ANNELIESE MARIE FRANK

Todos los personajes de la Segunda Guerra Mundial

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Shindler
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Mensaje por Shindler » Mié May 30, 2007 10:26 pm

Perdón José Luis, pero no entiendo, te pido disculpas tan sólo quise exponer las investigaciones de TNP realizó en contra del revisionismo, si lo crees pertinente y para que no hayan malos entendidos borraré los mensajes.



Gracias por estar y mil disculpas no fué mi intención.
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TMV
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Mensaje por TMV » Jue May 31, 2007 6:22 am

Hola.

El mal entendido creo que es tal ya que hay una cosa importante que tiene que entenderse. Cuando se extrae algo parcialmente de algún trabajo puede entenderse o no pero, cuando se extrae algo de Nizkor, debe hacerse por entero (es decir extraer todo el estudio por completo), si no puede llevar a confusiones como las que se han producido aquí.

Del Institute for Historical Review, que decir, no voy a gastar las yemas de mis dedos escribiendo sobre él.

Por lo demás, la bibliografía aportada por José Luis, es el referente al respecto, por lo que creo que no ha de discutirse más sobre la autenticidad, y tal y como has mencionado, aportar cosas sobre la vida de Ana.

En el disco duro tengo cosas muy interesantes al respecto, cuando acabe con ellas las postearé, pero actualmente hay un grupos de personas que están haciendo una completísima biografia de la familia de Ana y de ella misma.

Un saludo.
Última edición por TMV el Vie Jun 01, 2007 6:20 am, editado 1 vez en total.
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Shindler
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Mensaje por Shindler » Jue May 31, 2007 3:45 pm

TMV escribió:Hola.

El mal entendido creo que es tal ya que hay una cosa importante que tiene que entenderse. Cuando se extrae algo parcialmente de algún trabajo puede entenderse o no pero, cuando se extrae algo de Nikzor, debe hacerse por entero (es decir extraer todo el estudio por completo), si no puede llevar a confusiones como las que se han producido aquí.
Perdón TMV, en ningún momento saqué información parcial, expuse el informe completo sobre el tema Nº 56 de la pregunta investigada por TNP (en éste caso la autenticidad del diario de Anna Frank), y mi propòsito fué exponer las contundentes investigaciones de TNP que echan por tierra las especulaciones de ciertas personas.
Cierto es que a la hora de hacer referencia a ciertos señores que no nombrarè para no hacerles publicidad, cometì el error de un principiante, y les digo una cosa personal a la hora de hacerlo no vi la cara de éstos señores, sino por el contrario ví la cara de Anna.


Gracias por estar y mis más sinceras disculpas.
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caimanov
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Mensaje por caimanov » Mié Sep 26, 2007 11:11 pm

Sin animo de ofender de verdad, he llegado a este post proveniente de otro, yo he dudado de la existencia del diario de Ana Frank, y tengo mucha información tambien guardada en el disco duro de la cual ya ni em acuerdo, supongo que lo leido ahora la refutara, aunque yo no domino el ingles como para poder leerme ese libro y comparar, lo unico mas que quiero decir es que ( y sin animo de ofender enserio) Shindler solo ha intentado ayudar y yo no dudo de su buena fé, y le echais la bronca y eso que no duda de la veracidad del diario. Yo al respecto no me pronuncio, por que viendo que él no duda y le echais la bulla :-D , además viendo esto que he leido ahora parece ser que si es autentico, aunque vuelvo a decir que tendria que compararlo y leer el otro, cosa que no se si llegare hacer, a no ser que lo saquen en castellano. Saludos

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Mensaje por Jorge Romo Perez » Vie Sep 28, 2007 3:23 am

Compañeros, recièn leo èste segmento y con ànimo de conciliar simplemente y con todo respeto me permito hacerles la siguiente reflexion:

En lo particular el ejemplar que tengo, es uno de los primeros que se editaron en mi paìs, en castellano. Lo leì cuando tenìa 15 años y perteneciò a mi hermana mayor, ahora forma parte de mi bibilioteca.
Reconozco que me parece un testimonio muy humano, sensible y tràgico. (Disculpen mi simplicismo pero nunca me cuestionè su autenticidad) Solamente me gustarìa observar que independientemente de la polemica, es un relato muy descriptivo y triste. Profundamente inocente y humano.

La verdad es que -desde mi particular opiniòn- comparado con otras atrocidades hechas a inocentes, perfectamente bien documentadas, la tragedia de la familia de Ana fue`-(hasta su triste fin,) -dura, pero "tolerable" en el entendido y en comparaciòn del sufrimiento fisico y moral de otras vìctimas. (miles de ellas) que inclusive sobreviven para dar testimonio.

