Mensaje
por fermat » Sab Jun 30, 2012 7:20 pm
Aunque no se trate, estrictamente hablando, de un discurso de la Segunda Guerra Mundial ya que se pronunció el 28 de Abril de 1939; he querido postear, en tres partes, el que según algunos es el discurso más logrado de los que pronunció Hitler. Se trata del discurso en respuesta a la carta que le dirigió el Presidente Roosevelt el 14 de Abril de 1939 y en la que, entre otras cosas, le solicitaba una serie de garantías para determinados paises.
El discurso sigue la línea tradicional de los discursos de Hitler, con una larguísima introducción en la que trata de justificar toda su trayectoria hasta el momento; para pasar a continuación al tema central del discurso. Y en ese tema, aunque duela reconocerlo, no le faltaba algo de razón.
Saludos.
Miembros del Reichstag alemán:
"El Presidente de los Estados Unidos de América me ha enviado un telegrama, con un singular contenido que ya conoce la Cámara. Antes de que yo recibiera ese documento, el resto del mundo ya había sido informado de su contenido, por medio de la radio, por los informes de los periódicos, y por numerosos comentarios aparecidos en los órganos de prensa del mundo democrático que nos ilustraron profusamente en cuanto al hecho de que este telegrama era un documento táctico muy hábil, destinado a imponer a los estados, en los que el verdadero pueblo gobierna, la responsabilidad de las medidas bélicas adoptadas por los países plutocráticos.
En vista de estos hechos he decidido convocar al Reichstag alemán, para que ustedes, señores, puedan tener la oportunidad de escuchar primero mi respuesta y así confirmarla o rechazarla. Pero, además, he considerado conveniente mantener el método de procedimiento empleado por el presidente Roosevelt y, por mi parte, informar al resto del mundo de mi respuesta. Pero me gustaría también aprovechar esta oportunidad para dar expresión a los sentimientos que me inspiran los tremendos acontecimientos históricos del mes de marzo. Puedo expresar mi más íntimo sentir sólo en forma de humilde agradecimiento a la Providencia, que me ha concedido, a quien fuera una vez un soldado desconocido de la Gran Guerra, llegar a ser el líder de mi tan querido pueblo.
Recuperación de la libertad alemana
La Providencia me mostró el camino para liberar a nuestro pueblo desde lo más profundo de su miseria sin derramamiento de sangre y conducirlo una vez más al resurgimiento. La Providencia me concedió que yo pudiera cumplir con mi tarea suprema de sacar al pueblo alemán de las profundidades de la derrota, liberándolo de las ataduras del más indignante dictado de todos los tiempos. Solamente ese ha sido mi objetivo.
Desde el día en que yo entré en política, no me ha animado más ideal que el de reconquistar la libertad de la nación alemana, restableciendo el poder y la fuerza del Reich, superando el resquebrajamiento interno de la nación, poniendo remedio a su aislamiento del resto del mundo, y salvaguardando el mantenimiento de su existencia económica y su independencia política.
He trabajado solamente para restaurar lo que una vez, otros destruyeron por la fuerza. He deseado sólo reparar lo que la maldad satánica y la sinrazón humanas destruyeron o demolieron. No he tomado, por tanto, ninguna medida que haya violado los derechos de los demás, sólo he restaurado en justicia lo que fue violado hace veinte años. Actualmente en el Gran Reich alemán no existe ningún territorio que no fuera desde los primeros tiempos parte de este Reich, vinculado a él o sujeto a su soberanía. Mucho antes de que el continente americano fuera descubierto -por no decir colonizado- por la gente blanca, este Reich existía, no sólo con sus fronteras actuales, sino con la adición de muchas otras regiones y provincias que desde entonces se han perdido.
Hace veintiún años, cuando el derramamiento de sangre de la guerra llegó a su fin, millones de mentes estaban llenas de la ardiente esperanza de que la paz de la razón y la justicia recompensaran y bendijeran a las naciones que fueron visitadas por el flagelo terrible de la Gran Guerra. Digo "recompensaran", a todos aquellos hombres y mujeres -cualquiera que hayan sido las conclusiones a las que hayan llegado los historiadores- que no tuvieron responsabilidad por esos terribles hechos. En algunos países, todavía pueden haber políticos que incluso en esta época tienen la percepción de la responsabilidad de esas personas por la masacre más atroz de todos los tiempos, sin embargo, el gran número de soldados combatientes de cada país y sus naciones no fueron culpables, sino más bien víctimas dignas de conmiseración.
Yo mismo, como ustedes saben, nunca había jugado un papel en la política antes de la guerra, y solamente, como muchos otros millones de personas, realizaba las funciones que estaba llamado a cumplir como un ciudadano decente y un soldado. Por lo tanto, estaba con la conciencia absolutamente clara de que yo era capaz de asumir la causa de la libertad y el futuro de mi pueblo, tanto durante, como después de la guerra. Y por eso, puedo hablar en nombre de millones y millones de otros igualmente libres de culpa, cuando declaro que todos aquellos, que sólo habían combatido por su nación y en el fiel cumplimiento de su deber, tienen derecho a la paz de la razón y la justicia, de modo que la humanidad pudiera por fin trabajar para hacer un gran esfuerzo conjunto por las pérdidas que sufrió. Pero esos millones fueron engañados con esa paz, y no fue sólo el pueblo alemán, o quienes lucharon a nuestro lado contra los demás pueblos, todos sufrieron a través del Tratado de Paz, porque ese Tratado tuvo un efecto devastador también en los países vencedores.
Que la política debía ser controlada por los hombres que no habían luchado en la guerra, fue calificado por primera vez como un infortunio. El odio era desconocido por los soldados, pero no por los viejos políticos que habían preservado cuidadosamente sus preciosas vidas de los horrores de la guerra, y que después cayeron sobre la humanidad cubiertos con el manto de insanos espíritus de venganza.
El odio, la maldad y la sinrazón, fueron los antepasados intelectuales del Tratado de Versalles. Territorios y Estados con un historial que se remonta a mil años fueron arbitrariamente divididos y disueltos. Los hombres que vivieron juntos desde tiempos inmemoriales fueron desgarradoramente aislados, las condiciones económicas de su vida fueron ignoradas, mientras que los mismos pueblos se convirtieron en vencedores y vencidos, en amos que poseen todos los derechos y en esclavos que no poseen ninguno. Ese documento de Versalles ha sido, afortunadamente, puesto en blanco y negro para ser visto por las generaciones venideras, de lo contrario, habría sido considerado en el futuro como el producto de una imaginación grotesca de salvajes y corruptos. Casi 115 millones de personas fueron despojadas de su derecho a la libre autodeterminación, no por soldados victoriosos, sino por alienados políticos, y fueron arbitrariamente separados de las antiguas comunidades para formar parte de otras nuevas, sin ninguna consideración por su raza, por su origen, por el sentido común o por sus medios de vida.
