Maeltzer, que por algo se llamaba 'el rey de Roma', habría tenido que fusilar a todos los hallados en vía Rasella y sus cercanías".
Presidente: "Y los hermanos Cibelli, de quince y diecisiete años, ¿por qué fueron mandados a la muerte? Eran tan jóvenes...".
Kappler: "Yo no ¡os puse en la lista. Fueron fusiladas cinco personas de más y nunca se podrá determinar cómo ocurrió. Hay que recordar que, para completar la lista, la policía italiana nos suministró cincuenta personas y que en esto las cosas no se desarrollaron demasiado regularmente. Precisamente en estos días me he enterado en Regina Coeli de que se abrió una celda en esa cárcel y se entregaron a todos los que estaban dentro. Evidentemente el guardián se había asustado, porque había visto llegar a la cárcel a dos oficiales alemanes para reclamar a los detenidos y, en lugar de seguir la lista, les entregó a todos los que tenía en ese momento".
Saludos cordiales