El juicio del coronel general Werner von Fritsch

Acontecimientos políticos, económicos y militares relevantes entre noviembre de 1918 y septiembre de 1939

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Mensaje por José Luis » Mar Ene 09, 2007 12:55 am

¡Hola, Fangio!

A pesar de que las verdaderas circunstancias y hechos que rodearon y surgieron durante el affair Fritsch fueron conocidas por muy pocas personas (más o menos los protagonistas que estoy señalando en el topic), es de todo punto impresentable el relato que hace Kesselring, que si bien en su descargo puede decirse que no conocía el asunto en profundidad, tuvo tiempo, sin embargo, en los años de sus servicios prestados a Hitler y a Göring para saber de qué pasta estaban hechos esos individuos. Poco más tengo que decir al respecto.

Por otra parte, no entiendo cómo puede referirse al coronel general Fritsch como teniente general.

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Mensaje por José Luis » Mar Ene 09, 2007 12:42 pm

¡Buenos días a todos!

El capitán (ret) Achim von Frisch

La información sobre la existencia de un “doble” que Nebe había proporcionado a Gisevius había sido tratada con exquisita discreción en vista de lo que se jugaba el jefe de la Policía Criminal al revelar ese dato. Lo único que pudo hacer el círculo del Abwehr era aconsejar la búsqueda de evidencias que condujeran a la existencia de un “tercer hombre” (con perdón, pues me viene a la memoria, ¡qué fantástico papelón el de Orson Welles en su papel de Harry Lime en la cinta de Carol Reed del mismo título!) en la relación Bayern Seppl/von Fritsch.

En una conversación casual con el Dr. Kanter, después de una de las sesiones de interrogatorios a la que había asistido el observador judicial, el Comisario Criminal de la Gestapo, Fehling, se refirió al engreimiento y jactancia del testigo Schmidt, señalando su tendencia a elevar la categoría de sus víctimas. Dándose cuenta inmediatamente de su indiscreción, Fehling indicó a Kanter que, por supuesto, esto no se había producido en el caso del coronel general Fritsch.

Como cabía esperar en un hombre de su agudeza, Kanter se fue inmediatamente con el asunto a Sack y, recordando el paralelismo ocurrido con los dos abogados llamados Goltz, decidieron buscar a alguien con un nombre igual o parecido al de Fritsch. Puestos de acuerdo, Sack y Biron concertaron una pesquisa en la sala de espera de la estación de Lichterfelde-Este, donde se habían realizado el pago del chantaje. Parecía muy improbable que alguien agregado al servicio de comedor hubiera observado la transacción, pero no tanto que la víctima de Schmidt fuera un frecuentador del lugar, y si realmente era un militar no era imposible que su porte fuese recordado por cualquiera de los empleados del servicio de restaurante.

El 1 de marzo Biron y Sack condujeron sus pesquisas, que al principio fueron totalmente infructuosas. Pero luego, la dueña del restaurante recordó a un oficial retirado que venía ocasionalmente a la sala de espera, normalmente en compañía de una dama, y creyó percibir algún parecido entre ese caballero y la fotografía de Fritsch que le fue mostrada. (Durante el juicio recordaría la gran cantidad de coñac consumida por el caballero y sus dos acompañantes unos cinco años antes). En cualquier caso, la dueña creía seguro que el caballero en cuestión vivía muy cerca de allí, posiblemente en la Ferdinand Strasse.

Los dos juristas, plenos de excitación, regresaron al edificio del Tribunal Militar del Reich para discutir los pasos que debían tomar, donde acordaron posponer la decisión hasta el día siguiente. A la mañana siguiente, Sack y Biron se dedicaron a investigar las casas de y cercanas a Ferdinand Strasse de igual forma que habían hecho dos semanas antes con el número 21 de la misma calle. Sack también inspeccionó el libro de direcciones de Berlín buscando un nombre parecido al de Fritsch. Biron llamó entonces a Goltz, que estaba en los aposentos de Fritsch, para comunicarle los progresos que habían realizado hasta el momento. Goltz, demasiado impaciente para esperar los resultados, decidió chequear el libro de direcciones él mismo. Pidió a Both que le trajera la guía de Fritsch y se concentró en el bloque de viviendas de Ferdinand Strasse. Casi pega un salto de emoción cuando encontró la dirección del número 20: “von Frisch, Achim. Capitán (ret) de Caballería.” Pocos minutos tardó en reunirse con Biron para comunicarle el sensacional descubrimiento. El jefe de la investigación le prometió que él y Sack visitarían a ese caballero por la tarde.

Como ambos equipos de investigación (Gestapo y Biron/Sack) debían comunicarse sus hallazgos, Biron telefoneó a la Prinz-Albrecht-Strasse para que le trajeran al edificio del Tribunal Militar del Reich al “testigo von Frisch” para un interrogatorio inmediato. Poco después, sobre el mediodía, apareció un funcionario de la Gestapo en el despacho de Biron para informarle que la asistenta de Frisch le había comunicado que su señor estaba demasiado enfermo para ser interrogado. Biron pidió el nombre del médico de Frisch y cuando le fue facilitado, reluctantemente, por la Gestapo, se puso en contacto telefónico con el doctor. El médico le confirmó a Biron que su paciente estaba demasiado enfermo como para desplazarse al edificio del tribunal, pero no puso objeción alguna para que fuese interrogado en su propia residencia.

Sobre las 17:00 horas de la tarde Sack llamó a Fehling para informarle del veredicto del doctor y comunicarle que él y Biron se disponían a salir hacia la residencia de von Frisch. El astuto de Sack dio esta información en el último minuto para impedir que la Gestapo se le adelantase para interrogar a Frisch, o incluso para evitar la posibilidad de que se lo llevasen a sus oficinas de la Prinz-Albrecht-Strasse. Fehling estaba amontonado de trabajo, con nueve ordenanzas y caballerizos del coronel general Fritsch que había citado a declaración en espera de ser cuestionados, y al parecer se inhibió ante la catástrofe que estaba previendo, como superado por las circunstancias. En consecuencia, no envió a nadie de la Gestapo al edificio de von Frisch. Hizo todo lo posible para evitar que Sack y Biron fueran a interrogar al militar retirado, pero ambos juristas estaban en la residencia de von Frisch a las 17:40 horas. Kanter, que había ido con ellos, se quedó en el coche.

Biron y Sack encontraron al capitán en su cama bajo el cuidado de su asistenta, aunque fue capaz de levantarse para recibirlos. Esperaron veinte minutos para observar las normas y dar tiempo a que llegara un representante de la Gestapo. A las 18:00 horas dieron fin a la espera y comenzaron a interrogar a Frisch durante dos horas, con breves intervalos a causa del estado del testigo. Los detalles esenciales de la historia de Schmidt fueron confirmados por el capitán von Frisch, a excepción de uno que se negó a admitir: él no le había mostrado su tarjeta de identidad al chantajista. “No iba a ser tan loco”, protestó. El capitán le entregó a Biron el acuse de recibo que había obtenido de Schmidt cuando le hizo el pago del chantaje.

Luego Sack dio un golpe maestro a la complicada situación. Dadas las circunstancias en que se encontraba Frisch –enfermo y con esa reputación-, Sack le hizo firmar una declaración jurada que pudiera ser utilizada más tarde en el juicio, aunque era consciente del riesgo que estaba asumiendo, pues era un acto altamente cuestionable colocar al capitán von Frisch bajo juramento. [Deutsch dice que el problema de legalidad en este caso fue examinado por Ulrich Stock en un estudio sobre el curso legal levantado por el caso Fritsch. Tanto él como el biógrafo de Sack, aunque con diferentes argumentaciones, llegaron a la conclusión de que la acción de Sack fue técnicamente ilegal. Si alguien tiene gran interés en este aspecto legal de la cuestión, de acuerdo con Deutsch, véase Ulrich Stock, “Der Fritsch-Prozess 1938: Seine rechtlichen Beurteilugen und seine Lehren,” en Festschrift für Heinrich Lehmann zum 80. Geburtstag “Das Deutsch Privatrecht in der Mitte des 20. Jahrhunderts” (Berlín, 1956), 925-937]

En opinión de Deutsch, la decisión de Sack salvó la vida de Frisch, pues de otra forma la Gestapo lo hubiera eliminado. Y Biron jamás se atrevería a dar el paso que dio su colega.

