José Luis escribió:¡Hola a todos!
Estimado maxtor,
Quisiera comentar desde mi perspectiva las dos cuestiones que has planteado, la del Préstamo y Arriendo y la de la moralidad, empezando por esta última.
¿Por que sacar a relucir aquí la moralidad? Al desacreditar al gobierno de la URSS por esta razón, ¿lo hacemos porque era el gobierno dirigente de un régimen político criminal? ¿O lo hacemos porque pactó con el gobierno nazi en una etapa de la historia? ¿O, quizás, porque nos cuesta aceptar que un gobierno criminal e inmoral se acabó convirtiendo en la representación de la mayor pesadilla nazi de la guerra? Estas objeciones, a mi juicio, me parecen insustanciales para el tema que nos ocupa. Creo recordar que fue el propio Churchill quien dijo algo parecido a que si tenía que aliarse con el diablo para derrotar a Hitler no dudaría en hacerlo o iría hasta el infierno.
Pero es que si hablamos de moralidad (y en su valoración habrá para todos los gustos), creo que ningún gobierno saldrá bien librado. Vaya por delante que ni se me ocurre comparar regímenes autoritarios con pluralistas, y que siento la mayor de las repugnancias por los primeros. Pero no me estoy refiriendo a las diferencias evidentes entre regímenes tan dispares, sino a los motivos que movieron antes y durante la IIGM a sus líderes políticos y económicos. Y es aquí donde la moralidad naufraga en unos y otros regímenes políticos, por eso me parece absurdo introducirla.
Se tilda al gobierno soviético de inmoral por haber pactado con el gobierno nazi. Bien, ¿pero qué otra cosa hicieron los gobiernos de las democracias liberales con el gobierno nazi en diferentes ocasiones durante el periodo de preguerra? ¿No contemplaron, en Europa, los gobiernos británico y francés con cinismo y calculado interés cómo rompía el gobierno nazi con el status quo post-Versalles y todas sus cláusulas de restricción? ¿No contemplaron con acomodo burgués cómo la fiera nazi ayudaba a destruir, impunemente, una democracia en el sur de Europa para instalar un régimen autoritario y represivo? ¿Y no firmaron, durante ese proceso, el finiquito de la única democracia existente en el centro de Europa? ¿No establecieron o ayudaron a establecer dichos gobiernos jugosos contratos económicos con la Alemania de Hitler durante ese periodo de preguerra? ¿Y qué decir del gobierno americano ante los fabulosos contratos económicos que el liderazgo de su poder económico contrajo en la Alemania nazi? Sin embargo, durante ese mismo periodo, no fue el gobierno soviético quien hizo lo mismo con el gobierno nazi. Esto es un hecho, más allá de que no faltasen los deseos.
Y los soviéticos, ¿acaso no tenían razones de peso para desconfiar de los gobiernos de las democracias liberales? ¿Quiénes fueron a Rusia o enviaron ayuda material y humana a ese país cuando la revolución había dado paso a una guerra civil? ¿Quiénes quisieron hurtar desde fuera el destino de Rusia que entonces estaba en liza entre los rusos? ¿Es esa intervención e injerencia extranjera en Rusia algo moralmente justificable? Dependerá del punto de vista, claro; pero si yo fuera un bolchevique de 1918-1919 vería como inmorales a los británicos y franceses que fueron a meter baza en una lucha fraticida. Y por supuesto, sabría que fueron allí en defensa de unos intereses económicos muy concretos, y no en defensa de ninguna libertad.
Sólo y exclusivamente sólo cuando los líderes del poder político y económico de Gran Bretaña y Francia, aquí en Europa, vieron sus intereses propios, en sus propios países o en sus imperios, realmente amenazados, sólo entonces decidieron ir a la guerra contra la voracidad nazi. Y exactamente igual sucedió en el sudeste asiático con Estados Unidos, que no entró en guerra con Japón en aras de la libertad o la moralidad, sino en defensa de sus intereses allí creados; una inmensa fuente de riqueza por explotar.
Por estas y otras razones creo que será más práctico dejar las cuestiones morales a un margen en este asunto que tratamos. El mayor enemigo nazi fue el que acabó destruyéndolo, independientemente de sus verdaderos motivos o de la talla moral que se le quiera conceder.
En cuanto al Préstamo y Arriendo, es cierto, en mi opinión, que durante mucho tiempo los soviéticos no quisieron reconocer en su justa medida el valor de esa ayuda recibida. Pero no vayamos a pasar, tal como veo en tu exposición, de una tendencia soviética de infravalorar el P&A a otra actual de sobrevalorarlo.