Los resultados fueron terribles. Aunque en ese momento los estadistas osaron destruir una gran cantidad de cosas, hubo un factor que no pudo ser eliminado; la gigantesca masa de gente que vive en Europa Central, atestados en un espacio reducido, que sólo podrían garantizarse su pan de cada día por el pleno empleo y el orden resultante. Pero, ¿qué saben sobre estos problemas esos estadistas de los llamados imperios democráticos?
Una horda de personas totalmente estúpida e ignorante se abatió sobre la humanidad. En los distritos en los que cerca de 140 personas por kilómetro cuadrado tenían que ganarse la vida, sólo destruyeron el orden que se había construido a lo largo de casi 2.000 años de desarrollo histórico, y crearon el desorden, sin ser ellos mismos capaces o estar deseosos de resolver los problemas que enfrenta la vida comunitaria de estas personas porque, además, los dictadores que impusieron el nuevo orden mundial, debieron asumir en ese momento su responsabilidad.
Sin embargo, cuando ese nuevo orden mundial se convirtió en una catástrofe, los dictadores de la paz democrática, americanos y europeos por igual, fueron tan cobardes que ninguno de ellos se atrevió a aceptar la responsabilidad por lo ocurrido. Cada uno le echó la culpa a los demás, tratando de ese modo, salvarse de la sentencia de la historia. Sin embargo, los pueblos que fueron maltratados por su odio y sinrazón, por desgracia, no estaban en condiciones de escapar de quienes los perjudicaron.
Es imposible enumerar las etapas de los sufrimientos de nuestro propio pueblo. Robadas la totalidad de nuestras posesiones coloniales, privados de todos sus recursos financieros, saqueados por las llamadas reparaciones de guerra y por lo tanto empobrecidos, nuestra nación fue arrastrada al período más oscuro de su historia nacional. Téngase en cuenta que esa no era la Alemania Nacionalsocialista, sino la Alemania democrática, la Alemania que estaba tan débil que confió, por un solo momento, en las promesas de los estadistas democráticos.
La miseria resultante y las continuas necesidades comenzaron a llevar a nuestra nación a la desesperación política. La gente decente y trabajadora de la Europa central pensó que iban a lograr la posibilidad de liberación con la completa destrucción del viejo orden, que para ellos representaba una maldición.
Por un lado, parásitos judíos saquearon la nación sin piedad y, por otro lado, soliviantaron al pueblo hundido como estaba en la miseria. Como la desgracia de nuestra nación se convirtió en el único objetivo de esa carrera, era posible incubar entre la creciente horda de desempleados a los elementos apropiados para la revolución bolchevique.
La decadencia del orden político y la confusión de la opinión pública por la prensa judía irresponsable, condujo a choques cada vez más violentos en la vida económica y por consiguiente al incremento de la pobreza y mayor predisposición para absorber ideas subversivas bolcheviques. El ejército de la revolución mundial judía, como se le llamó a la masa de desempleados, finalmente se elevó a casi siete millones.
Alemania nunca había conocido antes ese estado de cosas. Antaño, en la zona en la que el gran pueblo alemán y los antiguos estados habsburgos vivieron, la vida económica, a pesar de todas las dificultades de la lucha por la existencia que implica la excesiva densidad de población, no había vuelto muy incierto el porvenir, sino, por el contrario, más y más seguro.
Laboriosidad y trabajo, mucha austeridad y el amor por el orden escrupuloso, a pesar de que no permitió a la población de este territorio acumular riquezas excesivas, les permitió en todo caso, asegurarlos contra la miseria más abyecta. Los resultados de la paz miserable, forzada por los dictadores democráticos, fueron mucho más terribles para esas personas cuando fueron condenados en Versalles. Hoy sabemos la razón de los resultados terribles de la Gran Guerra.
Resolución del problema del Sarre
En primer lugar, fue la avaricia por el botín. Lo que rara vez se paga en la vida privada, podría, según ellos, ser para la humanidad un experimento rentable si se multiplica un millón de veces. Si las naciones grandes fueran saqueadas y exprimidas al máximo, entonces sería posible para ellos vivir una vida de cómoda y sin preocupaciones. Tal era la opinión de esos economistas improvisados.
A tal fin, los Estados tenían que se desmembrados. Alemania fue privada de sus posesiones coloniales, aunque, no tenían ningún valor real para las democracias del mundo, los distritos más importantes para la obtención de materias primas tenían que ser invadidos y -si fuera necesario- puestos bajo la influencia de las democracias y, sobre todo las infortunadas víctimas de ese lamentable maltrato democrático de naciones y pueblos, tenían que ser impedidas a que jamás se recuperaran, y mucho menos que se rebelaran contra sus opresores.
Para ello, durante 60, 70 ó 100 años, Alemania había de pagar sumas tan exorbitantes, que la cuestión del procedimiento más adecuado para su recaudación no podía ser menos que un misterio, aun para los mismos autores del proyecto. Obtener las sumas en oro, en moneda extranjera, o por medio de pagos regulares en especies, habría sido absolutamente imposible sin que los sorprendidos colectores de ese tributo quedaran también arruinados. Como cuestión de hecho, esos dictadores de la paz democrática, destruyeron toda la economía mundial con su locura de Versalles.
El desmembramiento sin sentido de pueblos y Estados llevó a la destrucción de la producción y del comercio que se habían consolidado en el curso de cientos de años, por lo tanto, llevó a un mayor desarrollo de tendencias autárquicas y con ella la extinción de las condiciones generales de la economía mundial que hasta entonces habían existido.
Cuando hace 20 años, firmé mi nombre en el libro de la vida política como el séptimo miembro del Partido de los Trabajadores Alemanes en Munich, me di cuenta de los signos de la decadencia que aparecían a mi alrededor. Lo peor de todo -como ya he subrayado- era la desesperación de las masas que son su consecuencia, la desaparición entre las clases educadas de toda confianza en la razón humana, y mucho menos en el sentido de justicia, y en cambio un predominio del egoísmo brutal en todos los seres dispuestos a ello.
En el curso de lo que son ahora 20 años, he sido capaz de moldear una nueva nación, convertirla de la desorganización caótica a un todo orgánico y establecer un nuevo orden que ya forma parte de la historia alemana. Sin embargo, lo que tengo la intención de proponer hoy ante ustedes, a modo de introducción, es ante todo el significado de mis intenciones y su realización en lo que respecta a la política exterior. Uno de los actos más vergonzosos de la opresión jamás cometida, previsto en el Dictado de Versalles, ha sido el desmembramiento de la nación alemana y la desintegración política del territorio en el que había vivido durante miles de años.
