Mensaje
por fangio » Mar Jul 12, 2005 3:25 pm
Entrevista hecha a Degrelle por la "Asociación Cultural 'Amigos de León Degrelle'". Quizás más de uno la haya leído prefviamente pero de todas maneras me pareció interesante transcribirla aquí.
LA EPOPEYA DE TCHERKASSY
Asociación Cultural “Amigos de León Degrelle”
P. —¿En que estado volvió a encontrar el frente ruso, meses después de la
capitulación de Stalingrado?
R.— En noviembre de 1943 nos encontramos en Rusia con una situación militar
absolutamente distinta. Aunque le pueda sorprender, le diré, no obstante, que el desastre de Stalingrado no fue en realidad un verdadero desastre.
¿Perder un ejercito? Cualquier jefe militar que haya realizado grandes conquistas ha perdido ejércitos. Los romanos los perdieron: ¡Varo, devuélveme mis legiones! Napoleón también los perdió. Recuerde sus derrotas en España o en el Beresina. Y los rusos, en 1941 y 1942, perdieron unos cinco millones de hombres. ¡Eso si fue algo gordo!
Trescientos mil soldados del Reich— de siete millones— hundidos en la fosa helada de Stalingrado no era un desastre, sino un accidente. Un accidente importante, pero un accidente. El mariscal Timochenko había perdido mas hombres en su fracasada ofensiva de Ucrania diez meses antes. Los alemanes perdieron una batalla, pero, como hubiese dicho De Gaulle, no por eso la guerra estaba perdida.
Sin duda, un golpe mucho mas duro que el de Stalingrado, y al que el publico concedió bastante menos importancia, fue la batalla de Kursk, en julio de 1943.
Allí tuvo lugar el duelo decisivo. Fue entonces, indudablemente, cuando Hitler perdio la guerra en la URSS.
P.— ¿Por que? ¿En que se funda su opinión?
R.— Hitler, contra su propio instinto, se comprometió en aquella lucha por
instigación de sus principales generales, que seguían obsesionados por los grandes choques frontales, fuerza contra fuerza, a la manera del Verdun de 1916.
Hitler era la astucia, la imaginación y la habilidad. Como estratega de nuevas concepciones, el se había resistido ante esa idea de un enfrentamiento masivo en Kursk, y solo acepto esa batalla con inquietud y a regañadientes. Fue el duelo mas importante entre carros de combate durante la segunda guerra mundial. Unos cuatro mil carros de un lado y cuatro mil por el otro. Operación perdida de antemano por Alemania al haber sido traicionada.
P.— ¿Como traicionada?
R.— Es una historia para contar algún día— y lo haré en mi libro "Hitler, sus traidores y sus espías"— como Hitler, en su propio Gran Cuartel General, fue traicionado con una terrible constancia durante toda la segunda guerra mundial, y como sus ordenes eran enviadas automáticamente al mando soviético. ¡Mas de dos mil mensajes y ordenes suyas! Se transmitían al instante, vía Suiza, para conocimiento de Stalin. Cinco días antes de que la operación de Kursk comenzase— ¡cinco días antes!— Kruschev, como comisario del pueblo por el frente Sur, ya estaba allí con todo el plan alemán en su cartera. Y así, en todas partes, los alemanes cayeron en la trampa. En todos aquellos lugares donde tenían que desembocar, les esperaba una mesa de antitanques rusos. En una semana esta batalla se convirtió en un aniquilamiento masivo de las tropas acorazadas del III Reich.
Provisionalmente, ya no había otra salida que la de servirse del espacio; es decir, retroceder, retroceder hasta el Dnieper, en una retirada extremadamente difícil. Esa retirada casi imprevista estuvo llena de fallos y errores, hasta tal punto que el Dnieper mismo fue franqueado en diversos sitios por las tropas soviéticas, que tomaron Kiev y que, con ello, pudieron emprender en Ucrania una enorme maniobra de cerco hacia el sudoeste.
P.— Y ustedes los valones, ¿cayeron de lleno en ese desastre?
R.— La noche en que, a finales de noviembre de 1943, nos aproximamos hacia las nuevas líneas de resistencia, el espectáculo era extraordinario. Nuestros trenes avanzaban dentro de una verdadera trinchera de fuego. Los rusos ya estaban a la derecha. Y también a la izquierda.