(Si mal no recuerdo en algùn pasaje Ana misma compara su situaciòn contra las personas que no tuvieron la oportunidad de contar con un anexo). (por favor corriganme, si me equivoco)

Luego entonces, y perdòn nuevamente por èsta opiniòn, con todo respeto, Porque no tomar el lado positivo de èsta historia, que seguramente es el pròposito del testimonio, de reflejar el triunfo de la esperanza en la adeversidad,y poner por ejemplo la hermosa frase de que a pesar de todo, la humanidad es buena?

Pienso que si la intenciòn es demostrar las atrocidades que se cometieron en el conflicto, lamentablemente hay demasiado testimonio, visual, de sobrevientes, en restos humanos etc. para lograrlo.

Disculpen, yo me quedo con mi imagen de mi Ana Frank, de un inocente mas, y que nos legò un testimonio que nos permite introducirnos en los rincones mas ìntimos de un ser humano.

Perdòn por mi atrevimiento, pero mi intenciòn es solamente aportar este punto de vista.

Reciban un saludo afectuoso
"Cuando regreses a casa, dile a tus hijos, que a cambio de su futuro, ofrendamos nuestro presente".
John Maxwell Edmonds (1875 -1958) inscrito en el Kohima 2nd Division Memorial
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Mensaje por leytekursk » Vie Sep 28, 2007 4:54 am

Tengo unas ideas al respecto.

El diario de vida es un relato muy especial. Es el único relato que no tiene un receptor definido. En el circuito comunicativo emisor-mensaje-receptor-código-canal…el diario de vida es el único tipo de comunicación en el cual el receptor no existe o bien emisor y receptor son la misma persona, considerando posibles relecturas de su autor. Por lo anterior, un diario de vida es un relato que no está destinado a ser leído por nadie que no sea su autor.

La persona que quiere que el mundo conozca sus experiencias de vida escribe sus “Memorias”…”Recuerdos”… “Vivencias”… etc….pero un diario de vida está rodeado de un halo de intimidad al cual no deberíamos acceder…al menos sin cometer una indiscreción…y menos sin autorización de su autor.

La publicación del Diario de Ana Frank y su amplia difusión como doloroso testimonio del holocausto, ha acercado a este texto a lo que llamaríamos “artefacto literario”…es decir literatura, un texto que tiene dos características muy definidas.

1.- Se crea destinado a ser leído por alguien que no es el creador. (es decir tiene un horizonte de expectativas)
2.- Es ficticio.

El Diario de Ana Frank no cumple ninguno de estos requisitos.

La literatura es ficción. Sobre eso no hay discusión. Mientras más asociamos este texto con un artefacto literario más ficticio nos parece y si en los colegios se hace leer a los muchachos “El Diario de Ana Frank” junto con “Don Quijote de la Mancha” o “Cien años de Soledad”… indudablemente, si no se explica claramente el contexto histórico en que se originó este texto…se considerará ficticio….

Jamás dudaría de la autenticidad del Diario de Ana Frank….de lo que dudo es de la calidad de artefacto literario que se le quiere dar en ocasiones...o casi siempre...


Saludos…

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Erich Hartmann
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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 3:58 pm

EPÍLOGO AL DIARIO DE ANA FRANK

El 1 de agosto de 1944, una niña de quince años llamada Ana Frank, que había vivido durante dos años escondiéndose de la Gestapo con su familia en la buhardilla de unos amigos de Amsterdam, confiaba a su Diario:

  • «...Si me vigilan hasta ese extremo, empiezo por volverme irritable, luego me siento desgraciada y al final retuerzo mi corazón de modo que lo malo quede fuera y lo bueno dentro y sigo intentando hallar un medio de llegar a ser lo que tanto me gustaría ser y que podría ser si... no hubiera otras personas en este mundo.»


Éstas fueron las últimas palabras que Ana Frank escribió en su diario.

Tres días después se producía aquella decisiva llamada que los habitantes de la buhardilla habían temido durante años, y tras echar la puerta abajo, cinco hombres con uniforme alemán entraron, dirigidos por un Unterscharführer de la SS. Un confidente holandés les había vendido.

Todos los ocupantes de la buhardilla —Ana Frank, sus padres y su hermana, otro matrimonio con su hijo y un dentista— fueron arrestados, enviados a campos de concentración y de los ocho sólo sobrevivió Otto Frank, el padre de Ana, que vive ahora en Basilea, Suiza, y que posteriormente relató lo sucedido aquella mañana en los siguientes términos:

—El SS cogió una cartera y me preguntó si contenía joyas; al decirle yo que no contenía más que papeles, arrojó los papeles al suelo —el Diario de Ana— y metió lo que teníamos de plata y un candelabro Hanuka dentro de la cartera. Si se hubiera llevado el Diario también, nadie hubiera oído hablar de mi hija.

Ana Frank murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen en marzo de 1945. Un año después, su padre volvió a la buhardilla de la casa de Amsterdam y el Diario estaba todavía en el suelo, allí donde el SS lo había arrojado.

