Una guerra de criminales
Publicado: Mié Jun 13, 2007 1:49 pm
La historia militar de la invasión de Rusia apenas es capaz de transmitir la larga pesadilla que envolvió aquel intento, ni es capaz de explicar el odio que añadió especial malevolencia al conflicto por ambos bandos. En muchas guerras se han dado la brutalidad y la inhumanidad, sobre todo cuando participan fuerzas irregulares en ella, pero raras veces se trata de algo premeditado sistemático. La campaña alemana reunió ambas cosas. Era el enfrentamiento final entre dos dictaduras antagónicas, irreconciliables e igualmente despiadadas y brutales, que no se detendrían ante nada para conseguir sus objetivos, lo cual por si mismo ya anunciaba que la lucha sería sin cuartel; pero además de ello los nazis añadieron su componente racista contra gitanos, judíos y eslavos en general que harían del conflicto algo difícilmente comparable a cualquier otro conflicto de la historia. La línea divisoria entre la guerra convencional y la ideológica se borró desde mucho antes de que la lucha comenzase, y se complicó luego por las condiciones sobre el terreno.
Los datos comparados hablan por si solos. Durante la I gm el ejército alemán hizo 1.434.500 prisioneros rusos; morirían en cautividad el 5,4% de ellos. Entre 1941-45 los alemanes y sus aliados hicieron 5.700.000 prisioneros del ER; al finalizar la guerra el 57,5% del total habían muerto en cautiverio. Los prisioneros alemanes en manos rusas tampoco escapan de esta lúgubre estadística: de los 3.155.000 prisioneros morirían en cautividad el 37,5% del total. Estas cifras contrastan claramente con la de los prisioneros angloamericanos que sumaban un total de 232.000 muriendo en cautiverio 8.348 (el 3,5% del total).
La situación jurídica entre Alemania y la URSS, era ciertamente confusa, lo que ayudó a legitimar a un nivel académico parte de las atrocidades germanas. Como el derecho en general era un anacronismo burgués la URSS no había ratificado la convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra de 1929, ni tampoco había reconocido expresamente las leyes de la guerra en tierra promulgadas en La Haya en 1895 y 1907, para empeorar las cosas Stalin rechazó además los servicios de la Cruz Roja.
Sin embargo aunque debido a esto el gobierno alemán no se consideraba vinculado a ninguna obligación internacional para con Rusia, esto no era del todo cierto desde el punto de vista jurídico, ya que ambas partes estaban obligadas a respetar convenciones bien asentadas sobre la guerra que habían ido evolucionando desde principios del periodo moderno. En especial, la cláusula Martens incluida en el preámbulo del IV convenio de La Haya de 1907 sobre leyes y usos de la guerra, establece que los países firmantes se comprometen a que en los casos no incluidos en las disposiciones reglamentadas, los pueblos y beligerantes quedan bajo la salvaguarda de los principios del derecho de gentes, tales como resultan de los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad y de las exigencias de la conciencia pública. Los rusos, además, habían ratificado la Convención de Ginebra de 1929 sobre el trato que debía dispensarse a los enemigos heridos capturados. Así que las cosas no eran tan ambiguas como sostenían los alemanes. A ello se ha de sumar que los nazis frustraron deliberadamente los insistentes intentos soviéticos por suscribir oficialmente la Convención de la Haya en julio de 1941 por mediación del gobierno sueco, lo que deja claro desde un principio que los nazis no estaban dispuestos a aceptar más reglas en esta guerra que las dictadas por ellos mismos.
Después de la guerra los implicados han expuesto razones más o menos convincentes para explicar el porque murieron tan gran elevada proporción de prisioneros. Así, lo han achacado a que el sistema se sobrecargó por el ingente número de prisioneros, cuya capacidad de resistencia estaba ya muy mermada por las ordenes de Stalin de destruir todas las instalaciones fabriles y los productos alimenticios. Las enfermedades epidémicas y una meteorología atroz habían devastado la población de prisioneros. Todo esto, es parcialmente cierto, pero falta una pieza fundamental: la intencionalidad y la actuación humana (en este caso sería más correcto decir inhumana).
Una guerra que se tenía previsto ganar en unas pocas semanas y las grandes batallas de cerco que lo posibilitarían tenían por fuerza que producir gran cantidad de prisioneros algo que los planificadores militares debían conocer sobradamente, sin embargo, el hecho de que consideraran que la guerra sería corta hizo que el trato a los prisioneros tuviese escasa prioridad. De este modo el enorme número de muertes se debió en principio a la decisión de mantener a la mayoría de ellos en Rusia, una zona despojada por los alemanes de alimentos para su ejército y donde las necesidades de albergue, comida o transporte iban destinadas casi en exclusiva a la werhmacht; si a esto añadimos el pensamiento nazi que consideraba a los eslavos como totalmente prescindibles el resultado no puede sorprender a nadie.
