¡Hola a todos!
von Thoma escribió:
Pues con esa nueva Ley que se avecina, denominada de la memoria, más enterrados quedarán, eso si no les prenden fuego. Y puesto que esa Ley impone una única 'verdad' histórica de los acontecimientos de la contienda fratricida, ya no será necesario consultar, cotejar o debatir nada.
Vamos a ver, von Thoma, yo creo que estás confundiendo los términos a los que haces referencia de mi cita.
En mi frase que has citado, yo me estaba refiriendo a la obsoleta, vergonzosa y antidemocrática Ley de Secretos Oficiales (Ley 9/68 de 5 de abril), que fue aprobada por las cortes franquistas en 1968 y que, pese a la tímida reforma de 1978, continúa en vigor en la actualidad.
Otra cosa muy diferente es la llamada ley de memoria histórica, cuyo objetivo principal no es, en ningún caso, escribir la historia (esto lo hacen los historiadores), sino llevar, por seguir el lema de sus máximos impulsores, “verdad, justicia y reparación” a todas las víctimas (y sus familiares) que han quedado relegadas al olvido. Sea como fuere, y por dejar este asunto al margen, esta ley (la que rige y la que se proyecta) no tiene nada que ver con lo que yo me estaba refiriendo. El objetivo básico de las leyes de memoria histórica (como quiera que se definan según el país dado) es llegar a términos con el pasado (normalmente reciente) para aceptarlo y reconocerlo, hacer justicia a sus víctimas y familiares, y aprender para no repetirlo.
La ley de secretos oficiales es algo muy diferente. En España es una completa anomalía respecto Occidente. No es que el acceso al material de archivo que no ha sido accesible hasta hoy -o que lo ha sido de manera muy parcial y arbitraria (dependiendo de quién pidiese el acceso)- vaya a cambiar sustancialmente las cuestiones esenciales de la II República, la Guerra Civil y la dictadura franquista, pero puede ayudar, sin duda, a despejar ciertos flecos de toda esta historia que hoy permanecen en disputa. Para que se me entienda, pondré dos ejemplos a continuación.
La apertura temporal y parcial del material de archivo de la antigua Unión Soviética a finales de la década de 1980 y comienzos de la siguiente, de una parte, y la apertura del material de archivo de los países que antes pertenecían a la órbita soviética, de la otra, seguido de la investigación y estudio de historiadores profesionales sobre ese enorme material, no han cambiado de forma sustancial nada de lo esencial que se conocía hasta entonces en Occidente sobre la guerra en el Frente Oriental. En cambio, ha servido para revisar (y muchas veces reescribir) muchos de los aspectos -fundamentalmente, pero no sólo- militares que hasta entonces se tenían descritos en la historiografía occidental. Y de forma similar ocurrió con el trabajo de los historiadores rusos respecto de la historiografía soviética. En este caso, pues, ya no podemos hablar de ley de secretos oficiales, sino simple y llanamente de censura estatal.
El segundo ejemplo es el italiano (que es el foco de mis lecturas durante este último año de pandemia). La historia de Italia en la IIGM (y la historia de la intervención italiana en la Guerra Civil española), en todas sus vertientes (política, económica, militar, industrial, social, cultural, etc.) ha sido contada fuera de Italia (en especial en lengua inglesa y alemana, y española en lo que toca) dejando prácticamente al margen el material de archivo italiano. Sólo a partir de la década de 1990 la literatura académica extranjera ha empezado a manejar el material de archivo italiano. Y esto ha sucedido en la propia Italia, pese a que el material de archivo, en general, estuvo accesible desde la década de 1960. De hecho, hasta la década de 1990 no se emprendió en Italia el proyecto de escribir una historia oficial de Italia en sus guerras (reconquista de Libia, Etiopía, España y la IIGM). También aquí, en la cuestión de la labor de escribir una historia oficial, España es una anomalía. Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia tienen la suya, y Alemania también (aunque es semioficial). Retomando el asunto, todo este material de archivo italiano no ha cambiado en las cuestiones esenciales nada de lo que se conocía, pero ha tenido y tiene un impacto muy grande en muchísimos aspectos (en todos los ámbitos) que hasta entonces había narrado de forma parcial, incompleta o sesgada la historiografía fuera de Italia.
Recapitulando, una historia no se puede conocer cabalmente (hasta donde esto es posible) sin el acceso a las fuentes primarias de sus protagonistas. Si se escribe una historia de la guerra en el Frente Oriental de 1941-1945 utilizando sólo material de archivo alemán, la historia resultante es forzosamente incompleta y parcial. Y si ignoramos las fuentes primarias italianas, cualquier historia sobre Italia en la guerra resultará en similares deficiencias.