Allí me di cuenta de una cosa: de que el valor no es una actitud natural Yo, que había librado tantos combates y que había tenido ya no sé cuantas luchas cuerpo a cuerpo, tuve miedo en aquel momento. No crea que yo jamas he tenido miedo. Los que nunca tienen miedo son anormales. para no tener miedo hay que dominar al miedo con antelación. Es un terrible esfuerzo de la voluntad que hay que renovar continuamente Hay que domar a la bestia humana, que normalmente se atemoriza y se encabrita ante el peligro, y sobre todo ante la muerte, como cualquier otro animal. El valor todo valor moral. Es el alma la que alimenta al hombre valiente.
Si aquella noche yo sentí que me invadía esa especie de pánico interno todos los demás también debieron sentirlo. La misma noche escribí a mi secretario de Bruselas una tarjeta postal en la cual le decía: Hemos entrado hasta el fondo por el gollete de la botella y ahora nos ahogaran.
Eso tardaría tres meses en realizarse. Pero así ocurrió.
P.— ¿Que posiciones ocupaba la Brigada Valonia?
R.— Desde la misma mañana de nuestra llegada fuimos enviados a la orilla de un gran río glacial que se llamaba Olchanka, afluente del Dnieper. El mismo Dnieper desplegaba en el extremo norte de nuestras posiciones sus crecidas aguas negras, que rodeaban unas islas arenosas, pronto cercadas por unos inmensos témpanos blancos. Nosotros, los valones, ocupábamos un sector de una veintena de kilómetros. Era increíble lo que sucedía en estos sectores del frente ruso: se tenia una compañía por aquí, otra por allá y otra mas lejos, con unos vacíos por los cuales se infiltraba el enemigo. Nosotros, de la misma manera, hacíamos sorprendentes incursiones en su terreno, muy lejos detrás de sus posiciones.
Pero eso no podía durar. No era posible. Sentíamos que el cerco ruso se
estrechaba. Cada semana era mas fuerte y nos iba encerrando por todos los lados.
Hicimos ataques desesperados, como el de Teklino, a primeros de enero .1944, para despejarnos un poco y volver a recuperar terreno. En ello perdimos mucha gente. reconquistamos un gran bosque, en el que se escalonaban setecientas fortificaciones rusas. Y vimos, como macabro espectáculo, a prisioneros alemanes clavados en los arboles, con los órganos sexuales cortados y colocados en la boca. Y también a mujeres que se lanzaban sobre nosotros por centenares, jóvenes combatientes espléndidas. ¡Que penosa tarea la de tener que, entrenares a unas chicas guapas que se lanzan al asalto!..
Pero por todos los lados surgían cada vez mas asaltantes. Cada día era peor. E1 28 de enero de 1944 el nudo corredizo se cerro al sur y quedamos cercados en la bolsa, igual que el Vl Ejercito de Paulus en Stalingrado.
P.— ¿Como lograron salir de ella?
R.— Se ha hablado menos, de nuestro cerco y de nuestra liberación de Tcherkassy, porque la victoria de los sovierts en Stalingrado, inflada con estrépito por una inusitada propaganda resonó en el mundo entero. Por el contrario, la propaganda aliada tuvo bien cuidado en minimizar la derrota de los soviets en Tcherkassy.
Actualmente ya no ocurre eso. La verdad histórica se ha abierto paso. La batalla de Tcherkassi será algún día una de las grandes batallas que se comentaran en las escuelas militares, porque fue admirable en precisión y sangre fría.
P.— ¿En que consistió?
R.— En aquella ratonera forcejeamos, día a día y noche tras noche, en un peligro constante de la muerte. El cerco se iba cerrando cada vez mas y nos dejo aislados.
En el momento mas espantoso, en el mes de febrero de 1944, cuando normalmente estaríamos a cuarenta y cinco bajo a cero, bruscamente unas lluvias torrenciales, !El cielo entero! cayeron en tromba sobre nuestras cabezas. Entre las riadas de barro aun tratábamos de salvar millares de cañones y de los camiones que ya ni había medio de de llevar mas lejos. Machacado por la artillería soviética, todo este material, triturado o sumergido, se perdería.
Para darle un pequeña idea de lo que era el esfuerzo de cada hombre, durante estos veintitrés días yo libre personalmente diecisiete encuentros cuerpo a cuerpo pegado a unos colosos que le matarían a uno si antes no acaba con ellos.
Rodando sobre el suelo en el barro, en la nieve, uno encima del otro, con
heridas por doquier.
Cada uno de nuestros soldados vivió decenas de veces tales horrores, En mi libro "La campaña de Rusia" también prohibido en Bélgica, cuento con amplitud como fueron aquellas semanas tan espantosamente trágicas.
P.— ¿Y usted no era aun el comandante jefe de la Brigada de asalto Valonia?
R.— Efectivamente, yo solo era oficial de ordenes del comandante en jefe Lucien Lippert.
