Fuente: Crónica Militar y política de la Segunda guerra mundial, Tomo 7, págs. 203-227. Esditorial Sarpe.
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FUSILADO A LAS 24 HORAS DEL VEREDICTO
Primero los mismos fascistas con el proceso de Verona, y luego los partisanos con las ejecuciones sumarias de los días de la insurrección nacional, han quitado a los preocupados aliados, según dijo Churchill, "el tener que organizar en Italia otro Nuremberg". En efecto, los máximos exponentes de la RSI están casi todos muertos (suicidados o ajusticiados sumariamente) al final de la contienda. Los otros, figuras de primer plano (como Graziani) o de segundo plano, serán juzgados por tribunales italianos en épocas diversas y con procedimientos individuales. Este sistema producirá veredictos diversos para delitos idénticos. En realidad, quien logre hacerse procesar después de los "meses calientes" del 45 logrará casi siempre evitar el pelotón de ejecución y también largas condenas de prisión. Una providencial amnistía proclamada en 1946 por el gobierno tripartito (democracia cristiana, comunistas y socialistas) a propuesta del líder comunista Palmiro Togliatti, ministro de Justicia, permitirá a muchos "criminales de guerra" fascistas, así como a muchos partisanos encarcelados por delitos comunes, quedar en libertad después de pocos meses de reclusión.
Una larga polémica de naturaleza politica e histórica se desarrolló sobre la decisión del gobierno de proceder a la amnistía en el momento en que los aliados preparaban el espectacular proceso de Nuremberg y mientras en casi todos los países se procedía a severas "purgas". No pocos plantearon la sospecha de que Togliatti esperaba obtener de las ventajas políticas del acto de clemencia -en el momento en que mayor era el temor a los comunistas— la posibilidad de presentar al PCI como autor de una política de reconciliación nacional, asegurando al partido de Togliatti los votos del sector ex fascista moderado, de los "qualunquistas" y de quienes deseaban poner final a un doloroso pasado.
Este diagnóstico es inexacto, al menos en parte. La amnistía fue propuesta después del referéndum institucional de 2 de junio de 1946, y fue un gesto de clemencia y magnanimidad dirigido a hacer más popular la idea de la recién instaurada república. La idea de la implantación de la república había asustado a mucha gente, y ahora los partidos democristiano, comunista y socialista querían mostrar a todos que los vencedores podían también ser clementes e intentaban seguir una política nacional.
Por parte comunista había también otra preocupación: cubrir y proteger de algún modo a los miembros del partido implicados en los más graves episodios de abuso en la inmediata posguerra. Porque la amnistía no se refirió sólo a los delitos de los ex fascistas y colaboracionistas, sino también a los cometidos después de la liberación. Este detalle se dirigía a salvar del juicio ante la magistratura a cientos de partisanos de gatillo demasiado nervioso y de ficha demasiado negra.
Finalmente debe señalarse que si Togliatti, como ministro de Justicia, tuvo el encargo de elaborar el proyecto de amnistía, fue el Consejo de Ministros el que el 18 de junio de 1946 lo consideró algo restringido y decidió ampliar su alcance. Se trató, pues, de una tentativa de pacificación nacional en la que los tres partidos populares se hallaron de acuerdo. Para otros personajes de la RSI la suerte fue muy distinta. Detenidos los dias inmediatamente posteriores a la liberación, fueron procesados y ajusticiados inmediatamente después de la lectura de la sentencia. Entre ellos, uno de los más tristemente célebres fue Pietro Koch.
Nacido en Benevento en 1918, hijo de un ex oficial de la marina mercante alemana, Pietro Koch era en 1943 subteniente de granaderos.
"... El armisticio del 8 de septiembre de 1943 -relatará luego Koch- me sorprendió en Livorno, donde estaba preparado a embarcarme para Cerdeña. En la isla debía reunirme a mi destacamento, el 2.º Regimiento de Granaderos, del que era oficial. No fui a mi casa, en Roma, porque hacía casi dos años que estaba separado de mi mujer. Por eso marché a Florencia, y hasta diciembre de 1943 no fui a Roma".
Según la sentencia del Alto Tribunal de Justicia que le condenará a muerte, Koch, subteniente de granaderos, poco tiempo antes del armisticio "había sustraído dinero de las cajas de su regimiento y ciertamente no habría escapado a las graves consecuencias de un procedimiento penal". En las circunstancias del armisticio —expone la sentencia—, Koch encontró "un medio inesperado de salvación y, quitándose el uniforme, quiso librarse de todo vinculo sentimental y real con su pasado de militar, dando abierto desahogo a sus mal disimulados sentimientos antiitalianos". Los jueces considerarán que su viaje a Florencia no fue tanto para ver a su amiga Tamara Cerri como "para inscribirse en el partido fascista republicano y ponerse a las órdenes del ominoso centurión (capitán) de la milicia fascista Mario Carita, jefe de una banda de malhechores y torturadores de patriotas y de antifascistas, que él no sólo emuló, sino que trató de superar, intolerante como era de la ajena superioridad jerárquica ".
