Durante el primer periodo de Francia, los nazis pusieron en práctica la persecución del pueblo judío del modo acostumbrado. En primer lugar, identificando y registrando a sus integrantes, para después aprobar leyes que los obligasen a registrar sus propiedades antes de confiscarlas y deportar a todos los judíos de la zona ocupada. El gobierno de Vichy no dudó en brindar su sumisa colaboración durante todo el proceso…Alemania no disponía allí (Francia) de la mano de obra necesaria para identificar, detener y expatriar a los hebreos galos sin contar con la participación activa de la administración y la policía francesa, y más aún habida cuenta de que, en un primer momento, los nazis exigieron que se deportase a más judíos de Francia que de ningún otro país de Europa occidental. Durante un encuentro celebrado en Berlín el 11 de junio de 1942, presidido por Eichmann, se anunció un plan de actuación por el que debían ser llevados a Auschwitz 100.000 franceses. Sus edades debían estar comprendidas entre los 16 a 40 años. Ansioso por complacer a sus superiores, Theodor Dannecker se comprometió a enviar a todo hebreo francés que estuviera entre las edades señaladas. En una reunión mantenida el 2 de julio entre René Bousquet, jefe de la policía de Vichy, y una serie de funcionarios nazis, los alemanes pudieron comprobar por sí mismos cuán lejos estaba la teoría de la práctica. El representante francés expuso la postura de su gobierno: en la Francia ocupada, sólo podrían ser deportados los judíos extranjeros y en la no ocupada, la policía gala no participaría en redada alguna. Según sus propias palabras “Por parte de Francia, no tenemos nada en contra de los arrestos en sí, pero resultaría muy embarazoso que los ejecutase la policía francesa en París. Hemult Knochen, director de la policía de seguridad alemana, que sabía que las deportaciones serían impracticables sin la colaboración del país invadido, no dudó en protestar y recordó a Bousquet que “Hitler no entendería la actitud de Francia”. Al galo le bastó la amenaza implícita para mudar de postura: su policía detendría a judíos foráneos.
En un encuentro posterior entre el primer ministro francés, Pierre Laval, y Dannecker, aquél se mostró dispuesto –según éste último- a que “en la evacuación de familias judíos de la zona no ocupada, se incluyeran también a los niños de menos de 16 años. Por lo que respecta a los menos judíos de la zona ocupada, la cuestión no le interesaba lo más mínimo”.
En el apartamento familiar del distrito número 10 se encontraba Annette Muller. Tras oír ciertos rumores,, su padre, que era de origen polaco, había ido a ocultarse en las cercanías, en tanto que los suyos habían permanecido en la vivienda, ya que les resultaba inconcebible que toda la familia pudiese estar en peligro…”todo estaba patas arriba. Yo quise llevar mi muñeca conmigo…y ellos me la arrebataron de los brazos y la lanzaron con violencia sobre la cama deshecha. Entonces entendía que lo que iba a ocurrirnos no era nada bueno”.
