Hiroshima

La guerra en el Pacífico

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Erich Hartmann
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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 18, 2007 11:37 am

El bombardero Le May

La tercera fase de la guerra tuvo como objetivo Japón. Mientras los norteamericanos se acercaban al territorio metropolitano, afrontando las resistencias suicidas de Iwo Jima y Okinawa, las fortalezas volantes trataban de reducir a escombros la industria japonesa, pero su eficacia era inferior a lo que el mando estimaba imprescindible.

Los ataques del 31 Bomber Command, compuesto por medio millar de bombarderos B-29 y adscrito a la 20ª Air Force, habían comenzado en noviembre de 1944 y en dos meses –tras arrojar más de cuatro mil toneladas de bombas y de perder 90 fortalezas volantes y buena parte de sus tripulaciones– apenas habían conseguido paralizar un 5 por 100 de la industria aeronáutica japonesa, primer objetivo de los ataques. Éstos se estaban realizando de acuerdo con la doctrina aplicada en Europa: bombardeos de precisión diurnos a 9.000 ó 10.000 metros de altura, volando en formidables formaciones y arrojando bombas rompedoras. Contra el III Reich daban resultado, pese a que las defensas antiaéreas de Hitler eran formidables ¿Por qué no funcionan contra el mal defendido Japón?

A mejorar la eficacia de los bombardeos fue destinado Curtis E. Le May, de 38 años de edad, general de las fuerzas aéreas, un tipo sanguíneo, cuadrado, fumador de puros y sumamente emprendedor, que había mandado los bombarderos pesados norteamericanos en China. El general Le May concluyó que las operaciones eran poco eficaces, porque el clima japonés era muy especial: despejado por la noche y nublado por el día; porque su industria, aunque concentrada en pocas ciudades, estaba dispersa dentro de ellas: un tercio, en fábricas convencionales, otro tercio en pequeños talleres y el resto era pura artesanía familiar; porque las grandes bombas rompedoras hacían astillas centenares de casas, que estaban reparadas al caer la tarde; porque las enormes distancias reducían al mínimo la capacidad destructiva de los B-29 (2.200 kilos de bombas por viaje).

Sólo bombas

Pocos días después de acceder a la jefatura de la 20ª Air Force, Le May decidió que los bombardeos fueran nocturnos, que se atacara a las ciudades con fósforo o napalm, cuyos efectos serían mayores, dada la combustibilidad de sus edificios, que se retirara el armamento de los aviones, puesto que los japoneses casi carecían de caza nocturna, y eso permitiría cargar dos toneladas más de bombas y, finalmente, que se bombardeara a baja cota, lo que aumentaría la precisión, desconcertaría a los artilleros japoneses y ahorraría combustible, permitiendo mayor carga, hasta 6/7 toneladas.

“¡Nos van a cazar como a zorras!”, exclamó el coronel O'Donnell, comandante de la fortaleza volante B-29, Dauntless Dotty, al hablar con los pilotos de su grupo de bombardeo. No se podía creer que aquello estuviera ocurriendo de verdad. Llevaba desde el otoño de 1944 volando con el 31 Bomber Command y había visto de todo, pero lo que acababa de oírle a Le May le parecía el colmo. Estimaba un suicidio bombardear Tokio de noche, a menos de 2.500 metros de altura, de forma dispersa y desarmando los aviones.

“Pero, ¿qué locura le ha entrado a este generalito para dejar en tierra diez ametralladoras pesadas y un cañón de 20 mm y viajar cinco mil kilómetros sólo con el armamento de cola?”.

Las órdenes de Le May fueron inapelables. El 9 de marzo los aeropuertos de Saipán, Guam y Tinian entraron en ebullición. 334 B-29 fueron desarmados, cargados con dos mil toneladas de bombas y abastecidos con más de cinco mil toneladas de carburante. A las seis menos cinco de la tarde, las fortalezas volantes comenzaron a despegar desde cada uno de los tres aeropuertos con intervalos de un minuto, de modo que ya eran casi las ocho cuando partió el último. Los ángeles exterminadores comenzaron su largo viaje, volando con viento de cola a 400 km por hora, con destino a Tokio, situada a cerca de 3.000 kilómetros de distancia.

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A esas horas, la capital japonesa, que incluyendo sus barrios industriales contaba más de seis millones de habitantes asentados sobre unos 600 kilómetros cuadrados, se disponía a dormir. Los tokiotas sabían que las numerosas industrias que se levantaban en sus suburbios, en las que se fabricaba el 65 por 100 del material de guerra japonés, eran muy tentadoras para los aviones norteamericanos, pero se habían acostumbrado a reparar por la tarde las destrucciones de los bombardeos matutinos. Nadie esperaba esa noche al ángel de la muerte, pese a que las tinieblas japonesas están pobladas de genios maléficos.



