Fundamentalmente se trata de una crónica de la vida política del equipo de gobierno de Chamberlain y la forma en que se relacionó con el gobierno de Hitler, comenzando en 1933 y hasta la llegada de Churchill como primer ministro, en mayo de 1940. Para ello el autor se ha basado solo en fuentes escritas en inglés, casi todas del mismo tipo: memorias de políticos británicos y colecciones de documentos diplomáticos publicadas. Ha tenido acceso asimismo a los documentos personales de no menos de cincuenta altos cargos políticos británicos. La gran mayoría son fuentes secundarias. No toca fuentes en ningún otro idioma.
Lo más destacable de este libro es lo amena que resulta su lectura, a pesar de las poco más de 500 páginas de texto que tiene. El autor tiene un buen músculo narrativo. Desde el punto de vista historiográfico es un libro que no aporta nada nuevo. Que no aporte conocimiento nuevo no significa, bajo ningún concepto, que un libro de historia sea un mal libro. Aunque este creo que sí es malo.
Leer es una actividad que a algunos nos proporciona mucho placer. Creo que Bouverie se ha tomado muy en serio esta faceta, y ha tratado de trufar el texto, de forma continua e insistente, de anécdotas y chascarrillos que no hacen sino reforzar el, por lo demás, mito de “la flema británica”.
A pesar de que sólo contempla fuentes en inglés, no ha echado mano de los trabajos de Geoffrey Roberts, ni de Gorodetsky (de éste sólo referencia los diarios de Maiski), ni de Louise Grace Shaw, ni de Michael Jabara Carley, por ejemplo, a pesar de que todos estos autores han aportado conocimiento a la cuestión que trata en su libro.
La guía argumental del libro son los pasos que sigue Hitler desde 1933, y las reacciones de las élites políticas británicas: qué piensan unos, qué piensan otros, qué escriben en su diario. No se aprecia una preocupación concreta del historiador que guíe las disquisiciones. El autor se entrega a los hechos, y los cuenta. No hay ninguna gran cuestión a la que el escritor haga frente.
En la página 421 comienza el capítulo 21, “El último verano”. Aquí el autor presenta su versión de lo que fue el último intento de los soviéticos por un lado, y británicos y franceses por otro, de sellar una alianza para detener a Hitler, en julio y agosto de 1939. Como bien sabemos, toda la cuestión terminaría con el pacto Ribbentrop-Molotov del 23 de agosto de 1939. Antes de detenerme en cuestiones concretas del capítulo, es muy importante resaltar que el autor prescinde prácticamente todo el contexto en el que se desarrollaron estas negociaciones.
Para empezar, los soviéticos, salvo anécdota graciosa que aparezca en alguna entrada del diario de algún político, no aparecen en el libro hasta prácticamente este mismo capítulo. El autor pasa de puntillas por la política exterior que Stalin venía persiguiendo desde mediados de los años 30, esto es, una alianza con las potencias occidentales para frenar las ansias expansionistas de Hitler. Como no hace énfasis en ello, deja al discurrir del lector cuál puede ser la razón de que no hable prácticamente nada de ellos: ¿desconocimiento? ¿Conoce el autor el libro de Louise Grace Shaw, “The British Political elite and the Soviet Union, 1937-1939”? También puede ser que la brutalidad del régimen estalinista le impida ser objetivo y separar la política interior soviética de la exterior. Si así fuera, estaríamos ante el mismo problema que tuvo Chamberlain y su amigo Horace Wilson.
En la página 427-8 Bouverie dice:
Para comenzar, el Bouverie empieza a contar las negociaciones con los soviéticos desde esa fecha, el 27 de mayo de 1939, obviando todo lo que había antes, sin presentar siquiera un resumen para explicar cómo se había llegado allí. Sólo con que hubiera explicado que hasta prácticamente esa fecha los británicos habían actuado como si la URSS no existiera, sin consultarle ninguna decisión referente a política exterior, aunque afectara directamente al gobierno soviético, hubiera ayudado al lector a entender algo. Para no irnos muy lejos, dos ejemplos en los que la URSS no fue ni consultada, y eso que se trataba de decisiones que tomaron los británicos (su especialidad), y que afectaban profundamente a Stalin: septiembre de 1938 con la entrega de Checoslovaquia, o la garantía que el gobierno británico da el 29 de marzo de 1939 a Polonia, que ante la URSS la presentan como un hecho consumado.Las conversaciones con los rusos, por otro lado, no marchaban nada bien. Como se esperaba, la simple mención de la Liga de Naciones exacerbó las sospechas de los soviéticos. El 27 de mayo, Molotov acusó a los británicos de querer neutralizar la alianza que habían propuesto sometiéndola a los engorrosos procedimientos de Ginebra… el embajador británico, sir Williams Seeds, protestó enérgicamente. Los británicos no tenían ninguna intención de acogerse a la maquinaria de la Liga, sino solo a sus principios. Pero el ministro de exteriores no quiso saber nada. Sentado tras una enorme mesa, sobre un estrado, se negó a aceptar las garantías del embajador y se aferró con obstinación a sus sospechas. …
Cualesquiera fueran las intenciones del corregible, ya que no muy sutil, comisario soviético – con su cabeza de bala de cañón, sus ojos como canicas y su sonrisa de “invierno siberiano”- su colega londinense siguió trabajando sin parar, y sin doblez, para lograr un pacto anglosoviético.