La policía obligó a todos los judíos detenidos a una serie de autobuses que los llevó a la prisión de tránsito en que se había convertido el Vélodrome D’Hiver, un estadio cubierto situado en el distrito número 15. Todas las familias arrestadas en el transcurso de dos noches, un total de 12.884 personas, de las cuales 4.115 eran niños, fueron confinadas allí…”las luces estaban encendidas día y noche. Había grandes tragaluces y hacía mucho calor. Apenas volvimos a ver la poli. Había uno o dos lugares de los que obtener agua, y lavabos: tal vez dos…el hedor era insoportable. ..Vi a un hombre paralítico que vivía a poca distancia de la rue de l¡Avenir. Cuando íbamos a su casa lo veíamos siempre con una manta sobre las piernas, rodeado de sus hijos, que se dirigían a él con gran respeto. Recuerdo cuanto me impresionaba aquel señor. Y allí lo ví tumbado en el suelo, desnudo (era la primera vez que vía a un hombre sin ropa), y sin dejar de gritar. Tenía los ojos medio abiertos, y el cuerpo, blanco y desnudo. Ofrecía una imagen aterradora…
El sufrimiento que conocieron los Muller y otros miles de familias fue poco comparado con lo que les esperaba. Tras varios días de confinamiento en el velódromo, las autoridades trasladaron a las familias, en tren, a recintos establecidos en los campos franceses en Beaune-la-Rolande y Pithiviers. Pese a las condiciones del confinamientos, el hecho de que los niños estuvieran acompañados de sus maadres constituia un gran consuelo para los niños, pero dado que, en un principio los alemanes habían pedido a los franceses la deportación exclusiva de adultos capaces de trabajar, y puesto que los niños sólo habían sido incluidos en un segundo momento a fin de hacer cuadrar las cuentas, en Berlín no se habían acordado, de modo formal, de los preparativos necesarios para la expatriación de familias enteras. Sin embargo, aun cuando sabían, casi con toda seguridad, que apenas habrían que esperar unas semanas a que se efectuasen tales preparativos, (para que hubiera trenes dispones) las autoridades galas convinieron en separar a los padres de sus hijos y deportar primero a los adultos. Las autoridades francesas no trataron de evitar los terribles sufrimientos a que estaban abocados los expatriados; no propusieron a los alemanes que retrasasen las primeras salidas unas semanas para no tener que desmembrar a las familias. Laval había declarado con anterioridad que su propuesta de incluir a los niños en las deportaciones se debía a un deseo “humano” de no separar a las familias. Nada podía ser menos “humano” que las acciones que planeaban en aquellos momentos: arrebatar a los hijos del seño paterno en los centros de tránsito. La principal preocupación de las autoridades francesas consistió en llenar, sentados en un soleado despacho, el número de trenes que había establecido la Gestapo.
Cuando anunciaron que separarían a los hijos de sus progenitores, se formó un gran alboroto..”muchos de los niños se aferraron a sus madres. Aquellos fueron momentos muy difíciles: los pequeños agarrados a sus madres, sin dejar de gritar ni llorar, y los gendarmes abrumados…la policía hacía retroceder a las madres golpeándolas de manera brutal, pero los niños no soltaban sus ropas. Los gendarmes comenzaron a empaparnos con agua y a rasgar los vestidos de las mujeres. Todo el mundo chillaba y gritaba. De pronto cesó el estruendo y se hizo el más absoluto silencio. Frente a las mujeres y los niños habían colocado una ametralladora y nadie pasó por alto la amenaza….”ante nosotros se extendía toda una hilera de mujeres..aún puedo verlas delante de mí. Y los niños nos abrazábamos. Mi madre, que se encontraba en primera fila, nos hizo una señal con la mirada, y nosotros no apartábamos la vista de ella. Tuve la impresión de que sus ojos nos sonreían, como si quisiera decirnos que iba a volver.
Las condiciones de vida en el campo de realojamiento no tardaron en empeorar para los niños tras la marcha de sus padres. Pero no se trató sólo de que la desatención que sufrían los niños. Sino de las humillaciones que hubieron de sufrir en el periodo más vulnerable de su desarrollo. Michel Muller recuerda: “Yo tenía mucho pelo en aquella época, y mi madre estaba orgullosísima de mis rizos. Y cuando aquél gendarme fue a raparme, me sujetó entre sus piernas y dijo “ Hombre, vamos a jugar a El último mohicano, y me arrasó una línea en mitad de la cabeza, de modo que quedé con el pelo de ambos lados y una parte afeitada en medio. Sentí tanta vergüenza que acabé por robar una boina para taparme. La hermana de Michell, Annete, recuerda éste hecho: “Recuerdo que mi madre le encantaba peinar a mi hermano el cabello, un hermoso cabello rubio. Siempre le decía que era guapísimo. Y cuando le afeitaron aquella raya en el centro, adquirió un aspecto espantoso. Mi propio hermano me inspiró repugnancia.” Pasados unos días los gendarmes acabaron, por fin, su trabajo, y rasuraron también los lados laterales de su cabeza. En tanto que ellos se lo pasaron en grande a su costa, Michel hubo de soportar un trauma emocional que aún no se ha borrado de su memoria.