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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 18, 2007 11:46 am

En el cráter del volcán

Los cuatro aviones que volaban en cabeza tenían la misión de señalar el campo de tiro a los que venían detrás. Cada uno de ellos lanzaría 180 bombas de fósforo de 35 kilos, trazando sobre la ciudad un aspa cuyos brazos medirían cerca de ocho kilómetros. Los 330 aviones restantes llevaban 8.250 bombas de 250 kilos; esos ingenios estallaban a 150 metros del suelo, proyectando 50 pequeñas bombas de tres kilos de napalm.

Para frenar aquella marea de fuego que se acercaba, Tokio contaba con unos 11.000 bomberos, muchos de ellos menores de edad, y de los que apenas 3.000 se hallaban de guardia. Había, también, un centenar de cazas nocturnos para cubrir todo el archipiélago y protegían la capital apenas doscientas piezas antiaéreas, cuyas alzas y reflectores auxiliares estaban ajustados para actuar contra aviones que volaran a más de 9.000 metros de altura.

Tras siete horas de vuelo, los primeros B-19 avistaron Tokio. Era justo media noche, una de la madrugada en los aeropuertos de partida. Mientras las sirenas aullaban avisando de la proximidad de los aviones, los marcadores se cruzaron lanzando sus bombas de fósforo, que estallaban a treinta metros de altura con llamaradas blancas, un chorro de fuego y chispas que marcó Tokio con una especie de Cruz de San Andrés, cuyas aspas incandescentes formaban un rectángulo de unos 36 kilómetros cuadrados. Las puertas del infierno estaban abiertas. Eran las 0.15 horas del 10 de marzo de 1945.

Los habitantes de Tokio salieron a la calle alarmados por las sirenas, pero no veían el motivo de tanto alboroto. Escuchaban el zumbido de algunos aviones y lejanos estampidos sobre todo de la artillería antiaérea, pero las explosiones del bombardeo eran menos alarmantes que en otras ocasiones.

Un diplomático sueco presenció el bombardeo: “Los B-29 llegaron aquella noche desde dos direcciones distintas. Volaban bajo y se desplegaban sobre nosotros como en abanico. Los bombarderos era espléndidos. Su color cambiaba como el de los camaleones. Verdoso cuando pasaban sobre los haces luminosos de los proyectores, rojizos cuando volaban sobre las llamaradas de los incendios”.

En cada barrio, las somnolientas gentes vieron aterradas que, cuando un avión pasaba cerca, dejaba tras de sí un mar de fuego que avanzaba voraz empujado por el viento. Cientos de miles personas se lanzaron a las calles, tratando de huir de las llamas que tenían más cerca, para toparse con una multitud enloquecida que corría en dirección contraria, también perseguida por la marea de fuego. Millares de personas perecieron arrolladas y pisoteadas en la inmensa confusión de aquella aterradora noche.

Velas centelleantes

Insensibles ante la inmensa tragedia que se estaba produciendo en la ciudad, las tripulaciones de las fortalezas volantes se afanaban en su labor destructiva, tratando de saturar de napalm las zonas que aún no ardían. Según el testimonio de uno de ellos: “Tokio estaba iluminado como un bosque de árboles de Navidad. Las hogueras aún se podían distinguir unas de otras, pero el fuego comenzaba a extenderse; era como si millares y millares de velas centelleantes resplandecieran hasta formar un solo foco de fulgor”.

Parte de aquellas “velas” eran personas que ardían como antorchas. Inmensas multitudes enloquecidas se lanzaron hacia el río Sumida, que atraviesa Tokio. Sobre los puentes se produjeron millares de muertos, aplastados por los que corrían en dirección opuesta. Quienes alcanzaron sus orillas lograron la salvación, pero los que sólo pudieron llegar a pequeños canales perecieron en ellos, porque la temperatura ambiente superó en algunas zonas los 700 grados y el agua entró en ebullición, cociendo vivos a los que allí se habían refugiado.

En las escuelas de Fukagawa, de sólida construcción y recomendadas como refugio antiaéreo, se acogieron más de 13.000 personas, que perecieron en los sótanos faltas de oxígeno, absorbido por el inmenso incendio. Otros se lanzaron a las piscinas, que a la mañana siguiente aparecieron sin agua y saturadas de cadáveres hervidos.

Las columnas de aire caliente eran tan fuertes que ascendían hacia el cielo alcanzando más de cuatro mil metros y zarandeando las sesenta toneladas de los últimos B-29 como si fuesen de papel. El ataque duró tres horas, pero hasta el alba, la ciudad padeció la tempestad de fuego, la inmensa ola de calor y la asfixiante humareda. Con el nuevo día se hizo patente la magnitud de la catástrofe: habían perecido unas 120.000 personas y más de 40.000 resultaron heridas. Veintiséis kilómetros cuadrados de Tokio resultaron calcinados, otros tantos, muy dañados y, según cifras de la policía, el fuego arrasó 267.170 viviendas, quedando más de un millón de personas sin hogar.


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 18, 2007 12:02 pm

Bombardeo alfombra

Al día siguiente, 11 de marzo, el general Le May valoraba satisfecho la operación: 14 aviones destruidos y ocho tripulaciones desaparecidas. Según el parte oficial: “Tokio perdió el día de ayer el 18 por 100 de sus sectores industriales, el 63 por 100 de sus distritos comerciales y el centro mismo de sus barrios residenciales”.