Cuando ya se iban despidiendo de la visita, la asistenta que los conducía hasta la puerta exclamó con pesar que tales visitas oficiales eran muy duras para un hombre enfermo, habiendo recibido no hacía mucho tiempo, el 15 de enero de 1938, una visita de la Gestapo. Biron y Sack saltaron sobrecogidos. “¿El 15 de enero?”, “¿Está usted segura?”. “”, confirmó la asistenta, esa fue la fecha exacta.

Biron y Sack relataron todo lo ocurrido a Kanter, y se dirigieron rápidamente a comunicarle estos triunfales resultados a un Goltz impaciente. El conde compró un ramo de rosas de camino a Bendler Strasse, donde fue recibido por Both y llevado a la presencia de su cliente. Olvidando toda clase de formalidades exclamó de repente: “Coronel general, puede usted lanzar un grito de victoria. El auténtico “Fritsch” ha sido encontrado y el caso está completamente esclarecido.”

Para pesadumbre de Goltz, Fritsch apenas mudó su expresión. Dijo lenta y solemnemente: “Eso nunca será suficiente para el Führer. Él no desea creer ninguna cosa como esa.” Goltz se quejó diciendo que tal posición ya no era sostenible, pero el general mantuvo su escepticismo. Y no le faltaba razón, como veremos en un próximo post.

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Mensaje por José Luis » Mar Ene 09, 2007 7:53 pm

La desvergüenza de Hitler

Poco después de marchar von der Goltz, llegó a la residencia de Fritsch el coronel Hossbach, que fue recibido por el capitán Both con un entusiasta: “Lo tenemos, lo tenemos”, señalándole el lugar de la guía donde aparecía la dirección de von Frisch. Hossbach se alarmó inmediatamente ante la sospecha de que la Gestapo pudiera tramar algo contra la seguridad de von Frisch, así que se fue directamente a hablar con Canaris para que el Abwehr prestara protección a tan valioso testigo. Canaris, que ya había sido informado anteriormente por Sack, le dijo al prusiano que no veía la manera de cumplir con su petición, y aventuró su creencia de que esta vez las SS no se atreverían a moverse.

Pero Hossbach no era el único que temía las maquinaciones de la Gestapo; cuando Sack fue a comunicar su descubrimiento a Rossenberger, éste le expresó su temor de que Himmler ordenara arrestar a Frisch para ponerlo bajo su custodia y presionarlo para que cambiara su testimonio. Para evitar tal peligro, Rossenberger se puso en contacto con Canaris, y Sack con Hossbach. El resultado rindió un encuentro de Canaris y Sack en la residencia de Hossbach, donde debatieron qué pasos seguir en cuanto a Frisch. Hossbach seguía manteniendo que no debía escatimarse ningún esfuerzo para poner al testigo a salvo de la Gestapo, mientras que Canaris argumentaba a favor de dejar a Frisch tranquilamente en su domicilio. Al final prevaleció la opinión de Hossbach en el acuerdo de que Canaris y Rossenberger solicitarían el auxilio de la más alta autoridad judicial del Reich, el ministro de Justicia Gürtner. Cuando contactaron con Gürtner, el ministro justificó completamente sus ansiedades, asegurando que “la Gestapo no se encogerá ante nada.” Pero Gürtner les comentó que su ministerio carecía de jurisdicción, pues ésta estaba por entero en manos de la Wehrmacht, donde ellos deberían recabar la ayuda. Canaris y Rossenberger, sin embargo, no confiaban en absoluto en Keitel, y cuando se lo comentaron a Brauchitsch, éste les dijo sarcásticamente que dejaran hacer a Keitel su trabajo, es decir, que fuera Keitel y no el Heer quien se enfrentara con las SS.

Mientras tanto, Sack había remitido una copia del interrogatorio de Frisch a la Gestapo. Luego se fue con Biron a tenderle una buena trampa a Schmidt. Se le preguntó si el incidente que relató de noviembre de 1933 no podía ser una confusión entre Fritsch y otro hombre, a lo que el chantajista repitió lo declarado en anteriores interrogatorios: que no podía haber tal confusión, porque sólo un incidente de esa naturaleza había tenido lugar en Lichterfelde-Este. Sólo una vez él había recibido dinero en la sala de espera de la estación de Lichterfelde-Este, y nunca más en su vida había estado allí. El acuse de recibo que había firmado era único en su carrera. Era pues completamente inconcebible que pudiera haber confundido a Fritsch con cualquier otro; semejante incidente en esa área y en ese tiempo no podía haber ocurrido dos veces. Sólo Fritsch y nadie más que Fritsch podía ser el sujeto relacionado. Así fueron hundiendo en el fango Sack y Biron a Fritsch, hasta el momento en que el chantajista ya no podía dar marcha atrás. En ese justo momento, Biron descubrió su ardid y le mostró el acuse de recibo incriminatorio que había recibido la tarde anterior de Frisch.

Pero el descarado chantajista, lejos de hundirse, aseguró que la semejanza entre ambos casos era pura coincidencia, y que el hombre a quien había dado ese recibo jamás había estado con él en la sala de estar de la estación de Lichterfelde-Este. Dijo no tener idea de dónde podía vivir Frisch y que jamás había estado en su residencia. La sangre fría de Schmidt no sirvió para impedir que el general Heitz acordara con Biron y Sack el esclarecimiento del caso y su suspensión. Probablemente en ese mismo día (quizás a última hora de la tarde), los tres juristas se fueron a la Cancillería a informar a Hitler y asegurarse su consentimiento formal como Gerichtsheer de la suspensión de los procedimientos contra Fritsch.

Cuando Heitz y sus dos acompañantes entraron en el despacho de Hitler sintieron rápidamente un mal augurio al percatarse de la inesperada presencia de Himmler. Es probable que el Reichsführer SS (que en esos momentos ya había ordenado el arresto de Frisch), sabiendo de la inevitable demanda de suspensión que iba a tener lugar, luego de conocer la copia del interrogatorio de Frisch por Biron y Sack, quisiera estar en esos momentos al lado de Hitler; o también que Hitler lo llamase cuando recibió la solicitud de una recepción por parte de Heitz. Deutsch se inclina a considerar que tanto Hitler como Himmler ya sabían que Schmidt se mantendría en sus trece, sin importar lo absurdo que pudiese ser la situación, manteniendo su testimonio original.

Cuando Heitz terminó de exponer el caso, Himmler, sabedor de que Schmidt había mantenido su historia, insistió en que había dos casos distintos y que nada había cambiado realmente. Tras una breve discusión, Hitler terció declarando que mientras que Schmidt mantuviese su historia, el Führer no podía despejar sus dudas sobre Fritsch y que la investigación tendría que concluirse y el juicio proceder. [En una entrevista de Deutsch a Goltz el 1 de noviembre de 1969, el abogado comentó que Hitler había dicho: “En tanto en cuanto el testigo no retire su cargo, el caso para mí permanece sin resolver.”

De esta forma administraba justicia este psicópata criminal y dictador, anteponiendo la palabra ensuciada de un miserable chantajista y perjuro a las evidencias incontestables y al escrupuloso rigor profesional de tres juristas impecables. Tal era la naturaleza mezquina del bandido y tal era el inmundo arrabal nazi en que había convertido el antiguo estado de derecho de la nación alemana.

