Durante el invierno de 1918 que pasó en el hospital, ciego e indefenso, su propio fracaso personal pareció fundirse con el desastre de todo el pueblo alemán. El impacto de la derrota, el desmoronamiento de la ley el orden y el triunfo de los franceses en este cabo convaleciente una agonía que consumió su ser y que engendró esas fuerzas del espíritu portentosas e inconmesurables que pueden significar la salvación o la condena de la humanidad. La caída de Alemania le parecía inexplicable por procesos naturales. En algún lugar había habido una traición gigantesca y monstruosa. Solitario y encerrado en sí mismo, el humilde soldado reflexionaba y especulaba sobre las posibles causas de la catástrofe, con su escasa experiencia personal como única guía. En Viena se había relacionado con grupos ultranacionalistas alemanes y había oido hablar de actividades siniestras y destructivas de una raza de enemigos explotadores del mundo nórdico: los judíos. Su ira patriótca fundió con su envidia de los ricos y los triunfadores eb un odio arrollador.
Cuando finalmente, como a un paciente cualquiera, le dieron de alta en el hospital, llevando todavía el uniforme por que sentía un orgullo casi pueril, que espectáculo vieron esos ojos recién destapados! Qué temibles son las convulsiones de la derrota! A su alrededor, en un ambiente de desesperación y frenesí, brillaban las pecularidades de la revolución roja. Los vehículos blindados recorrían como una exhalación las calles de Múnich repartiendo panfletos o balas entre los caminantes fugitivos. Sus propios camaradas, con desafiantes brazaletes rojos sobre el uniforme gritaban slóganes furiosos contra todo lo que a él le importaba en la vida. Como en un sueño, todo se aclaró de repente. Alemania había sido apuñalada por la espalda y destrozada por los judíos, por los especuladores y los intrigantes que había detrás del frente, por los malditos bolcheviques con su conspiración internacional de intelectuales judíos. Radiante ante él vió su deber: salvar a Alemania de esta calamidad, vengarla y conducir a la raza superior hacia el destino que la aseguraba.
Los oficiales de su regimiento, muy preocupados por el espíritu sedicioso y revolucionario de sus hombres, se sintieron satisfechos al dar con uno, al menos que parecía comprender la raíz de la situación. El cabo Hitler quería seguir movilizando y encontró empleo como "oficial de educación política" o agente. De esa forma, reunía información sobre motines y propósitos subversivos. Entonces, el oficial de seguridad para el que trabajaba le dijo que asistiera a los mítines de los partidos políticos locales de todo tipo. Una noche de Septiembre de 1919, el cabo fue al mitin del Partido de los Trabajadores Alemanes (Deutshe Arbeit Partei) que se celebraba en una cervecería de Múnich, donde escuchó decir por primera vez lo que él opinaba en secreto de los judíos, los especuladores, los "criminales de Noviembre" que habían empujado a Alemania al abismo.
El dieciséis de Septiembre se afilió al partido y poco después, combinandolo con su trabajo militar, se dedicó a hacerle propaganda. En Febrero de 1920, se celebró en Múnich el primer mitin masivo del Partido de los Trabajadores Alemanes, en el que se destacó el propio Adolf Hitler que esbozó en veinticinco puntos del programa del partido. Se había convertido en político, había comenzado su campaña de salvación nacional.
Fue desmovilizado en Abril y se entregó de lleno a la expanción del partido. A mediados del año siguiente había desbancado a los líderes originales y, gracias a su pasión y su genio, obligó al público hipnotizado a aceptar su control personal. Ya era el "Führer". Compraron un periódico de poca difusión local, el "voelkischer Beobachter", que se convirtió en órgano del partido.
Los comunistas no tardaron en reconocer a su enemigo. Trataron de interrumpir los mítines de Hitler quien, en los últimos días de 1921, organizó las primeras unidades de milicianos. Hasta entonces, todo se había mantenido dentro de los círculos locales de Baviera pero, ante las tribulaciones de la vida en Alemania durante estos años de postguerra, en diversos lugares del Reich muchas personas comenzaron a prestar atención a este nuevo evangelio. La enorme ira que despertó en toda Alemania la ocupación francesa del Rhür en 1923, porporcionó al por entonces llamado Partido Nacional Socialista una amplia oleada de adeptos. El derrumbe del marco destruye la base de la clase media alemana, buena parte de la cual se apuntó al nuevo partido y encontró alivio a su miseria en el odio, la venganza y el fervor patriótico.
Desde el principio, Hitler dejó muy claro que el camino hacia el poder pasaba por la agresión y la violencia contra la República de Weimar nacida de la vergüenza de la derrota. En Noviembre de 1923, el Führer ya contaba con el apoyo de un grupo decidido, entre los que figuraban Göring, Hess, Rosemberg y Röhm. Estos hombres de acción dedicideron que había llegado el momento de tratar de tomar el poder en el Estado Mayor del Ejército alemán durante la mayor parte de la Primera Guerra Mundial, proporcionó a la empresa el prestigio militar de su nombre y participó en el putsch. Antes de la guerra, se solía decir que "en Alemania no habría ninguna revolución porque en Alemania están prohibidas las revoluciones". Las autoridades munisquesas revivieron entonces ese precepto. Las tropas policiales dispararon, evitando cuidadosamente al general, que marchó hacia adelante a encontrarse con sus tropas que lo recibieron con respeto. Murieron alrededor de veinte manifestantes.
Hitler se echó al suelo y escapó del lugar con otros dirigentes. En Abril de 1924, lo condenaron a cuatro años de cárcel.
Aunque las autoridades alemanas mantuvieron al orden y el tribunal alemán impuso un castigo, cundió por todo el país la sensación de que estaban atacando a individuos de su propia sangre y que estaban haciéndole el juego a los extranjeros a expensas de los hijos más fieles de Alemania. La condena de Hitler fue reducida de cuatro años a trece meses. Los meses que pasó en la fortaleza de Landsberg, sin embargo, le bastaron para finalizar las líneas generales del Mein Kampf, un tratado sobre su filosofía política, dedicado a los muertos en el reciente putsh. Cuando finalmente llegó al poder, ningún otro libro fue estudiado con mayor atención por los líderes de las potencias aliadas, tanto políticos como militare. Estaba todo ahí: el programa de resurreción de Alemania, la técnica de propaganda del partido; el plan para luchar contra el marxismo; el concepto de estado nacionalsocialista: la legítima posición de Alemania en la cúspide del mundo. Era el nuevo Corán de la fé y la guerra: ampuloso, grandilocuente, informe, pero cargado de mensaje.
La tesis fundamental del Mein Kampf era sencilla. El hombre es un animal combativo, por tanto la nación, al ser una comunidad de luchadores, es una unidad de combate. Un organismo vivo que deja de luchar por su vida está condenado a la extinción, del mismo modo que están condenados un país o una raza que dejan de luchar. La capacidad de lucha de una raza depende de su pureza, de donde se desprende la necesidad de eliminar las profanaciones extranjeras. La raza judía, debido a su universalidad, tiene que ser pacifista e internacionalista. El pacifismo es el más mortal de rodos los pecados porque significa la sumisión de la raza en la lucha por la existencia.
Continúa...
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Fuente:
Libro La Segunda Guerra Mundial Winston S. Churchill editorial de Bolsillo, Páginas: 70-74