Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

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Moderador: Francis Currey

SMS Derfflinger
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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 1:35 am

Wilson estaba almorzando el sábado 8 de Mayo de 1915 cuando le dieron la noticia del hundimiento de RMS Lusitania. Por la noche ya sabía que más de mil vidas, muchas de ellas estadounidenses, se habían perdido. En silencio, se deslizó en la noche y, ignorando una lluvia ligera, caminó solo a lo largo de Pennsylvania Avenue, regresando a la Casa Blanca y encerrándose en su estudio. Durante el fin de semana no consultó a nadie, fue a la iglesia, jugó al golf y, el domingo por la noche, se sentó a escribir el discurso que tenía programado dar en Filadelfia al día siguiente. El lunes se dirigió a 15.000 personas para decirles que Estados Unidos, era una nación pacífica y, por lo tanto, "el ejemplo de Estados Unidos debe ser un ejemplo especial... el ejemplo, no sólo de la paz porque no luchará, sino de la paz porque la paz es la influencia sanadora y elevadora del mundo y las guerras no lo son. Existe algo como pueda ser que un hombre sea lo suficientemente orgulloso como para no luchar. Existe algo como pueda ser una nación tan cargada de razón que no necesita convencer a otros por la fuerza de que está en lo cierto”. En Filadelfia las palabras de Wilson fueron recibidas con prolongados aplausos, pero cuando su mensaje llegó a Gran Bretaña, cada vez que mencionaba a "Estados Unidos" resonaron los silbidos de desaprobación.

En asuntos transcendentales a Wilson le importaban poco las opiniones de los miembros de su Gabinete, pero mantenía un dedo apretado en el pulso de la opinión pública. Las simpatías subyacentes de Wilson estaban con Gran Bretaña y los Aliados, hasta el punto de confesar al Embajador británico: "Todo lo que más amo en el mundo está en juego... Si ellos (los alemanes) tienen éxito, nos veremos obligados a tomar aquí medidas de defensa fatales para nuestra forma de gobierno y para los ideales estadounidenses". La aversión de Wilson a la guerra y su sentido de la misión superior de Estados Unidos fueron, estaba seguro, compartidos por la abrumadora mayoría de sus compatriotas; también conocía que el Congreso tenía fuertes inclinaciones aislacionistas. En consecuencia, se determinó que Estados Unidos se mantuviera neutral. Desde el principio, el esfuerzo por preservar esta neutralidad fue arduo, en el fondo, la diferencia entre Gran Bretaña y Alemania era que las lesiones infligidas por los dos beligerantes a Estados Unidos eran de magnitud desigual: la Armada británica detenía y retrasaba barcos y en ocasiones se apoderaba de mercancías, la Armada alemana hundía barcos y en ocasiones mataba a gente. Si realmente Wilson hubiese querido entrar en guerra la ocasión que le ofrecía la indignación causada por los cientos de vidas perdidas en el hundimiento del RMS Lusitania era pintiparada, quizá una campaña de prensa orquestada a este fin hubiese logrado enardecer a la opinión pública y cambiar el aislacionismo del Congreso, pero no lo hizo. Wilson, un hombre de principios calvinistas y profunda fe presbiteriana creía que su país tenía una misión especial en el mundo, Estados Unidos se había librado de la historia de la tiranía y la corrupción que habían degradado a las sociedades más antiguas. En su visión Estados Unidos era la esperanza del hombre; su destino era guiar, liberar y socorrer a todas las naciones y pueblos menos afortunados. Esta misión y destino no debían diluirse formando parte de los países involucrados en la Gran Guerra.

Pero el agravio no podía dejarse pasar por alto sin una contundente respuesta, el martes 11 de Mayo el Gabinete se reunió y Wilson leyó en voz alta el borrador mecanografiado de una nota que había escrito a Alemania sobre el RMS Lusitania. En la misma expresaba su incredulidad de que el Gobierno alemán pudiese haber sancionado un acto tan ilegal e inhumano y luego pasó a explorar en términos morales la naturaleza de la guerra submarina contra el transporte marítimo mercante:

El Gobierno de los Estados Unidos desea llamar la atención del Gobierno Imperial Alemán sobre la imposibilidad práctica de emplear submarinos en la destrucción del comercio haciendo caso omiso de las reglas de equidad, razón, justicia y humanidad que toda sociedad moderna considera imprescindible. Es prácticamente imposible para los Oficiales de un submarino detener un mercante en el mar y examinar sus papeles y carga. Es prácticamente imposible para ellos hacer un premio del mismo, y si no pueden tripularlo con un trozo de presa, no pueden hundirlo sin dejar a su tripulación y pasajeros a merced del mar en sus pequeños botes. Manifiestamente los submarinos no se pueden utilizar contra buques mercantes sin una violación inevitable de muchos principios sagrados de justicia y humanidad.

A pesar del tono pedagógico y cuidadoso del lenguaje de Wilson, el Secretario de Estado Bryan objetó que el borrador era demasiado pro-británico y reiteró su oposición a que los estadounidenses viajasen en barcos pertenecientes a naciones en guerra. Robert Lansing, el Consejero del Departamento de Estado, replicó que era demasiado tarde para eso, el Gobierno estadounidense ya había dicho a los ciudadanos estadounidenses que pediría al Gobierno alemán "una estricta rendición de cuentas" por las vidas y propiedades estadounidenses. Estados Unidos, continuó, "ha permitido en silencio a cientos de ciudadanos estadounidenses viajar en barcos británicos que cruzan la zona de guerra".Ahora algunos de ellos habían muerto y el único curso, instó Lansing, era exigir una desaprobación oficial del ataque y una garantía de que no volvería a suceder. Bryan discrepó y exigió que los Estados Unidos consideraran igualmente objetables los sistemas británico y germano de coerción económica, bloqueo y guerra submarina, cualquier protesta que se envíe a Berlín debe ser equilibrada por una protesta igualmente enérgica a Londres. Finalmente el Secretario de Estado fue anulado y la nota estadounidense enviada a Berlín hizo hincapié en el derecho de los ciudadanos estadounidenses a navegar donde quisieran en cualquier barco que eligieran.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 1:36 am

Incluso antes de recibir la nota del Gobierno estadounidense, un preocupado Guillermo II le había comunicado al Almirante Bachmann el 10 de Mayo que "en el futuro inmediato ninguna nave neutral será hundida, es una medida necesaria en el terreno político del cual el Canciller es responsable, es mejor que un barco enemigo pueda pasar a que un neutral sea destruido. Se establece la renovación de un procedimiento más agudo de verificación". Bethmann-Hollweg, suponiendo que esta orden había sido distribuida a la Armada, informó a Washington que "se han emitido instrucciones más definidas a los buques de guerra alemanes para evitar ataques contra el transporte marítimo neutral". Sin embargo tanto el Kaiser como el Canciller habían sido engañados, el Estado Mayor Naval, ahora convencido de que la guerra en el mar sólo podía ser ganada por los submarinos, estaba decidido a no abandonar la campaña, y de forma deliberada Bachmann no emitió la orden del Kaiser a la Flota. Detrás de esta desobediencia había un cambio importante en el pensamiento alemán sobre los fines y los medios de la guerra naval. En Abril de 1915 el Estado Mayor Naval creía que la guerra en el mar sólo podía ser ganada por una ofensiva submarina irrestricta contra el transporte marítimo mercante. En consecuencia, la campaña de los U-boat se presentaba dentro de la Armada e incluso para el pueblo alemán como una evolución inevitable en la guerra naval, en una forma sin precedentes pero incuestionablemente legítima. El Almirante Scheer expresó la convicción generalizada de sus compañeros Oficiales cuando dijo: "En un espacio de tiempo relativamente corto, la guerra submarina contra el comercio se ha convertido en una forma de guerra que se adapta a la naturaleza de la guerra moderna y debe seguir siendo parte de ella. Para nosotros, los alemanes, la campaña submarina contra el comercio es una liberación, ha puesto en entredicho el predominio británico en el mar. Al ser presionados por pura necesidad, debemos legalizar esta nueva arma, o, para hablar con mayor precisión, acostumbrar al mundo a ella".

La nota de Wilson fue recibida con preocupación por parte del Gobierno alemán y grandes protestas entre la prensa y la población del país, en desacuerdo con la pretensión de que los ciudadanos estadounidenses pudiesen viajar sin riesgo en cualquier buque, aunque fuese de un país beligerante. Se empezó a denominar a los pasajeros de tal nacionalidad como “Schutzengel” (ángel guardián) y una caricatura publicada en la prensa representaba a un mercante británico preparado para zarpar y a su Capitán preguntando: ¿Está seguro de que el Schutzengel americano se encuentra a bordo?

En Estados Unidos no ayudaron las declaraciones del Dr. Dernburg asegurando que el RMS Lusitania estaba armado y transportaba municiones, indicando que si los estadounidenses viajaban en barcos desarmados que no transportasen contrabando “estarían tan seguros como en una cuna”, pero si lo hacían en buques que estuviesen armados o transportasen contrabando podrían resultar hundidos, sería como estar “viajando en un volcán”. Este mensaje causó una nueva ola de indignación entre el pueblo estadounidense, que creía poseer el derecho a poder viajar libremente en alta mar donde y cuando deseasen. Aun así Wilson se mantuvo cauteloso, comunicando tanto al Embajador británico, Sir Cecil Spring-Rice, como al Embajador alemán, el Conde Johann von Bernstorff, que estaba esperando conocer más detalles sobre las circunstancias del hundimiento del RMS Lusitania.

La respuesta alemana a la primera nota estadounidense intentó culpar a Gran Bretaña por el desastre. El RMS Lusitania era un crucero auxiliar armado, que llevaba armas en sus cubiertas, que habitualmente transportaba municiones a Gran Bretaña y a menudo enarbolaba ilegalmente la bandera estadounidense. Estos hechos, continuó la nota alemana, justificaban un examen cuidadoso por parte del Gobierno estadounidense; hasta que esto se hiciera, Alemania retrasaría su respuesta a la demanda estadounidense de que se detuviese la campaña submarina.

Durante Mayo, a pesar de la orden del Kaiser y la promesa del Gobierno alemán a los Estados Unidos de que se no se atacaría el transporte marítimo neutral, varios mercantes daneses, noruegos y suecos fueron torpedeados sin previo aviso. Bethmann-Hollweg se dio cuenta de que el mandato imperial estaba siendo desobedecido y el 31 de Mayo convocó una reunión general que presidía el Kaiser. En esta conferencia, el Almirante Muller apoyó la insistencia del Canciller en que se restringiesen las operaciones de los submarinos. Otro apoyo a la moderación vino del Mariscal Erich von Falkenhayn, Jefe del Estado Mayor del Ejército, quien temía el efecto que una ruptura con los Estados Unidos tendría en otros países neutrales, particularmente Bulgaria. Los Almirantes Tirpitz y Bachmann reiteraron obstinadamente que no podían discutir ninguna modificación de las instrucciones hasta ahora en vigor y sólo estaban interesados en saber si la campaña submarina debía continuar o no. Guillermo II debía tomar la decisión final, y aunque personalmente apoyaba al Canciller, no quería aparecer ante el pueblo como alguien menos valeroso que sus Generales y Almirantes, en un momento en el que no solo parte de los militares, sino también la prensa y el Reichstag estaban generando una enorme presión para continuar con la campaña submarina. La solución para el Kaiser era anunciar que si la guerra submarina debía ser abandonada, el Canciller tendría que anunciar públicamente que solo él era responsable, carga que Bethmann-Hollweg aceptó. En consecuencia el 1 de Junio se emitió un nuevo mandato imperial que repitió la orden que Bachmann había suprimido unas semanas antes: los barcos neutrales no podían ser molestados, los submarinos no debían atacar ninguna embarcación a menos que estuvieran absolutamente seguros de que la víctima prevista era un enemigo y, de suma importancia, los transatlánticos de pasajeros de todas las naciones, incluso los enemigos, no debían ser tocados. Tirpitz y Bachmann lamentaron que daba la impresión de que las órdenes eran una admisión de que el RMS Lusitania había sido torpedeado ilegalmente y un abandono del arma más poderosa de Alemania contra Gran Bretaña. Ambos declararon que no podían ser responsables de ejecutar la orden y pidieron ser relevados de sus mandos, pero se ordenó a los dos Almirantes que permanecieran en sus puestos y, esta vez, la orden se distribuyó a la Flota; Bethmann-Hollweg había mantenido una ascendencia precaria.

Cuando el Presidente Wilson se reunió con su Gabinete para considerar una respuesta a la nota alemana del 28 de Mayo, llevó a la reunión su propio borrador mecanografiado de un mensaje, dejando de lado las acusaciones alemanas de que el RMS Lusitania era un crucero auxiliar que transportaba municiones: "Cuales quiera que sean los hechos sobre el Lusitania", había escrito, "el hecho principal es que un gran vapor, con el cometido principal de transportar pasajeros y que llevaba más de mil almas que no tenían relación alguna con la guerra, fue torpedeado y hundido sin previo aviso o advertencia, y que los hombres, mujeres y niños fueron enviados a su muerte en circunstancias sin precedentes en la guerra moderna." En el párrafo final de la nota Wilson reiteró una posición estadounidense de la que, a lo largo de los meses de controversia con Alemania, el Gobierno estadounidense se negó a retractarse: "Estados Unidos no puede admitir que la proclamación de una zona de guerra pueda coartar los derechos de los ciudadanos estadounidenses a viajar como pasajeros en buques de naciones beligerantes”.

Fue en estos dos puntos, el derecho de los estadounidenses a viajar en barcos beligerantes, más la cuestión de si Alemania y Gran Bretaña estaban siendo tratados por igual, los que deterioraron hasta la ruptura la relación entre el Presidente y el Secretario de Estado. Alemania había prometido que los barcos que enarbolaban la bandera estadounidense no serían atacados, el punto de inflexión fue la seguridad de los ciudadanos estadounidenses que viajaban en los transatlánticos británicos; Bryan había visto con creciente consternación la determinación del Presidente de enfrentarse a Alemania en este tema. Pacifista de toda la vida, el Secretario de Estado había argumentado a favor de las restricciones al derecho de los estadounidenses a viajar a la zona de guerra en barcos de países beligerantes. Por otra parte Bryan, tres veces candidato de su partido a la presidencia, ahora se sintió ignorado, incluso humillado, a medida que Wilson se volvía cada vez más hacia otros, principalmente el omnipresente Coronel House y Lansing, para recibir consejos. A medida que continuaban las discusiones sobre la segunda nota sobre el RMS Lusitania, Bryan decidió que el texto de la misma era provocativo y que debía volver a redactarse. Uno de los que estuvo presente en la reunión del Gabinete notó que el Secretario parecía estar trabajando bajo una gran tensión y se sentó en su silla la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados. De repente, Bryan se inclinó hacia adelante y estalló: "Ustedes no son neutrales, están tomando partido." El Presidente, con un "brillo de acero" en sus ojos, respondió: "Señor Bryan, usted no tiene justificación para hacer tal afirmación. Sin duda todos tenemos nuestras opiniones sobre este asunto, pero no hay ninguno de nosotros que pueda ser acusado de ser injusto". El 5 de junio, en una emotiva entrevista con el Presidente, Bryan anunció que había decidido renunciar y el 7 de Junio Lansing fue nombrado su sucesor; al día siguiente la segunda nota fue enviada a Berlín, que había perdido a su mayor valedor en el Gobierno de los Estados Unidos.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 1:37 am

Durante uno de los largos debates que se dieron en Alemania durante el verano de 1915, Bethmann-Hollweg preguntó al Almirante Bachmann qué concesiones podrían ofrecerse de forma segura a los Estados Unidos, y añadió que "se debe dar por sentado que se debe hacer alguna concesión, ya que Alemania, si fuera neutral, no toleraría que un barco con 1.500 pasajeros alemanes a bordo fuese hundido sin previo aviso." Resultaba un razonamiento inapelable, pero Bachmann repitió lo que había dicho antes: no se debían ofrecer concesiones, y la modificación de las órdenes existentes a los submarinos era impensable. Sin embargo, incluso los alemanes que apoyaban al Canciller se sentían molestos con la pretensión estadounidense de que para sus ciudadanos era un derecho inalienable viajar en barcos beligerantes. En una de las notas a Estados Unidos, el Gobierno alemán observó que "no parece haber ninguna necesidad convincente para que los ciudadanos estadounidenses viajen a Europa en tiempo de guerra en barcos que ondean una bandera enemiga", algo que no dejaba de resultar cierto para la mentalidad europea, pero que chocaba con el culto a la libertad individual allende los mares. Como solución, el Ministro de Asuntos Exteriores Von Jagow propuso que los ciudadanos estadounidenses viajaran a Europa sólo en cuatro transatlánticos especialmente marcados, que navegarían con previo aviso a la Armada alemana y que no llevarían municiones ni cualquier otro tipo de contrabando. El Gobierno estadounidense, continuaba la propuesta, podría establecer un servicio de este tipo mediante la compra de cuatro de los transatlánticos alemanes que habían buscado refugio en Nueva York al estallar el conflicto. Pero la reacción de la prensa estadounidense a la propuesta fue explosiva: "arrogante", "absurda", "ni hablar", exclamaron los editoriales, "Se dice a los estadounidenses que pueden disfrutar de derechos limitados si se someten a las regulaciones alemanas", escribió una revista de Nebraska.

