La última Batalla, condensado del libro de Cornelius Ryan

La guerra en el este de Europa

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Shindler
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Mensaje por Shindler » Jue Ago 02, 2007 5:09 pm

Disculpen que no he publicado mucho en estos días, pero acá estoy para deleitar a los lectores. :lol:


El ocaso de los dioses


En la sala Beethoven de conciertos, de estilo barroco, decorada en rojo y oro, el director Robert Heger tomó la batuta y levantó el brazo.

Afuera en algún sitio de la devastada ciudad, el sonido de una sirena del cuerpo de bomberos se desvanecía lentamente. Luego, la batuta bajó y el concierto para violín de Beethoven empezó a difundirse suavemente por la inmensa sala de la Orquesta Filarmónica de Berlín. A medida que las notas de violín solista iban en ascenso, el auditorio que llenaba la sala de conciertos (que no había sufrido daños), situada en la Kothener Strasse, escuchaba extasiado. Algunas personas se hallaban tan conmovidas por la brillante actuación del violinista Gerhard Taschner, de 23 años, que lloraban en silencio.

Durante toda la guerra, los miembros de la Filarmónica, compuesta de 105 músicos, habían sido excluidos de prestar servicio militar. La orquesta dependía del Ministerio de Propaganda, que encabezaba Joseph Goebbels; era conveniente mantenerla para levantar los ánimos; alejaba por un rato a los ciudadanos de Berlín del pensamiento de la guerra y sus terrores. En el concierto de esa tarde, en la última semana de Marzo, el Reichminister Albert Speer, jefe de Armamentos y Provisiones de Guerra, estaba sentado en su butaca reservada. Rara vez dejaba de concurrir a un concierto. La música lo ayudaba a ahuyentar sus ansiedades. Y Speer se hallaba afrontando el mayor problema de su carrera.

Durante toda la guerra, a pesar de los trastornos e inconvenientes, había logrado mantener en funcionamiento el poderío industrial del Reich. Pero de algún tiempo acá, las estadísticas y los hechos mostraban lo inevitable: los días del Tercer Reich estaban contados. Speer había sido el único ministro del gabinete que se atreviera a decir la verdad a Hitler. "La guerra está perdida", escribió al Fuhrer el 15 de Marzo: Hitler dio esta respuesta: "Si la guerra está perdida, entonces la nación también perderá".

El 19 de marzo Hitler expidió un monstruoso mandato: Alemania debería ser destruida totalmente. Todo debería volarse o quemarse: las centrales eléctricas, acueductos, fábricas de gas, presas y esclusas, puertos y canales, la red de energía eléctrica e instalaciones industriales; todos los buques y puentes, todo el material rodante de los ferrocarriles y las instalaciones de las vías de comunicación; vehículos, almacenes; y hasta las carreteras de la nación.

Sin acabar de creerlo, Speer suplicó a Hitler:
-Debemos hacer cuanto nos sea posible para mantener una base, por rudimentaria que fuere, para que pueda seguir existiendo la nación. No tenemos derecho a practicar una demolición que afectará la vida del pueblo.
Hitler no se conmovió:
-No hay razón ya para considerar la base de ni siquiera la más primitiva existencia (replicó). Por el contrario, es preferible que aun eso lo destruyamos nosotros mismos. La nación ha mostrado que es débil.
Y con las siguientes palabras Hitler sentenció al pueblo alemán.
-Los que permanezcan con vida después de la batalla poco valen, porque los que verdaderamente valían han caído.

Entre el 19 y 23 de Marzo, emitió a los Gauleiters y a los jefes militares en toda Alemania una orden tras otra de quemar y destruir. Los que retrasaban su cumplimiento eran amenazados con la pena de muerte. Durante años Speer había cerrado los ojos al aspecto más brutal de las operaciones nazis, creyendo estar intelectualmente por encima de todo ello. Ahora, horrorizado, dijo al general Jodl:
-Hitler está completamente loco. Debemos detenerlo.
Poniendo su propia vida en peligro, y ayudado por un círculo pequeño de amigos de alto grado militar, telefoneó a los industriales, voló a las guarniciones militares, visitó a funcionarios de provincias, insistiendo en todas partes en que el plan de Hitler significaba el fin de Alemania para siempre y que no se le podía permitir llevarlo a cabo.

En la lista de riquezas que Speer deseaba preservar, ocupaba uno de los primeros lugares la Filarmónica. Al aproximarse la batalla decisiva de Berlín, los músicos, en cualquier momento, podrían ser llamados al Volkssturm, el Cuerpo de Guardia, o caer en manos de los rusos. El Reichminister tenía un plan: la primera parte de él ya se había llevado a cabo. Los 105 músicos que componían la orquesta iban esa noche vestidos de oscuro. Los trajes de etiqueta, así como algunos de los más finos instrumentos de la orquesta, inclusive las famosas tubas wagnerianas, se habían trasladado secretamente en convoys de camiones, hacía tres semanas, a un sitio cerca de Kulmbach, 380 km al sudoeste de Berlín; en la ruta por donde pasaría la avanzada de las tropas norteamericanas.

La segunda parte del plan de Speer (salvar a los músicos) era más complicada. Tan pronto como los Aliados occidentales estuvieran lo suficientemente cerca para llegar hasta ellos viajando una noche en autobús, todos saldrían inmediatamente. En el último momento, durante uno de los conciertos programados, el director de la orquesta anunciaría un cambio en la programación y la Filarmónica tocaría entonces cierta obra... la clave convenida con los músicos. Tan pronto terminase la audición, subirán todos a bordo de un convoy de autobuses que los estaría esperando en la oscuridad.

