¡Hola a todos!
ALU escribió:
No estoy de acuerdo en que era antisemita. Era antisionista.
Antonio Machado escribió:
Sí, me parece que tienes razón, estimado amigo; existe una diferencia entre ambos conceptos y creo que la filosofía y la posición de Charles Lindbergh podría calificarse como "antisionista", no como "antisemita".
El sionismo, en el contexto histórico de los últimos años de la década de 1930 y los dos primeros de la década siguiente (que es el periodo donde se asienta Lindbergh como figura pública líder del aislacionismo en Estados Unidos, esto es quienes no querían bajo ningún contexto que USA entrara en la guerra europea), fue un movimiento político nacionalista judío que perseguía, básicamente, el establecimiento de un estado-nación judío en la llamada “Tierra Santa”. Así pues, un antisionista debiera ser alguien contrario a ese objetivo o, en última instancia, contrario al propio movimiento como tal.
De la campaña pública de Linsbergh durante esos años y de las conversaciones privadas que mantuvo con su familia y amistades, en lo que yo nocozco, no he visto nunca siquiera un pronunciamiento de Lindbergh sobre el sionismo, ni a favor ni en contra. No digo que no pudiera tener una opinión al respecto; pero si la tuvo o expresó, yo no la conozco. En cambio, sí conozco un montón de opiniones y juicios suyos sobre los judíos, la mayoría de las cuales podrían enmarcarse, más allá de los matices, dentro de lo que, entonces, se consideraba antisemitismo. Sin embargo, antes de entrar en detalles, me gustaría subrayar una diferencia esencial en lo tocante al término “antisemitismo”, a fuerza de repetir lo que ya he escrito en otras ocasiones y otros hilos en el foro. Durante la primera parte del siglo XX, incluyendo la IIGM, me parece importante distinguir entre antijudaísmo y antisemitismo. El antijudaísmo era secular y de naturaleza básicamente religiosa. A lo largo de la historia de las naciones, allí donde alguna vez se institucionalizó el antijudaísmo, sólo se dirigió contra quienes profesaban la religión judía. Ahora bien, los judíos que se convertían al cristianismo, automáticamente dejaban de ser blancos del antijudaísmo institucional, y, las más de las veces, también del antijudaísmo individual. En cambio, el antisemitismo (término acuñado a finales del XIX) consideraba a los judíos no sólo como religión, sino fundamentalmente como raza. Tal como cristalizó en la ideología nacionalsocialista, para el régimen nazi no tenía relevancia alguna el hecho de que un judío o una judía, renegando de su fe, se convirtieran al cristianismo o, por ejemplo, se declarasen ateos o agnósticos. Incluso no tenía importancia que hubiesen sido bautizados, tras su nacimiento, como cristianos. Para el régimen nazi era una cuestión racial: aunque tu padre y tu madre fueran cristianos, y tú también fueras cristiano, si tus abuelos eran judíos, entonces tanto tú como tus padres erais igualmente judíos.
La otra gran diferencia entre el antijudaísmo y el antisemitismo descansaba en las diferentes soluciones que ambos prejuicios institucionalizados dieron a lo que se llamó la “cuestión judía”. Los nazis utilizaron incontables veces esta expresión de “cuestión judía” (y “solución a la cuestión judía”), pero tal expresión era muy anterior en el tiempo a la creación del partido nazi (NSDAP) e incluso muy anterior a la aparición del antisemitismo decimonónico tardío. Mientras que en la mayor parte de los estados europeos donde surgió, ya durante la segunda mitad del siglo XVIII, el debate político sobre la “cuestión judía”, la decisión finalmente adoptada fue su emancipación (esto es la plena igualdad de derechos como ciudadanos del estado en cuestión), proceso que varió en el tiempo y las circunstancias (en Alemania culminó en 1871), bajo el régimen nazi la solución inicial a la “cuestión judía” fue derogar gradualmente la ley de emancipación de 1871 hasta despojar completamente a los alemanes que ellos consideraban judíos de todos sus derechos de ciudadanía, para luego forzar su emigración de Alemania. Después, sometidos a toda clase de abusos e incluso asesinatos, vendrían la deportación, los guetos y los campos de exterminio.
