La Operación Barbarroja

La guerra en el este de Europa

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La Operación Barbarroja

Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:06 am

Lo prometido es deuda. Aquí está el artículo de David Solar sobre Barbarroja aparecido el mes pasado en la revista La aventura de la historia. No he querido abrir un tema sólo para éste, de modo que lo incluyo en el tema existente más afin a su temática. El artículo no aporta nada nuevo, pero bueno, a alguien le aprovechará sin duda.


HITLER ATACA LA URSS: OPERACIÓN BARBARROJA

El 22 de junio de 1941 comenzó la mayor invasión de la historia: el III Reich lanzó a la conquista de la URSS a tres millones y medio de hombres. DAVID SOLAR narra el inicio de la operación y profundiza en los motivos nazis y e la inexplicable sorpresa y ceguera de Stalin.

A las 3.30 de la madrugada del 22 de junio de 1941 la artillería alemana abrió fuego contra las líneas soviéticas. Un capitán saltaba espantado de su catre y telefoneaba al Estado Mayor de su división.

-¡Mi coronel, nos atacan los alemanes!

-¡Eso es imposible! ¡Está borracho! ¡Váyase a dormir y déjeme en paz!

En Brest-Litovsk, el general Blumentritt, jefe del Estado Mayor del IV Ejército alemán, situado en el centro del dispositivo de ataque, anotaba: "Nuestra artillería estaba en acción y, tranquilo, el expreso Berlín-Moscú proseguía sin incidentes su larga marcha". No sólo ese convoy era ajeno a lo que comenzaba: a aquellas horas, varios trenes de mercancías atravesaban la frontera hacia el oeste transportando miles de toneladas de minerales y cereales soviéticos para Alemania y sus maquinistas sentían poco mas que curiosidad ante el relampagueo y el estruendo de los cañones... Y es que nadie podía creer en la URSS que fuese a estallar la guerra.

En los cuarteles generales de los ejércitos alemanes se partían de risa y asombro cuando su servicio de escuchas captaba el desconcierto reinante en las líneas soviéticas; una posición de primera línea telefoneaba a la jefatura de su división:

-¡Los alemanes nos disparan! ¿Qué hacemos?

-¿Pero es que estáis locos? ¿Por qué no está cifrado vuestro mensaje?

A esas horas se registraban centenares de alarmadas conversaciones entre las posiciones fronterizas y los cuarteles generales de las unidades. Pero la sorpresa y el desconcierto no sólo sacudían a los somnolientos soldados de la primera línea, sino que, incluso, implicaban a los más encumbrados jefes del Ejército Rojo. Las jefaturas aéreas de Minsk y Kiev informaban al jefe del Estado Mayor general, Giorgi K. Zhukov, que sus aeropuertos estaban siendo bombardeados; el almirante Kuznetsov, comandante de la base aeronaval de Sebastopol, trató inútilmente de hablar con Stalin para comunicarle que decenas de bombarderos alemanes estaban reduciendo a escombros sus instalaciones: finalmente, logró contárselo al mariscal Timoshenko, comisario para la Defensa de la URSS. Éste y Zhukov intentaron hablar con Stalin, que acababa de retirarse a descansar a su dacha de las afueras de Moscú, pero el general ayudante de servicio les replicó que eso era imposible:

-El camarada Stalin se encuentra durmiendo. Y no seré yo quien vaya ahora a molestarle.

Finalmente, tras unos minutos de discusión, improperios y amenazas, lograron que lo despertara y Zhukov le informó de que los alemanes les atacaban a lo largo de todas sus fronteras occidentales, desde Polonia hasta el mar Negro, y que un centenar de aeropuertos notificaban que estaban siendo bombardeados. Alan Bullock describe la tremenda escena:

-¿Puedo ordenar que se rechacen los ataques?

Stalin permaneció en silencio. Lo único que podía escuchar Zhukov era su sofocada respiración.

-¿Me ha entendido?

De nuevo el silencio. Finalmente, Stalin le dijo que se dirigiera al Kremlin en compañía de Timoshenko. Él acudiría en seguida. Una hora después se presentaron los dos generales y hallaron “a todos los miembros del Politburó reunidos. Stalin, con el rostro completamente blanco, estaba sentado a la mesa, empuñando una pipa llena de tabaco que balanceaba de un lado al otro”. Aún no aceptaba que aquello pudiera ser la guerra.

-Si los alemanes desearan la guerra, la habrían declarado. Seguramente querrán algo y esto sólo será un amago para presionarnos. ¿Qué pasa con nuestro embajador en Berlín? Llamen inmediatamente a la embajada alemana en Moscú, a ver qué está ocurriendo.

En aquel instante se supo que el embajador alemán, Von Schulenburg, se hallaba en el Ministerio de Exteriores, entrevistándose con Viacheslav Molotov y, al tiempo, desde la embajada de la URSS en Berlín respondían que su representante, Vladimir Dekanosov, se estaba entrevistando con Joachim von Ribbentrop, el ministro alemán de Exteriores.

Sobre los máximos responsables soviéticos cayó un manto de plomo. La coincidencia en la convocatoria alemana de ambas reuniones a una hora tan intempestiva era un presagio fatal.

Mal día para la diplomacia

A las cuatro de la madrugada, el embajador Dekanosov, acompañado de su interprete, "el pequeño Pavlov", llegó al despacho de Ribbentrop, en la Wilhelmstrasse. Aunque la inusitada llora le sorprendiera, creía que se le había convocado a causa de sus numerosas reclamaciones sobre las concentraciones de tropas alemanas en las fronteras de la URSS y sobre los incidentes que a diario provocaban. El ministro alemán le recibió acompañado sólo por su intérprete jefe, Paul Schmidt, al que debemos la narración del histórico momento.

"Dekanosov le dio a Ribbentrop la mano y, una vez que nos hubimos sentado, manifestó su deseo de formular unas preguntas que exigían urgente explicación. No pudo seguir. Ribbentrop le cortó la palabra y le dijo, con rostro pétreo:

-Ahora no se trata de eso. La actitud hostil del Gobierno soviético respecto a Alemania y la grave amenaza que ve el Reich en la concentración de tropas rusas en nuestras fronteras del Este ha obligado al Reich a tomar medidas militares... Desde esta misma mañana se han adoptado las medidas militares adecuadas.

A continuación, lanzó sobre Dekanosov una lluvia de reproches. Uno de los principales era el pacto firmado por la URSS con Yugoslavia, poco antes de que Alemania se apoderara de los Balcanes.

-Siento no poder añadir más, sobre todo porque he llegado a la conclusión de que, a pesar de todos mis esfuerzos, no he conseguido establecer unas relaciones razonables entre los dos países.

Dekanosov entendió que se trataba de una declaración de guerra, aunque Ribbentrop no hubiera pronunciado tal palabra, pero tras la inicial estupefacción se recuperó rápidamente y también él lamentó mucho que los acontecimientos hubieran seguido tal rumbo.

-Esto se debe al proceder totalmente erróneo del Gobierno alemán. No me queda otro remedio, como responsable aquí del protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores, que ordenar el traslado de mi embajada a Rusia.

