El proceso contra Kappler
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El proceso contra Kappler
EL PROCESO CONTRA HERBERT KAPPLER
Fuente: http://www.jamd.com/search?assettype=g& ... RT+KAPPLER
ANTE EL TRIBUNAL MILITAR, EL RESPONSABLE DE LA SANGRIENTA MTANZA DE ROMA
Fuente de todo el artículo: Crónica Militar y Política de la Segunda Guerra Mundial, editada por SARPE, tomo 7, págs 300-313
Saludos cordiales
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ANTE EL TRIBUNAL MILITAR, EL RESPONSABLE DE LA SANGRIENTA MTANZA DE ROMA
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- Erich Hartmann
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CÓMO ESTABA COMPUESTO EL TRIBUNAL
El Tribunal Militar Territorial de Roma que juzgó al ex SS Herbert Kappler y a los otros seis acusados de la matanza de las Fosas Ardeatinas estaba compuesto por el General de Brigada Euclide Fantoni, Presidente; Teniente Coronel Jurídico, Carmelo Carbone, Juez Relator; Coronel de Infantería, Gustavo Valente, Juez; Coronel de Antiaéreos, Giuseppe Sivieri, Juez; Coronel de infantería, Paolo De Rita, Juez; Teniente Coronel, Vittorio Veutro, Fiscal.
Saludos cordiales
El Tribunal Militar Territorial de Roma que juzgó al ex SS Herbert Kappler y a los otros seis acusados de la matanza de las Fosas Ardeatinas estaba compuesto por el General de Brigada Euclide Fantoni, Presidente; Teniente Coronel Jurídico, Carmelo Carbone, Juez Relator; Coronel de Infantería, Gustavo Valente, Juez; Coronel de Antiaéreos, Giuseppe Sivieri, Juez; Coronel de infantería, Paolo De Rita, Juez; Teniente Coronel, Vittorio Veutro, Fiscal.
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- STEINER
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Una pregunta, se corresponde con la realidad la película protagonizada por Marcelo Masstronianni y Richard Burton?, és la misma história ?, és fidedigna la pelicula?.
un saludo amigos.
http://es.youtube.com/watch?v=gNRIUfu2sUc
un saludo amigos.
http://es.youtube.com/watch?v=gNRIUfu2sUc
"Por fín un enemigo digno con quién luchar y morir".
- Erich Hartmann
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EL RESPONSABLE DE LA MATANZA DE LAS FOSAS ARDEATINAS
"Das Befehl ist Befehl": Una orden es una orden. Esa fue la única disculpa de Kappler
El proceso contra Herbert Kappler, responsable de la matanza de las Fosas Ardeatinas, comienza el 3 de mayo de 1948 en la sala del Tribunal Militar Territorial de Roma repleta de público hasta lo inverosímil, especialmente por los parientes y amigos de las 335 víctimas de la matanza del 24 de marzo de 1944. Mientras Kappler, de cuarenta y un años, teniente coronel de las SS, con chaqueta cruzada azul oscuro y camisa blanca sin corbata, entra en la sala con paso firme y ocupa su sitio en la primera fila del banquillo de los acusados, un hombre anciano, de bigote blanco, le grita tres veces en alemán: "Schwein und Hund", "cerdo y perro". Aquel hombre era el padre del capitán de Carabinieri Genserico Fontana, de veintiséis años, medalla de oro, asesinado con los demás en las Fosas Ardeatinas. Ese grito desata la confusión. Gritos y llanto de mujeres, voces amenazadoras, puños dirigidos hacia el acusado que está a muy pocos metros de las barandillas de contención y no cesa de secarse nerviosamente el sudor que le baña la frente y el cuello. "¡Quisiera arrancarle esos ojos que han visto lo que les hicieron a mi padre y a mi hermano!", grita una mujer todavía joven, vestida de negro, a la que a duras penas pueden contener dos carabinieri. Junto a Kappler se sientan, pálidos y aterrorizados, los otros cinco acusados, que llevan uniformes mitad alemanes y mitad norteamericanos. Son el comandante de las SS Borante Domiziaff, de cuarenta y un años, jefe del tercer destacamento del Sicherheitsdienst (SD) y el capitán de las SS Hans Clemens, de cuarenta y seis años, superintendente de las cárceles alemanas de la calle Tasso de Roma. Estos, inmediatamente después del atentado, registraron las casas de la calle Rasella. Además, durante la matanza Domiziaff estaba al frente del pelotón que fusiló a las primeras cinco victimas.
En el banquillo posterior se sientan el brazo derecho de Kappler, capitán Kart Schutze, de cuarenta años, el sargento mayor Karl Wiedner, de cuarenta años, y el brigada jefe Johannes Quapp, de treinta y cuatro años, que ayudó a Kappler a preparar la lista de las víctimas.
A las 10 entra el Tribunal Militar. El presidente, general Fantoni, pide silencio repetidamente, pero la confusión es tal, que el alto jefe se ve obligado a mandar desalojar la sala. Inmediatamente los jueces disponen que se aplace el proceso para el 28 de mayo con el fin de dar tiempo para que llegue de Alemania el abogado pedido por la defensa, Heinrich Müller, de Hannover. Pero antes invita al secretario Mario Siracusa a leer el largo texto de los cargos que se hacen a Kappler y a los demás acusados.
La sentencia de envió a juicio, después de haber descrito los meses que pasó Italia bajo la ocupación nazi, subraya que la "caza de hombres" en las calles de Roma por parte de la policía alemana y fascista era "despiadada", y que una categoría contra la que apuntaba especialmente el ocupante era "la de los judíos, contra los cuales estaba vigente en Alemania un sistema legislativo inhumano.
Dos episodios ocurridos antes de la matanza de las Fosas Ardeatinas, de los que Kappler fue protagonista, confirman esa actitud del ocupante nazi con relación a los judíos.
Saludos cordiales
"Das Befehl ist Befehl": Una orden es una orden. Esa fue la única disculpa de Kappler
El proceso contra Herbert Kappler, responsable de la matanza de las Fosas Ardeatinas, comienza el 3 de mayo de 1948 en la sala del Tribunal Militar Territorial de Roma repleta de público hasta lo inverosímil, especialmente por los parientes y amigos de las 335 víctimas de la matanza del 24 de marzo de 1944. Mientras Kappler, de cuarenta y un años, teniente coronel de las SS, con chaqueta cruzada azul oscuro y camisa blanca sin corbata, entra en la sala con paso firme y ocupa su sitio en la primera fila del banquillo de los acusados, un hombre anciano, de bigote blanco, le grita tres veces en alemán: "Schwein und Hund", "cerdo y perro". Aquel hombre era el padre del capitán de Carabinieri Genserico Fontana, de veintiséis años, medalla de oro, asesinado con los demás en las Fosas Ardeatinas. Ese grito desata la confusión. Gritos y llanto de mujeres, voces amenazadoras, puños dirigidos hacia el acusado que está a muy pocos metros de las barandillas de contención y no cesa de secarse nerviosamente el sudor que le baña la frente y el cuello. "¡Quisiera arrancarle esos ojos que han visto lo que les hicieron a mi padre y a mi hermano!", grita una mujer todavía joven, vestida de negro, a la que a duras penas pueden contener dos carabinieri. Junto a Kappler se sientan, pálidos y aterrorizados, los otros cinco acusados, que llevan uniformes mitad alemanes y mitad norteamericanos. Son el comandante de las SS Borante Domiziaff, de cuarenta y un años, jefe del tercer destacamento del Sicherheitsdienst (SD) y el capitán de las SS Hans Clemens, de cuarenta y seis años, superintendente de las cárceles alemanas de la calle Tasso de Roma. Estos, inmediatamente después del atentado, registraron las casas de la calle Rasella. Además, durante la matanza Domiziaff estaba al frente del pelotón que fusiló a las primeras cinco victimas.
En el banquillo posterior se sientan el brazo derecho de Kappler, capitán Kart Schutze, de cuarenta años, el sargento mayor Karl Wiedner, de cuarenta años, y el brigada jefe Johannes Quapp, de treinta y cuatro años, que ayudó a Kappler a preparar la lista de las víctimas.
A las 10 entra el Tribunal Militar. El presidente, general Fantoni, pide silencio repetidamente, pero la confusión es tal, que el alto jefe se ve obligado a mandar desalojar la sala. Inmediatamente los jueces disponen que se aplace el proceso para el 28 de mayo con el fin de dar tiempo para que llegue de Alemania el abogado pedido por la defensa, Heinrich Müller, de Hannover. Pero antes invita al secretario Mario Siracusa a leer el largo texto de los cargos que se hacen a Kappler y a los demás acusados.
La sentencia de envió a juicio, después de haber descrito los meses que pasó Italia bajo la ocupación nazi, subraya que la "caza de hombres" en las calles de Roma por parte de la policía alemana y fascista era "despiadada", y que una categoría contra la que apuntaba especialmente el ocupante era "la de los judíos, contra los cuales estaba vigente en Alemania un sistema legislativo inhumano.
Dos episodios ocurridos antes de la matanza de las Fosas Ardeatinas, de los que Kappler fue protagonista, confirman esa actitud del ocupante nazi con relación a los judíos.
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El oro de Roma (26 de septiembre de 1943)
"El 26 de septiembre de 1943 las autoridades de la policía italiana invitaron al presidente de la Comunidad Judía de Roma, Dr. Ugo Foa, y al presidente de las comunidades judías italianas, Dr. Dante Almansi, a presentarse por la tarde, para unas notificaciones, en el despacho del comandante de la policía alemana de Roma, Herbert Kappler.
"Los dos se dirigieron a la cita fijada y fueron recibidos por Kappler. Este, en un primer momento, se entretuvo en una amable conversación de carácter general y, luego, cambiando de comportamiento, con palabras duras e incisivas, expuso un tema del siguiente tenor: 'Nosotros los alemanes os consideramos a los judíos como enemigos y os tratamos como a tales. No tenemos necesidad de vuestras vidas ni de la de vuestros hijos, pero en cambio necesitamos vuestro oro. Dentro de treinta y seis horas tenéis que entregar cincuenta kilos de oro; de los contrario serán apresados y deportados a Alemania doscientos judíos'.
"Los dos presidentes, tras haber tratado en vano de reducir la demanda de oro, se despidieron. Luego se entregaron inmediatamente al trabajo inherente a esa demanda, reuniendo a los exponentes más influyentes de la Comunidad para tomar una resolución pertinente.
"En aquella reunión, tras descartar la idea de dirigirse a la policía italiana debido a que, por alguna entrevista confidencial mantenida, se habían enterado de que esas autoridades no podían hacer nada para inducir a los alemanes a un comportamiento diferente, decidieron ceñirse a la exigencia para evitar males peores.
"Habiendo llegado al conocimiento de la mayor parte de los judíos residentes en Roma la demanda alemana, en breve lapso de tiempo llegó de su parte una oferta de objetos de oro que, en muchos casos, especialmente cuando se trataba de personas no acomodadas, constituían entrañables recuerdos de familia. También muchos católicos ofrecieron objetos de oro con gran impulso de generosidad. Algunos, no pudiendo entregar oro, contribuían con dinero. La Santa Sede, al enterarse del hecho, comunicó espontáneamente por vía oficiosa que, en caso de que no les fuera posible reunir en el plazo fijado el oro exigido, pondría a su disposición la diferencia, que le reembolsarían cuando la Comunidad se hallara en situación de hacerlo.
"Poco antes de que se cumplieran las treinta y seis horas los judíos recogieron solo los 50 kilos de oro y 2.021.540 liras.
"Los dos presidentes fueron recibidos por el sustituto de Kappler, el capitán Schutze, quien, con modales arrogantes, dio disposiciones para la pesada del oro, que se hizo con una balanza hasta para cinco kilos.
"Al terminar de pesar el oro llevado, con excepción de unos doscientos gramos que había quedado como residuo, el capitán Schutze afirmaba que las pesadas, de cinco kilos cada una, habían sido nueve y que, por consiguiente, el peso global alcanzado era de cuarenta y cinco kilos y no de cincuenta como debería ser. Los judíos sostenían con toda seguridad que las pesadas habían sido diez, pero, para evitar equívocos, pidieron que se volvieran a hacer las pesadas.
"El capitán Schutze respondió arrogantemente y se negaba a repetirlas".
Saludos cordiales
"El 26 de septiembre de 1943 las autoridades de la policía italiana invitaron al presidente de la Comunidad Judía de Roma, Dr. Ugo Foa, y al presidente de las comunidades judías italianas, Dr. Dante Almansi, a presentarse por la tarde, para unas notificaciones, en el despacho del comandante de la policía alemana de Roma, Herbert Kappler.
"Los dos se dirigieron a la cita fijada y fueron recibidos por Kappler. Este, en un primer momento, se entretuvo en una amable conversación de carácter general y, luego, cambiando de comportamiento, con palabras duras e incisivas, expuso un tema del siguiente tenor: 'Nosotros los alemanes os consideramos a los judíos como enemigos y os tratamos como a tales. No tenemos necesidad de vuestras vidas ni de la de vuestros hijos, pero en cambio necesitamos vuestro oro. Dentro de treinta y seis horas tenéis que entregar cincuenta kilos de oro; de los contrario serán apresados y deportados a Alemania doscientos judíos'.
