Grossman escribió:¡Hola!
Y disculpas por la demora. Antonio Machado: muchas gracias por tus palabras, me alegra que te interese. Schwerpunkt: gracias por esas útiles aportaciones que completan el hilo.
¿Una guerra evitable?
Si hasta dar con el trabajo de Marshall estos hilos sobre el origen de la Guerra del Pacífico fueron elaborados bajo la idea de que fue una guerra evitable, cuando acabé de leerlo mi primera conclusión es que esa había sido una idea errónea. Lo que determinó el choque entre ambas potencias fue la competencia entre Japón y Estados Unidos por las materias primas del SEA; el valor económico y estratégico de los recursos que se concentraban en esa zona del globo era parte tan importante de los intereses nacionales de ambos países -y no sólo de Japón como han dado a entender hasta ahora las interpretaciones convencionales - que a partir del momento en que Japón se desmarcó políticamente de la comunidad internacional, en 1931, la posibilidad de resolver ese conflicto de forma negociada y aceptable para ambas partes se esfumó. Un enfrentamiento que se hubiese resuelto sin guerra si Estados Unidos y Gran Bretaña hubiesen hecho los años anteriores unos preparativos militares a la altura de lo que la defensa de esos intereses exigía, y que les hubiera permitido desplegar, en la zona y a la hora decisiva, la suficiente fuerza de disuasión.
Con esta perspectiva quiero rectificar un aspecto de lo que he escrito sobre los errores de la política exterior estadounidense, en concreto, sobre la actitud de los halcones de Washington. Esta no se explicaría por arrogancia e ignorancia, ni como reacción a la conducta internacional de Japón, sino porque Estados Unidos competía con este. Así la frase de Record que cité al principio:
Grossman escribió:“Aunque la agresión japonesa en Asia-este fue la causa inmediata de la Guerra del Pacífico, la ruta a Pearl Harbor se erigió sobre errores de cálculo tanto americanos como japoneses, la mayor parte de los mismos erigidos sobre ignorancia cultural mutua y arrogancia racial”.
Jeffrey Record *
resulta engañosa; no es que no se dieran esos defectos, pero no son los que explican las causas y resultan confundientes.
Por el desafío que la tesis de Marshall supone al punto de vista clásico he invertido varias horas buscando por Internet alguna réplica pero sin éxito, y me quedo con las ganas de saber qué piensan los Iriye, Utley, Dallek, Record, Heinrichs, Kershaw y Sagan, etc., sobre la misma; si alguien encuentra algo se agradecerá que lo revele aquí. Si una cosa he acertado, es en dar el matiz provisional a las conclusiones, porque lo único que es seguro es que no se ha escrito todavía, ni mucho menos, la última palabra sobre el origen de esta guerra.
Lo que no cambia (sin querer ser demasiado taxativo) es la valoración sobre otros errores como la excesiva rigidez demostrada a la hora de negociar con Japón exigiendo unas condiciones incumplibles, la pérdida de oportunidades cuando Tokio destensó la cuerda, y la imposición del embargo petrolífero de julio de 1941. Es muy posible que aunque Washington hubiese demostrado mayor flexibilidad y renunciado al embargo, los japoneses no hubieran esperado al rearme estadounidense y desencadenado su ataque igualmente, pero sin duda esas decisiones dieron al liderazgo japonés más determinación, y demostraron que en Washington no todo el mundo hizo sus deberes bien.
Saludos cordiales
Saludos cordiales.
Recojo la invitación al objeto de aportar alguna visión adicional de algún historiador, en concreto de Ian Kershaw, al magnífico trabajo y conclusiones que ha efectuado el compañero Grossman.
