- El shogun Sakanoue no Tamuramaro (s.IX). Tres siglos después, los shogun
dominarían Japón con mano de hierro hasta mediados del XIX, pero tras su
derrota, su sombra se alargó todavía hasta este conflicto
¡Hola!
Habida cuenta que 1) hasta su muerte en 1989 la cuestión del papel de Hirohito en la guerra fue un tabú en Japón, 2) que los investigadores que han querido estudiar este tema han sufrido amenazas por parte de grupos derechistas violentos, y en 1990, por ejemplo, el alcalde de Nagasaki fue tiroteado por opinar que el emperador tuvo responsabilidad, 3) que Japón tiene todavía pendiente arreglar cuentas con su pasado, como han comenzado a hacer Alemania, Francia e Italia (pero no España), y 4) la dificultad de la historiografía para acceder a pruebas sobre unas decisiones que se tomaban en privado y que durante 70 años se han guardado en secreto o no se han guardado, se entiende que el conocimiento que hay sobre la política japonesa anterior hasta 1945 en sus aspectos más comprometidos sea poco sólido.
Lo más comprometido es el papel del emperador, por lo que el lo expuesto a continuación sobre ese tema hay que tomarlo con reserva. Es reflejo de los puntos de vista, en general coincidentes, de David Anson Titus y Peter Wetzler, los autores citados que abordan el papel del palacio en la política japonesa. Pero otros, basándose en estudios sobre fuentes primarias - pero bajo acusaciones de hacerlo conforme a su agenda política, aunque ese podría ser el motivo de los que las lanzan - sostienen lo contrario, es decir, que Hirohito tomó parte de forma decisiva en el proceso político que desembocó en la guerra.
En cuanto al resto, hay algo más de unanimidad. Conocer el dónde, quién y cómo de la política japonesa es fundamental para comprender el porqué se lanzó a esta guerra, y también, en qué momento y por parte de quién se pudo haber frenado este trágico proceso. La explicación fácil a la que suele echarse mano, de que fue la consecuencia de la hegemonía militar, es insuficiente. Eso fue un hecho que contribuyó, pero no aclara las causas. Los militares estaban muy divididos y eran absolutamente leales al emperador, la alta oficialidad era contraria a la guerra en China, y los hubo que abogaban por la integración en la comunidad internacional. Y la guerra con China, por ejemplo, fue consecuencia de un patinazo trascendental del primer ministro Konoe, y ya hemos visto cómo este (¿auto?
) saboteó sus propias iniciativas para llegar a una tregua que Japón necesitaba con desespero.
En este primer post describiré la estructura y funcionamiento de la política de Japón, que quedarán ilustrados en los siguientes, en los que veremos cómo se forjaron las decisiones de los episodios más decisivos, así como algunos hechos que retratan a los protagonistas.
5. Estructura y dinámica política en Japón
Parte 1
Sintoísmo y sistema imperial
Los conceptos que sobre dioses, emperadores o constituciones podamos tener a partir de los modelos occidentales pueden llevarnos a engaño si los aplicamos sin más a las figuras de igual nombre del Japón de preguerra. El Sintoísmo, la religión mayoritaria de Japón, asume que el hombre es un ser dotado de espíritu, por lo que debe regirse en armonía con la voluntad de los dioses. Estos no son el fin último del sistema de creencias, sino figuras divinas intermediarias reveladoras de la armonía universal o el infinito. Para esta religión, el emperador estaba dotado de una naturaleza mixta divina y humana, y servía de intermediario entre los dioses y el pueblo, y ese era el sentido de la obediencia al mismo, distinto al de sumisión a la persona de las monarquías occidentales. El sistema imperial japonés cumplía una función en primer término religiosa, y a su vez era un factor fundamental de identidad y de cohesión de Japón. Si fallaba, peligraba la estructura del estado.
En los procesos de decisión política, el emperador no debía ser un sujeto activo de los mismos, con el fin de que los errores no le alcanzaran y no quedara expuesto el rol trascendental del trono. Así, su papel era el de nombrar a los gobernantes y ratificar sus decisiones; los ministros eran responsables ante el emperador, y este ante los dioses y ancestros, la llamada “Línea Imperial”. Este proceso de ratificación se concebía como una expresión de la “Voluntad Imperial”, que no era la voluntad personal del emperador sino la de la Línea Imperial.
Fin del shogunato y la Constitución Meiji
Los
shogun fueron tiranos que gobernaron Japón desde el siglo XII hasta 1867. Investidos de su autoridad por los emperadores, estos se hallaban en ese período prácticamente secuestrados para un papel que se limitaba a ratificar de forma ritualizada los hechos consumados decididos por aquellos.