Dekanosov se levantó, hizo una breve reverencia y acompañado de Paviov, abandonó el despacho. Al despedirse no dio la mano a Ribbentrop.

Cuando llegó a su embajada, Dekanosov telefoneó a su ministro. Nada nuevo le iba a contar a Molotov, que minutos antes había despedido airadamente al embajador alemán, Von Schulenburg.

Para el aristocrático Friedrich Werner, conde Von der Schulenburg, aquel había sido el día más terrible de su carrera diplomática. Ya había estado en el Ministerio soviético de Exteriores a las 21,30 horas del 21 de junio, suportando una lluvia de improperios del ministro Molotov, a causa de la concentración de tropas de la Wehrmacht en las fronteras de la URSS y una demanda de que se clarificasen los deseos alemanes en aras de unas buenas relaciones. De regreso a su embajada, redactó una relación de la entrevista y a la 1.17 del 22 de junio, la envió cifrada a Berlín: "Molotov expresó que había numerosos indicios de que el Gobierno alemán estaba descontento con el soviético. Que incluso eran frecuentes los rumores de una guerra entre Alemania y la Unión Soviética. El Gobierno soviético no lograba comprender los motivos de la insatisfacción alemana (...) y estaría agradecido si pudiera informarle sobre las razones que habían provocado la actual tensión en las relaciones germano-soviéticas...". El embajador se sentía agotado y sólo deseaba tomarse una copa antes de meterse en la cama, cuando le pasaron un telegrama cifrado de su ministro: "Cuando reciba esto, destruya todos sus códigos y sabotee sus instalaciones de radio. Entrevístese con Molotov ineludiblemente esta madrugada, a las cuatro, y notifíquele la declaración siguiente...". El rusófilo Von Schulenburg quedó anonadado. Con todo lo que había luchado, primero, para la firma del Pacto Germano-soviético de agosto de 1939, con todos los obstáculos que había tenido que superar para conseguir magníficos acuerdos comerciales para Alemania y con el sapo que había tenido que tragarse horas antes, ahora Von Ribbentrop le ordenaba que volviera sobre sus pasos para notificarle al ministro que estaban en guerra.



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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:07 am

¡Es la guerra!

A las cuatro de la madrugada, mortalmente pálido, llegó Von Schulenburg al despacho de Molotov. Apenas pudo balbucear un saludo y, a continuación, leyó el mensaje que le había enviado su ministro, similar al que en aquellos momentos estaba escuchando el embajador soviético en Berlín: una requisitoria enrevesada, cargada de recriminaciones y sospechas, según las cuales el Reich llegaba a la conclusión de que la URSS, de acuerdo con Gran Bretaña, se disponía a atacar Alemania y, en consecuencia, "el Führer ha ordenado a las fuerzas armadas del Reich que conjuren la amenaza con todos los medios adecuados".

Molotov, ya informado de los primeros ataques alemanes, se esperaba una retahíla de disculpas, mezcladas con reproches y con demandas, pero no estaba preparado para encajar tal notificación de beligerancia y preguntó asombrado:

-¿Esto es una declaración de guerra?

Von Schulenburg le miró sin decir palabra. El ministro soviético se puso en pie, golpeó en la mesa con ambos puños clamando contra aquella felonía y contra la mala fe de los alemanes. Luego, rugió antes de despedir al diplomático:

-Es la guerra. Su aviación acaba de bombardear diez ciudades abiertas ¿Le parece que merecemos este trato?

Pánico en el Kremlin

Hacia las 4,30 de la madrugada, Molotov llamó al Kremlin y comunicó al Secretario General la declaración de guerra. Stalin colgó el teléfono y, sin decir palabra, "se desplomó en su asiento y quedó sumido en sus pensamientos. Siguió un largo y pesado silencio", roto por los militares que le pedían permiso para repeler la agresión.

-¿Están seguros de que trata de una declaración de guerra? ¿Creen que constituye un ataque a gran escala?

-Por supuesto, camarada Secretario General -respondió el mariscal Timoshenko-, los alemanes nos atacan en tres puntos de nuestras fronteras: desde Prusia Oriental, desde Polonia y desde Rumania y las alarmas de nuestras tropas fronterizas indican cjue los frentes de la ofensiva alemana tienen más de trescientos kilómetros. ¿Que debemos ordenar a nuestras tropas?

Stalin, aunque agotado y anonadado, trató de valorar la situación. Si era una provocación, todo se resolvería con una queja diplomática; si se trataba de una invasión, no adelantaría mucho dando órdenes precipitadas a aquellas horas. Quizás aún pudiera resolverse todo con una mediación diplomática.

-Ordenen a sus unidades que rechacen los ataques enemigos, pero no crucen la frontera alemana en ningún caso.

Y, a continuación, aferrándose a la esperanza de que sólo se tratara de una finta de Hitler, le pidió a Molotov que se mantuviera en contacto con Berlín y que intentara abrir negociaciones, utilizando la mediación japonesa.

Increíblemente, la Unión Soviética había sido sorprendida; Alemania y sus aliados habían reunido en sus fronteras tres millones y medio de hombres, 7.200 cañones, 3.350 carros de combate y más de cien mil vehículos de todo tipo. Además, su fuerza aérea había situado 2.700 aviones en aeropuertos próximos. A Moscú habían llegado mil informes militares de concentraciones formidables que habían requerido el movimiento de más de 20.000 trenes especiales en los cuatro últimos meses: los Ministerios de Defensa, Exteriores y el propio Kremlin estaban abrumados por los informes de sus agentes en toda Europa y Japón y por los avisos de Washington y Londres. Horas antes, Korpik, un obrero comunista, se había jugado la vida desertando de la Wehrmacht para alertar a los camaradas soviéticos de la invasión con fecha y hora. Stalin lo había fusilado por "provocador", puesto que la guerra era imposible.

En sus Memorias, Churchill se lamenta de que Moscú hubiese ignorado las

"... Diversas advertencias que Eden le había entregado al embajador soviético en Londres, o mi esfuerzo personal para que Stalin se diera cuenta del peligro. Estados Unidos había enviado constantemente información aún más precisa al Gobierno soviético. Nada de lo que hicimos atravesó los prejuicios ciegos y las ideas fijas que Stalin había levantado entre él y la terrible verdad".

Todavía la mañana de aquel primer domingo de verano, mientras se combatía ya a lo largo de 500 kilómetros de frontera, la prensa emitía un comunicado de la oficial agencia TASS; "Se han difundido rumores en la prensa inglesa y extranjera sobre la inminencia de una guerra entre la Unión Soviética y Alemania. A pesar de lo evidentemente absurdo de estos rumores, los círculos responsables de Moscú creen que es necesario denunciar que se trata de una torpe maniobra propagandística de las fuerzas enemigas de la Unión Soviética y que Alemania, que pretenden expandir e intensificar la guerra".

El Secretario General comprendió entonces la disparatada política que había seguido respecto al III Reich y su insensatez al rechazar las mil evidencias del peligro. Por eso quedó sumergido en el mayor de los desconciertos. Según Dimitri Volkogonov, "Stalin no había sufrido una conmoción tan grande en toda su vida". Aquella mañana abandono el Kremlin comentando:

-Lenin nos dejó una gran herencia y nosotros la hemos jodido toda (citado por Michael Burleigh).