"Los dos presidentes, tras haber tratado en vano de reducir la demanda de oro, se despidieron. Luego se entregaron inmediatamente al trabajo inherente a esa demanda, reuniendo a los exponentes más influyentes de la Comunidad para tomar una resolución pertinente.
"En aquella reunión, tras descartar la idea de dirigirse a la policía italiana debido a que, por alguna entrevista confidencial mantenida, se habían enterado de que esas autoridades no podían hacer nada para inducir a los alemanes a un comportamiento diferente, decidieron ceñirse a la exigencia para evitar males peores.
"Habiendo llegado al conocimiento de la mayor parte de los judíos residentes en Roma la demanda alemana, en breve lapso de tiempo llegó de su parte una oferta de objetos de oro que, en muchos casos, especialmente cuando se trataba de personas no acomodadas, constituían entrañables recuerdos de familia. También muchos católicos ofrecieron objetos de oro con gran impulso de generosidad. Algunos, no pudiendo entregar oro, contribuían con dinero. La Santa Sede, al enterarse del hecho, comunicó espontáneamente por vía oficiosa que, en caso de que no les fuera posible reunir en el plazo fijado el oro exigido, pondría a su disposición la diferencia, que le reembolsarían cuando la Comunidad se hallara en situación de hacerlo.
"Poco antes de que se cumplieran las treinta y seis horas los judíos recogieron solo los 50 kilos de oro y 2.021.540 liras.
"Los dos presidentes fueron recibidos por el sustituto de Kappler, el capitán Schutze, quien, con modales arrogantes, dio disposiciones para la pesada del oro, que se hizo con una balanza hasta para cinco kilos.
"Al terminar de pesar el oro llevado, con excepción de unos doscientos gramos que había quedado como residuo, el capitán Schutze afirmaba que las pesadas, de cinco kilos cada una, habían sido nueve y que, por consiguiente, el peso global alcanzado era de cuarenta y cinco kilos y no de cincuenta como debería ser. Los judíos sostenían con toda seguridad que las pesadas habían sido diez, pero, para evitar equívocos, pidieron que se volvieran a hacer las pesadas.
"El capitán Schutze respondió arrogantemente y se negaba a repetirlas".
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Los libros de Roma (28 de septiembre de 1943)
"Los dos presidentes rogaban vivamente al oficial alemán que se repitieran las pesadas y, tras mucha insistencia, consiguieron que se pesara de nuevo el oro, que resultó cincuenta kilos, como sostenían ellos. Luego pidieron la entrega de un recibo que atestiguara la entrega realizada, pero el capitán no accedió a esa demanda".
El 28 de septiembre un grupo de las SS, algunos de los cuales eran expertos en lengua hebrea, registraron en Roma los locales del Tempio Maggiore judío y se llevaron numerosos documentos y la suma de 2.021.540 liras, que estaba guardada en la caja fuerte. Al frente de estos militares estaba un capitán cuyo apellido parece ser Meyer.
En los días sucesivos, oficiales de las SS, uno de los cuales con uniforme de capitán se hacía pasar por profesor de lengua hebrea, visitaron la biblioteca de la Comunidad judía y la del Colegio Rabínico con el objeto declarado de llevarse los libros.
Los presidentes de la Comunidad Judía y de la Unión de las Comunidades, apenas recibieron la visita de aquellos oficiales, se dirigieron al ministerio de Instrucción Pública, pidiendo su intervención para evitar que se llevaran los libros de las dos bibliotecas, que tenían un valor nacional de gran importancia. En una de las cartas dirigidas al ministerio escribían entre otras cosas: "Se trata de un preciosísimo material de archivo (manuscritos, incunables, miniados, grabados orientales del siglo XVI, interesantes ejemplares de libros hebreos, etc.) que, hace algunos años, fue objeto de selección y catalogación hecha por un experto en la materia y que constituye un conjunto de notable importancia cultural, del que se vería privada Italia si se ejecutan las disposiciones de las autoridades alemanas, que evidentemente pretenden llevar a Alemania todo el precioso material de archivo".
El ministerio de I. P. no logró realizar una intervención eficaz ante las autoridades alemanas, y la obra de aquellos oficiales de las SS concluía con la apropiación de casi todos los volúmenes de aquellas bibliotecas, los cuales fueron cargados en dos vagones ferroviarios y enviados a Munich.
A pesar de que Herbert Kappler había prometido solemnemente que, mediante el pago de 50 kilos de oro, los judíos de Roma no serían molestados, el 16 de octubre de 1943 se llevó a cabo en esta ciudad una búsqueda organizada de judíos, tristemente famosa en la mente de la ciudadanía romana.
Ni el sexo —escribe el Dr. Foa en su relación confirmada en el sumario— ni la edad, ni la salud endeble, ni los méritos de ninguna clase sirvieron de escudo contra esa bárbara acción: viejos, niños, enfermos graves, moribundos, mujeres embarazadas y puérperas apenas aliviadas, todos fueron tomados sin distinción. Y mientras en el barrio del ex ghetto se desarrollaba esa escena de horror entre los gritos desesperados de las víctimas, los aullidos exasperados de los verdugos y las exclamaciones de espanto de los conciudadanos cristianos, que, al otro lado de los cordones alemanes asistían impotentes a la violencia inaudita que consumaban soldados extranjeros contra otros ciudadanos italianos en la ciudad sagrada de Roma, en la milenaria capital del estado italiano, por las calles de la urbe se desplegaban otras unidades de soldados hitlerianos a la caza de judíos, registrando sus moradas siguiendo unas listas preparadas de antemano.
Esa búsqueda era realizada por una unidad especial de las SS que había llegado exprofeso a Roma a las órdenes del capitán Danneker, quien, por medio de Kappler, había obtenido de la jefatura de policía de Roma unos veinte agentes de la Policía de Seguridad en calidad de colaboradores.
En esa trágica caza al hombre se capturaron más de mil judíos que, algunos días después, fueron deportados a campos de concentración. De éstos y de los mil judíos capturados aproximadamente, en los meses sucesivos y enviados también a campos de concentración, volvieron a sus casas menos de diez al término de la guerra.
Saludos cordiales
"Los dos presidentes rogaban vivamente al oficial alemán que se repitieran las pesadas y, tras mucha insistencia, consiguieron que se pesara de nuevo el oro, que resultó cincuenta kilos, como sostenían ellos. Luego pidieron la entrega de un recibo que atestiguara la entrega realizada, pero el capitán no accedió a esa demanda".
El 28 de septiembre un grupo de las SS, algunos de los cuales eran expertos en lengua hebrea, registraron en Roma los locales del Tempio Maggiore judío y se llevaron numerosos documentos y la suma de 2.021.540 liras, que estaba guardada en la caja fuerte. Al frente de estos militares estaba un capitán cuyo apellido parece ser Meyer.
En los días sucesivos, oficiales de las SS, uno de los cuales con uniforme de capitán se hacía pasar por profesor de lengua hebrea, visitaron la biblioteca de la Comunidad judía y la del Colegio Rabínico con el objeto declarado de llevarse los libros.
Los presidentes de la Comunidad Judía y de la Unión de las Comunidades, apenas recibieron la visita de aquellos oficiales, se dirigieron al ministerio de Instrucción Pública, pidiendo su intervención para evitar que se llevaran los libros de las dos bibliotecas, que tenían un valor nacional de gran importancia. En una de las cartas dirigidas al ministerio escribían entre otras cosas: "Se trata de un preciosísimo material de archivo (manuscritos, incunables, miniados, grabados orientales del siglo XVI, interesantes ejemplares de libros hebreos, etc.) que, hace algunos años, fue objeto de selección y catalogación hecha por un experto en la materia y que constituye un conjunto de notable importancia cultural, del que se vería privada Italia si se ejecutan las disposiciones de las autoridades alemanas, que evidentemente pretenden llevar a Alemania todo el precioso material de archivo".
El ministerio de I. P. no logró realizar una intervención eficaz ante las autoridades alemanas, y la obra de aquellos oficiales de las SS concluía con la apropiación de casi todos los volúmenes de aquellas bibliotecas, los cuales fueron cargados en dos vagones ferroviarios y enviados a Munich.
A pesar de que Herbert Kappler había prometido solemnemente que, mediante el pago de 50 kilos de oro, los judíos de Roma no serían molestados, el 16 de octubre de 1943 se llevó a cabo en esta ciudad una búsqueda organizada de judíos, tristemente famosa en la mente de la ciudadanía romana.
Ni el sexo —escribe el Dr. Foa en su relación confirmada en el sumario— ni la edad, ni la salud endeble, ni los méritos de ninguna clase sirvieron de escudo contra esa bárbara acción: viejos, niños, enfermos graves, moribundos, mujeres embarazadas y puérperas apenas aliviadas, todos fueron tomados sin distinción. Y mientras en el barrio del ex ghetto se desarrollaba esa escena de horror entre los gritos desesperados de las víctimas, los aullidos exasperados de los verdugos y las exclamaciones de espanto de los conciudadanos cristianos, que, al otro lado de los cordones alemanes asistían impotentes a la violencia inaudita que consumaban soldados extranjeros contra otros ciudadanos italianos en la ciudad sagrada de Roma, en la milenaria capital del estado italiano, por las calles de la urbe se desplegaban otras unidades de soldados hitlerianos a la caza de judíos, registrando sus moradas siguiendo unas listas preparadas de antemano.
Esa búsqueda era realizada por una unidad especial de las SS que había llegado exprofeso a Roma a las órdenes del capitán Danneker, quien, por medio de Kappler, había obtenido de la jefatura de policía de Roma unos veinte agentes de la Policía de Seguridad en calidad de colaboradores.
En esa trágica caza al hombre se capturaron más de mil judíos que, algunos días después, fueron deportados a campos de concentración. De éstos y de los mil judíos capturados aproximadamente, en los meses sucesivos y enviados también a campos de concentración, volvieron a sus casas menos de diez al término de la guerra.
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Las Fosas Ardeatinas (24 de marzo de 1944)
Hay que hacer notar que Kappler, aunque ajeno, como él afirmaba, al saqueo del Tempio Maggiore y a la expoliación de las bibliotecas judías y aunque no tomó parte activa en las capturas en masa del 16 de octubre de 1943 (hechos que no son objeto de acusación), mandó sucesivamente realizar detenciones de judíos, cuyo número, en el periodo noviembre de 1943-mayo de 1944, alcanzó la cifra de 1.200, aproximadamente; judíos que en su mayor parte fueron enviados a campos de concentración o fueron fusilados, como se verá a continuación, en las Fosas Ardeatinas. Lo cual es una prueba más de que, en la demanda del oro, no le movió a Kappler la intención de salvar vidas de judíos, sino la ambición de demostrar dotes de habilidad y de entrega a la política racista del nazismo".
El pliego de cargos, después de recordar cómo intervino Kappler inmediatamente en vía Rasella, cómo se puso en contacto con sus superiores y cómo, una vez recibido el encargo de la represalia, organizó la captura de las víctimas entre los detenidos de las cárceles de Regina Coeli y de las celdas de prisión de la Gestapo de la calle Tasso, recurriendo también a los judíos presos (que fueron 75 ó 78 y que, en rigor, aunque destinados a la deportación, no podían considerarse como condenados a muerte, "Totenkandidaten"), dice que el acusado Kappler impartió la orden de que todos los hombres bajo su mando, de nacionalidad alemana, debían participar en la ejecución. Al mismo tiempo ordenó al capitán Schutze que dirigiera la ejecución y le dio disposiciones especiales con respecto a la modalidad de la misma.
"Luego le dije a Schutze —afirmó— que, debido a la brevedad del tiempo, se debía disparar un solo tiro al cerebro de cada víctima y a quemarropa, para que el tiro fuera seguro, pero sin tocar la nuca con la boca del arma". Además encargó al capitán Kochler hallar inmediatamente, en alguna localidad cercana adecuada para la ejecución, una mina "de manera que se la pudiera transformar en cámara sepulcral cerrando las entradas".
Después de dar esas disposiciones, Kappler se fue a comer. Allí, algún tiempo después, el capitán Schutze le informaba que se había enterado poco antes de la muerte de un trigésimo tercer soldado entre los que habían quedado heridos tras el atentado. Kappler, enterándose por aquel oficial de que en la madrugada habían sido detenidos algunos judíos, le dio a éste la orden de incluir a diez de ellos entre los que debían ser fusilados. Entretanto llegó al comedor el capitán Kochler, quien comunicó a Kappler que se había hallado la mina para la ejecución y que "el oficial del cuerpo de ingenieros, que había visto el lugar, consideraba técnicamente sencillo cerrar la entrada de la mina". En seguida el acusado se dirigió, junto con el capitán Kochler, hacia el lugar elegido para la ejecución.
