Mensaje
por Erich Hartmann » Jue Dic 29, 2005 3:27 am
Breve historia del NSDAP hasta 1923
Los inicios
El Tercer Reich, que se originó el 30 de enero de 1933, nació del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes, el cual era la propia personificación de Adolf Hitler. El 20 de abril de 1889, su Führer (caudillo) llegó al confiado mundo en Braunau, Alta Austria. A los nueve años cantaba en el coro de la iglesia católica de Lambach, y tiempo después afirmaba que su gran poder vocal se desarrolló cantando himnos. Fue un estudiante mediocre, vago y rebelde, con aptitudes para el dibujo. Por dichas aptitudes se decidió a seguir una carrera de arte. Sus estudios en oratoria no pasaron desapercibidos. August Kubizek, amigo de la infancia, recordaba al joven Adolf practicando retórica en campo abierto. Desde sus días escolares, Hitler fue un fanático nacionalsocialista con un encarnizado odio hacia los demás, sobre todo a las razas eslavas que formaban parte del Imperio austrohúngaro.
Con el propósito de ingresar en la Academia de Arte o en la Escuela de Arquitectura, Hitler se trasladó en 1907 a la cosmopolita Viena, que por entonces albergaba a una gran comunidad judía. Su fracaso en los exámenes de admisión iba a tener consecuencias fatales para el futuro de Europa.
Furioso por aquel rechazo, Hitler también se infectó de antisemitismo y fue presa del odio a los judíos. Un nacionalismo feroz y la consecuente intolerancia hacia otras razas le proporcionaron desde entonces una visión distorsionada de la vida. Su nacionalismo alemán procedía de Fichte, Hegel, Treistshed, Nietzsche y Richard Wagner. Las óperas de Wagner, con su énfasis en la mitología teutónica y germana, tuvieron una enorme influencia en él, a la vez que los escritos del filósofo Nietzsche también le resultaban muy atractivos.
Nietzsche exponía la noción del superhombre (Ubermensch), un ser perfecto de mente y de cuerpo que desdeñaba las leyes y las metas establecidas por el hombre, y sustituía la moralidad por la virtud de la «dureza». De ese modo, Nietzsche ensalzaba las ideas de fuerza y resistencia. Hitler y los nazis se apropiarían y pervertirían más tarde aquellas ideas para crear un estado cruel y totalitario. A los ojos de Hitler, el héroe nórdico alemán era el superhombre arquetípico, pero tenía que ser liberado de las ataduras de la moralidad cristiana, a la que aquel condenaba por sus orígenes judaicos.
En mayo de 1913, Hitler tenía 25 años y se trasladó de Viena a Munich. Por aquel tiempo, según aseguraría más tarde, su carácter estaba formado por completo y fijada su filosofía esencial, aunque materialmente era poco más que un vagabundo, ya que vivía de la venta de sus dibujos. En enero de 1914, la policía de Munich le obligó a volver a Austria porque fue llamado por las autoridades de su país para incorporarse a filas y hacer el servicio militar. En Salzburgo, sin embargo, no pasó el examen médico y se le permitió regresar a Munich. En agosto se unió a las multitudes pidiendo acción contra Rusia y exigiendo un movimiento panalemán contra ésta y Serbia.
El Imperio austríaco había declarado ya la guerra a Serbia tras el asesinato del heredero del trono en Sarajevo. El mes de agosto de 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, dio al errabundo Hitler una oportunidad. Se lanzó a ella con una pasión extraordinaria, ya desde aquellos primeros días eufóricos. Rápidamente envió una petición al Kaiser, en la que solicitaba permiso, a pesar de ser austríaco, para alistarse en un regimiento bávaro.