Esta deriva criminal y monstruosa del antisemitismo del régimen nazi que culminó con el Holocausto hace necesario, en mi opinión, que hoy en día maticemos en el sentido que he expresado el término “antisemita” o “antisemitismo”, pues si antes de la IIGM podía utlizarse indistintamente y en cualquier parte del mundo el término “antisemita” para calificar, sin consecuencias en uno u otro sentido, a quien tenía y expresaba públicamente prejuicios antijudíos, tras el Holocausto la utilización de ese término siempre precisará del matiz. Quizás, lo desconozco, hoy en día no sea una especie de vergüenza o afrenta que en Estados Unidos, en algunas comunidades y estados, se tilde a alguien de racista por sus manifestaciones en contra de los afroamericanos, pero si hubiera existido en la historia norteamericana un exterminio de su población afroamericana tal como sucedió en la historia alemana con su población judía durante el régimen nazi (extensivo a los judíos europeos), dudo incluso que tales manifestaciones racistas no estuviesen severamente castigadas por ley, y que ser calificado de “racista” no fuese sentido como una vergüenza pública.
Toda esta larga introducción viene a cuento de Lindbergh y su “antisemitismo”. De las manifestaciones públicas y privadas que conozco de Lindbergh, no hay base alguna para calificarlo de antisemita racial tal como lo entendía el régimen nazi. Lindbergh era, como muchos estadounidenses y europeos de su época, una persona con prejuicios antijudíos muy alejados del odio irracional del antisemitismo nazi y sus manifestaciones prácticas. Los que conocen su vida saben que viajó a Alemania entre 1936 y 1938, si no recuerdo mal, viajes durante los que, en no pocas ocasiones, se manifestó admirado por la Alemania nazi. Desconocedor del idioma alemán y de la verdadera realidad de la Alemania de Hitler, llegó a decir literalmente que la Alemania de Hitler era el país donde más se respetaba la libertad, seguido de Inglaterra y Francia, y que, en general, en los países europeos había más libertad que en Estados Unidos. Sus simpatías alemanas se vieron un poco afectadas cuando tuvo noticia de los hechos acaecidos durante la llamada “Noche los Cristales Rotos”, el infame ataque nazi contra la propiedad y la vida de los judíos alemanes en noviembre de 1938. “
I do not understand these riots on the part of the Germans”, escribió Lindbergh. “
It seems so contrary to their sense of order and intelligence in other ways. They have undoubtedly had a difficult Jewish problem, but why is it necessary to handle it so unreasonably? My admiration for the Germans is constantly being dashed against some rock such as this” (Lynne Olson,
Roosevelt, Lindbergh, and America's Fight over World War II, 1939-1941. Those Angry Days. New York: Random House, 2013, p. 33).
Quizás el ejemplo más significativo para enjuiciar el antijudaísmo de Lindbergh sea su discurso del 11 de septiembre de 1941 en Des Moines (Iowa). En esta alocución, Lindbergh acusó a tres grupos específicos (los británicos, los judíos y la administración Roosevelt) como los principales impulsores para la entrada de Estados Unidos en la guerra: “
The three most important groups who have been pressing this country toward war are the British, the Jewish and the Roosevelt administration”. Al considerar a cada uno de esos grupos por separado, dijo de los judíos:
The second major group I mentioned is the Jewish.
It is not difficult to understand why Jewish people desire the overthrow of Nazi Germany. The persecution they suffered in Germany would be sufficient to make bitter enemies of any race.
No person with a sense of the dignity of mankind can condone the persecution of the Jewish race in Germany. But no person of honesty and vision can look on their pro-war policy here today without seeing the dangers involved in such a policy both for us and for them. Instead of agitating for war, the Jewish groups in this country should be opposing it in every possible way for they will be among the first to feel its consequences.