En manos del representante de la orquesta, Dr. Gerhart von Westermann, se encontraba ya la composición que daría la señal. Cuando le fue entregada había preguntado: -¿Está usted seguro que esto es lo que el ministro ordenó?
No había equivocación. Para el último concierto de la Orquesta Filarmónica de Berlín, Speer había pedido la marcha fúnebre de El ocaso de los dioses, de Wegner.

Aunque von Westermann no lo sabía, la ejecución de esta obra era también la clave final para un último y atrevido proyecto. Resuelto el Reichminister a salvar todo lo que pudiera de Alemania, había pensado que solo existía una manera de lograrlo. Hacía varias semanas que el perfeccionista Albert Speer buscaba la mejor manera de asesinar a Adolfo Hitler.


Fin de la primera parte.

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Mensaje por Shindler » Jue Ago 02, 2007 8:28 pm

Segunda parte
Los vencedores a las puertas

En líneas interminables iban atravesando la estrecha calle central de una ciudad francesa los convoyes de camiones con pertrechos militares, rumbo al nordeste en el largo viaje al frente occidental. Reims , con su gran catedral gótica de dos agujas, era algo más que un punto de comprobación en la carretera: en aquel momento dee la guerra (miércoles 28 de Marzo de 1945) era quizá la ciudad más importante de Europa. En una calle apartada, cerca de la estación de ferrocarril, había una escuela, de ladrillo rojo y estructura cuadrada, en donde se había instalado el mando supremo de las Fuerzas Aliadas Expedicionarias (SHAEF).

En el aula del segundo piso que utilizaba como oficina, el general Dwight Eisenhower había trabajado casi sin descanso todo el día. La sala era pequeña y arreglada espartanamente: al lado de las dos ventanas colgaban cortinas oscuras para casos de apagón; sobre el escritorio había dos teléfonos negros, uno de ellos un aparato dedicado espcialmente a llamadas "cifradas" a Washington y Londres. A las 7:45 de la mañana, el general había leído un telegramaa del mariscal de campo Montgomery en que pedía su aprobación para avanzar a toda marcha hacia el Elba y Berlín. Por la tarde el general Eisenhower estaba tomando la determinación de la estrategia que debía seguir hasta el fin de la guerra.

Ofensiva única o frente amplio
Tónica de la decisión
Final del raciocinio
Comienzos de un amargo debate
Hombres sin misericordia
Con faros y cortinas de humo
Increíble mundo subterráneo
Mientras caen las bombas
"Todo debe acabar"
La gran armada
Almuerzo con el Reichsmarschall
Carrera hacia la cabeza del puente
El puente Truman
La atrocidad oculta



Continúa...
Próximo capítulo; Ofensiva única o frente amplio

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Última edición por Shindler el Sab Oct 13, 2007 4:23 pm, editado 3 veces en total.
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Mensaje por hans oettl » Vie Ago 03, 2007 7:47 pm

amigo shindler, muy interesante tu trabajo, lo he seguido dia a dia, sigue asi

saludos

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Wilhelm Canaris
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Mensaje por Wilhelm Canaris » Lun Ago 06, 2007 8:45 pm

Magnifico continua asi, ya le he pegado un vistazo al libro y lo tengo localizado en una libreria de por aqui a 3 € :shock:

Un saludo :-D
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Mensaje por Shindler » Mar Ago 07, 2007 5:23 pm

Hola, gracias por el aliento amigos, y disculpas por mi retraso en las publcaciones pero estoy un poco complicado. :roll:

Ofensiva única o frente común

Varios meses atrás los jefes del estado mayor aliado habían definido en una sola frase la misión del comandante supremo: "Enfrentará usted en el continente europeo y, en conjunción con las otras Naciones Unidas, emprenderá operaciones dirigidas al corazón de Alemania y a la destrucción de sus fuerzas armadas". Eisenhower había cumplido en forma brillante aquellas instrucciones, aglutinando las milicias de más de una docena de naciones en la más formidable fuerza de la Historia.

Sus ejércitos habían cruzado el Rin en21 días y habían irrumpido en el corazón de Alemania mucho antes de lo proyectado. No obstante, la inesperada rapidez de aquellos avances presentaba al comandante supremo una serie de complejas decisiones de mando. Eisenhower tenía que acomodar sus planes a la nueva situación. Esto obligaba a cambiar o modificar los papeles que iban a desempeñar determinados cuerpos, en especial el 21 Grupo de Ejércitos, al mando de Montgomery. El último telegrama del mariscal de campo dejaba ver claramente que todavía existían importantísimas diferencias de criterio entre dos hombres.

Durante varios meses Montgomery y su superior, el mariscal de campo Sir Alan Brooke, jefe del
estado mayor imperial, habían estado abogando por determinada estrategia: una ofensiva única relámpago, dirigida al centro de Alemania. Casi inmediatamente después de la caída de París, Montgomery había propuesto su plan a Eisenhower: "Hemos llegado ya a un punto que con un solo avance de verdadera potencia hacia Berlín podríamos llegar allí y terminar así la guerra en Alemania". Explicando el proyecto en detalle, arguía que las fuerzas angloamericanas no tenían capacidad de abastecimiento para dos ofensivas conjuntas sobre Alemania. Según su punto de vista, solo una era posible (la suya) y necesitaría de "todos los recursos, sin reparos".
Las demás operaciones tendrían que contentarse con recibir sólo el apoyo logístico que quedara
disponible.

El plan era osado y de gran iniciativa. Pero también implicaba un gran riesgo. Bien podría terminar en una visctoria decisiva y rápida... o en un desastre total. En el sentir del comandante supremo, los riesgos eran mayores que las probabilidades de éxito. Sostenía que para apoyar una ofensiva poderosa muy hacia el interior de Alemania era indispensable abrir primero los puertos de Havre y Amberes. La estrategia de Eisenhower consistía en avanzar en un frente muy amplio, atravesando el Rin y capturando el valle del Ruhr, antes de lanzarse sobre el objetivo principal.

