La importancia de los zapatos
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La importancia de los zapatos
La importancia de los zapatos
Polonia dos veces. Polonia llena de sol, dorada, florida, ese fue el impacto que recibí al llegar allí por primera vez. No era aquella Polonia gris que me había imaginado, porque a fines de abril el sol había estallado con todo en el cielo demasiado celeste para ese país que era incoloro para mí o, mejor dicho, que estaba representado en un arco iris particular cuya curvatura iba del blanco al negro, pasando solamente por la gama de los grises. Me había equivocado. Polonia nuevamente. Polonia blanca, fría con calles desiertas y algunas luces iluminando flacos árboles de navidad o quizás no eran flacos y yo los veía así. Era poco el tiempo que había transcurrido entre una visita y la otra. Sin embargo, tal fue el cambio en la fisonomía del paisaje que me parecieron años. Pero de abril a diciembre hay solo 8 meses, meses que pueden ser determinantes de la vida y la muerte.
Birkenau, Maidanek. Dos nombres trágicos en la memoria de quienes pasaron por allí y sobrevivieron. Dos nombres trágicos al recordar a quienes quedaron allí definitivamente. Y cuando evoco esos lugares vuelve a mi la imagen de las dos Polonias, la brillante inundada de sol y la blanca, fría, amorfa por momentos. Recorrer los campos en primavera fue sentir que la naturaleza no es justa. Fue sentir que no hay derecho a caminar sobre el tapizado verde del pasto humedecido. Fue pensar que donde hubo muerte no debe haber vida y sin embargo ... Recorrer los campos en invierno es sentir una sensación de espanto y dolor. Espanto porque desde mi comodidad de ropa abrigada y apropiada puedo no abarcar la magnitud de quienes vivían allí y soportaban la inclemencia de un clima terrible.
Estando en Birkenau, lejos de la entrada, comenzó a nevar. Los copos que caían se hacían cada vez más grandes y espesos y yo, petrificada, no podía seguir adelante. Casi no podía ver la puerta que conducía al cómodo micro que me resguardaría. Estaba inmóvil, no por el frío, ni por la nieve. Miles de imágenes comenzaron a aparecer en mi cabeza y no me permitían avanzar. Libros leídos, testimonios escuchados, todo eso se agolpaba frente a mi y me paralizaba el cuerpo y el corazón. ¿Cómo es posible que esto sucediera?, ¿cómo es posible que el hombre le hiciera esto al hombre...? ¿cómo es posible... ? Y de pronto otra imagen se me aparece y aclara mis pensamientos. Zapatos. Cuando llegué por primera vez a Maidanek era primavera, fuí recorriendo el campo y me sentía fuerte, segura. Sabía sobre la Shoá, y sentía que ese conocimiento me protegía. Cuando llegué a la barraca de los zapatos intenté entrar y no pude. Algo lo impidió. Primero fue el profundo y penetrante olor de la madera humedecida mezclada con el cuero y luego la magnitud de lo que se presentaba ante mis ojos. Ya no eran números abstractos, tenía ante mi la magnitud de la Shoá, una inmensa barraca llena de zapatos, y ahí mismo me di cuenta: dos zapatos, una persona, un par, una persona.
Zapatos. Qué importante era estar calzado adecuadamente. Tanto en invierno como en verano. Soportar el dolor de pisar un suelo duro y reseco por el sol era tan terrible como pisar la nieve que cortaba, que partía la carne en dos, que destruía. Muchos sobrevivientes relatan el cuidado que cada uno tenía de esa prenda tan importante, porque perder los zapatos era definitivamente estar condenado. Y los zapatos fueron el premio y su falta el castigo de quien se sabe transitar el último tramo de la vida. Pero así como eran la vida podían resultar también la muerte.
