Durante la campaña de Saipan, un destacamento japonés fue aislado por soldados de la 25 de Infantería de la Marina de los Estados Unidos. Gradualmente fueron haciendo retroceder a sus integrantes y arrinconándoles en el extremo meridional de la isla, donde se dejó un batallón americano para mantener la posición hasta que pudiera terminarse con lo que quedaba del enemigo. Una noche sin embargo, un numeroso grupo de japoneses salió de la trampa y se dirigió al campo de aviación que los americanos habían establecido en la isla. Dadas las circunstancias, la operación estaba extraordinariamente bien organizada y se dieron ordenes rigurosísimas:”los que no puedan participar…deben suicidarse. Las bajas permanecerán en la posición en la que se encuentran y defenderán la zona” hasta donde había sido empujado el destacamento. La contraseña era Sichi Sei Hokuku (siete vidas por la patria). Significaba evidentemente que cada hombre debía matar a siete norteamericanos antes de reunirse con sus antepasados. Aparte de causar todo el daño posible en las instalaciones de aviones del campo de aterrizaje y tratar de abrirse paso hasta sus líneas del norte en el caso que esto fuese posible.
Nunca se sabrá exactamente cuantos comenzaron esta extraña salida.
A la mañana siguiente se contaron unos quinientos cuerpos y es posible que algunos japoneses alcanzasen la protección de la jungla e incluso sus propias líneas. Esta vez, el ataque fue un notable fracaso. No solo no consiguieron matar a “siete por uno”, sino que, además, al llegar al campo de aviación, fueron rechazados antes de que consiguiesen causar muchos destrozos. Sin embargo, tres días después hubo otra ofensiva japonesa mucho mas seria. “La lucha en Saipan, tal como están las cosas, progresa desigualmente- informó en Tokio el comandante japonés-. Paso a paso se nos acercan y concentran su fuego sobre nosotros mientras nos retiramos…”
Esta era una situación que el general Saito estaba decidido a cambiar.
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Imagen del General Saito. No he encontrado una imagen de mayor calidad.
Saito, un hombre ya anciano, se había dado cuenta desde hacia ya tiempo de lo que podía esperar. Las extravagantes promesas de refuerzos navales y aéreos por parte de Tokio no podían ocultarle la realidad. Lo que planeaba era en pocas palabras un banzai a lo grande. O conseguía romper el ataque norteamericano o todo el resto de la guarnición japonesa perecería en el intento.
“El bárbaro ataque del enemigo continúa-escribió en su ultima orden del día a las tropas-. Estamos muriendo inútilmente bajo los violentos bombardeos y granadas… tanto si atacamos como si nos quedamos aquí, nos espera la muerte. Sin embargo, en la muerte está la vida. Debemos aprovechar esta oportunidad para exaltar la verdadera virilidad japonesa. Avanzare con los que quedan para asestar un nuevo golpe a los diablos norteamericanos y dejaré mis hueso en Saipan como un baluarte del Pacifico.”
Una vez mas se dio instrucciones a los soldados japoneses de restituir”siete vidas a la patria”, la misma consigna dada al destacamento que trato de abrirse paso anteriormente. Pero en esta ocasión no había ningún objetivo táctico: el ataque debía ser el mayor suicidio en masa cometido en el Pacifico. Para asegurarse que sus tropas estuviesen concentradas con tiempo suficiente, Saito formuló sus planes con considerable antelación.
Las órdenes eran que todos los hombres disponibles se reunieran en un lugar convenido cerca del pueblo de Makunsho, donde los campos quemados de caña de azúcar seguían siendo lo bastante espesos para ocultar a las tropas mientras se formaban para el ataque. Se insto a los mensajeros a abrirse camino a las unidades mas apartadas durante la noche y les fue imposible llegar a todas. También era inevitable que uno de los mensajes cayera en manos norteamericanas. En consecuencia, los infantes de marina, sabían que iba a producirse un ataque, aunque no se sabía exactamente donde tendría lugar o que dirección llevaría.
Una vez enviado el mensaje se sentó a comer lo que quedaba de las raciones japonesas más deliciosas; sake y cangrejo en conserva. Luego, tras las tradicionales ceremonias asociadas con su última cena, se despidió de su estado mayor y se sentó fuera de su cuartel general mirando en dirección al palacio del emperador. Se le entregó un sable ceremonial y, en cuando hubo practicado la circunscrita incisión en el estomago, su ayudante- cumpliendo ordenes recibidas previamente- le disparó un tiro en la cabeza. (Posteriormente los infantes de Marina recuperaron su cuerpo y lo enterraron con todos los honores militares.)
El mando del ataque recayó en el coronel Suzuki, de la 135 División de Infantería. Los japoneses nunca pudieron asegurar cuantos tomaron parte en el ataque suicida. Pero; basándose en el numero de cuerpos enterrados posteriormente, parece que la fuerza de ataque sumaba unos tres mil soldados. El avance comenzó desde Makunsho hacia las 04,00 de la mañana del 8 de julio de 1944. Avanzando en formación por el ferrocarril de vía estrecha que discurre cerca de la costa, los japoneses desecharon los puestos avanzados norteamericanos y se enfrentaron a dos batallones de la 105 División de infantería de los Estados Unidos poco después de la 05,00. En una masa de chillidos cargaron banzai, banzai: palabras agudas cuajadas de sangre y cargadas de fanatismo, salvajismo y odio. El ímpetu de la carga inicial fue suficiente para llevarles a través de los norteamericanos, no había forma de detener a tantos hombres cuyo único pensamiento era matar antes de ser matados. La artillería norteamericana machacó desde la que se estaba iniciando el ataque, pero era ineficaz donde ya estaba teniendo lugar, pues no podían disparar por temor a herir a sus hombres.