Un estupor mezclado con incredulidad corrió por entre el círculo de Fritsch cuando se conoció la historia de la Cancillería. Al igual que Goltz, todos aquellos que estaban en el asunto habían asumido que continuar los procedimientos a las vista de pruebas tan concluyentes era inconcebible. Quizás ninguno de ellos había comprendido cabalmente todavía hasta dónde era capaz de llegar el dictador nazi por no ver su prestigio caído. Y en realidad, Hitler estaba en un brete de cuidado. Había despedido al comandante en jefe del Heer sobre la base de la acusación de un perjuro que provenía de la hez de la hez de Berlín, sin darle siquiera la oportunidad de que un tribunal de honor probase la falsedad de la acusación del testigo; había dado más valor a la palabra de un chantajista que a la palabra de honor de un coronel general de reputación intachable; había llevado a cabo una purga, aprovechando los casos de Blomberg y Fritsch, cuyas intenciones políticas no habían escapado a la Generalität del Heer. Y la investigación oficial había descubierto suficientes evidencias como para establecer que la acusación de Schmidt había sido una maquinación de la Gestapo, si no de una autoridad mayor, encaminada a desembarazarse del comandante en jefe del Heer. Es cierto también que nosotros gozamos ahora de la retrospectiva histórica, y sabemos cosas de Hitler, Göring, Himmler y Heydrich que los escrupulosos juristas y la mayoría de los caballeros involucrados en el affair Fritsch desconocían entonces.

Cuenta Deutsch: [Una historia relatada por Goltz de un encuentro completamente amistoso con un funcionario llamado Neumann, uno de los secretarios de estado de Göring, ilustra cómo incluso un alto funcionario del partido contemplaba la situación. Al discutir el progreso del caso, Goltz mencionó que estaba cerca la prueba de que no Fritsch, sino otra persona había sido la víctima de Schmidt. Neumann quedó horrorizado y exclamó: “¡Vaya, eso sería espantoso!”. Cuando el perplejo Goltz preguntó por qué sería espantoso (él no podía imaginar nada mejor), Neumann respondió que perseguir a un hombre de la estatura de Fritsch bajo cargos falsos era en sí mismo algo vergonzoso. Pero entonces también sería necesario dar cuenta drásticamente de la gente que había levantado la acusación e inspirado los pasos contra el general. En resumen, uno de los propios hombres de Göring aceptaba sin discusión la tesis de que Schmidt nunca se habría aventurado a atacar a Fritsch por propia iniciativa.] (Deutsch, 325-326).

Las cosas no mejoraron cuando el círculo de Fritsch se enteró de que la Gestapo había puesto bajo su custodia al capitán Frisch el 4 de marzo de 1938.

Mañana, más.
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Mensaje por José Luis » Mié Ene 10, 2007 12:26 pm

¡Buenos días a todos!

La Gestapo interroga a los ordenanzas y caballerizos de Fritsch

Cuando Sack se enteró del arresto de Frisch por la Gestapo, temió que también quisieran apuntar a los expedientes del caso en el Tribunal Militar del Reich, por lo que solicitó ayuda al coronel Oster para proporcionar una guardia de refuerzo al edificio, ya de por sí bien dotado de medidas de seguridad. Luego, Biron y Sack se agenciaron en el Banco Dresdner un extracto de la retirada de fondos de Frisch en 1933-1934, que casaba exactamente con las cifras relatadas por Frisch y Schmidt. El director del banco también atestó oficialmente que los agentes de la Gestapo lo habían llamado el 15 de enero de 1938 y les había dado la misma información.

El arresto de Frisch por la Gestapo fue justificado por esta última en base a su confesión a Biron y Sack por conducta ilegal bajo la ley homosexual de 1933. Para dificultar el procedimiento que la Gestapo abrió oficialmente contra Frisch, Helldorf se movió inmediatamente para hacer desaparecer el expediente policial de Frisch de los informes de la policía de Berlín, a través de Nebe, quien se lo envió a Oster por mediación de Elisabeth Strünck. Como contramedida, también Biron solicitó a la Gestapo la entrega de Frisch para un interrogatorio más exhaustivo, pero los de la Prinz-Albrecht-Strasse rechazaron la demanda alegando desvergonzadamente razones humanitarias por la salud de Frisch que, según informaban, estaba en su propio hospital y muy enfermo como para ser cuestionado. Lo más probable, sin embargo, era que ya en esos mismos momentos Frisch estuviese siendo torturado por la Gestapo para que cambiara su testimonio, como demostraron las señales de su rostro durante el juicio. He de decir que este caballero demostró una dignidad encomiable y una valentía poco común al soportar las golpizas de la Gestapo sin variar un ápice su declaración. Habría de morir cuatro años más tarde.

Posteriormente, Sack consiguió convencer al general Heitz para realizar una nueva visita a Hitler. Con Sack a su lado, Heitz se dirigió a Hitler de forma tan enérgica que el Führer consintió en ordenar que Frisch fuese puesto a disposición del panel de investigación de Biron. Se acordó que debería ser transferido a la custodio del Ministerio de Justicia, donde debía tener lugar cualquier interrogatorio. En consecuencia, Frisch fue sacado de los cuarteles de la Gestapo y liberado de las torturas a que fue sometido, y con una nueva e irrefutable declaración realizada en el Ministerio de Justicia se eliminó finalmente toda amenaza subsiguiente sobre la integridad y la vida del desgraciado militar.

En coronel general Fritsch, enterado de todos los sufrimientos padecidos por Frisch por su causa, siguió muy de cerca el destino del viejo capitán, y cuando acabó su juicio le pidió a Goltz que interviniera ante el Ministerio de Justicia para que fuese desechado cualquier procedimiento contra él.

Mientras tanto, la Gestapo había ampliado el campo de sus investigaciones a los ordenanzas y caballerizos del coronel general Fritsch, tal como ya comenté en el episodio anterior de Fehling y su “incapacidad” para enviar a un representante de la Gestapo al interrogatorio de Biron/Sack-Frisch en la residencia de este último.

Himmler envió a sus agentes a varios puestos militares para custodiar y transportar a Berlín a los militares de su interés, sucediéndose algunas escenas medio violentas y de resistencia tenaz. El teniente Graf Baudissin, ayudante del aristocrático 9º Regimiento de Infantería de Potsdam, un oficial que detestaba los abusos nazis, los recibió diciendo que sacaría su pistola y, si fuera necesario, la usaría para evitar que se lo llevaran a Berlín. Los sabuesos de Himmler se marcharon con el rabo entre las piernas, pero volvieron al poco tiempo con una orden de Keitel para llevarse a Baudissin. Un incidente similar tuvo lugar en Fürstenwalde, por lo que tras varias discusiones se acordó que los oficiales reclamados por la Gestapo fuesen requeridos y acompañados por las autoridades militares.

Con todo y eso, esta sucia maniobra de la Gestapo, que no dejaba de constituir otra humillación mortal sobre la persona del coronel general Fritsch, demostró finalmente que el comandante en jefe del Heer era un hombre de conducta inmaculada. Parecía casi un milagro que la Gestapo no pudiera haber encontrado el más mínimo indicio, por absurdo que pareciese, entre los ordenanzas y caballerizos del general que pudiera reforzar la farsa que estaba en curso. Kanter, que como observador asistió a todos esos interrogatorios, comentó a Harold Deutsch cómo Meisinger y Fehling utilizaron cuanto ardid imaginaron para descubrir cualquier cosa que pudiese ser utilizada contra Fritsch. “¿Había visto alguno de los testigos al general Fritsch desnudo o innecesariamente expuesto?”, fue una de las preguntas que puede ilustrar la clase de mezquindades que desplegaron Meisinger y Fehling ante los antiguos ayudantes de Fritsch. Pero los ocho o nueve hombres del primer grupo coincidieron todos en señalar la amistad y afabilidad de su comandante en jefe. Precisamente, “¿No les extrañaba esa afabilidad viniendo de un oficial de tan alto rango?”, preguntaban Meisinger y Fehling. “¿Les había tocado el general de alguna forma inusual?” En esos momentos, uno de los testigos se adelantó y dijo que, ya que estaba bajo juramento, debía confesar que una vez el general Fritsch le había golpeado humorísticamente su oreja por no haber hecho bien sus faenas.

Continuaron horas de interrogación del tenor de las perlas que acabamos de ver, y en un momento dado los testigos, furiosos, se volvieron hacia Kanter y le preguntaron si estaban obligados a responder a aquella sarta de ofensas. El jurista les recomendó amablemente que simplemente dijeran la verdad tal como ellos la conocían. Pero después de un maratoniano interrogatorio, la Gestapo no halló ni el más leve indicio que mostrara que el coronel general Freiherr Werner von Fritsch era otra cosa que el caballero de conducta inmaculada que era en realidad.