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Von Jagow.

Wilson compartía esta indignación, pero también pensaba que la mayoría de los estadounidenses seguían oponiéndose a ir a la guerra, por lo tanto rechazó la idea de los trasatlánticos especiales porque significaría sancionar el ataque a otros buques de pasajeros y continuó negociando. A finales de Julio hizo una declaración muy satisfactoria para el Canciller y sus aliados dentro del Gobierno alemán: "Los acontecimientos de los últimos dos meses han indicado claramente que es posible y factible llevar a cabo las operaciones submarinas que han caracterizó las actividades de la Marina Imperial alemana dentro de la llamada zona de guerra en acuerdo sustancial con las prácticas aceptadas de guerra regulada." En otras palabras, si los Comandantes de submarinos seguían las reglas establecidas en la orden del Kaiser del 1 de Junio y se comportaran como lo habían hecho durante las últimas semanas, el Gobierno de los Estados Unidos toleraría la guerra submarina contra el transporte marítimo mercante, pero la nota también avisaba que no se admitirían vulneraciones de los derechos neutrales.

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Woodrow Wilson.

Von Tirpitz se había convertido en el mayor defensor de la continuación de la campaña submarina, odiaba al Canciller y a los que denominaba “demócratas”, en su opinión continuar la guerra submarina respetando las Leyes de Presas era una manera en la cual “no podemos vivir y al mismo tiempo no podemos morir”, estaba convencido de que continuar con la campaña submarina irrestricta pondría de rodillas a Gran Bretaña y dedica muchos pasajes de sus memorias a defender esta idea, aunque en ese momento Alemania solo poseía unos cincuenta submarinos operativos, muy lejos de los 222 que el estudio anterior a la guerra preveía como necesarios para poder efectuar un bloqueo efectivo de las islas. Por su parte Bethmann-Hollweg argumentaba que “no puedo estar permanentemente en el cráter de un volcán”, aludiendo a que cualquier otro hundimiento como el del RMS Lusitania podría deteriorar las relaciones con Estados Unidos hasta el punto de no retorno, y pronto sus temores se hicieron realidad.

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Von Tirpitz.

El 19 de agosto, frente a Kinsale, el Capitán Rudolf Schneider, Comandante del SM U-24 detuvo el mercante británico de 5.000 toneladas SS Dursley, permitió que la tripulación bajase sus botes y cuando ésta estuvo a salvo hizo detonar cargas explosivas en la bodega del buque. El SS Dursley se hundía lentamente y mientras esperaban su fin otro buque más grande se acercó a la escena. Schneider se dio cuenta de que esta nueva embarcación era un barco de pasajeros, pero dado que navegaba zigzagueando en rumbo hacia el SM U-24, pensó que buscaba embestirle y "como me había disparado un gran vapor el día 14 decidí atacar en inmersión". Su objetivo era el SS Arabic, de 15.800 toneladas, con destino a Nueva York y veinte ciudadanos estadounidenses a bordo. Un torpedo le alcanzó en la aleta y el paquebote se hundió en diez minutos, falleciendo cuarenta y cuatro pasajeros, de los que tres eran estadounidenses. No se había dado ninguna advertencia; el acto, por lo tanto, estaba desafiando no sólo la orden del Kaiser del 1 de Junio a la Armada Imperial, también volvía a comprometer a la diplomacia alemana: justo cuando Wilson se mostraba cercano a aceptar la realidad de la guerra submarina, el Gobierno estadounidense se encontraba ante otro hecho consumado.

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RMS Arabic.

El 26 de Agosto el Canciller alemán convocó al Alto Mando a una conferencia en Pless, Silesia, para hacer frente a las crisis ahora fusionadas de los RMS Lusitania y Arabic. Dejó claro a los presentes que no se podía menospreciar la ira que estos incidentes estaban provocando y que a menos que se dieran fuertes garantías de forma inmediata, la guerra con Estados Unidos era probable. El General von Falkenhayn, que todavía esperaba que Estados Unidos se mantuviese fuera del conflicto, apoyó a Bethmann-Hollweg. De hecho, una vez más, todos los presentes estaban unidos contra dos viejos marinos, Tirpitz y Bachmann, que insistieron obstinadamente en que la campaña submarina debía abandonarse directamente o continuar sin modificaciones. Finalmente la oposición de los dos Almirantes fue rechazada y el Kaiser autorizó al Canciller a concluir un acuerdo general con Estados Unidos. Ambos Almirantes pidieron inmediatamente ser relevados y se aceptó la renuncia de Bachmann como Jefe del Estado Mayor Naval, siendo sustituido por Holtzendorff, un marino experimentado, oponente de Tirpitz y un amigo personal del Canciller, quien creía que la campaña submarina estaba sobrevaluada y que, para continuar, debía estar debidamente regulada. Guillermo II se negó a aceptar la renuncia de Tirpitz como Ministro de Marina, declarando que en tiempo de guerra ningún Oficial estaba autorizado a dejar su puesto sin el permiso imperial. Sin embargo, cansado de la insubordinación habitual del Almirante y su lenguaje intimidatorio, el Kaiser lo exilió del Cuartel General Supremo.

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Almirante Gustav Bachmann.

Finalmente, después de un intercambio de notas diplomáticas que había durado varios meses, el Canciller alemán logró satisfacer al Presidente Wilson prometiendo a través del Embajador Gerard que los submarinos no atacarían ningún otro buque de pasajeros y que el Capitán Schneider sería reprendido públicamente. El 28 de Agosto Guillermo II emitió la orden de que ningún barco de pasajeros de ninguna nacionalidad, enemigo o neutral, grande o pequeño, fuera hundido sin previo aviso. Además, los Comandantes de los submarinos debían ser responsables de la seguridad de los pasajeros y la tripulación de los buques hundidos. Una vez que el Gobierno estadounidense fue informado de esta orden, los sentimientos estadounidenses se calmaron y el peligro de la entrada de su país en la guerra retrocedió. De este modo, tras tres crisis consecutivas con los Estados Unidos, la primera en Febrero, ocasionada por el mero anuncio de una guerra submarina contra buques mercantes, la segunda debida al hundimiento del RMS Lusitania en Mayo y la tercera a raíz del hundimiento del RMS Arabic en Agosto, Bethmann-Hollweg había logrado mantener la iniciativa, tanto en la redacción de las notas de Alemania a los Estados Unidos como en influir en las órdenes del Kaiser respecto a la campaña submarina.


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Bethmann-Hollweg.

Y luego, casi de inmediato, ocurrió otra tragedia. El 4 de Septiembre, Walther Schwieger, el Capitán del submarino que había hundido al RMS Lusitania, torpedeó y hundió sin previo aviso al transatlántico británico de 10.920 toneladas RMS Hesperian frente a las costas de Irlanda. Había estadounidenses a bordo, y aunque ninguno estaba entre las treinta y dos personas fallecidas, el hundimiento constituía una flagrante violación de la promesa que se acababa de dar a Wilson. Cuando se les pidió explicaciones, las autoridades alemanas aseguraron en un principio al Gobierno estadounidense que ningún submarino alemán había estado operando cerca del lugar, en su lugar sugirieron que el barco había golpeado una mina. Más tarde, una junta de Oficiales estadounidenses concluyó que el transatlántico había sido torpedeado y las relaciones entre Alemania y Estados Unidos se deterioraron de nuevo. Finalmente, el 18 de Septiembre, temeroso de la opinión pública estadounidense y para asegurar el cumplimiento de la promesa del Kaiser, el Almirante von Holtzendorff retiró todos los submarinos del Canal de la Mancha y de los Enfoques Occidentales, donde se encontraba la concentración más densa del transporte marítimo estadounidense. Permitió las operaciones en el Mar del Norte, pero decretó que sólo podían llevarse a cabo con un estricto cumplimiento de las Leyes de Presa. Pohl, como Comandante de la Flota de Alta Mar, se negó a permitir que sus buques operaran contra el comercio de forma restrictiva y, en lugar de obedecer la orden de Holtzendorff, retiró todos los submarinos de la Hochseeflotte del Mar del Norte, prácticamente suspendiendo la campaña submarina durante el resto del año. A petición de Tirpitz y como forma de consuelo para la opinión pública alemana, Holtzendorff y Pohl acordaron que se debía intensificar la campaña submarina en el Mediterráneo, Mar donde resultaría poco probable que un ciudadano estadounidense se viese afectado por la misma.

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RMS Hesperian.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 6:55 pm

En el otoño de 1915, los Gobiernos estadounidense y alemán habían llegado a un acuerdo que, en esencia, implicaba un veto estadounidense sobre las tácticas de los submarinos y la estrategia naval alemana. Estados Unidos había declarado que la campaña submarina era legítima y permisible sólo cuando se dirigiese únicamente contra barcos enemigos y siempre que todos los buques de pasajeros quedaran intactos. En Septiembre de 1915, cuando el Gobierno alemán resolvió sus diferencias con los Estados Unidos, los U-boats habían hundido 790.000 toneladas de transporte marítimo aliado y neutral, de las que unas 570.000 toneladas eran británicas. Este resultado se había logrado en siete meses por una flota de unos treinta y cinco submarinos, que estaba siendo incrementada cada mes por cuatro nuevas unidades de mejor diseño. Desde que comenzó la campaña en Febrero de 1915, los treinta submarinos iniciales habían sido reforzados por otros treinta y cinco nuevos, durante el mismo período se habían perdido quince submarinos, de modo que en Septiembre de 1915, cuando se abandonó la primera campaña submarina, la Kaiserliche Marine tenía a su disposición cincuenta submarinos operativos. Para muchos Almirantes alemanes los datos indicaban que la campaña era un éxito y solo había sido cancelada por razones políticas, no militares. No se equivocaban, pero resulta un tanto sorprendente su ceguera ante las consecuencias que supondría para el Imperio alemán sumar a sus enemigos un país con el potencial de Estados Unidos, con una población de cien millones de habitantes y cuya producción de acero superaba ampliamente a la germana.

Los Almirantes alemanes también eran conscientes de que, bajo las reglas por las que se habían visto obligados a operar, la campaña submarina había fracasado en su propósito esencial. A pesar de las pérdidas los mercantes neutrales no habían sido intimidados, ni la presión económica sobre Gran Bretaña había alcanzado algo parecido a la intensidad necesaria para obligar a su Gobierno a levantar el bloqueo del Mar del Norte. A lo largo de 1915, las importaciones mensuales de productos alimenticios y materias primas a Gran Bretaña habían superado en volumen las importaciones durante los meses de paz correspondientes en 1913. Gracias al gran número de buques mercantes alemanes y austrohúngaros capturados durante los primeros meses de la guerra, el tonelaje total disponible para Gran Bretaña y sus aliados fue en realidad mayor en el otoño de 1915 que en el estallido de la guerra un año antes. Pero en Gran Bretaña existía preocupación por la campaña submarina, en el último trimestre de 1914 se habían construido 416.000 toneladas de barcos mercantes, producción que disminuyó en el primer trimestre de 1915 a 267.000 toneladas y en los dos últimos trimestres de ese año a 148.000 toneladas y 146.000 toneladas respectivamente. Esta última cifra era solo un tercio del tonelaje hundido durante los últimos tres meses de 1915 (principalmente en el Mediterráneo). La razón principal era que los astilleros, la mano de obra y los materiales habían sido desviados a otros trabajos, hombres cualificados de los astilleros habían sido reclutados para el Ejército de Kitchener, mientras que las gradas y los materiales habían sido asignados al nuevo programa de construcción de buques de guerra de Fisher. Por otra parte, cientos de buques civiles, en total el 20% del tonelaje mercante británico, habían sido requisados con fines militares, transportando alimentos, municiones y suministros a los frentes de guerra. Esta reducción del transporte marítimo disponible para el comercio general fue sustancialmente mayor que las pérdidas infligidas por los submarinos.

Sin embargo para Gran Bretaña el principal logro de la guerra en el mar en 1915 fue que la diplomacia británica y la Royal Navy se habían combinado para lograr que todo el comercio de importación con destino al Norte de Europa estuviese bajo su vigilancia y control. Durante la primera campaña submarina, 743 buques neutrales que transportaban suministros a Alemania habían sido detenidos por el bloqueo británico y sus cargas confiscadas o retenidas previa compensación, esta cifra representaba el triple de barcos británicos hundidos durante el mismo período por los submarinos germanos. En Diciembre de 1914, Holanda, Dinamarca, Noruega y Suecia sólo importaban los suministros necesarios para el consumo doméstico debido a la doctrina del destino final impuesta por Gran Bretaña; por lo tanto, Alemania fue privada incluso de sus importaciones habituales de alimentos y materias primas de sus vecinos neutrales. Aunque se tratarán más adelante las consecuencias detalladas del bloqueo británico sobre la población alemana, adelantar que en Enero de 1916 los problemas derivados del mismo ya se hacían palpables; las fábricas textiles se quedaron sin materias primas debido a la falta de algodón procedente de Estados Unidos, por lo que cuellos y puños de los vestidos, servilletas y pañuelos estaban hechos de papel, las sábanas de pulpa de madera que no podía ser lavada, la falta de aceite y mantequilla dificultaba cocinar los exiguos alimentos. La escasez despertó el descontento, se sospechaba que los ricos seguían comiendo suntuosamente gracias al mercado negro, la gente acusaba a los agricultores de acumular alimentos. El mayor problema no residía tanto en la importación de alimentos como en la falta de los fertilizantes importados principalmente de Chile y de los forrajes para los animales que se importaban de Rusia antes de la guerra; sin fertilizantes el suelo arenoso del norte de Alemania no producía buenas cosechas; sin forraje, los rebaños disminuirían de tamaño y los animales de peso.

Otro éxito para Gran Bretaña era su capacidad para mantener una mejor relación con Estados Unidos, pese al ilegal bloqueo, de lo que Alemania fue capaz de conseguir. Mientras que el Imperio alemán había obtenido a regañadientes la tolerancia estadounidense sobre su guerra submarina contra el transporte marítimo, Gran Bretaña había logrado una aceptación de facto para mantener el bloqueo, que había pasado a un segundo plano, en parte debido a que la actual prosperidad estadounidense dependía del comercio con los Aliados. Es cierto que los intereses marítimos, industriales y agrícolas estadounidenses protestaban regularmente por el bloqueo a Washington y que el 5 de Noviembre de 1915, el Secretario de Estado Lansing había dicho al gobierno británico que la doctrina del viaje continuo era "ilegal e indefendible", pero el bloqueo continuó y no se produjo una ruptura grave en las relaciones diplomáticas. La razón principal de este trato diferente de los dos beligerantes resultaba simple: el bloqueo británico amenazaba los derechos de propiedad estadounidenses, mientras que la campaña submarina alemana amenazaba vidas estadounidenses. De no haberse iniciado la campaña submarina por parte de la Armada (y evitado crímenes contra civiles en Bélgica por parte del Ejército), es de esperar que la causa alemana despertara mayores simpatías entre los neutrales y que la presión de Estados Unidos sobre el bloqueo británico hubiese sido muyo mayor, pero la falta de paciencia de los Junkers ante las acciones diplomáticas, unida a su arrogancia, hizo perder a Alemania la mejor baza para paliar los efectos del bloqueo. Esa misma impaciencia y jactancia que habían colocado en una complicada situación al Imperio a principios de 1916, un año más tarde contribuirían a cavar su propia tumba, como veremos en su momento.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 6:57 pm

En Enero de 1916, después de diecisiete meses de guerra, el Ejército alemán ocupaba el 90% de Bélgica y miles de millas cuadradas de territorio francés y ruso, había demostrado su superioridad cualitativa habiendo causado muchas más bajas de las recibidas, los Frentes estaban bien guarnecidos por tropas cuya moral permanecía alta, pero en el Alto Mando se empezaba a barruntar que la victoria militar total estaba fuera de su alcance. Mientras tanto las Colonias alemanas habían sido despojadas, la marina mercante alemana, la segunda más grande del mundo, había sido expulsada de los mares, la flota de superficie de la Armada Imperial permanecía amarrada en puerto incapaz de enfrentarse a la superioridad de la Royal Navy tras la comisión de los acorazados clase Queen Elizabeth y las importaciones de alimentos y materias primas cortadas de raíz, excepto el vital mineral de hierro procedente de Suecia. Frente a la paralización en tierra y mar, el General von Falkenhayn, Jefe del Estado Mayor, invitó a varios Generales y Almirantes al Ministerio de Guerra en Berlín el 30 de Diciembre de 1915, donde ofreció dos soluciones simultáneas para evitar el estancamiento. La primera sería una ofensiva masiva en el Frente Occidental (en contra del parecer de la dupla Hindenburg/Ludendorff, que deseaba continuar acometiendo a los rusos en el Frente Oriental, posiblemente con buen juicio). En Febrero, el Ejército alemán, equipado con una gran superioridad artillera, atacaría el complejo de fortalezas francesas alrededor de Verdún, una posición más simbólica que estratégica que el enemigo se vería obligado a defender empeñando a buena parte de sus Divisiones, que serían aniquiladas por la artillería alemana. Este desgaste, Falkenhayn estaba convencido de ello, obligaría a Francia a salir de la guerra a finales de 1916, pero para lograr un triunfo completo también había que ocuparse de Gran Bretaña. Como sabemos, en anteriores conferencias el Jefe del Estado Mayor había apoyado la moderación en la guerra submarina con el fin de no antagonizar a los neutrales, pero ahora que Bulgaria se había unido a las Potencias Centrales cambió de idea y pidió a los Almirantes que estudiasen una campaña submarina irrestricta con el fin de complementar su ofensiva de Verdún; el objetivo era presionar a Gran Bretaña para que una vez que Francia fuese derrotada, ella también se viese obligada a alcanzar un acuerdo de paz.

