Este post es una traducción y adaptación personales de un articulo de Patrick Toussaint titulado “Les semi-chenillés américains” publicado en Histoire de Guerre nº 13 de marzo de 2001. Comienzo con el artículo.
En el transcurso de acontecimientos de importancia, la memoria colectiva registra ciertas imágenes que permanecen gravadas en lo más profundo de esos testigos. A menudo, estas visiones contienen elementos recurrentes que tienden a convertirse símbolos de una época. La segunda guerra mundial es fecunda en este sentido. Frecuentemente, la evocación de un personaje o de un hecho importante, está acompañado de un “decorado”, sin el cual parece incompleto. Es por esto que los materiales o vehículos utilizados por los beligerantes forman parte del imaginario popular, y refuerzan aún más el poder emocional. ¿Qué actor o “figurante” de la liberación, por ejemplo, no se vuelve ante el paso de un Jeep, cuyo ruido le habrá evocado, antes, incluso de la aparición de este vehículo mítico, alguno de esos momentos esenciales de su existencia? Por supuesto, algunos marcan más que otros. Es el caso, por no citar que unos pocos, el del “Stahlhelm” (casco de acero) alemán, del “aullido” de un Stuka,o un paquete de “Lucky Strike” cuyas formas, sonidos o simplemente sabores, fueron parte integrante de la historia. También es el caso de otros, quizá menos representativos, pero cuyas fotografías, películas o testimonios son frecuentes. Su omnipresencia, en todos los frentes, en número y en todas las ocasiones, forma el marco de la representación histórica.
Los vehículos, a menudo todo terreno, como el Jeep, que terminamos de recordar, están también unidos a la memoria. El GMC o el Dodge, los sidecars BMW o Zundapp, el Kubelwagen, etc están todos ahí para recordarnos el pasado. Otro vehículo, “criada para todo” ha marcado profundamente su paso, de origen americano como muchos, es reconocible entre todos, este “half-track U.S.” que ha circulado durante mucho tiempo por numerosas carreteras en prácticamente todo el mundo. Esta es una pequeña parte de su larga historia la que vamos a abordar, hablando de la más habitual de sus versiones: el transporte de personal.
Surge el concepto de la infantería motorizada
La primera guerra mundial no fue solamente un terrible testigo de masacres, sino del mismo modo, un inmenso terreno de pruebas para muchos nuevos armamentos. Entre ellos, la aviación por supuesto, pero también el arma blindada. Su aparición y su desarrollo, tanto táctico, estratégico, como material que para el observador atento, anunciaba las novedades de la importancia que iba a protagonizar en los años venideros.
En resumen, los primeros vehículos blindados, cuya idea germina desde el año 1914 estaban destinados a apoyar, facilitar, y luego permitir el asalto a la infantería de las líneas enemigas. Esta que era llamada "la reina de las batallas” se aproxima en esta época a su agotamiento, frente a las defensas estáticas que ella ataca con “pechos y bayonetas al frente”. La infantería paga un tributo cada vez más insoportable, sobre todo frente a las ametralladoras que la “siegan” sin piedad, mientras los infantes son frenados por el alambre de espino y los campos minados de la mortal “no man's land”. El vehículo blindado surgido de la evidencia de la necesidad del apoyo a la infantería, debe permitir la ruptura de las líneas, por la cual se precipitarán las tropas a pie. Ha nacido “el carro de asalto”.
Carro de asalto Schneider
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En 1918, todos están de acuerdo en pensar que se ha convertido en el instrumento indispensable de los enfrentamientos terrestres, es el que consigue la diferencia. Esta constatación es indiscutible, pero las pérdidas en hombres, son todavía importantes, la protección que “el carro” les proporciona continúa todavía siendo relativa. Por otra parte el aprovechamiento de la ruptura es con, frecuencia, mal explotado por las tropas a pie, puesto que los supervivientes están agotados tras su demasiado larga y lenta progresión bajo la “metralla”.
La velocidad de estos primeros “carros” es, al principio, un criterio relativamente secundario. Está “adecuada” a la capacidad de desplazamiento del infante, que siempre marcha a pie y casi sin protección, mientras que permanece un tiempo muy largo, antes de llegar a establecer contacto con el enemigo. Sin embargo, la solución que debe terminar con la hecatombe es esta, es evidente, pero por el momento es incompleta. El concepto debe ser más perfilado de modo que reduzca la duración de los asaltos, mejorando además la protección de los hombres. Es evidente que la rapidez de los “blindados” debe mejorarse y también, por lo tanto, la de la infantería.
La única solución es “motorizar” al infante que, paralelamente, podría beneficiarse de una protección más eficaz. De este modo, transportado hasta las líneas enemigas, mostraría cada vez más una aptitud mucho mayor para la ruptura, gracias a poder preservar su potencial físico. Los Estados mayores antes, incluso, del Armisticio se interesan ante la eventualidad de “transportar” las tropas de asalto. De esto modo, quedan relegadas al papel de acompañantes del carro, este ocuparía el lugar fundamental en la táctica de infantería que sería totalmente revolucionada. Ya no es blindado el que “acomoda” su velocidad a la del infante, sino viceversa.
Continuaré en otro momento.
Fuente: Traducción y adaptación personales de un articulo de Patrick Toussaint titulado “Les semi-chenillés américains” publicado en Histoire de Guerre nº 13 de marzo de 2001.
À bientôt