A mediados de siglo XIX, después de que Estados Unidos le impusiera un tratado comercial, Japón sufrió una convulsión que fue el detonante para que parte de la clase dominante, consciente de la vulnerabilidad del país, emprendiera su modernización. Hubo de sufrir una guerra civil tras la que quedó liquidado el shogunato, se restauró el poder imperial, y Japón adoptó una estructura administrativa al estilo occidental. Este proceso quedó formalizado en la "Constitución Meijii de 1889" o "Constitución del Gran Imperio de Japón". Aunque esta ley regulaba la fusión de la autoridad moral del emperador con la autoridad política, no tenía el peso de una constitución occidental ni era el soporte del poder del emperador. Este se sustentaba en la autoridad que representaba la Línea Imperial, es decir, religión y tradición.
Aunque establecía que era el jefe de las fuerzas armadas y le otorgaba la facultad de nombrar ministros y establecer los acuerdos de paz y de guerra, en el proceso de toma de decisiones el emperador era una institución, no una personalidad autónoma que ejerciera libremente su voluntad política. Las líneas políticas a seguir se decidían por consenso, en el que participaba el propio emperador, altos cargos de palacio y representaciones institucionalizadas de las elites japonesas. La presencia de estas respondía a la idea de que las decisiones políticas debían contar con las “corrientes contemporáneas” que transcurrían extramuros del palacio. Después, el emperador ratificaba estas políticas mediante la ceremonia del “Sello de la Voluntad Imperial”. En estas deliberaciones preparatorias Hirohito participaba sin ceremoniales de modo activo, pero las líneas se decidían, como se ha expuesto, por consenso. Ha trascendido que también participó en los procesos de planificación y decisión militares en contra del criterio de sus consejeros, Saionji y Makino.
El proceso modernizador que acometió Japón a mediados del siglo XIX no tuvo nada de revolucionario. Por el contrario, lejos de querer sustituir los fundamentos del poder, su objetivo era la salvación, por los medios más eficaces, del sistema imperial, su condición semidivina, y la posición de la casa imperial en la sociedad japonesa. La modernización no era el objeto, sino el medio, y China era una muestra explícita de cuál sería su futuro si no tenía éxito. Pero la oposición a este proceso no quedó liquidada con la derrota en la guerra civil, y la pugna violenta entre lo tradicional y lo nuevo, la identidad propia y la influencia externa, tuvo un protagonismo determinante en la política japonesa posterior. Denominaremos aquí “tradicionalistas” a los partidarios de lo primero y “constitucionalistas” a los de lo segundo.
Había una complicación añadida. Debido a su carácter sagrado, el sistema imperial tenía una obligación trascendental de quedar preservado, en un grado mucho mayor del empeño de perdurar de cualquier forma de gobierno. De modo que si algo amenazaba lejanamente su existencia, las decisiones políticas que tomaba el palacio podían quedar condicionadas. Esto se vio, por ejemplo, cuando la casta militar intentó aumentar su peso político y el emperador no se atrevió a ponerlos firmes, en parte por temor a un golpe de estado, donde lo grave no sería la posibilidad de él quedar apartado del trono o morir sino, con la desaparición del sistema imperial, que desapareciera el medio que posibilitaba la expresión de la voluntad de sus antepasados y los dioses.
Estaban permitidos los partidos políticos y la ciudadanía podía elegir por sufragio inicialmente masculino y después universal a sus representantes en el parlamento. Pero la representación popular se limitaba al aspecto legislativo, que compartía con una cámara alta elegida entre miembros de la aristocracia; los representantes elegidos no tenían voz ni influencia en palacio ni gobierno.
Gobierno
El primer ministro no nombraba a los ministros sino que lo decidía el palacio, aunque lo tenía en cuenta. Había un ministro del ejército y uno de la armada. Si estos renunciaban, caía todo el gabinete, lo que les otorgaba, de facto, un derecho a veto. Estos dos ministros tampoco rendían cuentas al primer ministro sino directamente al emperador. Tras la experiencia previa con los
shogun, la constitución lo había dispuesto así con el fin de reforzar la autoridad de este sobre el poder militar, pero fue una regulación que socavaba profundamente el poder gubernamental y abonó el terreno para la confrontación con este.