Los factores raciales y el menosprecio mutuo influyeron pero creo que fueron un factor más marginal y donde sí influyeron otros factores geoestratégicos que hicieron que Japón desde el verano de 1940 al verano de 1941 tuviera una auténtica encrucijada estratégica. ¿Fue inevitable la guerra contra los EEUU?, creo que la única solución pacífica hubiera sido inaceptable más para Japón que para los EEUU, hubiera supuesto una política diplomática contra su propia esencia como nación imperial, con su visión de gran potencia y el aceptar en 1941 una diplomacia de paz con los EEUU hubiera sido visto como una traición y un deshonor para los muchos muertos ya en China por parte del Ejército japonés. El aceptar una visión liberal y democrática y de cooperación económica y de comercio libre con GB y los EEUU hubiera sido lo más deseable y tras la postguerra a Japón dicha colaboración la convirtió en potencia económica con un nivel de vida envidiable respecto a muchos países de Oriente, pero en esos años era una posibilidad utópica y que muy pocos japoneses apoyaron.
El historiador Ian Kershaw, en su libro “Decisiones trascendentales: De Dunquerque a Pearl Harbour (1940 – 1941). El año que cambióla historia”, en sus cap. 3 y 8 trata la temática que nos ocupa y paso a resumir ambos capítulos por si puede aportar algo a la discusión.
El incidente de China como llamaban los japoneses a la guerra con aquel país era independiente del conflicto europeo que empezó con la invasión de Polonia por Alemania, pero los intereses de las grandes potencias europeas y EEUU en China se vieron afectados por dicha agresión, al calor de los grandes triunfos de Hitler en Europa Japón vió una oportunidad “dorada” – como diría Hata Shunroku, ministro del Ejército, el 25 de junio de 1940 – “ ¡Aprovechad la oportunidad de oro! ¡No dejéis que nada se interponga en vuestro camino! “, ya que aprovechando la debilidad de Holanda, Bélgica y de GB, Japón vio una gran oportunidad de extenderse por el sureste asiático y de formalizar un pacto con el Eje. Ya en aquellos meses cruciales de 1940 Japón incrementó el riesgo de acabar interviniendo en un conflcto armado no sólo con las potencias europeas sino también con los EEUU.
Fue en el verano de 1940 donde se pusieron las semillas para la guerra. Los antecedentes inmediatos de la guerra con China datan de sesi años antes cuando se produjo en 1931 el incidente de Mukden, que supuso un punto de inflexión en cuanto a las relaciones internacionales en Extremo Oriente. Las ambiciones imperiales de Japón se remontan al s. XIX cuando Japón bajo el mandato del emperador Meiji, se encontraba en medio de un acelerado proceso de modernización tratando de mezclar los métodos occidentales a la cultura japonesa. Las guerras con China en 1894 – 1895 y con Rusia en 1904 – 1905, iniciadas por los japoneses en ambos casos, procuraron a Japón la posición de potencia dominante en Extremo Oriente.
Hay analistas e historiadores que ven en esos triunfos y movimientos como golpes contra la colonización europea pero Japón estaba echando los cimientos de su propia lucha imperial por el control del sudeste asiático, ya se había apoderado de Corea, Taiwán y la zona sur de la isla de Sajalín y disfrutaba de derechos de arrendamiento y de un tramo de algo más de un kilómetro de vía férrea en el sur de Manchuria. También había obtenido el derecho de mantener tropas en Pekín en 1901, y en otras ciudades de China bajo la excusa de proteger a sus diplomáticos.
En 1917 Japón formalizó un acuerdo con EEUU que reconocía la política de “Puertas Abiertas” a cambio del reconocimiento por parte de los norteamericanos de su especial interés en China, el acuerdo era ambiguo pero Japón lo interpretó como una muestra de conformidad de los EEUU con la posición de Japón en el sur de Manchuria. El marco diplomático más importante en periodo de entreguerras en la región del Pacífico fue el establecido en 1921 – 1922 en la Conferencia de Washington, fue un tratado entre nueve potencias (Japón, China, GB, Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos, Portugal y los EEUU), que en teoría ratificaba la independencia e integridad de China.
Fue un intento de que la diplomacia recondujera las relaciones de todos los países hacia la cooperación internacional, no obstante la posición moderada de Japón en el orden internacinoal en el ámbito interno las voces críticas fueron en aumento acompañado de ideas de autarquía económica tras el crack del 29, al mismo tiempo las medidas de boicot económico de Chiang Kaichek y la vulneración de derechos económicos japoneses en Manchuria exacerbaron la animadversión hacia los chinos dentro de Japón, fueron ganando adeptos las voces radicales y las que exigían un gobierno más fuerte, y dicho malestar se empezó a notar en el ejército especialmente entre los oficiales más jóvenes.