Primo Levi vuelve siempre a mi memoria, recuerdo su descripción acerca de la importancia de los zapatos. El dice en su libro Si esto es un hombre1: “Y no creáis que los zapatos en la vida del Lager, son un factor sin importancia. La muerte empieza por los zapatos: se han convertido para la mayoría de nosotros en auténticos instrumentos de tortura que, después de largas horas de marcha, ocasionan dolorosas heridas las cuales fatalmente se infectan. Quien las padece está obligado a andar como si tuviese una bala en el pie...”. Sí, ese calzado era una necesidad, pero era también la tortura, esa tortura permanente que se sumaba a todas las demás. Tenerlos representaba un sufrimiento extraordinario, pero, ¿qué pasaba si uno no los tenía? Si uno no tenía los zapatos, esos que se ataban con alambre o se sostenían con tiras de tela, la vida se hacía insoportable. Tenerlos lo era, pero no tenerlos también. La vida era insoportable y todo contribuía a que esto fuera así; pero la importancia de los zapatos era vital.
Retorno a Polonia y me veo paralizada ante la entrada de la barraca de los zapatos de Maidanek. Nuevamente el penetrante olor me envuelve e impide que dé un paso más. Hoy el campo está cubierto de nieve, nieve blanca aunque no pura, nieve negra por la suciedad y porque en el lugar de los muertos la pureza no existe. Existen las almas puras, pero el campo no lo es , ni aún hoy a casi 57 años de la finalización de la guerra. Las huellas del exterminio están ahí a nuestro alcance y los zapatos como mudos testigos nos acompañan. Mudos testigos de la barbarie indescriptible, pero mudos testigos de que ese horror se cometió contra hombres, mujeres y niños inocentes, sin distinción. Ahora me doy vuelta, me voy de allí y trato de llevar conmigo la pesada carga de haber estado en ese lugar. No en la Shoá, ¡de ninguna manera! Nadie que no haya vivido esa experiencia puede imaginarse mínimamente lo que fue. Sin embargo, cuando pienso en zapatos, cuando recuerdo la inmensa cantidad que tuve frente a mí, esa montaña de cuero descolorido por el tiempo, no puedo dejar de pensar: dos zapatos, una persona, un par de zapatos, ese niño que pudo ser un gran profesor. Dos zapatos, una persona, un par de zapatos, esa mujer que podía haber iluminado la casa con su alegría y sus canciones.
Dos zapatos... y definitivamente mi cabeza se deja caer y no me queda otra cosa que rezar un kadish silencioso por todos ellos.
1) Levi, Primo. Si esto es un hombre, Milá editor, Bs. As, 1988.
2) Toker, E., Weinstein, A. Seis millones de veces uno, el Holocausto, Ministerio del
Interior, Bs .As, 1999.
Fuente: Prof. Ángela Winik
Polonia dos veces. Polonia llena de sol, dorada, florida, ese fue el impacto que recibí al llegar allí por primera vez. No era aquella Polonia gris que me había imaginado, porque a fines de abril el sol había estallado con todo en el cielo demasiado celeste para ese país que era incoloro para mí o, mejor dicho, que estaba representado en un arco iris particular cuya curvatura iba del blanco al negro, pasando solamente por la gama de los grises. Me había equivocado. Polonia nuevamente. Polonia blanca, fría con calles desiertas y algunas luces iluminando flacos árboles de navidad o quizás no eran flacos y yo los veía así. Era poco el tiempo que había transcurrido entre una visita y la otra. Sin embargo, tal fue el cambio en la fisonomía del paisaje que me parecieron años. Pero de abril a diciembre hay solo 8 meses, meses que pueden ser determinantes de la vida y la muerte.
