Hacia fines del mes de agosto de 1944, los ejércitos soviéticos emplazados en el sector sur del extenso frente del Este comenzaron a presionar, continuando con sus operaciones, en la región que limitaba con Rumania. El ataque, masivo, estaba destinado a dar el "golpe de gracia" a las fuerzas germanas que combatían en dicho sector.
En el Cuartel General alemán, entretanto, los planes estratégicos del Führer determinaban el desplazamiento del centro de gravedad de su conducción de guerra hacia el Oeste. En ese frente de lucha, en efecto, los aliados, después de aniquilar al ejército alemán de Normandía, se hallaban en pleno avance hacia el Este, con rumbo a la frontera occidental del Reich. La estabilización del frente Este, al norte de los Cárpatos, tuvo especial influencia en esta determinación de Hitler.
Los planes alemanes disponían el lanzamiento de una vigorosa ofensiva en el oeste del Rhin, en las Ardenas. Las fuerzas por emplear en dicho lugar estaban constituidas por las últimas reservas movilizadas por Alemania y, posteriormente, tras la ofensiva anteriormente citada, serían trasladadas, hacia mediados de diciembre, al frente del Este. Tal situación, sin embargo, no habría de producirse.
El coronel general Guderian, jefe del Estado Mayor del Ejército desde el 20 de julio, que seguía la preparación de tales planes con gran preocupación, manifestó a Hitler sus inquietudes y sugirió, sin resultado positivo, la evacuación de los Balcanes y Noruega y el acortamiento del frente en Italia, en un esfuerzo por obtener nuevos efectivos con destino al frente del Este. Al fracasar en su intención, Guderian decidió entonces poner en ejecución un nuevo plan, destinado a construir posiciones de campaña en la profundidad del frente del Este y en las localidades del territorio del Reich. En la atención del mando germano, sin embargo, ocupaba el primer lugar la difícil situación del grupo de ejércitos "Ucrania Sur". En efecto, sus unidades se encontraban, hacia el verano de 1944, en la posición operativa más desfavorable.
En el sector de Basarabia, en las cercanías del Mar Negro, se encontraba emplazada la Agrupación de Ejércitos Mayor general Iván Lakeyev, a cuyas órdenes combatió una escuadrilla de cazas rusos que derribó, en el curso de la guerra, a más de setecientos aviones enemigos. Ante estas fuerzas estaban el III ejército rumano y e VI ejército alemán. Ante sus líneas se extendía el río Dniéster, cuya margen occidental, en muchos puntos, ya estaba en manos soviéticas. Sobre el flanco izquierdo de Dumitrescu, formando casi un ángulo recto con sus posiciones, se desplegaban los efectivos de la Agrupación de Ejércitos del general Wöhler, que comprendían al VIII ejército alemán y el IV rumano.
Ambas Agrupaciones sostenían una posición que necesitaba, imprescindiblemente, del aporte de fuertes reservas móviles. Éstas, prácticamente, no existían. Además, preocupaba seriamente a los jefes alemanes la actitud, cada día más dudosa, de las tropas rumanas. La moral de las mismas parecía haberse resentido considerablemente, como consecuencia de los reveses sufridos en el Este. Por otra parte, la ruptura de relaciones de Turquía con Alemania, producida el 2 de agosto, tendría, necesariamente, que producir repercusiones en la actitud de Rumania.
La grave situación que muchos mandos germanos vislumbraban, pareció disiparse tras una visita realizada al Führer el día 4 de agosto, en Rastenburg, por el mariscal Antonescu, Jefe de Estado de Rumania y comandante en jefe del ejército de su patria. En dicha entrevista, efectivamente, a pesar de las reticencias de Antonescu, que evitó responder a una pregunta de Hitler en el sentido de si Rumania seguiría "hasta el final" junto a Alemania, los mandos germanos recibieron la impresión equivocada, sin duda, de que Antonescu y Rumania formaban una unidad inseparable de Alemania. Los jefes alemanes parecieron querer "cerrar los ojos" ante una situación que ya conocían: los intentos que en Rumania realizaban otras fuerzas para concluir una guerra que consideraban perdida.
Estratégicamente, el frente del grupo de ejércitos de "Ucrania Sur" constituía una saliente muy difícil de defender. El total de efectivos ascendía a 900.000 hombres. Esta fuerza, aparentemente poderosa, contaba, como reserva, solamente con dos divisiones alemanas y un pequeño grupo de combate eslovaco Además, se sabía que jefes rumanos habían mantenido conversaciones con emisarios del mando ruso, durante la noche del 21 al 22 de agosto, en el convento de Cahelu, en los Cárpatos.
La situación, en resumen, no podía ser más grave. Y Guderian, por su parte, militar profesional y experimentado, con plena conciencia del peligro inminente, a pesar de abrigar la esperanza de poder lograr todavía una orden de Hitler autorizando el repliegue, temía, sobre la base de las experiencias anteriores, que la misma llegara demasiado tarde. A partir del día 7 de agosto, las unidades avanzadas germanas informaron a los mandos de la retaguardia acerca de movimientos que comenzaban a producirse en las líneas soviéticas. Dichos desplazamientos se producían, de acuerdo con los informes, en el frente del VIII ejército alemán, en las inmediaciones de la localidad de Jassy, a trescientos kilómetros al norte de Bucarest. Los efectivos soviéticos que se encontraban emplazados en la región pertenecían al Segundo Frente de
Ucrania, que operaba al mando del mariscal Rodion Malinovski. Paralelamente, los servicios de información alertaron al mando germano acerca de la proximidad de grandes masas soviéticas que avanzaban en calidad de refuerzo. Igual comprobación se efectuó en lo concerniente al arma aérea rusa. Era indudable que una poderosa ofensiva estaba en vísperas de ser desencadenada contra las líneas germanas.
Hacia el 18 de agosto, los aviones soviéticos comenzaron a aparecer sobre las líneas alemanas con una frecuencia cada vez mayor. Los aparatos de observación alternaban sus vuelos con las cerradas formaciones de bombarderos escoltados por veloces cazas. Bombas y ráfagas de ametralladoras iniciaban así la preparación previa a todo ataque en gran escala. Los aviones soviéticos, hostigando sin cesar las líneas del frente y las vías de comunicaciones, impedían el normal abastecimiento de las unidades y obligaban a los efectivos a mantenerse en constante alerta.
El 20 de agosto, por fin, la situación comenzó a definirse. Ese día, después de varias horas de incesante fuego artillero, que batió las posiciones alemanas en acción de ablandamiento, los blindados rusos, seguidos por interminables formaciones de infantería, se lanzaron al asalto.
El ataque ruso fue emprendido desde dos direcciones. Por el Norte avanzaron los efectivos del Segundo Frente de Ucrania, al mando de Malinovski, directamente hacia el Sur y arrollando a las formaciones del VIII ejército alemán del general Otto Wöhler. Paralelamente, por el Este y en dirección sudoeste, se lanzaron al ataque las unidades del Tercer Frente de Ucrania, al mando del mariscal Fedor Tolbuchin. La penetración se produjo a nivel de las localidades de Jassy y Tiraspol, espectivamente. En el sector de la última de las localidades nombradas desplegaban sus efectivos las unidades del III ejército rumano y el VI ejército alemán, comandados por el capitán general Dumitrescu.