El 18 de septiembre de 1931, en medio de una tensión creciente algunos oficiales del ejército Guandong – que defendía las posiciones japonesas en Manchuria – urdieron un ataque a manos de las tropas japonesas que se hallaban realizando maniobras nocturnas contra las fuerzas locales chinas en Mukden, al sur de Manchuria, lo que empezó como un incidente menor acabó siendo un hecho decisivo ya que puso fín a la cooperación de posguerra en Extremo Oriente incluido el Sistema de Washington, e inició una fase de aislamiento internacional de Japón.
Ante la falta de una respuesta internacional Japón se creció y el Ejército de Guandong apoyado a posteriori por el gobierno de Tokio y la opinión pública de Japón, amplió su agresión. Finalmente con el abandono por parte de Japón de la Sociedad de Naciones en 1933 se materializó el profundo desencuentro entre Japón y el resto de la Comunidad internacional. Ese asilamiento propición a Japón una base para su resentimiento y rebeldía. A mediados de 1936 el Gobierno japonés estaba ya preparado para establecer los “Principios Fundamentales de Actuación Nacional”, dicho documento partía de la premisa que era necesario asegurar el poder de Japón en la región del Asia oriental, reforzar las defensas y el poderío económico en Manchukuo para eliminar “la amenaza de la Unión Soviética” y emprender la expansión por los mares del sur. Era la primera vez qu la expansión hacia el sur se mencionaba expresamente como pauta de actuación, el programa reflejaba la creciente discordancia existente en el seno de la Armada, que había conservado su elevado prestigio desde la guerra con Rusia en los primeros años del s. XX.
El objetivo de la política exterior en el verano de 1936 era conseguir lo anterior con métodos pacíficos, si bien las fuerzas armadas debían reforzar Manchuko y Corea hasta que tuvieran capacidad para “asestar el golpe inicial a las fuerzas soviéticas en Extremo Oriente cuando se produzca el estallido de las hostilidades”. El rearme naval permitiría asegurar la “dominación del Pacífico occidental frente a la Armada de los EEUU”. Pese a que se reconocía en dicho documento que era preferible lograr esos objetivos con métodos pacíficos es claro que en la política japonesa estaba implícito la posibilidad de que en el futuro entrarían en guerra contra los EEUU y GB. El ejército seguía apostando por la necesidad de prepararse para una guerra contra la URSS para deshacerse de la amenaza procedente del norte.
En 1937 el gobierno civil retomó durante un breve espacio de tiempo el resolver sus endémicos problemas económicos con una política de promoción de la industrialización, comercio exterior y cooperación internacional, pero aquellas opiniones no lograron calar en la sociedad nipona ni en sus líderes. Eran contrarias a la convicción de que el futuro de Japón dependía de la autarquía económica garantizada por la fuerza de las armas. El grado de ingerencia del Ejército en la gestión del gobierno había aumentado desde el incidente de Mukden, posteriormente un intento de golpe de Estado que costó la vida a varios ministros, aunque luego fue severamente castigado incrementó el poder del Ejército en la vida civil, y sobre todo en lo que más preocupaba a los militares del Ejército que era la política en China. Un incidente imprevisto en China y de carácter menor, ocurrido en la noche del 7 de julio de 1937 cerca del puente de Marco Polo al sur de Pekín, señaló el inicio de lo que pronto sería una guerra abierta entre Japón y China.
