¡Hola a todos!
James Q. Whitman, Hitler's American Model. The United States and the Making of Nazi Race Law (Princeton University Press, 2017).
El tema nuclear del libro de Whitman viene reflejado en su título Hitler's American Model (El Modelo americano de Hitler) y especificado en su subtítulo The United States and the Making of Nazi Race Law (Estados Unidos y la Elaboración de la Ley Racial Nazi). Whitman explora y demuestra cómo influyó en la génesis de las Leyes de Nuremberg (Nürnberger Gesetze) de 1935 la legislación racial en Estados Unidos. El libro está dedicado al fantasma de Louis B. Brodsky, cuya figura y papel veremos más adelante.
El libro viene estructurado en una introducción, dos capítulos y una conclusión final, todo ello en menos de 150 páginas, al margen de los agradecimientos, notas, bibliografía e índice.
El 15 de septiembre de 1935 en Nuremberg se aprobaron tres leyes: la menos conocida, la Ley de la Bandera del Reich (Reichsflaggengesetz), y las más conocidas Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes (Gesetz zum Schutze des deutschen Blutes und der deutschen Ehre) y Ley de Ciudadanía del Reich (Reichsbürgergesetz). Pues bien, en el primer capítulo del libro (Making Nazi Flags and Nazi Citizens), Whitman analiza la Ley de la Bandera del Reich y la Ley de Ciudadanía del Reich, mientras que en el segundo (Protecting Nazi Blood and Nazi Honor) examina la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes. En ambos capítulos, Whitman intenta demostrar, de forma acertada a mi juicio, cómo la legislación racial estadounidense del siglo XIX y principios del siglo XX sirvió de modelo para los nazis en la elaboración de sus dos leyes de ciudadanía y protección de sangre y honor, y cómo un suceso ocurrido en Estados Unidos en julio de 1935 influyó en la ley de la bandera nazi.
El capítulo introductorio abre con una cita del infame juez nazi Roland Freisler de 5 de junio de 1934: “Esta jurisprudencia nos vendría perfectamente, con una sola excepción. Allí tienen en mente, prácticamente hablando, solo negros y medio-negros*, que incluye mestizos y mulatos; pero los judíos, que también nos interesan a nosotros, no se cuentan entre ellos”.
*En el original inglés del libro se usa la frase coloreds and half-coloreds, que yo he preferido traducir como “negros y medio-negros” porque era fundameltamente a quienes aludía la frase en su concepción racista de la época en USA.
Bien, ahora voy a centrarme en proporcionar un breve resumen de lo que escribe Whitman sobre la ley de la bandera, por ser la menos conocida de las tres leyes, subrayando, no obstante, que se trata del tema de menos trascendencia del libro, pues no hay ningún tipo de vínculo de influencia, aunque sí de consecuencia, entre USA y la Alemania nazi, como sí lo hay en la elaboración de las otras dos leyes.
Whitman abre el capítulo con los titulares del New York Times de 16 de septiembre de 1935 (el día después de la aprobación de las Leyes de Nuremberg) que rezaban: “El Reich adopta la esvástica como la bandera oficial de la nación; la respuesta de Hitler al 'Insulto'”. Aquí el “Insulto” hacía referencia a un incidente que había tenido lugar en la ciudad de Nueva York a finales de julio de 1935, cuando unos manifestantes arrancaron la esvástica del trasatlántico alemán SS Bremen, y que se conoció entonces como el Incidente Bremen. Un pequeño grupo de los manifestantes fue arrestado y puesto en libertad más tarde por un juez llamado Louis Brodsky.
El Incidente Bremen tuvo lugar el 26 de julio de 1935 en Nueva York, durante un “verano caliente marcado por los enfrentamientos diplomáticos y la violencia callejera entre los opositores neoyorquinos de Hitler y los manifestantes pro-alemanes”. Al atardecer de dicho día, unos mil manifestantes (de entre los cuales los informes policiales incluían “simpatizantes comunistas”) asaltaron el SS Bremen, el orgullo de la ingeniería alemana. Cinco de los manifestantes consiguieron subir abordo, arrancar la esvástica y arrojarla al río Hudson.