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Erich von Falkenhayn.

La confianza del Comando Naval alemán en sus U-boat durante el invierno de 1916 era muy elevada, la fuerza submarina había crecido en número y las tripulaciones eran entusiastas. Holtzendorff, que tres meses antes había dudado del valor de la campaña submarina, también había cambiado de opinión cuando los expertos en transporte marítimo le habían dicho que, con setenta submarinos disponibles en lugar de los treinta y cinco en servicio en 1915, la Marina alemana podría hundir 460.000 toneladas de transporte marítimo mercante al mes, lo que significa una pérdida anual superior a los cinco millones de toneladas, mientras los astilleros británicos sólo podían construir 650.000 toneladas al año. En consecuencia, Holtzendorff calculó que "si se eliminan todas las restricciones, la resistencia inglesa se rompería en un máximo de seis meses". Tirpitz se mostraba entusiasmado, si la guerra submarina se reiniciaba pronto y se ejecutaba sin piedad, las dificultades de Inglaterra se volverían insuperables. Con Francia y Gran Bretaña de rodillas, Alemania no tendría por qué temer la entrada de Estados Unidos en la guerra, pues mucho antes de que pudiese proporcionar una ayuda significativa, los Aliados se habrían rendido.

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Almirante von Holtzendorff.

Holtzendorff escribió un documento recomendando al Canciller que se reanude la guerra submarina en los Enfoques Occidentales de las Islas Británicas; que todas los mercantes enemigos, armados o no, fuesen destruidos sin previo aviso, que se evitase en lo posible tener que emerger para examinar los buques neutrales, que los torpedos se conviertan en el método preferido de ataque, que todos los buques de pasajeros serían respetados pero que los Comandantes de submarinos que cometiesen errores honestos debían ser protegidos. La propuesta de Holtzendorff volvía a poner sobre la mesa todos los argumentos a favor y en contra que se habían discutido durante el año anterior. Nadie dudaba de que una campaña submarina intensificada conllevaría a otra confrontación con los Estados Unidos pero las autoridades navales declararon que esto no importaba; la guerra habría terminado antes de que Estados Unidos pudiera reaccionar, e incluso si entraba en el conflicto y la guerra continuase, carecía del poder militar para dañar a Alemania. Los opositores argumentaron con el mismo vigor que, incluso aplicando una guerra sin restricciones, los submarinos no podían hundir tanto tonelaje como los Almirantes afirmaban y por lo tanto no podrían bloquear a Gran Bretaña y mucho menos ganar la guerra. Además, pondrían en su contra a todos los países neutrales, los Estados Unidos entrarían en el conflicto, este se alargaría y, en última instancia, Alemania sería derrotada.

Una semana después de que se distribuyera este documento el Canciller convocó otra conferencia en Pless, donde Bethmann-Hollweg se opuso rotundamente a reiniciar la campaña submarina irrestricta. Por una parte pensaba que Alemania podía salir triunfante del estancamiento militar simplemente aferrándose a los territorios conquistados y utilizándolos como triunfos en un acuerdo de paz negociado. En cuanto a la predicción de Holtzendorff de que Gran Bretaña podría ser forzada a salir de la guerra en seis meses por una campaña submarina intensificada, el Canciller declaró con buen tino que nada seguro podía pronosticarse al respecto, excepto que produciría una lucha de amargura sin precedentes. Su resultado lo decidiría en última instancia la resistencia británica, un factor que no podía ser calculado simplemente por la aritmética. Gran Bretaña, dijo, redoblaría sus esfuerzos y gastaría su última libra y derramaría su última gota de sangre antes de permitir que la supremacía naval le fuera arrebatada. Agregó que la campaña ahora contemplada por los líderes navales se dirigiría no sólo contra Gran Bretaña, sino también contra Estados Unidos, que sin duda entraría en guerra junto a los Aliados; no se podía ignorar este peligro, era una invitación al desastre aumentar los enemigos de Alemania con un adversario tan poderoso. Si esto ocurriera, concluyó, el resultado sería Finis Germaniae.

Mientras Bethmann-Hollweg se mantuvo firme, otros moderados, incluyendo el propio Kaiser, comenzaron a vacilar. El 15 de Enero de 1916, el Canciller refleja los pensamientos del Kaiser en su diario: "Su Majestad mantiene el punto de vista humanitario de que el ahogamiento de pasajeros inocentes era una idea que le horrorizaba, pero también tiene una responsabilidad ante Dios por la forma de librar la guerra, ¿podría ir en contra del consejo de sus asesores militares y, por consideraciones humanas, prolongar la guerra a costa de tantos hombres valientes que defendían la patria?" El propio Almirante Muller, que siempre había estado de acuerdo con el Canciller, quedó atrapado en este fuego cruzado de opiniones. Bethmann-Hollweg intentó convencerle de que si Alemania se embarcaba en una campaña submarina sin restricciones, los neutrales y todo el mundo civilizado se uniera y la tratarían como a un “perro rabioso". Por otro lado, Holtzendorff intentaba atraerle a su bando argumentando que los nuevos y tecnológicamente mejorados submarinos eran realmente capaces de vencer a Gran Bretaña; a medida que la posición de Alemania y sus aliados empeoraba, parecía criminal abstenerse de usar la única arma que podría conllevar la victoria. Y sin embargo, invirtiendo el argumento de nuevo, la entrada de Estados Unidos sellaría la derrota. "Una situación desesperada!" Escribió Muller en su diario el 10 de Febrero de 1916.

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Almirante von Muller.

Finalmente Guillermo II aceptó una vez más el liderazgo del Canciller y decidió que como Jefe de Estado no podía aprobar un método de guerra que provocaría la declaración de guerra estadounidense contra Alemania. Por otra parte el Kaiser estaba ahora convencido de que la campaña submarina podría ser decisiva en seis meses, por lo tanto respaldó la propuesta de Holtzendorff de que los submarinos volviesen a actuar en las aguas que rodean Gran Bretaña pero con las siguientes limitaciones: los buques mercantes enemigos debían ser destruidos en la zona de guerra sin previo aviso, fuera de la zona de guerra debían ser atacados sin previo aviso sólo si estaban armados, los barcos de pasajeros enemigos nunca serían atacados, dentro o fuera de la zona de guerra, armados o no. La mayoría de los Oficiales navales alemanes predijeron que la nueva campaña no tendría éxito bajo estas restricciones; o bien los Comandantes de los submarinos serían arrastrados por el celo y la emoción cuando una embarcación entraba en su punto de mira y no inspeccionarían el objetivo con detalle o, demasiado ansiosos de permanecer dentro de las reglas, permitirían que el enemigo escapase. En última instancia la decisión se tomó durante una serie de conferencias en Charleville en la primera semana de Marzo. La tensión era elevada, durante una reunión Bethmann-Hollweg "fumaba nerviosamente cigarrillo tras cigarrillo mientras se movía de una silla a otra". El estado de ánimo del Kaiser era apenas mejor: "Los nervios de Su Majestad están tensos hasta el punto de ruptura”. Hoy, por primera vez, comentó: “Nunca hay que pronunciarlo en público, pero esta guerra no terminará con una gran victoria". Finalmente se decidió que el 13 de Marzo comenzaría la segunda campaña contra el transporte marítimo mercante. Tirpitz estaba tan disgustado por las limitaciones impuestas a la campaña que anunció de nuevo su renuncia: "La grave ansiedad por ver la obra vital de Su Majestad y el futuro nacional de Alemania en el camino de la ruina me hace darme cuenta de que mis servicios no pueden ser de más utilidad para Su Majestad". Esta vez, Bethmann-Hollweg aprovechó la oportunidad y recomendó que el Kaiser aceptara la renuncia, Guillermo II estuvo de acuerdo y el 15 de Marzo de 1916, después de dieciocho años en el cargo, el creador de la moderna Armada alemana se retiró de la escena. La furia de Tirpitz, informó la princesa Becher, era indescriptible. Se ofreció como razón para su retiro que su salud se había deteriorado y necesitaba descansar, de modo que caminó con su esposa arriba y abajo de la Wilhelmstrasse durante dos horas para demostrar a la multitud que no era cierto y que se encontraba perfectamente. Al día siguiente apareció con sombrero alto y abrigo civil para mostrar que había sido “privado de su uniforme” y habló con su esposa en voz alta para que la multitud pudiera escuchar.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 7:00 pm

Además de destitución de Von Tirpitz, otra circunstancia personal alteró la estructura de mando de la Armada cuando en Enero el Almirante von Pohl, que sufría de cáncer de hígado, declaró que no podía continuar como Comandante en Jefe de la Hochseeflotte. Fue sucedido en el puesto por el Vicealmirante Reinhard Scheer, cuyos puntos de vista sobre la guerra naval eran evidentes y enfáticos. No veía la guerra submarina contra el comercio como un sustituto de algún otro plan, o como un compromiso entre distintos planes, o como un complemento a la lucha en los frentes terrestres, Scheer consideraba la campaña submarina contra el comercio como un acto legítimo en la guerra moderna, tanto como un bombardeo de artillería o un asalto de infantería en el campo de batalla, y estaba convencido de que podría ganar la guerra. La partida de Tirpitz, por lo tanto, simplemente había reemplazado a un apasionado defensor de la compaña submarina contra el comercio por otro.

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Reinhard Scheer.

En Marzo de 1916 Alemania poseía cincuenta y dos submarinos, muchos de ellos modernos, capaces de transportar una docena de torpedos en lugar de los seis de modelos anteriores, que en Marzo de 1916 hundieron 69 buques por un total de 160.500 toneladas, cifras que se incrementaron en Abril a 83 y 187.000 respectivamente. Durante ese periodo de tiempo la Armada alemana perdió cuatro submarinos, pero con treinta y ocho nuevos U-boat que serían asignados durante los próximos cinco meses, el Estado Mayor Naval esperaba con confianza que se hundieran 460.000 toneladas de transporte marítimo británico al mes, tal vez más. Pero mucho antes de que la validez del cálculo de Holtzendorff acerca de que los submarinos podrían poner a Gran Bretaña de rodillas, un incidente en el mar tuvo como consecuencia otra importante crisis diplomática con los Estados Unidos, cuando el 24 de Marzo el paquebote SS Sussex, con 75 estadounidenses a bordo, fue torpedeado en el Canal de la Mancha. Irónicamente este episodio no tuvo relación con las órdenes acordadas por el Kaiser y emitidas por Holtzendorff con respecto a la realización de la segunda campaña submarina, más bien se deriva de una orden subsidiaria anterior, que había permanecido en vigor sin cancelación durante cuatro meses. En Noviembre de 1915, al tiempo que se cancelaba la primera campaña submarina irrestricta, se ordenó a la Flotilla submarina de Flandes que atacara los transportes de tropas que navegaban entre los puertos británicos y franceses a través del Canal. Los Comandantes de estos submarinos pensaban que todos los buques de pasajeros que transportaban civiles sólo utilizaban la ruta Folkestone-Boulogne y que el resto de buques presentes en el Canal podían hundirse sin previo aviso sin temor a incumplir las promesas hechas a los Estados Unidos. En consecuencia, en la tarde del 24 de Marzo, cuando el Capitán del SM UB-29 observó a través de su periscopio una embarcación a punto de entrar en Dieppe, cuya cubierta estaba atestada de figuras que creía que eran soldados, lo confundió con un minador británico transportando tropas y le lanzó un torpedo. El buque era, de hecho, el vapor británico SS Sussex, que transportaba 325 pasajeros, incluyendo 75 estadounidenses. La explosión voló la proa del barco, que se fue al fondo junto a unos 50 muertos y docenas de heridos, cinco de los últimos de nacionalidad estadounidense, mientras el resto del buque permanecía a flote y pudo ser remolcado hasta Francia. Entre las víctimas también se encontraban el mundialmente famoso compositor y pianista español Enrique Granados y su esposa, que regresaban a España después de una gira de recitales en Estados Unidos. Así, por tercera vez, se había quebrantado el único principio en el que el Presidente Wilson y su Gobierno habían insistido, la inviolabilidad de los buques de pasaje.

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SS Sussex tras resultar torpedeado.

La noticia llegó a Washington al día siguiente, y una vez más el Presidente Wilson optó por esperar detalles. El 11 de Abril, el Gobierno alemán anunció que el daño sufrido por el SS Sussex no fue causado por el ataque de un submarino, pero desafortunadamente para la credibilidad alemana, el Presidente ya tenía en su escritorio los informes cuidadosamente documentados de expertos británicos, franceses y estadounidenses que habían inspeccionado escrupulosamente el casco dañado y llegaron a la conclusión de que el Sussex había sido torpedeado. El acto parecía ser una violación flagrante de la promesa alemana de no atacar buques de pasajeros de ninguna nación, la prensa estadounidense acusó a Alemania de engaño y Wilson llegó a la conclusión de que no se estaba respetando a los Estados Unidos. El 19 de Abril, Wilson compareció ante una sesión especial del Congreso, donde describió el uso de submarinos contra el comercio "totalmente incompatible con los principios de humanidad y los derechos incontrovertibles de los neutrales y las sagradas inmunidades de los no combatientes", para a continuación leer el ultimátum que ya había enviado al Gobierno alemán:

Si sigue siendo el propósito del Gobierno Imperial mantener una guerra implacable e indiscriminada contra los buques mercantes mediante el uso de submarinos, sin tener en cuenta lo que el Gobierno de los Estados Unidos debe considerar las reglas sagradas e indiscutibles de derecho internacional y dictados universalmente reconocidos de la humanidad, el Gobierno de los Estados Unidos por fin se ve obligado a la conclusión de que solo hay un curso que puede seguir. A menos que el Gobierno Imperial declare y lleve a cabo inmediatamente un abandono de sus actuales métodos de guerra submarina contra buques de transporte de pasajeros y mercancías, el Gobierno de los Estados Unidos no puede tener otra opción que romper relaciones diplomáticas con el Imperio alemán.

La alarma causada en Alemania por la nota de Wilson fue grande, hasta ese momento el Presidente estadounidense había admitido que, debidamente llevados a cabo, los ataques submarinos contra el comercio eran actos legítimos de guerra. Ahora Wilson estaba amenazando con cortar las relaciones, la guerra era el siguiente paso. La cuestión se discutió en Berlín en torno al asunto más determinante: ¿podría Alemania lograr la victoria mediante una guerra submarina sin restricciones incluso si los Estados Unidos entrasen en el conflicto, antes de que las fuerzas militares estadounidenses pudieran organizarse? En estas discusiones, Bethmann-Hollweg y Jagow continuaron insistiendo en la necesidad absoluta de evitar una ruptura, el Canciller repitió de forma tajante lo que había dicho anteriormente, la entrada de Estados Unidos en el conflicto significaría el fin de Alemania. Falkenhayn, que requería de la ayuda de la Armada mientras su ataque contra Verdún no obtenía los resultados previstos, presionó para que se intensificase la campaña submarina. Pero ahora Holtzendorff cambió nuevamente de idea, no estaba dispuesto a provocar una guerra con Estados Unidos, el Jefe del Estado Mayor Naval se opuso a Falkenhayn y declaró que para Alemania resultaba más probable asegurar una buena paz si no se continuaba adelante con la intensificación de la guerra submarina. El Almirante Eduard von Capelle, sucesor de Tirpitz como Ministro de Marina, también aconsejó no provocar más al Gobierno estadounidense, agregando que incluso si se impusieran las restricciones acordes con las Leyes de Presa, los submarinos todavía podían hundir 160.000 toneladas al mes.

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Almirante von Capelle.

