¡Hola a todos!
Por qué Japón decidió ir a la guerra contra USA es una pregunta recurrente en la historiografía sobre la Guerra del Pacífico. Su planteamiento viene motivado por la aparente irracionalidad de la decisión japonesa de atacar Pearl Harbor a finales de 1941, iniciando con ello una guerra contra USA que Japón nunca podía ganar. Por ello los historiadores se han preguntado una y otra vez cuál fue la razón que llevó a Japón a iniciar una guerra sin esperanza de victoria final en diciembre de 1941.
En noviembre pasado, Potomac Books Inc. publicó un libro del profesor de estrategia Jeffrey Record titulado
A War It Was Always Going to Lose: Why Japan Attacked America in 1941. No he tenido ocasión de leerlo, pero sin duda está basado en el estudio previo de Record “Japan's Decision for War in 1941: Some Enduring Lessons”, publicado en febrero pasado por el
Strategic Studies Institute, U.S. Army War College, 122 Forbes Ave, Carlisle, PA 17013-5244, disponible en la misma página del instituto:
http://www.strategicstudiesinstitute.ar ... ?pubID=905" onclick="window.open(this.href);return false;
El libro debe ser una ampliación del estudio a tenor de su extensión, 184 páginas contra las 80 del estudio. Sea como fuere, tras la lectura de este último me ha parecido interesante reanudar este hilo haciendo un resumen de la introducción que presenta Record en las primeras páginas de su estudio y que titula “A 'Strategic Imbecility'?”.
El ataque japonés a Pearl Harbor, comienza diciendo Record, continúa produciendo perplejidad. El historiador naval americano Samuel Eliot Morison tildó la decisión japonesa para este ataque contra Estados Unidos como “una imbecilidad estratégica”. A mediados de 1941, “enfangado militarmente” en China y “considerando seriamente una oportunidad” para hacer la guerra contra la URSS, ¿cómo podía Japón pensar siquiera en otra guerra más, esta vez contra un “lejano país” cuya superioridad industrial era diez veces la de Japón? USA no era sólo más fuerte que Japón, sino que además se encontraba “más allá del alcance militar de Japón”. USA podía superar a Japón en la producción de cualquier tipo de armamento y podía construir armas, como el bombardero de largo alcance, que no podía construir Japón. Aunque Japón pudiera hacer la guerra en Asia del Este y el Pacífico Occidental, no podía, en cambio, amenazar el territorio americano. Al atacar Pearl Harbor, Japón eligió combatir una guerra geográficamente limitada contra un enemigo capaz de llevar a cabo una guerra total contra las propias islas japonesas.
A continuación se pregunta el autor si Japón reconoció las probabilidades que tenía en contra, y qué le había llevado a una acción tan imprudente como el ataque a Pearl Harbor. “¿Fatalismo?”. “¿Razonamiento ilusorio?”. “¿Locura?”. “¿No había una alternativa aceptable a la guerra con Estados Unidos en 1941?”. Y si no la había, “¿cómo esperaba Tokyo obligar a Estados Unidos a aceptar la hegemonía japonesa en Asia del Este?”. “¿Tenían los japoneses un concepto de victoria, o al menos para evitar la derrota?”. O como declaró el congresista de New York, Hamilton Fish, el día siguiente al ataque de Pearl Harbor, ¿eran los japoneses simplemente una gente “rematadamente loca” que, al atacar a Estados Unidos, había “cometido un suicidio militar, naval y nacional”?
La Guerra del Pacífico surgió como consecuencia del empeño de Japón en una gloria nacional y en una seguridad económica por medio de la conquista de Asia del Este, por una parte, y la creencia de la administración Roosevelt de que podía controlar la intentona japonesa de un imperio asiático mediante “sanciones comerciales y despliegue militar”, por la otra. Japón buscaba liberarse de su dependencia económica con USA, mientras que USA buscaba utilizar esa dependencia para contener las ambiciones imperiales de Japón. Tokyo quería acabar con el status quo territorial en Asia; Washington, preservarlo. Dado el alcance de las ambiciones japonesas -que incluían la expulsión del poder e influencia occidentales del sudeste asiático, y dada la alianza de Japón con la Alemania nazi (que tenía en contra la alianza táctica de USA con Gran Bretaña)- la guerra con USA “era probablemente inevitable a finales de 1941”, aunque las posibilidades japonesas “de ganar una guerra con Estados Unidos eran mínimas”.