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El éxito confirmó las hipótesis de Le May y sus aviones practicarían, en adelante, el Carpet bombing (bombardeo alfombra). Tokio, Nagoya, Osaka, Kobe y Yokohama serían objetivos prioritarios de los B-29, sobre los que retornarían una y otra vez, arrasándolas entre marzo y mayo de 1945 con más de 30.000 toneladas de bombas y causando medio millón de muertos. Las cinco ciudades más importantes habían perdido al llegar el verano de 1945 el 80 por 100 de su potencia industrial. En aquel momento le llegó el turno al segundo escalón de las ciudades japonesas, 23 urbes que contaban entre cien mil y cuatrocientos mil habitantes, y después –mientras en Potsdam se celebraba la última Cumbre de los Tres Grandes– se marcaron como objetivo otras 41, de unos cien mil moradores.

Todas y cada una de ellas fue pasada por el fuego. Entre noviembre de 1944 y agosto de 1945, se arrojaron sobre Japón 170.000 toneladas de bombas, cuyos efectos resultaron demoledores: la industria quedó reducida a mínimos, 21 millones de personas perdieron su casa y cerca de un millón, la vida. Con todo, el Carpet bombing de Le May iba a ser sólo el pregón de Hiroshima y Nagasaki, dos ciudades importantes que, con Kokura y Nigata, habían sido reservadas para su inmolación en el holocausto atómico. ■



Exageraciones

La propaganda japonesa ensalzó y exageró sus victorias y, al final, Tokio se creyó sus propias hipérboles. Cuando la guerra llegaba ya al territorio metropolitano, entre el 18 y el 21 de marzo de 1945, durante una de las batallas navales previas a la conquista de Okinawa, el Gran Cuartel General Imperial comunicaba: “Han sido hundidos tres portaaviones estándar, dos acorazados, tres cruceros, un buque de guerra de clase desconocida y, además, unos 180 aviones norteamericanos han sido derribados; 130 aviones japoneses no han regresado a sus bases”.

En el otro bando, el parte oficial del almirante Nimitz decía: “Han sido averiados uno o dos acorazados y dos o tres portaaviones japoneses, además de dos portaaviones ligeros y otros dos de escolta, un crucero pesado, uno ligero y cuatro destructores. Se ha comprobado el hundimiento de seis mercantes japoneses. Doscientos aviones han sido derribados y 275, destruidos en el suelo. Un buque norteamericano ha resultado gravemente averiado y otros varios sufrieron daños menores, que no les impide seguir operando”.

Tras la guerra, se confirmaron las informaciones norteamericanas. Su evidencia más contundente fue que el primero de abril comenzó su desembarco en Okinawa.



La última oportunidad

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Ante la sistemática destrucción que estaba sufriendo el país, la aniquilación de su marina –el gran acorazado Yamato se hundiría el 7 de abril– y la desesperada lucha que sus tropas libraban en Okinawa, el emperador optó, el 6 de abril de 1945, por cambiar de Gobierno, encargándole su jefatura a Kantaro Suzuki y la cartera de Exteriores a Shinegori Togo. Hirohito les sugirió que buscaran una salida negociada, reiterando la que, infructuosamente, ya había hecho al anterior gabinete.

Esfuerzo inútil porque la estructura de poder en el Japón de la época, otorgaba, prácticamente, la última palabra sobre el asunto a los dos ministros militares –Ejército y Marina– y a sus jefes de Estado Mayor, pues si no lograban imponer sus criterios, el Ejército y la Marina podían destituirles y crear una situación de abierta hostilidad entre las Fuerzas Armadas y el poder civil.

Por tanto, era misión de Suzuki y de Togo convencer a los generales y almirantes de la necesidad de negociar un armisticio. Empresa difícil, pese a la desastrosa situación militar, industrial, civil, pues los militares –basándose en lo ocurrido en Iwo-Jima– creían que sobre el suelo patrio se libraría la batalla del destino y que en ella el valor físico y el espíritu samurai se impondrían a la tecnología que los norteamericanos estaban imponiendo en el cielo y en el mar.

Así se produjo un atroz juego de indecisiones que permitió la prosecución de los bombardeos y su culminación atómica. Mamoru Shigemitsu, sucesor de Togo en Exteriores y firmante de la capitulación a bordo del acorazado norteamericano Missouri, cuenta que, tratando de movilizar la vía negociadora, el marqués Koicho Kido, custodio del sello privado y confidente del emperador, se dirigió al ministro de Marina, almirante Mitsumasa Yonai, y le preguntó:

–¿Ha pensado en los medios para poner término a la guerra?

–¿Qué puedo yo hacer en eso? –replicó Yonai– Suzuki tiene sobre este punto ideas muy fijas.

El custodio del sello privado se dirigió, a continuación, al primer ministro, Suzuki, y le preguntó:

–¿Tiene usted alguna idea sobre el restablecimiento de la paz?