La decisión final estaba en manos del Kaiser y, aunque Guillermo II se mostraba enojado ante la "impertinencia" de Wilson, se puso una vez más del lado del Canciller y canceló la intensificación de la guerra submarina. El 24 de Abril instruyó a Holtzendorff para que emitiera un comunicado a toda la Flota en el que cual se indicaba que "hasta nuevas órdenes, los U-boats solo pueden actuar contra el comercio de acuerdo con la Ley de Presas". Una vez más se ordenó a los submarinos que no destruyeran ninguna nave, ni siquiera enemiga, sin examinar primero sus papeles y garantizar la seguridad de la tripulación, la única excepción permitida provendría de un intento de un barco de "escapar u ofrecer resistencia". El Almirante Scheer, ahora Comandante en Jefe de la Flota de Alta Mar, se negó con desprecio a aceptar esta nueva estrategia y, siguiendo el ejemplo establecido por Pohl el otoño anterior, el 25 de Abril ordenó regresar a todos los submarinos de la Hochseeflotte. Informó al Estado Mayor Naval que había terminado la campaña, por mucho que lamentara "el cese de la forma más efectiva de ataque a la posición económica de Inglaterra, que podría haber tenido un efecto decisivo en el resultado de la guerra". Su decisión fue influenciada por el Comodoro Bauer, quien en Marzo había realizado una patrulla en el SM U-67 para estudiar las condiciones a las que se enfrentaban sus hombres, llegando a la conclusión de que era demasiado peligroso para los submarinos operar en las aguas alrededor de Gran Bretaña de acuerdo con la Ley de Presas. La señal de retirada de Scheer, que puso fin a la segunda campaña submarina contra el transporte marítimo mercante, no fue recibida por tres sumergibles de la Flota de Alta Mar, y que entre el 27 de Abril y el 8 de Mayo hundieron ocho buques, el último de ellos el transatlántico SS Cymric de 12.500 toneladas, con destino a Liverpool desde Estados Unidos y torpedeado sin previo aviso por el SM U-20 del Capitán Schwieger, el mismo que había hundido a los RMS Lusitania y Hesperian. El torpedo alcanzó una sala de máquinas de babor donde fallecieron cuatro hombres, pero el resto de la tripulación y pasaje, salvo un marinero que murió durante la evacuación, pudieron ser rescatados al no hundirse el buque hasta el día siguiente.

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SS Cymric.

Además de proteger a sus submarinistas, al retirar los U-boats Scheer tenía un doble propósito político y militar. La guerra submarina era abrumadoramente popular entre el pueblo alemán, y el Almirante esperaba que la suspensión de la campaña tuviese como repercusión tal manifestación pública de indignación que forzara a Bethmann-Hollweg, el principal oponente de la guerra sin restricciones contra el transporte marítimo mercante, a renunciar. Cuando ésta no tuvo lugar, un decepcionado Scheer reasignó sus submarinos al papel que habían tenido al principio del conflicto, atacar a los buques de guerra enemigos para intentar reducir la superioridad numérica británica, al tiempo que empleaba de forma más ofensiva los buques capitales de la Hochseeflotte con el fin de atrapar a una fracción de la Grand Fleet, lo que daría lugar a la batalla de Jutlandia.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Dom Dic 05, 2021 7:09 pm

A principios del otoño de 1916, la guerra en los frentes terrestres no se desarrollaba de forma satisfactoria para el Imperio alemán; el ataque contra Verdún se había convertido en un baño de sangre para ambos bandos, los británicos estaban presionando con fuerza en el Somme y la ofensiva rusa de Brusilov en el Este había producido un colapso casi definitivo en el Imperio Austrohúngaro. Falkenhayn ya se había ganado la enemistad del Canciller al haber apoyado la campaña submarina irrestricta, acentuada por su insistencia en mantener la ofensiva sobre Verdún, lo que llevó a que Bethmann-Hollweg se preguntase: "¿Dónde termina la incompetencia y comienza el crimen?", decidiendo que el Jefe del Estado Mayor debería ser reemplazado. Y luego, el 28 de Agosto, un nuevo golpe cayó sobre Alemania cuando Rumanía y su Ejército de 600.000 hombres se unió a la Entente, haciendo temer a Guillermo II que la guerra estaba perdida. Falkenhayn fue convocado con urgencia a una conferencia en el Cuartel General Supremo en Pless, donde el Kaiser le dijo que deseaba recibir el consejo de Hindenburg sobre varios asuntos militares. Con rigidez, Falkenhayn respondió que el Kaiser solo tenía un asesor militar: él mismo, como Jefe del Estado Mayor, si el Kaiser insistía en recibir a Hindenburg, entonces él, Falkenhayn, debía irse. "Como quieras", respondió Guillermo II, y antes del anochecer Falkenhayn partía rumbo al Este para tratar el peligro rumano como simple General al frente de un Ejército. El candidato del Canciller para ocupar el puesto vacante era el General Paul von Hindenburg, Comandante nominal del Frente Oriental, quien creía que sería más maleable, un error de cálculo. El nuevo Jefe del Estado Mayor, el héroe de la batalla de Tannenberg, de sesenta y seis años, aceptó el cargo con el entendimiento de que no habría más ataques en Verdún y que el General Erich Ludendorff sería su lugarteniente. La promoción de estos dos Generales fue seguramente el error más costoso en la carrera de Bethmann-Hollweg.

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Paul von Hindenburg.

A Guillermo II, acostumbrado al elegante y sofisticado Falkenhayn, no le gustaba ninguno de los dos; no tenían encanto, siempre estaban ocupados y se negaron incluso a pretender escuchar sus interminables historias. Hindenburg profesó en voz alta y pública su lealtad de Junker a "mi Emperador, mi Rey, mi maestro", pero Ludendorff no tenía tiempo para estas frivolidades. El biógrafo alemán Joachim von Kurenberg describió la relación laboral entre el monarca y el profesional militar:

Cuando el Intendente General tenía que comparecer ante el Kaiser para realizar un informe hablaba rápido, con firmeza y enfáticamente, entendía estas reuniones como innecesarias y por lo tanto una pérdida de tiempo. Sus informes parecían excluir toda posibilidad de malentendidos, si el Kaiser hacía una pregunta, Ludendorff ajustaría su monóculo en su ojo, se inclinaría sobre el mapa, marcaría distancias, detallaría los nombres y números de Divisiones, tiempos de ataque y el objetivo al que se apunta. Señalaría las flechas marcadas en los mapas que había dibujado para mostrar las direcciones del avance planificado, luego apresuradamente enrollaría los mapas y se apresuraría. Finalmente se pararía junto a la puerta con la Pour le Mérite en el cuello, los labios fruncidos, como siempre, y esperaría la señal de despedida de su Señor de la Guerra. Guillermo II lo mantendría de pie allí durante unos segundos solo para disfrutar, aunque solo sea por un momento, el triunfo de poder seguir dando órdenes. Por fin llegaría la señal, habría un chasquido de espuelas, un rápido giro y el Intendente General volvería a su trabajo.

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Erich Ludendorff.

Pese a todo Guillermo II no podía prescindir de ninguno de ellos, debían sus nombramientos a sus victorias en el campo de batalla, y para prevalecer solo tenían que amenazar con la renuncia. El Kaiser ya había despedido al legendario Tirpitz, hacer lo mismo con los salvadores del Imperio en el verano de 1914 era políticamente imposible, porque aunque la imagen pública y reconocida entre el pueblo alemán era Hindenburg, éste dejó claro que solo permanecería como Jefe de Estado Mayor siempre que Ludendorff se mantuviese a su lado. A medida que transcurrían los meses, el Kaiser, nominalmente el Señor Supremo de la Guerra, desempeñó un papel más reducido en la Sede Suprema, actuando principalmente como mediador entre ambos Generales y los funcionarios civiles. El 13 de Septiembre, dos semanas después de su nombramiento, Ludendorff exigió sin rodeos que Bethmann-Hollweg extendiera el servicio militar o el trabajo obligatorio en producción de material de guerra a todos los hombres entre quince y sesenta años. "Todos los días son importantes", le ladró al Canciller. "Las medidas necesarias deben tomarse de inmediato".

Desde el principio Hindenburg y Ludendorff favorecieron la reanudación inmediata de la guerra submarina sin restricciones. Como Generales conocían mejor que la mayoría que probablemente Alemania no podría ganar la guerra, los recursos humanos y materiales de las Potencias Centrales eran sustancialmente inferiores a los de la coalición aliada, más poblada e industrializada, y con la posibilidad de recibir materias primas y municiones de casi todo el mundo. En cuanto a números en los frentes de batalla 304 Divisiones alemanas, austrohúngaras y otomanas se enfrentaban a 405 Divisiones aliadas, en el Frente Occidental, 2.5 millones de soldados alemanes debían contener a 3.9 millones de enemigos franceses, británicos y belgas equipados con más artillería, más municiones, más aviones. Para enfrentar este desafío Hindenburg y Ludendorff deseaban emplear todas las estrategias y armas que pudieran tener éxito, sin importar los riesgos, y la más decisiva parecía ser el submarino. El Canciller estaba sometido a una fuerte presión; la mayoría del Reichstag y la prensa, Scheer y el resto de Almirantes, a los que se sumaban ahora Hindenburg y Ludendorff, todos se mostraban a favor de una campaña submarina sin restricciones, y si era necesario para lograr este objetivo, querían que el Canciller fuese depuesto del cargo. Solo el Kaiser tenía el poder constitucional para eliminar a un Canciller y Guillermo II, que conocía desde que tenía dieciocho años al alto y melancólico Bethmann-Hollweg y a quien apreciaba, guardó celosamente su propia prerrogativa y se negó a hacer un cambio. En consecuencia el Canciller, un hombre viudo cuyo hijo mayor había fallecido recientemente en el Frente Oriental, resistió a sus enemigos, recordándoles que sus acciones no estaban sujetas al control parlamentario ni a la opinión pública y que él era responsable solo ante el Kaiser, pero su posición cada vez era más inestable.

Para oponerse a la campaña submarina irrestricta, Bethmann-Hollweg tenía dos aliados principales en la burocracia: Gottfried von Jagow, el Ministro de Asuntos Exteriores, y Johann von Bernstorff, el Embajador alemán en Washington. Ambos hombres compartían la opinión del Canciller de que ningún éxito resultante de la guerra submarina compensaría la entrada estadounidense en la guerra, y por el momento tenían de su lado al Kaiser, quien a su vez estaba preocupado por la posibilidad de ser considerado débil por sus propios jefes militares o por el pueblo alemán.

El 31 de Agosto, dos días después de ser elevados al mando, Hindenburg y Ludendorff se encontraron con Bethmann-Hollweg, Jagow y el Almirante Holtzendorff. Con el fin de evitar la idea de ambos Generales respecto a reiniciar la campaña submarina, el Canciller advirtió que ésta podría provocar que los neutrales en la frontera de Alemania, Holanda y Dinamarca, les declarasen la guerra. Solo Holanda, advirtió, podría movilizar 500,000 efectivos y ambos Estados podrían ser utilizados como cabeza de playa para desembarcos británicos. Hindenburg, que en ese momento se esforzaba por reunir Divisiones para combatir contra Rumanía, carecía de reservas para luchar en cualquier nuevo frente y acordó temporalmente posponer la decisión respecto a los submarinos, aunque al mismo tiempo insistió en que, más temprano que tarde, tendría que llevarse a cabo una campaña sin restricciones. El 10 de Septiembre, Ludendorff refuerza la opinión de su superior cuando un Oficial del Estado Mayor Naval preguntó qué quería el nuevo Comando Supremo que hiciera la Armada. Ludendorff le aseguró que él y el Mariscal de Campo tenían la intención de expandir la guerra submarina tan pronto como la posición militar se estabilizara; primero, sin embargo, el Ejército debe reforzar a los austriacos, que "no eran más que un tamiz". ¿Creía el general que los neutrales entrarían en guerra como temía el canciller? preguntó el Oficial. Ludendorff respondió que era una lástima que a las autoridades civiles se les hubiera permitido opinar sobre el asunto, la campaña submarina era una cuestión puramente militar, y en estado de guerra, todo debe depender completamente de las autoridades militares y navales para decidir qué fuerzas utilizar y el uso de las mismas.

Bethmann-Hollweg no tardó en reconocer que al traer a los nuevos Generales a los centros de decisión había liberado a un genio de su botella. El 5 de Octubre Hindenburg informó al Canciller que "la decisión de una campaña submarina sin restricciones recaía principalmente en el Comando Supremo". Bethmann-Hollweg le frenó diciendo que una campaña submarina sin restricciones, dirigida no solo contra barcos enemigos sino también contra barcos neutrales, “afecta directamente nuestras relaciones con Estados neutrales y por lo tanto representa un acto de política exterior, por lo cual tengo una responsabilidad única e intransferible”. Ocupados en estabilizar los distintos frentes terrestres tras la crisis de otoño, por ahora la dupla Hindenburg/Ludendorff decidió no insistir más, pero el respiro para el Canciller no sería muy duradero.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Lun Dic 06, 2021 9:36 pm

Al otro lado del Atlántico, dos años después del estallido del conflicto, la opinión predominante del pueblo estadounidense seguía siendo que la guerra era un asunto puramente europeo, la campaña de reelección de Woodrow Wilson en 1916, que trataremos más adelante, se resumió en la frase: "Nos mantuvo fuera de la guerra". Sin embargo, la neutralidad política y militar no había impedido que Estados Unidos disfrutara de un volumen cada vez mayor de comercio de suministros que ahora unían firmemente la economía estadounidense al esfuerzo de guerra aliado. En teoría los préstamos comerciales de los Estados Unidos y el comercio de alimentos y municiones estaban igualmente disponibles para las Potencias Centrales, pero la teoría y la utilidad real para la causa alemana se toparon con la barrera implacable del control aliado de los Océanos, de modo que salvo un par de viajes del submarino mercante Deutschland, donde transportó materiales estratégicos desde Estados Unidos a Alemania, el comercio entre ambos países era nulo.

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Submarino Deutschland.

Los británicos protestaron por el uso de submarinos para transportar mercancías, pero dado que el sumergible iba desarmado, los estadounidenses lo consideraron un mercante más e iniciaron caso omiso de las protestas británicas. En el otoño de 1916 un episodio mucho más cercano causó fricción entre los Gobiernos británico y estadounidense. A las 15:00 horas del 7 de Octubre, el nuevo submarino alemán SM U-53, con cuatro de sus tanques de lastre modificados para transportar combustible, emergió y ancló en el puerto de Newport, Rhode Island. Su Capitán, Hans Rose, bajó a tierra en su uniforme de gala para presentar sus respetos al Almirante estadounidense al mando de una flotilla de destructores con base en Newport, luego envió una carta al Embajador alemán y compró los periódicos locales, que enumeraban los barcos en el puerto a punto de zarpar y nombraban sus destinos. Observando el protocolo, el Almirante estadounidense devolvió la visita y subió a bordo para inspeccionar el submarino y admirar sus motores diésel. Fue seguido, con el permiso de Rose, por muchos curiosos Oficiales navales estadounidenses, sus esposas, civiles de Newport, reporteros y hasta un fotógrafo. Dos horas y media más tarde, observando todas las convenciones que limitan la estadía de buques de guerra beligerantes en puertos neutrales, Rose soltó amarras y se hizo a la mar. Al amanecer de la mañana siguiente, el SM U-53 permanecía en la superficie en aguas internacionales, donde comenzó a hundir barcos según salían del puerto. Durante el día, Rose buscó, detuvo y hundió siete buques mercantes: cinco británicos, uno holandés y uno noruego. A todos los miembros de la tripulación se les permitió abandonar sus barcos antes de que se hundieran, cumpliendo rigurosamente con las Leyes de Presa y el Derecho Internacional. Aun así, en Massachusetts y los Estados circundantes, el hundimiento de buques mercantes tan cerca de sus costas causó una terrible sensación de vulnerabilidad. En Gran Bretaña la reacción fue de irritación oficial y pública, los británicos no solo estaban horrorizados por descubrir que los submarinos alemanes eran capaces de navegar tan lejos, sino que también criticaron amargamente el hecho de que dieciséis destructores estadounidenses habían sido testigos de los hundimientos y, aunque recogieron a las tripulaciones de sus botes salvavidas, no habían hecho nada para detener al SM U-53, que tras su paso dejó grandes ventas de periódicos a lo largo de la costa Este, conferencias urgentes en el Departamento de Estado, gritos de ira en la Cámara de los Comunes y, finalmente, un discurso de Sir Edward Gray donde tuvo que explicar a sus compatriotas que los buques de guerra estadounidenses no tenían derecho legal a intervenir en las actividades beligerantes del SM U-53.