«El Diario de Ana Frank» despertó la conciencia del mundo civilizado por ser la historia de una muchacha normal y corriente que escribía sobre sus problemas íntimos («A veces mamá me trata como si fuera un crío y eso no lo puedo soportar») contra el fondo de una vida bajo la constante amenaza de terror («Tengo mucho miedo de que nos descubran y nos maten»).

El «Diario» fue traducido a treinta y dos idiomas, convertido en obra de teatro y de él se hizo una película que conmovió los corazones de millones de personas, especialmente de los adolescentes. Muchos jóvenes alemanes acuden ahora todos los años a Bergen-Belsen para rezar por Ana Frank.

A las nueve y media de una noche de octubre de 1958, un amigo llamó muy excitado a mi piso de Linz. ¿Podía yo acudir inmediatamente al Landestheater?

Una representación de «El Diario de Ana Frank» acababa de ser interrumpida por demostraciones antisemitas. Grupos de jóvenes entre los quince y los diecisiete años gritaban: «¡Traidores! ¡Sobones! ¡Timadores!» Las luces se apagaron. Desde las localidades altas los jóvenes alborotadores lanzaron octavillas sobre el patio de butacas, en las que se leía:

«Esta obra es un gran timo, pues Ana Frank no existió jamás. Los judíos han inventado toda la historia porque quieren obtener más dinero de restitución. ¡No creáis una palabra! ¡Es una patraña!»

Intervino la policía, tomó los nombres de varios manifestantes, estudiantes de segunda enseñanza de las escuelas e institutos locales, y luego la representación prosiguió. Cuando llegué al Landestheater, la pieza acababa de terminar, pero aún reinaba gran excitación. Había dos coches de la policía aparcados frente al teatro y grupos de jóvenes discutían el incidente en la acera. Escuché lo que decían y, en general, parecían creer que los manifestantes tenían razón, que todo aquel asunto de Ana Frank era un mero fraude y que lo bueno sería que alguien tuviera el suficiente estómago para decirles a los judíos lo que pensaban de ellos.

Muchos de aquellos jóvenes no habían nacido cuando Ana Frank murió, y entonces allí, en Linz, donde Hitler había ido al colegio y Eichmann se había formado, se les enseñaba a creer en mentiras y odio, prejuicio y nihilismo.


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Fuente del texto de este mensaje y los sucesivos: Los asesinos entre nosotros. Capítulo VIII. Simon Wisenthal. Editorial Noguer, 1967.


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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 4:06 pm

Al día siguiente fui a la policía para repasar los nombres de los jóvenes arrestados. No me fue fácil, pues los padres querían enterrar la cosa y contaban con poderosos amigos. Al fin y al cabo, no era nada serio, decían: cosa de jóvenes armando alboroto y divirtiéndose. Me dijeron que darían los nombres de los estudiantes a sus respectivas escuelas para que contra ellos se siguiera una acción disciplinaria. Pero ninguno de ellos recibió castigo. Los muchachos de Linz no tenían gran importancia, pero había alguien que sí la tenía.

Pocas semanas antes, un profesor de Luebeck, el Studienrat Lothar Stielau, había declarado públicamente que el Diario de Ana Frank era una falsificación, siendo inmediatamente demandado por el padre de la muchacha. Tres expertos confirmaron la autenticidad del Diario. Según el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el demandado había «porfiado durante seis horas hasta redactar una confesión...». La juventud alemana tenía que ser protegida de semejante «educador».

Los desórdenes de Linz me parecían algo más serio porque eran sintomáticos. Aquellos jóvenes alborotadores no tenían culpa; pero sus padres y profesores sí. Los mayores trataban de emponzoñar las mentes de la nueva generación porque querían justificar su dudoso pasado, ya que muchos de ellos habían caído en la trampa de una herencia de ignorancia, odio y fanatismo, sin aprender nada de la historia. Mis experiencias de estos últimos veinte años me han convencido de que las gentes de Austria y Alemania están divididas en tres grupos: los culpables que cometieron crímenes contra la humanidad, aunque esos crímenes no puedan en ocasiones probarse; sus cómplices, que no cometieron crímenes, pero tuvieron conocimiento de ellos y no hicieron nada para impedirlos, y los inocentes. Yo creo que es absolutamente indispensable separar a los inocentes de los demás y la joven generación es inocente. Muchos de los jóvenes que conozco quieren andar el largo camino de la tolerancia y la reconciliación, pero sólo si se les da una relación limpia y clara les será posible a los jóvenes de Alemania y Austria tender la mano para estrechar la de aquellos que se hallen al otro extremo del camino, aquellos que recuerdan por experiencia propia o por relatos de sus padres, los horrores del pasado. Ninguna excusa puede acallar las voces de once millones de muertos, y los jóvenes alemanes que rezan en la tumba de Ana Frank hace tiempo que lo han comprendido. La reconciliación sólo es posible sobre la base del conocimiento de la realidad.