Luego, sin querer ver a nadie, se encerró en su dacha de Kuntsevo, buscando chivos expiatorios. Tanto que tuvo que ser Molotov quien anunciara al país, a mediodía del 22 de junio, que "el fascismo traidor estalla invadiendo el solar patrio".

A esas lloras, los soviéticos habían perdido un diez por ciento de su aviación operativa, y al anochecer las columnas acorazadas alemanas del norte y del centro habían penetrado entre 65 y 90 kilómetros en territorio de la URSS.


Dudas italianas

Antes de acostarse la noche del 21 de junio, el conde Galeazzo Ciano, ministro italiano de Exteriores, confiaba a su diario: "Muchas señales hacen pensar que el comienzo de las operaciones contra Rusia está próximo (...) La idea de la guerra contra Rusia es popular en sí misma, pues la techa de la caída del bolchevismo deberá incluirse entre las más memorables de la civilización humana. Pero no agrada como síntoma, pues como falta una razón evidente y convincente, la interpretación normal es que constituye un pis alier, el intento de solucionar una situación que se ha desarrollado de una manera diferente a la prevista y en todo caso desfavorable.

¿Cuál será el curso de la guerra? Los alemanes piensan terminarla en el transcurso de ocho semanas y esto es posible porque los cálculos militares de Berlín han sido siempre más exactos que los políticos. ¿Y si no fuese así? Si el ejército soviético tuviese una capacidad de resistencia superior a la que han demostrado los países burgueses, ¿qué reacciones produciría en las profundas masas militares del mundo?".

El ministro ni estaba ciego ante los motivos inmediatos de Hitler ni ignoraba las consecuencias de un error alemán.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:08 am

Entre fieras

Cuando, a comienzos de los años veinte, sólo era un orador tabernario, Hitler ya soñaba con vencer al comunismo y apoderarse de una amplia extensión de la URSS. Durante sus mítines en las cervecerías de Munich mimaba esos dos temas y sus auditorios los recibían con vítores y aplausos. En Mein Kumpf planteaba la destrucción del comunismo y el Lebensruam, el espacio vital, que habría de ser conquistado en el este, a costa de Polonia y la Unión Soviética.

Cuando alcanzó el poder en 1933, necesitaba los acuerdos con la URSS, que le proporcionaba materias primas y polígonos militares, a cubierto de las miradas occidentales, donde Alemania desarrollaba actividades prohibidas por el Tratado de Versalles. Eso le obligaba a posponer sus sueños, pero no los olvidaba. En 1936 comentaba: Si dispusiéramos de los Urales, con sus riquezas incalculables en materias primas, las reservas madereras de Liberia y los infinitos campos cerealísticos de Ucrania, Alemania nadaría en la abundancia".

Al analizar el proyecto de la campaña de Polonia, en 1938, Hitler temía que tendría que combatir contra Francia y Gran Bretaña, si ambas cumplían sus acuerdos con los polacos, pero le horrorizaba hacerlo, simultáneamente, con la URSS. Aún recordaba la pesadilla que había supuesto para Alemania operar en dos frentes durante la Gran Guerra. Por eso, cuando decidió atacar Polonia, ordenó a Von Ribbentrop que abriera negociaciones con Moscú.

Era una misión difícil. Molotov había asumido la cartera soviética de Exteriores el 5 de mayo y se suponía que su actuación ministerial comenzaría con la firma del pacto tripartito Moscú-París-Londres, destinado a maniatar a Hitler. Pero la diplomacia nazi se movió con rapidez y, el 20 de mayo de 1939, Mololov recibió en su despacho al embajador alemán, Von Schulenburg, para tratar sobre un acuerdo económico entre ambos países. El soviético dejó claro que no habría acuerdo si antes no existían “bases políticas” firmes entre Berlín y Moscú. Molotov aclaró qué quería decir, pero Hitler y Vo Ribbentrop advirtieron que se les estaba brindando una ocasión única.

En los dos meses siguientes, mientras el acuerdo tripartito URSS-Reino Unido-Francia se atascaba por las reticencias soviéticas, Von Schulenburg fue recibido en cinco ocasiones por Molotov, mientras que el encargado de negocios soviético en Berlín se entrevistó cuatro veces con Von Ribbentrop. En una de ellas, el 3 de agosto, se abordó abiertamente el reparto del Báltico y de Polonia entre Alemania y la Unión Soviética. Stalin optaba por aliarse con el III Reich por sus ventajas: ganancias territoriales y colaboración económica, industrial y tecnológica; el acuerdo con Londres y París, por el contrario, le conducía a la guerra con Hitler.

El 14, Von Ribbentrop enviaba a Molotov un telegrama en el que acusaba a Gran Bretaña y Francia de querer enfrentar a alemanes y soviéticos; para conjurar esas insidias, sugería la conveniencia de concertar un acuerdo germano-soviético y pidió ser recibido en Moscú. Tan buena era la predisposición de unos y otros que el día 20 de agosto se firmó el tratado comercial y el 25, en presencia de un Stalin sonriente, Molotov y Von Ribbentrop signaron un Tratado de No Agresión que tenia un protocolo secreto, por el cual ambos firmantes se repartían Polonia y los Países Bálticos.

El tratado había funcionado como la seda. Hitler y Stalin se repartieron Polonia y, a partir del verano de 1939, la URSS suministraba cereales, petróleo y todo tipo de minerales al III Reich. Pero ni así estaba Hitler satisfecho. Seguía obsesionado con el comunismo y el Lebensraum, hasta el punto de que, terminada la campaña de Francia, alarmado por las presiones soviéticas sobre Rumania, encargó al jefe de planificación de su OKW, Alfred Jodl, que preparara el ataque contra la URSS. La idea pareció olvidársele durante la batalla de Inglaterra, pero la mantenía a flor de piel.

Un visitante molesto

El 12 de noviembre de 1940 llegó Molotov a Berlín. Hitler deseaba ampliar los acuerdos de colaboración con Moscú y, aunque no pedía a Stalin que entrara en guerra junto con Alemania, sí que planteara amenazas contra las colonias británicas en Asia, que ratificara los acuerdos de 1939 e incrementara las ventas de materias primas y alimentos al Reich. Molotov manifestó que Moscú negociaría esas demandas, pero, a su vez, deseaba ciertas contrapartidas: Finlandia, manos libres en los Balcanes, acceso al Mediterráneo por el mar Negro, suspensión de las garantías alemanas a Rumania y la firma de un pacto de no agresión con Bulgaria, que permitiera el establecimiento de bases soviéticas.