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SM U-53

A mediados del otoño de 1916, Woodrow Wilson creía que las relaciones estadounidenses con las Potencias Centrales se estaban volviendo más amigables. Era cierto que su país todavía favorecía en general a los Aliados, pero con la promesa alemana tras el hundimiento del SS Sussex aún en vigor, la mayoría de los estadounidenses simplemente querían dejar que los europeos se mataran entre sí como quisieran sin la participación estadounidense. Wilson, sin embargo, no estaba dispuesto a dejarlo así, horrorizado por la matanza sin sentido en Verdún y el Somme, decidió que era su deber, su misión, utilizar su posición como líder del único gran Estado neutral para persuadir a los beligerantes de que detuvieran la guerra. En Septiembre se informó a alemanes y austriacos, así como a británicos y franceses, que el Presidente realizaría un esfuerzo de mediación tan pronto como fuera reelegido; palabras que sonaban a música celestial para los diplomáticos germanos opuestos a la campaña submarina irrestricta, pues quizá fuese la última opción de detenerla, pero para ello antes Wilson debería ser reelegido.

En la campaña presidencial, Charles Evans Hughes, el candidato republicano, ex-juez de la Corte Suprema, fue apoyado por el ala pro-aliada del electorado, aunque sin comprometerse a entrar en el conflicto; Wilson contó con el apoyo de la mayoría de los votantes del Sur, medio Oeste y Oeste para "mantenerse fuera de la guerra". Las reñidas elecciones no se decidieron el día de la votación, 7 de Noviembre, de hecho Hughes, acumulando mayorías en los Estados del Este, se puso en cabeza y el 8 de Noviembre, el New York Times anunció que "Charles E. Hughes aparentemente ha sido elegido Presidente", con réplica eufóricas en la prensa británica. Theodore Roosevelt , que odiaba a Wilson, declaró satisfecho que "la elección del Sr. Hughes es una reivindicación de nuestro honor nacional". Pero los votos de los Estados del Oeste resultaron decisivos, todo dependía de quien se llevase los votos electorales de California, y finalmente fue Wilson por solo 3.806 votantes, dejando el colegio electoral en una diferencia de 277 a 254.

El Presidente tenía lo que deseaba, un control absoluto de la política exterior estadounidense. No necesitaba escuchar al Congreso, a su Gabinete, sus propios Embajadores o Embajadores de ningún otro lado, solo era extremadamente sensible a la opinión pública. Ahora Wilson era libre de asumir su misión, la carnicería en Europa debía ser detenida, y esto solo podría lograrse no mostrando favoritismo hacia ninguno de los dos bandos. Wilson reconoció que "si Alemania ganara, cambiaría el curso de la civilización y convertiría a Estados Unidos en una nación militar", pero también era muy consciente de las burlas que la prensa francesa y británica le habían dirigido cuando las noticias anticipadas habían pronosticado la victoria de Hughes. Ahora, facultado por el pueblo estadounidense para hacer lo que deseaba, Wilson comenzó a escribir borradores de una oferta de mediación, con el objetivo de lograr una paz negociada, que se lograría solicitando a cada una de las potencias beligerantes que presentara una declaración de sus objetivos de guerra y hasta dónde estaría dispuesta a comprometerse para alcanzar la paz. Juntos, él y ellos, alcanzarían un término medio.

Mientras el Presidente trabajaba, los Embajadores en Washington de los Estados beligerantes se afanaban para informarse sobre las condiciones de la futura propuesta de paz, pero nada podían saber del propio Wilson, que casi nunca les recibía. Todo el mundo en Washington sabía que la única fuente con la que podían contra era el enigmático Coronel House, el amigo más cercano de Wilson, que ni siquiera vivía en Washington pero se desplazaba habitualmente a la Capital, mientras el Presidente siempre se alojaba en su casa cuando visitaba Nueva York. La prensa definía de esta manera al Coronel: “No tiene ningún cargo y nunca lo ha tenido, pero la importancia de su opinión supera con creces a la de los miembros del Gabinete en los asuntos de Washington, es una figura sin paralelo en nuestra historia política”. Para Wilson “House es mi segunda personalidad. Él es mi yo independiente. Sus pensamientos y los míos son uno, es la única persona en el mundo con la que puedo discutir todo". La relación era tan estrecha que escribió un periodista: "En lugar de enviar al Coronel House al extranjero, el Presidente Wilson debería ir a Europa él mismo para averiguar qué piensa la gente de él. Wilson podría dejar al Coronel House aquí para actuar como Presidente durante su ausencia”. House se convirtió en el único medio a través del cual los Gobiernos extranjeros y sus Embajadores en Washington podían indagar acerca de lo que el Presidente estadounidense estaba pensando.

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Coronel House.

SMS Derfflinger
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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Lun Dic 06, 2021 9:44 pm

Pocas veces en la Historia dos Embajadas han tenido la importancia que las británicas y alemana en Washington durante la Gran Guerra, la primera dirigida por un personaje poco capacitado pero que jugaba con las cartas marcadas y solo debía cumplir con los requerimientos que desde Londres le hacían llegar, el segundo una persona culta e inteligente, a quien las decisiones tomadas por su país le pusieron contra las cuerdas, especialmente la campaña submarina contra el comercio, pero también las acciones de sabotaje que se llevaron a cabo en Estados Unidos y Canadá.

Sir Cecil Spring-Rice, Embajador británico, irónicamente no destacaba por su diplomacia, durante su estancia en Estados Unidos había tomado partido por los políticos republicanos, manteniendo amistad con muchos de ellos, lo que le predisponía contra el Presidente Wilson. Era antisemita, y se quejaba regularmente ante Sir Edward Gray de que "los banqueros judíos muestran una fuerte preferencia por Alemania", así como que "los judíos controlan los principales periódicos y los manipulan tanto como se atreven hacia el bando alemán”. Como negociador Spring-Rice era irritable y estridente, un funcionario del Departamento de Estado fervientemente pro-aliado dijo que siempre que hablaba con a Spring-Rice acababa "sintiendo simpatía por los alemanes". Demostraba poca agudeza pronunciando opiniones en oídos equivocados como los del Coronel House, al que espetó: “Este país estaba hecho de roca pura, pero ahora está compuesto de barro, arena y algo de roca, y nadie puede predecir cómo cambiará o en qué dirección". House entendió fácilmente que el Embajador británico estaba comparando a Roosevelt y Wilson. En ocasiones Spring-Rice tenía rabietas infantiles, como cuando en una visita de House éste le comentó que acababa de reunirse con el Embajador alemán y le respondió: "Me alegraría que no volvieras a mencionar el nombre de Bernstorff en mi presencia, no quiero hablar con nadie que acaba de venir de hablar con él o con los alemanes". House era anglófilo y quizá por ello escribió discretamente al Ministerio de Asuntos Exteriores británico, sugiriendo que "el temperamento nervioso de Sir Cecil a veces no se presta adecuadamente a las necesidades del momento presente”, pero Gray ignoró la carta y Spring-Rice continuó en el puesto.

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Sir Cecil Spring-Rice.

A pesar de las carencias que mostraba Spring-Rice, sus análisis sobre la política y el sentir general en los Estados Unidos resultaban útiles para Grey, a quien escribió: “Existe una fuerte sensación de que nuestro poder marítimo se ejerce de una manera que no daña el comercio estadounidense, pero sí su orgullo y dignidad. Nadie podrá argumentar ni por un momento que nuestras medidas de guerra han arruinado este país, Estados Unidos nunca ha sido tan rico, pero el hecho es que el comercio estadounidense está de alguna manera bajo el control británico". Más tarde resumió diciendo: "Nuestras medidas de bloqueo son, no una herida, sino una camisa de fuerza". En Diciembre de 1916 escribió una serie de cartas para explicar a Balfour, el sucesor de Grey en el Ministerio de Asuntos Exteriores, su opinión sobre Wilson: “El Presidente rara vez ve a alguien. Prácticamente nunca recibe a Embajadores y, cuando lo hace, no intercambia ideas con ellos. El señor Lansing es tratado como un empleado que recibe órdenes que tiene que obedecer de inmediato sin cuestionarlas. He estado en Rusia, Berlín, Constantinopla y Persia, que se supone popularmente que son Gobiernos autocráticos, pero nunca he conocido un Gobierno tan autocrático como este. Esto no significa que el Presidente actúe sin consultar la voluntad popular, por el contrario, su creencia y práctica es que no debe guiar a la gente hasta que sepa hacia dónde quiere ir. Aquí [en Washington] consideramos a la Casa Blanca más bien como el Vesubio es considerado en Nápoles, es decir, como una misteriosa fuente de explosiones inesperadas”

Spring-Rice, como Gray o Balfour, sabía que sin los créditos estadounidenses, alimentos y municiones, los Aliados no podrían ganar la guerra. Este flujo no debía ser interrumpido; por lo tanto, la naturaleza sensible y espinosa de Woodrow Wilson debe ser apaciguada. Con el tiempo, se podría contar con que los alemanes cometiesen un error, y luego los acontecimientos llegarían a una conclusión casi segura. Mientras tanto, Gran Bretaña solo debía esperar. "Había un error en la diplomacia que, si se hubiera cometido, habría sido fatal para la causa de los Aliados", escribió Gray más tarde. “Fue cuidadosamente evitado. Este error fundamental habría sido una confrontación con los Estados Unidos, no necesariamente una ruptura, sino un estado de acontecimientos que hubiese provocado la interferencia estadounidense contra el bloqueo, o un embargo a las exportaciones de municiones de los Estados Unidos”. La tarea de Spring-Rice era asegurarse de que se evitara este error, su trabajo consistía simplemente en ser paciente.

El Conde Johann von Bernstorff, el Embajador de la Alemania imperial, no podía darse el lujo de esperar. Elegante, aristocrático, con ojos azules y bigote rojo, era encantador, sincero y adaptable, el Embajador más popular en Washington antes de la guerra. Había nacido en Londres, donde su padre estaba destinado como diplomático, y había servido ocho años en la Guardia Prusiana antes de unirse al Ministerio de Relaciones Exteriores. Se casó con una estadounidense y había servido ocho años como Embajador en los Estados Unidos. Hablaba inglés y francés de modo impecable; buen bailarín, jugó al tenis, golf y póker, y fingió estar interesado en el béisbol. Socialmente, todas las puertas se abrieron para él e instruyó a los porteros de la Embajada alemana en Massachusetts Avenue para que mostraran su oficina a cualquier periodista que estuviese interesado. Cinco Universidades estadounidenses le habían otorgado un título honorífico, entre ellas la de Columbia, la Universidad de Chicago y el propio Princeton, donde había estudiado Wilson.

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Johann von Bernstorff.

Buen conocedor del país donde habitaba, Bernstorff entendió las consecuencias de que los submarinos alemanes actuasen contra el comercio estadounidense, luchando continuamente para mantener a su país fuera de ese ruinoso camino. Junto con Bethmann-Hollweg y Jagow, esperaba que el Presidente Wilson interviniera y detuviese la guerra, durante el verano y principios del otoño de 1916, le suplicó al Canciller que lograse posponer la campaña submarina hasta después de las elecciones estadounidenses. “Si Wilson gana en las urnas, para las cuales la perspectiva es actualmente favorable", dijo Bernstorff a Bethmann-Hollweg el 6 de Septiembre, "el Presidente tomará inmediatamente medidas para la mediación. Él piensa que es lo suficientemente fuerte como para obligar a una conferencia de paz, Wilson considera que a Estados Unidos le interesa que ninguno de los combatientes obtenga una victoria decisiva”. Bethmann-Hollweg y Jagow esperaron ansiosos noticias de su Embajador, el 26 de Septiembre el Canciller telegrafió a Bernstorff: "Toda la situación cambiaría si el Presidente Wilson hiciera una oferta de mediación a los beligerantes". El 14 de Octubre, cada vez más ansioso, Bethmann-Hollweg telegrafió al Embajador: “La demanda de una campaña submarina sin restricciones está aumentando aquí. Un llamamiento por la paz, el cual nuevamente le pido que aliente, sería gustosamente aceptado por nosotros. Debes señalar el poder de Wilson y, en consecuencia, su deber de detener la matanza. Si no puede decidirse a actuar solo, debe comunicarse con el Papa, el Rey de España y el resto de neutrales europeos". El 16 de Noviembre, después de la elección de Wilson, Jagow presionó a Bernstorff: "Deseable saber si el Presidente está dispuesto a tomar medidas hacia una mediación y, de ser así, cómo y cuándo". El 20 de Noviembre, Jagow volvió a enviar un mensaje por cable: "Estamos totalmente en sintonía con las tendencias de paz del Presidente Wilson. Su actividad en esta dirección debe ser fuertemente alentada". Bernstorff respondió: "Exija que no haya ningún cambio en la guerra submarina hasta que Wilson decida abrir un arbitraje. Considere esto inminente.” Pero para desesperación de la diplomacia alemana, Wilson tardaba en actuar.

Sin embargo, los Generales alemanes no querían saber nada más acerca de Bernstorff ni sobre la tan esperada oferta de mediación. Estaba claro que ninguna paz que Wilson pudiera organizar sería aceptable para el Comando Supremo: "El pueblo alemán no desea ninguna paz de renuncia", bramó Ludendorff, "y no tengo la intención de terminar siendo apedreado". Para el Alto Mando los submarinos debían ser desatados, y los que se oponen a esta decisión retirados del cargo. Si, por el momento, Bethmann-Hollweg permanecía intocable, al menos los Generales podrían librarse de otro enemigo, el Ministro de Asuntos Exteriores von Jagow. El 22 de Noviembre, Jagow, que nunca había querido el puesto, renunció ante las presiones y su pujante Subsecretario, Arthur Zimmermann, fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. Ese día, el encargado de negocios estadounidense, al reunirse con el Canciller, lo encontró como "un hombre quebrantado de espíritu, su cara profundamente arrugada, su actitud triste más allá de las palabras". El Imperio alemán daba un paso más hacia el desastre, es difícil saber hasta qué punto el salto al vacío que representaba embarcarse en una campaña submarina irrestricta era debido a la miopía del Comando Supremo, o al temor de que el pueblo alemán acabase sucumbiendo a las privaciones debidas al bloqueo británico, cuyos efectos estudiaremos detenidamente a continuación.

SMS Derfflinger
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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Lun Dic 06, 2021 9:53 pm

Para comprender cómo el bloqueo afectó a Alemania, primero debemos tener en cuenta el cambio de la economía alemana en los años previos a la guerra. En la década y media antes de 1914, Alemania comenzó un nuevo período de crecimiento tanto en su población como especialmente en su economía, y para facilitar este crecimiento, Alemania necesitaba acceso a bienes que estaban fuera de su control inmediato. Cumplieron con esta demanda casi duplicando el monto de sus importaciones entre 1899-1913, por lo tanto Alemania se volvió profundamente dependiente de la obtención de bienes de comerciantes extranjeros para mantener su sociedad estable y productiva. Durante los años 1899-1913, en promedio, casi el 77% del tonelaje total de importación fue materia prima y productos químicos necesarios para alimentar el tremendo crecimiento en la industria alemana. Una parte importante de estas importaciones de productos químicos fueron nitrato de sodio, un compuesto utilizado por la mayoría de los agricultores alemanes para reponer los nutrientes necesarios debido a la mala calidad de la tierra en la mayor parte de todo el país. Otro 17.5% del tonelaje importado eran alimentos, mientras que el 4-5% restante de las importaciones alemanas eran productos manufacturados. Lo que podemos obtener de esta información es que Alemania era predominantemente una nación manufacturera y dependía en gran medida de las materias primas extranjeras para producir productos terminados, también que si bien Alemania produjo la mayoría de sus propios alimentos, ello era gracias a los nitratos para el cultivo y forrajes para animales.

Debido a que Alemania dependía en gran medida del flujo ininterrumpido del comercio internacional, su economía no resultaba adecuada para combatir en una guerra total de desgaste donde su suministro primario de recursos y su capacidad para exportar productos terminados se verían seriamente obstaculizados por largos períodos de tiempo. Como ya señaló Alfred von Schlieffen "Las guerras largas son ​​imposibles en una época en que la existencia de la nación se basa en la continuación ininterrumpida del comercio y la industria”, razonamiento que influyó en gran medida para que se adoptase el plan que lleva su nombre.

Durante los primeros ocho meses de la guerra el bloqueo solo afectó al frente interno alemán en formas menores que pueden describirse más como una molestia que como un daño para la salud de la población alemana, en parte gracias al hecho de que la cosecha de 1914 se había plantado antes de que comenzara la guerra y millones de agricultores fuesen llamados a filas. También a que, como sabemos, durante los primeros cuatro meses de la guerra Gran Bretaña no intentó confiscar las importaciones que no eran de naturaleza militar, por lo que Alemania pudo abastecerse de alimentos a través de los países neutrales fronterizos.

Los cambios en la disponibilidad de la mayoría de las existencias de alimentos comenzaron a repercutir en toda Alemania a fines de la primavera de 1915, cuando el bloqueo había estado en pleno funcionamiento durante medio año y funcionaba con la máxima eficiencia, mientras el Gobierno necesitaba requisar grandes cantidades de provisiones para alimentar a los militares.