Nunca, señores, me quedó ninguna duda que efectivamente, es prácticamente imposible en cualquier lugar de Europa llegar a una armonía en las fronteras estatales y nacionales que dé resultados satisfactorios en todos los sentidos. Por un lado, la migración de los pueblos, que poco a poco se estancó durante los últimos siglos, y por el otro, el desarrollo de grandes comunidades han creado una situación que, bajo cualquier forma en que se la mire, necesariamente debe ser considerada insatisfactoria por los interesados. Fue, sin embargo, el modo mismo en que estos acontecimientos nacionales y políticos fueron estabilizados progresivamente en el siglo pasado lo que provocó que muchos consideraran justificado, con la esperanza de que al final un compromiso que se encuentre entre el respeto por la vida nacional de los diversos pueblos de Europa y el reconocimiento de las estructuras políticas establecidas pueda realizarse sin destruir el orden político en Europa y con ella la base económica existente, sin embargo las nacionalidades debían ser preservadas.
Esa esperanza fue abolida por la Gran Guerra. El dictado de paz de Versalles no le hizo justicia ni a un principio ni al otro. Ni el derecho a la libre determinación ni tampoco a la libre política, por no hablar de lo que respecta a las necesidades económicas y las condiciones para el desarrollo europeo. Sin embargo, nunca tuve ninguna duda de que -como ya he subrayado- incluso una revisión del Tratado de Versalles también tendría que tener sus límites. Y siempre lo he dicho con la mayor franqueza, no por razones tácticas, sino por mi convicción más íntima. Como el líder nacional del pueblo alemán, nunca he tenido ninguna duda de que, siempre que el interés superior de la comunidad Europea ha estado en riesgo, los intereses nacionales deben, si es necesario, ser relegados al segundo lugar en ciertos casos.
Y, como ya he enfatizado, esto no es por razones tácticas, pues nunca he dejado que subsistiese duda alguna acerca de que hasta la revisión del Tratado de Versalles tendría también sus limites. Por lo tanto, en cuanto se refiere a ciertos territorios que pudieran ser disputados, he llegado a una decisión final que he proclamado no sólo ante el mundo exterior, sino ante mi propio pueblo, y me he encargado de que se atengan a ella.
No he calificado, como hizo Francia en 1870-1871, la cesión de Alsacia y de Lorena como intolerable para el porvenir; pero he establecido diferencias entre el territorio del Sarre y aquellas dos provincias que antaño fueron imperiales; nunca ha cambiado mi actitud sobre este particular, ni lo haré jamás. La devolución del territorio del Sarre puso fin a todo problema territorial, en Europa, entre Francia y Alemania. Siempre he considerado como lamentable que los estadistas franceses no se fijaran debidamente en esa actitud. La actitud de ellos a este respecto no es la adecuada para considerar este asunto. Le he confirmado esa actitud a Francia para expresar, que comprendo la necesidad de buscar la paz en Europa, en lugar de sembrar la semilla de la continua incertidumbre y hasta de la tensión, medíante peticiones ilimitadas y exigencias continuas de revisión.
Alemania no es responsable de la tensión actual
Si esta tensión ha surgido ahora, sin embargo, la responsabilidad no recae en Alemania, sino en los elementos internacionales que sistemáticamente producen tensión, con el fin de servir a sus intereses capitalistas.
He hecho declaraciones vinculantes a un gran número de estados. Ninguno de esos estados puede quejarse de que alguna vez se haya hecho ni la sombra de una demanda contra los mismos por parte de Alemania. Ninguno de los estadistas escandinavos, por ejemplo, puede sostener que el gobierno alemán o la opinión pública alemana les haya presentado alguna solicitud, que fuera incompatible con la soberanía y la integridad de sus estados.
Me complació sobremanera que cierto número de países europeos recogieran esas declaraciones hechas por el Gobierno alemán para expresar y dar énfasis a su deseo de una neutralidad absoluta. Este ha sido el caso de Holanda, Bélgica, Suiza, Dinamarca, etc. Ya he mencionado a Francia. No es preciso que mencione a Italia, con quien nos unen lazos de una amistad profunda y sólida; Hungría y Yugoslavia con las que, como vecinos, tenemos la suerte de mantener relaciones muy amistosas.
El Anschluss de Austria
Por otra parte no he dejado lugar a dudas desde el primer momento de mis actividades políticas de que existían otras circunstancias que representan ultrajes tan mezquinos y groseros para el derecho de la autodeterminación de nuestro pueblo, que jamás podremos aceptarlas ni conformarnos con ellas.
Nunca he escrito una sola línea o pronunciado un solo discurso que mostrara una actitud diferente hacia los estados que acabamos de mencionar. Por otra parte, en relación con los otros casos, nunca he escrito una sola línea o pronunciado un solo discurso en el que haya formulado alguna actitud contraria a lo que predico.
Primero. Austria, la más antigua frontera oriental del pueblo alemán, fue una vez el contrafuerte de la nación alemana en el sur-este del Reich.
Los alemanes de esa tierra son descendientes de colonos de todas las tribus alemanas, incluso la tribu de Baviera ha, contribuido en su mayor parte a esa descendencia. Más tarde esa frontera medieval oriental se convirtió en territorio de la corona y el núcleo del imperio alemán de cinco siglos de antigüedad, con Viena como la capital del Reich alemán de esa época.
Ese Reich alemán sufrió finalmente la ruptura, en el curso de la progresiva disolución hecha por Napoleón, el Corso, pero siguió existiendo como una federación alemana, y no hace mucho luchó y sufrió, en la guerra más grande de todos los tiempos, como una unidad que fue la expresión de los sentimientos nacionales del pueblo, aunque ya no era un estado unido. Yo mismo soy un hijo de esa frontera medieval oriental.
No sólo fue el Reich alemán destruido y Austria escindida en partes por los criminales de Versalles, sino que a los alemanes se les prohibió también reconocer esa comunidad a la que habían declarado su adhesión por más de mil años. Siempre he considerado la eliminación de ese estado de cosas como la tarea más alta y más sagrada de mi vida. Nunca he dejado de proclamar esta determinación, y siempre he estado resuelto a dar cuenta de esas ideas que eran mi preocupación día y noche.
Habría pecado contra el llamado de la Providencia si hubiera fallado en el esfuerzo de dirigir a mi país y al pueblo alemán de la frontera medieval oriental, para que regresara al Reich y por lo tanto a la comunidad del pueblo alemán. De este modo, por otro lado, he eliminado la parte más vergonzosa del Tratado de Versalles. He restablecido el derecho a la libre auto-determinación y he acabado con la opresión democrática inflingida a siete millones y medio de alemanes. He levantado la prohibición que les impedía votar sobre su propio destino, y llevé a cabo esa votación ante el mundo entero. El resultado fue no sólo lo que yo esperaba, sino también, precisamente, lo que había sido anticipado por los opresores de pueblos del Versalles democrático. ¿Por qué otra razón impidieron ellos el plebiscito sobre la cuestión de la unificación?
Bohemia y Moravia
Segundo. Bohemia y Moravia. Cuando en el marco de las migraciones de los pueblos germanos, por razones inexplicables para nosotros, comenzaron a emigrar fuera del territorio que hoy es Bohemia y Moravia, un pueblo eslavo extranjero usurpó ese territorio creando una brecha entre los alemanes. Desde entonces el área ocupada por ese pueblo eslavo ha sido encerrado en forma de herradura por los alemanes.