Los efectivos rusos desplegaban una masa operativa que comprendía a noventa divisiones de tiradores, cuarenta y una blindadas y tres de caballería. Dichas fuerzas estaban destinadas a avanzar sobre el territorio rumano a modo de gigantesco rodillo, arrollando a las cincuenta divisiones del grupo de ejércitos "Ucrania Sur", integradas en su mayoría por efectivos rumanos.
Hacia el 22 de agosto, el ataque ruso comenzó a adquirir caracteres de catástrofe para el mando germano. Los efectivos rusos avanzaban desde el Norte y el nordeste venciendo toda resistencia. El ala izquierda de las unidades de Malinovski giró hacia el Este, mientras las poderosas formaciones de Tolbuchin hicieron lo propio, con rumbo al Oeste. La consecuencia no se hizo esperar: el VI ejército alemán, integrado por dieciséis divisiones, quedó cercado y rápidamente dejado atrás por la masa de los ejércitos soviéticos en marcha. Paralelamente, sobre la costa del Mar Negro, los efectivos del III ejército rumano sufrieron igual suerte. Una poderosa formación perteneciente al Tercer Frente de Ucrania de Tolbuchin desplazó sus efectivos hacia el Este y alcanzó la costa, aislando a las unidades rumanas.La embestida rusa, lanzada con todo el peso de sus divisiones, ocasionó una extraordinaria confusión en las líneas germanas. Al cerco de los ejércitos anteriormente citados siguió la retirada de otras importantes fuerzas, en un intento por replegar las líneas y proceder a su reorganización. La retirada, sin embargo, planificada apresuradamente adoleció de importantes fallas. Una de ellas, la más importante, permitió que los rusos amenazaran directamente a Bucarest. Efectivamente, en la confusión del repliegue, lógico por otra parte, los mandos alemanes omitieron disponer la destrucción inmediata de los puentes que permitían franquear el río Pruth, afluente del Danubio, y del Danubio mismo, en el sector de su desembocadura en el Mar Negro. Las dos vías de agua, que podían haberse convertido en una barrera natural de contención para los efectivos rusos, fueron así neutralizadas. La consecuencia no se hizo esperar; como un alud, las divisiones soviéticas traspusieron los puentes y se lanzaron hacia el Sur, en dirección a la capital de Rumania. En las proximidades de la misma, a escasos sesenta kilómetros al norte de Bucarest, la vital región de Ploesti quedaba también directamente amenazada.
Hacia el 29 de agosto de 1944, por segunda vez en el curso de la guerra el VI ejército alemán era prácticamente aniquilado. Sin embargo, contrariamente a lo ocurrido en Stalingrado, parte de las tropas, que incluían al Estado Mayor, los servicios auxiliares y algunas unidades dispersas, pudieron eludir el cerco y replegarse hacia el Oeste alcanzando las líneas del VIII ejército alemán del general Wöhler
Días antes de la lucha citada anteriormente, el 23 de agosto, un grave acontecimiento se produjo en la reta guardia de las posiciones germanas. Ese día, Rumania rompió prácticamente su alianza con Alemania.
Los acontecimientos se sucedieron de la siguiente manera: al igual que Finlandia, Rumania había reanudado sus contactos con las potencias occidentales a principios del año 1944. Grandes bombardeos anglo-norteamericanos y la proximidad, cada vez mayor, de los ejércitos soviéticos, convencieron a algunos de los líderes civiles y militares rumanos de la necesidad de abandonar una guerra que comenzaba a vislumbrarse perdida. Fue así que inclusive el mariscal Antonescu, principal figura rumana, realizó sondeos a través de Alejandra Kollontai, embajadora rusa en Estocolmo. Los Contactos se produjeron por intermedio del embajador rumano en Suecia, Frederic Nanu, quien fue
encargado de averiguar el punto de vista soviético ante un eventual abandono de la lucha por parte de Rumania. Otras personalidades rumanas, entretanto, entre las que se contaban Julie Manui, Constantin Visoianu, Gheorghe Tatarescu y Constantin Bratianu, realizaron igualmente tanteos de paz a través de sus contactos en Berna y El Cairo.
Por otra parte, altos jefes militares rumanos, como el general Mihai Racovitza, mantenían tratativas de paz desde mucho antes. El militar citado, en unión con los generales Aurel Aldea Ata Constantinescu-Claps, planificaban poner fin a la alianza con Alemania los dos últimos, por su parte, en la conferencia realizada en el convento de Cahelu, habían aceptado tomar las medidas necesarias para abrir el frente en diferentes puntos, facilitando así la penetración soviética.
Hubo, sin embargo, jefes militare rumanos que se opusieron a lo que consideraban una flagrante traición los acuerdos firmados y resistieron tomar parte en la conspiración. Los comandantes Traian Catana y Constantin Neculce, entre otros, se opusieron activamente a la infiltración de las unidades enemigas y hallaron la muerte en la empresa.
Entretanto, el grupo conspirador se comunicó con El Cairo, informando a los aliados que sus planes contaban con la aprobación del rey. La revolución planificada debería, concretamente, estallar el día 26 de agosto. El monarca, Miguel 1, al enterarse que el mariscal Antonescu consideraba necesario un armisticio con el enemigo, decidió adelantar la fecha prevista, fijando el 23 como día clave. Aquel día, mientras la ofensiva rusa alcanzaba su mayor amplitud, el rey de Rumania celebró una entrevista con el mariscal Antonescu y le informó de su decisión de paralizar de inmediato las operaciones. Enseguida, tras hacer detener a Antonescu, el rey dispuso que las tropas rumanas rodearan los edificios ocupados por los alemanes. Hacia la noche del mismo día, el monarca leyó una proclama por radio, anunciando el fin de la guerra y ordenando a las tropas que depusieran las armas.
La situación, en Rumania, sufrió de inmediato cambios radicales. Los jefes de la oposición fueron nombrados ministros sin cartera y el rey Miguel, en comunicación dirigida al embajador alemán, le informó que los efectivos de la Wehrmacht deberían abandonar el territorio rumano. En la comunicación se les ofrecía la libre salida "siempre que no se entregaran a actos de hostilidad". En Alemania, el Führer decidió de inmediato "sofocar el levantamiento" y ordenó la formación de un gobierno de tendencia germanófila. A la mañana siguiente, en cumplimiento de las órdenes recibidas, el general alemán Gerstenberg, al mando de algunas unidades de la Luftwaffe, marchó sobre Bucarest. Sin embargo, enfrentado por fuerzas rumanas netamente superiores, debió abandonar la intención de tomar la capital. Las consecuencias de su actitud no se hicieron esperar y todos los miembros de la embajada alemana en Bucarest fueron arrestados por el nuevo gobierno. Además, hacia el día 25 de agosto, los rumanos dieron un paso más en su acercamiento con los aliados, declarando la guerra a Alemania.