En el momento en que Kappler salía junto con Kochler, esto es, pocos minutos después de la conversación que había tenido lugar entre el primero y el capitán Schutze, se encontraba a la entrada un camión al que este último hizo subir a las víctimas. Estas se encontraban atadas con cuerdas con las manos a la espalda. No les habían dicho nada sobre su suerte. "Por último le pregunté a Schutze —afirmó el acusado Kappler en su interrogatorio— si había advertido a las víctimas. Schutze me respondió que efectivamente había pensado comunicárselo en un primer momento, pero que luego no lo había hecho para evitar que algún prisionero del primer camión pudiera gritar durante el camino que le conducían al fusilamiento, con el probable resultado de que al paso de los camiones siguientes se verificaran intentos de liberación".
Kappler se dirigió a la mina elegida por el capitán Kochler, que se hallaba en la localidad de las minas Ardeatinas, a un kilómetro de la puerta de San Sebastián. Al llegar allí inspeccionó la mina y luego salió afuera. Al salir encontró en la explanada el primer camión de victimas, que había llegado mientras él estaba dentro de la mina. Mientras se dirigía a los alrededores de las minas Ardeatinas, el capitán Schutze, quien, como se ha dicho, había recibido el encargo de dirigir la ejecución, reunía a los oficiales y suboficiales y, después de explicar la modalidad con que se debía efectuar la ejecución de las victimas, dijo que los que no tuvieran el valor de disparar, no tenían más escapatoria que la de ponerse al lado de los fusilados y que también ellos recibirían un disparo.
Luego comenzó la ejecución. Cinco militares alemanes se hacían cargo de cinco victimas, les hacían entrar en la cueva que estaba débilmente iluminada por las antorchas que sostenían otros militares colocados a cierta distancia uno de otro, y los acompañaban hasta el fondo, haciéndoles girar hacia otra cueva que se abría horizontalmente: allí obligaban a las victimas a arrodillarse y luego, cada uno de ellos disparaba contra la victima que le habían entregado.
Kappler participó, una primera vez, en la segunda ejecución, que él relata brevemente. "Cerca del camión —dice— me hice cargo de una víctima, cuyo nombre fue tachado por Priebke en una lista que tenía. Otro tanto hicieron los otros cuatro oficiales. Condujimos a las víctimas al mismo lugar y fueron muertas con las mismas modalidades un poco más atrás que las primeras cinco".
El acusado Clemens hace una narración análoga de la ejecución.
"Cuando disparé yo —afirma— las cinco víctimas habían sido llevadas a la cueva por soldados. Nosotros nos pusimos detrás y, al darse la orden, disparamos un solo tiro. Las víctimas estaban de rodillas y, después de caer, algunos soldados trasladaron los cadáveres hacia el fondo de las cavernas, donde ya se hallaban los cadáveres de las primeras. Luego salí de la cueva y no volví a entrar en ella, pero creo que las demás ejecuciones ocurrieron del mismo modo".
Los demás acusados confirmaron sustancialmente la modalidad descrita.
El tétrico espectáculo que, tras las primeras ejecuciones, se presentaba a la vista de las victimas, al entrar en la cueva y arrodillarse para ser fusiladas, lo expresa sintéticamente el testigo Amon, que estuvo presente en la ejecución, pero no disparó por no tener el valor. "Habría debido disparar —dice— pero cuando alzaron la antorcha y vi los muertos, me desmayé. Me horrorizó el espectáculo. Un compañero mío me dio un golpe y disparó en mi lugar".
La lectura del largo pliego de cargos duró, monótona, casi dos horas:
Kappler y los demás acusados la escuchaban, de pie, aparentemente impasibles, pero cuando, al aplazarse el proceso, el ex teniente coronel de las SS fue llevado de nuevo a su celda de Regina Coeli, por primera vez casi no tocará el alimento. "Su rostro, surcado por las cicatrices —cuenta un guardián a un periodista— está palidísimo; parece que está siempre a punto de desmayarse".
Al reanudarse el debate el 28 de mayo, se espera en vano oír la voz de Kappler; también aquella sesión, como la precedente, fue anegada por las controversias jurídicas: sobre el número de los testigos de la defensa (el Tribunal había admitido 19 sobre 34; luego concedió cinco más); sobre la posibilidad de convocar como testigos a Kesselring, Von Mackensen y Maeltzer (los jueces no se pronuncian) y sobre el defensor escogido, Müller, quien, apenas llegó de Alemania admitió que, antes de comunicársele el nombramiento como abogado adjunto, es decir, como defensor de los seis acusados, nunca había oído hablar del atentado de vía Rasella ni de la matanza de las Fosas Ardeatinas: "Me parece vagamente —dijo— que he leído algo en el sumario del proceso de Kesselring".
Abogado Nicola Borelli: "¡Pero, señores del Tribunal, si se tiene en cuenta la Convención de Ginebra de 1907, un adjunto debe considerarse como un auténtico abogado defensor!".
Una voz del público: "¿Qué derecho internacional?".
Otra voz del público: "¡Pues si que han tenido en cuenta estos monstruos el derecho internacional!".
En la sala estalla un tumulto cuando, entre los gritos confusos, se oye la voz de una mujer, quizá alemana, que grita: "Pero, a pesar de todo, estos acusados deben defenderse...".
Del público se eleva amenazador un coro de "¡Fuera!, ¡fuera!", "¡maldita!", "¡Echadla afuera!", "¡es una de ellos!", tanto que el presidente del Tribunal tiene que volver a hacer desalojar la sala. Al entrar de nuevo los jueces, admitirán a Müller como adjunto, no como abogado defensor.
Herbert Kappler no tomó la palabra hasta el 31 de mayo y habló casi cuatro horas comenzando el relato desde 1939, cuando le mandaron a Italia. El acusado se expresaba lentamente en italiano, y consultaba frecuentemente un cuaderno de notas. Alguna vez hace que intervenga un intérprete y, de capitulo en capítulo, llega a la descripción del atentado de la vía Rasella y de la organización de la matanza de las Fosas Ardeatinas.
Presidente: "¿Cuántos judíos apresó para completar la lista?".
Kappler: "Cincuenta y siete. Era mejor poner en la lista judíos que incluir en ella italianos, cuya culpabilidad era más difícil de demostrar".
Presidente: "Al examinar los expedientes, ¿se dio cuenta de que iba a mandar a la muerte a muchachos de catorce años?
Kappler: "Había dado disposiciones de entregarme hombres; pero debo reconocer que no ordené excluir a los menores de edad".
Presidente: "Pero en esos grupos habría también culpables menores de edad. ¿Cómo pudo juzgarlos a todos dignos de muerte?".
Kappler: "Hay que tener en cuenta que se trataba de una represalia. Si hubiera tenido que seguir al pie de la letra las órdenes del general Maeltzer, que por algo se llamaba 'el rey de Roma', habría tenido que fusilar a todos los hallados en vía Rasella y sus cercanías".
Presidente: "Y los hermanos Cibelli, de quince y diecisiete años, ¿por qué fueron mandados a la muerte? Eran tan jóvenes...".
Kappler: "Yo no ¡os puse en la lista. Fueron fusiladas cinco personas de más y nunca se podrá determinar cómo ocurrió. Hay que recordar que, para completar la lista, la policía italiana nos suministró cincuenta personas y que en esto las cosas no se desarrollaron demasiado regularmente. Precisamente en estos días me he enterado en Regina Coeli de que se abrió una celda en esa cárcel y se entregaron a todos los que estaban dentro. Evidentemente el guardián se había asustado, porque había visto llegar a la cárcel a dos oficiales alemanes para reclamar a los detenidos y, en lugar de seguir la lista, les entregó a todos los que tenía en ese momento".
Saludos cordiales
Hay que hacer notar que Kappler, aunque ajeno, como él afirmaba, al saqueo del Tempio Maggiore y a la expoliación de las bibliotecas judías y aunque no tomó parte activa en las capturas en masa del 16 de octubre de 1943 (hechos que no son objeto de acusación), mandó sucesivamente realizar detenciones de judíos, cuyo número, en el periodo noviembre de 1943-mayo de 1944, alcanzó la cifra de 1.200, aproximadamente; judíos que en su mayor parte fueron enviados a campos de concentración o fueron fusilados, como se verá a continuación, en las Fosas Ardeatinas. Lo cual es una prueba más de que, en la demanda del oro, no le movió a Kappler la intención de salvar vidas de judíos, sino la ambición de demostrar dotes de habilidad y de entrega a la política racista del nazismo".
El pliego de cargos, después de recordar cómo intervino Kappler inmediatamente en vía Rasella, cómo se puso en contacto con sus superiores y cómo, una vez recibido el encargo de la represalia, organizó la captura de las víctimas entre los detenidos de las cárceles de Regina Coeli y de las celdas de prisión de la Gestapo de la calle Tasso, recurriendo también a los judíos presos (que fueron 75 ó 78 y que, en rigor, aunque destinados a la deportación, no podían considerarse como condenados a muerte, "Totenkandidaten"), dice que el acusado Kappler impartió la orden de que todos los hombres bajo su mando, de nacionalidad alemana, debían participar en la ejecución. Al mismo tiempo ordenó al capitán Schutze que dirigiera la ejecución y le dio disposiciones especiales con respecto a la modalidad de la misma.
"Luego le dije a Schutze —afirmó— que, debido a la brevedad del tiempo, se debía disparar un solo tiro al cerebro de cada víctima y a quemarropa, para que el tiro fuera seguro, pero sin tocar la nuca con la boca del arma". Además encargó al capitán Kochler hallar inmediatamente, en alguna localidad cercana adecuada para la ejecución, una mina "de manera que se la pudiera transformar en cámara sepulcral cerrando las entradas".
Después de dar esas disposiciones, Kappler se fue a comer. Allí, algún tiempo después, el capitán Schutze le informaba que se había enterado poco antes de la muerte de un trigésimo tercer soldado entre los que habían quedado heridos tras el atentado. Kappler, enterándose por aquel oficial de que en la madrugada habían sido detenidos algunos judíos, le dio a éste la orden de incluir a diez de ellos entre los que debían ser fusilados. Entretanto llegó al comedor el capitán Kochler, quien comunicó a Kappler que se había hallado la mina para la ejecución y que "el oficial del cuerpo de ingenieros, que había visto el lugar, consideraba técnicamente sencillo cerrar la entrada de la mina". En seguida el acusado se dirigió, junto con el capitán Kochler, hacia el lugar elegido para la ejecución.
En el momento en que Kappler salía junto con Kochler, esto es, pocos minutos después de la conversación que había tenido lugar entre el primero y el capitán Schutze, se encontraba a la entrada un camión al que este último hizo subir a las víctimas. Estas se encontraban atadas con cuerdas con las manos a la espalda. No les habían dicho nada sobre su suerte. "Por último le pregunté a Schutze —afirmó el acusado Kappler en su interrogatorio— si había advertido a las víctimas. Schutze me respondió que efectivamente había pensado comunicárselo en un primer momento, pero que luego no lo había hecho para evitar que algún prisionero del primer camión pudiera gritar durante el camino que le conducían al fusilamiento, con el probable resultado de que al paso de los camiones siguientes se verificaran intentos de liberación".
Kappler se dirigió a la mina elegida por el capitán Kochler, que se hallaba en la localidad de las minas Ardeatinas, a un kilómetro de la puerta de San Sebastián. Al llegar allí inspeccionó la mina y luego salió afuera. Al salir encontró en la explanada el primer camión de victimas, que había llegado mientras él estaba dentro de la mina. Mientras se dirigía a los alrededores de las minas Ardeatinas, el capitán Schutze, quien, como se ha dicho, había recibido el encargo de dirigir la ejecución, reunía a los oficiales y suboficiales y, después de explicar la modalidad con que se debía efectuar la ejecución de las victimas, dijo que los que no tuvieran el valor de disparar, no tenían más escapatoria que la de ponerse al lado de los fusilados y que también ellos recibirían un disparo.
Luego comenzó la ejecución. Cinco militares alemanes se hacían cargo de cinco victimas, les hacían entrar en la cueva que estaba débilmente iluminada por las antorchas que sostenían otros militares colocados a cierta distancia uno de otro, y los acompañaban hasta el fondo, haciéndoles girar hacia otra cueva que se abría horizontalmente: allí obligaban a las victimas a arrodillarse y luego, cada uno de ellos disparaba contra la victima que le habían entregado.
Kappler participó, una primera vez, en la segunda ejecución, que él relata brevemente. "Cerca del camión —dice— me hice cargo de una víctima, cuyo nombre fue tachado por Priebke en una lista que tenía. Otro tanto hicieron los otros cuatro oficiales. Condujimos a las víctimas al mismo lugar y fueron muertas con las mismas modalidades un poco más atrás que las primeras cinco".
El acusado Clemens hace una narración análoga de la ejecución.
"Cuando disparé yo —afirma— las cinco víctimas habían sido llevadas a la cueva por soldados. Nosotros nos pusimos detrás y, al darse la orden, disparamos un solo tiro. Las víctimas estaban de rodillas y, después de caer, algunos soldados trasladaron los cadáveres hacia el fondo de las cavernas, donde ya se hallaban los cadáveres de las primeras. Luego salí de la cueva y no volví a entrar en ella, pero creo que las demás ejecuciones ocurrieron del mismo modo".
Los demás acusados confirmaron sustancialmente la modalidad descrita.