Estos cinco manifestantes fueron arrestados, dando lugar a una crisis diplomática que duró semanas. Inmediatamente después del incidente, el Departamento de Estado empeñó su esfuerzo en calmar la situación, enviando una nota a su homólogo alemán lamentando que el emblema alemán no hubiera recibido el respeto debido. Al margen de la hostilidad generalizada en Nueva York hacia Hitler, la administración estadounidense deseaba fervientemente, al menos en esa época, mantener buenas relaciones con la Alemania de Hitler. Pero la prensa alemana no cesó de alentar la crisis durante todo el verano, llegando a su cúspide el 6 de septiembre, cuando el juez Brodsky de Manhattan ordenó la puesta en libertad de los cinco arrestados, al tiempo que escribía una declaración extraordinaria denunciando el nazismo en nombre de las libertades estadounidenses.
Brodsky era un judío de Nueva York que se había graduado en la Escuela de Derecho de Nueva York a la increíble edad de 17 años. Su camino hacia la judicatura estuvo plagado de todos los obstáculos que entonces afrontaban todos los judíos que querían dedicarse al Derecho en USA en esa época. Pese a todo, Brodsky acabó por convertirse en un funcionario ardiente defensor de los derechos constitucionales del país. En 1931 suscitó un escándalo por permitir la distribución de novelas pornográficas, y en 1935 atrajo los titulares mediáticos al liberar a dos bailarinas nudistas que habían sido arrestadas en un club de Greenwich Vilage, declarando que “la desnudez ya no es considerada indecente”. Así que cuando en septiembre de 1935 tuvo que ver el caso de los manifestantes del Bremen, aprovechó la oportunidad para proclamar los valores de Estados Unidos y denunciar a los nazis. Escribió que la esvástica era una “bandera negra de la piratería”. Enarbolar esa bandera era “una ostentación gratuitamente descarada de un emblema que simboliza todo lo que es antitético a los ideales estadounidenses dados por Dios y los derechos inalienables de todas las gentes a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad...[El nazismo representa] una revuelta contra la civilización; en resumen, si puedo tomar prestado un concepto biológico, un retroceso atávico a las condiciones sociales y políticas premedievales, cuando no bárbaras”.
Una vez más, la administración Roosevelt se apresuró a desautorizar la acción de Brodsky, y presionó al gobernador de Nueva York, Hervert Lehman, para que declarara que Brodsky se había excedido en el ejercicio de sus funciones, mientras que el Secretario de Estado, Cordell Hull, emitió una disculpa formal al Reich el mismo día en que se proclamaron las Leyes de Nuremberg. Sin embargo, Goebbels ya había decidido utilizar la opinión de Brodsky con fines políticos.
El 12 de marzo de 1933 el presidente del Reich, Hindenburg, emitió un decreto especial según el cual, y a diferencia de lo que sucedía en otros países, el Reich alemán enarbolaba dos banderas juntas: la esvástica -descrita en el decreto como representando “el poderoso renacimiento de la nación alemana”-, y la tricolor (negra, blanca y roja), descrita como representación “del glorioso pasado alemán”.
El Incidente Bremen y el juez Brodsky proporcionaron a Goebbels el pistoletazo de salida para eliminar la bandera tricolor. Escribió en su diario: “El juez Brodsky de Nueva York ha insultado la bandera nacional alemana...Nuestra respuesta: En Nuremberg se reunirá el Reichstag y declarará que la bandera de la esvástica es nuestra única bandera nacional”. Así fue cómo las Leyes de Nuremberg se presentaron al mundo como una “respuesta” a un “insulto” realizado por un magistrado judío en un tribunal de policía de Manhattan.