Nada de esto aparece en el libro de Bouverie. Aquí las negociaciones con los soviéticos empiezan el 27 de mayo. Bouverie no cuenta que los soviéticos tenían muchas razones para sentirse maltratados por los británicos. Efectivamente, aunque no hay acuerdo total entre la comunidad académica, puede ser plausible que el cambio de Litvinov por Molotov, el 3 de mayo de 1939, se debiera a que Stalin se hartó de confiar en los británicos. Litvinov era la figura dominante detrás de la búsqueda de un pacto de seguridad colectiva que los soviéticos venían buscando desde hacía años y, una y otra vez, era rechazado por los británicos. La entrada de Molotov fue una señal de Stalin, en la que decía: “Se acabó la paciencia”. Y, yo sé que esto le cuesta reconocerlo a Bouverie : Stalin tenía algo de razón. Digo que cuesta porque me da la sensación de que Bouverie no es capaz de separar el proceder criminal en política doméstica de Stalin a lo largo de los años 30 de la, en general, comedida política exterior en el mismo periodo. Por acercarnos un poco más a los antecedentes del 27 de mayo, el 14 del mismo mes Molotov presentó una propuesta de alianza francesa, inglesa y soviética, basada en otra que previamente había ofrecido Litvinov. También fue rechazada por los británicos. Pero el 22 de mayo se cerró el Pacto de Acero entre Italia y Alemania. Chamberlain se ve obligado por su gabinete a cerrar algún tipo de acuerdo. Y aquí es donde viene lo que Bouverie cuenta, tan mal contado; tanto, de hecho, que si no se conoce por otras vías, es imposible entenderlo. Chamberlain dijo que aceptaban las propuestas de Molotov, pero evitando la idea de una alianza, y sustituyéndola por una declaración de intenciones, según la cual, en ciertas circunstancias se actuaría en virtud del artículo XVI de la Liga de las Naciones (sobre resistencia colectiva frente a una agresión, la misma cláusula que tenía que haber saltado cuando Italia invadió Abisinia, miembro de la Liga, y nadie hizo nada). El punto fuerte de Bouverie reside en que controla las memorias y diarios de la élite política británica de una forma impresionante. De ello deduzco que no se le pudo escapar esta declaración de sir Henry Chips Channon, referente a la oferta de Chamberlain de evitar la “Alianza” y ofrecer a cambio el artículo XVI de la Sociedad de Naciones: “. . . our new obligation means nothing ... a Geneva [based] alliance is so flimsy, so unrealistic and so impractical that it will only make the Nazis poke fun at us. “ (Jabara, pag 152). Pero Bouverie no recoge este testimonio. Sólo viene a decir que Molotov tenía la cabeza más dura que un bordillo.
No siendo este artículo más que una reseña, el objetivo de este fragmento ha sido demostrar que este capítulo no tiene valor ninguno. Por eso no voy a extenderme más en este respecto. Y no es eso lo importante. Lo importante, o lo grave, como se quiera ver, es que el autor se ha inventado una recreación que intenta hundir en la miseria moral la política exterior soviética.
Para no extenderme más, voy a transcribir el siguiente fragmento, falto de veracidad casi en su totalidad, de la página 429:
Las páginas de la 430 a la 436 son surrealistas, plagadas de tergiversaciones.“De hecho , la historia entera de las negociaciones con los rusos es la historia del paulatino acercamiento de los británicos a su postura, mientras Molotov no se movía ni un milímetro de donde estaba, encaramado en su absurda tarima. No pasó mucho tiempo antes de que los británicos empezasen a mostrar signos de una enorme frustración.”
Y, para terminar con el capítulo titulado “El último verano”, la guinda del pastel: Bouverie justifica , entiende, comprende, ¡ lo ve bien!, que la delegación militar británica (sin poderes ningunos para firmar nada) que viajó a Rusia, lo hiciera en un viejo carguero, que tardó una semana en llegar a Leningrado (p433). Y además dice que los soviéticos no sabían quién era el general Drax, ¡que era mucho más importante de lo que ellos creían!, ¡que no es para que se molestaran!, cuando ellos llevaron a las negociaciones al comisario de defensa, con plenos poderes para firmar.
Es una auténtica pena que una editorial de la calidad y solvencia de Debate destine sus recursos a publicar un libro como este.
Saludos cordiales.