El Führer rechazó todas y cada una de tales peticiones, pero dejó ver que no se opondría a la expansión del imperio soviético a costa de Persia e India, por donde la URSS podría alcanzar las aguas del océano Índico. Era una propuesta tentadora, pero Stalin sabía que Gran Bretaña y Estados Unidos estaban a punto de cerrar un tratado (el principio del acuerdo sobre la Ley de Préstamo y Arriendo data de diciembre de 1940) y creía que, a la larga, los norteamericanos se implicarían en la guerra; por tanto, intuía que India y Persia se convertirían en regalos envenenados. En consecuencia, cursó instrucciones a Molotov para que diera largas a la oferta nazi hasta que se materializara la pretendida victoria alemana sobre Gran Bretaña y que porfiase por lo que había ido a buscar.




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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:08 am

Un brindis frustrado

En la noche del 13 de noviembre, durante una de las cenas que siguieron a los duros días de negociaciones, Ribbentrop iniciaba un brindis por la amistad germano-soviética y su victoria sobre Gran Bretaña, tras la cual Berlín y Moscú se repartirían su imperio... cuando fue interrumpido por el ulular de las sirenas que avisaban de la proximidad de bombarderos enemigos. Los comensales bajaron al refugio justo a tiempo para escuchar los mitigados estampidos de las bombas que sacudían la ciudad. Ribbentrop aprovechó unos segundos de calma para decir:

-Los cuarenta millones de kilómetros cuadrados del imperio británico son un magnífico motivo para minimizar nuestras diferencias. ¿Por qué no repartirlo entre el Reich y la URSS?

-¿Y qué hará Inglaterra? ¿Lo aceptará pasivamente? -preguntó Molotov, cuyo ceño fruncido podía ver Rihbentrop, pese a la mortecina luz del refugio.

-¡Inglaterra está liquidada! Respecto a lo que aquí hablamos ya no cuenta -replicó con vehemencia el alemán.

-¡Ah! -exclamó Molotov, exhibiendo una sonrisa lobuna-. Entonces, dígame, señor ministro, ¿por qué estamos en este refugio y quién tira las bombas?

Cuando regresaron al salón, la sobremesa estaba arruinada. Tomaron una copa casi en silencio y se retiraron.

Hitler comenzó a impacientarse, a considerar a Molotov un insolente y a pensar que Stalin necesitaba una lección. Si desde siempre había pensado que tendría que combatir contra la URSS, las demandas de Molotov le persuadieron que el ataque comenzaba a ser urgente y si algo faltaba para convencerle, lo hicieron las indiscreciones de Molotov en una cena ofrecida a Von Ribbentrop en su embajada de Berlín; el ministro soviético precisó los intereses de la URSS en Suecia y la concesión de bases en Dinamarca. Hitler sintió sonar todas las alarmas: la URSS no sólo era una amenaza en el este, sino que también codiciaba el norte.

Apenas Molotov abandonó Berlín, Hitler comenzó a hablar del ataque inminente contra la URSS. A finales de noviembre, Stalin envió al canciller nazi un memorando en el que aceptaba las propuestas alemanas para un reparto del Imperio británico, pero reiteraba sus restantes peticiones. Hitler no respondió y, mientras en Moscú suponían que se lo estaba pensando para iniciar un regateo, dictó su directiva número 21, fechada el 18 de diciembre de 1940: "Las fuerzas armadas alemanas deben estar preparadas, incluso antes de que termine la guerra contra Inglaterra, para aplastar a la Rusia soviética en una rápida campaña (...)". Aunque no proponía una fecha concreta, en aquel documento secreto se decía que los preparativos deberían haber concluido el 15 de mayo de 1941.

Raeder y Goering trataron de contenerle, rogándole que, primero, solucionara el problema británico. Pero Hitler les silenció con argumentos económicos y militares. En diversas ocasiones dijo que Stalin estaba realizando grandes preparativos militares para atacar Alemania, mientras intentaba debilitarla reduciendo sus exportaciones: "Si los rusos no están dispuestos a darnos por propia y libre voluntad los suministros que necesitamos, no nos queda más remedio que ir a buscarlos y tomarlos por la fuerza".

Stalin ganaba tiempo

Mientras se iniciaban los preparativos para la mayor operación militar de la Historia, Hitler enmascaraba sus intenciones. Von Schulenburg recibía la orden de establecer un formidable tratado comercial. Tras dilatadas negociaciones, el 10 de enero de 1941 se firmaron en Moscú seis tratados por los que la URSS se comprometía a suministrar a Alemania a lo largo de los siguientes 18 meses una interminable lista de productos que incluían cereales, minerales metálicos, petróleo, carbón, caucho... Para acelerar la firma de esos acuerdos, a última hora, había intervenido el propio Stalin, añadiendo a lo ya acordado una propina: 6.000 toneladas de cobre, 1.500 toneladas de níquel, 500 toneladas de estaño, 500 de tungsteno y 500 de molibdeno...

Stalin ganaba tiempo y Hitler mentía cuando decía que Moscú estaba tratando de acogotar económicamente al III Reich. Por el contrario, lo firmado el 10 de enero era "el mayor tratado económico que haya sido cerrado jamás entre dos estados'' y, según reconocía un documento alemán; "La Unión Soviética ha suministrado cuanto ha prometido. En muchos campos nos ha proporcionado incluso más de lo que habíamos pedido. En la organización de estos envíos gigantescos, la URSS se ha comportado verdaderamente de una manera admirable": en cinco meses, envío tres millones de toneladas de minerales metálicos similar cantidad de cereales, 907.000 toneladas de perólo, cerca de cien mil de algodón….

Tampoco existía una amenaza militar inmediata. El embajador Von Schulenburg notificaba a Berlín: “Rusia mi combatirá si es atacada. Sus . preparativos militares son puramente defensivos”. El diplomático se equivocaba respecto a la reacción soviética, pero acertaba en cuanto a los preparativos. Durante el invierno-primavera de 1940-1941, más de 100.000 obreros trabajaban en fortificar la frontera soviética creada tras las rectificaciones logradas por Stalin con Finlandia, Polonia y Rumania. Pero al llegar el verano de 1.941, solo un cuarenta por ciento de los 2.500 reductos de las nuevas fortificaciones estaban terminados y dotados de artillería. La red soviética de aeropuertos militares era incipiente, de modo que la mayor parte de su aviación de guerra se hallaba en aeropuertos civiles desprotegidos.

Los soviéticos eran conscientes, tras observar a los alemanes en los campos de batalla del primer año de guerra, que no podían competir con ellos en el aire, ni en movilidad, ni en doctrina acorazada, aunque disponían de algunos modelos de carros superiores a los alemanes, pero los ingenieros soviéticos siempre creyeron que los alemanes tenían ases escondidos en la manga.

Y lo peor de todo, aunque nadie osara decirlo en voz alta, era que el ejercito soviético había sido decapitado por las purgas derivadas del caso Tujachevski y tanto sus mandos como su adiestramiento eran muy interiores a los alemanes.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:09 am

Partida de ajedrez

Por el Comité Central del PCUS circulaba este informe: "No hay unanimidad de criterios sobre la utilización de tanques, de la aviación y de las unidades paracaidistas (...) El porcentaje de fuerzas mecanizadas es bajo y la calidad de los blindados, insatisfactoria”.