El desastre que aguardaba a Japón en su guerra con USA tenía sus raíces en un fatal exceso de ambición de poder. Estas ambiciones imperiales -que incluían territorio soviético en el nordeste asiático, China y el territorio bajo control occidental en el sudeste asiático- estaban más allá de la capacidad material de Japón, que quería ser una gran potencia del nivel de USA, Gran Bretaña o Alemania, pero que carecía de la base industrial y de la capacidad militar para poder lograrlo. Además, Japón buscaba tanto un imperio continental sobre la ingente población del territorio asiático como un imperio marítimo en el Pacífico suroccidental, “una difícil tarea dado el creciente nacionalismo de China y la superioridad naval global de Gran Bretaña y Estados Unidos”.
La presunción de la irracionalidad japonesa, sigue Record, es natural dada la aguda sobredimensión imperial japonesa en 1941 y la enorme disparidad de la base industrial y capacidad militar entre Japón y USA. El entonces Subsecretario de Estado para Asuntos Económicos, Dean Acheson, declaró antes de Pearl Habor que “ningún japonés razonable podía creer que un ataque contra nosotros acabaría en otra cosa que desastre para su país”. El Secretario de Guerra, Henry L. Stimson, creía que los japoneses “no obstante sus perversas intenciones, tendrían el buen sentido de no involucrarse en una guerra con los Estados Unidos”. El almirante Yamamoto tenía ciertamente buen sentido. En octubre de 1940 advirtió que “combatir a los Estados Unidos es como combatir al mundo entero....Sin duda, moriré a bordo del Nagato. Mientras tanto, Tokyo será reducida a cenizas tres veces”. Apenas dos meses antes de Pearl Habor, Yamamoto predijo:
Es obvio que la guerra japonesa-americana se convertirá en una guerra prolongada. Mientras que los vientos de la guerra soplen a nuestro favor, Estados Unidos nunca dejará de combatir. Como consecuencia, la guerra continuará durante varios años, durante los cuales [nuestros recursos] materiales se verán agotados, barcos y armas serán dañados, y sólo podrán ser reemplazados con gran dificultad. A la larga no seremos capaces de competir [con Estados Unidos]. Como resultado de la guerra, se tornará indigente el sustento del pueblo.....y es difícil no imaginar [que] la situación se volverá fuera de control. No debemos comenzar una guerra con tan poca posibilidad de éxito”.