Pasada por alto, según parece, la incapacidad que le había impedido acceder al ejército imperial austríaco, el deseo de Hitler le fue concedido. Sirvió durante la Primera Guerra Mundial, como soldado voluntario de infantería, en la 1.a Compañía del 16.° Regimiento bávaro. Esta unidad era conocida, desde que un coronel la fundase, como Regimiento List. En octubre, el regimiento de Hitler se encontraba en primera línea, frente a la ciudad de Ypres. Por propia elección, cumplió el peligroso cometido de mensajero durante el resto de la guerra, rechazando ascensos más allá del grado de cabo. En 1914 ganó la Cruz de Hierro de segunda clase. En el regimiento se encontraban el teniente Wiedemann y el sargento Max Amann, los cuales llegarían a ser luego importantes miembros del Partido Nazi. En octubre de 1916, Hitler fue herido en el muslo y trasladado a un hospital militar de Berlín. Para restablecerse, se le envió al batallón de reserva de Munich, volviendo a su unidad en marzo de 1917. El Regimiento List participó en la ofensiva de Ludendorff, en abril de 1918, en la que Hitler fue condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase por su valor. No se conoce el acto de heroísmo que mereció aquel premio, pero parece ser que capturó a un oficial enemigo y cerca de una docena de soldados. El galardón, para un militar de su rango, era inusual y le destacó como a un distinguido soldado del frente. En la batalla cerca de Ypres fue cegado por gas en octubre de 1918, y enviado al hospital de Pasewaik, en el este alemán, hasta ser dado de alta y trasladado a los cuarteles de Munich en noviembre de 1918.
La Primera Guerra Mundial finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando todavía Munich y Alemania no habían llegado al caos y la revolución bajo la frágil república de Weimar. El Canciller de Alemania era el socialdemócrata Friedrich Eberr, quien se convirtió en Presidente del país en 1919. Bajo las condiciones del armisticio, el ejército fue reducido a una fuerza de 100.000 hombres, llamada Reichswehr.
Alemania estaba lejos de ser un país unido. Por un lado, las tropas disueltas y sus oficiales miraban a la nueva república con disgusto, mientras los socialistas y comunistas fomentaban la revolución, que culminó a principios de enero de 1919, cuando estalló la sublevación espartaquista.
El nuevo ejército de la república decidió defenderse contra el alzamiento. Munich, por ejemplo, bajo la dirección de un gobierno socialista bávaro, fue la primera ciudad en ser inmediatamente aplastada por las tropas del gobierno central con la ayuda de sus aliados Freikorps. Los Freikorps eran grupos de ex soldados con ideología de derechas que se extendieron por toda Alemania después de terminar la guerra. Principalmente eran bandas de hombres embrutecidos, cuya lealtad era sólo para sus comandantes; los Freikorps luchaban por la eliminación de todos los «traidores a la Patria». Suprimieron brutalmente la rebelión espartaquista en Berlín, y luego ayudaron a apagar las chispas que habían prendido en otros lugares de Alemania (irónicamente, los Freikorps luchaban con la aprobación británica y francesa, después de haber peleado contra los bolcheviques en Lituania y Letonia en 1919).
Durante este tiempo turbulento, aparecieron en la escena política dos personas luminarias a las que Hitler eclipsaría. La primera fue Anton Drexler, un insignificante mecánico de ferrocarriles. Parecía un inofensivo hombre con gafas, que trabajó con el Partido de la Patria durante y después de la Primera Guerra Mundial, y cuya aspiración era lograr una paz justa para Alemania. Drexler unió a dos pequeños grupos en el Deutsche Arbeiterpartei, el Partido Obrero Alemán o DAP, en enero de 1919. Era una organización sin otros bienes que una caja de cigarros donde se guardaban las contribuciones. El segundo era un más que siniestro personaje, llamado Ernst Rohm, que podría ser descrito como de baja estatura, grueso, marcado por cicatrices de bala, mejillas rojas y una sonrisa feroz. Era un inconformista, un juerguista lascivo, homosexual y aventurero que, según sus propias afirmaciones, detestaba la normalidad burguesa y se sentía atraído por explotar el caos en que estaba sumida Alemania después de su derrota. Aquella extraña combinación producía una personalidad odiosa que acabaría destruyéndole.
Había permanecido en el ejército después de la guerra, y luchó en el Freikorps de Ritter von Epp para aplastar al gobierno revolucionario de los socialistas bávaros. También era por entonces empleado secreto del ejército para acumular munición y depósitos de armas en la región de Munich destinada a los monárquicos y nacionalistas, y para organizar una unidad política especial de inteligencia en el ejército.