El ejercito, también era consciente de sus deficiencias. Utilizando los datos de que disponía el Estado Mayor de las actuaciones alemanas en Polonia, Noruega, Francia y los Balcanes, sus simulacros sobre mapas del ataque alemán siempre terminaban con la derrota soviética, pero temiendo las reacciones de Stalin, se le proporcionaron informes edulcorados. Basándose en hipótesis de ataques limitados y previstos, el Ejército Rojo se rehacía pronto y replicaba victoriosamente. Quizás por eso, Sialin se negó a agrupar los blindados en grandes unidades lo que hubiera dado la razón al liquidado Tujachevski- y desechó la idea de retirar hacia el este las industrias importantes, los parques de municiones y las grandes reservas de combustible y alimentos. Por el contrario, esos depósitos fueron, en muchos casos, llevados hacia el oeste...

Con todo, la clave de la formidable crisis que sacudió durante cuatro meses al Ejército Rojo, aparte de la excelente actuación inicial alemana, fue la sorpresa. Y de esta tuvo una gran responsabilidad el propio Stalin, convencido de que era capaz de predecir los movimientos de Hitler. Según él, el Führer presionaría a la URSS para lograr ingentes cantidades de materias primas mientras aniquilaba a Gran Bretaña en el aire, en el mar, en África y en el Mediterráneo. Eso podría ocurrir, quizás, en un año o año y medio. Luego, hacia 1943-44, le tocaría el turno a la URSS y para entonces el Ejercito Rojo estaría preparado y en condiciones de frenar en seco a los nazis.

Aquellos dos jugadores conocían relativamente bien el juego del contrario y ambos sabían que al final tendrían que medir sus armas en una lucha a muerte. Donde se equivocó Stalin fue en el momento y falló en su cálculo, porque la guerra introdujo una variable en el juego: la inesperada resistencia británica -que ni se avino a negociar un acuerdo de paz con el III Reich ni claudicó ante la furiosa ofensiva de la Luftwaffe- indujo a Hitler a intentar una carambola de gran estilo y grave riesgo: vencer a los británicos eliminando a los soviéticos:

"La posibilidad de una intervención rusa mantiene en pie a los británicos (...) Si estos pueden reponerse, si logran organizar cuarenta o cincuenta divisiones y si Estados Unidos y Rusia les prestan su apoyo. Alemania se hallará metida en una situación extremadamente grave. Y esto no puede pasar. (...) Aunque las fuerzas armadas rusas sean un coloso acéfalo y con los pies de barro, su evolución resulta impredecible. Y puesto que Rusia debe ser atacada tarde o temprano, mejor es hacerlo ahora, cuando su ejército está sin mandos, mal equipado y con graves problemas industriales para armarse.

Vencida la URSS -continuaba razonando -Gran Bretaña habrá perdido la esperanza y se avendrá a negociar (...) y si no lo hace, contaremos con los recursos de todo el continente para imponernos. Con Rusia en nuestro poder, Alemania tendrá medios suficientes para atreverse a lanzar una guerra incluso contra continentes enteros (...). Nunca nadie será capaz de derrotarla. Si llevamos a cabo esa operación, Europa contendrá el aliento".

El sigiloso ataque de la serpiente

Estas reflexiones, ante las máximas jerarquías militares y del partido, tenían tanta lógica como riesgo. Sin duda, la victoria alemana en la URSS, en 1941, hubiera cambiado el curso de la guerra, pero Hitler solo había valorado un resultado victorioso y no calculó que podía sobrevenir una serie de problemas capaces de impedirlo. Según las previsiones, el 15 de mayo, la Wehrmachr se compondría de 210 divisiones, con 50 de ellas acorazadas o motorizadas, y la Luftwaffe contaría con unos 4.500 apararos. Treinta divisiones y un millar de aviones deberían defender el litoral Atlántico, desde Francia a Noruega, por tanto, Berlín dispondría de 180 divisiones y unos 3.500 aviones para propinar un mazazo definitivo a la URSS en una campaña de seis meses como máximo.

Pero, a comienzos de 1941, los planificadores alemanes no habían previsto que tendrían que enviar un pequeño ejército a África y librar sendas campañas en Yugoslavia y Grecia. Esas operaciones desgastaron a las unidades que participaron (unas diez mil bajas, aparte del consumo de municiones, combustible y material rodante), retrasaron la ofensiva contra la URSS v redujeron las fuerzas previstas para el ataque, pues, además de las divisiones situadas en el Atlántico, otras tantas hubieron de ser destinadas a África, Grecia y los Balcanes, en total unas sesenta y casi la mitad de la Luftwaffe debía cubrir esos escenarios. El 22 de junio, la inmensa fuerza que suponían 120 divisiones en la primera oleada del ataque, más 28 de reserva y otras cuarenta aportadas por Finlandia, Rumania, Italia, Hungría, Eslovaquia y España, ocultaban el problema que suponía tener un treinta por ciento de sus unidades lejos de la batalla principal. LaWehrmacht no tardaría en echarlas en falta.

reportaje francés sobre la División Rápida eslovaca que participó en la invasión
reportaje francés sobre los eslovacos https://www.docdroid.net/79et29w/divisi ... pdf#page=4



Respecto al retraso en el ataque se ha dicho que se hubiera producido de todos modos porque el deshielo en la URSS se retrasó aquel año, pero eso es inexacto: si la maquinaria militar alemana hubiera estado lista, el ataque hubiese sido viable el 5 de junio. Veinte días de adelanto pudieron ser decisivos.

La gran responsabilidad de las operaciones en los Balcanes y el norte de África le corresponden a Hitler, pero también a su aliado, Mussolini, cuya escasa dentellada militar no le impedía una voracidad expansiva incontenible. La operación en Yugoslavia fue una decisión típica de la soberbia hitleriana, pero sus intervenciones en el norte de África y Grecia fueron forzadas por los fracasos italianos. Hitler estimaba y admiraba (a su manera) a Mussolini y le necesitaba como aliado, pero su confianza en él era mínima.

Ante la Operación Barbarroja, los dos principales aliados del III Reich en el frente del este, Finlandia y Rumania, estaban perfectamente informados, y Hitler, incluso, se había entrevistado con el dictador rumano Antonescu, ganándose su adhesión incondicional. Pero a Mussolini sólo le informó -lo mismo que al regente húngaro, Horthy- el 21 de junio, apenas doce horas antes de que comenzase la ofensiva. El retraso de tal comunicación indicaba que Hitler ni esperaba ayuda de Italia, ni confiaba en la discreción de "estos latinos parlanchines" y el texto reitera los motivos ideológicos de Hitler: "Permítame decirle una cosa más, Duce, desde que he tomado esta decisión (...) me siento de nuevo espiritualmente libre. La asociación con la URSS (...) se me antojaba una ruptura con todas mis concepciones y mis obligaciones anteriores. Ahora me siento feliz de haberme liberado de esas agonías mentales".

Una liberación breve. Pronto comenzarían para Hitler otras angustias.


Hasta aquí la primera parte del artículo.