La Unión Soviética resistió, frenó y rechazó la más grande ofensiva alemana de toda la guerra (y la mayor operación terrestre de la historia militar) con sus propios medios y a un coste humano ante el que cualquier otro país (salvo quizás la propia Alemania nazi) habría capitulado. Este hecho de 1941 es irrefutable, incuestionable, inmutable. Nunca jamás en toda la guerra, Alemania volvería a reunir una fuerza tan poderosa como la que desplegó contra la URSS el 22 de junio de 1941. Y nunca más en toda la guerra se recuperaría de la tremenda herida envenenada que le asestó la URSS en ese año crucial, año donde el P&A aliado no pasó de anecdótico. Como tampoco fue el P&A de ningún modo decisivo para que la URSS hiciera fracasar la ofensiva alemana del verano de 1942, aunque entonces ya no fuera anecdótico, sobre todo para las ofensivas que, a partir de Urano, emprendió el Ejército Rojo.
El P&A aliado se hizo notar de manera sustancial a partir del verano de 1943, y cada vez más. Pero de ahí a decir que sin esta ayuda la URSS no podría derrotar a Alemania hay mucho que debatir, pero no es el objetivo de este tema y, además, no llevaría a nada práctico. Porque, dándole la vuelta al asunto, también podríamos debatir (aunque sospecho que aquí el debate duraría mucho menos), ¿qué pasaría en Normandía el 6 de junio de 1944 si el Ejército Rojo, previamente, no hubiera prevalecido, primero, ante el Ostheer, y, después, no lo hubiera descompuesto casi por completo? Probablemente ni siquiera habría existido lo de Normandía.
Ya el tema de quién derrotó finalmente a la Alemania nazi ha quedado claro, por mi parte, desde un principio: fue una alianza de potencias. Lo que se discute, al menos por mi parte, es quién contribuyó con más peso a la consecución de esa derrota. Y, desde mi punto de vista, nadie supera a la URSS, independientemente de que fuera un régimen político criminal e independientemente de cualquier valoración moral.
Saludos cordiales
JL
Saludos cordiales a todos.
Bueno, tengo un pequeño hueco entre exámen y exámen y no me he podido resistir.
Estimado Jose Luis y resto de compañeros, si utilicé el concepto de moralidad en el debate más que interesante que se está abriendo hacia las relaciones diplomáticas de la época fue porque el compañero Fermat – con buen juicio en mi opinión – mencionó factores morales exigibles al mayor enemigo nazi o cuanto menos una “dimensión moral”.
Todos sabemos que la “moralidad” en las relaciones internacionales han escaseado o brillan por su ausencia, no ya en el mundo en general, sino en Europa en particular, todos los países buscan sus intereses y la realpolitik ya desde tiempos de Richeleau se elevó a principio rector en las relaciones internacionales de las diferentes potencias europeas y en no permitir que ninguna nación europea fuese lo suficientemente poderosa como para someter a las otras, pero una cosa es que existieran alianzas determinadas para evitar que Alemania por ejemplo fuese una potencia hegemónica o contra la Francia de Napoleón y otra cosa es que una determinada alianza o pacto como el soviético – nazi de 1939 fuera uno de los factores desencadenantes de la 2GM o por lo menos la propiciara.
La Europa de entreguerras abandonó sus política de realpolitik y en vez de adoptar medidas de fuerzas como en épocas anteriores con el auge alemán intentaron una política de apaciguamiento que no funcionó, se ha escrito mucho sobre la política de apaciguamiento y los historiadores han incidido mucho en la ceguera de los líderes occidentales principalmente británicos y franceses respecto a las intenciones nazis, pero también hay que entender que dicha política en ocasiones iba preñada de consideraciones buenas y pacíficas, aunque no realistas y en el caso británico iban en consonancia de buena parte de su opinión pública.
El gobierno de la URSS no necesita que se le desacredite por el caso particular del pacto de 1939 con su mayor enemigo ideológico sino que ya de por sí está suficientemente desacreditado, todos sabemos de su maldad intrínseca y fue uno de los peores azotes del s. XX. El hecho de que durante la guerra tuviera un comportamiento heroico y sufriera la peor batalla terrestre de la misma no desacredita que fuese un régimen de terror y se alió con otro régimen de terror en beneficio suyo – lógicamente – pero con la intención clara de poder expandirse por Europa si sus previsiones no fallaban, pero al vencer de forma arrolladora Hitler en Francia esos cálculos se le volvieron en contra a Stalin. Dicho esto, que creo que todos podemos compartir, y es verdad tal y como comenta Jose Luis que los hechos de dicho pacto hay que considerarlo no expost sino con los datos y condicionantes que ambos dictadores tuvieron para firmar dicho pacto.
Es cierto que pocos o ningún país saldrían bien parado si hablamos de moralidad en las relaciones internacionales y el s. XIX y bien entrado el s. XX son una vergüenza para la dignidad humana, los derechos de las minorías, la decencia y otros valores que todos en este foro compartimos, pero creo que comparar en sus relaciones a democracias y a estados dictatoriales y exigir a las primeras un comportamiento siempre honesto o perfecto supone jugar una partida de poker con las cartas marcadas, siempre las democracias tendrán las de perder.