En ambos países sus respectivos gobiernos se encontraban fuertemente presionados por el sentimiento nacionalista que ellos mismos habían despertado y manipulado. Chiang Kaichek vió una oportunidad en la agresión japonesa que podría explotar para ampliar el apoyo de occidente a su causa, por su parte, importantes sectores del ejército japonés describieron el incidente como una ocasión para derrotar y someter a China mediante una acción rápida y enérgica. Pero el ejército japonés se empantanó y no fue tan rápida la victoria aunque sí muy violenta. A principios de noviembre cuando las tropas chinas se retiraban de Shanghai en dirección a Nanjing, capital nacionalista cerca de un cuarto de millón de civiles chinos habían sido asesinados en la ciudad. El número de japoneses muertos y heridos ascendía a unos 400.000. Las tropas japonesas persiguieron al ejército y a los refugiados civiles chinos que huían hacia Nanjing, cuando la ciudad cayó el 13 de diciembre, ocurrió una auténtica orgía de sangre y de violaciones masivas a las mujeres chinas.
La noticía de dichos crímenes de guerra junto al incidente de la cañonera de Panay en el río Yangtsé, al norte de Nanjing que fue torpedeada con periodistas y diplomáticos a bordo causó un fuerte daño internacional a Japón, y la opinión pública de Occidente y especialmente de los EEUU se volvió profundamente antijaponesa. Japón pidió disculpas y reaccionó muy rápido con indemnizaciones y castigando a los culpables de dicha acción, con lo que demostró que estaba preocupada respecto a una escalada de tensión con los EEUU, pero no tanto como para cambiar o suavizar en lo más mínimo su política en China. Durante los meses siguientes Japón amplió su agresión y autoridad en China, y controló grandes áreas de China, sin embargo, a finales de 1938 con 600.000 soldados instalados en China sus recursos habían llegado a su techo. El número de sus víctimas iba en aumento y llegó a los 62.000 muertos desde el inicio del conflicto.
En 1938 el gobierno japonés reformuló su propósito bélico, ahora se contemplaba la posibilidad de cooperar con los nacionalistas chinos e intentó dividir a dicho frente con su apoyo al rival de Chiang Kaichek, Wang Jingwei. Wang estuvo dispuesto a colaborar con Japón a condición de que adoptaran una enérgica y unánime política anticomunista.
¿Qué postura tomó los EEUU?. En un primer momento y después de las numerosas protestas contra las acciones japonesas en China, los EEUU anunciaron la derogación de un tratado comercial con Japón de importancia vital que databa de 1911 y expiraba en 1940. Dado que casi un tercio de las importaciones japonesas procedían de EEUU, el asunto era muy serio. Aquella medida advirtió a Japón de que en el futguro los EEUU actuarían de idéntica forma, esto es, con sanciones económicas; Japón dependía muy especialmente de chatarra y petróleo norteamericano, si se paralizaba dichos envíos la campaña bélica japonesa en China no podría durar más de 6 meses.
Con sus acciones Japón estaba contribuyendo al deterioro de las relaciones tanto comerciales y políticas con las potencias europeas; la ocupación de bases estratégicas en el Mar de China Meridional – Isla de Hainan, en febrero de 1939 – y un mes más tarde las islas Spratly, pusieron al descubierto la intención de Japón de extender su influencia hacia el sur. El régimen colonial holandés en las Indias Orientales respondió disminuyendo las importanciones procedentes de Japón, y poco después las fuerzas soviéticas se vieron envueltas en graves enfrentamientos contra la URSS en la frontera de Mongolia exterior. El resultado fue una notable derrota y una advertencia a Japón de que no subestimaran al Ejército Rojo. Japón se estaba aislando internacionalmente y giró sus ojos hacia Alemania. Un camino para salir de su asilamiento internacional había sido constituir una alianza con Alemania, pero incluso así Japón fue reacio a despertar más animosidad de las democracias occidentales asociándose con la Alemania nazi, y el gobierno japonés evitó toda tentativa de convertir el Pacto Antikomintern en una alianza plena.
La guerra europea afectó inevitablemente a Japón, ya que hubo voces desde el Ejército y desde el gobierno civil que defendían una inversión de la política previa mediante la búsqueda de un acuerdo pragmático con la URSS, como había hecho Alemania, supusieron que llegaba un nuevo orden mundial que acabaría con la antigua hegemonia ejercida por las democracias europeas y los EEUU. Las grandes potencias de Europa serían previsiblemente Alemania, Italia y la URSS, lógicamente a Japón le convenía aliarse tanto con Alemania como con la URSS. Sin embargo los seguidores de este punto de vista eran minoría. La opinión dominante en el gobierno se inclinaba por intentar mejorar las relaciones con los EEUU conscientes de que la guerra europea podría unir más a estadounidenses y británicos. No obstante, dado que Japón no estaa dispuesto a hacer concesiones importantes en China, aquella opción no tenía posibilidades de cristalizar. De hecho la política norteamericana hacia Japón se estaba endureciendo. El aumento de ayuda a China se veía como una forma de debilitar a Japón y reducir la posible amenaza en el Pacífico.