En un principio los prisioneros del ER recibían 20 gramos de mijo o pan diarios mientras se arrastraban laboriosamente por Bielorrusia. En agosto de 1941 estas disposiciones ad hoc fueron sustituidas por raciones fijas equivalentes a 2.100 calorías al día para los prisioneros que trabajaban y 2.040 para el resto. Sin embargo estas cifras pueden resultar engañosas puesto que raramente se alcanzaban fuera de los papeles de los burócratas del ejército. La realidad era que los campos por donde pasaban los prisioneros rusos quedaban sin flores pues estos se las comían, las heces eran un manjar preciado y se daban incluso casos de canibalismo entre ellos, donde los más fuertes mataban a los más débiles con el fin de saciar su hambre.
En septiembre un comité presidido por Goering decidió que con la finalidad de mejorar las raciones de la población civil alemana sería necesario reducir las raciones de los bolcheviques. Como si fuese un especialista en dietética, aunque lo desmintiese su orondez, hizo unas cuantas sugerencias sobre al posibilidad de comer gatos y caballos. Poco después el general de intendencia Eduard Wagner redujo las raciones de los que no trabajaban a 1.500 calorías, lo que supone dos tercios del mínimo para mantenerse con vida. En noviembre de 1941, un Goering divertido con la situación le dijo a Ciano que el hambre había alcanzado tales cotas entre los prisioneros rusos que para que anduvieran hacia el interior del país ya no era necesario obligarlos, bastaba con colocar en cabeza de la columna una cocina de campaña que despidiese el fragante olor de la comida.
El traslado de prisioneros fue también causa de gran mortandad, fueron dirigidos la mayor parte de las veces a pie a la cautividad debido en parte a que la red ferroviaria soviética estaba en gran parte inutilizada y sobrecargada, pero también se debió a que los que estaban al cargo de los carros y camiones vacíos que regresaban se negaban a permitir que los ocupasen prisioneros sucios y llenos de parásitos. Esto hacía que los prisioneros tuviesen que andar cientos de kilómetros conducidos por guardianes que les pegaban un tiro cuando ya no tenían fuerzas para seguir. Esto se hacía muchas veces a la vista de la población civil, como por ejemplo en Smolensko en octubre de 1941, cuando fueron ametrallados en el centro de la población ciento veinte prisioneros.
Algunos comandantes, como el general Tettau, dieron orden de poner fin a estas prácticas; otros, como Reicheneau, las alentaban. Cuando el invierno imposibilitó llevar a los prisioneros a pie, se les cargó en vagones de ferrocarril de mercancías descubiertos. No significó una gran mejora ya que eran trenes de muy baja prioridad que avanzaban a paso de caracol, y eso cuando no estaban detenidos mientras una miríada de burócratas civiles y militares de los territorios ocupados intercambiaban telegramas, cartas, memorandos y llamadas telefónicas sobre los impresos y permisos correspondientes. Las muertes por congelación eran algo habitual; en un transporte trayecto de 200 km entre Bobrujsk y Minsk murieron 1.000 prisioneros. El uso de vagones cubiertos no cambiaba demasiado las cosas puesto que no disponían de calefacción. A principios de diciembre de 1941 se informó de que entre el 25 y el 70 por cierto de los prisioneros estaban muriendo en tránsito.
Los que conseguían llegar a los campos se encontraban con unas condiciones atroces, en los casos en que se había hecho algún preparativo para recibirlos, estos consistían en el vallado de terrenos al aire libre. Acurrucados todos juntos en el calor asfixiante del verano o en el gélido frío del invierno, eran presa de parásitos, neumonía, tifus y otras enfermedades. Los SS propusieron la solución más simple: acabar a tiros con los enfermos, esto no debe llamar a engaño, los fusilamientos de los débiles y los enfermos fueron algo habitual y en su mayor parte realizados por elementos de la wehrmacht. Hitler rechazó expresamente un ofrecimiento de la Cruz Roja para vacunarlos. Los mandos militares apoyaban y estimulaban los malos tratos. En un compendio de normas que regulaban el trato a los prisioneros, el general Reinecke empezaba con esta declaración: "El bolchevismo es el enemigo mortal de la Alemania nacionalsocialista". Los soldados debían mantener las distancias con los prisioneros y tratarlos con una correcta frialdad. Cualquier disensión debía tratarse con la bayoneta, la culata del fusil o con una bala. Para los que intentaban huir la política era de tirar a matar sin advertencia previa. Dentro de los campos se debía seleccionar un grupo de prisioneros rusos armados con garrotes y látigos para mantener el orden. Reicnecke estipulaba que a los soldados alemanes no les estaba permitido usar estos dos últimos métodos, como si esto supusiera alguna diferencia.