Continuaremos.
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Mensaje por José Luis » Mié Ene 10, 2007 6:53 pm

Comienza el juicio. Primera y abortada sesión: 10 de marzo de 1938

El juicio de Fritsch por cargos bajo el artículo 175 del Código Penal comenzó el 10 de marzo de 1938 en la Preussenhaus, la que una vez había sido la Cámara de los Pares de Prusia en Berlín. Fritsch y Goltz entraron en la sala y ocuparon sus lugares señalados. Biron ahora actuaba como fiscal, y Sack como director de protocolo. Kanter no asistió a esta primera sesión.

Göring, con su bastó de mariscal, dirigió a los miembros del tribunal a la sala. Tras él iba el almirante Raeder con una expresión amistosa pero seria, seguido de Brauchitsch, con gesto de malestar, y los dos jueces militares, el Dr. Sellmer y el Dr. Lehmann. Cuando entró el mariscal del Reich con su séquito, todos los que estaban en la sala se levantaron con una importante excepción: el coronel general Fritsch, en un claro gesto de desafío al tribunal y a la legitimidad del procedimiento. Göring no se aventuró a emitir ninguna objeción sobre esta “impostura”.

El juicio comenzó con Göring usurpando su dirección de un frustrado pero aquiescente Sellmer. El acusado debía responder a la acostumbrada pregunta inicial de si admitía su culpabilidad, a lo que Fritsch afirmó su inocencia. Inmediatamente se llamó al principal testigo, Otto Schmidt. El chantajista repitió los detalles de la historia que ya conocemos e identificó a Fritsch como la persona a la que había chantajeado. Acto seguido, Goltz demostró más allá de toda duda la incoherencia del testimonio de Schmidt, lo que bajo circunstancias normales habría bastado para que la defensa diera por terminada su intervención, pero había que conseguir, de acuerdo con la miserable actitud de Hitler, que el testigo principal se retractara de su declaración. Cuando Goltz se disponía a comenzar su estrategia para desenmascarar a Schmidt ocurrió algo inesperado en la sala. Era casi mediodía cuando irrumpió un ayudante de la Cancillería del Reich (muy probablemente Schmundt, el sustituto de Hossbach como ayudante de la Wehrmacht para Hitler). El ayudante se acercó a Göring y le susurró algo al oído. Tras un momento de cuchicheo entre los jueces, se anunció que, “por razones tocantes al interés del Reich,” se hacía necesario suspender el juicio durante unos cuantos días. Toda la sala quedó intrigada y bajo un clamor de conjeturas, pero sólo el acusado, Fritsch, fue llevado aparte e informado confidencialmente de la razón de este nuevo golpe: la Wehrmacht se estaba preparando para invadir Austria, y sus jefes militares debían atender urgentemente las asignaciones que tenían encomendadas.

Nunca sabremos con certeza qué papel jugó el juicio de Fritsch en la decisión de Hitler de llevar a cabo la esperada anexión de Austria en aquellas precisas fechas, pero no cabe la menor duda de que la suspensión del juicio por el “interludio austriaco” produjo un efecto de enorme relajación y distracción entre la oficialidad del Heer que en esos momentos estaba en su punto más alto de irritabilidad por la farsa que estaba teniendo lugar contra su ex comandante en jefe. Si Hitler apuró su decisión por la atmósfera amenazante que reinaba entre las filas del Heer, o si fue un proceder totalmente fortuito es algo que no voy a tratar en este topic, so pena de hacerlo interminable.

El juicio fue pospuesto finalmente hasta el 17 de marzo, día al que nos trasladaremos en el siguiente post.

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Mensaje por José Luis » Mié Ene 10, 2007 10:00 pm

17 de marzo de 1938

El juicio se reanudó el 17 de marzo con la única novedad de la asistencia de Kanter como “juez especialmente asignado”. Se procedió a leer un resumen de los cargos de Schmidt que lo representaba como un acusador riguroso. Después testificaron unos cuantos funcionarios de la Gestapo sobre su papel como informador de la policía, explicando que había identificado a más de cien personas como homosexuales y, “en la mayoría de los casos”, se aseguró que habían resultado convictos. Se describió su memoria como excelente y, en los casos citados, siempre había dicho la verdad. Se introdujo una declaración escrita de un funcionario ausente de la Gestapo donde se caracterizaba a Schmidt como una autoridad principal sobre los homosexuales de Berlín.

Goltz luchó por eliminar cualquier impresión positiva creada por los “elogios” anteriores, mostrando cómo a menudo las afirmaciones de Schmidt no habían conseguido sostenerse. Propuso que se le tomase declaración a él mismo para exponer su propio caso, pero Göring rechazó la propuesta como superflua en vista de que había sido uno de los casos de “confusión de identidad”. Luego, Goltz lanzó un petardazo al tribunal al solicitar que se examinase el caso del nuevo ministro de Economía, Walter Funck, cuyo nombre había sido encorchetado al suyo en las acusaciones de Schmidt en el campo de concentración. Con una ironía que no pudo pasar desapercibida a la audiencia, Goltz indicó que habría que suponer a Funck inocente, pues todavía ejercía en su puesto, al contrario de lo que le sucedía a su cliente el coronel general Fritsch. Nuevamente Göring rechazó la solicitud del abogado defensor, quien tampoco tuvo éxito al pedir al tribunal que se llamasen a aquellas de entre las “más de cien” personas acusadas por Schmidt que habían resultado ser inocentes, pues según el mariscal del Reich eso no probaría que Schmidt hubiese mentido en los otros casos. Tal como se desarrollaba esta farsa, sería completamente inútil demostrar que Schmidt había mentido en todos los casos, pues ello, en semejante deriva, no demostraría que mentía en éste del general Fritsch.

Poco después se llamaron a testificar como un todo a quince antiguos ordenanzas y caballerizos del general Fritsch, quienes afirmaron a coro que jamás habían experimentado la más mínima palabra o acto cuestionable de su parte. Por otra parte, no se llamaron a los dos muchachos de las JJHH, toda vez que el interrogatorio a que los había sometido la Gestapo no había arrojado nada de interés. Sólo se admitieron como prueba los protocolos de ese interrogatorio.

A continuación se produjo en bastidores y en juicio una demostración extraordinaria de valentía, realmente de heroísmo, por parte del general Graf Hans von Sponeck. Cuando el general estaba en la antecámara de la sala (no se permitía a los testigos estar presentes en el juicio), fue abordado por Kanter (que es la única persona que ha relatado este hecho) y Sack para saber qué iba a declarar en el juicio. Sponeck era un oficial del Heer que había sido transferido a la Luftwaffe, y que anteriormente había sido ayudante de Fritsch. Se había presentado en el juicio para declarar como testigo voluntario. Les comentó a Kanter y Sack que era consciente de que después de realizar su declaración no sería por más tiempo bien recibido en la Luftwaffe (de hecho, inmediatamente después del juicio fue despedido de la Luftwaffe), pero que esta circunstancia no le detendría. Estaba totalmente encolerizado por saber que su antiguo comandante había sido destituido por la simple presentación de unos cargos imposibles proporcionados por semejante testigo, y expresó a los dos juristas su odio total por un nacionalsocialismo que carecía del respeto a los valores y moral tradicionales. Lo que Sponeck quería hacer era denunciar a los “poderes que se ponían a sí mismos por encima del estado”, los mismos que habían conspirado para conseguir la caída de Fritsch y la difamación y mutilación del Heer. Estaba pensando en Göring, Himmler, la Gestapo, toda la RSHA, y otras personas y organizaciones del estado nazi que buscaban el poder desafiando la ley y los conceptos del derecho y la justicia.

Kanter y Sack, aunque coincidían plenamente con lo expresado por Sponeck, le recomendaron vehementemente en contra de lo que pretendía hacer, y no debía ser él quien iniciara una acusación contra esos personajes, pues además de las terribles consecuencias personales que le acarrearía tal acción, el caso no ayudaría a la defensa de Fritsch. Al contrario, lo que debía hacer Sponeck, aseguraban Kanter y Sack, era limitar su declaración a lo que tenía que decir exclusivamente sobre el acusado y esperar una señal del banquillo. Ellos intentarían inducir a Brauchitsch y Raeder a realizar preguntas que le permitirían a Sponeck señalar a los responsables.