Hacía siete meses que había surgido la controversia y desde entonces Eisenhower se había mantenído inflexible en su concepto estratégico. Tampoco Montgomery, a quien muchos ingleses consideraban el jefe militar más experimentado del frente europeo, había cesado de expresar sus opiniones acerca de cuándo, cómo y por quién debía ganarse la guerra.
Como consecuencia de dicho desacuerdo surgió nuevamente una antigua controversia, apoyada por la prensa inglesa: una propuesta para nombrar un "comandante de las fuerzas de tierra", que se interpusiera entre Eisenhower y sus cuerpos de ejército. Al intensificarse la campaña en pro de Montgomery para ese puesto, el general Omar Bradley perdió la paciencia. Declaró, junto con el general George Patton, que en tal caso renunciarían a sus mandos. Nunca había habido tanta divergencia en el campo angloamericano. El comandante supremo halló aquella situación tan intolerable que, para poner fin a la discusión, resolvió enviar un cable a Washington que decía lo siguiente; "Escojan entre Montgomery y yo". Azorado y desinflado Montgomery le mandó a Eisenhower un despacho muy militar; "Cualquiera que sea su decisión, puede usted contar conmigo ciento por ciento". El parte iba firmado "Su muy afecto subalterno, Monty". Ahí había finalizado el asunto... al menos por el momento.

Continúa...
Próximo capítulo; Tónica de decisión.

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Mensaje por Shindler » Mié Ago 15, 2007 3:28 pm

Tonica de la decisión

Montgomery, sin embargo, seguía pensando en Berliín. El 27 de Marzo, al no contar con la decisión clara del comandante supremo, había anunciado la suya en un mensaje a Eisenhower: "Hoy he dado órdenes a los jefes militares para las operaciones de avance hacia el Este... Mi cuartel se trasladará a Wesel, Munster, Widdenbruck, Herford, Hannover, y de ahí por el Autobahn a Berlín, según espero". Esta era una consecuencia lógica de la estrategia acordada: el plan de Eisenhower que señalaba la ofensiva principal por el norte del Ruhr con el 21 Grupo de Ejércitos a las órdenes de Montgomery, aprobado en Enero por los jefes del estado mayor aliado. Pero, según lo veía entonces Eisenhower, lamanera de lograr más rápidamente la derrota total de Alemania había cambiado radicalmente.

Los imprevistos triunfos logrados por los ejércitos de Bradley desde comienzos deMarzo, por una combinación de buena fortuna y brillante dirección, habían producido resultados espectaculares. Aún antes de efectuarse el asalto de Montgomery a través del Rin, el Priemer Ejército norteamericano, después de tomar el puente de Remagen, había cruzado el río. Más al sur, el Tercer Ejército norteamericano de Patton había cruzado ese mismo río, casi sin resistencia. A partir de aquello, las fuerzas de Bradley se desbordaron por el territorio alemán. Sus hazañas prendieron en la inmaginación del público norteamericano, por lo cual Bradley y sus generales aspiraban a que se les asignasen papeles más importantes en la campaña final.

Antes de decidir que grupo habría de efectuar el avance final hacia el Este, Eisenhower tenía que considerar muy diversos factores.
En primer lugar, el Ejército Rojo: este se hallaba escasamente a 60 km de Berlín, sobre el río Oder, y había estado consolidando sus posiciones durante más de dos meses, mientras que las fuerzas británicas y norteamericanas todavía se hallaban a más de 300 km de distancia. ¿Debían intentar estas últimas llegar a la ciudad? El comandante supremo no se hallaba muy dispuesto a entrar en competencia con los rusos por la toma de Berlín. El bando perdedor no solo podría quedar en situación desairada, sino que (en caso de un encuentro inesperado entre las dos fuerzas atacantes) el resultado sería catastrófico. Por motivos menos graves habían estallado otras guerras. Era obvio que debía establecerse inmediatamente la coordinación de operaciones con los rusos.

Además, un problema táctio pendía como nube de tormenta sobre la cabeza de Eisenhower. En el gran salón de mapas, contiguo a su oficina, aparecía una carta cuidadosamente trazada por el servicio de inteligencia en la cual figuraba el "supuesto reducto nacional"... una superficie de 52.000 km cuadrados de territorio montañoso al sur de Munich, concentrando alrededor de Berchtesgraden y el escondite alpino de Hitler. En el mapa se detallaban depósitos de municiones y efectos químicos de guerra, puntos de concentración de tropas, posiciones fortificadas y aun fábricas subterráneas a prueba de bombas.

Desde hacía varios meses habían estado llegando copiosos partes del servicio de inteligencia sobre este Alpenfestung. Aunque todos los informes llevaban la frase "sin confirmar", el mayor general inglés, Kenneth Strong, jefe del servicio de inteligencia del SHAEF, comentaba: "Es posible que no exista tal reducto, pero tenemos que tomar lasmedidas necesarias para impedir que se convierta en realidad". Para hacer frente a aquella amenaza, Bradley sugirió que su grupo de ejércitos cortara en dos a Alemania, atacando por el centro. Tal medida impediría "que las fuerzas alemanas se retiraran al reducto".