Ahora bien, es importante subrayar que estas leyes no se presentaron como un rechazo a todo lo que representaba USA. Era perfectamente posible denunciar al judío Brodsky de Nueva York sin denunciar a USA. Después de todo y tal como observó el autor alemán de un libro de 1935 elogiando a Roosevelt, la ciudad de Nueva York tenía muy poco que ver con “América”: Nueva York era un lugar donde “los representantes de las razas” se reunían para crear una “mezcolanza de ideas y personas”, un lugar marcado por una “gran influencia de judíos”, que hacían de instituciones como la Universidad de Columbia centros de “radicalismo”. En cambio, la verdadera América era anglosajona y protestante. Durante años, los racistas alemanes se habían estado pronunciando de forma similar sobre la “judía” ciudad de Nueva York. Lo cierto es que en Nuremberg, el liderazgo nazi se cuidó mucho al declarar que su disputa no era con Estados Unidos, sino con los judíos. En una pausa que hizo en su discurso sobre las Leyes de Nuremberg, Hitler elogió a la administración Rossevelt por su “completamente decente y honorable” desautorización de Brosdky.
Whitman se explaya luego en una serie de ejemplos de cómo veían muchos ideólogos nazis a Estados Unidos. Así Wahrhold Drascher escribía en un libro de 1936 titulado La Supremacía de la Raza Blanca que Estados Unidos había asumido “el liderazgo de las gentes blancas” después de la IGM, cumpliendo la promesa secular del racismo americano, y que si no fuera por Estados Unidos “nunca habría emergido una consciente unidad de la raza blanca”. En términos similares se pronunciaron Rosenberg y Hitler. Sin embargo, estos ejemplos sólo se pueden tomar como representaciones ocasionales del liderazgo nazi sobre USA; hay otras muchas en sentido contrario, tal como reconoce el propio Whitman.
En cuanto a las otras dos leyes de Nuremberg no tengo tiempo (ni ganas) para extenderme en lo que escribe Whitman, pues hay que leerlo. Sí voy a reproducir en su original una parte de su conclusión y una aclaración inmediata.
From Mein Kampf onward, Nazi jurists and policy makers took a sustained interest in American race law. Especially during the early 1930s, the era of the making of the Nuremberg Laws, Nazis engaged in detailed study of American immigration law, American second-class citizenship law, and American anti-miscegenation and mongrelization law. Some of them saw attractions in the system of Jim Crow segregation. In particular, the Prussian Memorandum, the 1933 text that laid out the basic statement of the radical Nazi legal program, specifically invoked Jim Crow—though it proposed a more “limited” version for Nazi Germany. Certain aspects of American race law struck Nazi observers as appealing: in particular, the exceptional American practice of harshly criminalizing interracial marriage lay in the background of the Blood Law. Other aspects, like the one-drop rule, struck them as excessively severe. Some of the more vicious Nazis, notably Roland Freisler, championed the lessons to be learned from American legislation and jurisprudence, while moderates like Justice Minister Gürtner worked to downplay the usefulness of American precedents. Nobody argued in favor of a wholesale importation of American practices; everybody was aware that America had liberal traditions that were at war with its racism, but many expressed their approval of what the National Socialist Handbook of Law and Legislation called America’s “fundamental recognition” of the imperative of creating a legally enforced race order—though Nazi authors always added that the task of building a fully realized race state remained for National Socialist Germany to complete.
La aclaración:
It is important to begin by underlining what the history in this book does not tell us: It does not explain the genesis of Nazism. No sensible person would conclude that it was American inspiration that led causally to the crimes of the Nazis. It is lunacy to claim, as extremists on both the left and right have been known to do, that the United States is the source of all evil in the world, and it would be lunacy to hold the United States responsible for what happened in Germany and its dominions from 1933 to 1945. Nazism happened for countless reasons, most of them indigenous to Germany; the responsibility for Nazi crimes rests with Germans and their direct collaborators. In the end the United States certainly played its part in the defeat of Hitler, and it has certainly been a force for good in the world often enough.
What the history presented in this book demands that we confront are questions not about the genesis of Nazism, but about the character of America. The Nazis, let us all agree, would have committed monstrous crimes regardless of how intriguing and attractive they found American race law. But how did it come to pass that America produced law that seemed intriguing and attractive to Nazis?
Yo recomiendo vivamente la lectura de este libro, y ojalá alguna editorial se decida a publicarlo en el idioma español.
