Otra mirada sobre Schindler
Publicado: Jue Oct 01, 2009 4:44 pm
Los siguientes párrafos pertenecen al artículo "La lista contra Schindler" de hace algunos años (ya es un articulo de archivo). No copiaré la totalidad del mismo, pero sí los párrafos más relacionados con el tema, pues existe el riesgo de que el link algún día no conduzca al artículo archivado. Es una columna del historiador y periodista Roberto Bobrow publicada en fecha 1-12-2003 en el diario Río Negro de Argentina. El autor se refiere al film la lista de Schindler:
Ya en su momento ("Río Negro", 25/6/94) analizamos extensamente la retórica discursiva del filme y sus probables objetivos político-culturales. Señalábamos entonces que el modelo de esa retórica no era otro que el de la conversión paulina en el camino de Damasco por la cual el judío Saulo, perseguidor de los primeros cristianos, se convirtió en su más ardiente defensor. A través del personaje de Schindler -un perseguidor de judíos que se convierte en su salvador- Spielberg buscaba cerrar la brecha abierta entre ambas comunidades religiosas por aquella disputa originaria.
Todos somos judeo-cristianos
A diez años del lanzamiento de aquella operación cultural se hacen más comprensibles sus alcances políticos. Desde la caída de la Unión Soviética en la última década del siglo XX varios teóricos (los más divulgados fueron Francis Fukuyama y Samuel Huntington) buscaron fundamentar en aquel acontecimiento histórico un nuevo "sentido común" del capitalismo triunfante como "fin de la historia" concebible; su aceptació como "la naturaleza humana" definitivamente realizada. Claro que los contenidos económicos concretos de esta anti-utopía ("la realidad es la única verdad", podrían haber dicho) no podían ser expuestos descarnadamente con los resultados que hoy conocemos: un fabuloso proceso de concentración financiera y ampliación de la brecha social entre pobres y ricos a escala planetaria.
En lugar de ello, se lo revestía con el ropaje de valores culturales propios del Occidente "judeo-cristiano" democrático y liberal. Lo judío ya no era presentado como un anacronismo supérstite, a duras penas tolerado, como lo había sido durante 20 siglos, sino como la fuente originaria de la nueva frontera cultural.
Este judaísmo, además, tenía un rostro inequívocamente piadoso; libre de pliegues y marcas sospechosas. Las masas de judíos empobrecidos de Polonia y Rusia y los miles de activistas obreros socialistas que durante décadas alimentaron la paranoia antisemita del "judío subversivo" parecen haberse disuelto misteriosamente en el aire.
Porque para la "Lista de Schindler" y otros subproductos televisivos que le siguieron, las únicas víctimas del genocidio nazi fueron judíos religiosos y de clase media. Un verdadero secuestro de la memoria colectiva.
Los miles de horas de grabaciones testimoniales de sobrevivientes (recolectadas al calor de la consagración del modelo spielbergiano) no hacen sino corroborar las advertencias de los historiadores sociales más responsables sobre la prudencia necesaria en el tratamiento de la memoria individual. Tras décadas de literatura oficial sobre el Holocausto, la memoria individual está ya atravesada por el discurso institucional y tiende a reproducirlo o acomodarse a éste.
La otra cara de Schindler
La investigación histórica seria no puede prescindir de la contrastación documental y el análisis crítico de los testimonios. Un libro reciente ("Oskar Schindler, fabricante de la muerte", ed. Nuestra América) de Alex Szarazgat encara esta impopular tarea.
Con minuciosidad y apasionamiento este veterano militante de la legendaria Asociación Vorwarts desanda las actividades de Oskar Schindler desde su temprana participación en el contraespionaje nazi (contra su natal Checoslovaquia) hasta la confección de la famosa lista (exigida por la administración nazi para trasladar la fábrica de municiones) que le permitiría continuar con la provechosa explotación de mano de obra esclava.
La documentación presentada y analizada por Szarazgat es más que suficiente para cuestionar la idealizada imagen de la "conversión espiritual" de este oscuro personaje y -sobre todo- el supuesto compromiso personal en la salvación de esos 1.200 sobrevivientes a quienes prácticamente no conocía en realidad.
También deja abiertas serias dudas acerca de los motivos por los que muchos de esos 1.200 (no todos) han mostrado tanto empeño en sostener el relato consagrado: algunos de los que figuraron en la lista (según los testimonios aportados por el autor) no habrían trabajado nunca en la fábrica de Schindler, pero tenían los recursos pecuniarios para pagarle al intermediario que se encargó de seleccionar a sus integrantes. Algo poco enaltecedor para recordar.
Pero este libro hace algo aún más relevante para los días que corren. No sólo enmarca la vida de Schindler en el contexto histórico de la maquinaria nazi para la que trabajó, sino que establece su altura moral frente a los verdaderos héroes de esa tragedia que no gozan hoy de los beneficios de la beatificación hollywoodense.
Los que arriesgaron y perdieron su posición o sus vidas para salvar a miles de seres humanos como el cónsul portugués en Burdeos, Aristides de Sousa Mendes o el sueco Raoul Wallenberg (menos olvidado, tal vez, por su misteriosa desaparición en manos soviéticas). Pero sobre todo, los miles de rebeldes (judíos o no) que en condiciones de extrema degradación y desamparo demostraron la auténtica dimensión de la dignidad humana, enfrentando con las manos casi desnudas a sus todopoderosos opresores en los guetos, en los bosques y hasta en los propios campos de exterminio.
