Vamos poco a poco.
5 meses después de la jugada, con un éxito a medias, de Peral Harbor, el almirante Yamamoto todavía estaba planificando la victoria naval que habría de asegurar la supervivencia de su país en la guerra que debía salvar el honor nacional. El hundimiento de dos acorazados británicos en aguas de Malasia en diciembre de 1941 por la acción de aviones, (el resultado de que operaran sin protección aérea), la invasión de las Filipinas, las Indias Holandesas y Birmania, el aplastamiento del poder naval aliado en el mar de Java y el océano Indico y el establecimiento del perímetro exterior de defensa, que cubría todo el nuevo imperio japonés, (como preveía el plan de guerra original), no ofrecían ninguna garantía de seguridad, según el comandante en jefe naval.
En la primavera de 1942, con los portaviones americanos todavía navegando y la guerra en el oeste y en Rusia todavía no resuelta a favor de Alemania, la flota del Pacifico de Estados Unidos todavía tenia que ser inducida al enfrentamiento final. Al mismo tiempo, el ejército japonés consideraba esencial fortalecer el perímetro exterior de defensa mediante la expansión.
El hecho de que se planeara la puesta en marcha de dos grandes operaciones con un corto intervalo de tiempo entre ambas era una indicación de una moral japonesa alta, rayando en un exceso de confianza parecido al que había impulsado a los alemanes a invadir Rusia después de la conquista de Europa Occidental. Sin embargo, en comparación con la situación de 1941 en el Oeste, la del Esta era menos favorable para el depredador. La captura de yacimientos petrolíferos todavía no se había aprovechado para obtener de ellos cantidades significativas. La posesión de un imperio tan vasto exigía un gasto excesivo de combustible frente a un oponente sin derrotar, que el 18 de abril había tenido la audacia de bombardear Tokio (más bien con poca efectividad) con aviones transportados en portaviones. De este ataque partió el fatídico Plan MO para expandir el perímetro defensivo meridional. Sin saberlo los japoneses, casi todos los planes operacionales que tramaron y enviaron por mensajes radiofónicos codificados con su sofisticada maquina Tipo 97 (equivalente a la Enigma de Alemania, aunque no igual) eran leídos por la organización americana Magic y por Ultra (con la asistencia de maquinas Bombe). Esto se debía en gran medida a un grave descuido en la seguridad por parte de los japoneses, cuando persistieron en comprometer el Tipo 97 trasmitiendo al mismo tiempo el similar Tipo 91, cuyo código ya había sido descifrado por los americanos. Además, aunque los buques de guerra y los aviones japoneses y sus excelentes torpedos Long Lance daban a sus hombres, muy bien entrenados, una clara e inesperada superioridad inicial sobre los americanos y los británicos (que, por su tradicional falta de respeto por los orientales, habían tenido demasiados prejuicios y, en consecuencia, antes de la guerra se habían sentido inclinados a ignorar o subestimar la tecnología y el talento japoneses), carecían de un instrumento vital en la guerra moderna: el radar. Solo escasa información sobre el se había filtrado de Europa y Estados Unidos a través de los velos del secreto, sin que hubiera habido ninguna ayuda del aliado alemán. Las investigaciones de los científicos y técnicos japoneses tenían poca relación con las esenciales áreas de detección y medición de distancias. Según el concepto moderno, los japoneses eran medio ciegos y dependían de la ayuda de instrumentos ópticos anticuados y, de noche, de bengalas y reflectores.
El plan MO, que tenía como fin la toma de Port Moresby en Nueva Guinea, exigía la diversión de una importante fuerza de portaviones del plan AL, un ataque contra las islas Aleutianas, y del plan MI, un avance en el Pacifico central vía la isla de Midway. Yamamoto concedía la mayor importancia al plan MI, pues estaba destinado a atraer al combate la flota del Pacifico americana, lo que no pretendía el plan MO.
Los errores de planificación cometidos por Yamamoto fueron el resultado del exceso de confianza y de la información inadecuada. En la creencia de que la fuerza de portaviones americana estaba en algún lugar hacia el norte, de regreso del ataque a Tokio, y sin ningún dato que indicara que una parte de ella pudiera estar en el Pacifico sudoccidental, solo destino dos portaviones pesados y uno ligero al apoyo de la escuadra de invasión de Port Moresby y procedió a dividir sus fuerzas en no menos de siete grupos.
No hubiera hecho esto de haber sabido que en Hawai el Almirante Chester Nimitz, comandante en jefe de la flota del pacifico, tenia delante de el, el 24 de abril, pruebas fehacientes de MO, así como las indicaciones de que el desembarco tendría lugar el 10 de mayo. En consecuencia, Nimitz pudo preparar una bienvenida a los japoneses disponiendo que la fuerza especial 17 (Almirante Frank Fletcher) se concentrara al este del mar del coral con tiempo suficiente para dar un golpe por sorpresa contra los tres portaviones japoneses, una maniobra que podría haber tenido excelentes resultados si Fletcher hubiera mantenido en secreto la presencia de sus fuerzas. Pero los frutos de los servicios de información son la medida de la fe de sus usuarios en su credibilidad, y en el mar del coral los usuarios americanos tenían tendencia a distraerse con informes sobre lo que eran operaciones subsidiarias o de distracción.
El desarrollo de la batalla es un catalogo de equivocaciones tácticas, empezando por la ausencia de los dos portaviones del Almirante William Halsey, que no pudieron regresar de la incursión contra Tokio, reabastecerse en Hawai y llegar al mar del coral con tiempo para participar en el combate.