Desde el punto de vista económico, la existencia independiente, en el largo plazo, es imposible para esos países, excepto a través de estrechas relaciones con la nación y la economía alemanas. Pero aparte de eso, casi cuatro millones de alemanes vivían en ese territorio de Bohemia y Moravia. Una política de aniquilación nacional, sobre todo después del Tratado de Versalles, fue impuesta bajo la presión de la mayoría checa, en conjunto, también, con las condiciones económicas y la creciente ola de desamparo, que llevaron a la emigración de esos ciudadanos alemanes, por lo que los alemanes abandonados en el territorio se redujeron a aproximadamente 3.700.000.
La población de la franja del territorio es uniformemente alemana, pero también hay grandes enclaves lingüísticos alemanes en el interior. La nación checa es en su origen extranjera para nosotros, pero en los mil años en los que los dos pueblos han convivido, la cultura checa ha sido en su mayor parte formada y moldeada por las influencias alemanas. La economía checa debe su existencia al hecho de haber sido parte del gran sistema económico alemán. La capital de ese país fue durante un tiempo una ciudad imperial de Alemania, y en ella fue fundada la Karls-Universität zu Prag, la más antigua universidad alemana.
Numerosas catedrales, ayuntamientos, y residencias de nobles y ciudadanos por igual, dan testimonio de la influencia alemana en la cultura del pueblo checo. La población checa en sí misma, en el curso de los siglos ha alternado entre estrechos y distantes contactos con la población alemana. Cuando ocurrió cada estrecha relación entre los pueblos checos y alemanes existió un período en el que tanto Alemania, como la nación checa florecieron, mientras que cada alejamiento fue calamitoso por sus consecuencias.
Estamos familiarizados con los méritos y valores del pueblo alemán, pero la nación checa, con la suma total de su destreza y habilidad, su industria, su diligencia, su amor a su tierra natal y de su propio patrimonio nacional, también merece nuestro respeto. Hubo períodos en realidad en la que este respeto mutuo por las cualidades de la otra nación era una cuestión de hecho.
La paz de la Versalles democrática puede asumir el crédito de haber asignado a los checos el papel especial de ser un estado satélite, capaz de ser utilizado en contra de Alemania. Para ello, arbitrariamente adjudicaron bienes nacionales extranjeros al Estado checo, el que fue absolutamente incapaz de sobrevivir por la fuerza de la unidad nacional checa únicamente. Es decir, le agregaron violentamente otras nacionalidades con el fin de dar una base firme a un estado que se incorporaba a la Europa Central como una amenaza latente para la nación alemana.
Para ese estado, en el que el llamado elemento nacional predominante fue en realidad una minoría, sólo podía mantenerse por medio de un brutal asalto a las unidades nacionales que formaban la mayor parte de la población. Ese asalto fue posible sólo en la medida en que la protección y la asistencia fue concedida por las democracias europeas. Esta ayuda se podía esperar, naturalmente, sólo a condición de que ese Estado fuera concebido para hacerse cargo con lealtad, para desempeñar el papel que se le había asignado desde su nacimiento, pero el propósito de ese papel no era otro que impedir la consolidación de la Europa central, proporcionando un puente a Europa para la agresión bolchevique, y, sobre todo para actuar como un mercenario de las democracias europeas frente a Alemania.
Todo siguió de forma automática. Cuanto más ese Estado trató de cumplir la tarea que se le había encomendado, mayor era la resistencia opuesta por las minorías nacionales. Y cuanto mayor era la resistencia, más se hizo necesario recurrir a la opresión. Ese endurecimiento inevitable de la antítesis interna llevó a su vez a una mayor dependencia de ese Estado en los fundadores y benefactores democráticos europeos, para que sólo ellos estuvieran en condiciones de mantener en el largo plazo la existencia económica de esa creación natural y artificial. Alemania estaba interesada principalmente en una sola cosa y era liberar, a los casi cuatro millones de alemanes en ese país, de su situación intolerable, y hacer posible para ellos regresar a su país de origen y al Reich de mil años.
Fue natural que ese problema inmediatamente puso en relieve todos los demás aspectos del problema de las nacionalidades. Pero también fue natural que la supresión de las diferentes etnias, despojó lo que quedaba de la capacidad del Estado para sobrevivir - un hecho que los fundadores de ese Estado lo tuvieron muy en cuenta cuando lo planearon en Versalles. Fue por esa sola razón que decidieron asaltar a las otras minorías, a las que obligaron, en contra de su voluntad, a formar parte de ese mal concebido y precario estado.
Es cierto que, mientras la propia Alemania se encontrara impotente e indefensa, la opresión de casi cuatro millones de alemanes podría llevarse a cabo sin que el Reich ofreciera resistencia alguna. Sin embargo, sólo un párvulo en la política podría haber creído que la nación alemana permanecería para siempre en el estado en que la postraron en 1919. Sólo mientras los traidores internacionales, apoyados desde el exterior, tuvieran el control del Estado alemán, podrían estar seguros de que soportarían pacientemente esas condiciones vergonzosas. Desde el momento en que, después de la victoria del Nacionalsocialismo, esos traidores tuvieron que mudarse de domicilio al lugar de donde habían recibido sus subvenciones, para entonces, la solución del problema era sólo cuestión de tiempo.
Por otra parte, era exclusivamente un asunto que afectaba las nacionalidades en cuestión, ninguna de ellas relacionada con la Europa occidental. Por tanto, era comprensible que la Europa occidental se interesara por el Estado ficticio creado para sus propios fines, pero las etnias en torno a ese Estado debieron haber considerado ese interés, porque para ellos era un factor determinante pero que tenía un sustento falso del cual muchos quizás se arrepintieron. Si ese interés se hubiera orientado únicamente hacia el establecimiento financiero de ese Estado, y si ese interés financiero no hubiera sido sometido exclusivamente a los objetivos políticos de las democracias, Alemania no habría tenido nada que decir.
Las necesidades financieras de ese Estado fueron guiadas por una sola idea, a saber, la creación de un Estado militar armado hasta los dientes, con vistas a formar un bastión que se extendiera hacia el Reich alemán, lo que constituiría una base para las operaciones militares conjuntas para la invasión del Reich desde el oeste, o en todo caso una base aérea de indudable valor.
