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A las cuatro y media de la mañana empezaba la limpieza y el cepillado de los caballos. El furriel exigía que por lo menos se pasara treinta veces el cepillo por el lomo. Además había que limpiar bien las cuadras y, sobre todo, su pasillo central; retirar la basura y cambiar el follaje. Llenar los pesebres de avena, salvado y oloroso heno. El agua debía estar limpia de polvo y paja, de lo contrario los caballos se negaban a beber. A las cinco se ensillaba. Poco más tarde aparecían los oficiales con sus damas. Los caballos estaban ya dispuestos para el paseo matinal. El asistente abría y cerraba los portones; Conducían el caballo por la rienda y montaban una vez que se encontraban afuera. Encantador paseo matinal a caballo. Sobre todo si en el grupo figuraba la mujer del coronel, que tenía fama de poseer el mejor trasero del regimiento. El asistente gozaba así durante un par de horas de un impresionante panorama, mientras cabalgaban a través del campo, de los bosques, de los prados.
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Nuestros queridos caballos
Por lo general a las ocho se encontraban de vuelta en los cuarteles. Descabalgaban y despedían a los caballos, no sin antes darles la consebida palmadita en la grupa y el terrón de azúcar de rigor. Los caballerizos retiraban las sillas y secaban y cepillaban de nuevo a los animales. Luego los soltaban a pastar. Hora del desayuno para los muchachos de la cuadra, y libres de servicio hasta el mediodía. Estos eran los caballos de propiedad privada que albergaba el regimiento. Los dueños tenían que pagar 120 marcos por el pienso y 50 o 100, de acuerdo con las posibilidades de cada uno, al mozo que se encargaba de la limpieza.
Los otros caballos eran del servicio y se empleaban para tiro y montura. En una palabra, miembros activos de la Wehrmacht. Con su jornada de trabajo y su sueldo en especie. Entrenados según las ordenanzas; de la remonta a las varas. Debían arrastrar pesadas cargas: Piezas de artillería, carros son munición, equipajes. Poseían sus propias caretas de gas y eran inmunes a los ruidos de los fusiles y cañones. Hacían la corte al furriel y atormentaban a los reclutas. Sabían dar a conocer con toda precisión sus malestares y cuando se presentaba la oportunidad no dejaban de jugar alguna mala pasada a los mozos. Así durante la revista de la mañana, uno se ensuciaba tranquilamente sobre el forraje fresco y recién puesto y enseñaba de paso, tranquilo y hasta irónico, todos sus dientes al asustado recluta, como si se hubiera dado cuenta de que el caballerizo había olvidado colocar a tiempo la paleta.
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Jugaban con el chivo que compartía con ellos el establo. Por la noche querían estar tranquilos. Los soldados de la guardia andaban de puntillas. Cuando les cambiaban las herraduras armaban un jaleo como si trataran de descuartizarlos. Y en el verano tenían derecho a vacaciones en los acaballaderos de la Wehrmacht.
Cada recluta servía dos años bajo el lema; "Tu no eres nada, el caballo lo es todo". Era casi como un matrimonio. Podía ir mal desde el principio y acabar con fracturas múltiples, o basarse en una cordial camaradería. A menudo la relación se convertía en verdadero amor, con sus broncas y enfados, con sus caricias y su sorprendente dependencia. Más de un soldado no podía ocultar los amorosos mordiscos de su cabalgadura.