Entretanto, el frente se había derrumbado y comenzaba a cundir el caos más absoluto.
El rey Miguel, de inmediato, dispuso que los efectivos rumanos se concentraran en el curso inferior del Danubio. Las unidades, por su parte, desorganizadas y perdiendo el contacto con sus mandos naturales, comenzaban a actuar de acuerdo con los principios que imponían los mandos locales y aún los propios combatientes. Fue así que muchos efectivos continuaron la lucha junto a sus antiguos aliados, negándose a abandonarlos, mientras otros bloquearon las carreteras y abrieron el fuego contra las formaciones alemanas. Resulta obvio comprender el caos que de inmediato se instaló a lo largo de las ya desorganizadas líneas germanas.
Como consecuencia de los acontecimientos citados, las unidades germanas sobrevivientes del ataque ruso y el cambio de frente rumano se dirigieron hacia la retaguardia. Los combatientes alemanes, agotados por días y noches de combate incesante, carentes de municiones y víveres, comenzaron una desesperada lucha por la vida, combatiendo, retrocediendo y volviendo a combatir sin descanso, minuto a minuto.
La extraordinaria confusión reinante en la retaguardia germana, en la que se entremezclaban las unidades germanas y las rumanas, favoreció notablemente el avance ruso, que prácticamente vio allanado su camino hacia Bucarest. En la noche del 24 de agosto, el Führer dio su aprobación a un plan que contemplaba el repliegue de los efectivos germanos hacia la región de los Cárpatos, al norte de Bucarest, con el objeto de concretar allí una nueva línea de defensas, favorecida por la topografía del terreno. En realidad, tal medida se hallaba ya en ejecución y contingentes de los ejércitos alemanes VI y VIII se retiraban apresuradamente hacia los Cárpatos, eludiendo los movimientos de pinzas de los rusos.
El día 26 una nueva orden fue cursada a los mandos germanos en dicho frente, disponiendo la consolidación de una nueva línea defensiva. La orden anulaba la anterior y exigía que la fortificación del terreno y fortificación posterior de los efectivos se llevara a cabo en una línea que se extendería a lo largo de la desembocadura del Danubio en el Mar Negro, las localidades de Galatz, cien kilómetros más hacia el Oeste, Focsani, a cincuenta kilómetros al Oeste de la anterior, y las estribaciones de los Cárpatos, treinta kilómetros más hacia el Oeste.
La nueva línea de defensa programada se interpondría entre los ejércitos rusos y los importantes baluartes del sur de Rumania, Ploesti y Bucarest principalmente. Sin embargo, el mando alemán realizaba sus planes totalmente ajeno a la realidad. A los efectivos germanos les era, a esa altura de los acontecimientos, absolutamente imposible resistir la presión de los ejércitos rusos. Sus fuerzas, en efecto, se encontraban disminuidas material y moralmente, además de no contar con el apoyo de la gran mayoría de las unidades rumanas. La defección de estas últimas había desquiciado el dispositivo alemán, obligando a los germanos a multiplicar sus esfuerzos en un desesperado intento por restablecer el equilibrio que los rumanos habían roto. Los rusos, por otra parte, lanzaban a la batalla un impresionante número de unidades, aprovechando el resquebrajamiento de las posiciones alemanas. El martilleo constante de los soviéticos concluyó por desbaratar los intentos alemanes de organizar una línea coherente de defensas.
Hacia fines del mes de agosto, finalmente, los germanos sólo mantenían en su poder las estribaciones de los Alpes Transilvanos. Allí, dispuestos en un amplio arco alrededor de las cumbres Szekler, rechazaron violentos ataques soviéticos dirigidos contra los pasos orientales de la montaña.
Los efectivos del Segundo Frente de Ucrania, al mando del mariscal Malinovski, entretanto, avanzando sin pausa, se dirigieron rápidamente hacia el Sur, en dirección a Bucarest. Escasos grupos de combate alemanes se interponían en su camino, retardando el avance ruso al costo del sacrificio total de sus integrantes. Pero eso no bastaba. No era suficiente para detener el alud que se precipitaba sobre Rumania. Y así lo sabían los efectivos y mandos germanos, que el día 30 de agosto debieron abandonar el importantísimo centro petrolero de Ploesti. El punto, defendido solamente por algunas unidades germanas de artillería antiaérea, no pudo ser sostenido, a pesar de la tenaz resistencia ofrecida. Tras sangrienta lucha, finalmente, los soviéticos tomaron el lugar, reducido casi a escombros por lo intenso del combate.
Los hombres del Segundo Frente de Ucrania, prácticamente dueños del campo, no detuvieron su avance. Arrollando a las diezmadas tropas germanas, que sin embargo defendían tenazmente sus precarias líneas, siguieron adelante. A cincuenta kilómetros al sur de las refinerías de Ploesti se extendían las populosas barriadas de la ciudad de Bucarest. La metrópoli, situada a ochenta metros sobre el nivel del Mar Negro, sobre una colina, ofrecía, desde la lejanía, un extraño aspecto, con las cúpulas doradas de sus templos y sus altas torres. La grave situación, empero, hacía que las calles estuvieran prácticamente desiertas. Los bombardeos y la proximidad de la lucha, que se adivinaba violenta, alejaban a la población civil de los espacios abiertos. Las principales calles y avenidas, entre ellas la Calea Victoriei, la Strada Lipscani, la Calea Rahovei, la Strada Carol l y el Bulevard Isabel, entre otras, antaño transitadas por una multitud rumorosa, se mostraban totalmente desiertas y sólo algunas patrullas se veían, aquí y allá, en actitud vigilante. La población civil por su parte, parecía haber desaparecido. Por último, las vanguardias rusas hicieron su aparición, desde el Norte. Precediéndolas, arribaban a Bucarest grupos desorganizados de combatientes germanos y rumanos que aún luchaban junto a la Wehrmacht. Los soldados alemanes, en plena retirada, ya no estaban en condiciones de ofrecer una resistencia organizada. Por otra parte, de hacerlo, deberían luchar contra los efectivos rusos y contra unidades rumanas que ya los atacaban, en cumplimiento de órdenes del gobierno. El 31 de agosto, a veinticuatro horas de la caída de Ploesti, las vanguardias rusas entraban en Bucarest, sin encontrar prácticamente resistencia.
Las tropas del Tercer Frente de Ucrania, a las órdenes de Tolbuchin, entretanto, avanzaban rápidamente hacia el Sur, en dirección a Bulgaria.
