The End, Kershaw
Publicado: Vie Nov 11, 2011 11:58 am
¡Hola a todos!
Ian Kershaw, The End: The Defiance and Destruction of Hitler's Germany, 1944-45 (New York: The Penguin Press, 2011).
La que parece ser la última obra de Kershaw sobre Hitler y la Alemania nazi abre con unos agradecimientos que demuestran la gran cantidad de archivos y especialistas que ha consultado el autor para realizar su trabajo de investigación, finalmente condensado en este libro.
En el prólogo sienta Kershaw el objetivo de su libro. Un país derrotado en la guerra, viene a decir, casi siempre busca los términos para un armisticio. La autodestrucción, la devastación total y la completa ocupación enemiga que suponen continuar una guerra perdida constituyen casos extremadamente raros en la historia. Pero eso fue precisamente lo que hizo Alemania en 1945. ¿Por qué? ¿Por qué siguieron obedeciéndose las autodestructivas órdenes de Hitler? ¿Qué mecanismo de gobernanza posibilitó a Hitler el determinar el destino de Alemania “cuando era obvio para todos con ojos para ver” que la guerra estaba perdida y el país estaba siendo totalmente destruido? ¿Hasta qué punto estaban los alemanes preparados para apoyar a Hitler hasta el fin, incluso sabiendo que estaba llevando al país a la destrucción? ¿Estaban, de hecho, dando a Hitler su apoyo voluntario? ¿O simplemente estaban atemorizados al hacerlo? ¿Cómo y por qué las fuerzas armadas continuaron combatiendo y se mantuvo funcionando la máquinaria gubernamental hasta el final? ¿Qué alternativas tenían los alemanes, civiles y soldados, en la última fase de la guerra? Estas preguntas, dice Kershaw, sólo pueden abordarse examinando las estructuras de gobierno y las mentalidades a medida que la catástrofe sepultó a Alemania en 1944-45, y este examen es lo que busca el libro en un orden estrictamente cronológico.
En la introducción (“Going Down in Flames”), Kershaw presenta el caso de Robert Limpert como ejemplo del contexto histórico a partir del cual surgen las preguntas del prólogo. Es miércoles, 18 de abril de 1945, y los americanos están a las puertas de Ansbach, la capital administrativa de Franconia Central. El líder nazi del distrito ha huido durante la noche, la mayor parte de los soldados alemanes se han trasladado hacia el sur, los civiles llevan días acampando por los alrededores y toda razón invita a la rendición. Pero el comandante militar de la ciudad es un nazi fanático que insiste en combatir hasta el final. Robert Limpert es un estudiante de teología de 19 años de edad no apto para el servicio militar que decide evitar la destrucción de la ciudad que irremediablmente producirá el seguimiento de las órdenes del comandante militar. Corta la línea telefónica que cree conecta la base del comandante con las unidades de la Wehrmacht en las afueras de la ciudad. Esta acción de sabotaje, vana, es observada por dos chavales de las juventudes hitlerianas que dan parte de lo visto, dando lugar a la acción de la policía local, que arresta a Limpert en su casa.
La policía local da parte del hecho a la administración civil que todavía queda en Ansbach, y ésta pasa la información al comandante militar, que está fuera de la ciudad. Furioso con lo que escucha, el comandante militar se da prisa en llegar a la oficina de la policía y establece inmediatamente un tribunal compuesto de dos policías y su ayudante. El juicio, pura farsa, dura apenas un par de minutos, durante los cuales no se permite hablar al acusado. El comandante pronuncia una sentencia de muerte que ha de llevarse a cabo ya.
A Limpert le ponen la soga al cuello, pero, luchando, logra soltarse y darse a la fuga, aunque a los pocos cientos de metros de su huida es capturado por la policía, que lo golpea y encarcela nuevamente. Nadie de la muchedumbre que contempla esta escena sale en ayuda de Limpert; de hecho, algunos lo golpean y patean. Nuevamente se le pone la soga al cuello y es colgado, pero con tan mala suerte que la cuerda rompe y cae al suelo. Otra vez a empezar, y esta vez es colgado hasta morir en la plaza de la ciudad. El comandante ordena que se deje el cuerpo colgado “hasta que apeste”. Poco después requisa una bicicleta y huye de la ciudad. Cuatro horas después, los americanos entran en Ansbach sin disparar un solo tiro y descuelgan el cuerpo sin vida de Limpert.