Los gobiernos de las democracias liberales cuando Rusia sufría su guerra civil luchaban asimismo contra Alemania en la primera guerra mundial, por lo menos en los dos últimos años de la Primera Guerra Mundial buena parte de las acciones de los aliados fue al objeto de evitar que Rusia no saliera de la guerra como querían que salieran los alemanes y finalmente así ocurrió con el vergonzoso tratado de Brest-Litovsk, tratado que fue un éxito para Alemania ya que estabilizó el frente del Este con ganancias territoriales.
Durante el curso de la guerra bolchevique contra el kulaks acabó en hambruna generalizada entre 1921 – 1922, y hubo alzamientos de proporciones de guerra civil como en Tambóv donde incluso Moscú utilizó gas asfixiante para reprimir a los campesinos; debido a la guerra civil los campos soviéticos fueron diezmados y la hambruna se apoderó de muchas provincias pero eso no impedía que el gobierno soviético vendiera trigo al extranjero. Miles, cientos de miles de personas pasaban hambre y miles murieron por ello pero eso no impidió que el 7 de diciembre de 1922 el Politburó – bajo la presidencia de Lenin – tomara la decisión de exportar un millón de toneladas de trigo (fuente: Centro Ruso de Conservación y Estudios de Documentos Históricos Recientes, f.17, op. 3, d 325, II, 1-2.).
La intervención de Gran Bretaña y Francia durante la guerra civil rusa hay que englobarla en la Primera Guerra Mundial, cuando Rusia se retiró de la guerra Francia y GB quedaron en una posición peligrosa respecto a Alemania, habían perdido su aliado oriental y la embestida del ejército alemán podría centrarse exclusivamente en el frente occidental, asimismo los alemanes aprovechándose de la debilidad rusa se apoderaron de enorme cantidad de material de vital importancia, ya que grandes cantidades de material de guerra aliada habían sido previamente enviadas a Rusia durante los días de la alianza, la única esperanza para los gobiernos aliados era derrocar a los bolcheviques y hacia esa finalidad enderezó la diplomacia aliada sus actividades. Las primeras tropas desembarcaron en Vladivostok, Murmansk y Arcángel con el objeto de guardar los considerables depósitos de víveres y material militar existentes en aquellos puertos.
Mientras Trostsky organizaba el ejército rojo las fuerzas antibolcheviques procuraron hacerse fuerte. Los ingleses ocuparon los campos petrolíferos del Cáucaso así como los puertos del Norte anteriormente referidos, y los franceses ocuparon Odessa, y sobre todo, el daño principal a los bolcheviques vino del bloqueo naval aliado que les privó de alimentos y de material de guerra, incluso en 1918 las tropas japonesas y norteamericanas se unieron a las inglesas en Vladivostock.
En esos momentos de intensa tensión y donde el propio Lenin podía ver lo desesperada de su situación el presidente norteamericano Wilson sugirió una conferencia de paz entre los jefes bolcheviques y antibolcheviques bajo supervisión aliada y dada la precaria situación de Lenin aceptó, si bien, la conferencia que estaba prevista para febrero de 1919 no se celebró por falta de colaboración de los antibolcheviques, esa oferta fue solicitada posteriormente por Lenin que desesperadamente pidió la intervención mediadora americana, los EEUU recibieron dicha demanda en el preciso momento en que el avance del ejército de Kolchak hacia Astrakán daba los “blancos” un nuevo incentivo para continuar la guerra, en ese estado de cosas surgió la revolución comunista en Hungría, y aunque de corta duración sirvió para abrir los ojos de los aliados y demostrarles que el comunismo bolchevique no era mera retórica y que de las palabras se pasaba a la acción y que no era una mera manifestación de nacionalismo ruso sino un nuevo concepto de revolución mundial y una invitación al derrocamiento de todos los gobiernos burgueses. La oferta de Lenin fue ignorada.
Si me he detenido un instante en el concreto aspecto de la intervención de los aliados de la primera guerra mundial en la guerra civil rusa es para dejar constancia que es perfectamente válido en un análisis histórico ubicar dicha intervención como una fase más de la Primera guerra mundial y no como una mera intromisión en los asuntos internos de Rusia, sin el conflicto bélico mundial no es concebible que se hubiera intervenido en dicha guerra civil. La actitud rusa fue una auténtica puñalada a la espalda del esfuerzo aliado para ganar la primera guerra mundial a Alemania, y el evitar que desapareciera el frente este era un objetivo prioritario para poder ganar la guerra.
Por otro lado es patente que los soviéticos tras la guerra civil y el triunfo del comunismo bolchevique vieran a las democracias occidentales como enemigas y que hubieran intentado anular de raíz su llegada al poder, y la incomprensión entre los dos bandos en el periodo de entreguerras fue patente, a la URSS se la trató como un estado proscrito y se la alejó de los principales tratados internacionales ya que muchos gobiernos desconfiaban de Stalin y de su estado dictatorial y pensaban que el objetivo de su política exterior era como dijo Trostky, crear la revolución mundial proletaria y cerrar su despacho.