No cualquiera estaba dispuesto a ejercer el cargo de primer ministro. Era una posición muy expuesta a la censura pública, y fácilmente se convertía en chivo expiatorio de lo que salía mal, había de bregar en medio de fuertes rivalidades de distintos grupos de presión y carecía del poder político suficiente para ejercer su responsabilidad. Por añadidura, habida cuenta del grado de violencia de la vida política, requería una buena dosis de valor físico. Estos fueron algunos de los magnicidios:
- -1878: el oligarca Okubo Toshimichi
-1909: el primer ministro Ito Hirobumi
-1921: el primer ministro Hara Kei
-1930: el primer ministro Yuko Hamaguchi
-1932: el primer ministro Inukai Tsuyoshi
-1936: el Guardián del Sello Privado Saito Makoto (uno de los altos funcionarios de palacio) y el ministro de finanzas Takahashi Korekiyo; el primer ministro Okada se salvó por los pelos y fue asesinado en su lugar su hermano por confusión.
Además, en los años 30, a los perpetradores e instigadores su delito les salía judicialmente “barato”, y la prensa y las élites condenaban o no los asesinatos dependiendo de los intereses en juego y de su tendencia política. Por lo que en su conjunto y en particular a partir de ese período, la vida política japonesa estuvo impregnada de un alto grado de coacción física.
Tras la idea de la “restauración Showa” (“Showa” es un término para designar el reinado del emperador Hirohito) que inspiró varios intentos golpistas, estaba la convicción de que el emperador estaba secuestrado por una burocracia de palacio y gubernamental liberal y pro-angloamericana, por lo que el golpe de estado pretendía no derrocar al monarca, sino liberarlo y devolverle el poder.
Cada élite institucionalizada (económica, militar, aristocracia) tenía facciones y subfacciones, por lo que el logro de consensos requería un complejo “juego” en el que estas partes se aliaban o enfrentaban. Así, los gobiernos eran resultado de coaliciones temporales de estas fuerzas y reflejo del equilibrio de un momento determinado, del que formaban parte también lazos familiares, lealtades de otra índole, pago de favores, etc. Esto provocaba que los procesos de toma de decisión e implementación fueran largos y tortuosos, y dieran como resultado políticas incoherentes o de aplicación imposible.
Una de las élites institucionalizadas era el ejército. Como se ha mencionado ya, en él rivalizaban dos facciones principales, la del Camino Imperial (Kodoha) que veía el mayor enemigo futuro en la Unión Soviética, y la del Control (Toseiha), más moderada, que preconizaba la preparación para una guerra total. A partir de 1932, la del Control es la que tuvo más capacidad de influencia sobre el gobierno, gracias a la alianza con parte de la armada, con la burocracia renovadora de algunos ministerios civiles y con algunos líderes de la Dieta Imperial. Pero en 1936, uno de los motivos del golpe de estado, el más grave de los que sufrió Japón, fue el propósito de la facción del Camino Imperial de poner fin a la hegemonía de la del Control.
Saionji, el último de los genro
Los
genro (singular
genko) eran consejeros extraordinarios del emperador en virtud de su consideración de “padres” del Japón moderno. Aunque la elección de los primeros ministros era una facultad del emperador, eran los
genro los que lo nominaban tras consultarlo con los otros altos oficiales de palacio y los representantes institucionales que hemos mencionado antes.
El príncipe Saionji
Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki/Saionji_Kinmochi
Me detendré en la figura del príncipe Saionji Kinmochi (1849-1940) porque junto a Konoe e Hirohito, fue uno de los personajes con mayor protagonismo en la vida política del Japón de preguerra. Veterano de la guerra civil, graduado en leyes en la Universidad de Sorbona, brillante, liberal y partidario de un gobierno parlamentario, a la vuelta de su viaje por Estados Unidos y Europa presidió el Consejo Privado y la Cámara de los Pares (cámara alta) y más tarde fue nombrado Primer Ministro. Donde duró hasta la confrontación en 1912 con el ministro del ejército por no conceder a este dos divisiones. El ministro renunció y provocó la caída del gabinete.
Después, en 1913, fue nombrado
genko, un cargo en que hubo de soportar una dura rivalidad por parte de su homólogo, el tradicionalista Matsukata Masayoshi, hasta que este murió en 1924; a partir de entonces quedó como único
genko. Hasta su muerte (en 1940), a pesar de su avanzada edad, fue un actor lúcido y notable de la arena política japonesa. En palacio, Saoinji ejercía la función de coordinar a los altos oficiales con los representantes institucionales. Hasta 1936 logró defender una línea constitucionalista y de compromiso internacional, pero a partir del intento de golpe de estado de 1936, a pesar de que fracasó, tuvo que ceder ante el empuje del militarismo tradicionalista.
Seguirá. Saludos
Fuentes:
■ TITUS DA “Palace & Politics in Prewar Japan” Columbia University Press (1974)
■ WETZLER P “Hirohito and War” Hawaii University Press (1998)
■ YAGAMI K “Konoe Fuminaro and the failure of peace in Japan 1937-1941” McFarland (2006)
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