El tétrico espectáculo que, tras las primeras ejecuciones, se presentaba a la vista de las victimas, al entrar en la cueva y arrodillarse para ser fusiladas, lo expresa sintéticamente el testigo Amon, que estuvo presente en la ejecución, pero no disparó por no tener el valor. "Habría debido disparar —dice— pero cuando alzaron la antorcha y vi los muertos, me desmayé. Me horrorizó el espectáculo. Un compañero mío me dio un golpe y disparó en mi lugar".
La lectura del largo pliego de cargos duró, monótona, casi dos horas:
Kappler y los demás acusados la escuchaban, de pie, aparentemente impasibles, pero cuando, al aplazarse el proceso, el ex teniente coronel de las SS fue llevado de nuevo a su celda de Regina Coeli, por primera vez casi no tocará el alimento. "Su rostro, surcado por las cicatrices —cuenta un guardián a un periodista— está palidísimo; parece que está siempre a punto de desmayarse".
Al reanudarse el debate el 28 de mayo, se espera en vano oír la voz de Kappler; también aquella sesión, como la precedente, fue anegada por las controversias jurídicas: sobre el número de los testigos de la defensa (el Tribunal había admitido 19 sobre 34; luego concedió cinco más); sobre la posibilidad de convocar como testigos a Kesselring, Von Mackensen y Maeltzer (los jueces no se pronuncian) y sobre el defensor escogido, Müller, quien, apenas llegó de Alemania admitió que, antes de comunicársele el nombramiento como abogado adjunto, es decir, como defensor de los seis acusados, nunca había oído hablar del atentado de vía Rasella ni de la matanza de las Fosas Ardeatinas: "Me parece vagamente —dijo— que he leído algo en el sumario del proceso de Kesselring".
Abogado Nicola Borelli: "¡Pero, señores del Tribunal, si se tiene en cuenta la Convención de Ginebra de 1907, un adjunto debe considerarse como un auténtico abogado defensor!".
Una voz del público: "¿Qué derecho internacional?".
Otra voz del público: "¡Pues si que han tenido en cuenta estos monstruos el derecho internacional!".
En la sala estalla un tumulto cuando, entre los gritos confusos, se oye la voz de una mujer, quizá alemana, que grita: "Pero, a pesar de todo, estos acusados deben defenderse...".
Del público se eleva amenazador un coro de "¡Fuera!, ¡fuera!", "¡maldita!", "¡Echadla afuera!", "¡es una de ellos!", tanto que el presidente del Tribunal tiene que volver a hacer desalojar la sala. Al entrar de nuevo los jueces, admitirán a Müller como adjunto, no como abogado defensor.
Herbert Kappler no tomó la palabra hasta el 31 de mayo y habló casi cuatro horas comenzando el relato desde 1939, cuando le mandaron a Italia. El acusado se expresaba lentamente en italiano, y consultaba frecuentemente un cuaderno de notas. Alguna vez hace que intervenga un intérprete y, de capitulo en capítulo, llega a la descripción del atentado de la vía Rasella y de la organización de la matanza de las Fosas Ardeatinas.
Presidente: "¿Cuántos judíos apresó para completar la lista?".
Kappler: "Cincuenta y siete. Era mejor poner en la lista judíos que incluir en ella italianos, cuya culpabilidad era más difícil de demostrar".
Presidente: "Al examinar los expedientes, ¿se dio cuenta de que iba a mandar a la muerte a muchachos de catorce años?
Kappler: "Había dado disposiciones de entregarme hombres; pero debo reconocer que no ordené excluir a los menores de edad".
Presidente: "Pero en esos grupos habría también culpables menores de edad. ¿Cómo pudo juzgarlos a todos dignos de muerte?".
Kappler: "Hay que tener en cuenta que se trataba de una represalia. Si hubiera tenido que seguir al pie de la letra las órdenes del general Maeltzer, que por algo se llamaba 'el rey de Roma', habría tenido que fusilar a todos los hallados en vía Rasella y sus cercanías".
Presidente: "Y los hermanos Cibelli, de quince y diecisiete años, ¿por qué fueron mandados a la muerte? Eran tan jóvenes...".
Kappler: "Yo no ¡os puse en la lista. Fueron fusiladas cinco personas de más y nunca se podrá determinar cómo ocurrió. Hay que recordar que, para completar la lista, la policía italiana nos suministró cincuenta personas y que en esto las cosas no se desarrollaron demasiado regularmente. Precisamente en estos días me he enterado en Regina Coeli de que se abrió una celda en esa cárcel y se entregaron a todos los que estaban dentro. Evidentemente el guardián se había asustado, porque había visto llegar a la cárcel a dos oficiales alemanes para reclamar a los detenidos y, en lugar de seguir la lista, les entregó a todos los que tenía en ese momento".
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Para profundizar un poco más en el atentado de la via Rasella, recomiendo la lectura de los textos del siguiente enlace:
http://www.callejondelpau.es/HISTORIA/I ... asella.pdf
Saludos cordiales
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- Erich Hartmann
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La meticulosa preparación de la matanza
Presidente: "Pero antes de una matanza semejante, ¿no pensó hacer un llamamiento a la población de Roma?".
Kappler: "Creo que ya se había hecho eso precedentemente. Por otra parte, yo personalmente no tenía ningún derecho a hacer llamamientos...".
Presidente: "¿Quiere explicar cómo es que le tocó precisamente a usted y a su unidad el encargo de la represalia? ¿Quién le dio esa orden?".
Kappler: "Ya lo he dicho, si no me equivoco. Fue el general Maeltzer. Me dijo que les habría correspondido a las SS y añadió: 'Le toca a usted, Kappler'. De momento pensé dar el encargo a algún subordinado mío; luego me dije que, como comandante, debía dar ejemplo...".
Presidente: "¿Puso usted en seguida al corriente a los hombres del reparto?".
Kappler: "Sí, claro...".
Presidente: "Diga lo que sucedió...".
Kappler: "Reuní a todos mis hombres en el despacho y les comuniqué que a las pocas horas había que matar a 320 personas. Todos estaban de acuerdo conmigo en admitir que para el mantenimiento de la disciplina era indispensable que los comandantes participaran en la operación al menos con un tiro, por una especie de 'necesidad simbólica'. El número de los hombres que tenía a disposición era muy inferior al de las personas que había que fusilar. Calculé los minutos necesarios para hacer morir a cada uno de los 320. Calculé el número de las armas y de las municiones. Calculé el tiempo total que tenía a mi disposición. Dividí a mis hombres en pequeños pelotones que debían alternarse, y ordené que cada uno disparara un solo tiro. Precisé que el proyectil debía alcanzar el cerebelo de las víctimas para que no hubiera dispersión de fuego y la muerte fuera instantánea".
Voz del público: "¡Asesino!".
Otra voz del fondo de la sala: "¡Señor presidente, los ejecutaron con las manos atadas detrás!".
La que había hablado era la señora Sparta Gelmosini, madre de Manlio, un médico de treinta y seis años asesinado en las Fosas Ardeatinas. Del público se elevan sollozos y protestas. El presidente, conmovido, baja la cabeza sobre el banco, y los jueces le imitan. Con su silencio parece que quieren rendir homenaje a las victimas. Kappler es quien vuelve a hablar, sin haber sido invitado directamente:
—Determiné que cada tiro se disparara desde la menor distancia posible, para que fuera mortal de necesidad. Pero ordené que no se apoyaran los cañones en la nuca de las víctimas...
De la sala se alzan otros sollozos y gritos reprimidos. El presidente, aunque muy turbado, advierte que no puede permitir esas interrupciones. Lo prevé el procedimiento; en un caso limite, podría ser anulado el proceso mismo.
Presidente (al público): "Con angustia les repito que si la gente no se calma, tendré que mandar desalojar la sala".
Una voz del público: "Presidente, no podemos, no podemos...".
Kappler vuelve a hablar, pero, evidentemente atemorizado por las reacciones que ha suscitado su relato, abandona más frecuentemente el italiano y se expresa rápidamente en alemán:
—Queríamos utilizar para la represalia el Fuerte Bravetta, pero no se pudo hacer nada. La costumbre italiana imponía que se atara a los condenados a la silla y no teníamos tiempo para todas esas formalidades. Ruego al intérprete que traduzca...".
Presidente: "¿Qué habría ocurrido si se hubiera llevado a cabo la represalia con un poco más de calma?".
Kappler: "No quería que hubiera dilaciones...".
Presidente: "¿Entonces tenía mucha prisa? ¿Por qué no concedió la asistencia religiosa?".
Kappler: "No mandé llamar a un capellán porque sabía que los condenados se alargan hablando con el sacerdote y no podía conceder a cada uno más de un minuto".
Presidente: "¿A quién se había encargado de reunir a las victimas en las cárceles de la calle Tasso y de Regina Coeli?".
Kappler: "Schutze se encargó de todo el servicio".
Presidente: "¿Vio usted partir a los camiones de la calle Tasso?".
Kappler: "Sí; y pregunté a Schutze por qué había atado a las víctimas por las manos, espalda con espalda. Me respondió que lo había hecho para evitar intentos de fuga".
El largo relato de Kappler se concluye en la sesión del 8 de enero:
"Las víctimas —dice a los jueces— llegaban a las Fosas Ardeatinas, y mi teniente, Priebke, iba tachando los nombres de las listas que tenía delante.
Presidente: "¿Y luego?".
Kappler: "Se les empujaba hacia adelante en grupos de cinco. Dentro se veía poquísimo. Mandé a unos hombres que se pusieran a los lados de la cueva con teas encendidas. Hubo momentos difíci- les para mi, para todos. Recuerdo que un oficial, el teniente Wetjen, se negó a disparar como hacían los demás: 'Usted —me dijo— sólo es capaz de dar órdenes y no de ejecutarlas'. Entonces fue cuando, venciéndome a mí mismo, me metí, por segunda vez, en un pelotón de ejecución...".
Voces del público: "¡Verdugo!", "¡Asesino!".
El presidente llama al interrogatorio al mayor Domiziaff, pero, por él —como, por otra parte, por los otro cuatro acusados menores— se enterará de muy poco. Todos, concordemente, repetirán que les habían obligado a realizar la trágica represalia: "Das Befehl ist Befehl", "una orden es una orden".
Presidente: "Pero, ¿fue usted, sin embargo, el primero que entró en la cueva?".
Domiziaff: "Si, es verdad. Se veía muy poco, apenas se adivinaba el blanco contra el que había que disparar...".
Presidente: "¿Estaba usted al frente del pelotón que mató a los cinco primeros rehenes?"
Domiziaff: "Sí; disparé dos veces, la tercera no habría podido, aunque me costara la vida". Y añadió en voz baja: "Mi mujer ha muerto loca".
El presidente (volviendo a llamar a Kappler): "Diga al tribunal, si hubiera hallado a los autores del atentado de Vía Rasella, ¿cómo se habría comportado?"
Kappler: "Considero que, apenas hubieran estado en nuestras manos los autores del atentado, la represalia habría perdido todo posible fundamento".
Saludos cordiales
Presidente: "Pero antes de una matanza semejante, ¿no pensó hacer un llamamiento a la población de Roma?".
Kappler: "Creo que ya se había hecho eso precedentemente. Por otra parte, yo personalmente no tenía ningún derecho a hacer llamamientos...".
Presidente: "¿Quiere explicar cómo es que le tocó precisamente a usted y a su unidad el encargo de la represalia? ¿Quién le dio esa orden?".
Kappler: "Ya lo he dicho, si no me equivoco. Fue el general Maeltzer. Me dijo que les habría correspondido a las SS y añadió: 'Le toca a usted, Kappler'. De momento pensé dar el encargo a algún subordinado mío; luego me dije que, como comandante, debía dar ejemplo...".
Presidente: "¿Puso usted en seguida al corriente a los hombres del reparto?".
Kappler: "Sí, claro...".
Presidente: "Diga lo que sucedió...".
Kappler: "Reuní a todos mis hombres en el despacho y les comuniqué que a las pocas horas había que matar a 320 personas. Todos estaban de acuerdo conmigo en admitir que para el mantenimiento de la disciplina era indispensable que los comandantes participaran en la operación al menos con un tiro, por una especie de 'necesidad simbólica'. El número de los hombres que tenía a disposición era muy inferior al de las personas que había que fusilar. Calculé los minutos necesarios para hacer morir a cada uno de los 320. Calculé el número de las armas y de las municiones. Calculé el tiempo total que tenía a mi disposición. Dividí a mis hombres en pequeños pelotones que debían alternarse, y ordené que cada uno disparara un solo tiro. Precisé que el proyectil debía alcanzar el cerebelo de las víctimas para que no hubiera dispersión de fuego y la muerte fuera instantánea".
Voz del público: "¡Asesino!".
Otra voz del fondo de la sala: "¡Señor presidente, los ejecutaron con las manos atadas detrás!".
La que había hablado era la señora Sparta Gelmosini, madre de Manlio, un médico de treinta y seis años asesinado en las Fosas Ardeatinas. Del público se elevan sollozos y protestas. El presidente, conmovido, baja la cabeza sobre el banco, y los jueces le imitan. Con su silencio parece que quieren rendir homenaje a las victimas. Kappler es quien vuelve a hablar, sin haber sido invitado directamente:
—Determiné que cada tiro se disparara desde la menor distancia posible, para que fuera mortal de necesidad. Pero ordené que no se apoyaran los cañones en la nuca de las víctimas...