–¿Qué pudo hacer yo en esto? –respondió el jefe del gobierno–, Yonai es muy terco.

Es decir, los militares no querían la paz; los políticos no podían imponerla y todos jugaban a la gallina ciega. En esa tesitura, la guerra seguía. El emperador, finalmente, decidió imponer su autoridad y el 22 de junio, reunió al Consejo de los Seis (primer ministro, ministros de Exteriores, Ejército y Marina y jefes de Estado mayor del Ejército y la Marina) y le dijo:

“Tanto sobre el plano nacional como sobre el internacional, se había llegado a una fase crítica. La situación militar era sumamente desfavorable y las dificultades aumentarían conforme prosiguieran los ataques aéreos. Por tanto, los miembros del Consejo de la Corona deberían hacer todo lo posible por terminar la guerra en el plano más rápido posible”.

Ni fueron muy rápidos, ni muy sagaces. Se dirigieron a Moscú, donde no deseaban escucharles, porque el interés de Stalin era declararles la guerra en cuanto le fuera posible y saciar sus intereses en Manchuria y la fachada extremooriental del continente. Al tiempo, por medio de Suiza se trataron de acercar a Estados Unidos, entrando en contactos distantes con Allen W. Dulles. Todo fue demasiado lento, poco enérgico, indirecto... para frenar el lanzamiento de la bomba atómica. Demasiado conocían en Washington el interés del Gobierno en la capitulación, pues su decodificadora Púrpura descifraba todos los mensajes diplomáticos y militares japoneses. A los halcones sólo hubiera podido pararles una demanda directa, clara y expresa. Y Tokio no supo verlo.



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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 18, 2007 12:17 pm

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Mannerheim
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Mensaje por Mannerheim » Vie Ago 24, 2007 12:23 pm

Hola,

como asunto curiooso relacionado con las bombas atómicas lanzadas sobre Japón, recuerdo la historia de los 8 afortunados, las personas con la peor y la mejor suerte del mundo a la vez. Es decir, los supervivientes a ambos ataques atómicos porque se encontraban en Hiroshima el 6 y en Nagasaki el 9. Buscando rapido por Intenet he encontrado este link:


http://www.anfrix.com/?p=763

Espero no estar contando algo ya repetido en los foros existentes.

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"Haga la guerra con todo el mundo, pero la paz con Inglaterra"

El duque de Alba a Felipe II

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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Ago 24, 2007 4:53 pm

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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Ago 24, 2007 5:00 pm

En el 60 aniversario del primer bombardeo nuclear, David Solar recuerda las circunstancias en que se desarrolló el Proyecto Manhattan, el debate de los especialistas, la decisión de Truman, el día del apocalipsis y la visión que hoy se tiene sobre la tragedia en Japón y en Estados Unidos

Soy la muerte, el destructor de los mundos” (“Bhagavad-Gita”, canto VI del Mahabharata).

La tarde del domingo cinco de agosto era tibia y tranquila en el aeropuerto de Tinian. El pintor del 509º Grupo de Bombardeo trabajaba con sus pinceles en el lateral derecho del morro plateado de la fortaleza volante B-29, nº 82. Contemplaba la escena el coronel Paul Tibbets, su comandante y jefe de la escuadrilla especial 393, formada por diez aparatos. Encaramado en su escalera el pintor terminaba el rótulo, que ya podía leerse: Enola Gay. El coronel Tibbets, de 30 años de edad, sonrió satisfecho al ver el nombre de su madre, que en aquellos momentos estaría durmiendo tranquilamente en su casa de California.

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El pintor retiró sus bártulos y el personal auxiliar fue congregándose en torno al gran bombardero. Un tractor apareció arrastrando un remolque en el que, cubierta por una lona, avanzaba la carga que debería transportar el aparato. Se trataba de un gran artefacto de cinco toneladas de peso y relativamente parecido a las bombas convencionales.

No era el gran volumen del ingenio lo que suscitaba tanta expectación, pues la escuadrilla llevaba semanas entrenándose en el lanzamiento de grandes bombas, sino el secreto que lo había rodeado desde que el día 26 de julio llegara a la isla de Tinian (archipiélago de las Marianas), procedente de Estados Unidos, a bordo del crucero Indianápolis. No había sido almacenada en un polvorín común, sino en un hangar climatizado, cerca de la pista de aterrizaje e iba a ser cargado en una fortaleza volante que, por vez primera, bombardearía un objetivo japonés en solitario. Además, todo el personal de la base sabía que estaba en marcha una misión secreta y que nadie de la escuadrilla, salvo el coronel Tibbets, conocía el objetivo de aquel misterioso artefacto.