El Gobierno de los EEUU en el verano de 1921 decidió encaminar la ayuda a los necesitados por intermediarios de la ARA – American Relief Administration – ya que de forma directa el gobierno bolchevique no quería saber nada, organización que estaba encabezado por Herbert Hoover. El volumen de la ayuda fue considerable y el programa alimentario se continuó hasta el verano de 1923, permitiendo la supervivencia a veinticinco millones de personas, únicamente en la región del Volga. Eso sí mientras dicha institución hacía llegar ayuda los bolcheviques despojaban a las clases medias de sus objetos de valor, expoliaba las iglesias, y vaciaba sus reservas de oro estatales con el pretexto de comprar trigo en el extranjero, cuando en realidad la intención era financiar la revolución en uno u otro lugar del mundo e impulsar la creación de nuevos partidos comunistas cada vez más numerosos.
Por lo tanto, creo que alguien sí que intentó algo con la URSS o por lo menos con su pueblo ya que la ineptitud criminal de la gestión soviética hacía difícil cualquier colaboración occidental con sus dirigentes que como único objetivo de política exterior únicamente tenían el difundir la revolución por el mundo.
Tras la primera guerra mundial y con el Tratado de Versalles el principio de Realpolitik se intentó sustituir por el de “seguridad colectiva” que finalmente se vio ineficaz para frenar el gran reto que supuso Alemania, la colaboración más que informal anglo-francesa era demasiado débil y ambivalente para resistir el empuje alemán tras la primera guerra mundial.
El factor moralidad asociado al principio de seguridad colectiva a mí me parece muy interesante ya que desde el final de la primera guerra mundial hasta el inicio de la segunda hubo una pugna entre dicho principio o aplicar medidas de realpolitik, al finalizar la primera guerra mundial y dado el colapso que sufrieron muchas de las sociedades implicadas en la guerra, principalmente en GB y Francia, el debate estaba ganado de antemano a favor de la moral, el derecho y la ética al objeto del papel que debía tener la diplomacia y los asuntos internacionales.
Se ha escrito mucho sobre el apaciguamiento como una de las causas principales de la guerra que empezó en 1939 pero creo que fue algo lógico ya que una generación entera de jóvenes murieron en la primera guerra mundial y la gente esperaba otra cosa de sus dirigentes, por lo menos que evitaran dos décadas después un conflicto como el que surgió con la 2GM. Los EEUU de la mano de Wilson intentaron adoptar dicho principio de la seguridad colectiva aunque refugiándose en un aislacionismo y no retornar a medidas de equilibrio de poder que eran considerados por todos como los causantes de la primera guerra mundial. Creo que paradójicamente las políticas de poder podrían haber parado a Hitler o cuanto menos haber estado más preparados para enfrentarse a su amenaza, pero se prefirió un tipo de diplomacia permisiva – por llamarlo de alguna forma – basada en un concepto de seguridad colectiva, de derecho internacional que fue concebido no para enfrentarse a una alianza en particular ni garantizar a una nación individualmente su seguridad, en teoría fue diseñada para resistir a cualquier amenaza viniese de donde viniese.
De hecho la fuerza de los ideales de Wilson calaron sobre todo en GB patria de la política de poder durante siglos, dado el recuerdo del terrible coste en vidas que les supuso la 1ª GM, a partir de esos años GB adoptó una política ajena a evitar que una sola potencia dominara Europa y se basó más en su opinión pública, como decía lord Cecil ante la Cámara de comunes, “en lo que nos basamos es en la opinión pública… y si nos equivocamos respecto a ella, entonces todo está equivocado”.
El presidente Wilson logró ganarse a la opinión pública británica, y entre los años 1920 – 1939, la defensa de la seguridad colectiva por parte de GB fue su principio rector en relaciones internacionales, el wilsonismo había logrado una auténtica conversión.
Al final la seguridad colectiva cayó víctima de la debilidad de su premisa central: que todas las naciones tienen el mismo interés en resistir un particular acto de agresión y están dispuestas a correr idénticos riesgos para oponerse a éste. Ningún acto de agresión en que haya participado una gran potencia se ha rechazado nunca aplicando el principio de la seguridad colectiva, nunca. Cuando la conquista japonesa de Manchuria en 1932, la Sociedad de Naciones no tuvo ningún mecanismo para aplicar sanciones, pero ante la agresión de Italia a Abisinia votó por las sanciones aunque se abstuvo de cortarle el petróleo, la consigna era “todas las sanciones excepto la guerra”.
Los estadistas posteriores a Versalles se habían medio convencido de que los armamentos eran la causa de las tensiones, no el resultado de éstas y creían que si la buena voluntad reemplazaba la desconfianza de la diplomacia tradicional podría acabarse con los conflictos internacionales. Aunque es comprensible el agotamiento emocional de los gobernantes europeos deberían haber visto claro que una doctrina general de seguridad no podría funcionar mientras excluyera a tres de las naciones más poderosas del mundo: la URSS, Alemania y los EEUU.
