El virrey y el Emperador
El 13 de agosto de 1943, el hijo de Dios anunció a su pueblo que habían sido derrotados. DAVID SOLAR narra la resistencia militar a aceptar la capitulación, incluso tras la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, el intento de golpe de Estado para burlar las órdenes del monarca y la ceremonia de la rendición en la bahía de Tokio, ante MacArthur
![Imagen](http://www.answers.com/main/content/wp/en-commons/7/78/WW2_Japonese_Surrender_USS-Missouri.jpg)
“Estamos reunidos aquí los representantes de las principales potencias para concluir un solemne acuerdo encaminado al restablecimiento de la paz. Los problemas y contenidos en este acuerdo, que proceden de ideales o ideologías divergentes, ya han sido solucionados en los campos de batalla del mundo entero, por lo que no nos toca a nosotros discutirlos aquí ahora".
Ante los micrófonos se hallaba el jefe de las fuerzas aliadas del Pacífico, general Douglas MacArthur, vestido con un sencillo uniforme caqui, sin condecoraciones, aunque sus cinco estrellas bordadas en el cuello de la camisa señalaran el máximo escalón en el generalato, lo mismo que su inseparable gorra con guirnaldas y barras de oro, que no sólo disimulaba su escasez de pelo, sino que también indicaba quién era el jefe.
En aquel momento, 9.30 de la mañana del 2 de septiembre de 1945, a bordo del acorazado Missouri, anclado en la bahía de Tokio, a la sombra de seis enormes cañones de 40,6 centímetros, se estaba celebrando la solemne ceremonia que cerraba la Guerra del Pacífico. Frente a MacArthur, al otro lado de la mesa donde reposaban dos carpetas con los documentos de la firma de la capitulación, se hallaban los nueve miembros de la delegación japonesa, petrificados por la humillación, el dolor de la derrota y la emoción del momento. La encabezaba el ministro de Asuntos Exteriores, Mamoru Shigemitsu, seguido por dos funcionarios de su Ministerio; un representante del Ejército, general Yoshiyiro Umezu, último jefe del Estado Mayor, y el jefe de operaciones de la Marina, almirante Sadatoshi Tomioka, y dos ayudantes militares de cada arma. Los diplomáticos acudieron vestidos de chaqué y chistera, los militares, de uniforme de diario con sus distintivos de rango y los cordones de Estado Mayor.
Cada uno tenía su peculiar historia para no estar allí y, sin embargo, representaban a Japón en uno de los momentos más trascendentales de su existencia. Por el poder civil, debiera hallarse en el puente del Missouri el nuevo presidente del Gobierno, príncipe imperial Higashikuni Naruhiko, que había asumido esa responsabilidad el 15 de agosto, pero como debía evitarse aquella humillación a la casa real, acudió el ministro de Exteriores. Al almirante Tomioka tampoco le correspondía; el designado, su jefe de Estado Mayor, almirante Toyoda, le ordenó que se tragase aquel sapo, valiéndose de un argumento peregrino:
-La guerra la ha perdido usted; a usted le toca ir.
Tomioka no se rebeló ante la arbitrariedad, pero anunció:
-Asumiré esa misión y cuando regrese, me suicidaré.
El caso del general Umezu era más excepcional y estaba profundamente vinculado a la situación que allí se vivía. Era jefe del Estado Mayor del ejército en el anterior Gobierno, presidido por Kantaro Suzuki, cuando, en abril de 1945, el emperador sugirió que debería intentarse una salida negociada. Umezu y su ministro de Defensa, general Anami, se habían opuesto rotundamente y volvieron a hacerlo cuando se recibió en Tokio el ultimátum aliado enviado desde Potsdam; incluso, se permitieron burlarse de los partidarios de la capitulación, cuando en el Consejo se insinuó la posibilidad de eme Estados Unidos tuviera la bomba atómica.
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