Lo que se esperaba de ese Estado se muestra más claramente por la observación del ministro francés de Aire, M. Pierre Cot, quien calmadamente afirmó que el deber de ese Estado, en caso de cualquier conflicto, iba a ser convertirse en un aeródromo para el despegue y aterrizaje bombarderos, con los cuales sería posible destruir los más importantes centros industriales alemanes en unas pocas horas. Es, por tanto, comprensible que el gobierno alemán a su vez decidiera destruir ese aeródromo para aviones de bombardeo. No fue esta decisión producto del odio al pueblo checo. Todo lo contrario, porque en el curso de los mil años durante los cuales los pueblos alemán y checo vivieron juntos, hubo períodos de una estrecha cooperación que duró cientos de años, interrumpidos, por cierto, sólo por breves períodos de tensión. En esos períodos de tensión, por las pasiones de la gente que luchaba entre sí en sus frentes nacionales -muy fácilmente ensombrecían el sentido de la justicia y daban así una equivocada idea general de la situación. Esa es una característica de todas las guerras. Sólo en las épocas de convivencia en armonía, los dos pueblos hicieron un acuerdo en que ambos podían, con todo derecho, presentar sus sagrados reclamos pero con deferencia y respeto por sus nacionalidades.
En esos años de lucha mi propia actitud hacia el pueblo checo ha estado enfocada únicamente a la tutela de los intereses nacionales del Reich, junto con sentimientos de respeto por el pueblo checo. Una cosa es cierta sin embargo. Aun si las parteras democráticas de ese Estado hubieran logrado alcanzar sus propósitos, el Reich alemán sin duda no habría sido destruido, a pesar de que podríamos haber sufrido grandes pérdidas. No, el pueblo checo debido a su reducido tamaño y su posición, probablemente habría tenido que soportar más temores, y de hecho estoy convencido, consecuencias catastróficas.
Me siento feliz de que haya sido posible, incluso para disgusto de los intereses democráticos, evitar esa catástrofe en el centro de Europa, gracias a nuestra propia moderación y también al buen juicio del pueblo checo. Eso, por lo que los más preclaros y más sabios checos lucharon para lograrlo durante décadas, es como una solución natural concedida a este pueblo por el Partido Nacional Socialista Alemán del Tercer Reich, a saber, el derecho a su propia nacionalidad y el derecho a fomentar esa nacionalidad y de revivirla. La Alemania Nacionalsocialista no tiene la noción de traicionar los principios raciales de los cuales nos sentimos orgullosos. Ellos serán beneficiosos no sólo para la nación alemana, sino para al pueblo checo. Pero sí exigimos el reconocimiento de esa necesidad histórica y de la exigencia económica en la que todos nos encontramos. Cuando anuncié la solución de ese problema en el Reichstag el 22 de febrero de 1938, me convencí de que yo estaba obedeciendo a la urgencia de resolver esa situación en Europa Central.
Aun el 10 de marzo 1938, creí que por medio de una evolución gradual podría ser posible resolver el problema de las minorías en ese Estado, en un momento u otro, por vía de la cooperación mutua para llegar a un terreno común que fuera ventajoso para todos los intereses afectados, tanto política como económicamente.
No fue sino hasta que el señor Benes, que estaba completamente en manos de sus benefactores internacionales democráticos, convirtió el problema en un asunto militar desatando una ola de represión sobre los alemanes, al mismo tiempo que intentaba la movilización que todos ustedes conocen, para disminuir el prestigio internacional del Estado alemán y dañar su prestigio, lo que me hizo claro que una solución por esos medios ya no era posible. Con el falso informe de una movilización alemana, obviamente inspirado desde el extranjero, influyó en los checos con el fin de hacer que el Reich alemán perdiera prestigio.
No es necesario repetir una vez más, que en mayo del pasado año Alemania no había movilizado un solo hombre, aunque todos éramos de la opinión de que el verdadero destino de Herr Schuschnigg [N.T. Canciller austriaco] debería haber sido demostrar a todos la oportunidad de trabajar para el entendimiento mutuo por medio de un tratamiento más justo a las minorías nacionales. Por mi parte, estábamos en todo caso, preparados para intentar ese tipo de desarrollo pacífico con paciencia, porque si hubiera sido necesario el proceso podría haber durado varios años. Sin embargo, fue precisamente la posibilidad de esa solución pacífica la que fue una espina en la carne de los agitadores en las democracias.
Ellos nos odian a nosotros los alemanes y preferirían erradicarnos por completo. ¿Qué significan los checos para ellos? No son más que medios para un fin. ¿Y por qué preocuparse por la suerte de una nación pequeña y valiente? ¿Por qué debían preocuparse por las vidas de cientos de miles de valientes soldados que se sacrificaron por su política? Esos pacifistas de Europa Occidental no se preocuparon por trabajar por la paz, sino por causar el derramamiento de sangre a fin, de esta manera, enfrentar a las naciones entre sí y por lo tanto causar más derramamiento de sangre. Por esta razón, ellos inventaron la historia de la movilización alemana y embaucaron a la opinión pública de Praga. Fue pensado para que sirva de pretexto para la movilización Checa, y luego por este medio se esperaba poder ejercer la presión militar deseada sobre las elecciones en los Sudetes alemanes, que ya no podían ser evitadas."
El Acuerdo de Munich
"Según la opinión del Sr. Benes, sólo quedaban dos alternativas para Alemania: o aceptar esa movilización Checa y con ella un golpe vergonzoso a su prestigio, o ingeniosamente cancelar cuentas en la Checo-Eslovaquia. Esto habría significado una guerra sangrienta, tal vez implicando la movilización de las naciones de Europa occidental, que no tenía nada que ver en estos asuntos, pero que los harían participar en el inevitable baño de sangre y sumergiendo a la humanidad en una nueva catástrofe en la que algunos tendrían el honor de perder sus vida y otros el placer de obtener beneficios de la guerra. Ustedes señores conocen, las decisiones que tomé en aquel momento:
1. La solución de esta cuestión tomada el 2 de octubre de 1938. [NT. Acuerdo de Munich]
2. Los preparativos para esta solución con todos los medios necesarios para no dejar duda de que cualquier intento de intervención se alcanzaran mediante la fuerza unida de toda la nación.
Fue en esta coyuntura que decreté y ordené la construcción de las fortificaciones del oeste. El 25 de septiembre 1938 ya estaban en tal estado que su poder de resistencia fue de treinta a cuarenta veces mayor que la de la vieja Línea Siegfried en la Gran Guerra. Ahora han sido prácticamente concluida y en la actualidad están siendo ampliadas por las nuevas líneas fuera de Aquisgrán y Saarbrücken que después ordené. Estas líneas de defensa también están listas.
En vista de la calidad de estas, las más grandes fortificaciones jamás construidas, la nación alemana puede sentirse perfectamente segura de que ningún poder en este mundo podrá tener éxito intentando romper este frente. Cuando el primer intento de provocación utilizando la movilización Checa no logró producir el resultado deseado, comenzó la segunda fase, en la que los motivos que subyacen a una cuestión que preocupa realmente a Europa Central solamente, eran aún más evidentes.
Si el grito de "Nunca otro, Munich" se plantea en el mundo de hoy, esto no hace sino confirmar el hecho de que la solución pacífica de los problemas parece ser la cosa más torpe que ha pasado a los ojos de los belicistas. Ello lamentan que no se haya derramado sangre, por cierto no su sangre, porque esos agitadores nunca están donde se oyen los disparos, sino sólo donde se hace dinero. No! Es la sangre de los muchos soldados sin nombre!