Sin embargo, ni Brauchitsch ni Raeder -así se lo expresaron a Sack, que lo comunicó a Goltz- accedieron a esa deriva, sin duda conscientes de quién era la persona sobre la que recaerían finalmente las acusaciones de Sponeck: Adolf Hitler. Pero Sponeck, ya en juicio, no se detuvo ante tal capitulación de los dos comandantes de la Wehrmacht, y cuando comenzó a declarar que “las fuerzas que se aupaban a sí mismas por encima del estado”, fue cortado en seco y reconvenido bruscamente por Göring por “alterar el orden”. El mariscal le echó en cara que no era “el asunto de un general” intervenir con “concepciones políticas irresponsables”. No se le permitió a Sponeck reanudar ese asunto prohibido, y el bravo general tuvo que limitarse a contestar concisamente una serie de preguntas irrelevantes. Luego, Göring despidió al testigo bruscamente. Sponeck fue asesinado por orden de Himmler y consentimiento de Hitler el 23 de julio de 1944, mientras cumplía condena de seis años por desobediencia de órdenes del Führer en el sur de Rusia en 1942.

Luego se suspendió el juicio hasta el día siguiente, que veremos mañana.

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José Luis
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Mensaje por José Luis » Jue Ene 11, 2007 12:26 pm

¡Buenos días a todos!

Veredicto final: Absolución por inocencia probada

Vistos los testimonios de los testigos del día 17 (Bayern Seppl y capitán Frisch incluidos), al día siguiente se reanudó el juicio que vería su desenlace final. Cabe señalar que a medida que las acusaciones de Schmidt se iban volviendo menos sostenibles por el curso del juicio, Göring pasó de mostrar una postura contraria a la defensa de Fritsch a intentar quedar como un gran juez imparcial, y finalmente a facilitar toda evidencia que amontonara los problemas sobre la Gestapo. Con todo y eso, el papel de Göring fue el de absoluto protagonista del juicio, imagino que para su completo deleite y satisfacción de ego. Atemorizó con su desprecio por las formas y con el poder que representaba a los dos jueces profesionales, Sellmer y Lehmann, e hizo capitular cualquier intención que pudieran albergar, si la albergaron alguna vez, Brauchitsch y Raeder de plantear ciertas cuestiones problemáticas para el régimen nazi que eran de obligado recibo para la defensa de Fritsch. Cuando terminó el juicio, el general Beck y el almirante Canaris le echaron en cara que no hubieran movido un dedo por la defensa de Fritsch, pero esos dos comandantes demostraron estar más preocupados por su propia carrera (Brauchitsch) y su rama armada (Raeder) y por no contradecir la “voluntad del Führer” que por hacer justicia a la verdad planteando firmemente las preguntas que podían desenmascarar toda la farsa miserable del juicio contra Fritsch.

Por otra parte, tengo para mí que el juicio contra Fritsch debía ser de estudio obligado en todas las facultades de Derecho de todas las universidades del mundo, pues no cabe duda que ciertas materias tediosas de esta loable carrera se verían acompañadas por sonoras carcajadas, anulando el largo tiempo transcurrido de ese hecho el sentimiento de indignación que realmente también produce. Por ejemplo, a los futuros jueces les gustaría saber cómo respetaba Göring, en su papel de juez (un oprobio en sí mismo), las formalidades que debe observar un juez en el tribunal: despidió a un testigo medio aturdido con un locuaz “¡Desaparezca, idiota!”; contestó a la defensa –que había llamado a declarar a Himmler y Heydrich como testigos- que esos caballeros tenían cosas más importantes que hacer en Austria (la anexión fue todo un golpe para el círculo y defensa de Fritsch), o cuando uno de los dos jueces (Sellmer o Lehmann) interrogó a Fehling (?) sobre la vigilancia de Fritsch por oficiales de la Gestapo en Egipto, habiendo respondido Fehling que tal cosa jamás había sucedido, fue salvado del perjurio por Göring, que intervino diciendo: “¿Por qué no dice mejor que usted no sabe nada acerca del asunto?”

Cuando fue interrogado uno de los dos cómplices de Schmidt, Heiter, sostuvo la misma historia de Schmidt. Al relatar cómo había desempeñado el papel del superior de Schmidt (no recuerdo si he explicado esto anteriormente, pero para seguir extorsionando a Frisch, Schmidt le había dicho al capitán que ahora sus superiores también querían sacar tajada por mantener la boca cerrada) en la sala de espera de Lichterfelde-Este, Heiter se complicó tanto por querer dar la impresión de dos casos similares que se enredó a sí mismo y tuvo que admitir que jamás había visto a Fritsch.

El caso para la defensa de Fritsch podría haberse interrumpido aquí, pues ni aún la presión ejercida por Göring y la amenazadora sombra de Hitler podían enfangar de tal manera a los jueces Sellmer y Lehmann, ni a los distantes Brauchitsch y Raeder. Era suficiente para emitir un veredicto de “inocencia probada”. Pero la defensa sabía (Hitler dixit) que las sospechas contra Fritsch nunca cesarían de no conseguir que Schmidt se retractase en su testimonio, por lo que Goltz decidió jugar su última carta, un as que tenía escondido en la manga desde hacía tiempo.

Se trataba del otro cómplice de Schmidt, Ganzer, a quien el tribunal había descubierto en un oscuro protocolo de un procedimiento contra Schmidt de varios años antes. En su deposición, Ganzer había relatado cómo había caminado con Schmidt por la Ferdinand Strasse y le había comentado sobre un “alto oficial” que vivía en esa calle a quien una vez había chantajeado. Por lo que Goltz sabía, no había duda alguna que se trataba del desgraciado capitán. Goltz había interrogado a Ganzer, que confirmó los hechos, y reportó que Schmidt no le había mencionado nunca el nombre del oficial chantajeado. El abogado decidió entonces con gran astucia dejar el asunto en la sombra hasta el día del juicio, pues con toda probabilidad si hubiera incluido la declaración de Ganzer en los protocolos de la investigación, la Gestapo, como en los demás casos, habría intervenido, de una u otra forma, contra el testigo. En cambio, sacando a Ganzer en pleno juicio, la Gestapo ya nada podría intentar.

Ya en el juicio, tras hacer repetir a Ganzer su historia, Goltz se volvió hacia Schmidt para preguntar si lo que el testigo había dicho se aplicaba a Frisch o a Fritsch. Schmidt, viendo una ocasión para dar más peso a su historia sobre Fritsch, abrió él mismo las puertas de su propia perdición. Con toda certeza, lo que había relatado Ganzer se refería a Fritsch. Eso era una buena prueba, añadió Schmidt, de que el “negocio” con Fritsch había ocurrido realmente, pues de otra forma, ¿cómo podía habérselo contado a Ganzer?

A Goltz le cruzó un rayo de triunfo por su interior, el primero desde aquel día en que había comprado rosas para Fritsch. Fue entonces el momento de presionar a Ganzer para sacar a relucir los detalles, y de esa forma brotó ante el tribunal prueba tras prueba de que ese caso sólo era aplicable a Frisch. Schmidt le había dicho, contó Ganzer, que el oficial era un capitán de caballería, un viejo que vivía en una casa determinada con su asistenta. Schmidt también le había enseñado a Ganzer el banco donde el oficial tenía su cuenta, comentándole que, ya que él mismo había llegado al límite del chantaje, Ganzer podía continuar con la extorsión. Podía vestirse como Bayern Seppl e imitar sus maneras, que si llamaba a la puerta del capitán de esa guisa, de seguro que obtendría como mínimo unos buenos tragos de coñac. Entonces interrumpió Frisch, afirmando que era verdad que había invitado a Schmidt a un coñac la última vez que lo había llamado para chantajear.