Pocos días después del alboroto del Landestheater, di una conferencia sobre neonazismo en el departamento principal de la archidiócesis de Viena. La discusión que siguió se prolongó hasta las dos de la madrugada. En el curso de la misma, un profesor contó el incidente ocurrido a un amigo suyo, un sacerdote que daba clase de religión en el Gymnasium de Wels, Alta Austria, no lejos de Linz. Al hablar el sacerdote de las atrocidades nazis cometidas en Mauthausen, uno de los estudiantes se puso en pie:

Padre, de nada sirve hablar así porque sabemos muy bien que las cámaras de gas de Mauthausen sólo sirvieron para desinfectar trajes.

El sacerdote se sorprendió:

Pero si habéis visto los noticiarios en el cine, las fotografías, si visteis los cuerpos.

Hechos de cartón piedra —dijo el muchacho—. Una propaganda inteligente para hacer que los nazis aparezcan culpables.

¿Quién dijo semejante cosa?

Todos. Mi padre podría contarle montones de detalles.

El sacerdote había dado cuenta del incidente al director del Instituto y se inició una investigación y un examen de la zona. Más del cincuenta por ciento de los estudiantes de aquella clase tenían padres que habían pertenecido activamente al movimiento nazi, a quienes encantaba contar a sus hijos las heroicas y gloriosas hazañas de su pasado: cómo se habían alistado en el Partido nazi a principios de los años treinta, cuando en Austria era ilegal; cómo habían ayudado a hacer volar puentes y trenes, impreso y distribuido libelos ilegales contra el gobierno de Dollfuss. Luego aquellos padres se habían convertido en orgullosos SS. Sería imposible que los jóvenes crecieran en tal ambiente sin ser afectados por él. Los padres habían tenido miedo y habían guardado silencio en los primeros años de la posguerra; pero a finales de los años cincuenta, empezaron a hablar nostálgicamente de su gran pasado y los muchachos les escuchaban excitadísimos. Los profesores de su escuela, muchos de ellos antiguos nazis, no rebatían las gloriosas historias que los padres de los estudiantes contaban.

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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 4:09 pm

Dos días después del incidente del Landestheater, estaba con un amigo en un café de Linz, donde todo el mundo comentaba el alboroto. ¿Podían los muchachos ser culpados por los pecados de sus progenitores? Ciertamente no eran ellos los responsables.

Un grupo de estudiantes del Gymnasium se sentó a la mesa de al lado y mi amigo llamó de entre ellos a un muchacho cuyos padres conocía de sobra.

Fritz, ¿estabas tú entre aquellos muchachos del teatro?

Por desgracia, no, pero algunos compañeros de curso sí estaban. A dos de ellos los detuvieron —dijo Fritz lleno de orgullo.

¿Y qué piensas tú de todo aquello? —le preguntó mi amigo.

Bueno, pues sencillamente que no hay ninguna prueba de que Ana Frank haya existido.

Pero, ¿y el Diario? —intervine yo.

El Diario puede ser una inteligente falsificación que, desde luego, no prueba que Ana Frank existiera.

Está enterrada en el cementerio en masa de Bergen-Belsen.

Se encogió de hombros y dijo:

No hay ninguna prueba.

iPrueba! Hubiera sido necesaria una prueba, suministrar una indudable prueba que convenciera a aquellos jóvenes escépticos. Bastaría con echar abajo uno solo de los ladrillos con que el «edificio de mentiras» había sido construido para que la estructura entera se derrumbara. Pero para dar con ese ladrillo...

De pronto se me ocurrió una idea y le dije:

Óyeme, si te pudiéramos probar que Ana Frank existió, ¿aceptarías que el Diario es original suyo?

Me miró y preguntó:

¿Cómo va usted a probarlo?

Su padre está vivo.

Eso no prueba nada.

Espera. Su padre declaró a las autoridades que fueron arrestados por la Gestapo.

Bueno —dijo el muchacho con impaciencia—. Todo eso ya lo sabemos.

Supón que encontrásemos el oficial de la Gestapo que arrestó a Ana Frank, ¿aceptarías eso como prueba?

Pareció sorprendido. Aquello nunca se le había ocurrido.

—dijo al fin sin demasiadas ganas—. Si el hombre en cuestión lo reconoce.

Era sencillo: tenía que dar con el hombre que había arrestado a Ana Frank catorce años atrás. Decenas de millares de personas habían sido llevadas de un lugar a otro de Europa por hombrecillos sin nombre, por los anónimos ministros de la muerte. Ni siquiera en los campos de concentración conocíamos los nombres de nuestros torturadores que, dándose cuenta de las posibles consecuencias, trataban de camuflar su identidad.

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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 4:11 pm

No había una sola pista que seguir. El Diario terminaba bruscamente cuando se llevaron a Ana Frank. El padre de Ana, Otto Frank, había sido propietario de una casa de exportación-importación, la Kolen & Co., cuya administración, tras la confiscación nazi de toda propiedad judía en Holanda, un empleado holandés de la Kolen & Co., llamado Paul Kraler, había tomado a su cargo, ayudando a los Frank a esconderse en la buhardilla del edificio de Prinzengracht, donde la firma tenía las oficinas.