Kershaw presenta luego, entre otras cosas, las explicaciones convencionales que, en diferentes momentos y de alguna forma, se dieron a esas conductas fanáticas e irracionales, como el terror estatal, la exigencia de rendición incondicional de los aliados, etc. Pero esas explicaciones no representan el cuadro más importante de la realidad, que, según Kershaw, hay que buscarla en las estructuras y mentalidades de la “gobernanza carismática” del régimen nazi.
En su primer capítulo (“Shock to the System”), abre Kershaw con un breve cuadro de la situación a finales de julio de 1944 y los sentimientos de la población alemana, que eran de “preocupación y ansiedad”, pero que seguía apoyando sin dudarlo el esfuerzo de guerra alemán. Los informes regionales del SD indicaban que el ambiente era de “profunda depresión”, “psicosis de ansiedad”, y pánico ante el avance del Ejército Rojo. Los líderes nazis continuaban dando su apoyo total a Hitler, aunque sólo fuera por el hecho de que su poder dependía del Führer. De hecho, hay cuatro líderes que salen reforzados de esta situación y del intento de asesinato y golpe de estado del 20 de julio: Bormann, Himmler, Goebbels y, en menor medida, Speer. Sobre ellos diserta Kershaw.
Luego (subcapítulo II) se centra en la situación de los militares y sus opiniones durante la época, o inmediatamente después de la guerra, mostrando el rechazo general y mayoritario del cuerpo de oficiales, y especialmente el generalto, y su condena por el atentado de Stauffenberg y compañía. Pasa (subcapítulo III) a exponer lo que pensaban los alemanes de a pie sobre el golpe militar, de rechazo y condena inmensamente mayoritarios, y de demanda de represalias contra la “diminuta camarilla” de oficiales “criminales” (en palabras de Hitler, aunque de diminuta no tenía nada) que había intentado matar a Hitler. Los informes del SD, al día siguiente del atentado, recogían “fuertes sentimientos de conmoción, consternación, enojo y furia”. Se decía que las mujeres habían roto a llorar de júbilo en las tiendas y calles de Königsberg y Berlín porque Hitler había sobrevivido al atentado. La gente se preguntaba: “¿Qué haríamos sin el Führer?”. Por muy coloreados que estuvieran estos informes, dice el autor, representaban unas corrientes de genuina opinión. Kershaw (IV) regresa nuevamente a los cuatro grandes líderes beneficiados tras el atentado del 20-J y detalla el incremento de su poder en el régimen y en la guerra, siguiendo (V y VI) con los cambios producidos en las fuerzas armadas y, particularmente, en el ejército, con un nuevo EMG purgado con Guderian a la cabeza y la introducción efectiva del NSFO (Nationalsozialisticher Führungsoffizier), y cómo aunque los “pilares del régimen” fueron sacudidos por los sucesos del 20 de julio, no sólo quedaron en pie, sino que se vieron reforzados. El carisma de Hitler, que hacía tiempo se había visto debilitado, revivió temporalmente por el atentado contra su vida.
Lo reseñado hasta aquí creo que es un buen entrante para abrir el “apetito” de quienes estén interesados en esta obra de Kershaw, colofón a su larga y excelente producción académica sobre la historia de Hitler y el Tercer Reich. El libro, poco más de 600 páginas, sigue con ocho capítulos más, de los que sólo he leído la mitad (Collapse in the West, Foretaste of Horror, Hopes Raised – and Dashed, Calamity in the East, Terror Comes Home, Crumbling Foundations, Implosion, y Liquidation), y cierra con las conclusiones, notas, fuentes de archivo y obras citadas, e índice.