Mientras las opiniones de los miembros del SHAEF y de los jefes norteamericanos que mandaban las tropas en el frente se acumulaban en el frente se acumulaban en la oficina de Eisenhower, llegó un mensaje significativo de su superior, el general Marshall, jefe del estadomayor. En él expresaba su preocupación por el reducto nacional y solicitaba la opinión de Eisenhower acerca de la conveniencia de "un avance rápido para impedir la formación de zonas organizadas de resistencia". También pedía Marshall la opinión del comandante supremo respecto de las medidas para establecer contacto con los rusos. Este mensaje, cuidadosamente redactado, hizo que cuajaran los planes de Eisenhower, quien comenzó a redactar tres cablegramas. El primero fue un "mensaje personal almariscal Stalin". Era elprimer contacto directo entre Moscú y el SHAEF.

"Mis operaciones inmediatas", decía Eisenhower a Stalin, "tienen el objeto de rodear y destruir las fuerzas enemigasque defienden el Ruhr. Calculo que esta fase termine a fines de Abril o tal vez antes. Mi próximo objetivo consistirá en dividir las restantes fuerzas enemigas uniéndome con los ejércitos soviéticos. El mejor eje en donde efectuar tal unión sería el de Erfurt-Leipzig-Dresde.Me propongo dirigir nuestro principal esfuerzo hacia dicho sector.

"Antes de tomar una determinación firme sobre talesproyectos, es en extremo importante que se coordinen con lossuyos, tanto en lo relativo a dirección como a sincronización. Le agradecería me participara sus intenciones y me indicara hasta qué punto los proyectos que he esbozado coinciden con los suyos".
Luego Eisenhower preparó cablegramas para el general Marshall y para Montgomery. En lugar de dirigir el ataque principal por el Norte de Alemania, como se había pensado en un principio, había resuelto arremeter directamente por el centro delpaís. El Noveno Ejército norteamericano quedaba fuera del mando de Montgomery y pasaba al de Bradley. El papel principal lo desempeñaría este último. Tras las operaciones de limpia en el Ruhr, lanzaría la última ofensiva con el objeto de colocar sus fuerzas en las inmediaciones de Dresde, unos 150 km al sur de Berlín. En los tres cables de Eisenhower había una omisión significativa: no se mencionaba a Berlín.


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Próximo capítulo; Final del raciocinio


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Mensaje por Shindler » Mié Ago 15, 2007 3:29 pm

Final del raciocinio


Desde que se había hecho cargo del mando del Grupo de Ejércitos alemanes del Vístula en el frente oriental, una semana antes, el coronel general Gotthard Heinrici había estado en constante actividad, formandoplanes estratégicos con los jefes de división, visitando a las tropas en sus fortificaciones subterráneas y fortines. Los partes del servicio de inteligencia indicaban que los rusos podrían tener unos tresmillones de hombres. Heinrici tenía unos 300.000, lamayoría aún no probados en combate: las unidades se habían engrosado con tropas bisoñas y con los restos de loq eu fueron gloriosas divisiones, destruidas hacía ya mucho. Estaba en desventaja además por la angustiosa escasez de equipos y pertrechos.

Los Rusos comenzaban a construir puentes a través del crecido Oder y sus pantanosas orillas. Losalemanes echaban minas flotantes río abajo para destruir los pontones, pero los rusos levantaron en seguida redes protectoras. Bombardear los puentes en construcción resultaba imposible: la Luftwaffe carecía de los aviones y combustible necesarios para esa faena. Podían contar únicamente con algunos aviones para misiones de reconocimiento. Solo había una manera de contener la febril construcción rusa de los puentes: la artillería, y a Heinrici contaba con pocas piezas. Debido a eso ordenó que se usaran varios cañones antiaéreos como artillería de campaña. Tal medida significaba que tendrían menos protección contra los ataques aéreos rusos, pero se logró en parte el efecto deseado.

Sea cual fueran sus sentimientos íntimos, Heinrici era para sus oficiales y su tropa el indomable hombre de leyenda, cuyo ejército se había mantenido firme en la larga y penosa retirada desde Moscú, muchas veces con desventaja numérica de doce contra uno. Fiel a su carácter, seguía luchando contra "la locura y el mal criterio" del alto mando. Había intentado desesperadamente abrirse paso para llegar hasta los defensores de Kustrin, que se hallaban rodeados por los rusos. Pero este intento fracasó rotundamente. Sin embargo se ordenó otro ataque, a pesar de las protestas de Heinrici, y la nueva intentona no tardó en ser barrida por el fuego de artillería de los rusos.

Al día siguiente la ira de Heinrici aún seguía sin mengua. Mientras esperaba que se estableciera una comunicación telefónica con el estado mayor en Zossen, se paseaba por la oficina, murmurando: "¡Fracaso! ¡Pérdidas increíbles, absolutamente en vano!". Sonó el teléfono. Mientras escuchaba se iba endureciendo su expresión. Bruscamente colgó el aparato; a su incrédulo estado mayor le informó con tono sosegado: "Guderian ya no es jefe de la OKH (alto mando de las fuerzas armadas). Hitler lo relevó hoy del mando".

La destitución del coronel general Heinz Guderian había sido la secuela de uno de los espectáculos más turbulentos jamás presenciados en la Cancillería del Reich. En su conferencia del mediodía, el Fuhrer buscando una víctima propiciatoria para cubrir su propio fracaso en la acción de Kustrin, había proferido denuestos contra el general al mando, las tropas, Guderian y todo el alto mando. Guderian, de repente, había estallado: "¡Absurdo!" exclamó, "¡esto es absurdo!".
Mirándose cara a cara, incapaces de razonar serenamente, Guderian y Hitler entablaron una discusión tan furiosa y aterradora que los oficiales y edecanes se quedaron paralizados y escandalizados. Hitler, arremetiendo contra los jefes del estado mayor, los llamó "cobardes", "tontos" e "imbéciles"; dijo que continuamente lo habían "conducido a conclusiones erróneas", "informándole mal" y que lo habían "embaucado". Guderian protestó por el empleo de estos vocablos. ¿Acaso había "informado mal" el general Gehlen en su parte de información militar, que Hitler había calificado de "basura", en el que advertía la gran fuerza numérica de los rusos? "¡No!" rugió Guderian.