Por otra parte, no habría habido necesidad de la Conferencia de Munich, porque esa conferencia sólo fue posible por el hecho de que los países que al principio había incitado a los interesados para resistir a toda costa, se vieron obligados más tarde, cuando la situación de presión para una solución de una manera u otra, les aseguraba un retiro más o menos respetable, porque sin Munich -es decir, sin la interferencia de los países de Europa Occidental- una solución de todo el problema -si es que se hubiera tornado tan agudo- muy probablemente habría sido la cosa más fácil del mundo.
La decisión de Munich nos llevó a los siguientes resultados:
1. El retorno al Reich de las partes más esenciales de los asentamientos alemanes en la frontera de Bohemia y Moravia;
2. Mantener abierta la posibilidad de una solución de otros problemas de Estado, esto es, la devolución o separación de las minorías húngaras y eslovacas;
3. Todavía quedaba la cuestión de las garantías. En cuanto a Alemania e Italia se refiere, la garantía de este estado se había, desde el principio, supeditado en el consentimiento de todas las partes interesadas en la frontera con Checo-Eslovaquia, es decir, la garantía se acopló con la solución real del problema relativo a las partes mencionadas, que no estaban todavía resueltas.
Los siguientes problemas quedaron todavía pendientes:
1. El retorno de los distritos magyares a Hungría;
2. El retorno de los distritos polacos a Polonia;
3. La solución de la cuestión Eslovaca;
4. La solución de la cuestión ucraniana.
Como ustedes saben, las negociaciones entre Hungría y Checo-Eslovaquia apenas había comenzado cuando tanto los negociadores húngaros como los checoslovacos, solicitaron a Alemania e Italia, el país que se encuentra de la mano con Alemania, para actuar como árbitros en la definición de las nuevas fronteras entre Eslovaquia, la Ucrania-Carpática y Hungría. Los países afectados no hicieron uso de la oportunidad de apelar a las cuatro potencias, por el contrario, renunciaron expresamente a esa oportunidad. Incluso se negaron. Y eso era natural. Todas las personas que viven en ese territorio desean paz y tranquilidad. Italia y Alemania estaban preparadas para responder al llamado. Ni Inglaterra ni Francia formularon objeción alguna a dicho acuerdo, aunque en realidad constituía una salida formal del acuerdo de Munich. Pero, tampoco lo han hecho. Hubiera sido una locura de París o Londres protestar contra una acción por parte de Alemania o Italia, que se habría llevado a cabo exclusivamente a petición de los países afectados. Como siempre sucede en estos casos, la decisión a la que llegaron Alemania e Italia no resultó del todo satisfactoria para las partes. Desde el principio, la dificultad fue que tenía que ser aceptado voluntariamente por ambas partes. Así, después de su aceptación por los dos estados, se habrían planteado protestas violentas.
Hungría, impulsada por intereses generales y específicos, exigió la Ucrania-Carpática, mientras que Polonia exigía medios directos de comunicación con Hungría. Estaba claro que en dichas circunstancias, incluso el resto del Estado que Versalles había creado, estaba predestinado a la extinción. Era un hecho que tal vez únicamente un solo Estado estaba interesado en la preservación del statu quo y ese Estado fue Rumania. El hombre más autorizado para hablar en nombre de ese país me dijo personalmente cuán deseable sería contar con una línea directa de comunicación con Alemania, quizás a través de Ucrania y Eslovaquia. Menciono esto como una indicación, según los clarividentes de Estados Unidos, "de la magnitud del sufrimiento, que la amenaza de Alemania, significa para Rumania".
Pero ya era evidente que Alemania no podía emprender la tarea de oponerse de manera permanente a un desarrollo natural, ni de luchar para mantener un estado de cosas sobre las que no teníamos ninguna responsabilidad. Se llegó por tanto a la etapa, en que me decidí a hacer una declaración en nombre del gobierno alemán, en el sentido de que no teníamos intención de incurrir por más tiempo en el reproche de oponernos a los deseos comunes de Polonia y Hungría respecto a sus fronteras, simplemente para mantener abierto el camino del acercamiento entre Alemania y Rumania.
Dado que, por otra parte, el gobierno checo recurrió una vez más a sus viejos métodos y como Eslovaquia también dio expresión a su deseo de independencia, la ulterior existencia de ese artificial Estado, estaba fuera de toda posibilidad. A la estructura de la Checo-Eslovaquia elaborada en Versalles le había llegado su día. Se disolvió no porque Alemania deseara su disolución, sino porque, en el largo plazo, es imposible mantener y sostener estados artificiales creados en las mesas de conferencias, ya que son incapaces de sobrevivir. En consecuencia, en respuesta a una pregunta sobre una garantía pedida por Inglaterra y Francia unos días antes de la disolución de ese Estado, Alemania se negó a darla ya que las condiciones establecidas en Munich ya no existían.
Por el contrario, después que toda la estructura del Estado había empezado a romperse y en realidad ya se había disuelto, el gobierno alemán decidió intervenir. Que lo hizo sólo en cumplimiento de un deber evidente lo demuestran los hechos siguientes. Con motivo de la primera visita del Ministro de Relaciones Exteriores checo, el Sr. Chvalkovsky en Munich, el gobierno alemán se pronunció claramente sobre el futuro de Checo-Eslovaquia. Personalmente le aseguré al Sr. Chvalkovsky en esa ocasión, que siempre y cuando las importantes minorías alemanas que permanecían en el territorio checo fueran tratadas correctamente y se les proporcionara una solución integral en todo ese Estado, podríamos entonces garantizar una actitud correcta por parte de Alemania y no pondríamos obstáculos para la viabilidad de ese Estado.
Pero también dejé en claro más allá de toda duda, que si los checos tomaban medidas en concordancia con la línea política del ex presidente Benes, no toleraríamos tales situaciones, y las reprimiríamos apenas comenzaran. También señalé que el mantenimiento de un enorme arsenal militar en Europa Central, sin ninguna razón o propósito, sólo podría considerarse como una señal de peligro.
Los acontecimientos posteriores demostraron cuán justificadas fueron mis advertencias. Un flujo en constante crecimiento de la propaganda clandestina y una tendencia gradual de los periódicos checos a recaer en sus viejas tendencias hizo evidente, incluso para el más perfecto iluso, que el viejo estado de cosas pronto se restablecería. El riesgo de un conflicto militar era aún mayor ya que siempre existía la posibilidad de que algún loco pudiera tomar el control de los grandes depósitos de municiones. Esto implicaba el peligro de una enorme explosión. Como prueba de ello, me veo obligado, señores, darles una idea de la amplitud verdaderamente gigantesca de esta tienda internacional de municiones en Europa Central.
Desde la ocupación de ese territorio, se han tomado y puesto en custodia los siguientes elementos:
Fuerza Aérea: aviones, 1582; cañones antiaéreos, 501.