Las valoraciones de posguerra son igualmente condenatorias. Raymon Aron escribió en 1966: “La apuesta japonesa, en 1941, fue
absurda, ya que sobre el papel el Imperio del Sol Naciente no tenía posibilidad de ganar y sólo podía evitar perder si los americanos fuesen demasiado perezosos o cobardes para conquistar”. Gordon Prange, el gran historiador de Pearl Harbor, llamó al ataque el comienzo de “una guerra insensata que [Japón] no podía ganar”. Edwar N. Luttwak, en su
Strategy: The Logic of War and Peace, sostuvo que los japoneses no tenían opciones de victoria después de Pearl Harbor aparte de “una invasión de California, seguida de la conquista de los mayores centros de la vida americana y culminando con una paz impuesta dictada a algún gobierno de colaboración en Washington”. Luttwak reconoce que semejante estrategia estaba fantásticamente más allá del poder de Japón, donde además ningún líder propuso jamás tal aventura de invadir USA. Así que la mejor opción que tenía Japón tras Pearl Harbor, concluye Luttwak, era buscar la paz negociando con USA cualquier reconocimiento que le pudiera hacer a cambio de que Japón no recurriera a su capacidad de resistir la derrota final durante unos años, evitando así que USA combatiera por la victoria. Para el estratega Colin Gray, la Guerra del Pacífico de 1941-1945 fue “un conflicto que el Japón Imperial
siempre iba a perder. Permanece como un rompecabezas cultural y estratégico por qué tantos líderes políticos y militares japoneses refrendaron la decisión de ir a la guerra en 1941 a pesar de conocer ese hecho”. Roberta Wohlstetter, en su pionero
Pearl Harbor: Warning and Decision, denunció el descabellado pensamiento japonés que había detrás de su decisión de ir a la guerra: “Lo más irreal fue su suposición de que Estados Unidos, con 10 veces el potencial militar y una reputación de hacer la guerra hasta la rendición incondicional, aceptaría tras una corta lucha la destrucción de una parte considerable de sus fuerzas aéreas y navales y el conjunto de su poder en Extremo Oriente”. Quizá la acusación más feroz es la de Haruo Tohmatsu y H. P. Wilmott:
A ningún estado o nación jamás se le ha concedido inmunidad de su propia estupidez. Pero la derrota de Japón en la IIGM fue formidable. La coalición de potencias que levantó contra sí mismo, la naturaleza de su derrota por todo un océano, y la manera en que la guerra terminó representaron un asombroso y notable, aunque no buscado, logro por parte de Japón”.
Record se pregunta si la decisión japonesa de ir a la guerra en 1941 fue un “asunto de estupidez”, y si puede desecharse como un rompecabezas cultural, si está más allá de la comprensión. Con estas preguntas prepara el autor su introducción del antecedente conceptual histórico sobre el cual edificará su tesis. Así trae a colación al gran historiador y militar ateniense Tucídides, quien explicó que “miedo, honor e interés” estaban entre “tres de los motivos más grandes” del deseo de la antigua Atenas de retener su imperio. Si normalmente los teóricos de la política internacional se concentran en los cálculos de poder e interés como los impulsores principales que guían a un estado, en cambio tienden a descartar otros factores, como la ideología y el orgullo, que distorsionan el análisis “racional” de riesgos y recompensas. Y son estos últimos factores los que Record considera cruciales para la comprensión del comportamiento internacional de muchos estados, incluyendo Japón de 1931 a 1945. Razona que para muchos estados, incluyendo el Japón imperial y la Alemania nazi, la ideología y el interés nacional eran inseparables. De hecho, la influencia de la ideología en la toma de decisiones de la política exterior de las grandes potencias del siglo XX, especialmente la Alemania imperial, la Rusia soviética, la Alemania nazi, el Japón imperial, la China comunista, y -sí- los Estados Unidos, merece más escrutinio académico del que ha recibido.
Y entonces asienta Record: “Es la conclusión central de esta monografía que
la decisión japonesa para la guerra contra los Estados Unidos fue dictada por el orgullo japonés y la amenazada destrucción económica de Japón por los Estados Unidos”. Esta conclusión no excusa, por supuesto, ni el ataque japonés sobre Pearl Harbor ni la estupidez de la gobernanza de Tokyo en la década de 1930 al colocar a Japón en una situación donde la guerra, la rendición o el empobrecimiento eran las únicas opciones políticas disponibles. Ni tampoco excusa la tesis de esta monografía el comportamiento salvaje de los japoneses en Asia del este durante las décadas de 1930 y 1940, o la falta de voluntad de los gobiernos japoneses de posguerra de reconocer y reparar esa conducta.
No quiero completar la descripción de los asuntos que Record adelanta en este capítulo del que he resumido su primera parte, y que luego desarrolla en los siguientes (como sus críticas a Estados Unidos). Me parece suficiente lo que he expuesto para abrir el apetito de quien esté interesado en su lectura, y, de todas formas, como una aportación más al muy interesante tema que en su día planteó Schwepunkt con este hilo.
Saludos cordiales
JL