De la sala se alzan otros sollozos y gritos reprimidos. El presidente, aunque muy turbado, advierte que no puede permitir esas interrupciones. Lo prevé el procedimiento; en un caso limite, podría ser anulado el proceso mismo.
Presidente (al público): "Con angustia les repito que si la gente no se calma, tendré que mandar desalojar la sala".
Una voz del público: "Presidente, no podemos, no podemos...".
Kappler vuelve a hablar, pero, evidentemente atemorizado por las reacciones que ha suscitado su relato, abandona más frecuentemente el italiano y se expresa rápidamente en alemán:
—Queríamos utilizar para la represalia el Fuerte Bravetta, pero no se pudo hacer nada. La costumbre italiana imponía que se atara a los condenados a la silla y no teníamos tiempo para todas esas formalidades. Ruego al intérprete que traduzca...".
Presidente: "¿Qué habría ocurrido si se hubiera llevado a cabo la represalia con un poco más de calma?".
Kappler: "No quería que hubiera dilaciones...".
Presidente: "¿Entonces tenía mucha prisa? ¿Por qué no concedió la asistencia religiosa?".
Kappler: "No mandé llamar a un capellán porque sabía que los condenados se alargan hablando con el sacerdote y no podía conceder a cada uno más de un minuto".
Presidente: "¿A quién se había encargado de reunir a las victimas en las cárceles de la calle Tasso y de Regina Coeli?".
Kappler: "Schutze se encargó de todo el servicio".
Presidente: "¿Vio usted partir a los camiones de la calle Tasso?".
Kappler: "Sí; y pregunté a Schutze por qué había atado a las víctimas por las manos, espalda con espalda. Me respondió que lo había hecho para evitar intentos de fuga".
El largo relato de Kappler se concluye en la sesión del 8 de enero:
"Las víctimas —dice a los jueces— llegaban a las Fosas Ardeatinas, y mi teniente, Priebke, iba tachando los nombres de las listas que tenía delante.
Presidente: "¿Y luego?".
Kappler: "Se les empujaba hacia adelante en grupos de cinco. Dentro se veía poquísimo. Mandé a unos hombres que se pusieran a los lados de la cueva con teas encendidas. Hubo momentos difíci- les para mi, para todos. Recuerdo que un oficial, el teniente Wetjen, se negó a disparar como hacían los demás: 'Usted —me dijo— sólo es capaz de dar órdenes y no de ejecutarlas'. Entonces fue cuando, venciéndome a mí mismo, me metí, por segunda vez, en un pelotón de ejecución...".
Voces del público: "¡Verdugo!", "¡Asesino!".
El presidente llama al interrogatorio al mayor Domiziaff, pero, por él —como, por otra parte, por los otro cuatro acusados menores— se enterará de muy poco. Todos, concordemente, repetirán que les habían obligado a realizar la trágica represalia: "Das Befehl ist Befehl", "una orden es una orden".
Presidente: "Pero, ¿fue usted, sin embargo, el primero que entró en la cueva?".
Domiziaff: "Si, es verdad. Se veía muy poco, apenas se adivinaba el blanco contra el que había que disparar...".
Presidente: "¿Estaba usted al frente del pelotón que mató a los cinco primeros rehenes?"
Domiziaff: "Sí; disparé dos veces, la tercera no habría podido, aunque me costara la vida". Y añadió en voz baja: "Mi mujer ha muerto loca".
El presidente (volviendo a llamar a Kappler): "Diga al tribunal, si hubiera hallado a los autores del atentado de Vía Rasella, ¿cómo se habría comportado?"
Kappler: "Considero que, apenas hubieran estado en nuestras manos los autores del atentado, la represalia habría perdido todo posible fundamento".
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"¡Mi hijo fue asesinado por culpa suya!'
Terminado el interrogatorio de los acusados, el Tribunal Militar escucha a los testigos. El 12 de junio llega a testimoniar Rosario Bentivegna, el que —con Carla Capponi— hizo explotar la bomba en Vía Rasella. Apenas sube al estrado y el presidente comienza a recitar la fórmula del juramento ("Consciente de la responsabilidad que con este juramento asumo delante de Dios y de los hombres..."), se clava una voz del espacio reservado al público. Es de nuevo Sparta Gelsomini, quien, dirigiéndose al testigo, le grita: "¿Por qué no se presentó a los alemanes después del atentado? ¡A mi hijo le mataron por culpa suya!"
El presidente manda sacar a la señora Gelsomini y luego se dirige a Bentivegna precisamente con una pregunta idéntica:
Presidente: "¿Por qué, tras el atentado de la calle Rasella, no se les ocurrió presentarse a las autoridades?".
Bentivegna: "Nadie nos comunicó que se iban a tomar una represalia; si no, nos habríamos presentado. Sí nos lo hubieran comunicado, no habríamos vacilado en pagar personalmente".
Pero en un segundo momento dirá que, en cualquier caso, no se habría presentado debido a una orden precisa del partido comunista, al que pertenecía, y también porque consideraba que su acción no habría impedido la represalia.
Un abogado: "¿Sabía el testigo que Roma era una ciudad abierta?".
Bentivegna: "Roma nunca fue una ciudad abierta. Los primeros en no respetar ese principio fueron precisamente los alemanes. Su actitud fue siempre la de ocupantes. Cuando los ataqué, consideré a aquellos militares como tropas de ocupación".
Un abogado: "El testigo dice que no se enteró nunca, ni siquiera por los manifiestos, de que los alemanes habían anunciado represalias en caso de atentados. ¿Estuvo en Roma después del 8 de septiembre?".
Bentivegna: "En Palestrina tomé parte en combates contra los alemanes. Moríamos nosotros y morían ellos. En tales casos no tomaron represalias propiamente tales. Se limitaron a ajusticiar a algún partisano y a algún civil".
Presidente: "Cuando organizaron el golpe, ¿sabían que la columna alemana estaba formada por elementos de la policía de seguridad?" (Se trataba de veteranos del Alto Adigio empleados en el servicio de guardia de los ministerios, y, por añadidura, desarmados).
Bentivegna: "Sabía que eran alemanes y eso me bastaba".
Luego se escucha a los jefes del Comité de Liberación Nacional que habían autorizado el atentado.
Franco Caiamandrei, del CLN, se niega a dar públicamente los nombres de los partisanos que tomaron parte en el ataque de Vía Rasella.
Un abogado: "¿Quiénes eran los componentes de su escuadra?".
Calamandrei: "No sé por qué motivo debo decirlo".
Tampoco Carlo Salinari, otro dirigente del CLN, revela quiénes son esos partisanos.
Un abogado: "¿Puede decirnos el testigo qué partisanos componían la retaguardia"?.
Salinari: La misma pregunta me dirigió Pietro Koch cuando fui interrogado en la famosa pensión Jaccarino, donde fueron torturados tantos patriotas. No respondí entonces y no responderé hoy".
Luego el Tribunal Militar escucha a otros testigos, todos decididamente menores o, incluso, inútiles, como el Sonderfuehrer (cabo) Gunther Amon, el único que no mató en las Fosas Ardeatinas porque, al ver a las víctimas, quedó sobrecogido por el horror y perdió el sentido. Entre los testigos hay un sacerdote, el P. Giorgi, un salesiano que prestaba su labor religiosa en las catacumbas de San Calixto, a poca distancia de las Fosas Ardeatinas.
—"El veinticuatro de marzo —recuerda el P. Giorgi—, unidades de alemanes bloquearon toda la zona de las cuevas y nadie pudo ver nada; sólo se oían llegar y volver a partir autos, camiones y motos".
Presidente: "¿Y luego qué pasó?".
P. Giorgi: "No recuerdo con exactitud si fue cuatro o cinco días después de la matanza, pero sé que todavía no había transcurrido una semana desde el veinticuatro de marzo, cuando me enteré de que algunos muchachos, jugando en las Fosas Ardeatinas, habían hallado cerca de la entrada de las cuevas dos zapatos, distintos, y un sombrero.'.
El sacerdote, sospechando algo, se dirigió a otro religioso, el P. Valentini, y con él se descolgó aventureramente en las galerías e hizo el horrible descubrimiento de los cuerpos. El difundió la noticia de que en las Fosas Ardeatinas había tantos muertos. Entonces volvieron los alemanes e hicieron explotar nuevas minas a la entrada de las cuevas; y como el P. Giorgi iba siempre a rezar allí, le detuvieron.
Luego le toca el turno a uno de los guardianes de la cárcel de Regina Coeli.
Saludos cordiales
Terminado el interrogatorio de los acusados, el Tribunal Militar escucha a los testigos. El 12 de junio llega a testimoniar Rosario Bentivegna, el que —con Carla Capponi— hizo explotar la bomba en Vía Rasella. Apenas sube al estrado y el presidente comienza a recitar la fórmula del juramento ("Consciente de la responsabilidad que con este juramento asumo delante de Dios y de los hombres..."), se clava una voz del espacio reservado al público. Es de nuevo Sparta Gelsomini, quien, dirigiéndose al testigo, le grita: "¿Por qué no se presentó a los alemanes después del atentado? ¡A mi hijo le mataron por culpa suya!"
El presidente manda sacar a la señora Gelsomini y luego se dirige a Bentivegna precisamente con una pregunta idéntica:
Presidente: "¿Por qué, tras el atentado de la calle Rasella, no se les ocurrió presentarse a las autoridades?".
Bentivegna: "Nadie nos comunicó que se iban a tomar una represalia; si no, nos habríamos presentado. Sí nos lo hubieran comunicado, no habríamos vacilado en pagar personalmente".
Pero en un segundo momento dirá que, en cualquier caso, no se habría presentado debido a una orden precisa del partido comunista, al que pertenecía, y también porque consideraba que su acción no habría impedido la represalia.
Un abogado: "¿Sabía el testigo que Roma era una ciudad abierta?".
Bentivegna: "Roma nunca fue una ciudad abierta. Los primeros en no respetar ese principio fueron precisamente los alemanes. Su actitud fue siempre la de ocupantes. Cuando los ataqué, consideré a aquellos militares como tropas de ocupación".
Un abogado: "El testigo dice que no se enteró nunca, ni siquiera por los manifiestos, de que los alemanes habían anunciado represalias en caso de atentados. ¿Estuvo en Roma después del 8 de septiembre?".
Bentivegna: "En Palestrina tomé parte en combates contra los alemanes. Moríamos nosotros y morían ellos. En tales casos no tomaron represalias propiamente tales. Se limitaron a ajusticiar a algún partisano y a algún civil".
Presidente: "Cuando organizaron el golpe, ¿sabían que la columna alemana estaba formada por elementos de la policía de seguridad?" (Se trataba de veteranos del Alto Adigio empleados en el servicio de guardia de los ministerios, y, por añadidura, desarmados).
Bentivegna: "Sabía que eran alemanes y eso me bastaba".
Luego se escucha a los jefes del Comité de Liberación Nacional que habían autorizado el atentado.
Franco Caiamandrei, del CLN, se niega a dar públicamente los nombres de los partisanos que tomaron parte en el ataque de Vía Rasella.
Un abogado: "¿Quiénes eran los componentes de su escuadra?".
Calamandrei: "No sé por qué motivo debo decirlo".
Tampoco Carlo Salinari, otro dirigente del CLN, revela quiénes son esos partisanos.
Un abogado: "¿Puede decirnos el testigo qué partisanos componían la retaguardia"?.
Salinari: La misma pregunta me dirigió Pietro Koch cuando fui interrogado en la famosa pensión Jaccarino, donde fueron torturados tantos patriotas. No respondí entonces y no responderé hoy".
Luego el Tribunal Militar escucha a otros testigos, todos decididamente menores o, incluso, inútiles, como el Sonderfuehrer (cabo) Gunther Amon, el único que no mató en las Fosas Ardeatinas porque, al ver a las víctimas, quedó sobrecogido por el horror y perdió el sentido. Entre los testigos hay un sacerdote, el P. Giorgi, un salesiano que prestaba su labor religiosa en las catacumbas de San Calixto, a poca distancia de las Fosas Ardeatinas.
—"El veinticuatro de marzo —recuerda el P. Giorgi—, unidades de alemanes bloquearon toda la zona de las cuevas y nadie pudo ver nada; sólo se oían llegar y volver a partir autos, camiones y motos".
Presidente: "¿Y luego qué pasó?".
P. Giorgi: "No recuerdo con exactitud si fue cuatro o cinco días después de la matanza, pero sé que todavía no había transcurrido una semana desde el veinticuatro de marzo, cuando me enteré de que algunos muchachos, jugando en las Fosas Ardeatinas, habían hallado cerca de la entrada de las cuevas dos zapatos, distintos, y un sombrero.'.
El sacerdote, sospechando algo, se dirigió a otro religioso, el P. Valentini, y con él se descolgó aventureramente en las galerías e hizo el horrible descubrimiento de los cuerpos. El difundió la noticia de que en las Fosas Ardeatinas había tantos muertos. Entonces volvieron los alemanes e hicieron explotar nuevas minas a la entrada de las cuevas; y como el P. Giorgi iba siempre a rezar allí, le detuvieron.