A mediados de Agosto de 1942, se había puesto en marcha los preparativos necesarios para que los franceses pudieran deportar a los niños y completar así la cifra prometida a los alemanes. De allí serían enviados a Auschwitz. Varias voluntarias se ofrecieron para cuidar de los niños. “intentamos hacer una relación completa de sus nombres, pero muchos ni siquiera sabían sus apellidos, por lo que se limitaban a decir cosas como “soy el hermano pequeño de Pierre”. Las voluntarias llegaron a la conclusión de que no podían hacer otra cosa que tratar de confortar a los pequeños que sabían falsas…”ya verás como vuelves a ver a tus papás”. Muchos decían “madame, adópteme, adópteme”. Daban muestras de un pesimismo extremo.
Entre el 17 de agosto y el último día del mes salieron del campo de realojamientos en dirección a Auswitz, siete trenes cargados de criaturas a las que habían separado de sus padres en Beaune-la-Rolande y Pithiviers…”la mayor parte de ellos ni siquiera podían con su equipaje, y además, las maletitas estaban mezcladas, de modo que no sabíamos a quién pertenecía cada una. No querían bajar de las escaleras para subir al autobús, así que tuvimos que llevarlos.
De los muchos episodios terribles que pueblan la historia del exterminio de los judíos a manos de los nazis, pocos resultan tan conmovedores como el de los asesinatos de los niños enviados de Francia. Esto se debe en parte, al desgarrador hecho de que los separasen de sus padres, así como el de los padres que tuvieron que actuar en contra de sus instintos y abandonar a sus propios retoños para que pudiesen sobrevivir. El traume emocional que llevaba aparejada esta actitud debió de ser desolador.
Ni siquiera Hoss pasó por alto que las familias llegadas a Auschwitz querían permanecer unidas a toda costa. Y a pesar de que el proceso de selección separaba a los hombres de las mujeres, los nazis no tardaron en darse cuenta de que separar a las madres de sus vástagos iba, casi sin excepción, en contra de sus propios intereses. A esta misma conclusión llegaron las autoridades francesas. Tan perturbadora resultaba la imagen que ofrecían los pequeños tratando de valerse por sí mismo, privados del amparo materno, que después de que el 31 de agosto de 1942 saliera de Drancy el último convoy de los niños sin sus padres, se dio orden de no repetir jamás tal medida.
Existe otra razón por la que esta historia resulta tan difícil de digerir: la complicidad que mostró, en todo momento, el gobierno francés.
Todos y cada uno de los más de 4.000 niños deportados de Francia perecieron en Auschwitz.
Sólo en 1993, bajo el gobierno de Mitterrand, se hizo una proclamación que, de facto, identificaba al “gobierno del Estado francés” como responsable por las “persecuciones racista y antisemita”. Un memorial de bronce fue erigido, finalmente, en 1994, en el lugar de la redada. En 1995 se dio un nuevo cambio, cuando Chirac, en un discurso conmemorando las redadas del Velódromo de Invierno, afirmó que Francia tenía una deuda con los judíos deportados.
El debate público, sin embargo, cambió en los años 1970-1980. El ímpetu que motivó ese cambio llegó como resultado de películas y series (Shoah y Holocausto), y gracias a los esfuerzos incansables de personas como Serge Klarsfelda al “gobierno del Estado francés” como responsable por las “persecuciones racista y antisemita”. Un memorial de bronce fue erigido, finalmente, en 1994, en el lugar de la redada. En 1995 se dio un nuevo cambio, cuando Chirac, en un discurso conmemorando las redadas del Velódromo de Invierno, afirmó que Francia tenía una deuda con los judíos deportados.
FUENTES:
Lauren Rees "Auschwitz"
http://www.memoriales.net