Un grupo que se vio afectado inmediatamente por la pérdida de alimentos que contenían valores adecuados de grasas y proteínas fueron los trabajadores alemanes, aquellos individuos que no trabajaban para un empleador que proporcionase raciones de comida adicionales sufrieron porque no pudieron obtener suficientes alimentos para reponer sus cuerpos de largas jornadas en trabajos extenuantes. Para que el cuerpo satisfaga sus necesidades básicas y tenga suficiente energía para realizar un "trabajo ligero", el humano promedio debe consumir por encima de 2.000 calorías al día, que debían incluir al menos 100 gramos de proteína,100 gramos de grasa y 500 gramos de carbohidratos. A principios de 1916, los efectos del racionamiento de alimentos por parte del Gobierno y las importaciones limitadas de alimentos durante más de un año dejaron a los trabajadores y al ciudadano alemán promedio solo capaces de obtener alrededor de 1.700 calorías por día, pocas de las cuales provenías de proteínas y grasas, la desnutrición de los trabajadores de las fábricas alemanas y del resto de la población comenzó a crecer rápidamente después del establecimiento completo del bloqueo.

Durante el año 1916 la situación alimentaria en Alemania progresó de una crisis inminente a un desastre total, los programas de racionamiento del Gobierno proporcionaban una dieta escasa de una barra de pan negro, una rebanada de salchicha, que contenía poca o ninguna grasa, y menos de kilo y medio de patatas por semana. En este momento de la guerra solo un goteo de alimentos se importaba del extranjero a través de Suecia, Noruega o Suiza, y en muchas ocasiones la escasa comida disponible a través de esta vía llegaban al mercado negro, como ocurría con agricultores que escondían alimentos a las requisas gubernamentales para poder vender sus productos, a un precio que podía llegar a ser diez veces más alto que antes de la guerra, de modo que solo los más pudientes podían pagarlos, mientras millones de alemanes no disponían de los medios financieros para comprar incluso los alimentos más básicos. Un testigo ocular de la creciente crisis fue el corresponsal estadounidense George Schreiner, quien señaló que para el otoño de 1916: “la comida se había convertido en el mínimo irreducible. No solo la cantidad disponible era apenas suficiente para alimentar a la población, sino que su precio ya no podría aumentarse sin que las masas no murieran de hambre por falta de dinero. La ración diaria de pan era ahora un lujo, hombres y mujeres tenían que trabajar hasta altas horas de la noche si querían comer”.

El bloqueo no fue el único catalizador de la grave escasez de alimentos experimentada en 1916, a sus efectos se unió la pérdida generalizada de cultivos durante ese año. Muchos países de todo el mundo experimentaron pérdidas de cosechas debido a condiciones climáticas adversas, pero en ninguna parte fue este fracaso más destructivo que en Alemania porque el país estaba alimentando principalmente a su población con sus propios recursos. El llamado Kohlrübenwinter (invierno de nabo) fue causado principalmente por el fracaso de la cosecha de patatas debido a las fuertes lluvias en el otoño de 1916. el aumento de la humedad permitió que los hongos crecieran en la cosecha y esta se pudriese rápidamente. Esta crisis obligó a que el gobierno encontrase reemplazos para las patatas, que se habían convertido en un alimento básico en la dieta alemana, y hubo que recurrir a los nabos. Este sustituto desagradable hizo que buena parte de la población que ya se estaba muriendo de hambre se volviera hostil, y el descontento generalizado comenzó a crecer significativamente por primera vez durante la guerra, aumentando drásticamente el número de huelgas en la fábricas, donde la reivindicación habitual entre los trabajadores era un aumento en su dieta alimenticia.


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Gráfico con el número de huelgas y horas perdidas a lo largo de la guerra.

Otra forma en que el Gobierno intentó frenar la pérdida de patatas y otros alimentos fue emitiendo miles de sustitutos conocidos como “ersatz”. Los primeros ersatz en llegar a los consumidores alemanes fueron en su mayoría nutricionalmente suficientes, como el Kriegbrot, conocido como K-Brot o también pan negro, aunque su sabor y textura no recibieron reacciones positivas de los consumidores. A medida que la escasez de alimentos continuó aumentando, el Gobierno alemán se vio obligado a emitir cada vez más ersatz, cada uno de los cuales se volvió cada vez menos sabroso, pero aún más importante, también menos nutritivo, como las salchichas ersatz, que solo contenían aproximadamente un 5% de grasa, mientras el resto del contenido consistía en un poco de sal, hojas de vegetales y principalmente agua. Al final de la guerra se estaban distribuyendo más de 10.000 ersatz diferentes a la población alemana, cada vez más propensa a la agitación debido al hundimiento moral que causaba la falta de alimentos.

La falta de forraje afectó gravemente al ganado y animales de granja, que proporcionaban alimentos básicos en la dieta alemana, como carne, mantequilla, leche y huevos, cuya producción cayó drásticamente debido al bloqueo, alcanzando mínimos históricos a partir de 1917, donde el número de cerdos cayó en casi un 77% respecto a los niveles anteriores a la guerra, en Agosto de 1914 los corrales de ganado de Berlín estaban matando a 25,000 cerdos cada semana mientras a finales de 1916 apenas eran 350, y el ganado superviviente solo era un 32% del existente en tiempos de paz, siendo además animales muy demacrados que proporcionaban escasa carne debido a la pérdida de peso, según podemos observar en la siguiente tabla:

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Durante la guerra las tropas de la Entente recibieron alimentos diarios que aportaban alrededor de 4.000 calorías, mientras los soldados alemanes debían conformarse con 3.200 calorías diarias, pero las previsiones a finales de 1916 era que esta cantidad aún habría de disminuirse, de hecho en 1917 se redujeron a 2.900 calorías, lo que significaba que los hombres en primera línea no consumían suficientes alimentos para reponer sus energías después de realizar una actividad extenuante. También la falta de algodón, lana y otras fibras empezó a afectar la capacidad de fabricar nuevos uniformes, durante los dos últimos años de la guerra los soldados recibían botas, calcetines, capotes o chaquetas inadecuados para mantenerse calientes o protegidos de los elementos.

Incluso más importante que la disminución de las existencias de uniformes fue el problema del recorte en los suministros de metales, materias primas y productos químicos. A finales de 1916 Alemania había requisado en los territorios ocupados de Francia, Bélgica y Europa del Este casi todas las fuentes de metal disponibles, incluidos los utensilios de cocina, las puertas y la mayoría de los enseres domésticos, para 1917 la previsión era que habría que hacer lo mismo con los metales de todo tipo disponibles en la propia Alemania.

Todas estas privaciones despertaron el odio entre el pueblo alemán, estaban amargados con su propio Gobierno, que había prometido una guerra corta, victorias brillantes y una Alemania más grande, pero su ira era mucho mayor contra sus enemigos, principalmente Gran Bretaña, que había impuesto el bloqueo del hambre. Y todos los días leían en sus periódicos que la nación poseía un arma que podía romperlo, de modo que en toda Alemania el clamor aumentó: ¡Desatar los submarinos! Quizá Ludendorff se equivocaba cuando afirmaba que el pueblo alemán no aceptaría una "paz de renuncia" porque tras dos años largos de guerra empezaba a mostrarse agotado, pero también es cierto que gracias a la prensa y supuestos expertos de todo tipo, tanto civiles como militares, se extendió la idea de que una campaña submarina irrestricta pondría fin a la guerra y al sufrimiento; aunque entre los primeros pocos eran conscientes de que esta iniciativa tendría como consecuencia la entrada en guerra de Estados Unidos, y entre los segundos la mayor parte desdeñaba el poderío del país norteamericano.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Mié Dic 08, 2021 2:43 pm

Bethmann-Hollweg, que a regañadientes había aceptado la destitución de Jagow como medio de ganar tiempo, se dio cuenta de que ya no podía esperar a Wilson. El 9 de Diciembre, cuando había trascurrido un mes desde las elecciones estadounidenses y aún no se sabía nada de Washington, el Canciller resolvió jugar su última carta para evitar la campaña submarina irrestricta: la propia Alemania propondría negociaciones para poner fin a la guerra. El momento era favorable, la posición militar alemana había mejorado temporalmente tras la crisis de otoño, la ofensiva británica en el Somme se había ahogado en sangre, la Ofensiva de Brusilov se había agotado y Rumania había sido aplastada. El Kaiser, al ver un nuevo medio de captar la atención, apoyó al Canciller: "Proponer hacer la paz es un acto moral", escribió Guillermo II, “tal acto necesita un Monarca cuya conciencia esté tranquila y que se sienta responsable ante Dios, que reconoce su deber con todos los hombres, incluso con sus enemigos; un Monarca que no siente miedo porque sus intenciones pueden ser malinterpretadas, que tiene en él la voluntad de liberar al mundo de su agonía. Tengo el coraje de hacer esto y lo arriesgaré por el amor de Dios".

De mala gana, los Generales y Almirantes acordaron retrasar la campaña submarina sin restricciones hasta que se pudiera hacer una última demostración al público alemán y a la opinión mundial de que Alemania no tenía otra opción. Su quid pro quo fue que si el intento de Bethmann-Hollweg de lograr una conferencia de paz fracasaba, tal y como esperaban, los U-boats tendrían vía libre. El nuevo Ministro de Asuntos Exteriores, Zimmermann, lo expresó de una manera que los militares podían aceptar: "La guerra submarina intensificada sería más comprensible para los Estados Unidos si pudiéramos hacer referencia a nuestra acción de paz". La nota de paz alemana se hizo pública el 12 de Diciembre anunciando que las Potencias Centrales invitaban a las naciones en guerra a iniciar negociaciones para un acuerdo pacífico, y resultó una sorpresa para todos. "Con un profundo sentido moral y religioso del deber hacia esta nación y hacia la humanidad, el Emperador ahora considera que ha llegado el momento de una acción oficial encaminada a lograr la paz", explicó Bethmann-Hollweg al Reichstag. El anuncio del Kaiser al Ejército fue redactado en un lenguaje más severo: “¡Soldados! De acuerdo con los Soberanos de mis aliados y con conciencia de victoria, he hecho una oferta de paz al enemigo. Si será aceptada es incierto. Hasta que llegue ese momento, seguirás luchando”.

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Guillermo II.

Para Diciembre de 1916 el Gobierno de coalición de Asquith en Gran Bretaña se estaba desmoronando, el Primer Ministro llevaba ocho años en el cargo, se mostraba cansado y la reciente pérdida de su hijo mayor en acción le nubló la atención. Como escribió Austen Chamberlain, Secretario de Estado para la India, en muchas reuniones del Gabinete Asquith escribía cartas mientras se desarrollaba un debate, y cuando levantaba la vista era para declarar: “Ahora que se ha decidido, será mejor que pasemos a…” entonces todos los presentes preguntaban “¿Pero qué es lo que se ha decidido?” y la discusión comenzaba de nuevo.

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Herbert Henry Asquith.

David Lloyd George, un colega liberal que había servido bajo Asquith durante muchos años, vio su oportunidad y declaró que se necesitaba un nuevo Comité de Guerra de tres, presidido por él mismo y excluyendo al Primer Ministro, a quien se le permitiría mantener ese cargo con menos autoridad. Cuando Asquith rechazó esta emasculación política su gobierno colapsó; Lloyd George renunció, Asquith tuvo que dimitir y el 10 de Diciembre se formó un nuevo Gobierno con Lloyd George como Primer Ministro y Balfour cambiando su puesto como Primer Lord del Almirantazgo al de Ministro de Asuntos Exteriores. Dos días después de estos acontecimientos llegó la nota de paz alemana. Los Aliados vieron claramente que la paz ofrecida era la paz de un conquistador, Europa, desde el Canal de la Mancha hasta el Mar Negro, estaba bajo el control de las Potencias Centrales, el Ejército alemán ocupaba Bélgica, Polonia, Serbia, Rumania y varias de las provincias más ricas de Francia. Ahora, según se podía desprender de la nota, los Gobernantes de Alemania estarían dispuestos a suspender la guerra si pudieran mantener todo lo que habían ocupado. El 30 de Diciembre Lloyd George declaró en la Cámara de los Comunes que "participar en una conferencia por invitación de Alemania, proclamándose victoriosa, es ponernos una soga alrededor del cuello", por lo tanto Gran Bretaña y Francia rechazaron inmediatamente la oferta alemana.

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David Lloyd George.

El rechazo enfático de los Aliados a la oferta de paz de Bethmann-Hollweg debilitó aún más al Canciller en Berlín, el Almirante von Holtzendorff declaró: "Dado que no creo en un efecto rápido de los hermosos gestos de paz, estoy totalmente comprometido con el uso de nuestra arma crucial: la guerra submarina sin restricciones". Hindenburg insistió en que "los preparativos diplomáticos y militares para la campaña submarina deben estar dispuestos para que pueda comenzar a fines de Enero”. Pero ahora llegó otra complicación para los militares y una última oportunidad para el Canciller, el 18 de Diciembre el Presidente de los Estados Unidos finalmente emitió su propia nota de paz a las potencias en guerra. Al presentarse a sí mismo como "el amigo de todas las naciones", Wilson pidió a cada uno de los beligerantes que declarara sus objetivos de guerra para que pudiera comenzar una búsqueda de un punto medio. "Puede ser", declaró, "que la paz esté más cerca de lo que pensamos, los objetivos que los estadistas de los beligerantes de ambos lados tienen en mente en esta guerra son prácticamente los mismos, como se ha dicho a sus propios pueblos y al mundo". En privado House le dijo al Embajador Bernstorff que Wilson no dudaría en utilizar una fuerte presión económica para coaccionar a los Aliados si pensaba que sus condiciones no eran razonables, para la diplomacia alemana se habría una ventana de oportunidad que quizá fuese la última ocasión de salvar a su país del desastre.

La respuesta alemana a la nota de Wilson llegó primero, el 26 de Diciembre, y consistió en un desaire cortés, declarando que Alemania estaba dispuesta a enfrentarse a sus enemigos, pero prefería negociar con ellos directamente en terreno neutral, sin la ayuda de Estados Unidos. Bernstorff señaló a Berlín que Wilson solo deseaba ser informado de los objetivos de guerra de ambos bandos para que los beligerantes pudieran identificar sus diferencias, pero fue ignorado, quizá porque los detalles específicos era precisamente lo que el Gobierno alemán no quería revelar, porque tales revelaciones provocarían en Alemania una amarga lucha sobre cuáles eran realmente los objetivos de guerra, que nadie tenía claros. El Gobierno alemán tampoco deseaba que Wilson estuviera presente en la conferencia porque, como Zimmermann le dijo a Bernstorff, "no queremos correr el riesgo de que nos roben nuestras ganancias por una presión neutral". La reacción del Kaiser fue contundente: "No iré a ninguna conferencia. Ciertamente, a ninguna presidida por él". Resulta complicado explicar la miopía de los dirigentes germanos, por una parte conscientes de que el bloqueo les debilitaba mes a mes y por otra incapaces de renunciar a una paz victoriosa, quizá pensando más en sus propias personas que en la nación, como se desprende del comentario de Ludendorff sobre su deseo de no terminar siendo apedreado por el pueblo; antes de tener que dar explicaciones sobre la inutilidad de la matanza en una paz sin vencedores, estaban dispuestos al salto al vacío que significaba reanudar la campaña submarina. Como era habitual, tampoco mostraron una mínima capacidad diplomática siguiendo el juego de Wilson en espera de la respuesta aliada a la propuesta estadounidense, que como veremos también defraudó profundamente a su Presidente.

