Tácticas de portaaviones.
El 07 de diciembre de 1941, cuando Japón atacó Pearl Harbor, el portaaviones, como tipo de buque de flota de combate, tenía apenas veinte años. Los primeros buques convertidos en portaaviones todavía estaban en servicio en las flotas de las distintas potencias navales. El USS Ranger (CV-4), el primer buque de guerra estadounidense diseñado y construido desde la quilla hacia arriba como portaaviones, se había terminado sólo siete años antes.
Las raíces del tipo de táctica de cualquier clase de buque de guerra siempre pueden deducirse en gran parte de las características físicas de los propios barcos. Como en la vieja cuestión del huevo y la gallina, no es posible decir qué vino primero: el barco o las tácticas; lo mejor que podemos hacer es reconocer el hecho de que ambos se desarrollaron uno al lado del otro y cada uno contribuyó al crecimiento del otro. El portaaviones no es una excepción a esta regla, pero él y sus tácticas, en unos pocos años, han superado un lapso de evolución que sus primos acorazados y cruceros necesitaron siglos para negociar. Hoy en día, exhibe una madurez de rasgos y una precisión en la operación que le dan derecho a su eminencia en la guerra naval como corregente con el acorazado.
La asombrosa rapidez del desarrollo del portaaviones se debe, principalmente, a sus características militares únicas. A diferencia de cualquier otro buque de combate, no depende directamente de cañones, torpedos y cargas de profundidad para infligir daño al enemigo; usa aviones. Estos le dan un alcance de fuego efectivo mucho mayor que el de cualquier otro tipo. Lo último que cualquier portaaviones quiere hacer es ver a su oponente; sus golpes se asestan mucho más allá del horizonte y mucho antes de que entren en juego las armas convencionales.
La principal consideración que afecta al empleo de los portaaviones es el hecho de que son, ante todo, armas ofensivas. Ellos están diseñados para atacar con sus aviones, y los propios buques existen con el único propósito de operar esos aviones. Implícita en esta premisa está la siguiente: los buques deben ser dirigidos de la mejor manera posible para explotar el potencial de sus grupos aéreos; en otras palabras, sus tácticas deben ser aquellas que garanticen la máxima eficiencia en la operación masiva de aeronaves en presencia de las condiciones peculiares en las que deben operar.
Todo el mundo sabe que, por regla general, los portaaviones, para lanzar o recuperar aviones, deben navegar contra el viento. Además, la mayoría de la gente se da cuenta de que en estas operaciones no es tolerable ningún componente apreciable de viento cruzado debido a la pista extremadamente estrecha que ofrece la cubierta del buque. Así, la nave está restringida durante las operaciones aéreas, no sólo a un rumbo generalmente de ceñida, sino también a un rumbo dentro de límites muy estrechos, a menos que el viento sea flojo.
En cuanto a la velocidad del buque, también existen restricciones, pero el margen de elección es mucho más amplio. Es imperativo que la velocidad sea lo suficientemente alta para que el viento relativo combinado resultante del movimiento del barco y el verdadero flujo de aire en la superficie sean suficientes para que la cubierta disponible sea adecuada para el despegue o el aterrizaje, según sea el caso. Normalmente, ésta es la única condición de velocidad que debe cumplirse. En condiciones de viento en superficie elevado que se aproxima a la fuerza de un vendaval, existe un límite mínimo por debajo del cual no se puede reducir la velocidad del barco sin "perder rumbo" y volverse incontrolable.
Las raíces del tipo de táctica de cualquier clase de buque de guerra siempre pueden deducirse en gran parte de las características físicas de los propios barcos. Como en la vieja cuestión del huevo y la gallina, no es posible decir qué vino primero: el barco o las tácticas; lo mejor que podemos hacer es reconocer el hecho de que ambos se desarrollaron uno al lado del otro y cada uno contribuyó al crecimiento del otro. El portaaviones no es una excepción a esta regla, pero él y sus tácticas, en unos pocos años, han superado un lapso de evolución que sus primos acorazados y cruceros necesitaron siglos para negociar. Hoy en día, exhibe una madurez de rasgos y una precisión en la operación que le dan derecho a su eminencia en la guerra naval como corregente con el acorazado.
La asombrosa rapidez del desarrollo del portaaviones se debe, principalmente, a sus características militares únicas. A diferencia de cualquier otro buque de combate, no depende directamente de cañones, torpedos y cargas de profundidad para infligir daño al enemigo; usa aviones. Estos le dan un alcance de fuego efectivo mucho mayor que el de cualquier otro tipo. Lo último que cualquier portaaviones quiere hacer es ver a su oponente; sus golpes se asestan mucho más allá del horizonte y mucho antes de que entren en juego las armas convencionales.
La principal consideración que afecta al empleo de los portaaviones es el hecho de que son, ante todo, armas ofensivas. Ellos están diseñados para atacar con sus aviones, y los propios buques existen con el único propósito de operar esos aviones. Implícita en esta premisa está la siguiente: los buques deben ser dirigidos de la mejor manera posible para explotar el potencial de sus grupos aéreos; en otras palabras, sus tácticas deben ser aquellas que garanticen la máxima eficiencia en la operación masiva de aeronaves en presencia de las condiciones peculiares en las que deben operar.
Todo el mundo sabe que, por regla general, los portaaviones, para lanzar o recuperar aviones, deben navegar contra el viento. Además, la mayoría de la gente se da cuenta de que en estas operaciones no es tolerable ningún componente apreciable de viento cruzado debido a la pista extremadamente estrecha que ofrece la cubierta del buque. Así, la nave está restringida durante las operaciones aéreas, no sólo a un rumbo generalmente de ceñida, sino también a un rumbo dentro de límites muy estrechos, a menos que el viento sea flojo.
En cuanto a la velocidad del buque, también existen restricciones, pero el margen de elección es mucho más amplio. Es imperativo que la velocidad sea lo suficientemente alta para que el viento relativo combinado resultante del movimiento del barco y el verdadero flujo de aire en la superficie sean suficientes para que la cubierta disponible sea adecuada para el despegue o el aterrizaje, según sea el caso. Normalmente, ésta es la única condición de velocidad que debe cumplirse. En condiciones de viento en superficie elevado que se aproxima a la fuerza de un vendaval, existe un límite mínimo por debajo del cual no se puede reducir la velocidad del barco sin "perder rumbo" y volverse incontrolable.
El USS Ranger (CV-4) en la bahía de Guantánamo en 1939.........................
https://www.history.navy.mil/browse-by- ... anger.html
Fuente: Aircraft Carrier Tactics. CAPTAIN M. R. BROWNING, United States Navy. Instructor, Command and General Staff School. Military Review. January 1946.
Saludos. Raúl M .