A dos mil quinientos kilómetros de distancia, hacia el noroeste, en Hiroshima, en la gran isla japonesa de Honsu (Hondo), el jesuita español Pedro Arrupe paseaba con un grupo de compañeros por los amables alrededores del colegio y noviciado que los jesuitas tenían en las afueras y tocaron el tema de la guerra que se acercaba inexorablemente a Japón, cuyas poblaciones importantes estaban siendo reducidas a cenizas una tras otra. Pese a la propaganda, no se les ocultaba que la aviación norteamericana se movía libremente sobre sus cielos. Comentaron, con aprensión, que cualquier día recibirían su visita, y eso era tan seguro como que se produciría un desembarco en fecha no muy lejana. Como había ocurrido isla tras isla en todo el Pacífico, los marines alcanzarían las playas metropolitanas precedidos por una tempestad de fuego y Japón no se entregaría sin lucha, pero sería una sacrificio inútil, pues su industria ya no proporcionaba armamento competitivo a sus soldados. Circulaban rumores de que se estaban armando milicias con lanzas de bambú...

No muy lejos, el doctor Michihiko Hachiya entraba de guardia en el hospital de Comunicaciones de Hiroshima. El centro estaba casi vacío porque los enfermos habían sido trasladados al interior... Su guardia, por tanto, estaba relacionada con la defensa antiaérea, pues el hospital tenía asignada la atención sanitaria de varias baterías de artillería. Durante la noche comentó con otros miembros del personal sanitario lo afortunada que estaba siendo Hiroshima, una ciudad importante por población, industria y ejército, que hasta la fecha no había recibido ningún castigo. Pero todos estaban fatalmente convencidos, pese a su alto patriotismo, de que la fortuna no sería perdurable, pues paulatinamente parecía mayor la potencia atacante. En consecuencia, cada día era menor el número de ciudades indemnes... aunque estas cosas apenas si se insinuaban por miedo a los omnipresentes oídos de la policía política.

Una misión muy especial

Los nueve hombres de la tripulación del Enola Gay embarcaron en la fortaleza volante a las 2.30 de la madrugada del 6 de agosto, hora de Tinian, y tuvieron su primera sorpresa cuando vieron subir al aparato a dos extraños, el capitán de navío William Parsons y su ayudante el alférez Jeppson, encargados de una misión especial. Inmediatamente, el gran bombardero comenzó a calentar motores y despegó a las 2.45 h. En su compañía partieron otros dos B-29, encargados de mediciones científicas, fotografiado y escolta. Tibbets puso rumbo noroeste y sólo desveló que volaban hacia Japón. Cerca de las cuatro de la madrugada, el capitán Parsons y su ayudante descendieron a la bodega y comenzaron a montar el mecanismo de disparo de la bomba, diseñado por el capitán. Un cuarto de hora después, Little Boy (Muchachito), nombre clave del ingenio, estaba ya dispuesto para inaugurar la era atómica.

Poco antes de las cinco –hora de Tinian, por la que se regía el Enola Gay– cuando sobrevolaban Iwo-Jima, Tibbets, se dirigió a su tripulación y desveló el gran secreto: iban a lanzar una bomba mil veces más potente cuanto se conocía. Añadió que aquella misión era tan importante que cuando alcanzaran las costas japonesas serían “registradas todas las conversaciones del interfono para los archivos. Muchachos, cuidad vuestro lenguaje. Éste es un vuelo histórico: ¡llevamos la primera bomba atómica!”.

En esos momentos, cuatro de la madrugada hora de Hiroshima, el personal de guardia en el Hospital de Comunicaciones, venciendo los bostezos, se despedía comentando, una vez más, lo tranquila que había sido la noche, sin ni siquiera un conato de alarma. Había llegado el relevo y podían irse a dormir.


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Mensaje por Akeno » Vie Ago 24, 2007 5:06 pm

Una pequeña corrección Hartmann.

En la foto de Nimitz y cía, el pie de foto dice que King era Secretario de Estado de Marina y no es así.

El secretario de Estado de Marina hasta el 28/4/1944 fue Frank Knox. El cargo de King desde marzo del 42 hasta diciembre del 45 fue el de Jefe de Operaciones Navales (CNO).

Saludos

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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 25, 2007 1:22 pm

Gracias por la corrección, Akeno :wink:


Dos físicos alarmados

La atroz amenaza que avanzaba a 400 km/hora hacia Hiroshima, había iniciado su historia seis años antes. En el verano de 1939, cuando la tensión en Europa presagiaba ya la guerra, el físico húngaro Leo Szilard, refugiado en Estados Unidos, había visitado a Albert Einstein, premio Nobel de Física 1921, profesor en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton y el científico más famoso del mundo en aquellos momentos. Quería comunicarle la grave obsesión que le desvelaba. En Alemania había especialistas en fisión nuclear y era previsible que el nazismo tratase de utilizarlos para construir armas atómicas. Por tanto, proponía que Einstein hiciera llegar al presidente Franklin D. Roosevelt tanto la alarma de los científicos como la necesidad de que Estados Unidos construyera un ingenio atómico que neutralizara el que pudieran fabricar los nazis.

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“Señor: algunas recientes investigaciones realizadas por E. Fermi y L. Szilard, cuyos manuscritos me han sido facilitados, me inducen a creer que el elemento uranio puede convertirse en una nueva e importante fuente de energía en un inmediato futuro. Ciertos aspectos de la situación así creada parecen demandar atención y, si fuera necesario, acción rápida por parte de la administración. Creo, por tanto, que es mi deber llamar su atención sobre los siguientes hechos y recomendaciones...”.