Luego, la prematura revelación de la presencia de de os portaviones americanos a los japoneses bajo el mando del Almirante Intuye, en Rabaul, por el empleo de aviones del Yorktwon contra un pequeño desembarco japonés en la isla de Tulagi y los posteriores esfuerzos de ambos bandos por localizarse mutuamente y lograr dar el primer golpe.
Que el Almirante Takagi prefiriera, por alguna oscura razón, usar solo el limitado numero de hidroaviones que transportaban sus acorazados y cruceros, en vez de la gran cantidad de aviones de sus dos portaviones pesados, y que Nimitz estuviera estorbado por la estricta norma que le prohibía enviar aviones de reconocimiento a la zona de operaciones del General Mc Arthur (quien carecía de suficientes aparatos para cubrir su sector de la zona de guerra) son solo dos de las razones por las que el contacto, cuando se produjo, fue memorable por una serie de sorpresas y de juicios apresurados y erróneos.
Los errores cometidos por individuos en el ardor del combate lejos de la observación (visual o por radar) de sus comandantes, tuvieron repercusiones calamitosas. Un piloto japonés que el 7 de mayo informo de un petrolero americano y su destructor de escolta como un portaviones y un crucero, llevo a una serie de ataques que no solo fueron fatales para los objetivos afectados, sino que despistaron por completo a Inouye y Takagi, quienes de momento concluyeron que habían encontrado la principal fuerza enemiga y por ello podían continuar con MO sin ningún temor.
De forma parecida, el informe de un piloto americano de dos cruceros enemigos y dos destructores, que fue decodificado erróneamente como dos portaviones y cuatro cruceros pesados, hizo que el portaviones ligero Shoho recibiera la plena y fatal atención de las fuerzas de ataque combinadas de los portaviones de Fletcher en tiempo claro.
En cambio, una duda de por parte de Takagi en empeñar su fuerza de ataque contra los dos portaviones americanos (que al fin habían sido localizados correctamente), hizo que sus cansados pilotos fueran enviados con tiempo brumoso, a ultimas horas del día y sin localizar sus objetivos. Fue un desastroso encuentro de cazas completado al atardecer con pérdidas ulteriores por amerizajes debidos a la escasez de combustible.
En aquel desastre la suerte tuvo su papel, pero no hay que dejar de lado la ineptitud de Takagi.
Cuando las dos fuerzas de portaviones pesados se encontraron el día 8, el resultado simplemente subrayo la superioridad del entrenamiento, mando y procedimiento de control de los aviadores japoneses. Los aviadores americanos, aunque consiguieron infligir graves daños con bombas al portaviones Shokaku, malgastaron tiempo coordinando sus ataques (lo que permitió que los japoneses lanzaran cazas) y no consiguieron impactos con torpedos, porque atacaron desde fuera de su alcance. Pero los japoneses actuaron como un equipo muy experto y consiguieron impactos de bombas y torpedos que al final hundieron al portaviones Lexington y causaron graves daños al Yorktwon. Desde el punto de vista de portaviones hundidos, una victoria completa si Inouye, en Rabaul, no hubiera pospuesto MO, incluso a pesar de creer (equivocadamente) que los dos portaviones enemigos habían sido hundidos, y si Takagi, a pesar de las elevadas bajas de aviones, hubiera mandado los pocos que quedaban en el portaviones Zuikaku para rematar al Yorktwon. La orden de Yamamoto a Inouye y Takagi de continuar la acción y destruir todas las fuerzas enemigas llegó demasiado tarde para su cumplimiento. Un espíritu poco entusiasta, similar al de Nagumo en Peral Harbor, predomino sobre el ejemplo de determinación del Almirante Togo en Tsushima. De esta forma el plan MI de Yamamoto se vio privado del Shokaku, que necesitaba importantes reparaciones, y del Zuikaku, que había quedado inútil para cinco semanas por as perdidas de aviones y tripulantes.
Muchos de los errores cometidos durante MO eran el resultado de la inexperiencia en la táctica y las técnicas de una forma de combate naval totalmente nueva, en la que los principales combatientes se encontraban a una distancia de decenas, sino de centenares de kilómetros. Sólo la practica enseñaría a los Almirantes y a sus jefes de escuadra cómo hacer mejor uso de su equipo, aunque las oportunidades de que los japoneses se beneficiaran plenamente de ello se vieron reducidas por la afirmación de sus pilotos de que habían hundido dos portaviones americanos en el mar del Coral.
De haber sido así, cuatro portaviones pesados (en vez de seis)y dos ligeros encabezando la formación de los siete acorazados de la flota habrían sido suficientes para lanzar MI contra Midway, dado el conocimiento “cierto” de que los americanos carecían de acorazados y de que sólo tenían a su disposición dos portaviones, de los que se suponía (sin buenas razones) que estaban en el pacifico sur. A los japoneses nunca se les ocurrió que Halsey hubiera regresado a Hawai o que el averiado Yorktwon también se hubiera refugiado allí; éste, gracias a los prodigiosos esfuerzos de sus 1400 hombres, fue remendado para el combate en tres días. Pero ni los submarinos de patrulla ni los agentes japoneses de Hawai detectaron estos hechos ni avisaron de ellos a sus mandos.
Continuara.............
Fuente: Errores militares de la SGM. Kenneth Macksey. Salvat 2001