En febrero de 1919, Hitler, un cabo que todavía esperaba licenciarse del servicio, fue seleccionado para recibir en esa unidad una preparación de oficial. Sus profundas convicciones nacionalistas y los prejuicios antisemitas se reforzaron con la instrucción política que recibió durante su aprendizaje. En septiembre de 1919, sus profesores de inteligencia militar le enviaron a investigar aquel pequeño grupo. Las ideas de Drexler atrajeron a Hitler porque él era encarnizadamente opuesto a los «judíos capitalistas» y a la «conspiración marxista» (esas ideas iban a ser la médula de la ideología nazi). Hitler se unió al Partido Obrero Alemán de Anton Drexler en 1919. Drexier escribió confidencialmente a un colega sobre Hitler, describiéndole como un «absurdo hombrecillo» y comentando cómo en tan poco tiempo había logrado ser el miembro número 7 del comité directivo de dicho partido. La posición de Drexler en el mismo estaba amenazada por la enérgica personalidad de Hitler. Después, éste escribiría de Drexler en Mein Kampf: «Toda su persona era débil e insegura, no tuvo la habilidad de utilizar medios contundentes para vencer la oposición a una nueva idea dentro del partido. Lo que se estaba necesitando era a alguien veloz como un galgo, suave como el cuero y duro como el acero». En menos de un año, el «absurdo hombrecillo» llegó a ser la fuerza dominante del partido. Poco después, Hitler había creado el Nacional Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes, NSDAP) que sucedía al DAP.
Para inflar su importancia y su volumen, Hitler falseó el número de sus afiliados, pero el partido necesitaba desesperadamente un pedal de arranque. Ernst Rohm, que era jefe del personal del comandante de la región militar de Munich, optó entonces por apoyar a Hitler, y ambos ayudaron a crecer al incipiente Partido Nazi. Rohm se consideraba fantasiosamente un revolucionario y tenía delirantes ambiciones de crear un ejército revolucionario con él mismo a la cabeza. El vehículo elegido era la Guardia del Interior bávara, la cual poseía clandestinamente armas secretas que Rohm esperaba poder utilizar en su revolución. El gobierno de Berlín, al obtener información sobre las actividades revolucionarias, disolvió aquel y otros grupos militares que se estaban formando en secreto en varios distritos de Alemania. Aquello desbarató las ambiciones de Rohm. El embrionario Partido Nazi de Hitler actuó como un imán y parecía el receptáculo idóneo para su inflado ego (Rohm confiaba en que podría manejar a Hitler a su voluntad y usurpar sus poderes). Le aduló presentándole a personas influyentes como el general Erich Ludendorff, héroe de la Primera Guerra Mundial y nacionalista del ala derecha, y al general Franz Ritter von Epp, comandante de la región militar de Munich. Aquellas presentaciones, lógicamente, dieron su fruto. Hitler y su partido ganaron credibilidad y la ayuda financiera empezó a materializarse. El dinero se suele equiparar al poder, un hecho que Hitler no desaprovechó. Necesitaba pues perfeccionar el programa del partido y su imagen sería la mejor propaganda. Los hombres por entonces estaban acostumbrados a la vida militar, a los uniformes y al aparato que los acompañaba. ¿Qué había más natural sino aprovechar aquellos sentimientos patrióticos que les habían sido inculcados y ardían en ellos durante los cuatro años de carnicería? Hitler optó por la forma femenina del antiguo emblema esvástica y su símbolo, y proyectó el diseño de la bandera nazi, a la que describía como «algo parecido a una antorcha llameante».
Con un mensaje político visual y el creciente apoyo económico, su partido iba haciendo progresos, pero necesitaba una confrontación mayor con sus adversarios públicos para llamar más la atención. Esto ocurrió el 4 de noviembre de 1921. Hitler fue informado de que en el Hoffbrauhaus, el lugar donde iba a dar una conferencia aquella tarde, el ala izquierda de los socialdemócratas y los comunistas iban a tratar de aplastar a su partido. La reunión se celebró, pero durante su discurso estalló el jaleo en el vestíbulo. Hitler describiría más tarde el suceso poéticamente: «El baile aún no había empezado cuando mis divisiones de asalto —así se las llamó desde aquel día— atacaron como lobos. Se arrojaron sobre sus enemigos una y otra vez en grupos de ocho o diez y, poco a poco, empezaron a emplearse a fondo con ellos fuera del vestíbulo. Pasados cinco minutos, apenas podía ver a ninguno que no estuviera cubierto de sangre. Entonces se oyeron dos disparos de pistola y un estrépito salvaje de gritos resonó por todas partes. El corazón casi se alegró con aquel espectáculo que traía recuerdos de la guerra».
Fuente: El Tercer Reich día a día, Christopher Ailsby
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