En el citado país balcánico, la situación de los efectivos alemanes distaba de ser alentadora. Al igual que poco tiempo antes en Rumania, también en Bulgaria habían comenzado a jugar fuertes presiones de tipo político. Ante la inminente e inevitable derrota de las fuerzas germanas, Bulgaria había comenzado por retirar sus tropas de ocupación de Tracia y Macedonia y solicitado un armisticio a Gran Bretaña y los Estados Unidos. Las tensiones internas, por otra parte, habían creado un estado de cosas tal que, finalmente, el 9 de septiembre estalló una revolución. La proximidad de los ejércitos rusos facilitó la toma del poder por parte de los comunistas búlgaros, los que de inmediato instalaron un gobierno al que denominaron "frente patriótico", pero que en realidad no era otra cosa que un régimen "títere" al servicio de la Unión Soviética. Obedientes al mandato de sus amos rusos, los integrantes del "frente patriótico" no tardaron en declarar, a su vez, la guerra a Alemania. Hacia el día 15 de septiembre, además, facilitados en su acción por los guerrilleros búlgaros, los efectivos rusos de Tolbuchin ocupaban Sofía, capital de Bulgaria.
La caída del convulsionado país balcánico en manos de los rusos puso una vez más a prueba la capacidad de reorganización y resistencia de los agotados efectivos alemanes. En efecto, el penetrante avance soviético, sumado a la caída de Rumania y Bulgaria en manos del enemigo, colocaba en dificilísima situación a las unidades del grupo de ejércitos "F", del mariscal von Weichs, que se hallaban distribuidas en el territorio de Grecia, Albania, Montenegro y el sur de Yugoslavia.
En territorio rumano, entretanto, los rusos concentraban más y más efectivos. Ante ellos se abrían posibilidades ilimitadas y los mandos soviéticos no dejaban pasar las oportunidades favorables. El dominio de Rumania y Bulgaria les permitirla, en una segunda etapa, sin solución de continuidad, lanzar sus divisiones hacia el corazón de Hungría y Yugoslavia.
En el primero de los países citados, la amenaza rusa hizo que el gobierno húngaro, al ver amenazado en forma directa su territorio nacional, solicitara de Alemania, imperiosamente, el envío de cinco divisiones blindadas al teatro de operaciones. El Führer, ante la gravedad de la situación, dispuso el inmediato traslado de un Cuerpo blindado, con tres divisiones ligeras y algunas fuerzas más de la Galitzia y Yugoslavia
En el bando soviético, entretanto, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania de Malinovski comenzaron a presionar hacia el Oeste, en dirección a Temesvar, Arad y Grossvardein, localidades éstas situadas en la región limítrofe entre Rumania y Hungría. Desplegados ante la marcha rusa se encontraban los hombres del III ejército húngaro, formado apresuradamente con unidades enviadas desde el interior. Los húngaros, a pesar de sus esfuerzos, no habían logrado impedir a los rusos la salida de la región montañosa de los Alpes Transilvanos y el posterior desplazamiento hacia el territorio húngaro.
Más al norte, paralelamente, los efectivos del Primer Frente de Ucrania habían comenzado a presionar hacia el Sur, desde territorio polaco. Allí, el 1 ejército blindado germano soportaba la presión de fuerzas enemigas muy superiores que lo obligaron, por último, a ceder terreno y replegarse lentamente.
Los movimientos de los ejércitos rusos, al margen de los resultados locales, implicaban, y así lo entendió el mando alemán, un gigantesco movimiento de tenazas destinado a incidir, por el Norte y por el Sur, al grupo de ejércitos "Sur", aislándolo en un inmenso "bolsón". Guderian, como consecuencia, dispuso replegar los efectivos sobre una línea que se extendía de nordeste a sudoeste y que se apoyaba en las localidades húngaras de Seguedin, Debrecen y Uzhorod. La orden, impartida el 24 de septiembre, fue modificada poco después, disponiéndose que la línea defensiva se instalara algo más a retaguardia de la línea citada, paralelamente al río Theiss.
Hacia el 6 de octubre, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania de Malinovski se lanzaron al asalto en dirección al Norte. La fuerza comprendía un ejército blindado, varias grandes unidades de caballería y divisiones de infantería. La intención de los soviéticos era clara y así la vieron los germanos. En consecuencia, el mando alemán ordenó el repliegue de los efectivos de la Agrupación de Ejércitos Wöhler, formada por el VIII ejército alemán y el II ejército húngaro.
Entretanto, el grupo de ejércitos "Sur", en un esfuerzo extraordinario, logró reunir los elementos de tres divisiones blindadas y, lanzándolos a la lucha, en una encarnizada batalla de tanques que se prolongó entre los días 10 y 14 de octubre, destruyó varios Cuerpos rápidos soviéticos. La tentativa rusa de cortar al grupo de ejércitos fracasó así en el sector mencionado. Sin embargo aquel éxito parcial no haría variar fundamentalmente la grave situación general del frente. En efecto, otras fuerzas rusas, mientras se producía la batalla anteriormente mencionada, habían avanzado en el sector de Seguedin, localidad situada a ciento cincuenta kilómeti'os al sudeste de Budapest. Como consecuencia del movimiento mencionado, el III ejército húngaro, que se encontraba emplazado en la región, había resultado prácticamente diezmado.
Mientras se desarrollaban los acontecimientos citados, algo más al Sur, los elementos del Tercer Frente de Ucrania, comandados por el mariscal Tolbuchin avanzaron hacia el Oeste y traspusieron las líneas fronterizas que dividían a Rumania y Bulgaria de su vecina Yugoslavia. La capital de esta última, Belgrado, situada a escasos cien kilómetros de la frontera de Rumania, se vio así seriamente amenazada por los efectivos rusos.
El ejército soviético en plena ofensiva y los efectivos germanos agotados y carentes de abastecimientos y medicinas comenzaron, en aquellos meses finales del año 1944, a marcar las pautas que determinarían la derrota de Alemania, arrollada por la aplastante superioridad humana y material de sus enemigos.
En la “guarida del lobo", entretanto, el Führer parecía no acusar el impacto de los sucesivos desastres. Día a día, Hitler se aislaba más y más y se rodeaba de estadísticas y cifras, muchas de ellas ya carentes de significación. Era así que, según la documentación que obraba en su poder, y sobre la base de la cual elaboraba nuevos planes, los efectivos de la Wehrmacht se elevaban a 10.165.303 hombres, de los cuales 7.536.946 pertenecían al ejército y las Waffen SS, 1.925.291 a la Luftwaffe y 703.066 a la Marina de Guerra. El dictador sin embargo, no tenía en cuenta las pérdidas sufridas desde el 1º de septiembre de 1939, que se elevaban, hacia fines de 1944, a 114.215 oficiales y 3.630.274 suboficiales y soldados. Las 252 divisiones y 15 brigadas con que el Führer decía contar existían solamente en las listas impresas, pues los efectivos de las mismas habían disminuido hasta el limite máximo, convirtiendo, por el número de sus hombres, en regimientos a muchas divisiones. Había divisiones, inclusive, formadas por dos o tres batallones de una sola compañía cada uno...
Las divisiones blindadas, por su parte, en su mayoría, poseían como máximo de diez a quince tanques .