Por fin uno de los oficiales de estado mayor, horrorizado, agarró a Guderian por un brazo, empujándolo a un lado, mientras los otros fueron a atender a Hitler, que había caído desfallecido en un sillón. Con dificultad convencieron a Guderian de que saliera de la sala. Al volver, a los 15 minutos, Hitler estaba dirigiendo la conferencia como si nada hubiera pasado. Dijo fríamente: "Coronel general Guderian, su salud física requiere que tome inmediatamente una licencia de seis semanas".
Quedaba eliminado el último de los generales de prestigio de Hitler, y con él desaparecieron los últimos vestigios de raciocinio en el alto mando alemán. Ya no podría contar Heinrici con el franco apoyo de Guderian, cuando aquel viera a Hitler para discutir los problemas del frente del Oder. Y Heinrici tenía que verse con el Fuhrer en una conferencia trascendental elmiércoles 4 de Abril.


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Mensaje por Shindler » Mar Ago 21, 2007 4:47 pm

Comienzos de un amargo debate

Era el viernes Santo, 30 de Marzo, comienzo de los días feriados de la Pascua Florida. El presidente Roosevelt había llegado a Warm Springs (Georgia) para pasar unos días, y la multitud esperaba bajo el tórrido sol para saludarlo. Al asomarse por primera vez el presidente, corrió entre los espectadores un murmullo de asombro. Del tren lo bajaba, casi inerte en sus brazos, un agente del Servicio Secreto. No hubo ni garboso ademán de saludo, ni chiste de buen humor... A muchos les pareció que Roosevelt iba casi en estado de coma y que apenas se daba cuenta de lo que sucedía. Conmovido, el público contempló en silencio el automóvil presidencial que se alejaba lentamente.

En Londres, Winston Churchill, cigarro puro en boca, se despedía de los espectadores con un ademán, al salir en automóvil para Checkers, su residencia oficial de campo, de 280 hectáreas. A pesar de su apariencia jovial, estaba preocupado y contrariado. Entre sus papeles llevaba una copia del "SCAF 252", el cable de Eisenhower a Stalin. Por primera vez en casi tres años de estrecha colaboración, el Primer Ministro estaba furioso con el general. El nuevo plan, razonaba Churchill, podía significar que las fuerzas británicas "fueran condenadas a desempeñar un papel casi estático en el Norte". Y le atormentaba el peligro que suponía "descuidar a Berlín, y dejárselo a los rusos". Se cruzaron cables entre los más altos jefes militares de Londres, Washington y el SHAEF, mientras se fue tramando un feroz debate en torno al SCAF 252. Fué un período muy crítico. Churchill ignoraba cuán enfermo se hallaba Roosevelt, aunque durante algún tiempo los mensajes cruzados con el Presidente lo habían tenido preocupado. Más tarde lo expresó así: "En mis largos telegramas creía estar hablando con mi colega y amigo de confianza, pero él casi no me oía ya. Aquellas semanas fueron muy costosas para todos".

Motivo de mayor preocupación aún era el enfrentamiento de las relaciones entre el Occidente y Rusia. La desconfianza de Churchill con respecto a los planes rusos para la posguerra se había ido intensificando desde la conferencia de los Tres Grandes en Yalta, en Febrero. El Primer Ministro Soviético había pasado por alto las promesas allí concertadas; iban apareciendo casi a diario nuevas y nefastas tendencias. El Oriente europeo iba cayendo lentamente bajo el yugo ruso; los aviones de bombardeo anglonorteamericanos que aterrizaban tras las líneas soviéticas, por problemas mecánicos o falta de combustible, eran internados con sus tripulaciones; repentinamente se negaban las bases y servicios que había prometido Stalin para uso de los bombarderos norteamericanos; a los rusos se les concedía acceso libre a los campamentos de prisioneros de Alemania Occidental, para que repatriaran a sus tropas, pero ellos se negaban a conceder igual permiso a los representantes occidentales para que estos entraran en los campamentos de prisioneros de Europa Oriental a ayudar a evacuar a los soldados anglonorteamericanos. Peor aún: Stalin había lanzado acusaciones de que "a los exprisioneros de guerra rusos" que estaban en campamentos norteamericanos se les "sometía a trato injusto y a persecución ilegal, incluso a azotes".

Mientras tanto en Reims, Eisenhower, acosado por todas partes, seguía contestando cables y explicando su posición. "Siempre he insistido en que el ataque por el norte sería el principal esfuerzo para aislar al Ruhr", cablegrafiaba Eisenhower a Marshall, "pero desde el principio mi plan ha sido unir los esfuerzos primario y secundario y realizar después una gran ofensiva hacia el oriente. Quiero señalar que Berlín en sí ha dejado de ser un objetivo de especial importancia. Su utilidad para los alemanes ha quedado destruida en gran parte, e incluso el gobierno está preparándose a salir para otra región". Pero Churchill escribía un argumento histórico que era la antitesis de esas palabras. Su cable rezaba así; "Si la posición del enemigo se debilitase, como usted evidentemente lo espera, ¿por qué no hemos de cruzar el Elba y avanzar lo más posible hacia el Este? Esto tiene un valor político importante, pues parece seguro que el Ejército ruso entrará en Viena e invadirá a Austria. Si deliberadamente les dejamos a Berlín, a pesar de estar a nuestro alcance, este doble hecho puede reforzar la convicción, que al parecer ya tienen, de que ellos lo han hecho todo. "Además, no creo que Berlín haya perdido su significado militar, y ciertamente no el político. Mi opinión es que, mientras Berlín permanezac bajo la bandera alemana, no puede dejar de ser el punto más importante de Alemania".