Ahora estaba claro que Schmidt no podía librarse del nudo corredizo que él mismo se había puesto al cuello. Había sido cogido en una mentira específica sobre Fritsch delante de toda la corte marcial, y el veredicto era ya tan sólo una formalidad. Nadie se dio cuenta de esto más rápidamente que el propio Göring, que por el curso que había tomado el interrogatorio se posicionó enteramente ya a favor de la defensa. Ahora el propio mariscal sabía que no le quedaba más solución que presionar a Schmidt para que admitiera que su historia sobre Fritsch era una simple fabricación. Pero para asombro del propio Göring, el canalla (sin duda viendo lo que le vendría encima) se resistía a reconocer su farsa. Entonces un enfurecido Göring le espetó: “¡Vaya, es usted el mayor mentiroso que jamás me he encontrado! ¿Cree que todavía puede continuar mintiéndonos?”

En este justo punto Schmidt se derrumbó, y confesó en dialecto berlinés: “Sí, he mentido.” La farsa había terminado. Cuando la emoción del momento se calmó, Goltz preguntó a Schmidt si había sido amenazado por alguien caso de haber cambiado su testimonio. La tensión de Schmidt era palpable, queriendo responder pero dudando. Göring, nuevamente, sabiendo que el 27 de enero pasado en presencia de Himmler y Huber había amenazado a Schmidt con su vida si cambiaba el testimonio, intervino ladinamente aludiendo a que él mismo había amenazado a Schmidt si se demostraba que su historia era una fabricación. Ahora retiraba solemnemente su admonición, mientras que el ministro de Justicia le solicitaba su palabra de honor de que la vida de Schmidt no correría peligro si ahora contaba las cosas tal como fueron. Así que el chantajista testificó con reluctancia: “Sí, esta mañana, el Comisario Criminal Meisinger me mandó llamar y me dijo que si yo no mantenía mi historia, entonces….” El testigo levantó su puño derecho con el pulgar extendido hacia arriba. “¿Qué quiere significar con ‘entonces’?”, preguntó Göring imitando el gesto. “Entonces yo iría al cielo,” respondió Schmidt con clara y profunda voz.

Meisinger aseguró, por supuesto, que sus palabras no habían sido más que una drástica admonición para que “dijera la verdad”. Cuando Schmidt fue preguntado a continuación por qué había involucrado en su farsa al coronel general Fritsch, el testigo volvió a relatar que realmente había tenido un caso parecido hacía tres o cuatro semanas, y que ahora estaba un poco confundido. Nuevamente Meisinger se apresuró a aclarar que bajo el punto de vista de la Gestapo, el testigo, en su deriva patológica, se había mentido a sí mismo hasta tal grado con la historia que al final acabó por creérsela él mismo. Ante la posibilidad de que “ciertos círculos políticos” estuvieran tras el asunto, Meisinger eliminó tal hipótesis diciendo que Schmidt había hecho su declaración después de ser arrestado, y de tal forma “no había ninguna manera concebible para nadie para llegar hasta Schmidt con tal propósito.” En realidad, el propio Meisinger, queriendo evitar la sospecha de la implicación de Göring o Hitler, estaba apuntado involuntariamente a la Gestapo.

Finalmente, Goltz volvió a solicitar la presencia de Himmler y Heydrich en el tribunal, pero Göring, habiendo declarado que la completa inocencia de Fritsch ya se había establecido, rechazó la petición como carente “de interés”.

Al fin llegó la hora de los últimos alegatos de la fiscalía y la defensa, que lógicamente fueron breves. Luego, tras un breve resumen de las pruebas, Biron pidió la absolución sobre la base de inocencia probada (más tarde Göring habría de echarle una bronca terrible a Biron por solicitar una absolución en esos términos; el perverso mariscal habría preferido que el fiscal solicitase la absolución por insuficiencia de pruebas. De nada sirvió al bueno de Biron su explicación legal de que en base a los hechos del caso la ley le exigía solicitar la absolución tal como había hecho, es decir, por inocencia probada. Pero Göring no entendía –ni le importaban- de legalidades). Goltz declaró que después de lo que todo el tribunal había oído, no tenía intención de gastar ni una sola palabra sobre la cuestión de la culpabilidad. Pero había algo más que decir, según el abogado: “El Ejército alemán había experimentado días de desgracia después de días de victoria. Días de vergüenza, todavía no. El monstruoso insulto a todo el Ejército alemán a través de un procedimiento excepcionalmente monstruoso contra su comandante en jefe por manos criminales había terminado en nada. El honor del Ejército y de su comandante en jefe estaba limpio.”

La expresión (“por manos criminales”) utilizada a conciencia por Goltz no pasó desapercibida a Göring, quien más tarde comunicó al juez Lehmann que era un desafío jamás escuchado el que ese atrevido abogado formulase tan hábilmente una acusación contra el Führer.

Antes de que los jueces emitiesen su veredicto formal, se le preguntó al acusado si tenía que hacer alguna declaración. Era una buena oportunidad para que Fritsch pasase de acusado a acusador, pero el general se limitó a su propia ofensa personal. Con duras palabras denunció su brusco despido sin que se le hubiese concedido la oportunidad de reivindicar su inocencia, sometiéndolo, en cambio, a un procedimiento totalmente vergonzoso. Fue una verdadera pena que Fritsch no apuntara sus quejas contra quien realmente las había originado. Cuando Fritsch acabó su declaración, y tras asistir a una nueva representación de actor principal por Göring, el tribunal se retiró para confeccionar de forma adecuada un veredicto de absolución por inocencia probada. El juicio quedaba concluido. Pero este topic, no.

En otra próxima intervención hablaremos de sus secuelas.

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Mensaje por José Luis » Dom Ene 14, 2007 12:37 pm

¡Hola a todos!

Ha llegado el momento de concluir la exposición del tema de este topic resumiendo brevemente las diferentes posturas que provocó el veredicto final del juicio de von Fritsch (y la acusación y el juicio en sí) entre las partes implicadas.

La primera circunstancia que cabe señalar por su trascendencia es que todo el asunto de la acusación contra Fritsch y el verdadero significado de esa trama fue conocido, como ya indiqué anteriormente, por un círculo muy reducido del Heer (la Kriegsmarine y la Luftwaffe permanecieron prácticamente en la ignorancia total), y que dentro de ese círculo no más de tres o cuatro personas (unas pocas más si incluimos el Abwehr) tenían claro que el verdadero motor que había tras el golpe contra Fritsch y el Heer era Adolf Hitler. El propio acusado, von Fritsch, el coronel Hossbach, el general Beck y el general Brauchitsch en el Heer tenían bien claro quien había sido el director que había orquestado la farsa; lo mismo sabían el almirante Canaris y el coronel Oster, en el Abwehr, el almirante Raeder en la Kriegsmarine y, por supuesto, el mariscal Göring en la Luftwaffe.

El secretismo del caso hizo que las deliberadas filtraciones lanzadas por el círculo de Fritsch llegasen difusas a la oficialidad del Heer en cuanto a la autoría que había urdido y animado el golpe contra su comandante en jefe. La mayoría veía a Himmler y a Heydrich como los instigadores de la trama, y era natural, pues la Gestapo era la cabeza visible de la acusación; otros dudaban de Göring, y muy pocos pensaron en Hitler. Quizás el cuadro más extendido es el que reflejaron los capitanes von Both y Engel en una conversación sostenida varias semanas después de finalizado el juicio, el 15 de mayo, colocando a Göring como el causante (Urheber) y a Himmler como el instrumento (Handlanger).

Pero ni aun los “iniciados” del círculo de Fritsch tuvieron clara la autoría de Hitler, como auténtico conductor de la trama, hasta varios días después del 26 de enero de 1938. El propio Fritsch no pudo llegar a imaginarse que el jefe del estado alemán podía estar involucrado en tan mezquina maniobra hasta después del interrogatorio de Wannsee.