China era el eje central, mientras la guerra con China continuase los recursos materiales y humanos de Japón seguirían estando al máximo de su capacidad. El deterioro de las relaciones con los EEUU ponía en serio peligro la llegada de petróleo y chatarra, necesarios para continuar la guerra, pero mientras Japón continuase en su política de conquistas territoriales y dominación no se pondría fin a la guerra,y por tanto no mejorarían las relaciones con los EEUU ni disminuría la amenaza constante sobre las materias primas. En el ámbito interno de Japón había bastante consenso entre sus élite y facciones en cuanto a la política exterior a seguir, pese a las diferencias, y desacuerdos políticos en 1940 acabó imponiéndose un imperialismo militarista, la guerra contra China había forjado un nacionalismo que presentaba paralelismo con los fascismos europeos, su fuente espiritual era el emperador, encarnación de la nación y su vehículo, el militarismo.
En 1940, el gobierno de Konoe, respondió inmediatamente al vuelco del panorama en Europa, y existía el acuerdo de las élites japoneses de establecer un “nuevo orden” destinado a garantizar las materias primas de Asia oriental para el Imperio japonés y a poner fin a la hegemonía de GB, Francia y Países Bajos en la región. La única discrepancia era en los modos de lograrlo. El impacto de las victorias alemanas en Europa dio una nueva forma al pensamiento japonés en torno a la expansión, y el coroloario de todo ello fue poner a punto las relaciones de Japón con su vieja enemiga, la URSS. Una guerra en dos frentes, con las manos todavía atadas en China, era impensable, de modo que, por primera vez, la perspectiva de un pacto de no agresión con la URSS empezaba a ganar adeptos entre los líderes militares.
Cuando los nazis avanzaban por el norte de Francia, el Gobierno de Yonai ya había presionado a las autoridades de las Indias Orientales neerlandesas para que garantizasen el suministro de estaño, caucho, petróleo, chatarra y otras nueve materias primas fundamentales. A continuación tras la rendición francesa el 17 de junio, los japoneses obligaron a los gobiernos de Francia y GB a suspender el suministro de ayuda esencial a los nacionalistas chinos a través de Indochina, Birmania y Hong Kong, un provisional reconocimiento de la debilidad de ambos países.
Los líderes militares japoneses organizaron simulacros de combates y presentaron planes de contingencia para establecer bases aéreas en Indochina y Tailandia y llevar a cabo una ofensiva relámpago a las Indias Orientales neerlandesas. Los simulacros de la Armada llevaron a la conclusión de que dicho ataque provocaría el estallido de una guerra contra EEUU, GB y Países Bajos. Y también se acabó concluyendo que, sin las importaciones de petróleo de EEUU, y a no ser que se lograra capturar, transportar con seguridad y explotar el de las Indias Orientales neerlandesas, Japón sólo podría combatir durante cuatro meses. E incluso con el petróleo si la guerra durase más de un año, nuestras posibilidades de ganar serían nulas.
No obstante los jefes de Sección del Estado Mayor de la Armada responsables en gran medida de la línea de actuación, aseguraban ya en abril de 1940, antes incluso de la ofensiva alemana en Europa occidental que “ha llegado el momento de ocupar las Indias Orientales neerlandesas”, los acontecimientos en Europa posteriormente incrementaron mucho el optimismo de quienes pensaban que era posible una ocupación militar de las Indias Orientales neerlandesas sin sumir a Japón en una guerra con una debilitada GB ni con unos indecisos EEUU. Los halcones ganaban terreno.