Saludos cordiales
JL
James Q. Whitman, Hitler's American Model. The United States and the Making of Nazi Race Law (Princeton University Press, 2017).
El tema nuclear del libro de Whitman viene reflejado en su título Hitler's American Model (El Modelo americano de Hitler) y especificado en su subtítulo The United States and the Making of Nazi Race Law (Estados Unidos y la Elaboración de la Ley Racial Nazi). Whitman explora y demuestra cómo influyó en la génesis de las Leyes de Nuremberg (Nürnberger Gesetze) de 1935 la legislación racial en Estados Unidos. El libro está dedicado al fantasma de Louis B. Brodsky, cuya figura y papel veremos más adelante.
El libro viene estructurado en una introducción, dos capítulos y una conclusión final, todo ello en menos de 150 páginas, al margen de los agradecimientos, notas, bibliografía e índice.
El 15 de septiembre de 1935 en Nuremberg se aprobaron tres leyes: la menos conocida, la Ley de la Bandera del Reich (Reichsflaggengesetz), y las más conocidas Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes (Gesetz zum Schutze des deutschen Blutes und der deutschen Ehre) y Ley de Ciudadanía del Reich (Reichsbürgergesetz). Pues bien, en el primer capítulo del libro (Making Nazi Flags and Nazi Citizens), Whitman analiza la Ley de la Bandera del Reich y la Ley de Ciudadanía del Reich, mientras que en el segundo (Protecting Nazi Blood and Nazi Honor) examina la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes. En ambos capítulos, Whitman intenta demostrar, de forma acertada a mi juicio, cómo la legislación racial estadounidense del siglo XIX y principios del siglo XX sirvió de modelo para los nazis en la elaboración de sus dos leyes de ciudadanía y protección de sangre y honor, y cómo un suceso ocurrido en Estados Unidos en julio de 1935 influyó en la ley de la bandera nazi.
El capítulo introductorio abre con una cita del infame juez nazi Roland Freisler de 5 de junio de 1934: “Esta jurisprudencia nos vendría perfectamente, con una sola excepción. Allí tienen en mente, prácticamente hablando, solo negros y medio-negros*, que incluye mestizos y mulatos; pero los judíos, que también nos interesan a nosotros, no se cuentan entre ellos”.
*En el original inglés del libro se usa la frase coloreds and half-coloreds, que yo he preferido traducir como “negros y medio-negros” porque era fundameltamente a quienes aludía la frase en su concepción racista de la época en USA.
Bien, ahora voy a centrarme en proporcionar un breve resumen de lo que escribe Whitman sobre la ley de la bandera, por ser la menos conocida de las tres leyes, subrayando, no obstante, que se trata del tema de menos trascendencia del libro, pues no hay ningún tipo de vínculo de influencia, aunque sí de consecuencia, entre USA y la Alemania nazi, como sí lo hay en la elaboración de las otras dos leyes.
Whitman abre el capítulo con los titulares del New York Times de 16 de septiembre de 1935 (el día después de la aprobación de las Leyes de Nuremberg) que rezaban: “El Reich adopta la esvástica como la bandera oficial de la nación; la respuesta de Hitler al 'Insulto'”. Aquí el “Insulto” hacía referencia a un incidente que había tenido lugar en la ciudad de Nueva York a finales de julio de 1935, cuando unos manifestantes arrancaron la esvástica del trasatlántico alemán SS Bremen, y que se conoció entonces como el Incidente Bremen. Un pequeño grupo de los manifestantes fue arrestado y puesto en libertad más tarde por un juez llamado Louis Brodsky.
El Incidente Bremen tuvo lugar el 26 de julio de 1935 en Nueva York, durante un “verano caliente marcado por los enfrentamientos diplomáticos y la violencia callejera entre los opositores neoyorquinos de Hitler y los manifestantes pro-alemanes”. Al atardecer de dicho día, unos mil manifestantes (de entre los cuales los informes policiales incluían “simpatizantes comunistas”) asaltaron el SS Bremen, el orgullo de la ingeniería alemana. Cinco de los manifestantes consiguieron subir abordo, arrancar la esvástica y arrojarla al río Hudson.