En un apéndice añadido al Diario, Kraler recordaba que tras el arresto de los Frank, había intentado intervenir en su favor en la jefatura superior de la Gestapo en Amsterdam, hablando con el oficial que había arrestado a la familia, un SS de Viena que decía llamarse «Silvernagl». Aquella intervención no había tenido éxito y el informe de Kraler produjo un irónico comentario entre los nazis austríacos: el apellido «Silvernagl» no existía en Austria, otra prueba más de que la historia de Ana Frank era falsa.

Tenía, pues, poca cosa como punto de partida. Sabía que el SS en cuestión era un vienes o un austríaco, ya que muchos austríacos, cuando están en el extranjero, se dicen vieneses. Además su graduación debió de ser baja, ya que se dedicaba a arrestar a la gente: un Schutze de la SS, un Rottenführer o a lo sumo un Unterscharführer.

Esto estrechaba el cerco. La «v» de «Silvernagl» era probablemente un error de Kraler; podía tratarse muy bien de «Silbernagel», apellido muy corriente en Austria. Siete personas llamadas Silbernagel constaban en el listín telefónico de Viena, y casi un centenar más en diversos registros de la ciudad. El nombre era también muy corriente en las provincias de Carintia y Burgenland. ¡Si por lo menos hubiera conocido el nombre de pila del hombre en cuestión!

Proseguí la búsqueda. Entre todos los Silbernagel debía de haber uno que tuvo baja graduación en la SS durante la guerra y que sirvió en Holanda con la Gestapo. Fuimos investigando y eliminando nombres. Comprobamos rumores, verificamos los hechos. Fue un largo y aburrido proceso y yo tenía que andarme con mucho tiento: si implicaba a un hombre inocente, podían demandarme por difamación.

Cuando la policía quiere hallar un conductor de coche que ha cometido un crimen, puede detener todos los coches y pedir a todos los conductores sus permisos de conducir sin que ninguno proteste. No podía hacer yo nada por el estilo. Di con ocho hombres llamados Silbernagel que habían sido miembros del Partido nazi o SS y que tenían edad oportuna. Uno de ellos, antiguo Obersturmführer (graduación demasiado alta, lo que le excluyó inmediatamente de mi lista) era entonces funcionario destacado de la provincia de Burgenland; pero, de todos modos, no había estado nunca en Holanda.

Pedí a un amigo que se pusiera en contacto con agencias de detectives privadas y oficinas de investigación, diciendo que un tal Silbernagel le había pedido un crédito. Pero a cada uno dio un Silbernagel diferente. Fue contando que quería verificar el historial de aquel hombre durante la época nazi. Por este procedimiento obtuvimos montones de informes, pero ninguno parecía ser el del hombre que buscábamos. Pedí a un banco informe del crédito bancario de un individuo llamado Silbernagel, porque los bancos hacen un trabajo concienzudo, pero el resultado fue negativo. Descubrimos otros dos Silbernagel que habían sido nazis lo que no tenía nada de sorprendente. Estaba a punto de renunciar a la búsqueda cuando recordé los arrogantes rostros de los muchachos de Linz. Quería que fueran a sus padres y les dijeran:

Has mentido. Ana Frank existió. ¿Qué otras mentiras me dijiste?


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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 4:30 pm

En 1963 se me invitó a aparecer en la televisión holandesa. En Amsterdam fui a la casa de Ana Frank, ahora convertida en monumento conmemorativo, y toqué las paredes que la muchacha había tocado. Hablé con el guarda de la casa, que me dijo se había preguntado muchas veces quién habría sido el hombre que se llevó a la niña y su familia, pero que no tenía ni la menor idea de quién pudo ser. Se lo había preguntado a algunas personas, pero todas se encogían de hombros.

Diecinueve años son mucho tiempo —me dijo—. Me parece imposible averiguarlo ya.

Nada hay imposible —le contesté—. Suponga que damos con el hombre que la arrestó y que confesara que fue él quien lo hizo.

El hombre me dio una prolongada mirada:

Entonces habría usted escrito el epílogo al Diario de Ana Frank.

Pensé que lo mejor que podía hacer era ir y hablar con Otto Frank, el padre de Ana, porque quizá recordara el hombre que fue a buscarlos aquella mañana del 4 de agosto de 1944; quizá pudiera describírmelo, ya que cualquier indicación sería útil. El SS en cuestión habría cambiado en todos aquellos años, pero puede que existiera algo que permitiera reconocerlo.

No me puse en contacto con el señor Frank. Admito que no sólo fue debido a mis pocas ganas de molestar a aquel hombre que había sufrido tanto y obligarle a remover sus recuerdos otra vez, sino a algo más. ¿Y si el señor Frank me pedía que no hiciera nada? Ya había yo conocido a otras personas que se oponían a que buscase a los asesinos de sus padres, de sus madres, de sus hijos. Me decían que descubrir quién había sido era más de lo que podían soportar y me preguntaban:

¿De qué va a servir, señor Wiesenthal? No puede ya devolver la vida a los muertos. Sólo va a causar nuevos sufrimientos a los que han quedado con vida.