La respuesta aliada llegó dos semanas después. A pesar de su propio agotamiento, los Aliados creían que estaban ganando la guerra y consideraron la oferta de mediación de Wilson como un esfuerzo, ingenioso o involuntario, para rescatar a sus enemigos de las consecuencias de la derrota. No querían compromisos que dejaran a Alemania en posición de reanudar la lucha más tarde, Lloyd George se mostraba disgustado por el esfuerzo de Wilson de "entrometerse". A finales de Septiembre, antes de convertirse en Primer Ministro, había dejado claro su desdén por cualquier esfuerzo de mediación estadounidense: "No hubo tal intervención cuando fuimos golpeados durante los primeros dos años, aún sin entrenamiento y mal equipados", dijo a un periodista estadounidense. “Ahora todo el mundo, incluidos los humanitarios con los mejores motivos, debe saber que no puede haber interferencia externa en esta etapa. Gran Bretaña no tolerará ninguna obstrucción hasta que el despotismo militar prusiano se quebrante sin posibilidad de recuperación". La frase de Wilson, que equipara los objetivos de guerra de los bandos opuestos como "virtualmente lo mismo" y parecía exonerar a Alemania e ignorar o abaratar los sacrificios de los Aliados, no fue entendida en Gran Bretaña como una posición neutral. El 12 de Enero de 1917, los Gobiernos de Gran Bretaña y Francia rechazaron firmemente las conversaciones de paz, la única causa de la guerra, declararon, era la agresión brutal y no provocada de Alemania y el Imperio Austrohúngaro. Las fechorías alemanas se expusieron extensamente y se enumeraron objetivos específicos de guerra, incluidos la evacuación de todos los territorios ocupados y enormes reparaciones e indemnizaciones. Hasta que esto se lograra y Alemania se debilitara tanto que el miedo a otra guerra no se cerniera sobre ellos, continuarían luchando. Francia, especialmente, sintió que nunca más sería apoyada por una combinación de potencias tan fuerte y que tenía la oportunidad de derrotar a Alemania. Sin embargo, en Washington, la respuesta negativa de los Aliados produjo exactamente la reacción que el Embajador Spring-Rice había temido, un Presidente resentido que decidió que las dos partes, igualmente intratables, eran igualmente culpables. Con su iniciativa de paz frustrada momentáneamente, Wilson decidió que el otro pilar de su política exterior, la neutralidad estadounidense, debía ser reforzada: "No habrá guerra", dijo a House “este país no tiene la intención de enredarse en esta guerra. Sería un crimen contra la civilización si entramos en ella”.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Mié Dic 08, 2021 2:49 pm

El movimiento de paz de Wilson no interesaba al Comando Supremo alemán, Ludendorff ya había declarado "Ich pfeife auf Amerika" (me importa un comino Estados Unidos) y había informado al agregado militar estadounidense que su país no podía hacer más daño a Alemania declarando la guerra de lo que ya estaba haciendo con su suministro de todo tipo de mercancías a los Aliados. Durante meses aparecieron en periódicos alemanes historias sobre municiones de guerra y alimentos estadounidenses que fluían a través del Atlántico, "si no fuera por las municiones estadounidenses, la guerra habría terminado hace mucho tiempo" se convirtió en un estribillo a nivel nacional. Un dibujo distribuido en toda Alemania representaba un carguero en un puerto estadounidense listo para zarpar con un cargamento de municiones, agrupados en el fondo había tres grupos de soldados alemanes condenados a ser víctimas del mismo: 30,000 muertos, 40,000 heridos graves, 40,000 heridos leves. Por lo tanto no resulta sorprendente que el pueblo alemán apoyara una campaña submarina destinada a cortar este suministro transatlántico con la idea de preservar la vida de sus esposos, hijos y hermanos.

James Gerard, el Embajador estadounidense en Alemania, soportó la peor parte de esta hostilidad. Gerard, ex juez de la Corte Suprema del Estado de Nueva York, estaba acreditado como diplomático en Berlín desde 1913, en Mayo de 1914 creía que la guerra entre Alemania y los Estados Unidos era impensable, pero a partir de Agosto de 1914 a Gerard se le negó el contacto con el Jefe del Estado. "Se supone que un Embajador tiene derecho a solicitar una audiencia con el Kaiser en cualquier momento", escribió Gerard más tarde, "pero en cada ocasión mi solicitud fue rechazada, ni siquiera se me permitió ir a la estación de ferrocarril para despedirlo cuando marchó al frente". Nueve meses después, Gerard le pidió al agregado militar estadounidense que le dijera al Kaiser que no lo había visto durante tanto tiempo que había olvidado como era. A través del agregado, el Kaiser replicó: "No tengo nada contra el Sr. Gerard personalmente, pero no veré al Embajador de un país que proporciona armas y municiones a los enemigos de Alemania". Transcurrieron otros cinco meses, hasta que finalmente, en Septiembre de 1915, Gerard le escribió a Bethmann-Hollweg: “Su Excelencia: Hace algún tiempo le solicité que organizara una audiencia para mí con Su Majestad. No se preocupe más por este asunto. Sinceramente suyo”. Inmediatamente, Gerard recibió la invitación para una audiencia.

El Embajador fue convocado nuevamente seis meses después de la solución del asunto de SS Sussex. Esta vez Gerard fue escoltado al Cuartel General Supremo en la ciudad francesa de Charleville-Mézières, cincuenta millas por detrás del Frente Occidental. Antes de ver el Kaiser, el personal de Guillermo II le preguntó condescendientemente qué podía hacer Estados Unidos si Alemania comenzaba una guerra submarina sin restricciones. “Dije que casi todos los grandes inventos utilizados en la guerra fueron hechos por estadounidenses: el alambre de púas, el avión, el teléfono, el telégrafo y el submarino. Creía que si nos veíamos obligados a hacerlo, lograríamos algo más". Los alemanes respondieron: "Si bien puedes inventar algo nuevo y proporcionar dinero y suministros a los Aliados, el sentimiento público de tu país es tal que no serás capaz de formar un Ejército lo suficientemente grande como para lograr una gran repercusión".

El 1 de Mayo de 1916, Gerard fue llevado a ver al Kaiser, paseando por un jardín. "¿Vienes trayendo la paz o la guerra?", preguntó el Kaiser, para luego soltar un monólogo: “Los estadounidenses acusan a Alemania de barbarie en la guerra, pero como Emperador y Jefe de la iglesia, he deseado llevar la guerra de manera caballeresca”. Luego se refirió al bloqueo británico y dijo que antes de permitir que su familia y sus nietos murieran de hambre, volaría el Castillo de Windsor y a toda la Familia Real de Inglaterra: “El submarino ha venido para quedarse, y una persona que viajaba en un barco mercante enemigo era como un hombre que viajaba en un carro detrás de las líneas de batalla: no tenía motivo de queja si resultaba herido”. Luego preguntó por qué Estados Unidos se había quejado del RMS Lusitania pero no había hecho nada para romper el bloqueo británico. Gerard respondió con una metáfora: “Si dos hombres entraran a mi casa y uno pisara mis flores y el otro matara a mi hermana, probablemente debería perseguir al asesino primero. En cuanto a aquellos que viajan por los mares en buques mercantes beligerantes, era diferente de los que viajaban en un carro detrás de las líneas enemigas porque los viajeros en tierra estaban en territorio beligerante mientras que aquellos en el mar estaban en territorio que, más allá de las tres millas, era neutral”. El Kaiser argumentó que los pasajeros de RMS Lusitania habían sido advertidos antes de que el barco zarpara. Gerard respondió: "Si el Canciller me advierte que no salga a la Wilhelmsplatz, donde tengo todo el derecho de ir, que me diese la advertencia no justifica que me mate si no hago caso de la misma".

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James W Gerard en 1916.

Las reuniones de Gerard con el Emperador no disminuyeron el antagonismo generalizado que conoció en Berlín, las caricaturas del tío Sam y el Presidente Wilson aparecían diariamente en los periódicos alemanes, hasta Gerard se vio obligado a negar por escrito la falsa historia de que su esposa había colocado una condecoración alemana que había recibido en el collar del perro de la familia. En Enero de 1916 se colocó una gran corona con una bandera estadounidense enlutada en la base de la estatua de Federico el Grande, cerca del Palacio Real en Unter den Linden, en su banda aparecía escrito: "Wilson y su prensa no son Estados Unidos". Durante cuatro meses Gerard protestó, pero la policía se negó a actuar, entonces anunció que iría con su propio fotógrafo y que él mismo quitaría la corona, que inmediatamente desapareció. Posteriormente, Gerard y su personal estaban en un palco escuchando un concierto cuando un hombre en el palco continuo comenzó a gritar que había gente en la sala que hablaba en inglés; cuando le dijeron que era el Embajador estadounidense, el hombre exclamó que los estadounidenses eran peores que los ingleses. Finalmente, en enero de 1917, unas semanas antes de que el Embajador saliera de Berlín, el corpulento Gran Duque de Mecklemburgo-Schwerin se plantó frente a Gerard. "Usted es el Embajador estadounidense y quiero decirle que la conducta de Estados Unidos en el suministro de armas y municiones a los enemigos de Alemania está estampada en el corazón alemán, que nunca lo olvidaremos y algún día tendremos nuestra venganza”. Habló con una voz tan potente y se golpeó el pecho con tanta energía que todos en la sala detuvieron su conversación para escuchar. Llevaba en el pecho las órdenes del Águila Negra, el Águila Roja, el Elefante y los Serafines, y cuando golpeó toda esta colección, “el sonajero sonó bastante fuerte”, según comentó Gerard, quien le recordó que el comportamiento estadounidense era legal según la Convención de La Haya. "No nos importan los Tratados", bramó el noble al tiempo que se alejaba.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Mié Dic 08, 2021 2:56 pm

Mientras las dos iniciativas de paz, la alemana y la estadounidense, no tenían visos de llegar a ningún puerto, los acontecimientos se movían rápidamente. A finales de Diciembre un contraataque francés en Verdún recuperó la mayor parte del terreno perdido el año anterior, al tiempo que los alemanes terminaban de construir la denominada línea Hindenburg, con el fin de efectuar una retirada estratégica que acortaría el Frente Occidental en 50 kilómetros, hacia donde las tropas germanas se retirarían a partir de Febrero. El Imperio Austrohúngaro comunicó a Berlín que estaba cerca del fin de sus recursos y que no podría resistir otro invierno, el Emperador Franz Joseph había muerto en Noviembre a la edad de 86 años y fue sucedido por su sobrino-nieto Karl, de treinta años, quien le dijo implorante a Guillermo II: "Estamos luchando contra un nuevo enemigo que es más peligroso que la Entente, contra la revolución internacional que encuentra su mejor aliado en el hambre generalizada”, pero el Kaiser le ignoró. Hindenburg le comunicó a Bethmann-Hollweg: “Debemos reanudar el torpedeamiento de mercantes sin previo aviso. En Agosto dijiste que debería elegir la hora dependiendo de la situación militar, ese momento será a finales de Enero". Bethmann-Hollweg volvió a recordar al Mariscal que “la guerra submarina sin restricciones que afectaba a los buques neutrales y las relaciones de Alemania con los Estados neutrales eran aspectos de la política exterior, de los cuales solo yo tengo la responsabilidad. La cuestión debe aclararse con Estados Unidos, muchas personas en países neutrales ya creían que nuestra oferta de paz estaba hecha de mala fe y, de hecho, solo se contempla como una cortina de humo para iniciar la campaña submarina sin restricciones. Debemos hacer todo lo posible para evitar intensificar esa impresión”. Hindenburg no quiso perder el tiempo en “aclarar cuestiones” con Estados Unidos: "Desafortunadamente, nuestra situación militar hace imposible que se permita que negociaciones de cualquier tipo pospongan medidas militares que han sido reconocidas como esenciales y, por lo tanto, paralicen la energía de nuestras operaciones. Debo adherirme a ese punto de vista sin dudarlo. No hace falta decir que yo mismo nunca dejaré de insistir con todas mis fuerzas y, con el mayor sentido de responsabilidad por el resultado victorioso de la guerra, e utilizar todos los medios de naturaleza militar que considere necesarios”.

Mientras tanto un miembro importante del Alto Mando Naval había cambiado de bando. Scheer le dijo al Almirante von Holtzendorff, que en la primavera de 1916 había apoyado a Bethmann-Hollweg y se opuso a la insistencia de Tirpitz en una guerra submarina sin restricciones, que debido a la falta de actividad de la Flota, el personal estaba perdiendo confianza en sus mandos. El 22 de Diciembre Holtzendorff envió a Hindenburg y al Comando Supremo un memorándum de 200 páginas en el que defendía el inicio de una campaña submarina irrestricta. Este documento presentaba cifras y cuadros de tonelaje de envío disponible para Gran Bretaña, con cálculos exhaustivos de factores tales como precios mundiales de granos, espacio de carga, tarifas de flete, tarifas de seguro de envío y escasez en Inglaterra de algodón, hierro y otros metales, madera, lana y petróleo. Todos estos números se desarrollaban con precisión matemática hasta la conclusión de que los submarinos podrían poner de rodillas a Gran Bretaña en el plazo de cinco meses. "Se debe llegar a una decisión antes del otoño de 1917", escribió Holtzendorff, "para que la guerra no termine con el agotamiento de todas las partes y, en consecuencia, desastrosamente para nosotros. De nuestros enemigos, Italia y Francia están económicamente tan afectados que es solo por la energía y la fuerza de Gran Bretaña que aún se mantienen en pie. Si podemos romper la espalda de Inglaterra, la guerra se decidirá de inmediato a nuestro favor”. Holtzendorff enfatizó que la campaña sin restricciones iba a ser dirigida no solo contra barcos que transportan municiones, sino contra todas las importaciones necesarias para la vida en las islas británicas, el objetivo era atacar la capacidad económica general de los británicos para continuar la guerra. "La columna vertebral de Inglaterra consiste en el envío que lleva a las Islas Británicas los suministros necesarios de alimentos y materiales para las industrias de guerra". Holtzendorff calculó que se necesitaban 10,75 millones de toneladas de envío británico y neutral para mantener a Gran Bretaña alimentada y abastecida. Una vez desatados, argumentó, los submarinos deberían poder hundir al menos 600.000 toneladas de envío cada mes; otro millón de toneladas de barcos neutrales se asustaría. “Podemos considerar que en cinco meses, el envío hacia y desde Inglaterra se reducirá en un treinta y nueve por ciento. Inglaterra no podría soportar eso. No dudo en afirmar que, tal como están las cosas ahora, podemos obligar a Gran Bretaña a hacer las paces en cinco meses con una campaña ilimitada de submarinos. Pero esto es válido solo para una campaña de U-boat realmente sin restricciones”. El memorándum también contemplaba la reacción estadounidense y su probable entrada en el conflicto, pero sin otorgar la importancia debida: “Soy absolutamente de la opinión de que la guerra con los Estados Unidos es un asunto tan serio que hay que intentar todo para evitarlo. Sin embargo, el miedo a una ruptura diplomática no debería llevarnos a retroceder ante el uso de un arma que nos promete la victoria. En cualquier caso, es realista asumir el peor de los casos como el más probable y considerar qué impacto tendría una entrada estadounidense en la guerra del lado de nuestros enemigos en el curso de la guerra. Con respecto al tonelaje comercial, es probable que este impacto sea insignificante, no habría tripulaciones disponibles en las etapas iniciales. Las tropas estadounidenses serían de poca importancia, aunque solo fuera por la falta de fondos para llevarlas aquí en grandes cantidades; lo mismo se aplica al dinero estadounidense, que no puede compensar la falta de tonelaje”.

El argumento del Almirante y las estadísticas proporcionadas en su memorándum no serían suficientes mientras Bethmann-Hollweg se negara a aceptar, hasta entonces el Kaiser no daría permiso para una campaña sin restricciones. El 8 de Enero, el Canciller, luchando contra el tiempo, le dijo al Jefe del Estado Mayor Naval que, incluso si se debía comenzar una guerra sin restricciones, aún necesitaba un intervalo temporal para preparar a los neutrales. Entonces, de repente, el Almirante von Muller, un aliado de Bethmann-Hollweg que siempre había apoyado al Canciller, también cambió de bando: "Después de que nuestras propuestas de paz y su rápido rechazo por parte de los Aliados, las circunstancias justifican el uso de esta arma que ofrece una posibilidad razonable de éxito", escribió Muller en su diario el mismo 8 de Enero. "Le dije a Holtzendorff que podía contar con mi apoyo". La entrada de Muller fue escrita en el castillo de Pless, Silesia, donde él, el Kaiser, Hindenburg, Ludendorff y Holtzendorff se habían reunido. Esa noche, Bethmann-Hollweg, que sufría de bronquitis severa, abordó un tren en Berlín que le llevaría a Pless, y a una reunión que sellaría el destino de la Alemania imperial.

De hecho, la decisión se tomó mientras el canciller todavía estaba en el tren. En la noche del 8 de enero, los líderes militares y navales de Alemania de repente escucharon al Kaiser anunciar que apoyaría la campaña submarina irrestricta "incluso si el Canciller se opone". Además, Müller escribió en su diario: "Su Majestad expresó el punto de vista de que la guerra submarina era un asunto puramente militar que no concernía al Canciller de ninguna manera”. A la mañana siguiente Muller se encontró con Bethmann-Hollweg en la estación para advertirle que todo estaba arreglado. Conduciendo hacia el castillo, explicó su propia deserción y le rogó a Bethmann-Hollweg "agitado y deprimido" que cediera. "Durante dos años", sostuvo Muller, "siempre he sido moderado, pero ahora, en las circunstancias actuales, considero que la guerra submarina sin restricciones es necesaria y que tiene una posibilidad razonable de éxito". El Canciller permaneció en silencio. Esa tarde, a las seis en punto, Bethmann-Hollweg entró en la sala de recepción de damasco rojo del palacio de altas ventanas francesas con vistas a una terraza y un parque con lagos, jardines de flores y castaños gigantes ahora cubiertos con la escarcha del invierno. Hindenburg, Ludendorff, Holtzendorff, Muller y otros estaban esperando. El Kaiser, pálido e inquieto, estaba de pie junto a una gran silla, su mano derecha descansaba sobre la mesa. Al lado de su mano había una copia del memorándum de Holtzendorff.


