El siguiente texto fue publicado por el diario ABC el 24 de septiembre de 2007 y es obra de Antonio Astorga. En el se cuenta la historia del pequeño Ilya y como pasó a convertirse en el bufón de los nazis los cuales no llegaron a conocer su secreto.
«Antes de matarme, ¿no me daría un pedazo de pan?», le suplicó Ilya Galperin, de cinco años, al sargento Jekabs Kulis, de la Policía lituana, luego absorbida por la SS nazi. En lo profundo de un bosque bielorruso, 9 meses después de que Alemania devastara la nación, Ilya fue entregado a un pelotón de fusilamiento. Pensó que todo se desmoronaba al comprobar a su lado las aterrorizadas caras de los seres que iban a ser asesinados. Era el final.
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Pero el sargento Kulis miró fijamente a Ilya, lo sacó del grupo y lo llevó al fondo de una escuela. Lo analizó detenidamente, y descubrió que era judío. «Esto es malo», le susurró. «No quiero matarte, pero no puedo dejarte aquí porque morirás». Al fondo, el estruendo de los disparos desencajó la faz de Ilya: «Te llevaré conmigo, te daré un nuevo nombre y dirás que eres un huérfano ruso», le aleccionó el militar. ¿Por qué le salvó, y le tuvo lástima? ¿Tal vez por su aspecto de ario, de niño rubio? Ilya nunca lo supo, ni lo sabrá, y jamás reveló su pasado a nadie, ni a su mujer hasta 1997.
Ilya pasó a llamarse Alex Kurzem, y si los rusos descubrían que había sido captado por las SS o los nazis que él era judío sería su sentencia de muerte. Desconfiaba de su sombra. Le uniformaron de nazi y le «armaron» con un pequeño rifle y pistola, que llevaba en un morral. El joven Alex presenció las batallas en el frente ruso y fue utilizado por las SS para atraer a los ciudadanos judíos. En los alrededores de los vagones de carga que los transportarían, engañados, a los campos de exterminio fue obligado a ofrecer barras de chocolate a los judíos para que subieran a esos trenes de la muerte. Entre abominables atrocidades nazis, Ilya lustró zapatos y acarreó agua, pero su trabajo era «que los soldados se sintieran un poquito felices».
Las SS nunca descubrieron que su «mascota» era un niño judío: «Pensaron que yo era un huérfano ruso», desvela Alex en el libro «La mascota», que ha escrito junto a su hijo Mark, donde expurga su memoria histórica para recordar la pesadilla nazi que en su vida arranca el 20 de octubre de 1941, cuando el Ejército alemán invadió la aldea en la que él vivía: «Alinearon a los hombres y los fusilaron. Mi madre me dijo que mi padre había muerto y que todos seríamos asesinados. Yo no quería morir, intenté escapar». Besó a su madre, le dijo adiós, y corrió a la colina. En la oscuridad de la noche un terrible dolor se le clavó en el corazón: su familia acababa de ser masacrada. Traumatizado, Ilya se mordió la mano para no llorar a gritos y ser descubierto. Vagó por el bosque. Nadie le quiso. Llamó a las puertas del cielo y no le respondieron. Desde el infierno le escupieron trozos de pan, ni como a un perro.
Foto: AFP