22 kilometros escribió:De acuerdo contigo,Hitler estaba más que probablente aquejado de un trastorno de tendencia a la sustitución,entre otros muchos,pero eso no es más que un complejo,una tara psicológica que afloraba en momentos puntuales y condicionaba su conducta subconscientemente.Sin embargo,eso no supone ninguna enajenación mental total,esto es,seguía siendo responsable de sus actos porque seguía poseyendo empatia,y en definitiva,ningún forense moderno le habría calificado de loco o incapaz para detentar una patria potestad por ejemplo.
Una cosa es la locura,o enajenación integral por ser eufemísticos,y otros son los complejos que todos tenemos,unos más----Como Hitler o stalin--- y otros menos.
Salu2
No es lo que yo digo sino lo que el libro de Roberto Merle y Raymond de Sassure marca y analiza , agradecerìa que me dejaras continuar.
Reacciòn del paranoico
En los años que preceden a la explosión delirante, los paranoicos viven generalmente un período de intensa introversión: ello se confirma en el caso de Hitler. Durante toda su permanencia en Viena vivió marginado,roído por una constante insatisfacción. Es desocupado, incapaz de adaptarse a la existencia; entre los períodos de mendicidad pasa de un oficio a otro y de un fracaso a otro. Es tímido al punto de no atreverse a vender las tarjetas postales que pinta. Generalmente es tan apocado que ni siquiera consigue trabajar. Se siente distinto del prójimo y se retrae. No tiene amigos. Abrumado por sentimientos de inferioridad,pero oculta, al mismo tiempo, sus ímpetus de revuelta, de orgullo y de vanidad.
Todos los paranoicos
4 están sometidos a una reacción elemental:
todo o nada. Desde su infancia alimentan una ambición desenfrenada; deben ocupar una posición única. No se sentirán satisfechos a menos que esa situación se realice íntegramente. No aceptann ninguna transacción, un éxito a medias o una satisfacción parcial. Necesitan todo o nada.
La situación se opone a su necesidad de tiranía. Entonces se retiran,y detestan cada vez más a sus semejantes. Prefieren no hacer nada antes que renunciar a una parte de sus exigencias. Se desinteresan progresivamente del mundo real y retroceden hacia el pensamiento infantil, en el que, como hemos dicho, el deseo es todopoderoso. A favor de ciertas circunstancias exteriores,, tales enfermos retomam bruscamente contacto con la sociedad, pero no para adaptarse a ella sino para imponerle sus sueños. Entonces pasan, sencillamente, de la reacción nada a la reacción todo.En el período de inhibición retiene a los paranoicos su sentimiento de culpabilidad. Así como el hombre primitivo no se atreve a tocar a su jefe, porque ese gesto contiene ya simbólicamente el deseo de posesionarse de él, el paranoico, en su período prodrómico, no osa manifestar una reacción, temeroso de hallar en ella la audacia de realizar todas sus ambiciones y satisfacer todos sus rencores. Vese forzado, pues, a vivir interiormente, oníricamente, todo aquello que desea. Todo su interes se concentra en su sueño interior. Pero un día el dique se rompe, los deseos reprimidos se abren paso, es un torrente que todo lo derriba. A partir del día en que el paranoico vive su "todo", es exactamente lo contrario de lo que era en la época de inhibición.
Hitler vivió hasta 1918 bajo el régimen del
"nada"; desde esa fecha, el
"todo" ha venido a ser en él cada vez más imperativo.
¿A favor de qué incidente se ha producido ese cambio radical? Hemos visto en el parágrafo anterior cómo Adolfo Hitler, al tropezar con la intransigencia de su padre, renunció a discutir con él acerca de su carrera. El antagonismo se había desplazado hacia las cuestiones políticas;
apoderándose de las ideas de su querido profesor Potsch, afirmaba que el pangermanismo tenía más porvenir que la monarquía austríaca. Deseaba, desde aquella edad, una fusión de ambos imperios, que simbolizaba para él una victoria personal alcanzada sobre su padre. De ahí que, cuando estalló la guerra de 1914, su corazón desbordó de júbilo. Participar de la gloria de los ejércitos alemanes era triunfar sobre el autor de sus días.
