Fortaleza de Spandau

La guerra en el este de Europa

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Álvaro_41
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Fortaleza de Spandau

Mensaje por Álvaro_41 » Jue Jul 12, 2007 4:41 pm

Otra fortaleza sitiada por el Ejército Rojo aquel día de 1 de mayo fue la ciudadela de Spandau, situada en el extremo noroeste de Berlín. Desde el punto de vista arquitectónico, se trataba de un lugar muchísimo más distinguido que el horrible bloque de hormigón del Zoo (Búnker antiaéreo) . Sirvió durante la guerra para alojar los laboratorios de defensa militar contra los ataques con gases, aunque todo apunta que todo esto no sea más que una tapadera.

El 30 de Abril, el 47º ejército soviético se enfrentó por fin a este formidable obstáculo cuyos cañones podían cubrir los dos puentes más cercanos tendidos sobre el río Havel.
Con la esperanza de evitar un asalto en toda su magnitud, el general Perjorovich, que se hallaba al frente del ejército, envió al 7º departamento, al mando del comandante Grishin, para ablandar al enemigo por medio de la propaganda. Una serie de camiones dotados de altavoces recorría los alrededores cada vez que sonaba la hora, y los alemanes respondían con descargas de artillería.

Al día siguiente, 1 de mayo, Perjorovich ordenó a Grishin que enviase propuestas de rendición al comandante de la guarnición. Grishin reunió a sus oficiales y les dijo: <<Puesto que la misión es peligrosa, no puedo obligar a nadie a que la cumpla. Necesito un voluntario dispuesto a acompañarme. Entonces se ofrecieron los siete, aunque el comandante dijo a Konrad Wolf, futuro cineasta de la Alemania Oriental y hermano de Markus Wolf, que él no podría ir: en la fortaleza había oficiales de las SS, y si tenían la más mínima sospecha de que era un alemán con uniforme ruso, no dudarían en matarlo en el acto de un disparo. En su lugar se eligió a su mejor amigo, Vladimir Gall.
Él y Grishin salieron de detrás de los árboles ondeando una bandera blanca y se aproximaron lentamente a la barricada erigida alrededor de un tanque Tiger calcinado que se hallana ante el puente de ladrillo del foso.
Al verlos acercarse, los alemanes echaron una escala desde la balaustrada de piedra que había a una docena de metros por encima de la entrada principal. Los dos emisarios subieron por la escalera de cuerda, que oscilaba de un modo alarmante, y una vez llegados al antepecho, se introdujeron recelosos en la habitación a oscuras que se abría tras éste. Allí pudieron distinguir a un grupo de oficiales de la Wehrmacht y las SS. Saltaba a la vista que el comandante de la ciudadela era el coronel Jung, y su segundo, el teniente coronel Koch. El primero llevaba gafas con montura metálica, tenía un semblante de anciano surcado de arrugas, el cabello gris y corto, y el cuello del uniforme desabotonado. En conjunto, no daba la impresión de ser un soldado profesional. Sin embargo, ni Grishin ni Gall tenían idea alguna de cuál era su posición real.