Esto es lo que pasa en algunos aspectos de la historia reciente de España. Mientras que haya material de archivo que permanece secreto, no podremos valorar su contenido ni cómo puede afectar (si es que afecta) a algunas de las cuestiones que todavía permanecen sin aclarar entre los historiadores, que tan sólo pueden especular y aventurar (unos con argumentos fundados y otros con fundamentos puramente ideológicos y partidistas).
Aparte de este enorme problema, en España hay otro problema que todavía es mayor. Como tras la muerte del dictador Franco y durante los pactos de la Transición se decretó virtualmente una especie de amnesia colectiva sobre la Guerra Civil y la Dictadura que siguió (con un efecto que no pudo ser más pernicioso en la educación, universitaria incluida), la sociedad española, en general, permanece bastante ignorante y desinteresada por esta historia. Durante los largos años de la dictadura, la historia de la Guerra Civil que escribieron los historiadores españoles (que no los hispanistas) hubo de seguir la corriente impuesta por la propaganda del régimen. Salvando contados trabajos meritorios (que, no obstante, no escapan de esta corriente), el grueso de la literatura de esa época es desechable. Los mejores trabajos durante la dictadura franquista corrieron a cargo de los hispanistas (si bien muchas de sus obras no se pudieron publicar en España durante esa época). Así pues, el grueso de la sociedad española de la época asimiló una historia de la Guerra Civil que brilló por los mitos y tergiversaciones del régimen. Al poco tiempo de la muerte de Franco, se publicaron libros de hispanistas que hasta la fecha no se habían podido publicar por la censura, así como otros libros de exiliados españoles (fundamentalmente memorias). El fin de la censura trajo consigo un aluvión de publicaciones (de diferente suerte) que entraban en la categoría de una historia revisionista, académica y popular. Contra esta revisión obligada, salió como reacción una revisión, no siempre merecedora de esta categoría, por parte de una serie de autores más o menos marcados por una agenda ideológica o política que continuó muchos de los mitos elaborados durante la dictadura. Finalmente, desde la década de 1990 y hasta la actualidad la producción literaria publicada por historiadores españoles (mayormente una joven hornada que hoy media entre los 30 y 50 años de edad) y en menor medida por hispanistas, ha sido y es enormemente abundante, cubriendo prácticamente todos los aspectos de la II República y, en mayor cantidad, de la Guerra Civil a nivel nacional y local. Todo este laborioso y prolijo trabajo de investigación ha desmontado de forma irrefutable los grandes mitos heredados del periodo de la dictadura franquista (y, aunque incomparablemente menores, los creados por las fuerzas que defendieron la República). Por tanto, hoy en día existe gran unanimidad en los asuntos centrales de la República y Guerra Civil, y no poco consenso (que no total unanimidad) entre asuntos periféricos entre los historiadores académicos españoles y extranjeros. Entonces, se preguntarán muchos, cuál es el problema español con respecto al proceso político y social de reconocimiento del pasado (tal como se dio en su día en Alemania, Francia o Italia). Pues el gran problema, desde mi punto de vista, se materializa de dos formas diferentes pero simultáneas.
En primer lugar está el déficit educativo respecto a lo que se enseña (y no se enseña) en institutos (historia) y universidades (facultades de historia) sobre la II República, la Guerra Civil y la Dictadura franquista. Lo que se enseña es poco y defectuoso, y lo que no se enseña es casi todo lo que se debiera enseñar. Yo no tengo ahora estadísticas sobre este asunto para poder hacer una valoración general, pero si me atengo a mi experiencia académica (que data de la década de 1970) sólo puedo corroborar lo que he dicho. Y si me atengo a lo que me comentan los estudiantes de instituto y facultad con los que hablo hoy en día, entonces la cosa está todavía mucho peor. Esto fuerza en la práctica un desinterés o apatía generales en la sociedad para que una parte importante de ella -como sucede en otros países de nuestro entorno- emprenda la tarea de leer lo que escriben los historiadores académicos. Una apatía que, además, se ve reforzada por la indecente lucha partidista que sobre nuestra historia han tomado una gran parte de la clase política y prácticamente todo el oligopolio mediático. Con lo que llegamos a la segunda forma de manifestarse el problema: la propaganda o guerra cultural, donde desgraciadamente queda desvirtuada, esta vez sí, la necesidad de una ley de memoria histórica (no para escribir la historia, repito).