Birkenau, Maidanek. Dos nombres trágicos en la memoria de quienes pasaron por allí y sobrevivieron. Dos nombres trágicos al recordar a quienes quedaron allí definitivamente. Y cuando evoco esos lugares vuelve a mi la imagen de las dos Polonias, la brillante inundada de sol y la blanca, fría, amorfa por momentos. Recorrer los campos en primavera fue sentir que la naturaleza no es justa. Fue sentir que no hay derecho a caminar sobre el tapizado verde del pasto humedecido. Fue pensar que donde hubo muerte no debe haber vida y sin embargo ... Recorrer los campos en invierno es sentir una sensación de espanto y dolor. Espanto porque desde mi comodidad de ropa abrigada y apropiada puedo no abarcar la magnitud de quienes vivían allí y soportaban la inclemencia de un clima terrible.
Estando en Birkenau, lejos de la entrada, comenzó a nevar. Los copos que caían se hacían cada vez más grandes y espesos y yo, petrificada, no podía seguir adelante. Casi no podía ver la puerta que conducía al cómodo micro que me resguardaría. Estaba inmóvil, no por el frío, ni por la nieve. Miles de imágenes comenzaron a aparecer en mi cabeza y no me permitían avanzar. Libros leídos, testimonios escuchados, todo eso se agolpaba frente a mi y me paralizaba el cuerpo y el corazón. ¿Cómo es posible que esto sucediera?, ¿cómo es posible que el hombre le hiciera esto al hombre...? ¿cómo es posible... ? Y de pronto otra imagen se me aparece y aclara mis pensamientos. Zapatos. Cuando llegué por primera vez a Maidanek era primavera, fuí recorriendo el campo y me sentía fuerte, segura. Sabía sobre la Shoá, y sentía que ese conocimiento me protegía. Cuando llegué a la barraca de los zapatos intenté entrar y no pude. Algo lo impidió. Primero fue el profundo y penetrante olor de la madera humedecida mezclada con el cuero y luego la magnitud de lo que se presentaba ante mis ojos. Ya no eran números abstractos, tenía ante mi la magnitud de la Shoá, una inmensa barraca llena de zapatos, y ahí mismo me di cuenta: dos zapatos, una persona, un par, una persona.
Zapatos. Qué importante era estar calzado adecuadamente. Tanto en invierno como en verano. Soportar el dolor de pisar un suelo duro y reseco por el sol era tan terrible como pisar la nieve que cortaba, que partía la carne en dos, que destruía. Muchos sobrevivientes relatan el cuidado que cada uno tenía de esa prenda tan importante, porque perder los zapatos era definitivamente estar condenado. Y los zapatos fueron el premio y su falta el castigo de quien se sabe transitar el último tramo de la vida. Pero así como eran la vida podían resultar también la muerte.
Primo Levi vuelve siempre a mi memoria, recuerdo su descripción acerca de la importancia de los zapatos. El dice en su libro Si esto es un hombre1: “Y no creáis que los zapatos en la vida del Lager, son un factor sin importancia. La muerte empieza por los zapatos: se han convertido para la mayoría de nosotros en auténticos instrumentos de tortura que, después de largas horas de marcha, ocasionan dolorosas heridas las cuales fatalmente se infectan. Quien las padece está obligado a andar como si tuviese una bala en el pie...”. Sí, ese calzado era una necesidad, pero era también la tortura, esa tortura permanente que se sumaba a todas las demás. Tenerlos representaba un sufrimiento extraordinario, pero, ¿qué pasaba si uno no los tenía? Si uno no tenía los zapatos, esos que se ataban con alambre o se sostenían con tiras de tela, la vida se hacía insoportable. Tenerlos lo era, pero no tenerlos también. La vida era insoportable y todo contribuía a que esto fuera así; pero la importancia de los zapatos era vital.