Fuente de esto: extractos más o menos afortunados de una magna obra sobre la IIGM editada en los 60 en USA y creo que en Europa titulada Historia de la II GM ( fascículos 102,103 y siguientes). Saludos
En el Cuartel General alemán, entretanto, los planes estratégicos del Führer determinaban el desplazamiento del centro de gravedad de su conducción de guerra hacia el Oeste. En ese frente de lucha, en efecto, los aliados, después de aniquilar al ejército alemán de Normandía, se hallaban en pleno avance hacia el Este, con rumbo a la frontera occidental del Reich. La estabilización del frente Este, al norte de los Cárpatos, tuvo especial influencia en esta determinación de Hitler.
Los planes alemanes disponían el lanzamiento de una vigorosa ofensiva en el oeste del Rhin, en las Ardenas. Las fuerzas por emplear en dicho lugar estaban constituidas por las últimas reservas movilizadas por Alemania y, posteriormente, tras la ofensiva anteriormente citada, serían trasladadas, hacia mediados de diciembre, al frente del Este. Tal situación, sin embargo, no habría de producirse.
El coronel general Guderian, jefe del Estado Mayor del Ejército desde el 20 de julio, que seguía la preparación de tales planes con gran preocupación, manifestó a Hitler sus inquietudes y sugirió, sin resultado positivo, la evacuación de los Balcanes y Noruega y el acortamiento del frente en Italia, en un esfuerzo por obtener nuevos efectivos con destino al frente del Este. Al fracasar en su intención, Guderian decidió entonces poner en ejecución un nuevo plan, destinado a construir posiciones de campaña en la profundidad del frente del Este y en las localidades del territorio del Reich. En la atención del mando germano, sin embargo, ocupaba el primer lugar la difícil situación del grupo de ejércitos "Ucrania Sur". En efecto, sus unidades se encontraban, hacia el verano de 1944, en la posición operativa más desfavorable.
En el sector de Basarabia, en las cercanías del Mar Negro, se encontraba emplazada la Agrupación de Ejércitos Mayor general Iván Lakeyev, a cuyas órdenes combatió una escuadrilla de cazas rusos que derribó, en el curso de la guerra, a más de setecientos aviones enemigos. Ante estas fuerzas estaban el III ejército rumano y e VI ejército alemán. Ante sus líneas se extendía el río Dniéster, cuya margen occidental, en muchos puntos, ya estaba en manos soviéticas. Sobre el flanco izquierdo de Dumitrescu, formando casi un ángulo recto con sus posiciones, se desplegaban los efectivos de la Agrupación de Ejércitos del general Wöhler, que comprendían al VIII ejército alemán y el IV rumano.
Ambas Agrupaciones sostenían una posición que necesitaba, imprescindiblemente, del aporte de fuertes reservas móviles. Éstas, prácticamente, no existían. Además, preocupaba seriamente a los jefes alemanes la actitud, cada día más dudosa, de las tropas rumanas. La moral de las mismas parecía haberse resentido considerablemente, como consecuencia de los reveses sufridos en el Este. Por otra parte, la ruptura de relaciones de Turquía con Alemania, producida el 2 de agosto, tendría, necesariamente, que producir repercusiones en la actitud de Rumania.
La grave situación que muchos mandos germanos vislumbraban, pareció disiparse tras una visita realizada al Führer el día 4 de agosto, en Rastenburg, por el mariscal Antonescu, Jefe de Estado de Rumania y comandante en jefe del ejército de su patria. En dicha entrevista, efectivamente, a pesar de las reticencias de Antonescu, que evitó responder a una pregunta de Hitler en el sentido de si Rumania seguiría "hasta el final" junto a Alemania, los mandos germanos recibieron la impresión equivocada, sin duda, de que Antonescu y Rumania formaban una unidad inseparable de Alemania. Los jefes alemanes parecieron querer "cerrar los ojos" ante una situación que ya conocían: los intentos que en Rumania realizaban otras fuerzas para concluir una guerra que consideraban perdida.
Estratégicamente, el frente del grupo de ejércitos de "Ucrania Sur" constituía una saliente muy difícil de defender. El total de efectivos ascendía a 900.000 hombres. Esta fuerza, aparentemente poderosa, contaba, como reserva, solamente con dos divisiones alemanas y un pequeño grupo de combate eslovaco Además, se sabía que jefes rumanos habían mantenido conversaciones con emisarios del mando ruso, durante la noche del 21 al 22 de agosto, en el convento de Cahelu, en los Cárpatos.
La situación, en resumen, no podía ser más grave. Y Guderian, por su parte, militar profesional y experimentado, con plena conciencia del peligro inminente, a pesar de abrigar la esperanza de poder lograr todavía una orden de Hitler autorizando el repliegue, temía, sobre la base de las experiencias anteriores, que la misma llegara demasiado tarde. A partir del día 7 de agosto, las unidades avanzadas germanas informaron a los mandos de la retaguardia acerca de movimientos que comenzaban a producirse en las líneas soviéticas. Dichos desplazamientos se producían, de acuerdo con los informes, en el frente del VIII ejército alemán, en las inmediaciones de la localidad de Jassy, a trescientos kilómetros al norte de Bucarest. Los efectivos soviéticos que se encontraban emplazados en la región pertenecían al Segundo Frente de
Ucrania, que operaba al mando del mariscal Rodion Malinovski. Paralelamente, los servicios de información alertaron al mando germano acerca de la proximidad de grandes masas soviéticas que avanzaban en calidad de refuerzo. Igual comprobación se efectuó en lo concerniente al arma aérea rusa. Era indudable que una poderosa ofensiva estaba en vísperas de ser desencadenada contra las líneas germanas.
Hacia el 18 de agosto, los aviones soviéticos comenzaron a aparecer sobre las líneas alemanas con una frecuencia cada vez mayor. Los aparatos de observación alternaban sus vuelos con las cerradas formaciones de bombarderos escoltados por veloces cazas. Bombas y ráfagas de ametralladoras iniciaban así la preparación previa a todo ataque en gran escala. Los aviones soviéticos, hostigando sin cesar las líneas del frente y las vías de comunicaciones, impedían el normal abastecimiento de las unidades y obligaban a los efectivos a mantenerse en constante alerta.
El 20 de agosto, por fin, la situación comenzó a definirse. Ese día, después de varias horas de incesante fuego artillero, que batió las posiciones alemanas en acción de ablandamiento, los blindados rusos, seguidos por interminables formaciones de infantería, se lanzaron al asalto.
El ataque ruso fue emprendido desde dos direcciones. Por el Norte avanzaron los efectivos del Segundo Frente de Ucrania, al mando de Malinovski, directamente hacia el Sur y arrollando a las formaciones del VIII ejército alemán del general Otto Wöhler. Paralelamente, por el Este y en dirección sudoeste, se lanzaron al ataque las unidades del Tercer Frente de Ucrania, al mando del mariscal Fedor Tolbuchin. La penetración se produjo a nivel de las localidades de Jassy y Tiraspol, espectivamente. En el sector de la última de las localidades nombradas desplegaban sus efectivos las unidades del III ejército rumano y el VI ejército alemán, comandados por el capitán general Dumitrescu.