En el Ejército de Tierra ocurría algo similar, cofiaban en la derrota inminente de GB a manos de Alemania y que Japón sería el gran beneficiado en el sureste asiático, guiados por dicho análisis no analizaron objetivamente su capacidad militar para sostener una expansión militar propia que supusiera efectuar una expansión de grandes dimensiones hacia el sur con sus propios recursos, ni aún presuponiendo la conquista de recursos ajenos.
El 3 de julio de 1940 el borrador había llegado a la fase en que pudo ser aprobado por el Ministerio del Ejército y el Estado Mayor bajo el título “Líneas generales de los principios fundamentales para hacer frente a la cambiante situación mundial”. Fue un documento clave que determinó la dirección general de la política del Ejército y en última instancia del Gobierno, hasta el inicio de la Guerra en 1941. Su preámbulo señalaba como prioridades resolver el “Incidente de China” lo antes posible y aprovechar el momento oportuno para solucionar el problema del sur y planteó la posibilidad de que la expansión hacia el sur se hiciera incluso teniendo abierto el frente en China. En política exterior dicho documento ponía el acento en el fortalecimiento de la solidaridad política entre Japón, Alemania e Italia y mejorar rapidamente sus relaciones con la URSS, y se señalaba la necesidad imperiosa de ahogar las rutas de aprovisionamiento de Chiang Kaichek. Los recursos de las Indias Orientales neerlandesas eran vitales para Japón, y se conseguirían por la fuerza si la diplomacia fracasaba. El apartado final adoptaba un fuerte tono belicista; Japón aprovecharía el momento adecuado para la acción militar hacia el sur, debía evitarse la guerra contra los EEUU pero no obstante la directiva concluía de modo inquietante: “Previendo que al final recurrirá al uso de la fuerza contra los EEUU si la situación así lo requiere, Japón realizará los preparativos militares necesarios”.
Este giro radical en la posición del Ejército de Tierra de la tradicional concentración en Rusia en el norte hasta la expansión hacia el sur fue visto como agua de mayo por la Armada ya que suponía el desvío de muchos recursos hacia su ámbito militar al exigir una gran flota para esa estrategia meridional, el anterior escenario de centrarse en la URSS y evitar a toda costa cualquier conflicto con los EEUU hubiera supuesto una mengua considerable del presupuesto naval. El nuevo acuerdo entre el Ejército y la Armada procuró un entorno político más adecuado para aquel expansionismo de alto riesgo. El gobierno de Yonai siempre deseoso de mejorar sus relaciones con Occidente no era útil en dicho ambiente expansionista y se necesitó un primer ministro que estuviera más en sintonía con los nuevos aires, y el Ejército movió sus hilos paranombrar al príncipe Konoye.
Konoye pronto se revelaría como una marioneta débil de los sectores expansionistas de las Fuerzas Armadas, el militarismo ahora tenía los resortes políticos civiles controlados casi por completo y para demostrarlo situó en las carteras de ministro del Ejército y exteriores a dos candidatos suyos, a Tojo y Matsuoka respectivamente. El 23 de julio de 1940 el gobierno de Konoe en un discurso radiofónico dijo que el nuevo orden mundial se estaba desmoronando, Japón debía estar preparado para dar la bienvenida al nuevo orden mundial. Ese mismo día el embajador alemán en Tokio comunicó a su ministro de Exteriores que el nuevo gobierno de Konoe iba a seguir con toda seguridad una política de mayor acercamiento al Eje.
Incluso antes de la formación del nuevo gobierno de Kono, éste organizó una reunión con las pricipales figuras políticas – Matsuoka, Tojo y Yoshida – fue se conoció como la “Conferencia de los Cuatro Pilares”, donde se acordó que para el nuevo orden Japón fortalecería sus lazos con el Eje y firmaría un pacto de no agresión con la Unión Soviética para los siguientes cinco a diez años. Al mismo tiempo Japón incluiría en el “Nuevo Orden” las posesiones coloniales occidentales en Asia oriental. En dicha reunión no se aprobó alianza militar con Alemania e Italia, dado que el ministro de la Armada, Yoshida seguía siendo reacio al mismo. El ejército por el contrario sí que era partidario de dicho pacto formal con el Eje. Deseoso de coordinar los brazos militar y civil del Gobierno con vistas a construir el mayor consenso nacional en torno al giro en la política exterior, Konoe resucitó la Conferencia de Enlace, caída en desuso desde hacía dos año y medio. El 27 de julio dicha conferencia adoptó los “Principios fundamentales para hacer frente a la Cambiante situación mundial”.
