La personalidad de los representantes de las potencias vencedoras llamados a juzgar a los criminales nazis.
Al entrar en la sala de audiencias, lo primero que se veía era la mesa de los ocho jueces. Cada uno de los cuatro países vencedores —Unión Soviética, Estados Unidos. Gran Bretaña y Francia— estaba representado por dos jueces, uno de los cuales era miembro del Tribunal Internacional y el otro su suplente. Esta distinción no tuvo ninguna importancia en la práctica.
Todos firmaron el veredicto y, durante los debates, todos tomaron parte con los mismos derechos. El presidente del Tribunal Internacional era lord Geoffrey Lawrence. Sexagenario de pequeña estatura, corpulento, calvo, las gafas se le bajaban continuamente hasta la punta de la nariz, y una sonrisa surgía a menudo en su rostro. Tenia sentido del humour. Sir Geoffrey Lawrence —que era miembro del Tribunal Supremo de Gran Bretaña— llevaba las riendas del procedimiento, mas lo hacía con extremada delicadeza, sin levantar nunca la voz. Parecía imperturbable. Pero, desde el principio, supo afirmar su autoridad tan bien que los abogados más indisciplinados y los acusados más insolentes tuvieron que conformarse con sus indicaciones sin replicar. La naturaleza le había dotado con las cualidades más importantes para un magistrado de gran altura. Pero el presidente del Tribunal debía añadir a estas cualidades el arte de dirigir y regular la marcha de las sesiones.
![Imagen](http://www.trumanlibrary.org/photographs/72-867.jpg)
Sir Geoffrey Lawrence
Había en la sala, aparte de los protagonistas del proceso, grupos de personas que con frecuencia era difícil mantener disciplinadas, como, por ejemplo, los periodistas. Sus reacciones ante cualquier réplica de las partes amenazaban con romper el curso normal de los debates y aquello que los jueces llaman solemnemente el procedimiento. En tales casos, lord Lawrence se encontraba siempre a la altura de la situación, sin recurrir a las atribuciones de su cargo para restablecer el orden. No tenía ni campanilla ni el martillo tradicional americano.
A propósito del martillo, al principio del proceso este "instrumento" se encontraba sobre la mesa delante del lugar del presidente. Lo había llevado el juez americano Francis Biddle y, por lo que se decía, era un martillo histórico: se había utilizado en la elección de Franklin Delano Rooseveit para el cargo de gobernador del Estado de Nueva York. Roosevelt conservó durante mucho tiempo este precioso recuerdo, y después se lo había regalado a Biddie. Albergando la secreta esperanza de ser elegido presidente del Tribunal Internacional, Biddle se lo había llevado consigo a Nuremberg. Pero cuando la presidencia fue confiada a lord Lawrence, el americano tuvo la amabilidad de ofrecerle su reliquia. Todo esto tuvo lugar antes de la apertura de la primera sesión, el 20 de noviembre de 1945. Sin embargo, el martillo permaneció sólo dos días en la sala. Periodistas —sin duda americanos— lo "sustrajeron" después de conocer sus orígenes. Biddle estuvo mucho tiempo inconsolable, mientras que Lawrence no mostró ningún pesar.
![Imagen](http://www.law.umkc.edu/faculty/projects/ftrials/nuremberg/biddle.jpg)
Francis Biddle
Como presidente, lord Lawrence no dejaba traslucir sus pensamientos en el transcurso de la sesión, manteniendo justamente que no le faltarían ocasiones en el momento en que se decidiera la suerte de los acusados en la cámara de deliberaciones.
No se podía decir que en él prevaleciese el hombre político sobre el magistrado. Por el contrario, daba la impresión de ser un dogmático preocupado por hacer respetar la ley. Vigilaba que el estatuto y el reglamento del Tribunal fuesen respetados en los más mínimos detalles. Las críticas de los periódicos que reprobaban a los jueces su lentitud en examinar un asunto tan indiscutible, le dejaban completamente indiferente. Un periódico publicó una ilustración sobre el proceso de Nuremberg. Se veía al presidente sentado en la mesa de los jueces. Tenia una larga barba que atravesaba la sala de un extremo a otro. En el banco de los acusados no había nadie. Lord Lawrence daba un martillazo y anunciaba: "El proceso ha terminado. El último acusado ha muerto de viejo". Cuando lo vio, Lawrence se limitó a sonreír.