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Castillo de Pless en la actualidad.

El Canciller, a pesar de saber que se había tomado la decisión, habló durante una hora. Citó la opinión de Bernstorff de que la entrada de Estados Unidos en la guerra significaría la derrota de Alemania. Reiteró la convicción del Embajador, y su propia creencia, de que la oferta de paz de Wilson era genuina y debería ser contemplada. Bernstorff estaba seguro de que el Presidente tenía la intención de presionar con fuerza durante su mediación y que obligaría a los Aliados si se resistían a su diplomacia. Argumentó sobre la posibilidad de que países neutrales fronterizos se uniesen a la Entente, pero tanto Hindenburg como Ludendorff replicaron que no existía un gran peligro a este respecto. Sabiendo que la cartas estaban marcadas y que si el Kaiser debía elegir entre él o el Mariscal lo haría por Hindenburg el Canciller flaqueó, admitió que las condiciones actuales eran mejores que en Septiembre para iniciar la campaña submarina, aunque no dejó de señalar que las previsiones de Holtzendorff sobre poner de rodillas a Gran Bretaña antes de la próxima cosecha “no pueden demostrarse mediante pruebas”, pero terminó por arrojar la toalla: “La guerra submarina es la última carta, una decisión muy seria, pero si las autoridades militares consideran que la campaña submarina es esencial, no estoy en condiciones de contradecirlas".

El Almirante von Holtzendorff repitió seguidamente el argumento de su memorándum: una guerra sin restricciones, "en el curso de la cual cada enemigo y barco neutral que se encuentre en la zona de guerra se hundirá sin previo aviso", permitiría que sus submarinos hundieran 600.000 toneladas por mes y de este modo obligarían a que Gran Bretaña capitulase. Fue más allá: "Prometo mi palabra como Oficial naval de que ningún estadounidense pisará suelo continental". Hindenburg agregó: "Estamos en condiciones de enfrentar todas las eventualidades contra Estados Unidos. Necesitamos la acción más enérgica y despiadada posible. Debemos comenzar". Derrotado, Bethmann-Hollweg asintió y dijo: "Por supuesto, si la victoria llama, debemos actuar". No se requería más, el Kaiser firmó un documento ya preparado: “Ordeno que la guerra submarina sin restricciones comience el 1 de Febrero”. Luego, seguido por sus Generales y Almirantes, salió de la habitación mientras el Canciller se quedó atrás, encorvado en una silla. El barón von Reischach, un funcionario de la Corte, entró y, al contemplar la figura solitaria y abatida, preguntó: "¿Hemos perdido una batalla?" "No", dijo Bethmann-Hollweg, "pero finis Germaniae”. El Imperio alemán, que durante su corta historia se caracterizaba por su identificación entre Estado y Ejército, ponía su futuro en manos de la Armada, en concreto de un pequeño buque al que pocos habían prestado atención solo tres años antes.

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Mié Dic 08, 2021 2:59 pm

Holtzendorff inmediatamente envió la orden imperial a Scheer. Para lograr el máximo impacto psicológico, la nueva campaña no se anunciaría hasta la tarde del 31 de Enero, unas horas antes de que se dispararan los primeros torpedos. A partir de entonces, los submarinos no desperdiciarían disparos de advertencia y no enviarían grupos de abordaje para examinar los documentos y la carga. Los barcos Hospital debían salvarse, excepto en el Canal de la Mancha, donde Ludendorff creía que la Cruz Roja estaba siendo utilizada como transporte de tropas, los buques claramente identificados como vapores neutrales, buques del socorro belga y transatlánticos recibirían una semana de gracia para llegar a puerto con seguridad, a partir de entonces ellos también debían ser hundidos sin previo aviso.

En Washington, ni Wilson ni Bernstorff sabían que se había tomado la decisión de reanudar la campaña submarina, ambos hombres continuaron trabajando por la paz si ello todavía era posible; para mantener la neutralidad estadounidense en caso contrario. Para el Embajador lo fundamental era mantener informado a Berlín, mientras ello fuese posible, creía que Bethmann-Hollweg sería capaz de detener la campaña submarina. Para facilitar el contacto de Bernstorff con Zimmermann en Berlín, Wilson autorizó al Ministro de Relaciones Exteriores alemán a enviar mensajes en código alemán a su Embajador en Washington a través del cable del Departamento de Estado. Lansing se opuso amargamente a esta violación de la práctica diplomática, pero Wilson, creyendo que la nobleza de sus fines justificaba estos medios sin precedentes, anuló a su Secretario de Estado. Ante la insistencia del Presidente, Bernstorff había prometido usar el cable solo para transmitir y discutir las ofertas de paz.

Al principio, el cable zumbaba exclusivamente con mensajes sobre el tema previsto, aunque no eran de una naturaleza que el Presidente o el Embajador hubieran esperado. El 10 de Enero, el día después de la conferencia decisiva en Pless, Zimmermann informó a Bernstorff que "la intervención estadounidense sobre negociaciones de paz es totalmente indeseable". Frenéticamente, Bernstorff respondió: "El Gobierno de Estados Unidos debe disponer de tiempo. Como todas las decisiones son tomadas por Wilson, las discusiones con Lansing son meras formalidades, es mi deber expresar claramente que considero inevitable una ruptura con los Estados Unidos si se toman medidas como liberar los submarinos”. El 19 de Enero, Bernstorff fue informado tardíamente sobre la decisión tomada en Pless de comenzar la campaña irrestricta el 1 de Febrero, y se le ordenó no decir nada al respecto hasta el día anterior. Inmediatamente escribió a Zimmermann solicitando un período de gracia de un mes para los mercantes neutrales y para ofrecer a los esfuerzos de paz de Wilson algo de tiempo extra. De lo contrario dejó claro que "la guerra sería inevitable". El Kaiser leyó este telegrama y escribió en su margen: "No me importa".

Ahora, solo Wilson se mantenía vanamente esperanzado con su iniciativa de paz. Sopesando las respuestas recibidas, había concluido que los objetivos de guerra de los Aliados eran tan arrogantes como los de los alemanes, su enfoque ahora era tan imparcial que Bernstorff informó a Berlín: "Aunque parezca extraño para los oídos alemanes, Wilson es considerado aquí en general como pro-alemán". El 22 de Enero el Presidente leyó en el Senado su histórico discurso sobre una "paz sin victoria": "La victoria significaría imponer los términos de un vencedor a los vencidos", dijo. “Sería aceptada con humillación, bajo coacción, con un sacrificio intolerable, y dejaría un aguijón, un resentimiento, un recuerdo amargo sobre el cual descansarían los términos de paz, no permanente, sino como sobre arenas movedizas. Solo una paz entre iguales puede durar”. No se puede decir que los acontecimientos de los años 30 no le diesen la razón. También habló por primera vez sobre la creación de la Sociedad de Naciones, la democratización de los pueblos y su derecho a la autodeterminación, poniendo como ejemplo la creación de un Estado polaco “unido, independiente y autónomo”, palabras que podrían haber irritado a Rusia pero causaron incluso peor recibimiento en Alemania. La reacción en Estados Unidos fue mixta, algunos aplaudieron el idealismo de las palabras del Presidente, sin embargo Theodore Roosevelt se burló: "La paz sin victoria es el ideal natural del hombre que está demasiado orgulloso para luchar". Bernstorff, al escuchar el discurso mientras guardaba el secreto de una política suicida en su opinión, decidió no rendirse. El 27 de Enero, telegrafió a Zimmermann: “House me invitó a visitarlo, me informó que si tuviéramos confianza en él, el Presidente estaba convencido de que sería capaz de lograr conferencias de paz. Le agradaría especialmente que Su Excelencia declarase al mismo tiempo que estamos dispuestos a acudir a la conferencia de paz sobre la base de su llamamiento. Si la campaña submarina se lleva a cabo ahora sin más preámbulos, el Presidente considerará esto como una bofetada en pleno rostro y la guerra con Estados Unidos será inevitable. Por otro lado, si aceptamos la propuesta de Wilson y los planes se tuercen por la terquedad de nuestros enemigos, sería muy difícil para el Presidente entrar en guerra contra nosotros, incluso si comenzamos una guerra submarina sin restricciones, solo es cuestión de posponer la declaración por un tiempo. Soy de la opinión de que obtendremos una mejor paz ahora mediante conferencias, de lo que lograremos si Estados Unidos se uniera a las filas de nuestros enemigos”.

Bethmann-Hollweg, al leer este mensaje, solicitó a la Armada que esperare, pero le dijeron que era demasiado tarde; veintiún submarinos ya habían zarpado con instrucciones precisas sobre el torpedeamiento de mercantes. El 29 de Enero el Canciller telegrafió a Bernstorff: “Por favor, agradezca al Presidente. Si su oferta solo nos hubiera llegado unos días antes, deberíamos haber podido posponer la apertura de la nueva campaña submarina. Ahora, sin embargo, a pesar de la mejor voluntad del mundo, por razones técnicas, lamentablemente es demasiado tarde. Ya se han hecho extensos preparativos militares que no se pueden deshacer y los submarinos están navegando con nuevas instrucciones”. El Kaiser no se disculpó, volvió a bramar: “De acuerdo, rechacemos de una vez por todas las negociaciones con Estados Unidos, si Wilson quiere la guerra, ¡que lo haga y la tendrá!”.

A las cuatro y diez de la tarde del 31 de Enero de 1917, un desventurado Embajador Bernstorff se reunió formalmente con el Secretario de Estado Lansing para anunciar que Alemania comenzaría la guerra submarina sin restricciones ese mismo día a medianoche. Se permitiría una única excepción al bloqueo submarino: una vez a la semana, se consentiría el paso de un barco de pasajeros de EE.UU. siempre que no llevara contrabando y atracara únicamente en Falmouth, solo los domingos. Para su identificación, el barco debe pintarse con franjas verticales rojas y blancas alternadas de un metro de ancho y debe enarbolar una gran bandera blanca y roja a cuadros en cada mástil. Después de que Lansing hubiese leído la nota alemana, Bernstorff dijo: "Sé que es muy grave, mucho, y lamento profundamente que sea necesario". “Creo que lo lamentas”, respondió Lansing, “porque sabes cuál será el resultado. Pero no te culpo personalmente.” "No deberías", dijo Bernstorff. "Sabes cuán constantemente he trabajado por la paz". "Lo sé", respondió Lansing y, al ver los ojos del Embajador borrosos por las lágrimas, tomó su mano extendida. Entonces Bernstorff hizo una reverencia, Lansing dijo: "Buenas tardes" y la reunión terminó.

Cuando Bernstorff llegó a Berlín a través de Suecia varias semanas después, Bethmann-Hollweg le dijo que se había visto obligado a dar su consentimiento para la campaña submarina porque "el pueblo alemán nunca habría entendido que hubiéramos concluido una paz insatisfactoria sin intentar vencer a través de nuestra última y más efectiva arma”. Cuando Bernstorff vio al Kaiser, Guillermo II lo llevó a pasear por el parque y se alejó afablemente de toda discusión política. Ludendorff, sin embargo, fue implacable: “En Estados Unidos querías hacer las paces. Evidentemente pensaste que estábamos al final de nuestras fuerzas”, dijo. "No, no pensé eso", respondió Bernstorff. "Pero quería hacer las paces antes de llegar al final de nuestras fuerzas".

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Re: Bloqueo y contrabloqueo, la partida decisiva.

Mensaje por SMS Derfflinger » Mié Dic 08, 2021 3:06 pm

Para Lansing, un intervencionista que creía que una victoria alemana sería intolerable y que tarde o temprano Estados Unidos debía entrar en guerra para apoyar a los Aliados, había un lado positivo en el anuncio de Bernstorff, sin embargo resultó un duro golpe para Wilson, para los fundamentos de sus creencias y su política conciliadora. Antes de que Lansing pudiera llegar a la Casa Blanca, un boletín de Associated Press que anunciaba la decisión del Gobierno alemán llegó a manos de Joseph Tumulty, el secretario del Presidente, quien entró en el Despacho Oval: "Levantó la vista de su lectura", dijo el secretario. "Sin comentarios, puse el fatídico trozo de papel en su escritorio y silenciosamente vi las expresiones que corrían por sus fuertes rasgos: primero asombro, luego incredulidad, seguidos de gravedad y severidad, un repentino color gris, los labios apretados y el bloqueo familiar de la mandíbula que siempre le caracterizó en momentos de suprema resolución. Me devolvió el papel y dijo en voz baja: "Esto significa guerra".

En Berlín, el Ministro de Asuntos Exteriores Zimmermann, casi alegre, informaba al Embajador Gerard. "Verá, todo irá bien, Estados Unidos no hará nada, porque el Presidente Wilson está por la paz y nada más, todo continuará como antes. He hecho arreglos para que visites el Cuartel General y veas el Kaiser la próxima semana y todo irá bien". Gerard envió un cable a Washington diciendo que los alemanes sentían "desprecio y odio por Estados Unidos, a quienes veían como una raza gorda y rica sin sentido del honor y listos para defender cualquier idea con el fin de mantenerse fuera de la guerra”.

El día después de la visita de Bernstorff a Lansing, el Coronel House llegó a la Casa Blanca para encontrar a Wilson caminando por su biblioteca, reorganizando nerviosamente sus libros. La señora Wilson sugirió una partida de golf, pero House dijo que pensaba que la gente podría considerarlo frívolo dado el delicado momento que vivía la nación, por lo que decidieron jugar al billar antes de tratar los asuntos políticos. La angustia de Wilson surgió del hecho de que se le había despojado de su libertad de acción, durante más de dos años había repetido que Estados Unidos no toleraría la guerra submarina sin restricciones, ceder ahora el principio de la libertad de los mares mancharía el honor estadounidense y restaría credibilidad a su palabra. No tenía elección, debía romper las relaciones diplomáticas, el 3 de Febrero ordenó que Bernstorff recogiera sus acreditaciones y que Gerard regresará de Berlín, pero incluso estas acciones no significaban que Estados Unidos tuviera la intención de declarar la guerra de forma inmediata, el Presidente todavía encontraba impensable que el Gobierno alemán destruyera deliberadamente mercantes estadounidenses y otros barcos neutrales. Al anunciar la ruptura diplomática ante el Congreso, dijo: “Me niego a creer que las autoridades alemanas tengan la intención de hacer lo que nos han advertido que se sienten en libertad de hacer, solo los hechos deliberados por su parte pueden hacerme creerlo incluso ahora”. El Embajador Spring-Rice escribió a Balfour aconsejando paciencia, advirtiendo que aunque la situación diplomática era alentadora para los Aliados, la influencia más fuerte en el país seguía siendo el deseo de permanecer neutral y no debía esperarse demasiado de inmediato. "El punto principal es si y hasta qué punto el gobierno de los Estados Unidos está dispuesto y puede defender sus derechos. Muchas personas aquí piensan que puede estar dispuesto (aunque eso es dudoso) pero que no puede hacerlo. No hay duda de que el sentir del Congreso es pacífico”.

Durante el primer mes después de la ruptura de las relaciones diplomáticas el Presidente continuó esperando, por una parte por ver qué harían los alemanes y por otra para que los acontecimientos cristalizaran en la opinión pública. El Congreso debatió grandes asignaciones para el Ejército y la Armada mientras dos buques mercantes estadounidenses, el Housatonic y el Lyman M. Law, fueron torpedeados sin pérdida de vidas. Mientras tanto, la amenaza alemana de hundir todos los buques mercantes en la zona de guerra tuvo un efecto de arrastre en la economía, los nerviosos armadores estadounidenses eran reacios a enviar sus barcos al mar, los puertos de la costa Este estaban repletos de embarcaciones ancladas, por lo que la parálisis se extendió a la red de ferrocarriles; miles de vagones de carga, incapaces de descargar su contenido, con alimentos estropeándose en su interior, estaban estacionados en los apartaderos. Debido al peligro de crisis económica las cámaras de comercio exigieron medidas, los pacifistas se manifestaron para pedir que los barcos estadounidenses se mantuvieran fuera de la zona de guerra. los intervencionistas abogaban por armar a los buques mercantes con órdenes de disparar contra cualquier amenaza. Theodore Roosevelt, morado de indignación, gritó: “Se esfuerza por escabullirse de la guerra, es un completo cobarde”. El 26 de Febrero, Wilson solicitó al Congreso que autorizara armar a los mercantes estadounidenses para protegerlos "en su navegación legítima y pacífica de los mares". Mientras hablaba, llegaron noticias de que el transatlántico RMS Laconia había sido torpedeado sin previo aviso. Doce pasajeros civiles, incluidos dos estadounidenses, ambas mujeres, habían muerto.

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