Publicado: Mar Nov 20, 2007 5:18 pm
Con respecto al asesinato de prisioneros de guerra aliados por parte de los japoneses, cito aquí unos párrafos extractados del libro "El crisantemo y la espada":
Si un ejército occidental, tras haber hecho cuando pudo, ve que no le queda salida alguna, se rinde al enemigo. Estos hombres siguen considerándose soldados dignos de todo respeto y, por acuerdo internacional, se envía una lista con sus nombres al Gobierno de su país para que las familias sepan que siguen vivos. No caen en desgracia ni como soldados ni como ciudadanos, y sus familias no se sienten avergonzados de ellos. Los japoneses, en cambio, consideraban la situación de manera distinta. El honor está íntimamente ligado a la idea de morir luchando. En una situación desesperada, un soldado nipón debía suicidarse con la última granada que le quedaba o arrojarse sin armas contra el enemigo en un ataque suicida masivo, pero jamás rendirse. Incluso si se le hacía prisionero cuando estaba herido o inconsciente, "no podría andar con la cabeza alta" en el Japón; había caído en desgracia ; había "muerto" para su gente.
Por tanto, para los japoneses, los prisioneros de guerra aliados habían caído en desgracia por el mero hecho de rendirse. Eran "objetos averiados", incluso cuando las heridas, la malaria o la disentería no les habían colocado ya fuera de la categoría de "hombres completos". Muchos americanos cuantan lo peligroso que era reírse en el campo de prisioneros y el enojo que les producía a los guardianes. A los ojos de éstos, habían sufrido una humillación y les molestaba que los americanos no se dieran cuenta. Muchas de las órdenes que habían de obedecer los prisioneros eran las mismas que los oficiales exigían a los propios guardianes japoneses; las marchas forzadas y los transportes hacinados en barcos eran cosas corrientes para ellos. Los prisioneros de guerra americanos contaban también que los centinelas les exigían rigurosamente ocultar cualquier incumplimiento de las normas; lo imperdonable era incumplirlas abiertamente.
Desafiar abiertamente la autoridad suponía un duro castigo, aunque solamente se tratara de haber "contestado". Las normas japonesas son muy estrictas contra la persona que se atreve a contestar, incluso en la vida civil, el en el Ejército se castigaba rigurosamente. SIn que ello represente disculpar las atrocidades y crueldades que ocurrían en los campos de prisioneros, hay que distinguir entre estas crueldades y aquellos actos que no eran sino consecuencia de hábitos culturales.
La vergüenza de la rendición estaba profundamente enraizada en la conciencia de los japoneses. Aceptaban con naturalidad un comportamiento que era extraño a las convenciones de guerra occidentales, e igual de incomprensibles les parecían a ellos las de los aliados. Hablanban con sorprendido desprecio de los prisioneros americanos que pedían que se dieran sus nombres al Gobierno americano para tranquilizar a los familiares. Las tropas japonesas, al menos el soldado raso, no estaban preparadas para la rendición de los americanos en Bataan, pues supusieron que lucharían hasta el fin, como ellos, y les era imposible aceptar el hecho de que no sintieran vergüenza al caer prisioneros.
Saludos cordiales.
Si un ejército occidental, tras haber hecho cuando pudo, ve que no le queda salida alguna, se rinde al enemigo. Estos hombres siguen considerándose soldados dignos de todo respeto y, por acuerdo internacional, se envía una lista con sus nombres al Gobierno de su país para que las familias sepan que siguen vivos. No caen en desgracia ni como soldados ni como ciudadanos, y sus familias no se sienten avergonzados de ellos. Los japoneses, en cambio, consideraban la situación de manera distinta. El honor está íntimamente ligado a la idea de morir luchando. En una situación desesperada, un soldado nipón debía suicidarse con la última granada que le quedaba o arrojarse sin armas contra el enemigo en un ataque suicida masivo, pero jamás rendirse. Incluso si se le hacía prisionero cuando estaba herido o inconsciente, "no podría andar con la cabeza alta" en el Japón; había caído en desgracia ; había "muerto" para su gente.
Por tanto, para los japoneses, los prisioneros de guerra aliados habían caído en desgracia por el mero hecho de rendirse. Eran "objetos averiados", incluso cuando las heridas, la malaria o la disentería no les habían colocado ya fuera de la categoría de "hombres completos". Muchos americanos cuantan lo peligroso que era reírse en el campo de prisioneros y el enojo que les producía a los guardianes. A los ojos de éstos, habían sufrido una humillación y les molestaba que los americanos no se dieran cuenta. Muchas de las órdenes que habían de obedecer los prisioneros eran las mismas que los oficiales exigían a los propios guardianes japoneses; las marchas forzadas y los transportes hacinados en barcos eran cosas corrientes para ellos. Los prisioneros de guerra americanos contaban también que los centinelas les exigían rigurosamente ocultar cualquier incumplimiento de las normas; lo imperdonable era incumplirlas abiertamente.
Desafiar abiertamente la autoridad suponía un duro castigo, aunque solamente se tratara de haber "contestado". Las normas japonesas son muy estrictas contra la persona que se atreve a contestar, incluso en la vida civil, el en el Ejército se castigaba rigurosamente. SIn que ello represente disculpar las atrocidades y crueldades que ocurrían en los campos de prisioneros, hay que distinguir entre estas crueldades y aquellos actos que no eran sino consecuencia de hábitos culturales.
La vergüenza de la rendición estaba profundamente enraizada en la conciencia de los japoneses. Aceptaban con naturalidad un comportamiento que era extraño a las convenciones de guerra occidentales, e igual de incomprensibles les parecían a ellos las de los aliados. Hablanban con sorprendido desprecio de los prisioneros americanos que pedían que se dieran sus nombres al Gobierno americano para tranquilizar a los familiares. Las tropas japonesas, al menos el soldado raso, no estaban preparadas para la rendición de los americanos en Bataan, pues supusieron que lucharían hasta el fin, como ellos, y les era imposible aceptar el hecho de que no sintieran vergüenza al caer prisioneros.
Saludos cordiales.