Las preguntas del presidente eran pocas y no dejaban traslucir sus pensamientos. Siempre correcto, a veces un poco irónico, no perdía nunca la calma. Sus puntuales observaciones dirigidas a los abogados, a los acusados, a los fiscales, demostraban mucho tacto. Un día llamó la atención con amabilidad a Siemens, el abogado de Raeder, por hacer preguntas a su cliente sobre hechos bien conocidos por el Tribunal. Siemens prometió no seguir por ese camino, pero continuó. El presidente demostró su habitual tolerancia. Y cuando Siemens anunció a Raeder: "Paso a la última pregunta", las gafas se resbalaron por la nariz de Lawrence, como presagio de una replica irónica que no se hizo esperar: "Doctor Siemens, es mas o menos la sexta última pregunta que hace".
Su horario era extremadamente riguroso. Por la noche, cuando los jueces soviéticos Nikitchenko y Volckhov se reunían para el estudio de los documentos del día siguiente, Lawrence se iba a pasear por el parque con su mujer. Trataba de no hablar del proceso durante las horas de descanso.
El polo opuesto de Lawrence, sir Norman Birkett, su suplente, era alto, de aspecto agradable y muy comunicativo. Su jovialidad le valía la simpatía de cuantos le rodeaban. No tenía nada del típico anglosajón. Cara expresiva, cabellos castaños que le caían sobre la frente, nariz larga y un poco aguileña, ojos castaños inteligentes y muy vivos, siempre amable, abierto e ingenioso, buen magistrado y político culto. Abogado de fama, había renunciado a una lucrativa carrera para hacerse juez. Era un brillante escritor. Cuando en Nuremberg se necesitaba redactar un documento con urgencia, generalmente era él quien se encargaba de ello. Lo hacia con la sorprendente facilidad de un brillante especialista. Sus textos eran escuetos y expresivos. El juez americano Francis Biddle era completamente distinto. Sólo se parecía a Birkett en la alta estatura. Los rasgos de su cara eran regulares, aunque pequeños. Sus cortos bigotes y una gran calva, le daban un aspecto un poco fatuo. Había sido ministro de Justicia en el gobierno Roosevelt. Era un hombre más político que jurista. Su carácter había sufrido la influencia de años de lucha política que, de vez en cuando, le abría o le cerraba el acceso a puestos oficiales en los Estados Unidos. Menos apegado que Lawrence a la letra de las leyes, se mostró muy activo durante el proceso, multiplicando las preguntas a testigos y acusados. Von Papen anotó en sus memorias: "Veíamos en Biddle y en su sustituto Parker la mejor garantía de un juicio justo". Y Doenitz dijo un día a propósito del juez americano: "Quiere oír realmente el sonido de la otra campana Me gustarla poder verle después del proceso".
![Imagen](http://www.wordiq.com/knowledge/images/thumb/9/96/180px-Birkett.jpg)
sir Norman Birkett
Junto al juez americano se sentaba el francés Donnedieu de Vabres, un sesentón de cabello cano, grueso bigote y gafas de concha oscuras. Jamás intervenía en el curso del proceso. Nunca dirigió una pregunta a un acusado o a un testigo. Escribía sin parar desde el principio hasta el final de la audiencia. Durante semanas, durante meses. Sus apuntes llegaron a formar un gran volumen. Antes de la guerra, De Vabres había publicado un buen número de volúmenes sobre derecho civil internacional.
Robert Falco, el sustituto de De Vabres, era un hombre simpatiquísimo, franco, con un carácter típicamente francés. Combatiente de la Primera Guerra Mundial, fue condecorado por su valor y en 1945 era miembro del Tribunal Supremo. Participó, en Londres, en las conversaciones para la elaboración del estatuto del Tribunal Internacional.
El juez soviético era el general de división jurídico J. T. Nikitchenko. Tenía entonces cincuenta años y una larga experiencia jurídica a la espalda. Presidente de un tribunal militar durante la guerra civil de 1918-1920, continuó después la carrera. Muy culto, educado y con tacto, en seguida supo establecer buenas relaciones con sus colegas occidentales. En el verano de 1945, antes de ir a Nuremberg, habia sido jefe de la delegación rusa en la conferencia de Londres de las cuatro potencias (Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) en la que se llegó al acuerdo sobre el juicio de los grandes criminales de guerra y sobre el estatuto del Tribunal Militar Internacional.
El sustituto del juez soviético Nikitchenko era el teniente coronel Aleksandr Volckhov, que antes de la guerra había trabajado en el Comisariado del Pueblo para los Asuntos Exteriores. Especializado en derecho internacional, durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en los tribunales militares.
Saludos cordiales