Después de haber sido mucho tiempo soldado, cabo, suboficial, segundo teniente, teniente y capitán, mande durante unos meses una compañía.
Aprendí, pues el oficio en todos sus escalones. No es mas complicado tener entre las manos una unidad militar que dirigir una gran empresa comercial, una fabrica o un departamento ministerial. Hay que tener ante todo el don de la autoridad, observar todo y ganar fraternalmente el espíritu y el corazón de los hombres.
Técnicos militares muy preparados se encuentran en abundancia. Las escuelas de guerra los fabrican en serie, del mismo modo que otras preparan excelentes ingenieros o magníficos especialistas en cuestiones comerciales. El papel del jefe no es saberlo todo y hacerlo todo, sino el de utilizar, para objetivos concretos y muy claros, a especialistas mas competentes que el, bien se trate del jefe de la Renault, de un jefe de Estado o del jefe de una brigada de asalto.
Durante el cerco de Tcherkassy yo todavía solo era el colaborador mas inmediato de Lucien Lippert. No nos separábamos nunca; combatíamos juntos y comíamos juntos el rancho; los últimos como es natural, pues Lippert no aceptaba meter la cuchara en su rancho enfriado, si no veía antes recibir su ración al ultimo de sus soldados . Todos le queríamos y le admirábamos . Y entonces recibimos en pleno corazón el golpe cruel: Lucien Lippert caía al frente de nosotros en Novo-Buda, por el duro impacto de una de esas balas explosivas, de punta cortada, en las que los rusos eran pródigos, y que le reventó el pecho.
P— ¿Fue a partir de este hecho cuando usted se convirtió en comandante jefe de
la Brigada Valonia?
R.— Entonces tuve que asumir el mando directo de nuestra brigada. Estábamos al limite de las posibilidades de resistencia de las fuerzas cercadas. Hacia tres días que ya no recibíamos el menor alimento. Comíamos nieve, nieve y nada mas.
El frío y la helada se habían apoderado de todo. Nos acuciaban por todas partes.
Los ataques se reanudaban sin respiro. Las cargas enemigas nos caían desde arriba por todos los lados.
En semejantes condiciones tuve que dar una especie de pequeño golpe de Estado: tomar el mando de nuestra unidad. De hecho, nada me autorizaba a ello, ya que hubiera tenido que esperar a que el alto mando de las Waffen SS —que andaba lejos de nosotros— procediese a un nombramiento.
Si no hubiera tomado la delantera, probablemente nos habían enviado un mando alemán. De este modo, ganando a los despachos en velocidad, me proclame comandante jefe.
El comandante jefe de la Sturmbrigade "Wallonien", ahora soy yo. En las unidades alemanas todo el mundo acepto mi decisión, al margen de los reglamentos.
Otra complicación. Hitler, que seguía la batalla muy de cerca, me ordeno por radio que partiera con los últimos aviones que transportaban heridos. Yo respondí : ¡No y no! ¡No me iré! Si quiere que monte en un avión, me pegare un tiro en la cabeza al pie del aparato! Finalmente Hitler acepto que me quedara.
Un oficial superior alemán, testigo de mi respuesta, escribió y publico después de la guerra el relato de ese dialogo. Se acercaba el momento final. Los refuerzos de medios blindados del general Hube, que debían salvarnos, se aproximaban, pero no lograban tomar contacto con nosotros, atascados por el suelo helado que les paralizaba.
P.— Entonces, ¿como pudieron ponerse a salvo?
R.— En el cerco de Tcherkassy se encontraban, casi estranguladas, once grandes unidades militares.
Nos reunimos los once comandantes jefes. El general Gilles, jefe de la División Vikinga, pregunto con toda crudeza: ¿Hay entre nosotros algún voluntario pare llevar a cabo la operación de punta en la ruptura? Los generales presentes, hombres de cincuenta y sesenta años, estaban agotados físicamente, después de tres semanas de lucha incesante, llevada a cabo sin dormir y casi sin comer. Les consumían las preocupaciones y las catástrofes que se arremolinaban alrededor nuestro como moscas furiosas. Todos eran excelentes estrategas, como lo eran la mayoría de los generales alemanes. Pero tantas pruebas habían agotado sus fuerzas. se nos concedía, como máximo, un tres por cien de posibilidades de supervivencia. ¡Y, sin embargo, había que romper aquellas barreras de muerte!
Yo resulte herido cada cinco días como media, y unas horas antes me alcanzaron en el brazo y en el costado derecho. Pero era fuerte. Nada, ni las heridas, ni la falta de sueno— tenemos buena madera, decía mi padre—, ni el hambre, ni la sed me vencieron nunca. Yo había adoptado como lema: <<Pase lo que pase, hay que dar la cara>>.