Pocos meses después, Pietro Koch está en Roma y, a sugerencias del entonces jefe de la policía de la RSI, cónsul (coronel) de la milicia Tullio Tamburini, organiza un grupo de investigación policial que, en enero de 1944, tomará el nombre de "unidad especial de la policía republicana". A la que Koch da vida es una verdadera banda de desalmados, una banda que, para mostrar de alguna manera su legitimidad, tiene incluso un abogado, titulado "jefe del departamento legal". Es el abogado Augusto Trinca Armati, del foro de Perugia, un hombre rico (su patrimonio está evaluado en más de 20 millones de liras de entonces) y también bastante inquieto. Segundo jefe de la banda es el contable Armando Tela, un italoargentino.
Hay muchos toscanos en ese destacamento. Incluso el "consejero espiritual" de Koch, P. Ildefonso Epaminonda Troja, de la orden de benedictinos de Vallumbrosa, había sido párroco adjunto de Santa Trinita en Florencia. La razón es simple. Koch se ha llevado detrás a los elementos más fieles y más duros de la banda Carita.
Al principio, la sede de la banda en Roma está provisionalmente en Vía Tasso, 115, en los mismos locales donde las SS torturaban a los partisanos detenidos o a los que sospechaban ser partisanos. En febrero de 1944 la banda se aloja en Via Príncipe Amedeo, 2, en la pensión Oltremare, constituida por tres apartamentos unidos. Koch tiene la estancia matrimonial número 1, con bellas alfombras y lámparas. Su despacho, donde tienen lugar los interrogatorios, está en la habitación número 15. En la 16 se alojan sus dos secretarias, Anita y Marcella. Esta última, Marcella Stoppani, una de las amantes de Koch, es la autora del himno de la banda.
Apenas tres meses después, en la medianoche del 21 de abril, la banda entra en posesión del nuevo "puesto de mando": la pensión Jaccarino, un palacete de estilo toscano situado en Via Romagna, 38, esquina a Via Sicilia. Aquí y durante casi dos meses se repiten, multiplicadas, las acciones que han hecho tristemente célebre a la pensión Oltremare. En la pensión Jaccarino se ha dispuesto un agujero bajo la escalera de servicio, un hueco de no más de noventa centímetros de ancho. Es una celda terrible, una especie de ataúd donde hay que estar acurrucado. Por allí pasa un gran número de italianos (en su informe al mando germano, Koch habla de doscientos detenidos). A ellos está reservado un muestrario de tortura que va desde quemaduras en las partes más delicadas del cuerpo al arrancamiento de cabellos, a la extirpación de uñas, a la aplicación de "tablillas" en la cabeza, a las tentativas de estrangulamiento y a la inserción de alfileres en todas partes del cuerpo. La técnica de los interrogatorios tiene pocas variantes. El detenido es llamado al "despacho" donde están Koch, Trinca y Tela. Cerca están Walter y una decena de "ayudantes". Si a la primera pregunta la respuesta no es la deseada, los "muchachos" comienzan a dar una primera muestra de su capacidad con puñetazos, patadas, bofetadas y cabezazos contra la pared o el suelo. Las "secretarias" asisten sin pestañear.
Pero eso no dura mucho. Con el comienzo de la primavera los aliados se han acercado a Roma, y para la banda —en vísperas de junio de 1944— es el momento de liar los bártulos. Los detenidos que todavía viven y que no son trasladados a las cárceles de que disponen los alemanes, son libertados. Están llegando los angloamericanos y hay que escapar al norte.
Pietro Koch se larga elegantemente y del modo más cómodo. Se va hacia el norte en el coche del SS Dollmann. Una parada en Milán, y luego el jefe del "destacamento especial de la policía republicana" se encuentra en Milán. La banda es reorganizada en la "Villa Triste", de Vía Paolo Uccello, en San Siro, un antiguo edificio de veinte habitaciones con jardín y"dependencias". Aquí se repiten las escenas de horror de la pensión Oltremare y de la pensión Jaccarino. Se suceden las detenciones, pero la banda Koch no se limita a detener partisanos. Asesta también sus golpes contra las otras bandas fascistas que dominan Milán. Sus agentes logran siempre pescar a agentes de la "Mutti" y de otras escuadras mientras roban, expolian, saquean y secuestran. Son unos diez los grupos fascistas que operan en la ciudad de forma autónoma.