La clase política, generalmente por mor de sus intereses partidistas y electorales, es adicta en sus discursos y manifestaciones sobre el tema a la propaganda, a la tergiversación, a la mentira de la forma más desvergonzada, y de forma muy marcada entre el espectro de la derecha y la ultraderecha. El espectro de la izquierda no está exento de estos vicios, pero no en semejante grado. Y remarco que me estoy refiriendo a la clase política en general (hay excepciones loables pero escasas). Y el oligopolio mediático (que es en términos cuantitativos de marcada tendencia conservadora) hace un tanto de lo mismo pero multiplicado por diez. La diferencia fundamental entre la clase política y el poder mediático es que este último llega a muchísima más gente por razones tan obvias que podemos dejar al margen. Además, normalmente (aunque no siempre) el poder mediático reseña y propaga libros “de historia” que jamás pasarían el filtro más básico de una editorial académica, y que, frecuentemente, sólo propagan mitos, tergiversaciones y falsedades que hace muchos años que han quedado totalmente desmontadas por la literatura académica. En cambio, rara vez reseñan y dan publicidad a las obras más prestigiosas y recientes de la literatura académica española y extranjera. En líneas generales, reseñan y dan eco a libros que son totalmente desechables, y silencian las obras que han marcado hitos en la historiografía de los últimos años. Políticos y medios tienen interés en la propaganda afín a sus intereses, mostrando un desprecio casi absoluto por la historia con mayúscula.
Bajo este marco histórico, educacional, político y mediático no es tan difícil entender el letargo histórico-cultural en que se encuentra sumida la sociedad española en general. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la forma y medios de acceso al conocimiento histórico (y al conocimiento en general) de hoy en día son muchísimo mayores que hace 40 o 50 años (en mis tiempos sólo venían dados por la lectura de libros y artículos físicos, y los viajes al exterior), parece increíble la situación actual respecto al conocimiento de nuestra historia más reciente. La respuesta es igualmente sencilla: el conocimiento requiera preconocimiento. Me explico con el ejemplo que me parece más sencillo: Internet es una fuente casi inagotable de información sobre cualquier materia de estudio. Naturalmente, no toda esa información es fiable o cierta, sobre todo en temas como el que tratamos en nuestro foro: historia. Pero lo mismo vale para muchas otras materias. En nuestro caso, si no se tienen unos conocimientos previos y básicos sólidos sobre un determinado asunto histórico, se corre el riesgo de dar por cierta o fiable información que no lo es en absoluto. Un doctorado en historia está entrenado (lo fue a la hora de preparar su tesis doctoral) en la búsqueda y manejo de las fuentes de conocimiento: fuentes primarias, secundarias, etc. No debiera tener problemas. Un profano no lo está normalmente. Pero el profano, si hubiera tenido una educación sólida en los temas básicos de la historia de su país durante sus cursos en el instituto (y durante sus estudios de historia en la facultad en mayor medida) no estaría tan desarmado como lo está en realidad a la hora de abordar información concerniente en su aventura en la Red o en las librerías. Por tanto, no es difícil que sea víctima de información incompleta, parcial, sesgada, tergiversada o simplemente falsa. Tal y como le ocurre al ciudadano normal y corriente con los medios de comunicación (que en España, me resulta triste decirlo pero lo veo así, casi todo lo que producen es pura propaganda y/o desinformación).
Hay, pues, una frontera indeseable que separa el mundo académico y lo que produce de la vida común de la sociedad, con ésta en plena ignorancia de aquél. No es un caso único ni el más grave, pues la misma frontera en la ciencia se lleva la palma. Y es comprensible, al menos como yo lo veo, que la gente corriente y moliente no tenga tiempo (o ganas si lo tiene) para cruzar esa frontera y afrontar el esfuerzo del conocimiento. Bastante tiene con los problemas de su vida cotidiana. El problema está en otra parte, arriba. Y como casi todos los grandes problemas de España, tiene que ver con la clase política y gobernante (ausencia de una educación crítica que erradique por completo la existente basada en la obediencia, la sumisión y la memoria) y la completa sustitución de la propaganda y manipulación en los medios de comunicación por los fines y funciones del auténtico periodismo. Básicamente.
Hasta que no solucionemos estas anomalías (muchas de ellas crónicas en la historia de España) seguiremos padeciendo sus consecuencias, entre ellas la de una mayoritaria parte de la sociedad que desconoce la historia de su país y vive anclada en sus mitos.
Veo que me he extendido por demás. Mis disculpas.
Saludos cordiales
JL