¡Eran verdaderamente unos caballos estupendos! ¡Que orgullosos se mostraban el día del cumpleaños del Fuhrer: bien cepillados, la piel brillante, los arreos impecables, moviendo la cabeza acompasadamente al son de la marcha militar. La cola un tanto arqueada y las crinas limpias al viento, orgullosamente, tan orgullosamente como mantenía el soldado la lanza con la banderita. Hemos curado sobre ellos nuestras heridas. Y de aquellos tiempos nos quedan las cicatrices como recuerdo. Por ellos lo hicimos todo, por ellos trabajamos sin descanso. Limpiamos las caballerizas, cambiamos el forraje, llenamos los pesebres, manejamos elcepillo. Nos bañamos con ellos en los ríos y pusimos osbre su lomo una manta caliente cuando tenían cólicos. ¡Cuantos días permanecimos sin salir de la cuadra porque tosía el caballo! De acuerdo con las instrucciones del veterinario de dábamos una cucharada cada hora: "Venga, abre la boca y traga. Mira como lo hace papi". Y si montabas bien a caballo podías ir un par de meses a las arrias de la Wehermacht. Perdidamente enamorado de la yegua o del potro. Convencido de que nunca había visto piernas parecidas... Y, entonces estalló la guerra.
Nuestros caballos fueron movilizados para el combate. Ningún libro habla de sus sufrimientos, de sus muertes espantosas. Ningún parte de la Wehermacht facilitó el dato; casi tres millones de caballos muertos.
Ya Goethe se había referido al martirio de los caballos en la guerra. Durante la "campaña de Francia", el 22 de Septiembre de 1792, describía la tremenda tragedia: "Los animales, gravemente heridos, no acaban de morir. Yo vi uno tropezando con su pata delantera en sus propias tripas, que le cogaban del vientre abierto".
Barbaros e indignados relinchos
Durante la II Guerra Mundial las cosas furon aún peor, a uno y a otro lado. Los polacos lanzaron sus caballos contra los carros blindados alemanes. Los caballos murieron alcanzados por los proyectiles de artillería y las bombas de la aviación; galopaban arrastrando los carros de municiones bajo el fuego del enemigo, perecían acribillados. En Rusia, en Mussino, 2000 soldados llevaron a sus caballos a la muerte. "Silbaban los obuses e iban a explotar uno tras otro en medio de los escuadrones lanzados de asalto. Los caballos rodaban por el suelo: los jinetes volaban por el aire. Las baterías disparaban sin interrupción. Las granadas explotaban a 8 metros de altura. Los soldados quedaban destrozados en la silla, los caballos deshechos. Mussino fue escenario de uno de los más grandes ataques realizados por la caballería durante la SGM.
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Durante la batalla de Stalingrado los soldados tuvieron que comerse a los caballos. Y lo mismo tuvieron que hacer los hermanos de armas rumanos durante ese invierno. Por todas partes los caballos furon víctimas del cuchillo del matarife: a orillas del lago Ladoga, en el cerco de Korsun, en Tarnopol, Cherkassi, en el Oder. En Normandía, durante los combates de la invasión, los pilotos norteamericanos acabaron en vuelos rasantes con todos los caballos de la Wehrmacht.
Los caballos se arrastraron por el barro, la nieve, el hielo, por la meseta y la montaña. Muchos murieron de hambre. otros fueron víctimas de las llamas atados a pesebres extraños en tierras extrañas. Se ahogaron en los pantanos, soportando tremendos latigazos. También murieron congelados. Galopaban sangrantes buscando un sitio tranquilo donde morir. Tiraron de los carros de municiones hasta la primera línea, bajo golpes y gritos. Heridos, mal vendados, las herraduras gastadas. De Moscú al Cáucaso; del Volga hasta el Loira; desde Zuidersee hasta Grecia. Estuvieron presentes en todas las grandes batallas: en la victoria y en la derrota. Entraron en el fuego de las tropas, y al caer, llegada la hora de la muerte, cuando se desangraban, relinchaban indignados. Parecía como si lanzaran una queja a su caballero, que pagaba su fidelidad con la muerte. Quizá fuera un conjuro para que quedara maldito por toda la eternidad.
Más info en éste foro; La caballería alemana
Fuentes (imágenes); graphicssoft.about.com
www.ww2germancavalry.info
www.yellowairplane.com
www.sol.com/images
Texto; Das IIIReich p.p. 189:190;191. Vol 4
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