Entre los historiadores del fascismo, hoy hay quien señala a Koch como el "criminal número uno", el más feroz, el más despiadado y también el más astuto entre los jefes de las "compañías de tortura" que, de uniforme, con armas y con la autoridad de las funciones asumidas, imperaban a placer durante la crepuscular república de Saló. Ciertamente que a este joven de veintiséis años, alto, atlético, inteligente, siempre rodeado de esbirros robustos, brutales y de aspecto vulgar, no le faltan puntos de apoyo. Tras él se encuentra la policía alemana de seguridad en Italia, desde el general Harster, con sede en Verona (es el SS que en Holanda deportó a Anne Frank), al coronel Rauff y al capitán Saevecke. El "doctor" Pietro Koch puede también contar con el apoyo personal de Mussolini, que tiene necesidad de colocar informadores de confianza en el mundo tortuoso y falaz de sus mismos jerarcas y prever sus designios y sus planes recónditos.
Pero de todos ellos es acaso Koch el más astuto, uno que ve el futuro, aunque no sabe precaverse. El es quien, por cuenta del ministro del Interior, Buffarini Guidi, trata de entablar conversaciones con el Comité de Liberación Nacional, libertando bajo palabra a dos destacados rehenes políticos (Dugoni, socialista, y Castelli, del Partido de Acción) para que lleven al otro lado sus propuestas. Estas, naturalmente, no serán aceptadas. La RSI, naturalmente de modo oficioso, se comprometía a poner en libertad a todos los presos políticos, y, en cambio, pedía que el CLN lanzase un llamamiento a la pacificación. Además, el gobierno de Saló concedería la libertad de prensa siempre que las publicaciones de los distintos partidos antifascistas se comprometieran a no incitar a la lucha (Dugoni y Castelli, "despistados" sus sabuesos, llegaron a la sede clandestina del CLN, y mientras el primero aceptó la invitación de sus compañeros para huir a Suiza, el segundo, como había dado su palabra, regresó a "Villa Triste" y fue deportado a Alemania).
Pero también declina la estrella de Koch. Detenido en enero de 1945 por la "Mutti" y llevado a la cárcel, recobra la libertad cuando los partisanos, el 25 de abril, van a conquistar Milán. Koch se quita el bigote, se tiñe el pelo de rubio y consulta con el general Montagna.
Es el momento de huir, si, pero ¿a dónde? "América del Sur o África —le responde el otro— son los lugares más seguros".
"Bien —murmura Koch—, pero hay una cosa. Hace falta dinero, y yo no tengo".
Vaga por Milán y frecuenta las zonas del centro. Nadie le reconoce. Al partisano que le para en el punto de control situado en la esquina de Vía Bianca de Savoia le cuenta una triste historia: "He llegado de Roma con los aliados. Tengo a mi madre en Como. Está enferma y no sé cómo llegar allí". "Planta los pies en la carretera y vete", contesta el partisano. "Ya, claro, es fácil decirlo. No tengo un céntimo. Y ademas, tampoco tengo documentos de identidad". Le dan un salvoconducto al nombre que el mismo indica: Ariosto Ballarin. Además, le ofrecen un sitio en coche durante algunos kilómetros. Lleva encima sus verdaderos documentos, con su nombre y apellido, y la automática que en 1944 le regaló en Roma el general Maeltzer. A mitad de camino entre Milán y Como se queda solo, y Koch se deshace de la pistola (enterrándola en un campo, pero anotando el sitio en su agenda), y luego sigue. Desde Como comprueba la imposibilidad de pasar a Suiza, y toma el camino de Florencia. Llega a la capital Toscana, busca a Tamara Cerri, su amiga, se entera de que ha sido detenida, y le dicen que también su madre está en la cárcel. Se presenta en la cuestura de policía, dice que viene del norte y que se ha enterado de la detención de Tamara Cerri, y revela que anda tras las huellas de Koch. El brigada al que se ha dirigido no tiene prisa. Koch comprende que las mujeres están realmente en prisión. Entonces abandona la partida: "Pietro Koch soy yo". Tiene que decírselo dos veces al policía antes de que éste desenfunde su pistola.
Al día siguiente, el "Giornale d'Italia" publica en primera página: "Una buena noticia para los romanos. Pietro Koch, la hiena de la pensión Oltremare y de la pensión Jaccarino, el criminal carnicero de patriotas durante la ocupación nazifascista, ha sido detenido en Florencia. Todo acaba por pagarse. También a Koch, que el 3 de junio de 1944 huyó con sus esbirros de Roma para trasladar a Milán la actividad de su banda, también a este degenerado de corbata impecable, de sonrisa fatua, de uñas pulidas, de raya bien peinada, le ha sonado la hora fatal de la justicia".
Saludos cordiales