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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:10 am

Seguimos con la segunda parte del artículo:

EL ENIGMA SOVIÉTICO: SORPRESA

Hitler y sus generales estaban seguros de la victoria, aunque temían que Stalin tuviera algún recurso desconocido. David Solar describe el extraordinario éxito inicial alemán contrarrestado por la inesperada resistencia de la URSS, lo que llevó al Führer a un nefasto cambio de planes
.

Todavía no había amanecido el 22 de junio y ya estaba en plena actividad todo el personal del cuartel general de D. G. Pavlov, comandante soviético del Sector Oeste, en Minsk. Los generales Pavlov y Boldin no tenían mucho que hacer, salvo especular con lo que estaba ocurriendo, recibir una cascada de información confusa y comerse las uñas de angustia, esperando instrucciones del Kremlin. Mientras, los telefonistas y ordenanzas iban de cabeza atendiendo las llamadas telefónicas que pedían socorro o solicitaban órdenes y el servicio de información del coronel Blochin, clasificando telegramas, que denunciaban ataques. Ya clareaba el día cuando llamó desde el Kremlin el general Timoshenko y se puso al teléfono el general Boldin:

-Recuerde: no se debe tomar iniciativa alguna contra los alemanes sin que seamos informados. Dígale a Pavlov que el compañero Stalin ha prohibido abrir ruego de artillería contra los alemanes.

-Pero ¿cómo es posible? Nuestras tropas están en plena retirada. Ciudades enteras están en llamas, la gente muere sobre el terreno...

-No se debe hacer reconocimiento aéreo alguno que penetren más de cincuenta kilómetros hacia el oeste.

-Pero camarada general, no podemos hacer reconocimiento alguno: nuestros aviones han sido destruidos...

Pavlov -que sería fusilado por incompetente meses después- y Boldin tuvieron que seguir esperando. "Hasta algún tiempo después no dio Moscú la orden de poner en marcha el Paquete Rojo, el plan para la protección de la frontera. Pero la orden llegaba demasiado tarde", concluye la narración de Boldin.

Seis días después, las principales líneas de avance alemanas se hallaban a más de doscientos kilómetros del punto de partida. A la Guarida del Lobo, en Prusia Oriental, llegaban estos éxitos magnificados. Hitler, que apenas tenía nada que hacer, salvo contemplar los mapas de la Unión Soviética y hacer cábalas sobre lo que podría resistir Stalin, se encontraba de un humor excelente. El día 27 de junio le confesó sonriendo a Von RibBentrop: "Si hubiera tenido una ligera idea de la gigantesca concentración del Ejército Rojo, jamás hubiera tomado la decisión de atacar”. Realmente Hitler seguía si tener una idea clara de la importancia de su enemigo; la mayoría de sus generales, tampoco.

Esperando a Stalin

Cuando comenzó el ataque alemán, el Ejército Rojo se componía de casi cinco millones de hombres, con unos 21.000 vehículos blindados y no menos de 15.000 aviones. Las cifras parecían indicar una importante superioridad soviética, pero la dispersión de ese inmenso ejército, la sorpresa, el mejor adiestramiento, la calidad de los mandos y del material, la experiencia adquirida en veinte meses de lucha y la concepción de una nueva forma de hacer la guerra anularon la diferencia cuantitativa. Rápidamente, los alemanes lograron ventaja numérica, se adueñaron del aire e impusieron la fuerza, la coherencia y la velocidad de sus unidades blindadas, destruyendo millares de carros soviéticos.

Mientras sus ejércitos avanzaban a un promedio diario de treinta y dos kilómetros, Hitler seguía soñando ante el mapa de la URSS que colgaba de una de las paredes del comedor, suponiendo que, de un momento a otro, recibiría una petición de armisticio firmada por Stalin. El trabajo era poco, tal como escribe una de sus secretarias: "Si me pregunto qué hago durante todo el día, la contundente respuesta es: absolutamente nada. Dormimos, comemos, bebemos y dejamos que los demás nos hablen cuando la pereza nos impide hablar..."

Todo iba bien. Al concluir el 8 de julio, después de diecisiete días de acción, el jefe del Estado Mayor, general Halder, escribía que la Wehrmacht había puesto fuera de combate a 89 de las 164 divisiones que Stalin tenía en sus fronteras occidentales (disponía de un centenar más en su tachada asiática): por tanto, ya sólo se les enfrentaban unas 75 divisiones, poco más de un millón de hombres; sus fuerzas acorazadas habían pasado de 29 a 9 divisiones; su aviación había desaparecido (más de 7.000 aviones perdidos). Y, sin embargo, no se advertía la descomposición interior, ni el desplome militar. Hitler podía esperar sentado la capitulación de Stalin.

A mediados de julio, el Führer estaba perdiendo el buen humor, la paciencia y las ganas de tomar pasteles con sus secretarias. Tenía un enfado permanente con su servicio de espionaje (la Abwehr del almirante Canaris), que ni había detectado la existencia de los formidables carros de combate soviéticos ni había acertado sobre las disponibilidades blindadas de la URSS: "El Führer dice que si hubiera conocido la existencia de los carros superpesados rusos, nunca hubiera iniciado esta guerra", escribía el 20 de julio un coronel de la Ahwehr, que había constatado el fuerte nerviosismo existente en la Guarida del Lobo.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:10 am

Al otro lado de la puerta

El 4 de agosto, Hitler se trasladó al sector central del frente a felicitar a sus tropas, que habían penetrado quinientos kilómetros dentro de la URSS. Al general Guderian, uno de sus mejores conductores de carros, le dijo: "Si hubiera sabido que las cifras de carros rusos que usted citaba en su obra eran autenticas, me lo hubiera pensado dos veces antes de atacar" (en 1937, Guderian hablaba de más de diez mil blindados soviéticos). A comienzos de agosto, la contabilidad alemana aseguraba que habían causado al enemigo más de 700.000 muertos y heridos y le habían capturado 800.000 soldados; habían destruido o capturado 12.025 blindados y 8.394 cañones.

Pero los alemanes habían perdido el 10 por ciento de sus fuerzas iniciales y contabilizaban ya 98.600 muertos. Los transportes y los blindados comenzaban a acusar fatiga: el interminable barrizal de los campos de batalla del lluvioso mes de julio, el calor del verano y los polvorientos caminos habían gastado los mecanismos a un ritmo superior al calculado.

El nerviosismo de Hitler hubiera alcanzado el cielo de haber sabido que el decreto movilizador de Stalin, en vigor desde el 23 de julio, afectaba a las quintas desde 1925 a 1938, lo que llevaba a filas a todos los varones útiles entre los 19 y los 40 años, 15 millones de hombres en pie de guerra. Tampoco sabía Hitler que Stalin había ordenado que todas las grandes fábricas fuesen trasladadas hacia el este, más allá del Volga, incluso hasta los Urales. Millón y medio de vagones de ferrocarril transportaron 1.523 grandes fábricas y cinco millones de trabajadores se desplazaron hacia el este para hacerlas funcionar. El traslado, unido a las destrucciones de la guerra, redujo la producción industrial soviética en un 40 por ciento durante el segundo semestre de 1941, pero algunas industrias estratégicas invirtieron esa tendencia; la URSS fabricó 8.000 aviones (el doble que en el primer trimestre) y más de 3.000 carros de los nuevos modelos. Hitler jamás pudo creerse estas cifras, realmente extraordinarias y sólo explicables por el formidable entusiasmo que despertó la guerra patriótica y el sacrificio del pueblo.