Por Roberto Bobrow
http://rionegro.com.ar/arch200312/01/o01s17.php
Ya en su momento ("Río Negro", 25/6/94) analizamos extensamente la retórica discursiva del filme y sus probables objetivos político-culturales. Señalábamos entonces que el modelo de esa retórica no era otro que el de la conversión paulina en el camino de Damasco por la cual el judío Saulo, perseguidor de los primeros cristianos, se convirtió en su más ardiente defensor. A través del personaje de Schindler -un perseguidor de judíos que se convierte en su salvador- Spielberg buscaba cerrar la brecha abierta entre ambas comunidades religiosas por aquella disputa originaria.
Todos somos judeo-cristianos
A diez años del lanzamiento de aquella operación cultural se hacen más comprensibles sus alcances políticos. Desde la caída de la Unión Soviética en la última década del siglo XX varios teóricos (los más divulgados fueron Francis Fukuyama y Samuel Huntington) buscaron fundamentar en aquel acontecimiento histórico un nuevo "sentido común" del capitalismo triunfante como "fin de la historia" concebible; su aceptació como "la naturaleza humana" definitivamente realizada. Claro que los contenidos económicos concretos de esta anti-utopía ("la realidad es la única verdad", podrían haber dicho) no podían ser expuestos descarnadamente con los resultados que hoy conocemos: un fabuloso proceso de concentración financiera y ampliación de la brecha social entre pobres y ricos a escala planetaria.
En lugar de ello, se lo revestía con el ropaje de valores culturales propios del Occidente "judeo-cristiano" democrático y liberal. Lo judío ya no era presentado como un anacronismo supérstite, a duras penas tolerado, como lo había sido durante 20 siglos, sino como la fuente originaria de la nueva frontera cultural.
Este judaísmo, además, tenía un rostro inequívocamente piadoso; libre de pliegues y marcas sospechosas. Las masas de judíos empobrecidos de Polonia y Rusia y los miles de activistas obreros socialistas que durante décadas alimentaron la paranoia antisemita del "judío subversivo" parecen haberse disuelto misteriosamente en el aire.
Porque para la "Lista de Schindler" y otros subproductos televisivos que le siguieron, las únicas víctimas del genocidio nazi fueron judíos religiosos y de clase media. Un verdadero secuestro de la memoria colectiva.
Los miles de horas de grabaciones testimoniales de sobrevivientes (recolectadas al calor de la consagración del modelo spielbergiano) no hacen sino corroborar las advertencias de los historiadores sociales más responsables sobre la prudencia necesaria en el tratamiento de la memoria individual. Tras décadas de literatura oficial sobre el Holocausto, la memoria individual está ya atravesada por el discurso institucional y tiende a reproducirlo o acomodarse a éste.
La otra cara de Schindler
La investigación histórica seria no puede prescindir de la contrastación documental y el análisis crítico de los testimonios. Un libro reciente ("Oskar Schindler, fabricante de la muerte", ed. Nuestra América) de Alex Szarazgat encara esta impopular tarea.
Con minuciosidad y apasionamiento este veterano militante de la legendaria Asociación Vorwarts desanda las actividades de Oskar Schindler desde su temprana participación en el contraespionaje nazi (contra su natal Checoslovaquia) hasta la confección de la famosa lista (exigida por la administración nazi para trasladar la fábrica de municiones) que le permitiría continuar con la provechosa explotación de mano de obra esclava.
La documentación presentada y analizada por Szarazgat es más que suficiente para cuestionar la idealizada imagen de la "conversión espiritual" de este oscuro personaje y -sobre todo- el supuesto compromiso personal en la salvación de esos 1.200 sobrevivientes a quienes prácticamente no conocía en realidad.
También deja abiertas serias dudas acerca de los motivos por los que muchos de esos 1.200 (no todos) han mostrado tanto empeño en sostener el relato consagrado: algunos de los que figuraron en la lista (según los testimonios aportados por el autor) no habrían trabajado nunca en la fábrica de Schindler, pero tenían los recursos pecuniarios para pagarle al intermediario que se encargó de seleccionar a sus integrantes. Algo poco enaltecedor para recordar.
Pero este libro hace algo aún más relevante para los días que corren. No sólo enmarca la vida de Schindler en el contexto histórico de la maquinaria nazi para la que trabajó, sino que establece su altura moral frente a los verdaderos héroes de esa tragedia que no gozan hoy de los beneficios de la beatificación hollywoodense.
Los que arriesgaron y perdieron su posición o sus vidas para salvar a miles de seres humanos como el cónsul portugués en Burdeos, Aristides de Sousa Mendes o el sueco Raoul Wallenberg (menos olvidado, tal vez, por su misteriosa desaparición en manos soviéticas). Pero sobre todo, los miles de rebeldes (judíos o no) que en condiciones de extrema degradación y desamparo demostraron la auténtica dimensión de la dignidad humana, enfrentando con las manos casi desnudas a sus todopoderosos opresores en los guetos, en los bosques y hasta en los propios campos de exterminio.
Por Roberto Bobrow
http://rionegro.com.ar/arch200312/01/o01s17.php