Después de haber citado algunas de las obras más representativas, a mi juicio, sobre el debate existente acerca de Pío XII (y la Iglesia Católica) y el Holocausto, sólo me resta añdir que las últimas publicaciones sobre este tema son el producto de las investigaciones del nuevo material de archivo que el Vaticano ha puesto al examen de los historiadores desde 2003. Se trata de la documentación de las nunciaturas de Munich y Berlín durante los años 1922-1939, documentación que se amplió finalmente con la desclasificación final ordenada por Benedicto XVI en 2006. Por tanto, los libros hasta hoy publicados como resultado de la investigación de ese ingente material estudian principalmente la correspondencia entre esas nunciaturas y el Vaticano, analizando las figuras de Pío XI y el nuncio (1917-1929) y secretario de estado del Vaticano (1930-1939) Eugenio Pacelli, luego Pío XII.
Dos ejemplos de estas publicaciones son la ya citada biografía de Frank Coppa sobre Pío XII, publicada en este pasado mes de febrero, y el libro de Hubert Wolf, Pope and Devil: The Vatican's Archives and the Third Reich (Cambridge: Belknap Press of Harvard University Press, 2010).
Ahora quiero concluir esta serie de intervenciones con una reflexión crítica sobre la posición vaticana que gobernó (y gobierna) la relación de las iglesias católicas con los estados donde tienen presencia. Creo que en esta política vaticana (junto con su secular antijudaísmo religioso y su declarado anticomunismo) se encuentra la raíz que sustentó la política papal oficial ante el Holocausto.
Sobre este asunto escribí algo en mi hilo sobre Pío XI http://forosegundaguerra.com/viewtopic.php?f=59&t=15516
Aquí subyace, en mi opinión, la causa del problema. Esta filosofía papal fue una respuesta a la pérdida paulatina, pero constante, del poder e influencia de la Iglesia Católica y el Papado en las políticas estatales e interestatales. A medida que las naciones fueron caminando, en el terreno de la reestructuración política de sus estados, hacia la separación entre Iglesia y Estado, es decir hacia un estado laico o un estado aconfesional, en la misma medida fue produciéndose la resistencia de la jerarquía de la Iglesia ante esos cambios decisivos, cambios que ponían fin al poder que la Iglesia Católica venía ejerciendo durante siglos en las políticas nacionales e internacionales.José Luis escribió: En diciembre de 1922, Pío XI esbozó el programa de su pontificado, reiterando la filosofía de Léon XIII. ¿Cuál era esta filosofía? El monje benedictino Hilari Raguer la explica como el proyecto de León XIII (papa entre 1878-1903) de reconocer, a través de sus encíclicas y actividad diplomática, que la religión católica no estaba ligada a ningún régimen político, y, por tanto, podía coexistir con cualquiera, aunque ello en sí no significaba en absoluto que la Iglesia Católica aceptara esos regímenes políticos. Había una tesis católica básica según la cual un estado cristiano era un estado confesional que profesaba oficialmente la religión católica, que debía mantenerse siempre y cuando lo permitieran las circunstancias políticas. Pues bien, León XIII estableció una distinción entre esa tesis católica básica y la hipótesis que mantenía que, como un mal menor, cuando esta tesis no podía ser impuesta, la Iglesia debía tolerar el estado laico y la libertad religiosa (4). Y efectivamente, bajo Pío XI, la Santa Sede concluyó un gran número de concordatos con gobiernos de todos los colores...
Resultado fundamental de la modernización de los países por la revolución industrial iniciada a mediados del siglo XVIII, esos cambios en la relación que venía existiendo entre Iglesia y Estado -al igual que los que afectaron decisivamente el orden existente en las esferas económica, social, militar y política de los estados-, digo que esos cambios se produjeron y asentaron con más rapidez y mayor profundidad en las democracias parlamentarias o liberales (como Inglaterra) y las repúblicas (como Francia), que en el resto de estados más o menos autoritarios. La reacción de la jerarquía de la Iglesia Católica ante esta tendencia se materializó en sus férreas posiciones antimodernistas, antiliberales y antidemocráticas. Ello explica que la jerarquía católica en general y el papado en particular sintieran una gran afinidad, y no rechazo, con los regímenes políticos autoritarios que representaban esas mismas posiciones “anti”. Y ello explica igualmente que la jerarquía de la iglesia católica alemana y del Vaticano se sintieran mucho más identificadas, e incluso apoyaran, con las fuerzas reaccionarias de la República de Weimar, que eran mayormente partidarias del autoritarismo y contrarias al liberalismo, la democracia parlamentaria y los partidos políticos de Weimar. Además, estas fuerzas reaccionarias alemanas y las jerarquías católicas en Alemania y Roma también compartían un odio declarado ante el comunismo. Si a estos ingredientes añadimos el antijudaísmo secular que imperaba en la mayoría de esos reaccionarios, tanto en Roma como en Alemania, parece evidente que el nazismo y su antisemitismo racial tenían el camino abonado cuando su líder fue nombrado Canciller del Reich en enero de 1933. Sin embargo, la posición de la jerarquía de la iglesia alemana ante el nazismo varió en consonancia con las diferentes circunstancias de relevancia política que experimentó el NSDAP.
A grandes rasgos, mientras que el NSDAP fue un partido político irrelevante (prácticamente hasta 1930) en la política nacional alemana, la jerarquía católica alemana mantuvo hacia el NSDAP lo que yo llamo una “observación benevolente”, pues aunque no compartía, o rechazaba, algunos de los principios ideológicos del programa nazi y de sus manifestaciones prácticas, era sensible a su dogma antimodernista, antiliberal, antidemocrático, antisemita (en lo que casaba con el antijudaísmo cristiano) y anticomunista. Cuando el NSDAP se convirtió realmente en un movimiento de masas, tras las elecciones generales de 1930, la jerarquía católica alemana cambió radicalmente su posición y, algunos de sus obispos más destacados, condenaron expresamente el nazismo y prohibieron a sus fieles ser miembros del NSDAP. Finalmente, cuando Hitler fue nombrado Canciller del Reich y los nazis consolidaron su poder político, convirtiendo Alemania en un régimen político autoritario, de sistema totalitario, la posición de la jerarquía católica alemana, en general, renegó de su anterior condena al nazismo y comenzó una etapa de colaboración, apoyo o neutralidad con el régimen nazi iniciada bajo los auspicios del concordato de 1933 entre el Vaticano y Alemania, posición que sólo cambió en ciertos casos concretos una vez comenzada la guerra en 1939.
Durante todo este periodo, incluido el de la IIGM, en la jerarquía católica, tanto en Alemania como en el Vaticano, primó más la preservación de su poder temporal que el mandato de su poder divino. Cuando ambos colisionaron, los papas siguieron el objetivo subyacente en la filosofía de León XIII: intentar preservar el poder temporal de la Iglesia Católica aun cuando este objetivo chocara frontalmente con su misión evangélica.
Saludos cordiales
JL