Continua...
Los datos comparados hablan por si solos. Durante la I gm el ejército alemán hizo 1.434.500 prisioneros rusos; morirían en cautividad el 5,4% de ellos. Entre 1941-45 los alemanes y sus aliados hicieron 5.700.000 prisioneros del ER; al finalizar la guerra el 57,5% del total habían muerto en cautiverio. Los prisioneros alemanes en manos rusas tampoco escapan de esta lúgubre estadística: de los 3.155.000 prisioneros morirían en cautividad el 37,5% del total. Estas cifras contrastan claramente con la de los prisioneros angloamericanos que sumaban un total de 232.000 muriendo en cautiverio 8.348 (el 3,5% del total).
La situación jurídica entre Alemania y la URSS, era ciertamente confusa, lo que ayudó a legitimar a un nivel académico parte de las atrocidades germanas. Como el derecho en general era un anacronismo burgués la URSS no había ratificado la convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra de 1929, ni tampoco había reconocido expresamente las leyes de la guerra en tierra promulgadas en La Haya en 1895 y 1907, para empeorar las cosas Stalin rechazó además los servicios de la Cruz Roja.
Sin embargo aunque debido a esto el gobierno alemán no se consideraba vinculado a ninguna obligación internacional para con Rusia, esto no era del todo cierto desde el punto de vista jurídico, ya que ambas partes estaban obligadas a respetar convenciones bien asentadas sobre la guerra que habían ido evolucionando desde principios del periodo moderno. En especial, la cláusula Martens incluida en el preámbulo del IV convenio de La Haya de 1907 sobre leyes y usos de la guerra, establece que los países firmantes se comprometen a que en los casos no incluidos en las disposiciones reglamentadas, los pueblos y beligerantes quedan bajo la salvaguarda de los principios del derecho de gentes, tales como resultan de los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad y de las exigencias de la conciencia pública. Los rusos, además, habían ratificado la Convención de Ginebra de 1929 sobre el trato que debía dispensarse a los enemigos heridos capturados. Así que las cosas no eran tan ambiguas como sostenían los alemanes. A ello se ha de sumar que los nazis frustraron deliberadamente los insistentes intentos soviéticos por suscribir oficialmente la Convención de la Haya en julio de 1941 por mediación del gobierno sueco, lo que deja claro desde un principio que los nazis no estaban dispuestos a aceptar más reglas en esta guerra que las dictadas por ellos mismos.
Después de la guerra los implicados han expuesto razones más o menos convincentes para explicar el porque murieron tan gran elevada proporción de prisioneros. Así, lo han achacado a que el sistema se sobrecargó por el ingente número de prisioneros, cuya capacidad de resistencia estaba ya muy mermada por las ordenes de Stalin de destruir todas las instalaciones fabriles y los productos alimenticios. Las enfermedades epidémicas y una meteorología atroz habían devastado la población de prisioneros. Todo esto, es parcialmente cierto, pero falta una pieza fundamental: la intencionalidad y la actuación humana (en este caso sería más correcto decir inhumana).
Una guerra que se tenía previsto ganar en unas pocas semanas y las grandes batallas de cerco que lo posibilitarían tenían por fuerza que producir gran cantidad de prisioneros algo que los planificadores militares debían conocer sobradamente, sin embargo, el hecho de que consideraran que la guerra sería corta hizo que el trato a los prisioneros tuviese escasa prioridad. De este modo el enorme número de muertes se debió en principio a la decisión de mantener a la mayoría de ellos en Rusia, una zona despojada por los alemanes de alimentos para su ejército y donde las necesidades de albergue, comida o transporte iban destinadas casi en exclusiva a la werhmacht; si a esto añadimos el pensamiento nazi que consideraba a los eslavos como totalmente prescindibles el resultado no puede sorprender a nadie.