En Moscú, al caer la noche, un general norteamericano y un almirante británico se reunían con el Premier soviético para entregarle el mensaje de Eisenhower. La conferencia fue breve. Stalin quedó "impresionado con la dirección del ataque en Alemania central" y opinó que "el esfuerzo principal de Eisenhower era bueno". También expresó la opinión de que la última resistencia alemana "sería en el occidente de Checoslovaquia y en Baviera". Prometió responder al parte de Eisenhower en el curso de 24 horas. A los pocos minutos de haber salido sus visitantes, Stalin tomó el teléfono y se puso al habla con los mariscales Zhukov y koniev. Les habló concisamente: los dos jefes debían dirigirse en avión a Moscú inmediatamente para una conferencia urgente al otro día, domingo de Pascua. Se le había ocurrido a Stalin que los Aliados occidentales le estaban mintiendo; estaba seguro de que Eisenhower pensaba competir con el Ejército Rojo en la marcha hacia Berlín.


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Mensaje por Shindler » Mar Sep 04, 2007 5:52 pm

Hombres sin misericordia

El viaje de 1600 Km desde el frente había sido fatigoso. El mariscal Georgi Zhukov iba cansado, reclinado hacia atrás en su coche gris de campaña, al traspasar éste las murallas del Kremlin. Inmediatamente detrás, en otro automóvil del ejército, llegaba el mariscal Ivan Koniev. Momentos después los dos, de uniformes pardos bien cortados, con charreteras doradas que llevaban una sola estrella, insignia del mariscal de campo soviético, iban en un ascensor que se encaminaba al segundo piso, donde estaban las oficinas de Stalin. Rodeados de sus edecanes, los mariscales cambiaron palabras amistosas. A un observador casual le hubieran parecido amigos íntimos. En realidad eran rivales acérrimos.

Zhukov y Koniev, de 49 y 48 años de edad respectivamente, habían alcanzado la cima de su profesión. Los dos eran tenaces, pragmáticos y perfeccionistas. Zhukov, bajo de estatura, robusto y de aspecto benigno, era el ídolo del público. Sin embargo, no faltaban quienes lo consideraban un monstruo. Había iniciado su carrera de soldado en los Dragones Imperiales del Zar; después se había unido a los revolucionarios en 1917 y luchó con denuedo contra los antibolcheviques. Dotado de prodigiosa imaginación y don de mando, en 1941 había llegado a jefe del estado mayor soviético. Tenía fama de ser indulgente con la tropa y, con tal que esta combatiese bien, estaba dispuesto a considerar el botín de guerra como justa recompensa del soldado raso. En cambio, con los oficiales que lo defraudaban era inflexible.

Una vez, durante la campaña de Polonia en 1944, Zhukov observaba con sus binóculos el avance de las tropas del 65 Ejército. De repente gritó: "¡El jefe del cuerpo de ejército y de la División 44 de fusileros.... al batallón penal!" La intercesión de un subalterno salvó al jefe del cuerpo de ejército, pero el otro general que había cometido un desatino fue degradado de inmediato; lo enviaron a la línea del frente al mando de un ataque suicida. Lo mataron casi instantáneamente. Más tarde Zhukov recomendó la más alta condecoración, Héroe de la Unión Soviética, para el militar caído.

Zhukov mismo había ganado tres veces aquella medalla. Su archicompetidor, Koniev, la ganó sólo dos veces. Y mientras la fama de aquel se propagó, este había permanecido virtualmente en el anónimo, lo cual le molestaba. Era alto, ceñudo, enérgico, y su carrera mantenía en muchos aspectos un paralelismo con la de Zhukov, considerado con sus oficiales.
En el campo de batalla era capaz de verdadera barbarie. Durante una fase de la campaña del Dnieper, sus tropas habían cercado a varias divisiones alemanas. Koniev exigió su rendición inmediata. Como el jefe de las fuerzas alemanas se negara, Koniev ordenó a sus cosacos un ataque a sable. "Permitimos a los cosacos cortar durante todo el tiempo que se les antojó", decía. "Llegaron a cercenar las manos que se alzaban en señal de rendición". En este punto, al menos Zhukov y Koniev coincidían: no podían perdonal las atrocidades cometidas por los nazis. Con los alemanes no tenían ni misericordia ni remordimiento.

En la mitad del corredor, alfombrado de rojo, del segundo piso, los oficiales que habían salido a recibirlos condujeron a Zhukov y a Koniev a un salón de conferencias. Era una habitación de techo alto, angosta y casi llena con una larga mesa de caoba, muy pulida, rodeada de sillas. Dos pesadas arañas con lámparas eléctricas transparentes, deslumbrantes, iluminaban la estancia. A un extremo del salón había una puerta doble que daba a la oficina privada de Stalin.
A los pocos minutos entraron a la habitación los miembros de la Comisión de Defensa del Estado: los siete hombres más importantes de Rusia, después de Stalin. Mientras tomaban asiento se abrieron las puertas de la oficina del Premier y apareció la figura de corta estatura y anchas espaldas de Stalin.

