¡Hola a todos!
En 1994 se publicaron en tres volúmenes las actas del consejo de ministros italiano de 1943-1948 (
Verbali del Consiglio dei Ministri, luglio 1943 - maggio 1948. Roma: Presidenza del Consiglio dei ministri, Dipartimento per l'informazione e l'editoria, 1994), dedicando el capítulo 5, volumen 2, al gabinete Parri (Governo Parri, 21 giugno 1945-10 dicembre 1945).
Los entresijos diplomáticos que condujeron a la declaración oficial italiana de guerra contra Japón el 15 de julio de 1945, lo que pretendía el gobierno italiano de Ferrucio Parri con la declaración de guerra y lo que esperaba del gobierno americano a cambio, están analizados en el libro que Domenico Fracchiolla dedicó a Alberto Tarchiani, el embajador italiano en Washington que llevó a cabo las conversaciones diplomáticas con el secretario de estado americano para la declaración italiana de guerra:
Un Ambasciatore della “Nuova Italia” a Washington. Alberto Tarchiani e le Relazioni tra Italia e Stati Uniti 1945-1947 (Milano: FrancoAngeli, 2012), capítulo 3, “La dichiarazione di guerra al Giappone”, pp. 67-88.
Básicamente, la declaración de guerra a Japón fue un gesto simbólico del gobierno italiano para obtener, finalmente sin éxito a corto plazo, un tratado de paz favorable y la entrada de Italia en la ONU.
Bordoni Bisleri escribió:
lo de calificar como "idiosincracia traidora" a italia me parece a mi gusto personal , un tanto excesivo,todos los paises hacen los que les conviene mas si es para salvar el pellejo, no es el unico pais que cambio de bando cuando le convino.
y lo de haber ganado alemania la primera mundial si italia hubiera cumplido tambien me parece muy aventurado de decir.
Es un juicio ponderado y atinado, Bisleri. La sociedad italiana, en 1914 o en 1940, apenas guardaba semejanza con la “militarizada” sociedad alemana de ambos periodos. Tampoco Italia era el gran imperio británico o francés, ni el pretendido gran imperio alemán, aunque su gobierno, sin el apoyo de los partidos políticos, cediese ante las presiones y las concesiones territoriales para entrar en la IGM, y, después, Mussolini, en 1940, se lanzase tras la estela victoriosa nazi declarando la guerra a Francia y Gran Bretaña, sin entusiasmo alguno del pueblo italiano, pero culminando una política imperialista que había comenzado a ejecutar en el otoño de 1935, y que, recordemos, fue crucial para que Hitler pusiese en práctica la suya con la ocupación de la Renania en marzo de 1936.
Lamentablemente, algunas personas confunden las decisiones y acciones de los gobiernos con los verdaderos sentimientos y deseos de la sociedades que gobiernan, y esto se aplica igualmente a los líderes políticos de esos gobiernos. Suponen en las masas las ambiciones que sólo a ellos les motivan y dan por hecho su predisposición y apoyo para afrontar los sacrificios y desgracias de una guerra. Quizás fue así, relativamente, en la Alemania Imperial, y de forma más patente en la Alemania Nazi, pero en ningún caso en la Italia de las dos guerras mundiales. Con ello no pretendo librar al pueblo italiano de su responsabilidad en ambos conflictos, especialmente de la responsabilidad cívica y política que propició el régimen fascista de Mussolini. Es el terrible precio que pagan los pueblos al dejarse llevar por los pasionales, pero funestos, vientos populistas originados por los típicos salvadores de patrias. Y así pagó el pueblo italiano su devaneo político con Mussolini y el fascismo.
Aplicar al pueblo italiano una “idiosincrasia traidora” me parece un desatino tan grande como aplicar a cualquier otro pueblo una naturaleza similar, o, cambiando las tornas, digamos una “idiosincrasia de fidelidad”. En mi opinión, sólo el fanatismo, colectivo o individual, puede conducir a un sacrificio criminal, cual puede ser la derrota total, cuando hay abierta otra puerta para evitar una catástrofe semejante. Y eso hicieron los italianos y los líderes políticos italianos que decidieron en 1943 no seguir la dinámica suicida que les quería imponer el gobierno de Hitler. Hubiera sido un buen ejemplo a seguir por el pueblo alemán, más allá de sus propias circunstancias. Lo cierto es que el pueblo alemán, en general, hizo bandera del fanatismo nazi apoyando su lucha hasta el amargo final. Si ese proceder es mostrar una “idiosincrasia de fidelidad”, tengo para mí que no deja de ser una idiosincracia criminal y suicida, y me alegro de que una buena parte de los italianos también lo vieran así y decidieran evitarlo.
La declaración de guerra de Italia a Japón de julio de 1945 fue un intento, comprensible pero vano, de que los vencedores de la IIGM obviaran el pasado fascista de cara al nuevo orden europeo que se pretendía instaurar en la inmediata posguerra en la conferencia de Potsdam. No fue así en un principio, aunque no pasaría mucho tiempo sin que se narcotizase convenientemente el pasado nazi y fascista para la construcción de la Europa de la Guerra Fría.
Saludos cordiales
JL