En un principio los prisioneros del ER recibían 20 gramos de mijo o pan diarios mientras se arrastraban laboriosamente por Bielorrusia. En agosto de 1941 estas disposiciones ad hoc fueron sustituidas por raciones fijas equivalentes a 2.100 calorías al día para los prisioneros que trabajaban y 2.040 para el resto. Sin embargo estas cifras pueden resultar engañosas puesto que raramente se alcanzaban fuera de los papeles de los burócratas del ejército. La realidad era que los campos por donde pasaban los prisioneros rusos quedaban sin flores pues estos se las comían, las heces eran un manjar preciado y se daban incluso casos de canibalismo entre ellos, donde los más fuertes mataban a los más débiles con el fin de saciar su hambre.
En septiembre un comité presidido por Goering decidió que con la finalidad de mejorar las raciones de la población civil alemana sería necesario reducir las raciones de los bolcheviques. Como si fuese un especialista en dietética, aunque lo desmintiese su orondez, hizo unas cuantas sugerencias sobre al posibilidad de comer gatos y caballos. Poco después el general de intendencia Eduard Wagner redujo las raciones de los que no trabajaban a 1.500 calorías, lo que supone dos tercios del mínimo para mantenerse con vida. En noviembre de 1941, un Goering divertido con la situación le dijo a Ciano que el hambre había alcanzado tales cotas entre los prisioneros rusos que para que anduvieran hacia el interior del país ya no era necesario obligarlos, bastaba con colocar en cabeza de la columna una cocina de campaña que despidiese el fragante olor de la comida.
El traslado de prisioneros fue también causa de gran mortandad, fueron dirigidos la mayor parte de las veces a pie a la cautividad debido en parte a que la red ferroviaria soviética estaba en gran parte inutilizada y sobrecargada, pero también se debió a que los que estaban al cargo de los carros y camiones vacíos que regresaban se negaban a permitir que los ocupasen prisioneros sucios y llenos de parásitos. Esto hacía que los prisioneros tuviesen que andar cientos de kilómetros conducidos por guardianes que les pegaban un tiro cuando ya no tenían fuerzas para seguir. Esto se hacía muchas veces a la vista de la población civil, como por ejemplo en Smolensko en octubre de 1941, cuando fueron ametrallados en el centro de la población ciento veinte prisioneros.
Algunos comandantes, como el general Tettau, dieron orden de poner fin a estas prácticas; otros, como Reicheneau, las alentaban. Cuando el invierno imposibilitó llevar a los prisioneros a pie, se les cargó en vagones de ferrocarril de mercancías descubiertos. No significó una gran mejora ya que eran trenes de muy baja prioridad que avanzaban a paso de caracol, y eso cuando no estaban detenidos mientras una miríada de burócratas civiles y militares de los territorios ocupados intercambiaban telegramas, cartas, memorandos y llamadas telefónicas sobre los impresos y permisos correspondientes. Las muertes por congelación eran algo habitual; en un transporte trayecto de 200 km entre Bobrujsk y Minsk murieron 1.000 prisioneros. El uso de vagones cubiertos no cambiaba demasiado las cosas puesto que no disponían de calefacción. A principios de diciembre de 1941 se informó de que entre el 25 y el 70 por cierto de los prisioneros estaban muriendo en tránsito.
Los que conseguían llegar a los campos se encontraban con unas condiciones atroces, en los casos en que se había hecho algún preparativo para recibirlos, estos consistían en el vallado de terrenos al aire libre. Acurrucados todos juntos en el calor asfixiante del verano o en el gélido frío del invierno, eran presa de parásitos, neumonía, tifus y otras enfermedades. Los SS propusieron la solución más simple: acabar a tiros con los enfermos, esto no debe llamar a engaño, los fusilamientos de los débiles y los enfermos fueron algo habitual y en su mayor parte realizados por elementos de la wehrmacht. Hitler rechazó expresamente un ofrecimiento de la Cruz Roja para vacunarlos. Los mandos militares apoyaban y estimulaban los malos tratos. En un compendio de normas que regulaban el trato a los prisioneros, el general Reinecke empezaba con esta declaración: "El bolchevismo es el enemigo mortal de la Alemania nacionalsocialista". Los soldados debían mantener las distancias con los prisioneros y tratarlos con una correcta frialdad. Cualquier disensión debía tratarse con la bayoneta, la culata del fusil o con una bala. Para los que intentaban huir la política era de tirar a matar sin advertencia previa. Dentro de los campos se debía seleccionar un grupo de prisioneros rusos armados con garrotes y látigos para mantener el orden. Reicnecke estipulaba que a los soldados alemanes no les estaba permitido usar estos dos últimos métodos, como si esto supusiera alguna diferencia.
Continua...