"De todo corazón doy gracias al cielo por haberme dispensado la aventura de poder vivir en una época tal" escribirá más tarde en
Mein Kampf. Con ese estado de ánimo se alista como voluntario en 1914.Sabemos que fue herido, y mientras se halla en el hospital llegan las noticias de las revueltas en la retaguardia, el armisticio de Compiègne, la fuga del Emperador: en una palabra, la derrota alemana.
¿Cómo podía el creer en esa realidad, él que día a día se embriagaba con las victorias alemanas? No hubo derrota, hubo traición. ¿Acaso los ejércitos alemanes no estaban en suelo francès? El triunfo alemán era una realidad más viva que cualquier otra realidad.No se le puede destruir su sueño, su victoria. El ha entrado en guerra para participar de la gloria alemana, y todo lo que ahora se le anuncia le parece falso, archifalso. El modesto soldado se siente hoy mas grande que los generales a quienes ha servido. Ellos perdieron la guerra, pero él la ganó.Súbitamente nace en él una energía ardiente. Para salvar la realidad de su sueño, proclama por doquiera la victoria; surge del fondo de su ser una elocuencia nueva, insospechada. Ahora sabe que el mundo se engaña, pero que él tiene razèn. Una revolución se opera en él; ya no es el hombre aplastado, inhibido, vencido: es el vencedor, aquel a quien nadie resistirá ya. Posee la verdad. Se consagrarà a la política.El día en que Hitler tomó esa decisión tuvo una visiòn, porque,acostumbrado a sofocar sus deseos, se ha convertido en visionario. Ha visto la destrucciòn del comunismo, ha visto los otros pueblos sometidos a Alemania, ha visto que llegaba a jefe de esa conmoción enorme de su patria, y luego de Europa y del mundo. Hitler llevaba ese sueño en él: pero, ¿còmo realizarlo? ¡Llevaba a cuestas tanto odio, tanta destrucción! El odio contra su padre le había impedido triunfar en su carrera de pintor, y lo había reducido al estado de un pobre desocupado; el odio también, pero decuplicado, contra esa humanidad que una vez más había destrozado su sueño, ¿debería sofocarlo a la postre en un rencor estèril? No. Una cosa le permitiò pasar a la acciòn. fue el asentimiento de sus superiores. Simbólicamente, y desde el punto de vista de la subconciencia, los oficiales eran sustitutos de su padre; si ellos permitían obrar, la prohibición caía, el problema estaba resuelto. Era como si el padre, arrepentido de su prohibiciòn, hubiera consentido, por fin, en que su hijo escogiese la carrera de su gusto.
Los oficiales conservadores, alarmados por la propagación de las ideas comunistas, se asombraron del inesperado despertar de ese soldado tímido y servil, de ese Hitler, agente subsidiado por ellos, cuyo espíritu de protesta parecía inspirarse en las fuentes profundas del corazón humano. Lo habían hecho hablar ante auditorios de soldados para levantar la moral de las tropas. También lo estimuló otro asentimiento, el de Drexler, que lo invitó a ser uno de los miembros del comité del Partido Obrero Alemán. En ese partido, Hitler podía imponerse, podía desplegar la forma totalitaria de su espíritu paranoico. No tropezaría sino con una resistencia mínima.
Era el trampolín ideal. En ese partido encontraría también los éxitos suficientes para atreverse a ser un jefe absoluto. El tímido pintor austríaco no tiene ya dificultades para imponerse a la multitud; sueña delante de ella. Afirma que Alemania no ha sido destruida,que el tratado de Versalles no existe, que existe una vasta comunidad germánica, y que ésta debe tomar conciencia de sí misma y dominar el mundo.
4 El paranoico es un hombre afectado de delirio sistemático. Ver el párrafo sobre el diagnóstico de Hitler.
Continuarè con los comentarios...
Gracias por estar