Vestía sencillamente con uniforme de color mostaza, sin charreteras ni insignias de grado; llevaba las perneas del pantalón metidas en botas negras que le llegaban a la rodilla. No perdió mucho tiempo en ceremonias. Hizo unas cuantas preguntas a Zhukov y a Koniev acerca de las condiciones del frente, y bruscamente entró en materia.
Con su acostumbrada voz baja, caracterizada por el acento georgiano, dijo en tono sosegado y con gran efectismo:
-Los soyuznichki (aliaditos) tienen intenciones de llegar a Bderlín antes que el ejército Rojo.
Había recibido información acerca de los planes angloamericanos y resultaba evidente que "sus intenciones eran poco amigables". Volviéndose al general S.M. Shtemenko dijo:
-Lea usted el informe*
Shtemenko se puso de pie. Las fuerzas de Eisenhower se proponían rodear y destruir las concentraciones que el enemigo tenía en el Ruhr, anunció, y avanzar después sobre Leipzig y Dresde. Pero "de paso pensaban tomar a Berlín. Todo esto tendría aspecto de ayuda para el Ejército Rojo". Pero era bien sabido que tomar a Berlín antes de la llegada de las tropas soviéticas era "el principal objetivo de Eisenhower".

Stalin se volvió a sus dos mariscales:
-Así pues (les dijo en tono suave) ¿quiénes tomarán a Berlín, nosotros o los Aliados?
-Nosotros (dijo Koniev). Nosotros lo haremos.
-¿Ajá! (observó Stalin en tono humorístico). ¿De modo que esa es la clase de individuo que es usted?
En un instante estaba otra vez frío y serio haciendo preguntas. ¿Cómo se preparaba exactamente Koniev para tomar Berlín a tiempo? ¿No sería necesario realizar complicadas maniobras para reagrupar sus fuerzas?
Zhukov intervino diciendo: "En mi frente la tropa no necesita reagruparse. Está lista ahora mismo. Estamos mucho más cerca de Berlín. La ciudad la tomaremos nosotros".
Stalin miró a los dos generales en silencio; una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. Aquella era una de sus viejas tretas: poner a competir uno contra otro.
-Muy bien (les dijo suavemente). Ambos se quedarán en Moscú, y en coordinación con el estado mayor prepararán sus planes. Espero que me los entreguen ustedes en 48 horas.
Con un leve movimiento de cabeza en señal de despedida salió del aposento.

A las 8 de la noche se había despachado ya una respuesta cuidadosamente detallada al cable de Eisenhower: "Su plan coincide exactamente con el del alto mando soviético", cablegrafiaba Stalin. Estaba de acuerdo en que la reunión de las fuerzas debía efectuarse en la región de Leipzig-Dresde, pues el "principal ataque de las fuerzas soviéticas" se haría "en aquella dirección". La fecha sería "aproximadamente en la segunda mitad de mayo".
La parte más importante del mensaje del Primer Ministro soviético estaba en el tercer párrafo, donde creaba cierta impresión diciendo que Berlín había "perdido su antigua importancia estratégica". Es más, tan poca importancia tenía ya que el alto mando soviético había decidido "destacar fuerzas secundarias en dirección a Berlín".
Al día siguiente Churchill recibía una copia del parte de Stalin a Eisenhower. Su contenido, opinaba el Priemr Ministro inglés, inspiraba bastante desconfianza. Le cablegrafió a Eisenhower: "Estoy más convencido que nunca de la importancia de entrar en Berlín". Agregaba vehemente que ahora pensaba que era "sumamente importante que nos demos la mano con los rusos lo más al este posible".

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Mariscal Ivan Koniev

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Mariscal Georgy Zhukov

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Próximo capítulo; Con faros y cortinas de humo.


Con faros y cortinas de humo

Desesperadamente conscientes de los inmensos problemas logísticos que tenían que resolver rápidamente, varias semanas antes de lo que se esperaba, Zhukov y Koniev habían trabajado sin descanso. El martes 3 de Abril, dentro aún del plazo de las 48 horas, volvieron a ver a Stalin. Zhukov hizo su presentación primero. Había considerado ya el ataque durante varios meses, y se conocía al dedillo los movimientos planeados por su enorme grupo de ejércitos :768.100 hombres. El atque principal tendría lugar, dijo, desde la cabeza del puente, de una extensión de 44 kilómetros sobre el Oder, al occidente de Kustrin. Se lanzarían al atque principal nada menos que cuatro ejercitos de infantería y dos de tanques. Proyectaba abrir el asalto con un cañoneo monumental de aproximadamente 11.000 piezas de artillería. Lanzando su ofensiva antes del amanecer, pensaba cegar y desmoralizar a los alemanes, enfocándoles, en el mismo instante del ataque, la luz potentísima de 140 reflectores antiaéreos, dirigidos a sus posiciones. Tenía entera confianza en que su plan diera por resultado una verdadera carnicería.

El plan de Koniev, igualmente monumental, era más complejo. Desde su punto más cercano, las fuerzas de Koniev estaban a más de 120 km al sudeste de la ciudad. Pero Koniev, astutamente, había concentrado sus ejércitos de tanques a la derecha para que, cuando se abriese una brecha, pudieran girar al noroeste y dirigirse a Berlín, penetrando en la ciudad quizá antes que Zhukov. Tal era su idea, pero en lugar de poner las cartas sobre la mesa, se concentró a detallar la operació. Sus planes proponían un atque al amanecer, por el Neisse, bajo la protección de una espesa cortina de humo. Pensaba lanzar al asalto cinco ejércitos de infantería y dos de tanques: 511.700 hombres. Requería la misma increíble densidad de artillería que el plan de Zhukov: 250 cañones por kilómetro, o sea, aproximadamente, uno por cada cuatro metros. Como necesitaba dos ejercitos más de los que ya tenía disponibles, Koniev tendría que correr un riesgo: iniciar el atqeu mientras los refuerzos iban aún de camino al frente, para lanzarlos a la batalla en el momento en que llegaran.