Francia fue la gran perjudicada por el Tratado de Versalles, ya que su decadencia frente Alemania se hizo cada vez más patente aunque pareciera dominar militarmente a toda Europa – cosa más teórica que cierta – El victorioso comandante en jefe francés, mariscal Ferdinand Foch tuvo razón cuando dijo que el tratado de Versalles no era una paz sino un armisticio de veinte años.
En 1924 el estado mayor de las fuerzas de tierra británicas había llegado a la misma conclusión al predecir que Alemania volvería ir a la guerra contra GB por cuestiones que serían una repetición de las condiciones de la primera guerra mundial, y coincidiendo con el análisis francés, el estado mayor británico también predijo que Francia se encontraría indefensa a menos que lograra dicho país una alianza militar con potencias de primera fila.
Sin embargo la única potencia de primera fila disponible para Francia era GB, pero sus dirigentes políticos basaron su política en la errónea creencia de que Francia ya era demasiado poderosa y que lo último que necesitaba era una alianza británica. Los gobernantes británicos consideraron que la desmoralizada Francia era el país potencialmente predominante y que había que contrarrestar su fuerza, mientras la revisionista Alemania era vista como la parte agraviada que había que reconciliar.
Creo que la miopía británica fue descomunal y fue un error tremendo que llevó directamente a la segunda guerra mundial. En 1924 el Departamento Central del Ministerio de Asuntos Exteriores británico manifestó que la ocupación francesa de Renania era un trampolín para una incursión en Europa central, un juicio completamente erróneo de la psicología francesa de la época. Gran Bretaña consideró que la principal amenaza era un país cuya política exterior, la francesa que estaba casi impulsada por el pánico a Alemania, se centraba en rechazar otro ataque alemán en el futuro.
Francia y Gran Bretaña cuya unidad era esencial para mantener los últimos vestigios del equilibrio del poder europeo, se miraban con desconfianza e incomprensión, mientras que las verdaderas amenazas al equilibrio, Alemania y la URSS se mantenían al margen, con hosco resentimiento. El temor de GB a una posible hegemonía francesa en el continente era absurdo. Los gobernantes británicos utilizaron las discusiones y dimes y diretes con Francia sobre la posibilidad de establecer una alianza militar como recurso táctico para aliviar las tensiones francesas sobre Alemania y no como una seria contribución a la seguridad internacional.
Francia al ver frustrado su intento de lograr una alianza con GB al viejo estilo, buscó su seguridad mediante la Sociedad de Naciones, elaborando una definición precisa del término agresión. En caso de conflicto el Consejo estaría facultado para decidir qué país era el agresor y cuál la víctima, entonces todo miembro de la Sociedad de Naciones estaría obligado ayudar a la víctima por la fuerza si fuese necesario, en el continente donde estuviere el signatario, dicho tratado finalmente ante su candidez no encontró apoyo y los EEUU y la URSS ni siquiera se pararon a considerarlo.
La decisión más prudente para lo Aliados habría sido liberar voluntariamente a Alemania de las cláusulas más onerosas de Versalles y forjar una firme alianza anglo-francesa. Alemania y la URSSS los dos proscritos de la diplomacia europea en esos años fueron invitados por primera vez en 1922 en la posguerra a una conferencia internacional, fue en la conferencia organizada por Lloyd George en Génova para discutir sobre las indemnizaciones, deudas de guerra y recuperación europea, el resultado no fue el pretendido por LLoyd George sino una oportunidad para que los proscritos se unieran.
Se hacen a menudo aseveraciones que la URSS ha sido tratada con desprecio por las democracias en el periodo de entreguerras y que dicha causa y su exclusión en pactos o alianzas propiciaron la actitud de colaboración entre la URSS y Alemania que finalmente arrojó el pacto de no agresión en 1939 entre ambos países. La URSS supuso para los aliados un desafío en todos los sentidos ya que desde la Revolución francesa no había aparecido un estado que se pareciese a la URSS, fue un desafío a la diplomacia tradicional, ya que por primera vez en más de un siglo un país se había dedicado oficialmente a derribar el orden establecido, los revolucionarios franceses se afanaron en modificar el carácter del Estado , los bolcheviques pretendían abolirlo por completo.
Los primeros bolcheviques crearon unas teorías de la lucha de clases y del imperialismo como causas de las guerras, en cambio, nunca trataron la cuestión de cómo dirigir la política exterior soviética con otros estados soberanos, estaban seguros de que la revolución mundial seguiría a la victoria en Rusia en poco tiempo. Leon Trotsky el primer ministro de Exteriores soviético, consideraba su tarea poco más que la de un empleado que para desacreditar a los capitalistas denunciaría los diversos tratados secretos mediante los cuales aquéllos se habían propuesto repartirse el botín de guerra, dijo que su papel consistía en “emitir unas cuantas proclamas revolucionarias a los pueblos del mundo, y luego cerrar la tienda” – (fuente: Edgard hallett Carr, “The Bolshevik Revolution, 1917 – 1923, vol. 3, p. 16).