Todo eso no lo sabía Hitler, pero en su fuero interno comenzó a tener la desagradable sensación que ya había experimentado en algunos momentos anteriores a la invasión y que comentó a su amigo, el diplomático Walter Hewell: "Larga conversación con el Führer (...). Desea que hayan pasado ya diez semanas. A fin de cuentas siempre hay un importante factor de riesgo. Nos encontramos ante una puerta cerrada. ¿Armas secretas? ¿La tenacidad de los fanáticos? El Führer tiene que tomar píldoras somníferas para dormir. Hasta mañana (20 de junio) me ha dicho que ha vuelto a examinar todos los detalles y que no ha encontrado que el enemigo tenga la menor posibilidad de ganar a Alemania..."

Cambio de planes

La agitación de Hirler comen/o a subir, al tiempo que crecían las demandas de sus generales, Guderian pedía 300 motores nuevos para sus carros y todos los jefes de las divisiones blindadas solicitaban más equipos de mantenimiento y recambios.

De cualquier forma, nada indicaba el 21 de agosto que peligrara la victoria alemana, pues Moscú estaba a menos de 300 kilómetros de distancia y la eliminación del ejército soviético y de su armamento, objetivos prioritarios iniciales del ataque, se estaban cumpliendo escrupulosamente.

Si embargo, si algo comenzó a tener claro Hitler es que no ganaría la guerra en diez semanas, que se cumplían el 31 de agosto. De cualquier manera, no se otorgó ese plazo, Durante agosto estuvo reuniendo dos conferencias militares diarias con no menos de seis horas de duración y concibió un plan diferente al original. El 21 de agosto enviaba una orden a su estado mayor, cuyo texto comenzaba así: "La propuesta del Ejército no se ajusta a mis intenciones" y ordenaba que se suspendieran las operaciones en dirección a Moscú, dando prioridad al frente norte -cerco de Leningrado y enlace con los finlandeses- y a la toma de Crimea y el Cáucaso, en el sur.

El mariscal Brauchitsch, jefe superior de las operaciones en el Este, sufrió un amago de infarto al conocer la noticia. Halder, jefe del Estado Mayor, lloró desconsoladamente y el 23 de agosto escribía a su mujer: "... Una vez más he presentado la dimisión para no volverme loco. Me la han rechazado. El objetivo que me propuse, derrotar a los rusos de una vez para siempre antes de que termine el año, no se alcanzará". La misma desesperación reinaba en el cuartel general del mariscal Von Bock, jefe del Sector Centro, que apuntaba hacia Moscú, que comisionó a Guderian para que hablase directamente con Hitler. Guderian se presentó en la Guarida del Lobo. Era uno de los pocos que no temía enfrentarse a Hitler y le expuso las ventajas de atacar Moscú. Destruirían al resto del ejército de Stalin, conseguirían un gran triunfo psicológico, capturarían las industrias que todavía no habían podido ser retiradas y economizarían su material blindado, al no tener que trasladarlo a frentes situados a más de 800 kilómetros.

Victoria pírrica

Hitler le replicó que eran más importantes los cereales ucranianos, el petróleo del Cáucaso, el hierro del Donetz y la península de Crimea, base de los ataques aéreos soviéticos contra los pozos petrolíferos rumanos. "Mis generales no entienden nada de la economía de la guerra", comentó Hitler cuando se marchó Guderian, tremendamente abatido.

Los resultados inmediatos parecieron darle la razón a Hitler. Guderian, trazando una curva de 800 kilómetros hacia el sur, enlazó con los blindados de Kleist, que rompieron las líneas soviéticas hacia el norte: Ucrania entera fue embolsada y en un mes de combates capturaron en los alemanes cerca de seiscientos mil prisioneros más, un millar de carros y cuatro mil cañones. A finales de septiembre, después de cien días de campaña, las pérdidas soviéticas eran de dos millones y medio de hombres, veintidós mil cañones y dieciocho mil tanques, pero los alemanes comenzaban a dar síntomas de fatiga, seguían a 300 km de Moscú, no habían cercado Leningrado y el avance hacia el Cáucaso, recorriendo inmensas distancias, era muy lento.

Stalin, a cambio de perder un millón de hombres y miles de máquinas de guerra en las últimas operaciones, había ganado dos meses y en ese plazo sus industrias siguieron viajando hacia los Urales (el traslado de las industrias moscovitas no comenzó hasta el 10 de octubre y terminó cuando los alemanes estaban en los suburbios); las tropas siberianas, tras la información de que Japón no atacaría la URSS, proporcionada el 14 de septiembre por su espía Richard Sorge, fueron trasladadas al oeste; los nuevos reemplazos llamados a filas cubrían las bajas de las divisiones perdidas; muchas de las industrias de guerra comenzaban ya a trabajar a plena producción y además, los alemanes empezaron a detectar que el Ejército soviético estaba recibiendo material inglés y norteamericano.

En aquel instante comenzaba otra guerra distinta a la que había imaginado Hitler.



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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Sep 21, 2006 2:11 am

Inferioridad soviética

Las fuerzas armadas soviéticas en 1941 eran algo más numerosas que las alemanas en cuanto a número de unidades de infantería, blindadas y mecanizadas, aproximadamente 250 divisiones, con unos cuatro millones y medio de hombres (frente a a unas 210, con cerca de cuatro millones de soldados. Su armamento acorazado era superior -1 .500 blindados T-34 y KV II, frente a unos 450 Panzer Mark IV, el tanque alemán comparable a ellos— y mucho más numeroso. aunque en su mayoría, los carros soviéticos ligeros eran peores que los alemanes y en gran parte estaban inmovilizados a la espera de reparación.

En todo lo demás, el e|ército soviético era muy inferior: las pureas en el estamento militar derivadas del caso Tujachevski habían esquilmado los cuadros de mando: unos 43.000 oficiales, entre ellos unos doscientos generales y almirantes, fueron ejecutados, encarcelados o deportados a partir de 1937. "Jamás el cuerpo de oficiales de ningún ejército había sufrido tales pérdidas en guerra alguna como la que sufrió el ejército soviético en tiempos de paz (Roy Medvedev, citado por Allan Bullock).

Como consecuencia, en junio de 1941, generales de división mandaban grupos de ejércitos; generales de brigada, ejércitos; coroneles o tenientes coroneles, divisiones. Su formación derivaba de las experiencias de la I Guerra Mundial.

La moderna doctrina de las unidades acorazadas autónomas fue enterrada junto con Tujachevski. Sus aviones, aunque más numerosos, eran inferiores a los alemanes, lo mismo que el adiestramiento de sus pilotos y la experiencia del empleo de la aviación soviética dimanaba de la Guerra Civil española. Y su marina, aunque dispusiera de la flota de sumergibles más numerosa del mundo, fue prácticamente inoperante desde el comienzo al final de la contienda.