Saludos cordiales
JL
Ian Kershaw, The End: The Defiance and Destruction of Hitler's Germany, 1944-45 (New York: The Penguin Press, 2011).
La que parece ser la última obra de Kershaw sobre Hitler y la Alemania nazi abre con unos agradecimientos que demuestran la gran cantidad de archivos y especialistas que ha consultado el autor para realizar su trabajo de investigación, finalmente condensado en este libro.
En el prólogo sienta Kershaw el objetivo de su libro. Un país derrotado en la guerra, viene a decir, casi siempre busca los términos para un armisticio. La autodestrucción, la devastación total y la completa ocupación enemiga que suponen continuar una guerra perdida constituyen casos extremadamente raros en la historia. Pero eso fue precisamente lo que hizo Alemania en 1945. ¿Por qué? ¿Por qué siguieron obedeciéndose las autodestructivas órdenes de Hitler? ¿Qué mecanismo de gobernanza posibilitó a Hitler el determinar el destino de Alemania “cuando era obvio para todos con ojos para ver” que la guerra estaba perdida y el país estaba siendo totalmente destruido? ¿Hasta qué punto estaban los alemanes preparados para apoyar a Hitler hasta el fin, incluso sabiendo que estaba llevando al país a la destrucción? ¿Estaban, de hecho, dando a Hitler su apoyo voluntario? ¿O simplemente estaban atemorizados al hacerlo? ¿Cómo y por qué las fuerzas armadas continuaron combatiendo y se mantuvo funcionando la máquinaria gubernamental hasta el final? ¿Qué alternativas tenían los alemanes, civiles y soldados, en la última fase de la guerra? Estas preguntas, dice Kershaw, sólo pueden abordarse examinando las estructuras de gobierno y las mentalidades a medida que la catástrofe sepultó a Alemania en 1944-45, y este examen es lo que busca el libro en un orden estrictamente cronológico.
En la introducción (“Going Down in Flames”), Kershaw presenta el caso de Robert Limpert como ejemplo del contexto histórico a partir del cual surgen las preguntas del prólogo. Es miércoles, 18 de abril de 1945, y los americanos están a las puertas de Ansbach, la capital administrativa de Franconia Central. El líder nazi del distrito ha huido durante la noche, la mayor parte de los soldados alemanes se han trasladado hacia el sur, los civiles llevan días acampando por los alrededores y toda razón invita a la rendición. Pero el comandante militar de la ciudad es un nazi fanático que insiste en combatir hasta el final. Robert Limpert es un estudiante de teología de 19 años de edad no apto para el servicio militar que decide evitar la destrucción de la ciudad que irremediablmente producirá el seguimiento de las órdenes del comandante militar. Corta la línea telefónica que cree conecta la base del comandante con las unidades de la Wehrmacht en las afueras de la ciudad. Esta acción de sabotaje, vana, es observada por dos chavales de las juventudes hitlerianas que dan parte de lo visto, dando lugar a la acción de la policía local, que arresta a Limpert en su casa.
La policía local da parte del hecho a la administración civil que todavía queda en Ansbach, y ésta pasa la información al comandante militar, que está fuera de la ciudad. Furioso con lo que escucha, el comandante militar se da prisa en llegar a la oficina de la policía y establece inmediatamente un tribunal compuesto de dos policías y su ayudante. El juicio, pura farsa, dura apenas un par de minutos, durante los cuales no se permite hablar al acusado. El comandante pronuncia una sentencia de muerte que ha de llevarse a cabo ya.
A Limpert le ponen la soga al cuello, pero, luchando, logra soltarse y darse a la fuga, aunque a los pocos cientos de metros de su huida es capturado por la policía, que lo golpea y encarcela nuevamente. Nadie de la muchedumbre que contempla esta escena sale en ayuda de Limpert; de hecho, algunos lo golpean y patean. Nuevamente se le pone la soga al cuello y es colgado, pero con tan mala suerte que la cuerda rompe y cae al suelo. Otra vez a empezar, y esta vez es colgado hasta morir en la plaza de la ciudad. El comandante ordena que se deje el cuerpo colgado “hasta que apeste”. Poco después requisa una bicicleta y huye de la ciudad. Cuatro horas después, los americanos entran en Ansbach sin disparar un solo tiro y descuelgan el cuerpo sin vida de Limpert.