Ejército: armas ligeras y pesadas, 2175; lanzadores de minas, 785; tanques, 469; ametralladoras, 43.876; pistolas automáticas, 114.000; fusiles, 1,090.000.
Municiones: de infantería, cerca de 1.000.000.000 de rondas, granadas de artillería, más de 3,000.000 de rondas.
Otros implementos de guerra de todo tipo, por ejemplo, equipos de construcción de puentes, detectores de aviones, reflectores antiaéreos, instrumentos de medida, vehículos de motor y vehículos especiales de motor en grandes cantidades.
Creo que es una bendición para millones y millones que, gracias al hecho de que los ojos de hombres responsables en el otro lado se abrieron en el último momento, que logré evitar esa explosión y encontramos una solución que, estoy convencido, finalmente ha suprimido el problema de esta fuente de peligro en Europa Central. El argumento de que esta solución es contraria al Acuerdo de Munich no tiene asidero o confirmación. Ese acuerdo no podría en ningún caso considerarse definitivo, ya que se admitió que dejó otros problemas que aún requerían solución.
No se nos puede reprochar el hecho de que las partes interesadas y esto es lo principal - no se presentaron a las cuatro potencias, sino sólo a Italia y Alemania, ni por el hecho de que ese Estado se escindió por propia voluntad y por consiguiente, Checo-Eslovaquia dejó de existir. Fue, sin embargo, comprensible que, después de que principios etnográficos hacía tiempo que habían sido violados, Alemania debía tomar bajo su protección sus intereses de mil años de antigüedad, las cuales no eran sólo de naturaleza política, sino también económica. El futuro dirá si la solución que Alemania encontró es correcta o incorrecta. Sea buena o no, la solución que ha hallado Alemania lo cierto es que no está sujeta a la supervisión ni a la crítica inglesas; porque Bohemia y Moravia como restos de la antigua Checo-Eslovaquia, nada tienen que ver ya con el acuerdo da Munich. De igual manera que las medidas tomadas por Inglaterra, por ejemplo en la Irlanda del Norte, estén bien o mal, no están sujetas a la supervisión ni a la crítica alemana.
Este es el caso de esos antiguos electorados alemanes. Sin embargo, no logro comprender cómo el acuerdo a que llegamos el señor Chamberlain y yo, en Munich, puede referirse a este caso, porque el caso de Checo-Eslovaquia fue resuelto en la Conferencia de las Cuatro Potencias de Munich, hasta el punto en que podría haberse resuelto en ese entonces. Aparte de eso, se estableció simplemente la aclaración de que si las partes interesadas no llegaban a un acuerdo, tendrían el derecho a apelar a las cuatro Potencias que habían firmaron el Pacto, y que de ocurrir ese caso, se reunirían de nuevo para celebrar otra consulta después de la expiración de un plazo de tres meses.
Sin embargo, esas partes interesadas no apelaron a las cuatro Potencias sino que se dirigieron tan sólo a Alemania y a Italia. Eso estaba plenamente justificado y se demuestra por el hecho de que ni Inglaterra ni Francia formularon objeciones, sino que aceptaron la resolución dictada por Alemania e Italia. No, el acuerdo entre Chamberlain y yo, no tenía nada que ver con estos problemas, sino únicamente con las cuestiones relativas a las relaciones entre Inglaterra y Alemania. Esto queda patente por el hecho de que esas cuestiones se tratarán en el futuro en el espíritu del acuerdo de Munich y del Acuerdo Naval Anglo-Alemán, es decir, con un espíritu amistoso de la consulta.
Disolución del Acuerdo Naval Anglo-Alemán
No obstante, si ese acuerdo se aplicara a todas las actividades alemanas futuras de carácter político, Inglaterra tampoco debería tomar medida alguna ya sea en Palestina o en otro lugar, sin antes consultar con Alemania. Es obvio que no esperamos eso, del mismo modo que nos negamos a permitir cualquier fiscalización similar contra nosotros. Ahora, si el señor Chamberlain decide que el acuerdo de Munich está cancelado porque lo hemos quebrantado, tomaremos nota de ello y obraremos en consecuencia.
Durante toda mi carrera política siempre he propuesto la idea de una estrecha amistad y colaboración entre Alemania e Inglaterra. En mi Partido me encontré con muchos otros que tenían la misma idea y deseo. Tal vez se unieron a mí por mi actitud en ese sentido. Este deseo de amistad y cooperación anglo-alemana no se basa únicamente en los sentimientos sobre la base de los orígenes raciales de nuestros dos pueblos, sino también a mi comprensión de la importancia de la existencia del Imperio Británico para toda la humanidad.
Nunca he dejado lugar para que quepa ninguna duda de mi creencia de que la existencia de ese imperio es un factor de valor inestimable para el conjunto de la cultura humana y la vida económica mundial. Por cualquiera que fueran los medios, Gran Bretaña ha adquirido sus territorios coloniales -y sé que esos medios eran de fuerza y con frecuencia de brutalidad. Sé muy bien que ningún otro imperio jamás se ha creado de otra manera, y que, en última instancia, no se trata tanto de los métodos, que se tienen en cuenta en la historia o en el éxito o no éxito de los métodos, como tales, sino más bien en el interés general que los métodos producen. Ahora, no hay duda de que el pueblo anglosajón ha realizado una inmensa labor colonizadora en el mundo. Por esa obra tiene mi sincera admiración.
La idea de la destrucción de esa obra me parecía y todavía me parece, desde el punto de vista más elevado de la humanidad, como nada más que una manifestación de la destrucción sin sentido humano. Sin embargo, mi sincero respeto por ese logro no significa que yo ignore la seguridad de la vida de mi propio pueblo. Me parece imposible de alcanzar una amistad duradera entre los pueblos alemán y anglosajón, si la otra parte no reconoce que hay alemanes, así como intereses alemanes y británicos, que así como la preservación del Imperio Británico es el objeto y la vida de los británicos, así también la libertad y la preservación del Reich alemán es el propósito de vida de los alemanes.
Una verdadera amistad duradera entre estas dos naciones sólo es concebible en una base de respeto mutuo. El pueblo Inglés gobierna un gran imperio. Ellos construyeron ese imperio en un momento en que el pueblo alemán se encontraba débil. Alemania había sido un gran imperio. Hubo un tiempo en que gobernó el Occidente. En sangrientas luchas y disensiones religiosas, y como resultado de la desintegración política interna, este imperio se sumió en la decadencia y su grandeza finalmente cayó en un profundo sueño.