Luego le toca el turno a uno de los guardianes de la cárcel de Regina Coeli.
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"En este hombre se halla todo, menos el corazón"
El 24 de marzo vio llegar a dos oficiales alemanes que le dijeron que tenían mucha prisa y que tenían que llevarse a 56 detenidos. No había en ese momento ninguna lista escrita. El guardián se fue a la dirección, y mientras tanto los alemanes se habían ido ya con los primeros diez prisioneros. Cuando llegó de la jefatura de policía la lista oficial de la gente que había que entregar, el guardián vio con espanto que no estaban en ella los diez que ya se habían llevado. Hizo la señal de la cruz sobre su destino y tachó de la lista a los diez últimos, que así se salvaron.
El 8 de julio por la mañana el presidente concedió la palabra a la acusación, representada por el teniente coronel Veutro. Tras una lista tan larga de crímenes y de violaciones de cualquier derecho humano y civil, no era la tarea difícil para el Fiscal. Despeja en seguida el campo ocupándose de los cinco acusados menores, que eran "auténticos subalternos" de Kappler, a los que se les puede aplicar la norma del código penal que declara "no punibles a los que obran en estado de necesidad". No es ése el caso de Kappler. De los hechos resulta, como admite él mismo, que cuando se lo comunicó el mariscal de campo Kesselring, en realidad no tenía a su disposición el número suficiente de condenados a muerte ("Totenkandidaten") para realizar la represalia en la proporción querida por sus superiores de diez italianos por cada alemán muerto. Tanto es que no los tenia, que pidió (y obtuvo) otras víctimas a la policía italiana y recurrió incluso, con permiso del general Harster, a introducir en las "listas de la muerte" también a los judíos en espera de deportación.
Y el acusador público cita brevemente el testimonio de la abogada Eleonora Lavagnino, quien, detenida en Regina Coeli, vio llegar a la cárcel a los alemanes a las 14,00 del 24 de marzo para llevarse a los judíos:
—"... Estos se hallaban precisamente bajo mi celda —contó la testigo— y, por consiguiente, podía observar el desarrollo de las cosas. Haciéndoles ponerse de tres en tres, les dieron algunas órdenes para conseguir la alineación. Eran sesenta y seis. El más joven, que pertenecía a la familia Di Consiglio (siete fusilados), había sido capturado con otros familiares cuarenta y ocho horas antes y, por la mañana, al preguntárselo una amiga, le había dicho que tenía catorce años. El más viejo, canoso ya al parecer, en pésimas condiciones de salud, podía tener unos ochenta años. Todos charlaban entre sí y trataban deformar grupos de amigos o parientes, para estar cerca en caso de un viaje. Durante esa especie de ejercicio militar, uno de los más viejos se volvió a la izquierda en vez de a la derecha, como se había ordenado. Eso hizo sonreír a algunos de sus compañeros, pero ese buen humor fue reprimido inmediatamente por las SS, que dieron dos bofetadas al desgraciado. Tras pasar lista, las SS preguntaron: '¡Si hay alguno que esté dispuesto a realizar trabajos pesados de desmonte y parecidos, que levante la mano'. Vi a los judíos mirarse entre sí y luego comenzaron a levantarse tímidamente algunas manos. Entre ellos corrió un murmullo: 'Trabajar'. Alguno se frotó las manos. 'Entonces —prosiguieron los SS—, ¿cuántos estáis dispuestos a trabajar?'. Nuevo movimiento entre los judíos y todas las manos se levantaron. 'Entonces, ¿todos queréis trabajar? ¡Bien! Paso lista de nuevo, y si alguno no es nombrado, que salga de la fila". Pasaron lista de nuevo; el pequeño Di Consiglio no fue nombrado; al dar un paso hacia el frente, su nombre fue añadido al de los otros".
Y el fiscal concluyó que Kappler había procedido de forma infame, sin respetar siquiera las leyes de la guerra, que sancionan que sólo se pueden tomar represalias entre beligerantes y no con personas extrañas: "Kappler ha utilizado la violencia, sin estado de necesidad y sin un motivo justificado, contra ciudadanos privados, que no participaban en operaciones bélicas". El coronel Neutro concluye la requisitoria pidiendo la absolución de los acusados menores y la condena a cadena perpetua para Kappler (matanza de las Fosas Ardeatinas), más quince anos de cárcel (que serán absorbidos por la pena mayor y que se refieren a la extorsión de los 50 kilos de oro a la Comunidad judía de Roma): "En este hombre —dice el acusador, señalándole con el dedo— se halla de todo, menos el corazón".
Inmediatamente después hablan los defensores y, durante os discursos, sucedieron algunos incidentes, sobre todo cuando se difundió en la sala la noticia de que la madre de uno de los fusilados en las Fosas Ardeatinas, Elvira Rocchi, había fallecido por parálisis cardíaca al oír por radio que el fiscal no había pedido la pena de muerte para Kappler. María Teresa Piatti, la abogada que defiende al acusado Wiedner, subraya que su cliente es el más joven del grupo de los acusados y que, por tanto, merece una defensa más atenta.
Una voz del público: "Entonces que le den la medalla de oro a Kappler y acabemos de una vez!".
Otra voz: "No olvides lo que han sufrido en la guerra las madres italianas...".
Abogada Piatti: "¡Hay aquí madres italianas que sufren, pero también hay otras madres lejanas que padecen!".
El fiscal replica brevemente ("La misión de este tribunal es dar, con su sentencia, un poco de paz a los pobres huesos de los 335 fusilados de las Fosas Ardeatinas") y luego, con dignidad y solemnidad, el presidente se dirige a Herbert Kappler:
—"¿Tiene el acusado algo que añadir?".
Kappler (levantándose e inclinándose ante el tribunal: "Como soldado alemán confío mi honor a soldados italianos y a jueces romanos".
Habían dado hacía poco las 17,00 del 20 de julio de 1948. El Tribunal Militar se retira para el veredicto y sale de la sala de deliberaciones seis horas más tarde, a las 23,15. Kappler es declarado culpable y condenado a cadena perpetua como responsable de homicidio múltiple por la matanza de las Fosas Ardeatinas, lo que le procura la pena de por vida. Luego se le condena a otros quince años, absorbidos por la primera pena, por la rapiña del oro de la Comunidad judía. Durante cuatro años el condenado sufrirá la agravación de la pena con aislamiento diurno. De todos modos los jueces sólo han considerado a Kappler culpable de haber fusilado a cinco desgraciados más que el número establecido por Berlín para la represalia, considerada legítima por ellos (en cambio, cuatro años después, el Tribunal Supremo rectificará la sentencia, concluyendo que la responsabilidad del coronel de las SS era por toda la matanza, que no se justifica basándose en las convenciones internacionales).
Kappler escucha las palabras del presidente sin pestañear; luego hace una reverencia al tribunal dando un taconazo. En ese momento comienza un nuevo capitulo en la vida de Herbert Kappler; a sus espaldas se cierran las puertas de la cárcel militar de Gaeta, una vieja fortaleza que se asoma al mar dominando con su mole la tranquila ciudad del Lazio. Junto con él está encerrado Walter Reder, considerado responsable de la matanza de Marzabotto; la vida transcurre lenta y monótona para los dos detenidos, los únicos, que se sepa, que han sido condenados a semejante pena en Europa y que no han gozado de remisiones ni de reducciones (junto con Rudolf Hess). Después de algunos años, el gobierno de la República Federal Alemana da algunos pasos para tratar de desbloquear la situación de los que, en realidad, seguían siendo prisioneros de guerra a pesar de que el conflicto ya había terminado desde hacía tiempo.
También los detenidos intentarán conseguir el perdón por los actos que les han merecido la cadena perpetua, pero todo es inútil. Parece seguro que su vida acabará entre los imponentes muros de la prisión.
Los años siguen transcurriendo lentamente; Kappler se casa en la cárcel con la señora Anneliese Wenger, que tendrá permiso para ir a visitarle con cierta regularidad; luego comienza a empeorar su salud. Le visita el médico y después se agravan sus dolencias; hay que recurrir a curas más complejas, pero, al final, el diagnóstico de los médicos es más duro que la condena que le ha impuesto el tribunal: cáncer.
Se traslada al enfermo al hospital militar del Celio, en Roma, pero se le considera inoperable. A su lado está siempre su fiel esposa Anneliese, que le cura con fitoterapia. Se intenta una vez más inútilmente la vía de la gracia. Kappler tendrá que permanecer detenido; estamos ya en el mes de agosto de 1977. A Kappler, según el parecer de los médicos, sólo le quedan meses de vida, quizás unos pocos días, no se le puede operar ni trasladar; con mucha probabilidad su vida acabará en el cuarto del hospital.
Pero el 15 de agosto sucedió algo que todavía no se ha esclarecido bien y que seguramente no lo será nunca. No se encuentra en su cuarto al Obersturmbannführer Herbert Kappler, la señora Anneliese ha partido improvisadamente; se crea una situación embarazosa que degenerará en una clamorosa investigación a nivel gubernamental. Kappler ha huido. Verosímilmente se habrá refugiado en Alemania, pero inicialmente el gobierno alemán declara que no sabe nada, luego dice explícitamente que no tiene la intención de volver a entregar al oficial prisionero de guerra que, según el código universal, ha escapado de la detención para volver a sus líneas. Tienen lugar manifestaciones políticas a favor y en contra de Kappler, de quien, entre tanto, se llega a saber que vive en casa de su mujer, en Soltau, un tranquilo pueblo alemán. Es más, parece que se encuentra mejor, circulan fotos suyas en las que se ve que logra, incluso, andar; pero los meses pasan y con ellos avanza inexorable el mal. El 9 de febrero de 1978 se apaga, en su casa de Soltau, el Obersturbannführer Herbert Kappler, ex condenado a cadena perpetua que había recobrado la libertad tras una fuga cuando más misteriosa.
Ahora los hombres deberán callar. Ya no es su tribunal el que le juzgará.
Saludos cordiales
El 24 de marzo vio llegar a dos oficiales alemanes que le dijeron que tenían mucha prisa y que tenían que llevarse a 56 detenidos. No había en ese momento ninguna lista escrita. El guardián se fue a la dirección, y mientras tanto los alemanes se habían ido ya con los primeros diez prisioneros. Cuando llegó de la jefatura de policía la lista oficial de la gente que había que entregar, el guardián vio con espanto que no estaban en ella los diez que ya se habían llevado. Hizo la señal de la cruz sobre su destino y tachó de la lista a los diez últimos, que así se salvaron.
El 8 de julio por la mañana el presidente concedió la palabra a la acusación, representada por el teniente coronel Veutro. Tras una lista tan larga de crímenes y de violaciones de cualquier derecho humano y civil, no era la tarea difícil para el Fiscal. Despeja en seguida el campo ocupándose de los cinco acusados menores, que eran "auténticos subalternos" de Kappler, a los que se les puede aplicar la norma del código penal que declara "no punibles a los que obran en estado de necesidad". No es ése el caso de Kappler. De los hechos resulta, como admite él mismo, que cuando se lo comunicó el mariscal de campo Kesselring, en realidad no tenía a su disposición el número suficiente de condenados a muerte ("Totenkandidaten") para realizar la represalia en la proporción querida por sus superiores de diez italianos por cada alemán muerto. Tanto es que no los tenia, que pidió (y obtuvo) otras víctimas a la policía italiana y recurrió incluso, con permiso del general Harster, a introducir en las "listas de la muerte" también a los judíos en espera de deportación.
Y el acusador público cita brevemente el testimonio de la abogada Eleonora Lavagnino, quien, detenida en Regina Coeli, vio llegar a la cárcel a los alemanes a las 14,00 del 24 de marzo para llevarse a los judíos:
—"... Estos se hallaban precisamente bajo mi celda —contó la testigo— y, por consiguiente, podía observar el desarrollo de las cosas. Haciéndoles ponerse de tres en tres, les dieron algunas órdenes para conseguir la alineación. Eran sesenta y seis. El más joven, que pertenecía a la familia Di Consiglio (siete fusilados), había sido capturado con otros familiares cuarenta y ocho horas antes y, por la mañana, al preguntárselo una amiga, le había dicho que tenía catorce años. El más viejo, canoso ya al parecer, en pésimas condiciones de salud, podía tener unos ochenta años. Todos charlaban entre sí y trataban deformar grupos de amigos o parientes, para estar cerca en caso de un viaje. Durante esa especie de ejercicio militar, uno de los más viejos se volvió a la izquierda en vez de a la derecha, como se había ordenado. Eso hizo sonreír a algunos de sus compañeros, pero ese buen humor fue reprimido inmediatamente por las SS, que dieron dos bofetadas al desgraciado. Tras pasar lista, las SS preguntaron: '¡Si hay alguno que esté dispuesto a realizar trabajos pesados de desmonte y parecidos, que levante la mano'. Vi a los judíos mirarse entre sí y luego comenzaron a levantarse tímidamente algunas manos. Entre ellos corrió un murmullo: 'Trabajar'. Alguno se frotó las manos. 'Entonces —prosiguieron los SS—, ¿cuántos estáis dispuestos a trabajar?'. Nuevo movimiento entre los judíos y todas las manos se levantaron. 'Entonces, ¿todos queréis trabajar? ¡Bien! Paso lista de nuevo, y si alguno no es nombrado, que salga de la fila". Pasaron lista de nuevo; el pequeño Di Consiglio no fue nombrado; al dar un paso hacia el frente, su nombre fue añadido al de los otros".