A las 06,00 la situación era de una confusión caótica. Los dos batallones norteamericanos estaban destrozados y una lucha feroz giraba en torno a una docena de bolsas aisladas de resistencia norteamericana. Algunas fueron dominadas; otras resistieron. Parte de los norteamericanos pudieron escapar a las colinas, los que estaban cerca de la costa fueron empujados hasta el mar.
Entretanto, a medida que los japoneses seguían presionando, los observadores de las colinas que dominaban el campo de batalla vieron un fenómeno extraño a través de sus gemelos de campaña. Tras las primeras líneas de las tropas de asalto japonesas avanzaba una horripilante procesión: los lisiados, los enfermos y los cojos. Los heridos habían abandonado los hospitales y salían para morir matando. Hombres vendados, algunos con muletas, heridos caminando y ayudándose mutuamente; algunos armados, otros solo con una bayoneta o una granada; muchos sin ningún arma, luchando por tratar de matar algún norteamericano para luego morir en combate. Mas tarde se descubrió unos trescientos pacientes demasiado débiles para moverse habían muerto a manos de los propios japoneses.No hubo prisioneros.
A unos mil metros detrás del lugar por donde los hombres de Saito habían atacado, los artilleros norteamericanos disparaban sus armas a quemarropa mientras los japoneses corrían hacia ellos. Gran parte de la agitada masa murió antes de que los propios artilleros fuesen rebasados. Pero a estas alturas la carga había perdido ímpetu y cuando llego otro batallón norteamericano para contraatacar, el gran banzai había terminado y los norteamericanos pasaron a la ofensiva. Al llegar la noche solo quedaban dos bolsas de obstinada resistencia, que fueron limpiadas al día siguiente.
La carnicería fue increíblemente espantosa. Las partidas de enterradores tardaron días en enterrar a los muertos. Un observador que visitó el escenario describía a los exhaustos soldados e infantes de Marina norteamericanos tumbándose a dormir entre los cadáveres ya en putrefacción, porque no había ningún sitio en la zona que estuviese limpio de muertos. Por lo que respecta a su único objetivo concebible, el suicidio, el banzai del general Saito fue un completo éxito.
La campaña termino poco después, aunque de vez en cuando un puñado de japoneses que se había perdido el banzai por una razón u otra se aprestaba a luchar hasta morir miserablemente en sus agujeros.
Otros huyeron antes del avance, corrieron hasta el borde de los acantilados que descendían desde la meseta y consiguieron llegar a la costa. Allí tuvieron lugar los últimos horrores de la batalla. Algunos cientos de civiles se habían refugiado en la costa norte y en las cuevas de los acantilados situados enfrente. Ahora, creyendo haber llegado al último extremo, organizaron una verdadera orgía de sangre y autodestrucción. Los padres y madres cortaban a sus pequeños y estrangulaban a los niños algo mayores, para arrojar a continuación los diminutos cuerpos por el acantilado antes de saltar tras ellos. Los soldados japoneses se alineaban y esperaban pacientemente que sus oficiales les cortaran la cabeza. Tres mujeres se tomaron de la mano y caminaron por le mar hasta que las cubrió. Otra, desnuda, y en la última etapa del embarazo, entró tras ellas para ahogarse también. Hombres endurecidos por una de las campañas mas sangrientas del Pacifico volvían la cabeza doloridos y físicamente enfermos.Este nivel de fanatismo era mayor de lo que nunca pudieron imaginarse.
Las conminaciones a la rendición en general fueron en vano. Se había dicho a estos hombres que los norteamericanos les matarían y cuando un pequeño grupo respondieron a la exhortación americana, cayeron bajo las balas de los soldados japoneses que se encontraban junto a ellos o de otros aun escondidos en las cuevas de los acantilados. Un soldado japonés disparó uno a uno sobre un grupo de quince mujeres y niños, deteniendose, sistemáticamente para cargar su rifle, y puso final espectáculo suicidándose con una granada. En todos los aspectos prácticos la campaña de Saipan termino aquí, aunque miles de japoneses aislados y suicidas seguían escondidos en la jungla. Durante varias semanas fueron cazados y muertos, a menudo a un ritmo de más de cien por día, en una de las mayores operaciones de limpieza de la historia. Cuando se hizo el calculo en agosto habían perecido casi 24.000 soldados japoneses, la mayoría en acciones suicidas.
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Mapa de la isla de Saipan mostrando los lugares de la invasion norteamericana.La bolsa del General Saito estaba aislada en los alrededores del aeropuerto.
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Mapa más detallado de la zona con las posiciones iniciales del ataque marcadas.
Fuente:Armas suicidas A.J. Barker
Historia de la Segunda Guerra Mundial. Armas -Libro N. 6
Libreria Editorial San Martín