Pasteles en la Guarida del Lobo

Una secretaria de Hitler presente en el verano de 1941 en la Guarida del Lobo, que en verano era bastante soportable, salvo por lo que a los mosquitos se refiere, ofrece una visión de la pintoresca vida que llevaba Hitler y su gente en la retaguardia del frente. "El Führer se levantaba tarde, acudía a desayunar hacia las 10 h y se entretenía casi una hora comentando las novedades del campamento y las noticias sociales que llegaban de Berlín. Luego se retiraba a su oficina y recibía visitas, despachaba documentos o trazaba planes. A las 13 h había una conferencia informativa sobre la marcha de la guerra; en los grandes mapas de los diversos frentes avanzaban los alfileres de colores que mostraban el progreso de las unidades alemanas, mientras el coronel Schmundt enumeraba las formidables pérdidas enemigas y retiraba los alfileres que representaban a las divisiones soviéticas, conforme eran destruidas o capturadas. A continuación, el almuerzo, apenas un potaje. Tras la sobremesa, una cabezadita —para algunos era una siesta reglamentaria, dado el hábito trasnochador de Hitler.

Hacia las cinco de la tarde, el Führer nos llama y nos atiborra de pasteles ¡Merece sus felicitaciones quien más pasteles come! La hora del café se prolonga hasta las siete, incluso hasta más tarde. Después regresamos al comedor número 2 para cenar. Por fin, nos escabullimos para dar un paseo por los alrededores, hasta que el Führer nos convoca en su estudio, donde todas las noches se celebra una reunión, con café y más pasteles, a la que asisten sus íntimos colaboradores". Estas reuniones se prolongaban "hasta las tantas".



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alejandro Kornijenko
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Mensaje por alejandro Kornijenko » Jue Mar 22, 2007 5:50 pm

Gracias por la ayuda
Última edición por alejandro Kornijenko el Mar May 08, 2007 6:48 pm, editado 1 vez en total.

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Von Kleist
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Mensaje por Von Kleist » Jue Mar 22, 2007 6:16 pm

Buenas
La moderna doctrina de las unidades acorazadas autónomas fue enterrada junto con Tujachevski.
Eso no es del todo exacto. Se disolvieron los cuerpos acorazados en 1938, tras los informes de Pavlov y otros sobre su experiencia en la GCE, pero en 1940 después de la campaña de Francia, se decretó urgentemente la formación de nuevos "Cuerpos Acorazados" según el modelo propuesto por Tujacheski. Tales cuerpos debían alinear 1.000 tanques y 40.000 hombres, además de contar con sus propias dotaciones de artilleria. Si no me equivoco (hablo de memoria) de los 6 cuerpos blindados destinados al distrito fronterizo en junio de 1941, solo uno (el VI) estaba al completo de sus efcetivos.

Saludos

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José Luis
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Mensaje por José Luis » Jue Mar 22, 2007 8:40 pm

Von Kleist escribió:Buenas
La moderna doctrina de las unidades acorazadas autónomas fue enterrada junto con Tujachevski.
Eso no es del todo exacto. Se disolvieron los cuerpos acorazados en 1938, tras los informes de Pavlov y otros sobre su experiencia en la GCE, pero en 1940 después de la campaña de Francia, se decretó urgentemente la formación de nuevos "Cuerpos Acorazados" según el modelo propuesto por Tujacheski. Tales cuerpos debían alinear 1.000 tanques y 40.000 hombres, además de contar con sus propias dotaciones de artilleria. Si no me equivoco (hablo de memoria) de los 6 cuerpos blindados destinados al distrito fronterizo en junio de 1941, solo uno (el VI) estaba al completo de sus efcetivos.

Saludos
Sí es cierto, Kleist. No debemos confundir la doctrina con la organización, a pesar de su estrecha relación. Los soviéticos no tenían todavía en 1941 una doctrina sobre la guerra blindada (no la tuvieron hasta 1944), pero sí tenían una doctrina militar general (PU-36) donde se instruía el empleo del arma blindada. Creo haber abierto hace algún tiempo en este mismo subforo del "Frente Oriental" un topic sobre el PU-36 y las consecuencias que su abolición (Stalin) provocó en el verano de 1941.

El hecho de decidir crear el establecimiento de los cuerpos mecanizados, como efectivamente fue, no supuso que su empleo táctico y operacional respondiese a los conceptos del PU-36, esencialmente (pero no únicamente) en el concepto clave de masificación. Basta comprobar el despliegue al detal que se hizo con los elementos y unidades de estas formaciones en los distritos militares occidentales en junio de 1941. Un auténtico "piecemeal", que dirían los anglosajones, es decir, todas las unidades desperdigadas y separadas entre sí (incluso dentro los mismos cuerpos mecanizados) a una distancia tan grande que el apoyo mutuo defesivo o la reunión para un contraataque resultaban impracticables. Así, casi todas las divisiones de tanques y motorizadas de los cuerpos mecanizados fueron destruidas por separado, unidad por unidad o formación por formación por las formaciones (armas combinadas) alemanas. El mismo concepto del PU-36 de armas combinadas, que tan excelentemente utilizó el Heer, brilló por su ausencia en el verano de 1941.

No fue hasta bien entrado 1943 que los soviéticos recuperaron y pusieron en práctica las enseñanzas del PU-36 y las dolorosas enseñanzas que padecieron en sus carnes por las formaciones alemanas en la guerra blindada.

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José Luis
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¿¿¿seria posible???

Mensaje por CASTOR » Mié May 02, 2007 7:37 pm

creen ustedes que hubiese sido posible que la wehrmacht lograra derrotar al grueso del ejercito sovietico en todos sus lugares(centro,norte y sur) si se hubiese evitado el frente occidental con inglaterra y estados unidos??

los efectivos hubieran podido alcanzar para combatir a casi un infinito ejercito sovietico al que si les mataban 2.000.000 de soldados aparecian 4.000.000???

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Mensaje por Breck » Vie Nov 02, 2007 4:20 pm

Excelente informe, una pregunta:

Continúa o hasta alli llega Cro Erich Hartmann?
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Mensaje por kasserine » Vie Nov 09, 2007 1:48 pm

Acabo de leer el Articulo de E. Hartman. Que gran cantidad de informacion en tan poco espacio.

Se tratan muchisimos aspectos calves de la IIGM

Dos ideas me sugiere

1.- Si la Urss hubiera hecho caso a toda la información referente al ataque alemán y hubiera posicionado todas sus tropas en la frontera, hubieran sido barridos de la misma manera, con la ventaja para los atacantes de haber destruido mucho mas recursos sovieticos. Tal vez hubieran consiguido sus objetivos Leningrado, Moscú y Caucaso.


2.- Alemania perdió las opciones de victoria en el verano-otoño de 1.941.

Saludos

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Mensaje por David L » Mar Nov 13, 2007 10:48 pm

Respecto al punto 1, yo sí que creo que Stalin había posicionado demasiado cerca de la frontera importantes contingentes de tropas y, eso fue lo que en un principio le condujo al desastre inicial.

Un saludo.
Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor y tendréis la guerra.

Winston Churchill a Chamberlain.

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