Estaba todavía sin saber qué hacer, cuando leí en los periódicos que el señor Frank, en una reunión tenida en Alemania, había hablado en favor del perdón y la reconciliación. Los diarios alemanes elogiaban su magnanimidad y tolerancia y yo respeto el punto de vista de Otto Frank, que ha demostrado poseer la ética de un hombre que no sólo predica el perdón, sino que lo practica. La conciencia del señor Frank le permite el olvido. La mía me obliga a hacer comparecer a los culpables ante un tribunal. Evidentemente operamos de acuerdo a distintos niveles morales, seguimos caminos distintos, pero en algún punto esos caminos coinciden y entonces nos complementamos.

Recuerdo una discusión que tuve, recién terminada la guerra, con un sacerdote católico, que me dijo:

Debemos perdonarles. Tendrán que presentarse ante el Supremo tribunal de Dios.

Padre —le contesté—. ¿Por qué será que los criminales que no creen en Dios siempre intentan evadirse de la justicia humana y prefieren esperar al día del Juicio final?

No me contestó nada.

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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 4:32 pm

Unos amigos holandeses me dijeron que el SS que yo andaba buscando puede que no se llamara «Silbernagel», sino «Silbertaler». Varias personas de nombre «Silbertaler» habían vivido en Viena antes de la guerra, pero eran judíos y habían desaparecido. Hallé tres distintos Silbertaler en Viena y otros lugares de Austria, pero los tres fueron descartados. Empecé a darme cuenta de que era muy improbable hallar jamás el testigo histórico que necesitaba y empecé a preguntarme si aquel testigo viviría aún.

En mi siguiente visita a Amsterdam hablé con un par de amigos, ambos familiarizados con el caso de Ana Frank: el señor Ben A. Sijes, del Instituto Holandés de Documentación de Guerra, y el señor Taconis, alto oficial de la policía holandesa.

Muchos nombres salieron a relucir en el curso de nuestra conversación: los jefes de la SS Wilhem Harster, Alfons Werner, Willy Zoepf, Gertrud Slottke y otros que habían trabajado para Eichmann. En nuestro trabajo, un criminal nos lleva a otro, y salieron nuevos jefes, nuevos nombres que yo jamás había oído. Cuando estaba a punto de despedirme, Taconis me dijo que tenía «literatura de viaje» para mí y sonriendo sacó una copia fotostática del listín telefónico de 1943 de la Gestapo en Holanda. Había en él unos trescientos nombres.

—Léetelo en el avión —me dijo—. Eso te mantendrá despierto.

—Todo lo contrario. Recorrer los nombres de un listín telefónico me produce un efecto soporífero; así, que cuando estoy en una habitación de hotel de algún lugar desconocido, repaso generalmente el listín porque así me entra un sueño tremendo.

El vuelo hasta Viena duraba dos horas. Me instalé en mi asiento y repasé el listín de la Gestapo. Estaba casi dormido cuando volví una página encabezada por:
  • IV Sonderkommando
    IV B 4, Juden (judíos)
Y a continuación se leía:
  • Kempin
    Buschmann
    Scherg
    Silberbauer
Me desperté de golpe. La Sección IV B 4 se había encargado de los registros y del transporte de los judíos a los campos de muerte; de modo que si alguien había dado el soplo a la Gestapo respecto a dónde se escondían ciertos judíos en Holanda, el informe tuvo que ir a parar inevitablemente a la Sección IV B 4 de Amsterdam. De repente, el avión me pareció lentísimo. No podía esperar a llegar a Viena sabiendo que la mayoría de oficiales de la Sección IV B 4 habían sido reclutados procedentes de las fuerzas de policía de Alemania y Austria, mayormente entre los Kriminalpolizei. (Brigada de lo Criminal).

De vuelta a casa, antes de quitarme el abrigo, abrí el listín telefónico de Viena. Me descorazoné: había por lo menos una docena de personas llamadas Silberbauer. Probablemente habría más en otros listines de otras ciudades de Austria y si tenía que investigar cada nombre como había hecho previamente con los Silbernagel y los Silbertaler, podían pasar años. Había llegado el momento de hacer alguna deducción lógica. Como no podía verificar los antecedentes de todas las personas llamadas Silberbauer, decidí dedicarme a buscar un individuo que se llamara así y que hubiera trabajado (o todavía trabajara) para la policía de Viena. Era como resolver una ecuación con muchas incógnitas mediante sólo un factor dado. Tenía que comenzar a partir de una premisa definida si quería construir una estructura.

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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 5:14 pm

Llamé al Polizeirat doctor Josef Wiesinger, jefe de la Sección IIc del Ministerio del Interior que se ocupa de los crímenes nazis. Wiesinger me ha ayudado muchas veces en mis investigaciones. Le dije, bastante jactanciosamente, desde luego, que había hallado al individuo de la Gestapo que arrestó a Ana Frank.

