En vísperas de las elecciones convocadas para el 5 de marzo se mezclaba esa mentalidad y prejuicios con su necesidad de batir a la izquierda –comunistas y socialistas- que en las últimas elecciones del otoño anterior habían logrado más votos y diputados que el partido nazi. Para lograrlo desplegó el fuego pesado de su oratoria, de sus medios de difusión, del dinero conseguido, del poder político que detentaba y de la brutalidad de sus escuadras pardas y negras.
En sendos discursos, el 10 y 17 de febrero, acusó a los comunistas de haber causado la ruina del país; condenó la democracia parlamentaria; prometió a los militares el servicio militar obligatorio y denunció las limitaciones armamentísticas impuestas por la Conferencia de Versalles.
Del presidente Hindenburg obtuvo plenos poderes para que su ministro del interior, Wilhelm Frick, manejara a su albedrío el derecho de reunión, de mítines y reuniones políticas, la censura y la suspensión de publicaciones, pretextando su peligrosidad para el Estado; considerando que la situación era excepcional, unos cincuenta mil miembros de bandas paramilitares nazis SA y SS fueron enrolados como miembros auxiliares de la policía de Prusia y utilizados para perseguir, apalear o asesinar a sus rivales políticos, culminando su actuación en el asalto a la sede del Partido Comunista, que fue destruida y sus archivos incautados, con el pretexto de que los comunistas estaban preparando un golpe de estado. El incendio del Reichstag brindaría a los nazis la culminación de sus aspiraciones totalitarias.
El 27 de febrero, Hitler cenaba en casa de Joseph y Magda Goebbels, cuando sonó el teléfono. Era Ernst Hanfstaengl, uno de los ricos protectores y amigos de Hitler, Que comunicaba el incendio del Reichstag. Goebbels, desconfiado, replicó:
-¿No será una broma suya?
-No, díselo inmediatamente a Adolf.
Goebbels confirmó la información y regresó inmediatamente al comedor, donde Hitler terminaba de cenar, acompañado de Magda:
-¡Está ardiendo el Reichstag!
Hitler se tomó unos segundos para asimilar la noticia.
-¿Ya se conoce al responsable?
-Circula el rumor de que han sido los comunistas.
-¡Bravo! Ahora sí que los tengo.
En este punto los historiadores discrepan. Según algunos, ambos salieron volando y el Mercedes Komprensor de Hitler los trasladó a “cien por hora” hacia el Reichstag. Según otros, la noticia, por esperada, les sorprendió tan poco que terminaron de cenar: Hitler se tomó los postres de cocina que preparaba Magda y que tanto le gustaban y luego se fueron a ver el incendio.
COMO UNA ANTORCHA
Encontraron el centro de Berlín conmocionado por ka circulación y el estrépito de las alarmas de los camiones de bomberos y las sirenas de la policía y por miles de curiosos congregados para presenciar cómo se consumía la obra del arquitecto Paul Wallot, erigida en 1894.
Hitler, Goebels y su escolta cruzaron los controles y se acercaron al incendio a las 21:47 horas, según anotó un periodista británico. El Führer, visiblemente emocionado, comentó. “Es como una antorcha en el cielo”; tal imagen debió de encantarle, pues tres días después la repitió públicamente: “Fue como la antorcha que precede a una nueva era en la historia de la Humanidad”. Luego quedó ensimismado, con el rostro encendido por el calor del incendio y por la emoción. Debía de ser intensa su alegría, pues aborrecía la institución parlamentaria y, también, el edificio en llamas, del que había dicho que era “un híbrido de templo griego, basílica romana y palacio árabe, aunque como conjunto parece más bien una sinagoga”.
Entre tanto, los nazis no perdían el tiempo. Ya habían establecido la identidad de los responsables: Goebbels declaró a la prensa “Este es el último intento comunista de sembrar confusión mediante el fuego y el terror para hacerse con el pode en medio del pánico general”. Y Göring, en el mismo sentido: “¡Este es el inicio de una insurrección comunista! ¡Es ahora cuando van a atacar! No hay que perder un minuto”.
Y, dándoles la razón, no muy lejos del grupo de jerifaltes nazis, un joven, esposado y rodeado de policías, gritaba a voz en cuello: “¡Protesta, protesta!”. Se trataba de Marinius von der Lubbe, un holandés de 24 años, gran fortaleza física, aspecto simple y vista deficiente. Según establecería la posterior investigación, Van der Lubbe había pertenecido a las juventudes comunistas holandesas y, después, al movimiento anarquista, en los que no había perseverado, pues se trataba de un individuo psíquicamente inestable. Había llegado a Berlín hacía una semana y sobrevivía en albergues y gracias a la caridad pública. En las colas del paro se le escuchó perorar contra los nazis, su persecución de la izquierda, la iniquidad de los servicios de asistencia social…
Al parecer, en aquellos días había fracasado en pueriles intentos de incendiar algunos edificios públicos. En la mañana del día 27, Van der Lubbe se había gastado lo poco que le quedaba en cajas de cerillas y material inflamable. Había penetrado en el Reihstag por la tarde, y a la hora del cierre se había ocultado. Cuando cesó todo movimiento en el edificio, intentó formar una hoguera con los muebles de la cafetería, pero resultaron un combustible difícil. Luego encontró un material fantástico: las cortinas de la cámara, a las que fue prendiendo fuego una tras otra hasta formar una hoguera de gran extensión, que pronto alcanzó los asientos de los diputados y el mobiliario. Cuando los vigilantes trataron de apagar el fuego, ya era tarde y más porque en otros lugares del edifico seguían surgiendo nuevos focos del incendio. Al parecer, Marinus penetraba en los despachos que hallaba abiertos y hacía arder todo lo que respondía a sus cerillas y teas. Pese a la rápida acción de los bomberos, nada se pudo hacer ya por el parlamento.
Van der Lubbe fue capturado sin resistencia cuando abandonaba el ardiente edificio y espontáneamente explicó que “había incendiado una institución representativa de un estado represor de obreros y de las ideas marxistas”. Rudol Diles, jefe de la policía prusiana, le vio así: “Con la parte superior del cuerpo desnuda, sucio y sudoroso estaba sentado entre mis agentes. Jadeaba como si acabara de realizar una tarea ingente. En los ojos de aquello joven de rostro demacrado ardía una mirada de triunfo…”
Fuente: Artículo de David solar aparecido en el número 112 de la revista La aventura de la historia
Continuará...
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