Cuando se iniciaron las negociaciones, el encargado de dirigirlas casi por entero de la parte de los soviéticos fue Gall, filólogo judío, por cuanto Grishin apenas hablaba alemán. Koch los informó de que Hitler había dado órdenes de ajusticiar en el acto a todo oficial que intentase entregar una fortaleza. Por desgracia, el 47º ejército aún no estaba al corriente de la muerte del Führer. Gall no pasó por alto el estado de agotamiento nervioso en que se hallaban en especial los oficiales de las SS, algo que los hacía capaces de abatir a alguien a tiros sin preocuparse por las consecuencias. Les aseguró que Berlín se hallaba ocupada casi en su totalidad y que el Ejército Rojo se había reunido con los estadounidenses en Torgau, a orillas del Elba, y seguir resistiendo sólo comportaría la pérdida inútil de vidas humanas. Si se rendían, no habría ejecuciones y se proporcionaría alimento a todos los ocupantes de la fortaleza y asistencia médica a los heridos y los enfermos. Dejó bien claro que si se negaban a capitular y obligaban al Ejército Rojo a tomar la fortaleza al asalto, no podría mantener ninguna de estas garantías. <<Todos somos soldados y sabemos que puede derramarse mucha sangre, y si mueren en esta batalla muchos de nuestros soldados, nadie puede responsabilizarnos de las consecuencias. Sin embargo, si se niegan a presentar su rendición, recaerá sobre usted la responsabilidad de la muerte de todos los miembros de la población civil alojados en este edificio. Alemania ha perdido tanta sangre que no cabe duda de que cada una de las vidas que le quedan debe de ser importante para construir su futuro.>>

Los oficiales de las SS lo miraron henchidos de odio. La tensión era tal que temió que <<la chispa más diminuta>> pudiese provocar una explosión. A instancias de Grishin, los avisó de que tenían hasta las tres de la tarde para decidirse. En medio de un silencio sepulcral, los dos oficiales soviéticos se dieron la vuelta para dirigirse hacia la luz que entraba por la ventana. Mientras tras bajaban por la escala, temblando a causa de la tensión, Gall no pudo evitar sentir miedo ante la posibilidad de que algún oficial de las SS cortase la cuerda.

Al llegar al suelo, y a pesar de los deseos que sentían de atravesar corriendo el campo abierto que separaba la fortaleza de la seguridad que suponían los árboles tras los que los esperaban sus camaradas, se obligaron a caminar con paso decidido. Una vez llegados a los árboles, el resto de oficiales corrió a abrazarlos, pero ellos hubieron de admitir que no les habían dado respuesta alguna: no podían hacer otra cosa que esperar. La presencia de los oficiales de las SS y la orden de abatir a todo el que quisiera claudicar tampoco resultaban alentadoras en absoluto.

La tensión se manifestaba de mayor manera cuando se acercaban las tres de la tarde.

-¡Camarada capitán! -gritó de súbito un soldado-. ¡Mira! ¡Ya vienen!

Pudieron distinguir dos figuras en la balaustrada, listas para bajar la escalera. La guarnición tenía intenciones de capitular. Gall se dijo que debía actuar como si estuviese acostumbrado a recibir la noticia de la rendición de una fortaleza como algo cotidiano.

Cuando aparecieron los dos emisarios alemanes -los tenientes Ebbinghaus y Brettschneider-, los oficiales y soldados rusos corrieron a darles una palmadita en la espalda a modo de felicitación. Los recién llegados comunicaron a Gall que se hallaban de acuerdo sobre las condiciones de la rendición, pero que primero debían quedar por escrito y firmadas. Los condujeron triunfantes al cuartel general del 47º ejército, donde podían verse por doquier botellas vacías de resultas de la celebración del Primero de Mayo. Uno de los jefes dormía aún en un colchón en el suelo. Cuando lo despertaron, reparó en los dos oficiales alemanes y mandó a los ordenanzas traer comida para ellos. Entonces apareció el comandante Grishin. Le hicieron saber que la guarnición insistía en tener primero por escrito los pormenores de la rendición. <<¡Una reacción muy alemana!>> murmuró.

Cuando se escribieron y firmaron las condiciones de rendición, los oficiales soviéticos sacaron una botella de coñac y llenaron vasos para hacer un brindis. Los rusos los vaciaron de un tirón, y al ver que el teniente Brettschneider, que había comido muy poco durante la última semana, bebía tan sólo dos dedos en un gesto prudente, dejaron escapar una sonora carcajada y rellenaron los vasos al mismo tiempo que gritaban : Woina kaputt! (<<La guerra se ha terminado>>).


Berlín 1945: La caída - Antony Beevor

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