Y el fiscal concluyó que Kappler había procedido de forma infame, sin respetar siquiera las leyes de la guerra, que sancionan que sólo se pueden tomar represalias entre beligerantes y no con personas extrañas: "Kappler ha utilizado la violencia, sin estado de necesidad y sin un motivo justificado, contra ciudadanos privados, que no participaban en operaciones bélicas". El coronel Neutro concluye la requisitoria pidiendo la absolución de los acusados menores y la condena a cadena perpetua para Kappler (matanza de las Fosas Ardeatinas), más quince anos de cárcel (que serán absorbidos por la pena mayor y que se refieren a la extorsión de los 50 kilos de oro a la Comunidad judía de Roma): "En este hombre —dice el acusador, señalándole con el dedo— se halla de todo, menos el corazón".
Inmediatamente después hablan los defensores y, durante os discursos, sucedieron algunos incidentes, sobre todo cuando se difundió en la sala la noticia de que la madre de uno de los fusilados en las Fosas Ardeatinas, Elvira Rocchi, había fallecido por parálisis cardíaca al oír por radio que el fiscal no había pedido la pena de muerte para Kappler. María Teresa Piatti, la abogada que defiende al acusado Wiedner, subraya que su cliente es el más joven del grupo de los acusados y que, por tanto, merece una defensa más atenta.
Una voz del público: "Entonces que le den la medalla de oro a Kappler y acabemos de una vez!".
Otra voz: "No olvides lo que han sufrido en la guerra las madres italianas...".
Abogada Piatti: "¡Hay aquí madres italianas que sufren, pero también hay otras madres lejanas que padecen!".
El fiscal replica brevemente ("La misión de este tribunal es dar, con su sentencia, un poco de paz a los pobres huesos de los 335 fusilados de las Fosas Ardeatinas") y luego, con dignidad y solemnidad, el presidente se dirige a Herbert Kappler:
—"¿Tiene el acusado algo que añadir?".
Kappler (levantándose e inclinándose ante el tribunal: "Como soldado alemán confío mi honor a soldados italianos y a jueces romanos".
Habían dado hacía poco las 17,00 del 20 de julio de 1948. El Tribunal Militar se retira para el veredicto y sale de la sala de deliberaciones seis horas más tarde, a las 23,15. Kappler es declarado culpable y condenado a cadena perpetua como responsable de homicidio múltiple por la matanza de las Fosas Ardeatinas, lo que le procura la pena de por vida. Luego se le condena a otros quince años, absorbidos por la primera pena, por la rapiña del oro de la Comunidad judía. Durante cuatro años el condenado sufrirá la agravación de la pena con aislamiento diurno. De todos modos los jueces sólo han considerado a Kappler culpable de haber fusilado a cinco desgraciados más que el número establecido por Berlín para la represalia, considerada legítima por ellos (en cambio, cuatro años después, el Tribunal Supremo rectificará la sentencia, concluyendo que la responsabilidad del coronel de las SS era por toda la matanza, que no se justifica basándose en las convenciones internacionales).
Kappler escucha las palabras del presidente sin pestañear; luego hace una reverencia al tribunal dando un taconazo. En ese momento comienza un nuevo capitulo en la vida de Herbert Kappler; a sus espaldas se cierran las puertas de la cárcel militar de Gaeta, una vieja fortaleza que se asoma al mar dominando con su mole la tranquila ciudad del Lazio. Junto con él está encerrado Walter Reder, considerado responsable de la matanza de Marzabotto; la vida transcurre lenta y monótona para los dos detenidos, los únicos, que se sepa, que han sido condenados a semejante pena en Europa y que no han gozado de remisiones ni de reducciones (junto con Rudolf Hess). Después de algunos años, el gobierno de la República Federal Alemana da algunos pasos para tratar de desbloquear la situación de los que, en realidad, seguían siendo prisioneros de guerra a pesar de que el conflicto ya había terminado desde hacía tiempo.
También los detenidos intentarán conseguir el perdón por los actos que les han merecido la cadena perpetua, pero todo es inútil. Parece seguro que su vida acabará entre los imponentes muros de la prisión.
Los años siguen transcurriendo lentamente; Kappler se casa en la cárcel con la señora Anneliese Wenger, que tendrá permiso para ir a visitarle con cierta regularidad; luego comienza a empeorar su salud. Le visita el médico y después se agravan sus dolencias; hay que recurrir a curas más complejas, pero, al final, el diagnóstico de los médicos es más duro que la condena que le ha impuesto el tribunal: cáncer.
Se traslada al enfermo al hospital militar del Celio, en Roma, pero se le considera inoperable. A su lado está siempre su fiel esposa Anneliese, que le cura con fitoterapia. Se intenta una vez más inútilmente la vía de la gracia. Kappler tendrá que permanecer detenido; estamos ya en el mes de agosto de 1977. A Kappler, según el parecer de los médicos, sólo le quedan meses de vida, quizás unos pocos días, no se le puede operar ni trasladar; con mucha probabilidad su vida acabará en el cuarto del hospital.
Pero el 15 de agosto sucedió algo que todavía no se ha esclarecido bien y que seguramente no lo será nunca. No se encuentra en su cuarto al Obersturmbannführer Herbert Kappler, la señora Anneliese ha partido improvisadamente; se crea una situación embarazosa que degenerará en una clamorosa investigación a nivel gubernamental. Kappler ha huido. Verosímilmente se habrá refugiado en Alemania, pero inicialmente el gobierno alemán declara que no sabe nada, luego dice explícitamente que no tiene la intención de volver a entregar al oficial prisionero de guerra que, según el código universal, ha escapado de la detención para volver a sus líneas. Tienen lugar manifestaciones políticas a favor y en contra de Kappler, de quien, entre tanto, se llega a saber que vive en casa de su mujer, en Soltau, un tranquilo pueblo alemán. Es más, parece que se encuentra mejor, circulan fotos suyas en las que se ve que logra, incluso, andar; pero los meses pasan y con ellos avanza inexorable el mal. El 9 de febrero de 1978 se apaga, en su casa de Soltau, el Obersturbannführer Herbert Kappler, ex condenado a cadena perpetua que había recobrado la libertad tras una fuga cuando más misteriosa.
Ahora los hombres deberán callar. Ya no es su tribunal el que le juzgará.
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CÓMO SE ANUNCIO LA MATANZA
La trágica noticia de la matanza en las Fosas Ardeatinas fue dada por un comunicado publicado en "II Messaggero", de Roma, el 25 de marzo de 1944:
Saludos cordiales
La trágica noticia de la matanza en las Fosas Ardeatinas fue dada por un comunicado publicado en "II Messaggero", de Roma, el 25 de marzo de 1944:
- "El 23 de marzo de 1944 por la tarde, elementos criminales han realizado un atentado lanzando bombas contra una columna alemana de policía que transitaba por Vía Rasella. Como consecuencia de esa emboscada, treinta y dos hombres de la policía han muerto y varios han quedado heridos. La vil emboscada fue organizada por comunistas badoglianos. Están todavía en curso las investigaciones para esclarecer hasta qué punto este acto criminal debe atribuirse a la incitación angloamericana. El alto mando alemán está decidido a truncar la actividad de esos bandidos. Nadie deberá sabotear impunemente la cooperación italogermánica consolidada nuevamente. Por eso el alto mando alemán ha ordenado que, por cada alemán asesinado, sean fusilados diez criminales comunistas badoglianos. Esta orden ya ha sido ejecutada".
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CÓMO JUSTIFICARON LOS ALEMANES LA MATANZA
Inmediatamente después de la matanza de las Fosas Ardeatinas, el alto mando alemán de Roma convocó una reunión general de la prensa para explicar, desde su propio punto de vista, los orígenes y los motivos de la represalia. Entre los periodistas presentes en el encuentro estaba el profesor Consiglio, en representación del Ministerio de Cultura Popular de Saló quien tomó algunas notas taquigráficas, que se dieron a conocer luego:
Saludos cordiales
Inmediatamente después de la matanza de las Fosas Ardeatinas, el alto mando alemán de Roma convocó una reunión general de la prensa para explicar, desde su propio punto de vista, los orígenes y los motivos de la represalia. Entre los periodistas presentes en el encuentro estaba el profesor Consiglio, en representación del Ministerio de Cultura Popular de Saló quien tomó algunas notas taquigráficas, que se dieron a conocer luego:
- "En el Cuartel General del alto mando alemán se ha celebrado una reunión a la que han sido invitados los directores de los diarios y los representantes de la Stefani y de la EIAR. El general Maeltzer, después de saludar brevemente a la prensa, señaló la oportunidad de esas reuniones, indicando que en el futuro tendrían un carácter periódico, con el intento de establecer controles e intercambios de opiniones regulares. Entonces el coronel... (alemán) tomó la palabra y refiriéndose a la situación de Roma, hizo al final una relación de los detalles sobre la matanza de Vía Rasella. Comenzó señalando a la prensa la identidad de la 'Unitá', una hoja clandestina que recientemente había publicado ocho series, con el 'Órgano central del partido comunista italiano'. En esta edición los criminales del ataque de Vía Rasella aparecen como nobles héroes y mártires de la regeneración del país. El coronel observó que, dado que esas acciones criminales podían repetirlas elementos comunistas, sería aconsejable que los romanos cooperasen con las fuerzas alemanas para prevenir y suprimir cualquier manifestación sospechosa. Deploró la actitud esencialmente pasiva de la gente, diciendo que tal actitud, si proseguía, obligaría al alto mando alemán, a emplear métodos muy severos. Luego volvió a hablar de la matanza de Vía Rasella explicando que aquellos soldados alemanes habían sido asaltados por la gente y derribados con bombas de mano mientras pasaban por la calle. La rabia de los criminales aumentó hasta tal punto, que, utilizando revólveres y fusiles, dispararon desde arriba y sembraron la muerte entre los jóvenes soldados del Reich diezmando y mutilando horriblemente sus cuerpos. Todos los hombres que se hallaban en la parte del centro fueron asesinados. Los demás que se hallaban en los extremos fueron heridos en su mayoría. Los autores del crimen no han sido capturados. La policía está investigando todavía; esto resulta difícil de modo especial, porque la población no colabora.
Como consecuencia de este ataque, 320 prisioneros políticos (que ya habían sido acusados, juzgados y sentenciados, como por ejemplo, el profesor Gesmundo, quien en el momento de ser apresado tenia en su posesión cuatrocientos clavos que, siguiendo las órdenes clandestinas debían esparcirse por la Vía Appia para impedir el paso de convoyes de vehículos alemanes, a los que entonces habían disparado con sus fusiles elementos patriotas ocultos en las cercanías) han sido tomados de las prisiones de Regina Coeli y llevados cerca de la puerta de San Sebastiano, donde fueron matados uno a uno y llevados a una gruta, cuya entrada fue volada con dinamita para sepultar los cadáveres. Al final de su discurso, el coronel invitó a los directores de los diarios a publicar sus declaraciones. Le respondieron que sería mejor suspender la publicación de tales noticias por no ser el momento más adecuado para volver a avivar en el corazón de los romanos, especialmente durante el tiempo pascual, su dolor apenas acallado"
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EL TEXTO DE LA SENTENCIA
El 20 de julio de 1948 el Tribunal Militar Territorial de Roma emitió la sentencia por la matanza de las Fosas Ardeatinas.
El 20 de julio de 1948 el Tribunal Militar Territorial de Roma emitió la sentencia por la matanza de las Fosas Ardeatinas.
- Valorada la gravedad de los delitos de homicidio continuado y agravado y de extorsión arbitraria y la personalidad del acusado según las condiciones objetivas y subjetivas indicadas en el artículo 133 del CP, se impone la pena de cadena perpetua por el primer delito y la pena de quince años de reclusión por el otro delito. Además se dispone, de conformidad con el artículo 7 del CP, el aislamiento diurno del condenado durante cuatro años.
POR LO CUAL
Vistos los artículos 364 c. p. m. de paz. 477, 483 y 488 c.p.p., 72 c.p.
DECLARA A KAPPLER, HERBERT
responsable del delito de homicidio continuado, previsto y sancionado por los artículos 13, 185 primero y segundo apartado c. p. m. de guerra 575, 577 u. 3 y n. 4 en relación con el artículo 61. n. 4 y 5, 8 c.p. 47, n. 2 y 58 c. p. 111. de paz, y, asimismo, del delito de conexión arbitraria previsto y sancionado por el artículo 224, primero y segundo apartado c. p. m. de guerra, modificada en ese sentido la rúbrica del segundo punto de la acusación, y la condena a la pena de cadena perpetua por el primer delito y a quince años de reclusión por el segundo y, además, el aislamiento diurno por cuatro años y a todas las consecuencias de la ley.