Pero al igual que ese viejo imperio parecía haber llegado a su fin, las semillas de su renacimiento fueron surgiendo. A partir de Brandenburgo y Prusia surgió una nueva Alemania, el Segundo Reich, del que por fin ha surgido el Tercer Reich del Pueblo Alemán. Y espero que todos los ingleses entiendan que no sentimos el más mínimo sentimiento de inferioridad con los británicos. La parte que hemos jugado en la historia es demasiado grande para eso. Inglaterra ha dado al mundo muchos grandes hombres y Alemania no menos que ellos. La férrea lucha por el mantenimiento de la vida de nuestro pueblo en el transcurso de tres siglos, costó un sacrificio de vidas que supera con creces lo que otros pueblos han tenido que sufrir para mantener su existencia.
Si Alemania, un país que siempre ha sido atacado, no fue capaz de retener sus posesiones y se vio obligado a sacrificar muchas de sus provincias, fue debido sólo a su lamentable situación política y a la impotencia que resultó de ella. La situación ha sido revertida. Por lo tanto, nosotros, los alemanes no nos sentimos en lo más mínimo inferiores a la nación británica. Nuestra autoestima es tan grande como la de un inglés. En la historia de nuestro pueblo, a lo largo de aproximadamente dos mil años, han ocurrido suficientes acontecimientos y logros que nos llenan de legítimo orgullo.
Ahora, si Inglaterra no puede entender nuestro punto de vista, pensando acaso que puede considerar a Alemania como un Estado vasallo, entonces nuestro amor y afecto por Inglaterra han sido desperdiciados. No vamos a hundirnos en la desesperación ni perderemos entusiasmo por ello, pero - basándose en la conciencia de nuestra propia fuerza y en la fuerza de nuestros amigos - vamos a encontrar los medios para garantizar nuestra independencia sin menoscabo de nuestra dignidad. He escuchado la declaración del Primer Ministro británico en el sentido de que no es capaz de tener ninguna confianza en las garantías alemanas. En estas circunstancias considero que es una cosa natural, que ya no debemos esperar que él o el pueblo británico pueda soportar el peso de una situación que significa una tarea demasiado difícil para ellos y que sólo puede ser superada en una atmósfera de confianza mutua.
Cuando Alemania se convirtió en Nacionalsocialista y así abrió el camino para su resurrección nacional, en cumplimiento de mi inquebrantable política de amistad con Inglaterra, por mi propia voluntad, hice la propuesta para la restricción voluntaria de armamentos navales alemanes. Esa restricción, sin embargo, estaba basada en una condición, a saber, la voluntad y la convicción de que una guerra entre Inglaterra y Alemania nunca volvería a ocurrir. Este deseo y esta convicción continúan vivos hoy en mí.
Sin embargo, estoy ahora obligado a declarar que la política de Inglaterra, tanto de forma extraoficial como oficial, no deja ninguna duda al hecho de que dicha convicción ya no es compartida en Londres, y que, por el contrario, prevalece la opinión de que existe no importa en qué conflictos Alemania pueda algún día estar enredada, Gran Bretaña siempre tomará una posición en contra de Alemania. Así, la guerra contra Alemania se da por sentada en ese país.
Lamento profundamente que esto haya pasado, porque la única reclamación que he hecho y seguiré haciéndole a Inglaterra es la devolución de nuestras colonias. Pero siempre he dejado muy claro que esto nunca se convertiría en una de las causas de conflictos militares entre nosotros. Siempre he sostenido que los ingleses, para quienes esas colonias no tienen ningún valor, algún día comprenderán la situación de Alemania, y entonces valorarán más la amistad de Alemania que la posesión de territorios que, aunque a ellos no les otorga beneficios reales, son de vital importancia para Alemania.
Sin embargo, aparte de eso, nunca he presentado una reclamación que pudiera de alguna manera interferir con los intereses británicos o se hayan convertido en un peligro para su Imperio y, por tanto significaran algún tipo de daño para Inglaterra. Siempre he mantenido dentro de los límites de esas demandas íntimamente ligadas al territorio que le corresponde a Alemania, y por lo tanto se refieren a la propiedad eterna de la nación alemana. Pero, como hoy Inglaterra, tanto desde la prensa como oficialmente, defiende la opinión de que debe oponerse en cualquier circunstancia a Alemania y lo confirma por la familiar política de acorralamiento, la base del tratado naval ha sido eliminado. Por tanto, he decidido enviar hoy una comunicación a tal efecto al Gobierno británico.
Esto no es para nosotros un asunto de importancia material práctica porque todavía espero que seremos capaces de evitar una carrera armamentista con Inglaterra, pero sí es una acción de auto respeto. Si el Gobierno británico, en cambio, desea entrar una vez más en negociaciones con Alemania sobre este asunto, nadie estaría más feliz que yo, ante la perspectiva de seguir siendo capaz de llegar a un entendimiento claro y directo.
Alemania sólo está recuperando lo que le pertenece
Por otra parte, yo conozco a mi gente y confío en ellos. No queremos nada que antes no nos perteneciera y por nuestra parte nunca robaremos la propiedad de ningún Estado, pero el que crea que es capaz de atacar a Alemania, se encontrará frente a una medida de fuerza y resistencia, que en comparación, lo ocurrido en 1914 es insignificante. En relación con esto quiero decirlo aquí y ahora, de que el asunto fue usado como el punto de partida para la nueva campaña contra el Reich, por los mismos círculos que provocaron la movilización de Checo-Eslovaquia.
Ya les he asegurado señores, al comienzo de mi intervención, que nunca, ya sea en el caso de Austria o en el caso de Checo-Eslovaquia, he adoptado ninguna actitud en mi vida política que no fuera compatible con los acontecimientos que han ocurrido ahora. Por lo tanto, en relación con el problema de los alemanes de Memel, si esta cuestión no fue resuelta por la propia Lituania en una forma digna y generosa, un día tendrá que ser planteada por Alemania.
Ustedes saben que el territorio de Memel también se escindió arbitrariamente del Reich por el Dictado de Versalles y que finalmente, en el año 1923, es decir, en medio de un período de paz total, ese territorio fue ocupado por Lituania y así se puede decir que confiscado. El destino de los alemanes de Memel ha sido desde entonces un verdadero martirio.
En el curso de la reincorporación de Bohemia y Moravia al marco del Reich alemán, también era posible para mí llegar a un acuerdo con el Gobierno de Lituania, que permitiera el regreso de ese territorio a Alemania, sin ningún tipo de acto de violencia y sin derramamiento de sangre. También en ese caso no he exigido un kilómetro cuadrado más de lo que anteriormente poseíamos y que no nos hubieran sido robados.
Esto significa, por tanto, que ese territorio sólo ha regresado al Reich alemán, porque había sido arrancado de nosotros por los dementes que dictaron la paz en Versalles. Pero esta solución, estoy convencido, sólo será ventajosa para las relaciones entre Alemania y Lituania, ya que Alemania, como nuestra actitud ha demostrado, no tiene otro interés que el de vivir en paz y amistad con ese estado, y establecer y fomentar las relaciones económicas con él.
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fermat el Sab Jun 30, 2012 7:24 pm, editado 1 vez en total.
Nunca se hace el mal tan plena y alegremente como cuando se hace por motivos de conciencia (B. Pascal)