Es un policía vienes llamado Silberbauer —le dije.

¿Cuál es su nombre de pila? —me preguntó sin poner objeciones a mi fanfarronada.

No conozco su nombre de pila.

Habrá por lo menos seis hombres en el cuerpo de policía de Viena llamados Silberbauer —dijo—. ¿A cuál de ellos se refiere?

Eso será fácil de averiguar, no tiene usted más que releerse sus historiales. Quiero al hombre que estuvo en la Sección IV B 4 de Amsterdam en agosto de 1944.

De eso hace diecinueve años —dijo Wiesinger escéptico.

Sus historiales llegan hasta entonces, ¿no?

El 2 de junio de 1963 envié por correo un informe detallado. Pasaron varias semanas. Fui a ver a Wiesinger en julio por otra razón y le pregunté de paso por Silberbauer. Me dijo que todos los dossiers de los policías llamados Silberbauer estaban «todavía siendo examinados». En septiembre, al volver de vacaciones, insistí, y me contestó que «hasta la fecha nada ha sido puesto en claro».

El 15 de octubre, Sijes y Taconis llegaron procedentes de Amsterdam para discutir conmigo varios casos de crímenes de guerra cometidos en Holanda y fuimos los tres a ver al doctor Wiesinger. Una vez más le pregunté por Silberbauer añadiendo que mis amigos holandeses estaban ansiosos de saber noticias.

Lo siento —dijo el doctor Wiesinger—. Todavía no hemos terminado con este asunto.

Noté cierta impaciencia en el tono pero lo atribuí a verdadera impaciencia o a exceso de trabajo. Me equivocaba.

La mañana del 11 de noviembre, el Volksstimme («La voz del pueblo»), órgano oficial del Partido Comunista Austríaco, publicaba una sensacional historia. El inspector Karl Silberbauer de la policía de Viena había sido suspendido de sus funciones «pendientes de investigación y posible juicio, por su papel en el caso de Ana Frank». Los comunistas sacaron el mayor partido del sensacional reportaje: Radio Moscú anunciaba que el capturador de Ana Frank había sido desenmascarado «gracias a la vigilancia de la Resistencia austríaca y elementos progresivos de la nación». Izvestia, posteriormente, elogió el trabajo de investigación llevado a cabo por los camaradas austríacos.

Llamé al doctor Wiesinger y vi que no sabía qué decir:

Hubiéramos preferido, naturalmente, que fuera usted quien hubiera descubierto la historia en lugar de los comunistas pero ¿cómo íbamos a suponer que Silberbauer hablaría? Se le había dicho que mantuviera la boca cerrada.

Decidí no mantener tampoco cerrada la mía. Llamé al editor de un periódico holandés de Amsterdam y le di la historia que fue publicada en el mundo entero en primera plana. Recibí más cables y cartas que después de la captura de Eichmann. Me hicieron entrevistas por la radio y la televisión. Paul Kraler, ahora en el Canadá, contó al mundo cómo los Frank habían estado viviendo en aquella buhardilla y que en Suiza el señor Frank declaró que había sabido desde siempre que el que les había detenido era un SS llamado Silberbauer.

Todo el mundo se interesó, excepto las autoridades austríacas que decían que no podían comprender «por qué tanto alboroto» (palabras de un alto oficial). Los periodistas querían interrogar a Silberbauer pero el Ministerio del Interior se negó a proporcionar fotografías de Silberbauer y trató de mantenerlo incomunicado. No me conformé y di la dirección de Silberbauer a un periodista holandés, con el convencimiento de que los holandeses tenían derecho siquiera a una sola entrevista.

Continúa...

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Erich Hartmann
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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Oct 20, 2008 5:18 pm

Cuando el holandés fue a ver a Silberbauer, halló al inspector de policía (segunda graduación inferior en la policía austríaca) de muy mal talante. Decía que le habían forzado contra su voluntad.

¿Por qué meterse conmigo ahora después de tantos años? Yo no hice más que cumplir con mi deber. Ahora acababa de comprarme unos muebles a plazos y van y me dejan sin empleo ¿cómo voy yo a pagar los muebles?

¿No siente remordimientos de lo que hizo? —le preguntó el reportero.

Claro que lo siento y a veces me siento humillado. Ahora, cada vez que tomo un tranvía tengo que pagar billete como todo el mundo, porque ya no tengo pase.

¿Y en cuanto a Ana Frank? ¿Ha leído su Diario?

Silberbauer se encogió de hombros:

Compré el librito la semana pasada para ver si salgo yo. Pero yo no salgo.

El periodista añadió:

Millones de personas han leído ese libro antes que usted, y usted hubiera podido ser el primero en leerlo.

Silberbauer le miró sorprendido.