En un memorando elaborado por el almirante Canaris y el coronel Hossbach, a instancias del general Beck, titulado “Posición sobre el Caso del Coronel General Barón von Fritsch”, dirigido al comandante en jefe del Heer, Brauchitsch, se declaraba que el resultado del juicio no era en sí mismo suficiente para restaurar el honor de Fritsch o liberar al Heer y a toda la Wehrmacht de la pesadilla de una organización tipo-cheka. Se estipulaba la intención de que si el comandante supremo de la Wehrmacht, Hitler, no tomaba rápidamente medidas sobre esa cuestión, entonces el Heer, que había sido directamente atacado, bajo el liderazgo de su comandante en jefe (en cursiva en el original), sería quien debería emprender la acción. Se sugería la participación para tal medida de Rundstedt, List y Bock y la deseable colaboración de Göring, Keitel y Raeder.

El memorando resulta bastante ingenuo visto en retrospectiva, pues a excepción de List ninguno de los recomendados o deseables tenía la determinación suficiente para llevar a cabo tal esfuerzo. Por no decir que nombrar a Keitel debió ser una especie de broma macabra, y recomendar a Göring iba más allá de lo perverso. Pero es claro que la intención de los autores, al incluir estos dos últimos nombres, era reforzar su objetivo y despejar cualquier duda al respecto de tal acción que la considerase como un ataque al régimen nazi o un coup d’état.

Deutsch dice que no se puede saber si Brauchitsch alguna vez le fue con tal demanda a Hitler, aunque no hay constancia de ello. Yo dudo mucho que tal cosa sucediese, pues en esas fechas el Führer todavía no había arreglado el divorcio de Brauchitsch (véase el topic en esta misma sección “Tres hombres y un destino”), y éste se hallaba completamente hipotecado a su jefe, sabía lo que no quería oír Hitler y jamás se atrevería a irle con tal asunto. Brauchitsch actuó con total falta de sinceridad durante todo este periodo, dando largas a las demandas de sus colegas, primero diciendo que era mejor esperar hasta después del juicio, después mintiendo que estaba haciendo todo lo que podía, y finalmente refugiándose en el abismo de guerra que planteó la crisis checa de ese verano. En una conversación privada de dos horas de duración con Gisevius, éste le garantizó la forma legal de llevar a cabo la acción contra la Gestapo para que no hubiera sospecha alguna de que pudiera ser considerada como un coup d’état, y le dio su palabra de honor de brindarle pruebas más que suficientes de la culpabilidad de la Gestapo y de sus máximos responsables, Himmler y Heydrich. El comandante del ejército le quedó muy agradecido, pero no hizo nada.

Por su parte, Hitler tardó muchísimo tiempo, dada la gravedad del caso, en dirigirse al coronel general Fritsch, y cuando lo hizo no fue para disculparse por la ignominia a la que había sido sometido. En una carta (fechada en Colonia el 30 de marzo de 1938) que su ayudante Schmundt entregó a Fritsch, Hitler reiteraba al ex comandante en jefe del Heer que el veredicto del juicio había demostrado su completa inocencia, veredicto que él confirmaba como juez supremo, diciendo que había sufrido tanto como el propio Fritsch por la terrible sospecha que había recaído sobre él. Le agradecía el gran trabajo que había realizado en el Heer, cuestión que llevaría a la atención de la nación, y se despedía deseándole todo lo mejor. La carta en sí era un dechado de cinismo.

Fritsch respondió a Hitler el 7 de abril de 1938 afirmando que era un triste desengaño que tras tantos años dedicado al servicio de la patria y desde el tiempo en que Hitler asumió el mando supremo de la Wehrmacht, tal vergonzosa sospecha hubiera pendido sobre él, causando finalmente su destitución. Sin embargo, decía el coronel general, semejante acusación criminal se había derrumbado completamente, dejando, eso sí, una profunda herida que lo acompañaba y pesaba enormemente, toda vez que grandes círculos de la Wehrmacht y de la nación habían sabido algo del asunto. Su propio sufrimiento, así como el que el Führer le había testificado en su carta, aseguraba Fritsch, podían haber sido evitados si la Gestapo hubiera dado “una información exhaustiva y oportuna”. En el juicio, la declaración bajo juramento del comisario Fehling había constatado que ya desde el 15 de enero de 1938 la Gestapo había interrogado al capitán von Frisch y examinado sus cuentas bancarias. E ignorando esto, Hitler había iniciado medidas después del 26 de enero que habían seguido su curso. Sin esperar por la investigación por él solicitada, el Führer lo había destituido en base a la declaración de un criminal. “En interés del Heer y del Führer mismo,” concluía Fritsch, Hitler debía asumir personalmente la responsabilidad de la restauración de su honor ante el Heer y la nación.

Esta importante carta de Fritsch, en la que el militar llamó a las cosas por su nombre y cargó la responsabilidad de toda la maniobra contra él sobre Hitler y Göring, jamás tuvo respuesta. Pero es seguro que Hitler, cuando la leyó (su ayudante se la entregó el 10 de abril de 1938 a las 02:30horas), “mordió la alfombra” en más de una ocasión. Lo único que se sabe es que Hitler mostró visiblemente su incomodidad nada más escuchar el nombre de Fritsch, que leyó en silencio y guardó la carta, y se fue directamente a la cama.

A medida que el tiempo transcurría sin que Hitler rehabilitara a Fritsch en su antiguo puesto y sin que la Gestapo fuese castigada, la presión del círculo de Fritsch sobre Brauchitsch fue tan creciente que el comandante del Heer tuvo que buscar refugio en casa de un primo carnal que había servido en el 2º Regimiento de Guardias. El propio Hitler recibió una marea de cartas y telegramas de prominentes figuras del ejército, incluido el antiguo mariscal de campo von Mackensen, en defensa de Fritsch, notificaciones a las que Hitler no respondió.

En mayo, Hitler, alertado por un excitado Goebbels, tenía razones para temer una “huelga general de los generales”. El primer ultimátum individual que llegó hasta Brauchitsch procedió de un firme amigo de Fritsch, el general Wilhelm Ulex, comandante en jefe del XI Cuerpo de Ejército. Después de haber esperado pacientemente durante cinco o seis semanas las falsas promesas de actuación de Brauchitsch, Ulex siguió el procedimiento formal dirigiendo una amenaza de dimisión a su comandante en jefe de grupo de ejércitos de Dresden, el general Fedor von Bock, si Fritsch no recibía una satisfacción de acuerdo con sus propios deseos. Una copia de esta comunicación fue enviada al propio Fritsch. Bock, más comprometido con su propia carrera que con nada de lo que podía pasar en el mundo, respondió verbalmente a Ulex diciendo que estaba tan “sobrecargado” con el asunto que no quería “tomar posición” sobre su petición. Así que le dijo a su colega que se dirigiera directamente a Brauchitsch. Ulex así lo hizo, y tras él, el general Günther von Kluge. Es seguro que Brauchitsch y Keitel no pudieron esconder estas reclamaciones a Hitler. Así que éste, en otra obra maestra de la representación, protagonizó la “farsa de Barth”.

Aprovechando la crisis checa, Hitler convocó una conferencia con los líderes de la Wehrmacht (principalmente comandantes de grupo de ejércitos y Wehrkreis del Heer) para el 13 de junio de 1938 en Barth (costa de Pomerania). La farsa fue introducida por la mañana por Brauchitsch, que se dirigió al auditorio expresando su gran preocupación por lo que había sucedido con Fritsch y la demora de su rehabilitación. Había sido su firme determinación dimitir en protesta por el trato dispensado a su predecesor, pero ahora Hitler le había informado de la inevitable lucha contra Checoslovaquia que se cernía en el horizonte. En tales circunstancias, él no podía dimitir de su puesto y rogaba a quienes tenían esas intenciones que siguieran su ejemplo. Sin embargo, el cínico e hipotecado comandante no explicó a sus subordinados la razón de la ausencia del general Beck en esa conferencia, quizás porque hacerlo hubiera equivalido a revelar las enérgicas protestas del jefe del EMG sobre los planes de Hitler contra Checoslovaquia y contra su actitud tras el juicio de Fritsch*. Y por supuesto, Brauchitsch también debería explicar, en ese caso, que de estar Beck presente, protestaría delante de todos ellos contra las intenciones de guerra de Hitler. Al no haber explicado nada sobre Beck y su ausencia, el auditorio se quedó obligado a sus propias conjeturas.