La unidad política con Alemania e Italia sería fortalecida – según dicho documento – de forma inmediata para intentar efectuar un reajuste de las relaciones diplomáticas con la Rusia soviética. Se aceptaba como inevitable un deterioro de las relaciones con Estados Unidos, si bie había que evitar el choque en la medida de lo posible. Había que presionar a la Indochina francesa para que pusiera fin al suministro de víveres a Chiang Kaichek, ofreciera sus provisiones a Japón y le concediera el uso de los campos de aviación y el paso de tropas. Asimismo se tomarían medidas para “eliminar inmediatamente la antagonista actitud de Hong Kong” y Birmania quedaría bloqueada para impedir que la ayuda llegase a los nacionalistas chinos. Se realizarían esfuerzos diplomáticos para obtener importantes recursos de las Indias Orientales neerlandesas, y en caso de que fallara la diplomacia quedaba claro que se desplegaría la fuerza armada si las circunstancias así lo exigían.
Pronto quedó claro que el cálculo japonés había sido erróneo. La respuesta estadounidense puso enseguida de manifiesto lo absurdo de la convicción de Matsuoka de que el Pacto Tripartito serviría como elemento disuasorio, y al contrario, confirmó la percepción estadounidense de que Japón era una fuerza beligerante, intimidatoria e imperialista de Extremo Oriente, un equivalente nazi asiático. Tales ideas se vieron confirmadas con la entrada de tropas japonesas en la Indochina francesa el 23 de septiembre, una acción que se producía tras la intensificación de la presión sobre los franceses para que permitieran el tránsito de fuerzas japonesas y el uso de los campos de aviación de Indochina y que tuvo lugar cuando las negociaciones todavía estaban en marcha con Francia.
En Estados Unidos la línea dura reclamaba un embargo total, si bien, Roosvelt con el respaldo de Cordell Hull, Sumner Welles y los alimrantes Harold R. Stark y James O. Richardson sostuvieron que dicho embargo extremo sobre el petróleo aceleraría la agresión japonesa y que en esos momentos la Marina norteamericana no podía impedirla. Roosvelt en ese debate que se dio entre ambos sectores se posicionó del lado de las “palomas”, al menos en parte, y finalmente no aplicó el embargo del crudo. Sin embargo la noticia de que los japoneses y alemanes estaban negociando un pacto tuvo como respuesta la imposición, el 19 de septiembre de un embargo total sobre la exportación de hierro y chatarra. Aunque los sectores dominantes de EEUU no estaban dispuestos por el momento a llevar a Japón al borde de la ruina y a la guerra, el embargo de chatarra fue una señal clara de que los EEUU no iban a doblegarse ante la presión de Japón que estaba tratando de ejercer con la alianza con el Eje.
El objetivo fundamental del Pacto Tripartito era desde la perspectiva japonesa, evitar la intervención de los EEUU para impedir el avance hacia el sur considerado necesario para garantizar el control de las materias primas por parte de Japón y, por tanto, su seguridad económica y política en el futuro. La apuesta y el riesgo del pacto fue evidente y los japoneses la asumieron. Pero desde la perspectiva japonesa el no hacerlo entrañaba también peligros y consecuencias que no podían asumir, para Japón hubiera supuesto renunciar a unos recursos que ellos entendían como propios, y una sumisión a las potencias anglosajonas que ellos veían como una aberración y una humillación, en este punto creo que la guerra fue inevitable hablando desde un punto de vista ideológico. Ningún estadista norteamericano iba a cambiar la naturaleza, la forma de ser de los líderes japoneses.