Estos cinco manifestantes fueron arrestados, dando lugar a una crisis diplomática que duró semanas. Inmediatamente después del incidente, el Departamento de Estado empeñó su esfuerzo en calmar la situación, enviando una nota a su homólogo alemán lamentando que el emblema alemán no hubiera recibido el respeto debido. Al margen de la hostilidad generalizada en Nueva York hacia Hitler, la administración estadounidense deseaba fervientemente, al menos en esa época, mantener buenas relaciones con la Alemania de Hitler. Pero la prensa alemana no cesó de alentar la crisis durante todo el verano, llegando a su cúspide el 6 de septiembre, cuando el juez Brodsky de Manhattan ordenó la puesta en libertad de los cinco arrestados, al tiempo que escribía una declaración extraordinaria denunciando el nazismo en nombre de las libertades estadounidenses.
Brodsky era un judío de Nueva York que se había graduado en la Escuela de Derecho de Nueva York a la increíble edad de 17 años. Su camino hacia la judicatura estuvo plagado de todos los obstáculos que entonces afrontaban todos los judíos que querían dedicarse al Derecho en USA en esa época. Pese a todo, Brodsky acabó por convertirse en un funcionario ardiente defensor de los derechos constitucionales del país. En 1931 suscitó un escándalo por permitir la distribución de novelas pornográficas, y en 1935 atrajo los titulares mediáticos al liberar a dos bailarinas nudistas que habían sido arrestadas en un club de Greenwich Vilage, declarando que “la desnudez ya no es considerada indecente”. Así que cuando en septiembre de 1935 tuvo que ver el caso de los manifestantes del Bremen, aprovechó la oportunidad para proclamar los valores de Estados Unidos y denunciar a los nazis. Escribió que la esvástica era una “bandera negra de la piratería”. Enarbolar esa bandera era “una ostentación gratuitamente descarada de un emblema que simboliza todo lo que es antitético a los ideales estadounidenses dados por Dios y los derechos inalienables de todas las gentes a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad...[El nazismo representa] una revuelta contra la civilización; en resumen, si puedo tomar prestado un concepto biológico, un retroceso atávico a las condiciones sociales y políticas premedievales, cuando no bárbaras”.
Una vez más, la administración Roosevelt se apresuró a desautorizar la acción de Brodsky, y presionó al gobernador de Nueva York, Hervert Lehman, para que declarara que Brodsky se había excedido en el ejercicio de sus funciones, mientras que el Secretario de Estado, Cordell Hull, emitió una disculpa formal al Reich el mismo día en que se proclamaron las Leyes de Nuremberg. Sin embargo, Goebbels ya había decidido utilizar la opinión de Brodsky con fines políticos.
El 12 de marzo de 1933 el presidente del Reich, Hindenburg, emitió un decreto especial según el cual, y a diferencia de lo que sucedía en otros países, el Reich alemán enarbolaba dos banderas juntas: la esvástica -descrita en el decreto como representando “el poderoso renacimiento de la nación alemana”-, y la tricolor (negra, blanca y roja), descrita como representación “del glorioso pasado alemán”.
El Incidente Bremen y el juez Brodsky proporcionaron a Goebbels el pistoletazo de salida para eliminar la bandera tricolor. Escribió en su diario: “El juez Brodsky de Nueva York ha insultado la bandera nacional alemana...Nuestra respuesta: En Nuremberg se reunirá el Reichstag y declarará que la bandera de la esvástica es nuestra única bandera nacional”. Así fue cómo las Leyes de Nuremberg se presentaron al mundo como una “respuesta” a un “insulto” realizado por un magistrado judío en un tribunal de policía de Manhattan.