Éste es el primer párrafo de la carta que Einstein envió al presidente norteamericano el 2 de agosto de 1939. A lo largo de dos holandesas, le decía que era posible fabricar un ingenio a base de uranio, cuya reacción en cadena desencadenaría fuerzas formidables: “Una sola de estas bombas, introducida por un buque en cualquier puerto, podría casi con seguridad destruir completamente el puerto y arrasar toda la zona colindante...”. Por tanto, recomendaba a Roosevelt que se aprovisionara de uranio y formase un equipo de científicos que iniciara los trabajos para construir un ingenio atómico antes de que lo consiguiera Hitler.

La carta le fue entregada a Roosevelt por Alexander Sachs el 11 de octubre, pues el presidente había estado muy ocupado a causa del comienzo de la II Guerra Mundial. El presidente escribió al margen: “Asunto que requiere actuar”. Diez días más tarde, se reunía ya el organismo creado al efecto: el Comité Consultivo del Uranio. Pero en aquellos primeros meses ni se le dotó de gran presupuesto ni de una organización eficaz, de modo que los resultados fueron pobres. Estados Unidos era un país neutral en la guerra y el proyecto de Szilard era algo secundario, ante las prioridades que demandaban las distintas armas para ponerse al día de acuerdo con lo que se observaba en los campos de batalla europeos y atlánticos: reclutamiento, adiestramiento, blindados, aviones, buques y, sobre todo, más portaaviones...

Todo cambió a partir del otoño de 1941. Primero, con el informe de Vannevar Bush, jefe de los asesores científicos del presidente, que urgía la construcción de la bomba y, sobre todo, con el ataque japonés contra Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. La entrada de Estados Unidos en guerra –y la fundada sospecha de que en la Alemania nazi se estaba trabajando en proyectos nucleares– obligó a los norteamericanos a movilizar grandes recursos y equipos, coordinados desde el punto de vista organizativo y administrativo por el general Leslie Groves, y en los aspectos científicos por el físico norteamericano Robert Oppenheimer, a cuyas órdenes trabajaron Szilard, el italiano Enrico Fermi, el danés Niels Bohr y muchos físicos norteamericanos y británicos eminentes, como Hans Bethe y James Chadwick.

Para entonces, el plan de fabricar la bomba atómica había sido bautizado como Proyecto Manhattan, pues en Nueva York, en la isla de Manhattan, tenía su sede el puesto de mando de la operación. Gracias a los inmensos recursos económicos (más de 2.000 millones de dólares, equivalente al gasto militar de los dos bandos en la guerra civil española), no se regatearon medios humanos, materiales y organizativos y pronto se obtuvieron resultados espectaculares: el 2 de diciembre de 1942, Enrico Fermi, otro premio Nobel de Física, logró la primera reacción en cadena.

Destino, Japón

Para entonces, los científicos del Proyecto Manhattan trabajaban en dos teorías diferentes, que darían lugar a dos bombas distintas: una, a base de uranio y otra de plutonio. Como no se escatimaba el dinero y como lo primordial era llegar a tener la bomba, se dio vía libre a los dos proyectos. Docenas de instalaciones que producían diversos elementos para el Proyecto Manhattan surgieron a lo largo y ancho de Estados Unidos, pero el centro neurálgico se situó en Los Álamos, un punto perdido en el desierto de Nuevo México, donde se erigió una base que se encargaría del ensamblaje de todos los elementos. Allí, rodeados de extraordinarias medidas de seguridad, trabajaron los científicos a un ritmo trepidante: no podían permitir que Hitler ganara la carrera atómica, pues no tendría escrúpulo alguno en utilizarla para lograr su objetivo final: el dominio del mundo y el Reich de los mil años.

El presidente Roosevelt seguía asiduamente los progresos del Proyecto Manhattan porque en asuntos armamentísticos era proclive a creerse cualquier fantasía y aquel que tenían entre manos, a tenor de toda la ciencia y el prestigio acumulados, tenía todos los visos de convertirse en realidad y, además, era su bomba. Un arma definitiva que ni tenía escrúpulo alguno en emplear pese a que los informes de los científicos eran bastante claros. “Entre 1941 y 1945 nunca oí al presidente ni a ninguno de los miembros del Gobierno oponerse al empleo de la energía atómica en la guerra –escribió Henry L. Stimson, secretario de Defensa entre 1940 y 1945–. Por supuesto, todos éramos conscientes de la responsabilidad que comportaba nuestro proyecto de fabricar un arma tan destructiva. El presidente Roosevelt me comentó frecuentemente su consciencia de la potencia catastrófica de lo que estábamos construyendo. Pero había que finalizarlo, ya que estábamos en guerra” (citado por André Kaspi, “¿Fue necesaria la bomba?”, L’Histoire, núm. 188, 1995).