Vistos los artículos 479 c.p.p. y 40 c. p. m. paz.
ABSUELVE A
Domislaff Borante, Clemens Hans, Quapp Johannes, Schutze Kurt y Wiedmar Karl del delito de homicidio continuado indicado en el primer punto de la acusación, por cuanto obraron por orden de un superior.
Roma, a veinte de julio de mil novecientos cuarenta y ocho.
En el original siguen las firmas.
El condenado Kappler Herbert, en la fecha de hoy, ha presentado recurso de nulidad ante el Tribunal Militar Supremo.
A 21 de julio de 1948.
El secretario militar
(firma ilegible).
Para el 2°, 3°, 4.", 5.°, 6°, la sentencia ha pasado como cosa juzgada e inapelable el 24-7-1948.
El secretario militar
(firma ilegible).
Depositados los motivos en la Secretaría del juez instructor el 29-9-1948.
Devueltos por la Presidencia con firma del Colegio Judicial el 9 de octubre de 1948.
El secretario militar
(firma ilegible).
El Tribunal Militar Supremo, con sentencia del 25-10-1952, ha rechazado el recurso presentado por Kappler. El mismo día la presente sentencia con respecto al mismo se ha convertido en ejecutiva.
Roma, a 27 de octubre de 1952.
El secretario militar
(firma ilegible).
El Tribunal Supremo de Casación, I Sección Penal, con sentencia del 19-12-1953, ha declarado inadmisible el recurso de Kappler contra la sentencia del Tribunal Militar Supremo del 25-10-1952.
Roma, 10 de enero de 1954.
El secretario militar
(firma ilegible).
N. 6.003/45 del Registro General de Procesos.
N. 631 de la sentencia.
20 de julio de 1948.
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Artículo aparecido en el diario El País el 18/08/1977, tres días depués de la espectacular fuga.
La huida del nazi Kappler enfría las relaciones entre Italia y Alemania
El ex coronel de las SS se encuentra en Baja Sajonia
La espectacular fuga del criminal de guerra nazi Herbert Kappler de un hospital militar de Roma amenaza con deteriorar las relaciones entre Italia y Alemania Federal y coloca al primer ministro italiano, Glulio Andreotti, en una difícil posición ante las reacciones que el suceso está suscitando en todos los sectores políticos italianos. El hecho ha vuelto a actualizar además la tragedia vivida por Europa durante la época del nazismo alemán, con acontecimientos tan frescos aún en la conciencia universal como las cámaras de gas o la matanza ordenada por Kappler en las fosas ardeatinas de Roma, en 1944; acontecimientos que explican la tenaz continuidad de la caza de nazis por algunas de las víctimas que consiguieron salvarse del holocausto.
Las tensiones políticas provocadas en Italia por la huida del criminal de guerra nazi Herbert Kappler, que se encuentra en Alemania Federal, han obligado al canciller alemán, Helmunt Schmidt, y al presidente del Consejo de Ministros italiano, Giulio Andreotti, a cancelar su anunciada entrevista, prevista para hoy en Verona.En los medios diplomáticos europeos se considera que la suspensión del encuentro, realizada de «común acuerdo» pero sin explicitar la fecha en que habrá de concretarse, supone el más grave enfriamiento de las relaciones, entre los dos países, desde la advertencia formulada por Schmidt sobre el eurocomunismo italiano, en junio de 1976, en la Conferencia de Puerto Rico.
La entrevista, fijada inicialmente para el próximo 16 de septiembre, fue adelantada por iniciativa del primer ministro italiano, quien deseaba examinar «urgentemente» con Schmidt la situación financiera de la Comunidad Económica Europea (CEE), y las inciertas perspectivas económicas italianas de cara al otoño, sobre todo según indicaron portavoces de la cancillería alemana, en el contexto del «plan Marshall» propuesto la semana pasada por el líder de la socialdemocracia germana, Willy Brandt, para los países que acaban de presentar su candidatura a la CEE (España, Portugal y Grecia).
En círculos allegados a Andreotti y a la Democracia Cristiana italiana, se señaló recientemente la preocupación de Roma ante tal proyecto, que podría privar a Italia de la ayuda financiera de Bonn. De ahí-indícase- que la postergación de la conversación Schmidt-Andreotti, consumada además a petición del segundo, resulte especialmente significativa.
Pese a las declaraciones de Aridreotti, en el sentido de que el caso Kappler no comprometerá el «buen entendimiento existente» entre Roma y Bonn, la actitud «pasiva» de la diplomacia alemana, que ha anticipado que la Constitución de la RFA impide la devolución de Kappler a Italia -a pesar de los pedidos de «colaboración» formulados por Andreotti-, no hace más que complicar la situación.
Problemas internos
Además de sus dificultades con Bonn, Andreotti debe afrontar también las reacciones que se están registiando en Italia, especialmente ante la sospecha de varios sectores políticos de que la fuga de Kappler del hospital Celio contó con cierto grado de complicidad de funcionarios del Estado ligados a la internacional fascista. Tales reacciones pueden obligar a Andreotti a endurecer aún más, al menos transitoriamente, su actitud ante Bonn.
El presidente de la Cámara de Diputados, el comunista Pietro Ingrao, dijo ayer que el «Estado italiano se siente humillado», mientras el diario La República, de tendencia socialista, publicó una serie de «preguntas» que el Gobierno debería -responder ante el Parlamento, y sugirió que la huida del criminal nazi se hizo posible por un «complot».
Carta de la señora Kappler
El repudio de los partidos frente al hecho se intensificó durante las últimas horas, al confirmar oficialmente la fiscalía de Lueneburg (Baja Sajonia) que Kappler se encuentra en un lugar secreto de esa región alemana. Al parecer, se trata de la localidad de Soltau, donde la esposa del criminal, Annelise Weneger-Kappler, posee una casa, que ayer aparecía bajo vigilancia policial.
Andreotti recibió una carta de la señora Kappler, hallada entre los documentos que las autoridades italianas descubrieron en el hospital Celio, tras la huida, en la que la esposa del ex coronel Joe las SS justifica su intervención en la fuga.
«Hace treinta años -dice- mi padre y yo salvamos la vida a algunos amigos hebreo durante la dominación nazi, con peligro de nuestra vida. Yo nunca me eché atrás a la hora de defender los derechos humanos y en estos momentos me encuentro en un estado de necesidad. Una necesidad que compite con la muerte.»
Memoria de las fosas ardeatinas
Pero ni esta carta ni los intereses italianos en relación con Alemania parecen destinados a calmar las protestas ante lo que Pier Luigi Romita, secretario general del Partido Socialdemócrata, calificó ayer de «gravísimas responsabilidades» del Gobierno, ni la memoria que el pueblo italiano guarda de la matanza perpetrada en Roma por las tropas nazis al mando de Kappler, el 24 de marzo de 1944. Ese día, 335 civiles fueron fusilados en las llamadas fosas ardeatinas en represalia por un atentado que había costado la vida a treinta oficiales alemanes en el centro de Roma. Kappler hizo fusilar a quince rehenes más que los exigidos por Berlín:
Hecho prisionero el 6 de mayo de 1945, Kappler fue condenado a prisión perpetua el 20 de julio de 1948. Pasó veinte años en la cárcel de Gaeta, a cien kilómetros de Roma, y luego fue trasferido al hospital militar de la ciudad. Su abogado pidió el año pasado su liberación, acogida favorablemente en noviembre pasado por el tribunal militar de la capital, pero su liberación fue anulada a raíz de las protestas que la decisión generó en la opinión pública.
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Saludos cordiales
La huida del nazi Kappler enfría las relaciones entre Italia y Alemania
El ex coronel de las SS se encuentra en Baja Sajonia
La espectacular fuga del criminal de guerra nazi Herbert Kappler de un hospital militar de Roma amenaza con deteriorar las relaciones entre Italia y Alemania Federal y coloca al primer ministro italiano, Glulio Andreotti, en una difícil posición ante las reacciones que el suceso está suscitando en todos los sectores políticos italianos. El hecho ha vuelto a actualizar además la tragedia vivida por Europa durante la época del nazismo alemán, con acontecimientos tan frescos aún en la conciencia universal como las cámaras de gas o la matanza ordenada por Kappler en las fosas ardeatinas de Roma, en 1944; acontecimientos que explican la tenaz continuidad de la caza de nazis por algunas de las víctimas que consiguieron salvarse del holocausto.
Las tensiones políticas provocadas en Italia por la huida del criminal de guerra nazi Herbert Kappler, que se encuentra en Alemania Federal, han obligado al canciller alemán, Helmunt Schmidt, y al presidente del Consejo de Ministros italiano, Giulio Andreotti, a cancelar su anunciada entrevista, prevista para hoy en Verona.En los medios diplomáticos europeos se considera que la suspensión del encuentro, realizada de «común acuerdo» pero sin explicitar la fecha en que habrá de concretarse, supone el más grave enfriamiento de las relaciones, entre los dos países, desde la advertencia formulada por Schmidt sobre el eurocomunismo italiano, en junio de 1976, en la Conferencia de Puerto Rico.
La entrevista, fijada inicialmente para el próximo 16 de septiembre, fue adelantada por iniciativa del primer ministro italiano, quien deseaba examinar «urgentemente» con Schmidt la situación financiera de la Comunidad Económica Europea (CEE), y las inciertas perspectivas económicas italianas de cara al otoño, sobre todo según indicaron portavoces de la cancillería alemana, en el contexto del «plan Marshall» propuesto la semana pasada por el líder de la socialdemocracia germana, Willy Brandt, para los países que acaban de presentar su candidatura a la CEE (España, Portugal y Grecia).
En círculos allegados a Andreotti y a la Democracia Cristiana italiana, se señaló recientemente la preocupación de Roma ante tal proyecto, que podría privar a Italia de la ayuda financiera de Bonn. De ahí-indícase- que la postergación de la conversación Schmidt-Andreotti, consumada además a petición del segundo, resulte especialmente significativa.
Pese a las declaraciones de Aridreotti, en el sentido de que el caso Kappler no comprometerá el «buen entendimiento existente» entre Roma y Bonn, la actitud «pasiva» de la diplomacia alemana, que ha anticipado que la Constitución de la RFA impide la devolución de Kappler a Italia -a pesar de los pedidos de «colaboración» formulados por Andreotti-, no hace más que complicar la situación.
Problemas internos
Además de sus dificultades con Bonn, Andreotti debe afrontar también las reacciones que se están registiando en Italia, especialmente ante la sospecha de varios sectores políticos de que la fuga de Kappler del hospital Celio contó con cierto grado de complicidad de funcionarios del Estado ligados a la internacional fascista. Tales reacciones pueden obligar a Andreotti a endurecer aún más, al menos transitoriamente, su actitud ante Bonn.
El presidente de la Cámara de Diputados, el comunista Pietro Ingrao, dijo ayer que el «Estado italiano se siente humillado», mientras el diario La República, de tendencia socialista, publicó una serie de «preguntas» que el Gobierno debería -responder ante el Parlamento, y sugirió que la huida del criminal nazi se hizo posible por un «complot».
Carta de la señora Kappler
El repudio de los partidos frente al hecho se intensificó durante las últimas horas, al confirmar oficialmente la fiscalía de Lueneburg (Baja Sajonia) que Kappler se encuentra en un lugar secreto de esa región alemana. Al parecer, se trata de la localidad de Soltau, donde la esposa del criminal, Annelise Weneger-Kappler, posee una casa, que ayer aparecía bajo vigilancia policial.
Andreotti recibió una carta de la señora Kappler, hallada entre los documentos que las autoridades italianas descubrieron en el hospital Celio, tras la huida, en la que la esposa del ex coronel Joe las SS justifica su intervención en la fuga.
«Hace treinta años -dice- mi padre y yo salvamos la vida a algunos amigos hebreo durante la dominación nazi, con peligro de nuestra vida. Yo nunca me eché atrás a la hora de defender los derechos humanos y en estos momentos me encuentro en un estado de necesidad. Una necesidad que compite con la muerte.»
Memoria de las fosas ardeatinas
Pero ni esta carta ni los intereses italianos en relación con Alemania parecen destinados a calmar las protestas ante lo que Pier Luigi Romita, secretario general del Partido Socialdemócrata, calificó ayer de «gravísimas responsabilidades» del Gobierno, ni la memoria que el pueblo italiano guarda de la matanza perpetrada en Roma por las tropas nazis al mando de Kappler, el 24 de marzo de 1944. Ese día, 335 civiles fueron fusilados en las llamadas fosas ardeatinas en represalia por un atentado que había costado la vida a treinta oficiales alemanes en el centro de Roma. Kappler hizo fusilar a quince rehenes más que los exigidos por Berlín:
Hecho prisionero el 6 de mayo de 1945, Kappler fue condenado a prisión perpetua el 20 de julio de 1948. Pasó veinte años en la cárcel de Gaeta, a cien kilómetros de Roma, y luego fue trasferido al hospital militar de la ciudad. Su abogado pidió el año pasado su liberación, acogida favorablemente en noviembre pasado por el tribunal militar de la capital, pero su liberación fue anulada a raíz de las protestas que la decisión generó en la opinión pública.
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