Retorno a Polonia y me veo paralizada ante la entrada de la barraca de los zapatos de Maidanek. Nuevamente el penetrante olor me envuelve e impide que dé un paso más. Hoy el campo está cubierto de nieve, nieve blanca aunque no pura, nieve negra por la suciedad y porque en el lugar de los muertos la pureza no existe. Existen las almas puras, pero el campo no lo es , ni aún hoy a casi 57 años de la finalización de la guerra. Las huellas del exterminio están ahí a nuestro alcance y los zapatos como mudos testigos nos acompañan. Mudos testigos de la barbarie indescriptible, pero mudos testigos de que ese horror se cometió contra hombres, mujeres y niños inocentes, sin distinción. Ahora me doy vuelta, me voy de allí y trato de llevar conmigo la pesada carga de haber estado en ese lugar. No en la Shoá, ¡de ninguna manera! Nadie que no haya vivido esa experiencia puede imaginarse mínimamente lo que fue. Sin embargo, cuando pienso en zapatos, cuando recuerdo la inmensa cantidad que tuve frente a mí, esa montaña de cuero descolorido por el tiempo, no puedo dejar de pensar: dos zapatos, una persona, un par de zapatos, ese niño que pudo ser un gran profesor. Dos zapatos, una persona, un par de zapatos, esa mujer que podía haber iluminado la casa con su alegría y sus canciones.
Dos zapatos... y definitivamente mi cabeza se deja caer y no me queda otra cosa que rezar un kadish silencioso por todos ellos.
1) Levi, Primo. Si esto es un hombre, Milá editor, Bs. As, 1988.
2) Toker, E., Weinstein, A. Seis millones de veces uno, el Holocausto, Ministerio del
Interior, Bs .As, 1999.
Fuente: Prof. Ángela Winik
Un relato estremecedor.
Qué pocas veces nos damos cuenta del valor que tienen las cosas más sencillas de nuestra vida. No les damos ninguna importancia, ni les prestamos ninguna atención.
Sin embargo, en ocasiones, estos mismos objetos tan simples, que nos son tan familiares, son capaces de hacernos entender mucho mejor la magnitud de una tragedia.
Qué pocas veces nos damos cuenta del valor que tienen las cosas más sencillas de nuestra vida. No les damos ninguna importancia, ni les prestamos ninguna atención.
Sin embargo, en ocasiones, estos mismos objetos tan simples, que nos son tan familiares, son capaces de hacernos entender mucho mejor la magnitud de una tragedia.
"Todas las guerras son civiles, porque todos los hombres son hermanos."
- Francis Currey
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- Francis Currey
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Genial post
Deine Zauber binden wieder,
Was die Mode streng geteilt;
Alle Menschen werden Brüder,
Wo dein sanfter Flügel weilt.
La importancia de los zapatos
Muy buen post, felicidades.
"El crepusculo de los dioses dorados de la guerra"
- Oberführer
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La importancia de los zapatos
Impresionante historia.
un salu2
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- CARLOS ANDRES
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La importancia de los zapatos
Impresionante y detallado relato. Como dicen algunos que me anteceden, a veces omitimos la importancia de objetos y cosas de la cotidianidad que para otros han sido (y seran) en casos de infotunio primordiales a la hora del momento coyuntural entre seguir viviendo o morir...
Gracias por compartir!!!
Un abrazo!!!
Gracias por compartir!!!
Un abrazo!!!
- Paul Hausser
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- Registrado: Dom Jun 07, 2009 12:27 pm
- Ubicación: Ministerio de la Guerra.
La importancia de los zapatos
:sgm119:Vaya relato
Me ha emocinado y dado que pensar.
Muchas gracias Francis
Me ha emocinado y dado que pensar.
Muchas gracias Francis
Organisation der ehemalingen SS-Angehörigen.
La importancia de los zapatos
¿Y que podeis contarme de Morrist Glietzman? He encontrado los dos libros de este/a autor/a ( desconozco su sexo) Gracias.
Caminando por la vida myspace.com/blogn5
+16
"La propaganda tiene un sólo objetivo: conquistar a las masas.Todo procedimiento que nos conduzca a ello es bueno; cualquier método que lo dificulte es malo" Goebbels
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"La propaganda tiene un sólo objetivo: conquistar a las masas.Todo procedimiento que nos conduzca a ello es bueno; cualquier método que lo dificulte es malo" Goebbels
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