Los efectivos rusos desplegaban una masa operativa que comprendía a noventa divisiones de tiradores, cuarenta y una blindadas y tres de caballería. Dichas fuerzas estaban destinadas a avanzar sobre el territorio rumano a modo de gigantesco rodillo, arrollando a las cincuenta divisiones del grupo de ejércitos "Ucrania Sur", integradas en su mayoría por efectivos rumanos.
Hacia el 22 de agosto, el ataque ruso comenzó a adquirir caracteres de catástrofe para el mando germano. Los efectivos rusos avanzaban desde el Norte y el nordeste venciendo toda resistencia. El ala izquierda de las unidades de Malinovski giró hacia el Este, mientras las poderosas formaciones de Tolbuchin hicieron lo propio, con rumbo al Oeste. La consecuencia no se hizo esperar: el VI ejército alemán, integrado por dieciséis divisiones, quedó cercado y rápidamente dejado atrás por la masa de los ejércitos soviéticos en marcha. Paralelamente, sobre la costa del Mar Negro, los efectivos del III ejército rumano sufrieron igual suerte. Una poderosa formación perteneciente al Tercer Frente de Ucrania de Tolbuchin desplazó sus efectivos hacia el Este y alcanzó la costa, aislando a las unidades rumanas.La embestida rusa, lanzada con todo el peso de sus divisiones, ocasionó una extraordinaria confusión en las líneas germanas. Al cerco de los ejércitos anteriormente citados siguió la retirada de otras importantes fuerzas, en un intento por replegar las líneas y proceder a su reorganización. La retirada, sin embargo, planificada apresuradamente adoleció de importantes fallas. Una de ellas, la más importante, permitió que los rusos amenazaran directamente a Bucarest. Efectivamente, en la confusión del repliegue, lógico por otra parte, los mandos alemanes omitieron disponer la destrucción inmediata de los puentes que permitían franquear el río Pruth, afluente del Danubio, y del Danubio mismo, en el sector de su desembocadura en el Mar Negro. Las dos vías de agua, que podían haberse convertido en una barrera natural de contención para los efectivos rusos, fueron así neutralizadas. La consecuencia no se hizo esperar; como un alud, las divisiones soviéticas traspusieron los puentes y se lanzaron hacia el Sur, en dirección a la capital de Rumania. En las proximidades de la misma, a escasos sesenta kilómetros al norte de Bucarest, la vital región de Ploesti quedaba también directamente amenazada.
Hacia el 29 de agosto de 1944, por segunda vez en el curso de la guerra el VI ejército alemán era prácticamente aniquilado. Sin embargo, contrariamente a lo ocurrido en Stalingrado, parte de las tropas, que incluían al Estado Mayor, los servicios auxiliares y algunas unidades dispersas, pudieron eludir el cerco y replegarse hacia el Oeste alcanzando las líneas del VIII ejército alemán del general Wöhler
Días antes de la lucha citada anteriormente, el 23 de agosto, un grave acontecimiento se produjo en la reta guardia de las posiciones germanas. Ese día, Rumania rompió prácticamente su alianza con Alemania.
Los acontecimientos se sucedieron de la siguiente manera: al igual que Finlandia, Rumania había reanudado sus contactos con las potencias occidentales a principios del año 1944. Grandes bombardeos anglo-norteamericanos y la proximidad, cada vez mayor, de los ejércitos soviéticos, convencieron a algunos de los líderes civiles y militares rumanos de la necesidad de abandonar una guerra que comenzaba a vislumbrarse perdida. Fue así que inclusive el mariscal Antonescu, principal figura rumana, realizó sondeos a través de Alejandra Kollontai, embajadora rusa en Estocolmo. Los Contactos se produjeron por intermedio del embajador rumano en Suecia, Frederic Nanu, quien fue
encargado de averiguar el punto de vista soviético ante un eventual abandono de la lucha por parte de Rumania. Otras personalidades rumanas, entretanto, entre las que se contaban Julie Manui, Constantin Visoianu, Gheorghe Tatarescu y Constantin Bratianu, realizaron igualmente tanteos de paz a través de sus contactos en Berna y El Cairo.
Por otra parte, altos jefes militares rumanos, como el general Mihai Racovitza, mantenían tratativas de paz desde mucho antes. El militar citado, en unión con los generales Aurel Aldea Ata Constantinescu-Claps, planificaban poner fin a la alianza con Alemania los dos últimos, por su parte, en la conferencia realizada en el convento de Cahelu, habían aceptado tomar las medidas necesarias para abrir el frente en diferentes puntos, facilitando así la penetración soviética.
Hubo, sin embargo, jefes militare rumanos que se opusieron a lo que consideraban una flagrante traición los acuerdos firmados y resistieron tomar parte en la conspiración. Los comandantes Traian Catana y Constantin Neculce, entre otros, se opusieron activamente a la infiltración de las unidades enemigas y hallaron la muerte en la empresa.
Entretanto, el grupo conspirador se comunicó con El Cairo, informando a los aliados que sus planes contaban con la aprobación del rey. La revolución planificada debería, concretamente, estallar el día 26 de agosto. El monarca, Miguel 1, al enterarse que el mariscal Antonescu consideraba necesario un armisticio con el enemigo, decidió adelantar la fecha prevista, fijando el 23 como día clave. Aquel día, mientras la ofensiva rusa alcanzaba su mayor amplitud, el rey de Rumania celebró una entrevista con el mariscal Antonescu y le informó de su decisión de paralizar de inmediato las operaciones. Enseguida, tras hacer detener a Antonescu, el rey dispuso que las tropas rumanas rodearan los edificios ocupados por los alemanes. Hacia la noche del mismo día, el monarca leyó una proclama por radio, anunciando el fin de la guerra y ordenando a las tropas que depusieran las armas.
La situación, en Rumania, sufrió de inmediato cambios radicales. Los jefes de la oposición fueron nombrados ministros sin cartera y el rey Miguel, en comunicación dirigida al embajador alemán, le informó que los efectivos de la Wehrmacht deberían abandonar el territorio rumano. En la comunicación se les ofrecía la libre salida "siempre que no se entregaran a actos de hostilidad". En Alemania, el Führer decidió de inmediato "sofocar el levantamiento" y ordenó la formación de un gobierno de tendencia germanófila. A la mañana siguiente, en cumplimiento de las órdenes recibidas, el general alemán Gerstenberg, al mando de algunas unidades de la Luftwaffe, marchó sobre Bucarest. Sin embargo, enfrentado por fuerzas rumanas netamente superiores, debió abandonar la intención de tomar la capital. Las consecuencias de su actitud no se hicieron esperar y todos los miembros de la embajada alemana en Bucarest fueron arrestados por el nuevo gobierno. Además, hacia el día 25 de agosto, los rumanos dieron un paso más en su acercamiento con los aliados, declarando la guerra a Alemania.