La importancia simbólica del Pacto Tripartito fue tremenda ya que Japón demostró que veía su futuro determinado por la lucha contra la supremacía angloamericana en Extremo Oriente. Y con dicho pacto creo que la carretera se deslizó definitivamente en tumba abierta hacia la guerra. El choque no era inevitable, el camino de la guerra fue consecuencia de las decisiones cruciales tomadas por los líderes japoneses en el verano y otoño de 1940. No obstante, tales decisiones estaban determinadas en gran medida por unas mentalidades forjadas durante los veinte años anteriores y por la forma en la que dichas mentalidades interpretaban las realidades económicas. Para que dicha mentalidad cambiara hubiera hecho falta un proceso interno democrático o una revolución en Japón, pero en este sentido en esos años las revoluciones tomaban un cariz radical fascista o comunista, y se me hace difícil pensar en otra evolución política democrática y basada en un orden liberal y parlamentario real que hubiera optado por una colaboración económica con las potencias anglosajonas y por un respeto de la legalidad internacional.
Japón dependía de las veleidades del comercio mundial para su futura prosperidad, como grupo de Islas separadas de la masa continental de Asia oriental, Japón no podía ser más autosuficiente con sus recursos naturales de lo que lo era GB, pero dicho país administraba un imperio en todo el planeta que lo convertía en el paradigma clásico de potencia mundial. Las filosofías políticas dominantes en la época, cuando Japón estaba en pleno proceso de modernización y empezaba a dar muestras de su poderío, presuponían que la adquisición de un imperio era la base de la prosperidad y la futura seguridad nacional. Una versión moderna del mercantilismo preconizaba que el control sobre las materias primas, así como sobre los territorios donde estaban esas materias primas facilitaba la ruta hacia el poder y la prosperidad.
Japón se vió a sí mismo, al igual que Italia y Alemania, en el contexto europeo, como una nación desposeída, con derecho de expansión para salvaguardar su superviviencia y su seguridad. Las grandes potencias occidentales especialmente los EEUU se inteponían en su camino debido al control de los recursos en el suerte asiático, especialmente en la propia China y al poderío naval norteamericano en el Pacífico. La dependencia japonesa con respecto a EEUU por el suministro básico de petróleo y metales dejaba al descubierto su talón de Aquiles en tanto que aspirante a gran potencia ponía de relieve la debilidad subyacente de su posición.
¿Fue inevitable la guerra?. Creo que sí, en cuanto choque de formas de ver la vida, para que los EEUU se hubieran retirado de la zona hubiera hecho falta años de colaboración pacífica y comercial, de respeto a las reglas del mercado mundial y una interacción con el derecho internacional que en esos años desde la óptica japonesa suponía una humillación y una claudicación; Japón quería dominar los recursos, no compartirlos ni comerciar con ellos libremente. Paradójicamente dicha opción que sí se dio tras finalizar la 2GM fue lo que llevó a Japón a la categoría de Potencia Económica.
China era la clave, Japón nunca la abandonaría y cuanto más se alargaba el conflicto cada vez menos capacidad tenía Japón para frenar sus pérdidas y lograr algún acuerdo de paz que era la premisa básica para la mejora de las relaciones con los EEUU. A la decisión japonesa de expansión hacia el Sur nunca se le opuso otra alternativa convincente, y dicho dogma de expansión fue aceptado por casi unanimidad por las élites gobernantes, del poder y militares japonesas.
En 1940, mejorar las relaciones con los EEUU, hubiera supuesto abandonar China y la posibilidad de controlar lo que los japoneses veían como propio, esto es, casi toda Asia, y para los ojos japoneses hubiera sido un insulto, una pérdida de prestigio de incalculables consecuencias internas, habría sido visto como un menosprecio a la memoria de los muertos en China y habría tenido consecuencia un Japón todavía más dependiente de los EEUU. Las mentalidades de 1940 estaban a años luz de las que en una situación de derrota total, ayudaron a Japón a resurgir de sus cenizas, aquellas concepciones iniciales y la ideología imperialista no tuvieron en frente alternativa alguna que la frenara.
Creo que la guerra fue inevitable en cuanto a choque de ideologías y formas de vida.
Saludos desde Benidorm.