Ninguno de los principales líderes comunistas creyó posible que un Estado comunista como el de ellos pudiera coexistir durante décadas con países capitalistas, se creía que la naciente política exterior soviética consistía en fomentar la revolución mundial y no en atender a las relaciones entre Estado, resulta más que comprensible la actitud de los aliados con la URSS y que la misma fuera excluida del proceso de paz de Versalles, los aliados no tenían ningún interés por incluir en las deliberaciones a un país que ya había pactado por su cuenta con Alemania y cuyos agentes estaban tratando de derrocar a sus gobiernos, por otro parte, tampoco Lenin y sus colegas tenían ningún deseo de participar en ese mismo orden internacional que se proponían destruir.
Una de las principales consecuencias de dicha política exterior se puede vislumbrar claramente en las propias palabras de Lenin: “ Al concluir una paz por separado, estamos liberándonos en la mayor medida posible en este momento de ambos grupos imperialistas en guerra; al utilizar su enemistad mutua, aprovechamos la guerra, que les dificulta cerrar un trato contra nosotros”. La culminación de dicha política fue desde luego, el pacto Hitler – Stalin de 1939 – (fuente: Carr, Bolshevik Revolution, p. 44).
A pesar de la retórica revolucionaria el interés nacional surgió a la postre como el objetivo soviético predominante, tras la guerra con Polonia y el posterior contrataque soviético que llegó hasta Varsovia, los aliados occidentales intervinieron y exigieron la paz y el fin de la ofensiva, el ministro de Exteriores británico lord Curzon propuso una línea divisoria entre Polonia y Rusia que los soviéticos aceptaron pero que fue rechazada por Polonia y las fronteras definitivas quedó fijado en las líneas militares anteriores a la guerra más al este de lo propuesto por Curzon.
La URSS pactó un acuerdo de compromiso entre las cruzadas revolucionarias y la Realpolitik, entre la proclamación de la revolución mundial y la práctica de la coexistencia pacífica, aunque por necesidades finalmente optara por posponer la revolución mundial no por ello la URSS era partidaria del orden existente.
En principio Hitler y Stalin jamás se hubieran dado la mano como no lo habrían hecho siglos atrás el cardenal Richelieu y el sultán de Turquía, pero el interés geopolítico común es un vínculo poderoso. Stalin fue sin duda un monstruoso dictador pero en las relaciones internacionales fue el realista supremo, fue el Richelieu de su época. Las democracia occidentales cometieron un grave error de evaluación al suponer que la URSS y Alemania nunca podrían entablar ningún tipo de acuerdo dado el enorme abismo que las separaba ideológicamente hablando. Desde el punto de vista estratégico Stalin actuó con coherencia ya que el peor escenario que se le podía plantear a la URSS era una coalición de países capitalistas que atacaran simultáneamente a la URSS. En 1927 Stalin describió la estrategia soviética de igual forma que lo hizo Lenin una década antes, esto es el diferir la inevitable guerra con el mundo capitalista hasta el momento en que los capitalistas comenzaran a luchar entre sí, para favorecer dicha hipótesis la URSS había firmado el acuerdo de Rapallo con Alemania en 1922 y el Tratado de Neutralidad de Berlín en 1926, que renovó en 1931 prometiendo explícitamente mantenerse al margen de una guerra capitalista, esto es, ya en 1931 ofreció garantías suficientes a Alemania de dejarla en paz con su campaña en el Oeste.
Los que parecían no ver las implicaciones de la política de Stalin fueron los estadistas occidentales que habiendo rechazado las políticas de poder, consideraban que el requisito previo para establecer unas buenas relaciones entre las naciones era la creencia general en las premisas de la seguridad colectiva, y que la hostilidad ideológica anularía toda posibilidad de colaboración prácticas entre fascistas y comunistas.
Cuando Stalin percibió por la década de los años 30 que Hitler podría ir en serio sí que abandonó sus políticas de los años 20 y se abrió al concepto de seguridad colectiva ya que intentó aunar la mayoría de apoyos al objeto de repeler un futuro ataque alemán, este viraje se percibió claramente en el VII Congreso de la Internacional comunista en julio y agosto de 1935, donde se ordenó a los diferentes partidos comunistas europeos que votaran contra los fascistas en las elecciones parlamentarias europeas ya que era habitual en los años 20 que los partidos comunistas votaran junto los fascistas europeos al objeto de paralizar las instituciones democráticas.