Entretanto, el frente se había derrumbado y comenzaba a cundir el caos más absoluto.
El rey Miguel, de inmediato, dispuso que los efectivos rumanos se concentraran en el curso inferior del Danubio. Las unidades, por su parte, desorganizadas y perdiendo el contacto con sus mandos naturales, comenzaban a actuar de acuerdo con los principios que imponían los mandos locales y aún los propios combatientes. Fue así que muchos efectivos continuaron la lucha junto a sus antiguos aliados, negándose a abandonarlos, mientras otros bloquearon las carreteras y abrieron el fuego contra las formaciones alemanas. Resulta obvio comprender el caos que de inmediato se instaló a lo largo de las ya desorganizadas líneas germanas.
Como consecuencia de los acontecimientos citados, las unidades germanas sobrevivientes del ataque ruso y el cambio de frente rumano se dirigieron hacia la retaguardia. Los combatientes alemanes, agotados por días y noches de combate incesante, carentes de municiones y víveres, comenzaron una desesperada lucha por la vida, combatiendo, retrocediendo y volviendo a combatir sin descanso, minuto a minuto.
La extraordinaria confusión reinante en la retaguardia germana, en la que se entremezclaban las unidades germanas y las rumanas, favoreció notablemente el avance ruso, que prácticamente vio allanado su camino hacia Bucarest. En la noche del 24 de agosto, el Führer dio su aprobación a un plan que contemplaba el repliegue de los efectivos germanos hacia la región de los Cárpatos, al norte de Bucarest, con el objeto de concretar allí una nueva línea de defensas, favorecida por la topografía del terreno. En realidad, tal medida se hallaba ya en ejecución y contingentes de los ejércitos alemanes VI y VIII se retiraban apresuradamente hacia los Cárpatos, eludiendo los movimientos de pinzas de los rusos.
El día 26 una nueva orden fue cursada a los mandos germanos en dicho frente, disponiendo la consolidación de una nueva línea defensiva. La orden anulaba la anterior y exigía que la fortificación del terreno y fortificación posterior de los efectivos se llevara a cabo en una línea que se extendería a lo largo de la desembocadura del Danubio en el Mar Negro, las localidades de Galatz, cien kilómetros más hacia el Oeste, Focsani, a cincuenta kilómetros al Oeste de la anterior, y las estribaciones de los Cárpatos, treinta kilómetros más hacia el Oeste.
La nueva línea de defensa programada se interpondría entre los ejércitos rusos y los importantes baluartes del sur de Rumania, Ploesti y Bucarest principalmente. Sin embargo, el mando alemán realizaba sus planes totalmente ajeno a la realidad. A los efectivos germanos les era, a esa altura de los acontecimientos, absolutamente imposible resistir la presión de los ejércitos rusos. Sus fuerzas, en efecto, se encontraban disminuidas material y moralmente, además de no contar con el apoyo de la gran mayoría de las unidades rumanas. La defección de estas últimas había desquiciado el dispositivo alemán, obligando a los germanos a multiplicar sus esfuerzos en un desesperado intento por restablecer el equilibrio que los rumanos habían roto. Los rusos, por otra parte, lanzaban a la batalla un impresionante número de unidades, aprovechando el resquebrajamiento de las posiciones alemanas. El martilleo constante de los soviéticos concluyó por desbaratar los intentos alemanes de organizar una línea coherente de defensas.
Hacia fines del mes de agosto, finalmente, los germanos sólo mantenían en su poder las estribaciones de los Alpes Transilvanos. Allí, dispuestos en un amplio arco alrededor de las cumbres Szekler, rechazaron violentos ataques soviéticos dirigidos contra los pasos orientales de la montaña.
Los efectivos del Segundo Frente de Ucrania, al mando del mariscal Malinovski, entretanto, avanzando sin pausa, se dirigieron rápidamente hacia el Sur, en dirección a Bucarest. Escasos grupos de combate alemanes se interponían en su camino, retardando el avance ruso al costo del sacrificio total de sus integrantes. Pero eso no bastaba. No era suficiente para detener el alud que se precipitaba sobre Rumania. Y así lo sabían los efectivos y mandos germanos, que el día 30 de agosto debieron abandonar el importantísimo centro petrolero de Ploesti. El punto, defendido solamente por algunas unidades germanas de artillería antiaérea, no pudo ser sostenido, a pesar de la tenaz resistencia ofrecida. Tras sangrienta lucha, finalmente, los soviéticos tomaron el lugar, reducido casi a escombros por lo intenso del combate.
Los hombres del Segundo Frente de Ucrania, prácticamente dueños del campo, no detuvieron su avance. Arrollando a las diezmadas tropas germanas, que sin embargo defendían tenazmente sus precarias líneas, siguieron adelante. A cincuenta kilómetros al sur de las refinerías de Ploesti se extendían las populosas barriadas de la ciudad de Bucarest. La metrópoli, situada a ochenta metros sobre el nivel del Mar Negro, sobre una colina, ofrecía, desde la lejanía, un extraño aspecto, con las cúpulas doradas de sus templos y sus altas torres. La grave situación, empero, hacía que las calles estuvieran prácticamente desiertas. Los bombardeos y la proximidad de la lucha, que se adivinaba violenta, alejaban a la población civil de los espacios abiertos. Las principales calles y avenidas, entre ellas la Calea Victoriei, la Strada Lipscani, la Calea Rahovei, la Strada Carol l y el Bulevard Isabel, entre otras, antaño transitadas por una multitud rumorosa, se mostraban totalmente desiertas y sólo algunas patrullas se veían, aquí y allá, en actitud vigilante. La población civil por su parte, parecía haber desaparecido. Por último, las vanguardias rusas hicieron su aparición, desde el Norte. Precediéndolas, arribaban a Bucarest grupos desorganizados de combatientes germanos y rumanos que aún luchaban junto a la Wehrmacht. Los soldados alemanes, en plena retirada, ya no estaban en condiciones de ofrecer una resistencia organizada. Por otra parte, de hacerlo, deberían luchar contra los efectivos rusos y contra unidades rumanas que ya los atacaban, en cumplimiento de órdenes del gobierno. El 31 de agosto, a veinticuatro horas de la caída de Ploesti, las vanguardias rusas entraban en Bucarest, sin encontrar prácticamente resistencia.
Las tropas del Tercer Frente de Ucrania, a las órdenes de Tolbuchin, entretanto, avanzaban rápidamente hacia el Sur, en dirección a Bulgaria.