A la pregunta de Gilles conteste que yo era el voluntario. Física y moralmente aun podía lanzarme en el gran esfuerzo final. Pero yo solo no hubiera hecho nada, naturalmente. Fue el increíble heroísmo de mis soldados el que forzó el destino. No queríamos capitular. Si había que morir, solo estábamos dispuestos a hacerlo en combate.
P.— ¿Como lograron abrirse paso en Tcherkassy?
R.— Esa ruptura fue en verdad algo atroz. Durante toda la ultima noche tuve que mantener a las unidades valonas en retaguardia, pare proteger la estrecha hondonada en la que se iban acumulando las tropas que partirían al alba hacia su liberación. Todo esto bajo una fantástica lluvia de proyectiles de la artillería soviética. Hacían explosión por todas partes, en la nieve o sobre el suelo helado. Los caballos se restregaban el hocico con el suelo, con sus partes rotas y los intestinos desparramados. Ya he descrito en mi "Campana de Rusia" aquella noche de horror. Las isbas ardiendo iluminaban fantásticamente la matanza. Las tropas, en medio de aquel tornado, tenían que subir al otro lado de un río y agruparse para salir. Un carro desfondo el único puente de madera de este profundo barranco. Obstruía todo. Hicieron falta dos horas de esfuerzos inauditos hasta que logramos hacerle caer en el precipicio. Solo a las cinco de la madrugada, cuando todo ya estaba dispuesto en la otra orilla, lleve a mis valones de atrás hacia adelante y nos pusimos en cabeza de la columna que iba hacia la liberación.
¿Liberación? Nos dijeron que las tropas acorazadas del general Hube, que venían en nuestro socorro, habían llegado a cinco kilómetros de nosotros. Parados por el hielo, estaban en realidad a 17 kilómetros. Diecisiete kilómetros que había que franquear librando un espantoso cuerpo a cuerpo! La nieve caía en copos macizos. Afortunadamente. Ella nos libro de las ráfagas de la aviación soviética. Pero los cosacos nos atacaban desde todas las direcciones y los carros rusos salían por todas partes.
Ocho mil combatientes, es cierto, murieron en el curso de la ruptura de
Tcherkassy. Pero cincuenta y cuatro mil hombres, al final de la noche, estaban al otro lado, una vez cruzadas las líneas soviéticas.
P.— Pero ocho mil muertos es algo horrible.
R.— Si ocho mil muertos es algo horrible. Pero en Stalingrado, el mariscal
Paulus prefirió capitular y abandonar a los rusos ciento nueve mil prisioneros; de ellos, solo ocho mil supervivientes regresaron de las prisiones soviéticas.
En Tcherkassy se salvaron cincuenta y cuatro mil hombres, es decir, mas del 80 por cien de los efectivos. Se salvaron porque a fuerza de heroísmo y de vigor arrollaron en el frente ruso, dando prueba de que seguían siendo los mas intrépidos, y que sus jefes aun eran superiores a los enemigos por su conocimiento de la estrategia y de la táctica, por su sentido de la autoridad y del mando y por la fuerza de su carácter y valor personal.
Un segundo Stalingrado, psicológicamente, hubiese minado de un modo terrible la moral del pueblo alemán. Para el también, Tcherkassy resultaba necesario. No era posible dejar a los propagandistas aliados lanzarse por segunda vez, como graznantes aves rapaces, sobre un nuevo revés en el frente del Este.
Este fracaso de los soviets resultaba aun mas he dispensable si se quería salvar a Europa. Con esa resistencia encarnizada habíamos mantenido, a lo largo de todo el invierno 1943-1944, la barrera que detuvo durante tres meses mas la ofensiva de la URSS. Sin esa resistencia desesperada de los soldados de Tcherkassy, la marea soviética hubiese llegado desde el principio de 1944 a los Balcanes y se hubiera desbordado por Europa. Habría ocupado París, sin la menor dude, antes de que el primer americano mascando chicle hubiese desembarcado en las costas francesas.
Recuerde que en 1940 los alemanes llegaron en mes y medio a los Pirineos, porque Sedan no había aguantado. Si también nosotros hubiésemos abandonado la lucha, en lugar de cerrar tenazmente la ruta de Tcherkassy hacia Rumania, y luego hacia el Occidente ¿Que habría ocurrido? Que los franceses y los belgas hoy conocerían la misma suerte que los checos y los polacos.
Nuestros muertos de Tcherkassy fueron los muertos de Europa.