Tolerance is a virtue that depends upon peace and strength. History shows that it cannot survive war and devastations. A few far-sighted Jewish people realize this and stand opposed to intervention. But the majority still do not.
Their greatest danger to this country lies in their large ownership and influence in our motion pictures, our press, our radio and our government.
I am not attacking either the Jewish or the British people. Both races, I admire. But I am saying that the leaders of both the British and the Jewish races, for reasons which are as understandable from their viewpoint as they are inadvisable from ours, for reasons which are not American, wish to involve us in the war.
We cannot blame them for looking out for what they believe to be their own interests, but we also must look out for ours. We cannot allow the natural passions and prejudices of other peoples to lead our country to destruction.*
Antes de pronunciar este discurso, Lindbergh entregó una copia del texto a su esposa, Anne, en mayo. Lindbergh rechazó todos los consejos de su mujer en contra del texto. Para Anne, ese texto sobrepasaba en provocaciones todos los discursos previos de su marido. Le dijo que con ese texto iba a desatar una tormenta, que era legítimo criticar a los británicos y al gabinete Roosevelt, pero lo que decía sobre los judíos significaba “segregarlos como grupo”, allanando el terreno del antisemitismo. Tal como habían hecho los nazis en Alemania, siguió su mujer, Lindbergh estaba marcando a los judíos como una raza aparte con intereses propios contrarios de los de su país. Simplemente, para Lindbergh eran “los otros”, es decir primero judíos, segundo americanos. Las advertencias de Anne resultaron vanas.
Cuando Lindbergh acabó de dar su discurso en Des Moines, siguió una tormenta editorial por todo el país. El principal periódico de Des Moines,
Register, tildó a Lindbergh de “enemigo público núm. 1 de Estados Unidos”, añadiendo que si “fuera un agente pagado del gobierno alemán no podría servir mejor la causa de Hitler”. Una caricatura de la portada del
Register mostraba a Lindbergh hablando delante de varios micrófonos, y sentados, detrás, a Hitler y Mussolini aplaudiendo con entusiasmo; todo con la siguiente leyenda: “SU MÁS AGRADECIDA AUDIENCIA”.
El
New York Herald Tribune calificó el discurso de Lindbergh como una llamada a “las oscuras fuerzas del prejuicio y la intolerancia”. La revista
Liberty lo tildó como “el hombre más peligroso de América”. Incluso los periódicos aislacionistas que previamente habían ensalzado a Lindbergh, ahora lo criticaban. La prensa de Hearst subrayó su “desaforada e intolerante alocución”, y el
Chicago Tribune arremetió contra la “incorrección” de sus comentarios sobre los judíos. El candidato republicano a presidente en las elecciones de 1940, Wendell Wilkie, que había defendido el derecho de Lindbergh a criticar las políticas de Roosevelt, calificó el discurso como “el discurso más antiamericano hecho en mi tiempo por cualquier persona de reputación nacional”, añadiendo que “Si el pueblo americano permite que se plantee el prejuicio racial en este momento crucial, no merece la pena preservar la democracia”. Y en un sentido similar se expresaron los aislacionistas. El director ejecutivo de
Keep America Out of War Congress escribió que el discursos de Lindbergh en Des Moines había hecho más por avivar las llamas del antisemitismo y por atraer a los judíos al bando pro-guerra de lo que el propio Lindbergh podía imaginar. Son muchísimos los ejemplos similares en la prensa y en declaraciones destacadas desde diferentes ámbitos de la vida pública condenando, de una u otra forma, el discurso de Lindbergh (véase Olson, Op. Cit., p. 399 y ss.).
Recapitulando. Quizás, como expresó su mujer Anne, Lindbergh no fue consciente de su propio antijudaísmo, pero es indudable que, en muchas ocasiones, ayudó a fomentarlo. No era en absoluto un antisemita al estilo nazi, pero desde luego no se puede decir que sintiese simpatía por los judíos.
*Texto del discurso:
http://www.charleslindbergh.com/america ... speech.asp
Saludos cordiales
JL