En el citado país balcánico, la situación de los efectivos alemanes distaba de ser alentadora. Al igual que poco tiempo antes en Rumania, también en Bulgaria habían comenzado a jugar fuertes presiones de tipo político. Ante la inminente e inevitable derrota de las fuerzas germanas, Bulgaria había comenzado por retirar sus tropas de ocupación de Tracia y Macedonia y solicitado un armisticio a Gran Bretaña y los Estados Unidos. Las tensiones internas, por otra parte, habían creado un estado de cosas tal que, finalmente, el 9 de septiembre estalló una revolución. La proximidad de los ejércitos rusos facilitó la toma del poder por parte de los comunistas búlgaros, los que de inmediato instalaron un gobierno al que denominaron "frente patriótico", pero que en realidad no era otra cosa que un régimen "títere" al servicio de la Unión Soviética. Obedientes al mandato de sus amos rusos, los integrantes del "frente patriótico" no tardaron en declarar, a su vez, la guerra a Alemania. Hacia el día 15 de septiembre, además, facilitados en su acción por los guerrilleros búlgaros, los efectivos rusos de Tolbuchin ocupaban Sofía, capital de Bulgaria.
La caída del convulsionado país balcánico en manos de los rusos puso una vez más a prueba la capacidad de reorganización y resistencia de los agotados efectivos alemanes. En efecto, el penetrante avance soviético, sumado a la caída de Rumania y Bulgaria en manos del enemigo, colocaba en dificilísima situación a las unidades del grupo de ejércitos "F", del mariscal von Weichs, que se hallaban distribuidas en el territorio de Grecia, Albania, Montenegro y el sur de Yugoslavia.
En territorio rumano, entretanto, los rusos concentraban más y más efectivos. Ante ellos se abrían posibilidades ilimitadas y los mandos soviéticos no dejaban pasar las oportunidades favorables. El dominio de Rumania y Bulgaria les permitirla, en una segunda etapa, sin solución de continuidad, lanzar sus divisiones hacia el corazón de Hungría y Yugoslavia.
En el primero de los países citados, la amenaza rusa hizo que el gobierno húngaro, al ver amenazado en forma directa su territorio nacional, solicitara de Alemania, imperiosamente, el envío de cinco divisiones blindadas al teatro de operaciones. El Führer, ante la gravedad de la situación, dispuso el inmediato traslado de un Cuerpo blindado, con tres divisiones ligeras y algunas fuerzas más de la Galitzia y Yugoslavia
En el bando soviético, entretanto, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania de Malinovski comenzaron a presionar hacia el Oeste, en dirección a Temesvar, Arad y Grossvardein, localidades éstas situadas en la región limítrofe entre Rumania y Hungría. Desplegados ante la marcha rusa se encontraban los hombres del III ejército húngaro, formado apresuradamente con unidades enviadas desde el interior. Los húngaros, a pesar de sus esfuerzos, no habían logrado impedir a los rusos la salida de la región montañosa de los Alpes Transilvanos y el posterior desplazamiento hacia el territorio húngaro.
Más al norte, paralelamente, los efectivos del Primer Frente de Ucrania habían comenzado a presionar hacia el Sur, desde territorio polaco. Allí, el 1 ejército blindado germano soportaba la presión de fuerzas enemigas muy superiores que lo obligaron, por último, a ceder terreno y replegarse lentamente.
Los movimientos de los ejércitos rusos, al margen de los resultados locales, implicaban, y así lo entendió el mando alemán, un gigantesco movimiento de tenazas destinado a incidir, por el Norte y por el Sur, al grupo de ejércitos "Sur", aislándolo en un inmenso "bolsón". Guderian, como consecuencia, dispuso replegar los efectivos sobre una línea que se extendía de nordeste a sudoeste y que se apoyaba en las localidades húngaras de Seguedin, Debrecen y Uzhorod. La orden, impartida el 24 de septiembre, fue modificada poco después, disponiéndose que la línea defensiva se instalara algo más a retaguardia de la línea citada, paralelamente al río Theiss.
Hacia el 6 de octubre, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania de Malinovski se lanzaron al asalto en dirección al Norte. La fuerza comprendía un ejército blindado, varias grandes unidades de caballería y divisiones de infantería. La intención de los soviéticos era clara y así la vieron los germanos. En consecuencia, el mando alemán ordenó el repliegue de los efectivos de la Agrupación de Ejércitos Wöhler, formada por el VIII ejército alemán y el II ejército húngaro.
Entretanto, el grupo de ejércitos "Sur", en un esfuerzo extraordinario, logró reunir los elementos de tres divisiones blindadas y, lanzándolos a la lucha, en una encarnizada batalla de tanques que se prolongó entre los días 10 y 14 de octubre, destruyó varios Cuerpos rápidos soviéticos. La tentativa rusa de cortar al grupo de ejércitos fracasó así en el sector mencionado. Sin embargo aquel éxito parcial no haría variar fundamentalmente la grave situación general del frente. En efecto, otras fuerzas rusas, mientras se producía la batalla anteriormente mencionada, habían avanzado en el sector de Seguedin, localidad situada a ciento cincuenta kilómeti'os al sudeste de Budapest. Como consecuencia del movimiento mencionado, el III ejército húngaro, que se encontraba emplazado en la región, había resultado prácticamente diezmado.
Mientras se desarrollaban los acontecimientos citados, algo más al Sur, los elementos del Tercer Frente de Ucrania, comandados por el mariscal Tolbuchin avanzaron hacia el Oeste y traspusieron las líneas fronterizas que dividían a Rumania y Bulgaria de su vecina Yugoslavia. La capital de esta última, Belgrado, situada a escasos cien kilómetros de la frontera de Rumania, se vio así seriamente amenazada por los efectivos rusos.
El ejército soviético en plena ofensiva y los efectivos germanos agotados y carentes de abastecimientos y medicinas comenzaron, en aquellos meses finales del año 1944, a marcar las pautas que determinarían la derrota de Alemania, arrollada por la aplastante superioridad humana y material de sus enemigos.
En la “guarida del lobo", entretanto, el Führer parecía no acusar el impacto de los sucesivos desastres. Día a día, Hitler se aislaba más y más y se rodeaba de estadísticas y cifras, muchas de ellas ya carentes de significación. Era así que, según la documentación que obraba en su poder, y sobre la base de la cual elaboraba nuevos planes, los efectivos de la Wehrmacht se elevaban a 10.165.303 hombres, de los cuales 7.536.946 pertenecían al ejército y las Waffen SS, 1.925.291 a la Luftwaffe y 703.066 a la Marina de Guerra. El dictador sin embargo, no tenía en cuenta las pérdidas sufridas desde el 1º de septiembre de 1939, que se elevaban, hacia fines de 1944, a 114.215 oficiales y 3.630.274 suboficiales y soldados. Las 252 divisiones y 15 brigadas con que el Führer decía contar existían solamente en las listas impresas, pues los efectivos de las mismas habían disminuido hasta el limite máximo, convirtiendo, por el número de sus hombres, en regimientos a muchas divisiones. Había divisiones, inclusive, formadas por dos o tres batallones de una sola compañía cada uno...
Las divisiones blindadas, por su parte, en su mayoría, poseían como máximo de diez a quince tanques .
Fuente de esto: extractos más o menos afortunados de una magna obra sobre la IIGM editada en los 60 en USA y creo que en Europa titulada Historia de la II GM ( fascículos 102,103 y siguientes). Saludos