Ahora bien, es importante subrayar que estas leyes no se presentaron como un rechazo a todo lo que representaba USA. Era perfectamente posible denunciar al judío Brodsky de Nueva York sin denunciar a USA. Después de todo y tal como observó el autor alemán de un libro de 1935 elogiando a Roosevelt, la ciudad de Nueva York tenía muy poco que ver con “América”: Nueva York era un lugar donde “los representantes de las razas” se reunían para crear una “mezcolanza de ideas y personas”, un lugar marcado por una “gran influencia de judíos”, que hacían de instituciones como la Universidad de Columbia centros de “radicalismo”. En cambio, la verdadera América era anglosajona y protestante. Durante años, los racistas alemanes se habían estado pronunciando de forma similar sobre la “judía” ciudad de Nueva York. Lo cierto es que en Nuremberg, el liderazgo nazi se cuidó mucho al declarar que su disputa no era con Estados Unidos, sino con los judíos. En una pausa que hizo en su discurso sobre las Leyes de Nuremberg, Hitler elogió a la administración Rossevelt por su “completamente decente y honorable” desautorización de Brosdky.
Whitman se explaya luego en una serie de ejemplos de cómo veían muchos ideólogos nazis a Estados Unidos. Así Wahrhold Drascher escribía en un libro de 1936 titulado La Supremacía de la Raza Blanca que Estados Unidos había asumido “el liderazgo de las gentes blancas” después de la IGM, cumpliendo la promesa secular del racismo americano, y que si no fuera por Estados Unidos “nunca habría emergido una consciente unidad de la raza blanca”. En términos similares se pronunciaron Rosenberg y Hitler. Sin embargo, estos ejemplos sólo se pueden tomar como representaciones ocasionales del liderazgo nazi sobre USA; hay otras muchas en sentido contrario, tal como reconoce el propio Whitman.
En cuanto a las otras dos leyes de Nuremberg no tengo tiempo (ni ganas) para extenderme en lo que escribe Whitman, pues hay que leerlo. Sí voy a reproducir en su original una parte de su conclusión y una aclaración inmediata.
From Mein Kampf onward, Nazi jurists and policy makers took a sustained interest in American race law. Especially during the early 1930s, the era of the making of the Nuremberg Laws, Nazis engaged in detailed study of American immigration law, American second-class citizenship law, and American anti-miscegenation and mongrelization law. Some of them saw attractions in the system of Jim Crow segregation. In particular, the Prussian Memorandum, the 1933 text that laid out the basic statement of the radical Nazi legal program, specifically invoked Jim Crow—though it proposed a more “limited” version for Nazi Germany. Certain aspects of American race law struck Nazi observers as appealing: in particular, the exceptional American practice of harshly criminalizing interracial marriage lay in the background of the Blood Law. Other aspects, like the one-drop rule, struck them as excessively severe. Some of the more vicious Nazis, notably Roland Freisler, championed the lessons to be learned from American legislation and jurisprudence, while moderates like Justice Minister Gürtner worked to downplay the usefulness of American precedents. Nobody argued in favor of a wholesale importation of American practices; everybody was aware that America had liberal traditions that were at war with its racism, but many expressed their approval of what the National Socialist Handbook of Law and Legislation called America’s “fundamental recognition” of the imperative of creating a legally enforced race order—though Nazi authors always added that the task of building a fully realized race state remained for National Socialist Germany to complete.
La aclaración:
It is important to begin by underlining what the history in this book does not tell us: It does not explain the genesis of Nazism. No sensible person would conclude that it was American inspiration that led causally to the crimes of the Nazis. It is lunacy to claim, as extremists on both the left and right have been known to do, that the United States is the source of all evil in the world, and it would be lunacy to hold the United States responsible for what happened in Germany and its dominions from 1933 to 1945. Nazism happened for countless reasons, most of them indigenous to Germany; the responsibility for Nazi crimes rests with Germans and their direct collaborators. In the end the United States certainly played its part in the defeat of Hitler, and it has certainly been a force for good in the world often enough.
What the history presented in this book demands that we confront are questions not about the genesis of Nazism, but about the character of America. The Nazis, let us all agree, would have committed monstrous crimes regardless of how intriguing and attractive they found American race law. But how did it come to pass that America produced law that seemed intriguing and attractive to Nazis?
Yo recomiendo vivamente la lectura de este libro, y ojalá alguna editorial se decida a publicarlo en el idioma español.
Saludos cordiales
JL