Creo que tampoco se puede achacar a Stalin la paranoia de una conjura capitalista ya que la diplomacia occidental hizo muy poco por aclarar la situación, la URSS no fue consultada en las negociaciones que tuvieron lugar antes de la revocación del Pacto de Locarno, y fue excluida de la Conferencia de Munich. Sólo de mala gana y tarde se la llamó a tomar parte en las discusiones del sistema de seguridad en Europa oriental y ya después de la ocupación de Checoslovaquia en 1939.
Ahora bien, achacar en gran parte el pacto de Hitler y Stalin a la política occidental constituye una errónea interpretación de la psicología de Stalin. La paranoia de Stalin quedó suficientemente demostrada cuando eliminó a todos sus potenciales rivales internos y asesinó o deportó a otros millones, que sólo en su imaginación eran adversarios. A pesar de ello, cuando se trató de política exterior, Stalin demostró ser un jugador frío de cartas sin hacer jugadas precipitadas. En la época de Munich, cuando Stalin estaban en medio de tremendas purgas lo menos probable es que se hubiera prestado a su país a una aplicación automática de un tratado de ayuda mutua con ningún país occidental. El tratado de la URSS con Checoslovaquia comprometía a dicho país sólo después de que Francia entrara en la guerra y dejaba a Stalin un buen número de opciones, por ejemplo podía pedir derecho de paso por Polonia y Rumania y aprovechar la casi segura negativa de esos países como coartada para esperar el resultado de las batallas iniciales, o bien, podría recuperar territorios de la URSS perdidos en Polonia y Rumania como efectivamente pasó un año después.
Después de Munich quedaba claro que Polonia sería el siguiente blanco de Alemania y puesto que Stalin no deseaba enfrentarse con el ejército alemán en la frontera soviética existente ni vérselas con Hitler, la única alternativa era una cuarta partición de Polonia. Al ver la actitud de las democracias en Munich, Stalin se posicionó al mejor postor en una subasta internacional de pactos de garantías, ya que la guerra era inevitable a vista de todos y la mejor oferta la hizo Alemania a Stalin.
Tras la ocupación de Praga, GB abandonó su política de apaciguamiento para con Alemania, en esos momentos GB se encontró ante una elección estratégica fundamental, al resistir a Hitler tenía que decidir si su enfoque se basaría en construir un sistema de seguridad colectiva o una alianza tradicional. Si escogía el primero, invitaría al grupo de naciones más numeroso posible a participar en la resistencia antinazi; si optaba por el segundo, tendría que pactar compromisos y armonizar sus intereses con los de los aliados potenciales, como la URSS. Finalmente el gabinete inglés optó por la seguridad colectiva.
GB envió notas diplomáticas a Grecia, Yugoslavia, Francia, Turquía, Polonia y la URSS preguntando cómo reaccionarían a la supuesta amenaza a Rumania o Polonia, las respuestas reflejaron la debilidad de la concepción de seguridad colectiva que es suponer que todas las naciones tienen el mismo interés en rechazar una agresión. La URSS como respuesta propuso la celebración de una conferencia en Bucarest de todos los países referidos anteriormente pero no se celebró ya que lo que Moscú pedía a los países de Europa del Este que identificaran a Alemania como la principal amenaza a su existencia y que la desafiaran antes de que Moscú declarase sus intenciones, como ningún país de Europa del Este estaba dispuesto a ese paso la conferencia nunca se celebró.
Polonia rechazó cualquier colaboración con la URSS, obligando a GB a elegir entre Polonia y la URSS, si GB garantizaba a Polonia se reduciría el incentivo de Stalin para participar en la defensa común. Como Polonia estaba entre Alemania y la Unión Soviética, GB se comprometería a entrar en guerra antes de que Stalin tuviera que tomar una decisión.
Este punto ha sido bastante controvertido y comentado por los historiadores, ¿porqué GB que hasta la fecha había permitido a Hitler apoderarse de uno a uno de sus objetivos, iba ahora a entrar en guerra por Polonia?. El gobierno británico espoleado por la opinión pública indignada por la toma de Checoslovaquia y convencidos de que una retirada debilitaría aún más su posición adoptó por fin una posición firme contra Hitler, Hitler calibró mal los acuerdos de Munich, sí que es cierto que hasta la fecha los líderes occidentales demostraron candor y tibieza pero el impacto psicológico de romper los acuerdos de Munich por Hilter supusieron un antes y un después en cuanto a GB.
Chamberlain preocupado por los informes de un inminente ataque alemán contra Polonia, no hizo siquiera una pausa para negociar una alianza bilateral con Polonia sino que redactó de su puño y letra una garantía unilateral a Polonia, el 30 de marzo de 1939, y al día siguiente la presentó al Parlamento inglés, fue una decisión que sin tener esa intención acercó a Stalin a Alemania y le facilitaría la retirada del propuesto frente común contra los nazis. De hecho la garantía británica a Polonia y Rumania suprimió todo incentivo que los soviéticos pudiesen tener para aliarse con las democracias occidentales, por una parte, garantizaba todas las fronteras de los vecinos europeos de la URSS, salvo la de los Estados del Báltico, y al menos en el papel, frustaba tanto las ambiciones soviéticas como las de Alemania.