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Al final, la muerte –el 12 de abril de 1945– le liberó de la responsabilidad de ordenar el lanzamiento de la bomba. Todavía no tenía la bomba y ya no hubiera sido necesario utilizarla sobre la derrotada Alemania nazi.

Sin embargo, los altos mandos militares norteamericanos, alarmados ante el derroche de vidas que estaba costando la ocupación, isla tras isla, del Pacífico, preparaban planes para utilizar la bomba contra Japón. Por otro lado, el odio que la opinión pública norteamericana respiraba contra Tokio, agresor sin previa declaración de guerra de su base de Pearl Harbor, facilitaba el bombardeo atómico. De cualquier forma, en el ocaso de su vida, Roosevelt comenzó a tener dudas, pues incluso contra el encarnizado enemigo japonés se podría utilizar sólo “tras una profunda reflexión”.



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solrojosobrehiroshima
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Mensaje por solrojosobrehiroshima » Dom Sep 21, 2008 8:55 pm

¿Qué pensais de la influencia de los meteorogos en la decisión de los objetivos de la bomba atómica?
¿Por qué se lanzó una bomba atómica sobre Japón? Descubre las claves que motivaron la mayor catástrofe bélica de la 2ª Guerra Mundial
http://hiroshima.blogcindario.com/

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minoru genda
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Mensaje por minoru genda » Lun Sep 22, 2008 12:37 pm

Pues no sé...en mi opinión ellos predijeron el tiempo que podría haber sobre las ciudades propuestas para el bombardeo y ahí acaba la influencia que pudieran tener en ellos.
El alto mando dió si mal no recuerdo dos objetivos para el lanzamiento y si uno de ellos que era el principal, se encontraba cubierto de nubes el avión debería irse hacia un objetivo secundario o alternativo. Por tanto la influencia de los meteorólogos no va más alla del informe redactado sobre el tiempo que iba a hacer sobre los objetivos propuestos.
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tavoohio
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Re: Hiroshima

Mensaje por tavoohio » Dom May 26, 2013 5:46 pm

Que lastima que las fotos ya no este en el articulo o los links estén rotos.

pastelsjl
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Re: Noticias

Mensaje por pastelsjl » Lun May 13, 2019 8:46 pm

La bomba atómica convirtió Hiroshima en arena de playa. Miles de millones de partículas vítreas de las playas cercanas proceden de la ciudad volatilizada por la explosión según una investigación del geológo Mario Wannier

https://elpais.com/elpais/2019/05/13/ci ... 47398.html

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Montefusco
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LA ACCIDENTADA MISIÓN DE NAGASAKI

Mensaje por Montefusco » Mar Ago 11, 2020 7:32 am

El relato de la misión de Hiroshima, a pesar de la significancia histórica de ésta, es bastante aburrido porque todo resultó a la perfección. Por el contrario la misión dirigida a Nagasaki estuvo llena de sobresaltos incluso antes de despegar:
Cuando el cientifico Robert Shcreiber aterrizó en Tinian llevando el núcleo de la bomba, no tenía órdenes de que hacer con ella, así que el equipo de civiles enviados con anterioridad desde Los Alamos simplemente ubicaron el arma más poderosa de la tierra en la parte trasera del barrancón en el que dormían. La noche anterior al despegue uno de los ingenieros descubrió que los conectores de detonación habían arribado mal colocados así que procedió a desmontarlos y volverlos a colocar utilizando soldadura eléctrica, caso contrario la bomba nunca hubiera detonado.

Tibbets asignó a última hora la misión al comandante Charles Sweeney, quien intercambió su avión "The Great Artiste", que había sido modificado para llevar el instrumental de medición, con el "Bock's Car" del Capitan Frederick Bock. Sweeney era un piloto de pruebas que acumulaba más horas de vuelo en el B-29 que cualquier otro aviador en la USAAF, pero nunca había estado en una misión de combate real, y tampoco estaba familiarizado con el Bock's Car, en un momento en que cada B-29, al tratarse de un modelo puesto en servicio de forma apresurada sin un suficiente tiempo de evaluación y desarrollo para corregir defectos menores, tenía sus particulares "bichos" y limitaciones. Estos 2 factores influirían en el desarrollo de la misión.

El avión despegó con la ciudad de Kokura como objetivo principal y Nagasaki como el objetivo alternativo, los reconocimientos meteorológicos indicaban clima despejado sobre las 2 ciudades, pero con amenaza de monzones que cerrarían la "ventana" del buen tiempo si no se actuaba con rapidez. Por esa razón, cuando durante las pruebas pre despegue la tripulación de Sweeney descubrió que no se podía acceder al combustible ubicado en el tanque de reserva, Tibbets dio la orden de despegar. A las 3 horas del despegue, el capitan Ashworth de la USN, el oficial con experiencia en Los Alamos a cargo de la bomba nuclear, fue despertado por uno de los armeros: luces rojas titilaban en el tablero de la bomba, lo cual significaba la posibilidad de que detonara en vuelo. Luego de 10 minutos de revisar los manuales descubrieron cuales interruptores habían sido incorrectamente encendidos y procedieron a apagarlos, sin embargo Ashworth no volvió a dormir hasta que lanzó el ingenio.