Kershaw presenta luego, entre otras cosas, las explicaciones convencionales que, en diferentes momentos y de alguna forma, se dieron a esas conductas fanáticas e irracionales, como el terror estatal, la exigencia de rendición incondicional de los aliados, etc. Pero esas explicaciones no representan el cuadro más importante de la realidad, que, según Kershaw, hay que buscarla en las estructuras y mentalidades de la “gobernanza carismática” del régimen nazi.
En su primer capítulo (“Shock to the System”), abre Kershaw con un breve cuadro de la situación a finales de julio de 1944 y los sentimientos de la población alemana, que eran de “preocupación y ansiedad”, pero que seguía apoyando sin dudarlo el esfuerzo de guerra alemán. Los informes regionales del SD indicaban que el ambiente era de “profunda depresión”, “psicosis de ansiedad”, y pánico ante el avance del Ejército Rojo. Los líderes nazis continuaban dando su apoyo total a Hitler, aunque sólo fuera por el hecho de que su poder dependía del Führer. De hecho, hay cuatro líderes que salen reforzados de esta situación y del intento de asesinato y golpe de estado del 20 de julio: Bormann, Himmler, Goebbels y, en menor medida, Speer. Sobre ellos diserta Kershaw.
Luego (subcapítulo II) se centra en la situación de los militares y sus opiniones durante la época, o inmediatamente después de la guerra, mostrando el rechazo general y mayoritario del cuerpo de oficiales, y especialmente el generalto, y su condena por el atentado de Stauffenberg y compañía. Pasa (subcapítulo III) a exponer lo que pensaban los alemanes de a pie sobre el golpe militar, de rechazo y condena inmensamente mayoritarios, y de demanda de represalias contra la “diminuta camarilla” de oficiales “criminales” (en palabras de Hitler, aunque de diminuta no tenía nada) que había intentado matar a Hitler. Los informes del SD, al día siguiente del atentado, recogían “fuertes sentimientos de conmoción, consternación, enojo y furia”. Se decía que las mujeres habían roto a llorar de júbilo en las tiendas y calles de Königsberg y Berlín porque Hitler había sobrevivido al atentado. La gente se preguntaba: “¿Qué haríamos sin el Führer?”. Por muy coloreados que estuvieran estos informes, dice el autor, representaban unas corrientes de genuina opinión. Kershaw (IV) regresa nuevamente a los cuatro grandes líderes beneficiados tras el atentado del 20-J y detalla el incremento de su poder en el régimen y en la guerra, siguiendo (V y VI) con los cambios producidos en las fuerzas armadas y, particularmente, en el ejército, con un nuevo EMG purgado con Guderian a la cabeza y la introducción efectiva del NSFO (Nationalsozialisticher Führungsoffizier), y cómo aunque los “pilares del régimen” fueron sacudidos por los sucesos del 20 de julio, no sólo quedaron en pie, sino que se vieron reforzados. El carisma de Hitler, que hacía tiempo se había visto debilitado, revivió temporalmente por el atentado contra su vida.
Lo reseñado hasta aquí creo que es un buen entrante para abrir el “apetito” de quienes estén interesados en esta obra de Kershaw, colofón a su larga y excelente producción académica sobre la historia de Hitler y el Tercer Reich. El libro, poco más de 600 páginas, sigue con ocho capítulos más, de los que sólo he leído la mitad (Collapse in the West, Foretaste of Horror, Hopes Raised – and Dashed, Calamity in the East, Terror Comes Home, Crumbling Foundations, Implosion, y Liquidation), y cierra con las conclusiones, notas, fuentes de archivo y obras citadas, e índice.
Saludos cordiales
JL