Las garantías británicas a Polonia fueron un auténtico regalo para Stalin, ya que si Hitler avanzaba hacia el Este, Stalin estaba seguro del compromiso británico a entrar en guerra mucho antes de que nadie llegara a la frontera soviética, así Stalin recogió los beneficios de una alianza de facto con Gran Bretaña, sin necesidad de corresponder.
Lo decisivo es que Stalin contó con la opción de buscar a Hitler y después de la garantía británica a Polonia, pudo jugar su carta nazi con cierta comodidad, la tarea le vino facilitada porque las democracias occidentales no quisieron comprender su estrategia la cual habría sido meridianamente clara para un Bismarck, Richelieu, Metternich o Palmerston. Sencillamente la Unión Soviética se aseguraba que siempre sería el último país en comprometerse quedando así en libertad de acción para una subasta en que la colaboración o la neutralidad soviética se ofrecería al mejor postor.
Fue una jugada arriesgada de Stalin, ya que antes de la garantía británica a Polonia, Stalin tuvo miedo de que sus aperturas hacia Alemania hicieran que las democracias se lavaran las manos en Europa oriental, dejándolo solo frente a Hitler, después de dicha garantía pudo estar seguro no solamente de que GB lucharía por la frontera occidental soviética, sino de que la guerra estallaría mil kilómetros al oeste de la misma, en la frontera germanopolaca.
Finalmente sólo Hitler pudo ofrecerle a Stalin ganancias territoriales en Europa oriental que Stalin codiciaba, y por ellas estuvo perfectamente dispuesto a pagar el precio de una guerra europea en que no participara la Unión Soviética.
Se podrán decir muchas cosas del pacto nazi – soviético de 1939, que pudo ser fruto de la torpe conducta diplomática de GB, de actitudes pasadas, de cinismo calculado, pero el verdadero problema fue que GB no podía satisfacer las condiciones de Stalin sin abandonar todos los principios que había defendido desde el fin de la Primera Guerra Mundial, ¿qué sentido tenía trazar una línea defensiva a favor de pequeños países para Alemania si eso implicaba tener que otorgar el mismo privilegio a la Unión Soviética?.
Si el factor moralidad o cinismo no hubiera estado presente en GB los dirigentes británicos habrían trazado la línea infranqueable en la frontera soviética y no en Polonia, mejorando así mucho más la posición negociadora de GB ante la URSS y dando a Stalin un verdadero incentivo de negociar la protección de Polonia.
Por cuestiones de crédito moral, las democracias no pudieron decidirse a consagrar otra serie de agresiones alemanas, ni siquiera a favor de su propia seguridad. La Realpolitik habría dictado un análisis de las implicaciones estratégicas de la garantía de GB a Polonia, mientras que el orden internacional de Versalles exigía que el devenir de GB se basara en consideraciones esencialmente morales y jurídicas. Stalin tenía una estrategia, pero no principios; las democracias defendieron principios sin crear siquiera una estrategia.
Rusia desempeñó un papel decisivo en el estallido de ambas guerras. En 1914 había contribuido a la guerra al apegarse rígidamente a su alianza con Serbia y a su inflexible calendario de movilización; en 1939, cuando Stalin disipó los temores de Hitler de una guerra en los dos frentes, debió de saber con seguridad que estaba haciendo inevitable una guerra general. En 1914 Rusia entró en guerra para defender su honor; en 1939 fomentó la guerra para participar en los botines de guerra de las conquistas de Hitler.
Alemania se encontró por su parte exactamente del mismo modo antes del estallido de ambas guerras mundiales; con impaciencia y falta de perspectiva, fue incapaz en 1939 de aguardar su inevitable evolución hasta llegar a ser la nación más decisiva de Europa, ello habría requerido una estrategia opuesta a la de Hitler; un periodo de reposo para dejar que se asimilaran las realidades geopolíticas posteriores a Munich, pero Hitler era todo menos paciente y deseaba ver cumplido su “designio histórico” e inició una guerra ideológica y de exterminio para instaurar un nuevo orden mundial.
La Unión Soviética al término de la Segunda Guerra Mundial fue considerada una superpotencia, como lo hiciera Richelieu en el s. XVII, Stalin en el siglo XX aprovechó la fragmentación de Europa central. El ascenso de los EEUU a categoría de superpotencia se debió a su poderío industrial, el ascenso soviético tuvo su origen en la implacable manipulación de la subasta de Stalin.
Fuentes: H. Kissinger – “Diplomacia”, Martin Gilbert – “Las potencias europeas”, Pierre Renouvin – “Historia de las relaciones internacionales s. XIX y XX” (aunque este libro se ha utilizado de forma muy marginal) y Dimitri Vokogónov – “El verdadero Lenin”.
Saludos cordiales desde Benidorm.