Por la tarde, Franz Halder y Karl Heinrich von Stülpnagel, tomaron nota de lo dicho por Hitler para entregar más tarde al general Beck. Para justificar lo sucedido con Fritsch, Hitler comenzó su discurso haciendo leer al general Heitz el veredicto del juicio. Luego Hitler desplegó durante hora y media todas sus cualidades de actor consumado, convenciendo a la gran mayoría de su audiencia de la sinceridad total de sus palabras (Dos décadas después, Raeder todavía seguía convencido de la buena fe mostrada por Hitler en esa ocasión).

El Führer les habló del tremendo golpe que supuso para él el escándalo de Blomberg, conmoción que lo obligó a disipar las dudas que pudiera haber sobre los cargos que en 1936 se habían imputado a Fritsch. La confrontación de éste con Schmidt, en una forma que lo había agitado en gran manera, le había hecho creer que “todo era posible”. Pero el juicio que Fritsch había solicitado, y él concedido, había mostrado su total inocencia. Con lágrimas en los ojos, Hitler aseguraba que, al igual que el propio Fritsch, él había sido víctima de un vergonzoso engaño producido cuando más solo se encontraba. Haciendo una pausa para dominar su emoción, Hitler rechazó “absolutamente” cualquier sospecha sobre una posible acusación hecha con ligereza o contraria al conocimiento real que se tenía en la Gestapo. Dada la gran estima en que él mismo tenía a la Wehrmacht, tal supuesto era absolutamente impensable. Pero había habido errores cometidos, efectivamente, por “funcionarios subordinados” que serían castigados, y un gran engaño cometido por un chantajista (Schmidt) a quien el Führer había ordenado ejecutar.

Luego, Hitler trató el tema de la rehabilitación de Fritsch. Aunque el antiguo jefe del Heer había recibido una plena satisfacción legal era evidente que esto no bastaba para compensar su tragedia personal. Pero él, Hitler, que en su momento quiso salvar el prestigio del Heer destituyendo a Fritsch por “razones de salud”, no podía ahora contradecirse a sí mismo ante la nación renegando de su anterior decisión. Y por otra parte, Hitler no podía esperar que Fritsch, con toda legitimidad, volviera a trabajar con él con espíritu de confianza después de todo lo que había sucedido. Había que buscar otro medio, pues, de rehabilitar a Fritsch; ya había intentado dirigirse a la nación para poner de manifiesto la gran eficiencia que, gracias a Fritsch, había mostrado el ejército durante su entrada en Austria, pero todavía no había encontrado la ocasión. Todo lo que había podido hacer hasta el momento fue nombrar a Fritsch coronel honorario de su antiguo regimiento de artillería, pero prometía que no descansaría en paz hasta conseguir el respeto completo que se merecía ese “irreprochable hombre de honor”, a quien él tanto reverenciaba. Adelantó que Fritsch sería miembro distinguido del Consejo de Defensa del Reich que en esos momentos se estaba creando. Volvió a repetir que en el Reich nacionalsocialista cualquier ataque sobre la Wehrmacht fuera de sus propias filas estaba completamente fuera de cuestión. Colocaba su completa confianza en la Wehrmacht y rogaba una confianza similar de su parte.

La alocución terminó consiguiendo los propósitos de tan gran maestro de la interpretación y el cinismo, y, a excepción de unos cuantos militares, toda la audiencia salió convencida de la sinceridad de Hitler. Pero todo, salvo el nombramiento de Fritsch como coronel honorario de su antiguo regimiento, había sido una gran mentira. Ni se formó el Consejo de Defensa del Reich ni se ejecutó a Otto Schmidt hasta julio de 1942.

La ceremonia de la investidura de Fritsch como coronel honorario del 12º Regimiento de Artillería tuvo lugar el 11 de agosto de 1938 durante las maniobras de Gross Born bajo los auspicios de Brauchitsch. Hitler se negó a estar presente.

El barón Werner von Fritsch moriría el 22 de septiembre de 1939 al mando de su regimiento en la batalla de Varsovia. Jold comunicó formalmente a Hitler el informe siguiente: “Hoy cayó uno de los soldados más excelente que jamás ha tenido Alemania, el coronel general Freiherr von Fritsch.” Jold leyó este breve de forma tan ardiente y aguda que el auditorio de Hitler quedó asombrado. Todos los esfuerzos realizados por Engel y Schmundt para que el Führer asistiera al funeral de Fritsch fueron vanos.

*El general Beck, tras el juicio, exigió a Hitler que se rehabilitara a Fritsch inmediatamente; el Führer le respondió que el asunto podía esperar. Beck le contestó solemnemente que el honor de un soldado no podía esperar ante nadie, ni siquiera ante el Führer.

Así concluyó el episodio más vergonzoso, hasta entonces, del ejército alemán. El topic queda abierto a debate.

Para el grueso de la información proporcionada he seguido a Harold Deutsch, Hitler and His Generals: The Hidden Crisis, January-June 1938 (University of Minnesota Press, 1974). Igualmente he consultado las obras de Hans Bernd Gisevius, To the Bitter End: And Insider’s Account of the Plot to Kill Hitler, 1933-1944 (Da Capo Press, 1998), Peter Hoffmann, The History of the German Resistance, 1933-1945 (The MIT Press, 1977), Terry Parssinen, The Oster Conspiracy of 1938: The Unknown Story of the Military Plot to Kill Hitler and Avert World War II (Harper Collins, 2003), y Carl Hammer, Gestapo and SS Manual (Paladin Press, 1996).

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Mensaje por p3c0 » Lun Ene 15, 2007 2:16 pm

Muchas gracias y felicitaciones por tan excelente topic!!!

quetzacoal
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Mensaje por quetzacoal » Lun Ene 15, 2007 8:42 pm

Jose Luis.....no se puede negar que tienes la llave que abre todas las puertas.

un saludo
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Mensaje por Stormbringer » Lun Ene 15, 2007 9:40 pm

Sin palabras Jose Luis, por lo general los asuntos judiciales suelen ser un...¿como llamarlo? ¿peñazo? pero me has mantenido en vilo con este estupendo post. :wink:
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Mensaje por Akeno » Jue Mar 27, 2008 10:41 am

La verdad, no se por qué me compro libros. Sólo con leer los magníficos trabajos que prepara José Luis ya debería tener saciada mi sed de lectura.

Como epilogo de este magnífico trabajo, reproduciré lo escrito por el Coronel General Alfred Jodl en la entrada de su diario de fecha 26 de enero de 1938:
Alfred Jodl escribió:Cuanta influencia puede ejercer una mujer, aún sin darse cuenta, en la historia de una nación y, por tanto, en la del mundo. Uno tiene la sensación de estar viviendo una hora fatídica para el pueblo alemán.
Fuente: Diario de Jodl. Trial of the Major War Criminals (TMWC), XXVIII, pág. 357.

Saludos cordiales y me descubro ante este trabajo.

Hernando
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Mensaje por Hernando » Dom Jul 13, 2008 10:38 pm

Mis sinceras felicitaciones!!! Grandioso post.

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Re: El juicio del coronel general Werner von Fritsch

Mensaje por SS-gruppenfuhrer » Jue Oct 09, 2008 7:05 pm

hola a todos, realmente lo unico que habia leido acerca del caso Fritsch fue lo que esta publicado en wikipedia, y siempre me quede con las ganas de saber mas... hasta ahora, gracias por este gran trabajo.

PD: ¿es cierto que al ser herido en la campaña polaca, Fritsch se nego a recibir tratamiento medico, se dejo morir?.

saludos y muchas gracias de nuevo
La Victoria tiene mil padres, la derrota, es huerfana

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José Luis
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Re: El juicio del coronel general Werner von Fritsch

Mensaje por José Luis » Sab Oct 11, 2008 8:11 pm

¡Hola a todos!
SS-gruppenfuhrer escribió:
PD: ¿es cierto que al ser herido en la campaña polaca, Fritsch se nego a recibir tratamiento medico, se dejo morir?.
No tengo noticia ni recuerdo haber leído tal cosa.

Saludos cordiales
JL
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sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar" (Plegaria fenicia)

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