El plan de vuelo estipulaba que los 3 aviones debían reunirse sobre la isla de Yukushima al sur de Japón, si uno no aparecía el tiempo de espera no debía superar los 15 minutos. Sweeney se encontró rapidamente con el avion de Bock, pero no con el tercer B-29, el de reconocimiento fotográfico, que pilotado por el Mayor Hopkins que orbitaba sobre ellos 2700 metros más arriba, pero sin hacer contacto visual por la interferencia de las nubes. Sweeney, probablmente queriendo llevar a cabo una misión perfecta, orbitó por 45 minutos hasta finalmente decidirse a partir hacia el objetivo, mientras Hopkins al no encontrar a sus compañeros transmitía a Tinian "Is Sweeney down?" ("fue derribado Sweeney?"), en la base se recibió solo la 2a y 3a palabra por lo que el mensaje fue tomado como una afirmación y se dio la misión por fracasada. Al llegar a Kokura descubrieron que una densa columna de humo negro cubría el punto de lanzamiento, la acería de Yawata, uno de los supervisores de esta fábrica había ordenado a sus empleados quemar barriles de alquitrán para prevenir un ataque aéreo, sin saberlo salvando a la ciudad de un desastre mucho mayor que la destrucción de la factoría. Dado que las ordenes especificaban que la bomba debía ser lanzada visualmente, Bock realizó tres pasadas, en la segunda vieron las explosiones de fuego antiaéreo dirigido a ellos, lejanas pero en la altura correcta, mientras el radar de cola indicaba que Ceros ascendían hacia ellos. Ashworth convenció a Sweeney de partir a Nagasaki, la cual según el último parte meteorológico estaba cubierta de nubes, indicándole que él asumiría el riesgo de lanzar la bomba utilizando el radar de bombardeo para apuntar. El Bock's Car enfiló a Nagasaki, casi colisionando con The Great Artiste, la ciudad estaba cubierta de nubes pero cuando el bombardero tomaba las lecturas del radar para lanzar la bomba, se abrió un claro y la bomba fue lanzada visualmente cayendo en un punto donde maximizaría la destrucción de l ciudad. El B-29 comenzó a ascender rápidamente sacudido por las ondas expansivas, que dado el terreno montañoso fueron más numerosas que en Hiroshima y amenazaron con hacer perder el control al piloto, que viró muy cerradamente para evitar el hongo atómico que ascendía a gran velocidad.

Luego de lanzar la bomba la misión se volvió una carrera contra el tiempo y la escasez de combustible para llegar a Okinawa, la base más cercana. Cuando Sweeney se disponía a ordenar el amerizaje, la isla apareció en el horizonte y el Bock's Car descendió para aterrizar directamente en el aeródromo de Yonan ya que no había combustible para realizar un rodeo previo, la torre de control de Yonan no respondía a sus llamados y nadie en tierra parecía percartarse de la llegad del avión, así que la tripulación disparó todas las bengalas a bordo para llamar la atención, luego de lo cual realizaron un aterrizaje de emergencia, el tercer motor se apagó durante el aterrizaje, el B-29 evitó por los pelos colisionar con una línea de B-24s cargados de bombas incendiarias que se aprestaba a despegar y se detuvo al final de la pista. Los mecánicos de vuelo registraron solo 5 litros de combustible en los depósitos accesibles del avión. El General James Doolitle, que comandaba la 8a Fuerza Aérea basada en la isla, posteriormente indicaría que fue el aterrizaje más espeluznante que atestiguó en su carrera. Fue allí que finalmente se supo del destino de la misión y de Nagasaki. Posteriormente arribaría el avión de Hopkins con fotografías tomadas por una cámara que uno de los técnicos civiles había llevado "de contrabando", lo que fue afortunado ya que el operador de la cámara del avión no embarcó al haber confundido su paracaídas con una balsa inflable y nadie más conocía como hacerla funcionar.
Como epílogo, luego de la guerra el museo de la USAF se hizo cargo de preservar para la posteridad los dos B-29 que habían lanzado la bomba, estando a punto de preservar The Great Artiste y enviar a Bock's Car a la pila de chatarra hasta que una revisión final de los registros evitó que se cometa el error. Los errores de Sweeney fueron pasados por alto y continuó su carrera en la USAAF / USAF y en general los detalles de la misión fueron poco publicitados después de la guerra. Poco antes de morir Sweeney escribiría un relato de la misión en el cual trataría de "lavar" sus errores atribuyendo a Ashworth la decisión de esperar 45 minutos por el tercer avión y negando que el aterrizaje en Okinawa se hizo in extremis, lo cual contradecía los testimonios del resto de la tripulación. Asworth mantuvo discreción, pero dio su versión también poco tiempo antes de su muerte en 2005.
Fuente:
https://thebulletin.org/2015/08/the-har ... g-mission/
Chinook, Frank W. "Nagasaki, la Bomba Olvidada" versión en español, 1974, Ed. Bruguera.

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