Y que lo diga. Es verdad. Nunca se me había ocurrido. Quizá debí recogerlo del suelo.

Si lo hubiera hecho, nadie hubiera oído hablar de él ni de Ana Frank.

Cuando el doctor Wiesinger me dijo el 15 de octubre: «Lo siento. Todavía no hemos terminado con este asunto», él sabía ya que el Inspektor Karl Silberbauer, perteneciente al Primer Distrito del Cuartel General de Policía, había admitido haber llevado a cabo personalmente el arresto de Ana Frank y de las restantes personas escondidas en la buhardilla de Amsterdam, la mañana del 4 de agosto de 1944.

Pregunté al doctor Wiesinger por qué no me había revelado aquella información y me contestó que tenía «órdenes superiores» de mantener secreto el asunto.

Tras la capitulación de Alemania, Silberbauer había tomado en Holanda un avión y regresado a Viena. Por el hecho de haber abandonado el cuerpo vienés para unirse en 1943 a la SS, se había visto sometido a los procesos de «desnazificación» de 1952, de los que resultó absuelto, e incorporado al servicio activo con la categoría de inspector.

Durante el mes que siguió a la confesión de Silberbauer, sus superiores no hicieron nada, pero el 4 de octubre fue suspendido de servicio y recibió la orden de no mencionar una palabra del asunto, pendiente de investigación. Un mes después, Silberbauer se quejó a un colega de que tenía «ciertas dificultades por culpa de aquella Ana Frank y el colega, miembro del Partido comunista austríaco, —hay varios comunistas en el cuerpo de policía de Viena— contó la historia a la organización comunista de antiguos internados en campos de concentración. En una reunión, el 10 de noviembre, otro individuo dio cuenta de la historia y a la mañana siguiente el Volksstimme publicaba la sensacional noticia. Las autoridades austríacas no hallaron pruebas de que Silberbauer fuera culpable de la detención de los Frank y un portavoz del Ministerio del Interior dijo que el arresto de Ana Frank «no autorizaba el arresto de Silberbauer ni una demanda como criminal de guerra», pues se había limitado a acatar órdenes aunque sí fue sometido a procedimiento disciplinario por el hecho de haber ocultado, al tribunal de desnazificación, que trabajó para la Sección de Asuntos Judíos de la Gestapo en Holanda.

Cuando se pidió al señor Otto Frank que hiciera una declaración sobre el hombre que los había capturado dijo «que se había limitado a cumplir con su deber y que había actuado correctamente».

—Lo único que pido es no tener que ver a ese hombre otra vez —dijo el padre de
Ana Frank.

Una junta de revisión de la policía, absolvió a Silberbauer de culpabilidad oficial y volvió desde entonces a figurar en el cuerpo de policía, adscrito a la Erkennungsamt (Oficina de Identificación).

Casualmente, Silberbauer ha trabajado en la Jefatura de Policía todos estos años que yo he andado buscándole. De mi despacho a la jefatura hay diez minutos andando, así que probablemente alguna vez nos cruzamos en la calle. Y también, frente a nuestro Centro de Documentación hay un almacén textil con un letrero que indica SILBERBAUER y un segundo almacén similar, también SILBERBAUER, al lado de nuestra oficina. Naturalmente, «Silberbauer» no tenía importancia pues comparado con los nombres de mi fichero era un don nadie, un cero a la izquierda. Pero es que a la derecha de ese cero había una cifra: Ana Frank.

FIN


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Shindler
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Re: ANNELIESE MARIE FRANK

Mensaje por Shindler » Mié Oct 22, 2008 1:06 am

—¿No siente remordimientos de lo que hizo? —le preguntó el reportero.
—Claro que lo siento y a veces me siento humillado. Ahora, cada vez que tomo un
tranvía tengo que pagar billete como todo el mundo, porque ya no tengo pase.
—¿Y en cuanto a Ana Frank? ¿Ha leído su Diario?
Silberbauer se encogió de hombros:
—Compré el librito la semana pasada para ver si salgo yo. Pero yo no salgo.
El periodista añadió:
—Millones de personas han leído ese libro antes que usted, y usted hubiera podido
ser el primero en leerlo.
Silberbauer le miró sorprendido.
—Y que lo diga. Es verdad. Nunca se me había ocurrido. Quizá debí recogerlo del
suelo.
Si lo hubiera hecho, nadie hubiera oído hablar de él ni de Ana Frank
.
Realmente lamentable, no puedo emitir comentario alguno, me repugna el solo hecho de pensar en su forma tan despreocupada de pensar sobre Anna. "Quizá debí recogerlo del suelo. Si lo hubiera hecho, nadie hubiera oído hablar de él ni de Ana Frank". Un caso más de "sólo cumplía órdenes" , ojalá que la pequeña Anna te perdone Silberbauer pues yo y muchos no lo haremos.

Magnífica exposición Erich.


Imagen
Karl Josef Silberbauer http://www.annefrank.org/content.asp?pid=327&lid=4




Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger

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