Despues de escuchar las dos propuestas, Stalin aprobó ambas. A Zhukov le correspondió la responsabilidad de tomar Berlín. Koniev debía atacar el mismo día, destruir al enemigo a lo largo de la parte sur de la ciudad, y luego dejar que sus ejércitos se desbordaran hacia el occidente para el encuentro con los norteamericanos. Aunque parecía que había quedado relegado al papel secundario , de apoyo, Koniev quedó muy complacido. "Stalin no lo había dicho", recordaba después Koniev, "pero quedaba tácticamente sobrentendida la posibilidad de una demostración de iniciativa". Creyó haber recibido autorización para llegar a Berlín...si era capaz de lograrlo.

Inmediatamente los planes de los mariscales se convirtieron en instrucciones oficiales. A la mañana siguiente los dos militares rivales, con sendas órdenes en mano, salieron en medio de una espesa neblina hacia el aeropuerto de Moscú, ansiosos ambos de llegar a su respectivo cuartel general. Por razones de seguridad, las instrucciones escritas no llevaban fecha, pero ambas procedían del mismo Stalin. El ataque a Berlín comenzaría el lunes 16 de Abril... un mes antes de la fecha indicada por Stalin a Eisenhower.
Mientras Zhukov y Koniev iniciaban sus febriles preparativos para lanzar 13 ejércitos contra Berlín, Adolf Hitler tuvo otro de sus famosos destellos intuitivos. Llegó a la conclusión de que la concentración de ejércitos soviéticos en kustrin, directamente enfrente de Berlín, no pasaba de ser un enorme simulacro. La ofensiva soviética principal sería dirigida contra Praga, en el sur, y no contra Berlín.
El Fuhrer dio fatales instrucciones. Ordenó trasladar al sur tres aguerridas unidades Panzer: las mejores de Heinrici, las fuerzas mismas con que este contaba para contener el empuje ruso.

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Próximo capítulo; Increíble mundo subterráneo.

Increíble mundo subterráneo.

El automóvil de Heinrici se movía lentamente por entre los escombros de Berlín, dirigiéndose a la Cancillería del Reich donde a las 3 de la tarde se celebraría la conferencia ordenada por Hitler. Edificios inclinados hasta ángulos inverosímiles amenazaban desplomarse en cualquier momento y hacían con ello peligrosas todas las vías. Brotaba agua en medio de inmensos cráteres abiertos por las explosiones: de las tuberías rotas salían chorros de gas; sectores enteros de la ciudad estaban circundados con cordones de los que pendían estos letreros: "Achtung! Minen!" que advertían acerca de minas aéreas sin estallar todavía.

Aunque había otros edificios de Wilhelmstrasse que estaban en ruinas, nada parecía haber cambiado en la Cancillería. Afuera los centinelas de la SS, impecablemente uniformados, se cuadraron al entrar Heinrici y su jefe de operaciones, Coronel Hans Georg Eismann. Un oficial de la SS le informó de que la reunión tendría lugar en el Fuhrerbunker. Heinrici había oído decir que existía allí un vasto laberinto de instalaciones subterráneas. Siguiendo al guía, bajaron él y Eismann al sótano y salieron por el jardín interior situado al fondo; de allí se dirigieron a un "blocao" oblongo custodiado por dos centinelas. Al cerrarse tras de ellos la pesada puerta de acero, pasaron, según recuerda Heinrici, "a un increíble mundo subterráneo".

Al fondo de una escalera de caracol, de hormigón, dos jóvenes oficiales de la SS los acogieron en una antesala brillantemente iluminada. Tomaron cortésmente sus abrigos y luego, con igual cortesía, los registraron a ambos. Desde el atentado personal contra Hitler en Julio, la guardia secreta del Fuhrer no permitía que nadie se acercara a este sin previa inspección.

Lo hicieron pasar luego a un pasillo largo y estrecho cuya primera sección había sido convertida en confortable salón de espera. Un oficial alto, elegantemente uniformado, de la SS, les ofreció refrescos. Comenzaron a llegar los demás participantes de la conferencia, entre ellos Himmler, el almirante Karl Doenitz, y el hombre a quien se consideraba como el más intimo confidente de Hitler, Martín Borman. Al acercársele Himmler desde el otro extremo de la habitación, Heinrici se puso tenso y le gruñó a Eismann: "No quiero tratar con ese hombre". Luego se acercó el meloso teniente general Hans Krebs, sucesor de Guderián. Se les unieron Doenitz, el mariscal de campo Wilhelm Keitel y Bormann; todos escucharon con atención mientras Heinrici explicaba algunos de sus problemas. Los tres últimos le prometieron su apoyo cunado hiciera la presentación a Hitler.

Cada vez iban llegando más jefes, con sus ayudantes, al ya atestado corredor. Heinrici se mantenía mudo en medio de todas esas personas, escuchando impasible el rumor de las conversaciones, que en su mayor parte versaban sobre asuntos triviales. El salón y su atmósfera eran asfixiantes e irreales. Al fin el general Wilhelm Burgdorf, ayudante de Hitler, pidió al grupo que guardara silencio: "¡Caballeros, caballeros", les dijo, "viene el Fuhrer!".


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Burgdorf, Wilhelm

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Heinrici, Gotthard

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Mensaje por Shindler » Jue Sep 13, 2007 6:25 pm

Mientras caen las bombas

"¡Gustav! ¡Gustav!" proclamaban las radios; era la clave de alarma usada en Tempelhof cuando se aproximaban aviones a aquel sector. Comenzaba otro gran ataque sobre toda la ciudad.

La tierra hacía erupción. Vidrios cortantes volaban por los aires. Grandes trozos de hormigón se estrellaban contra la calle y trombas de polvo se arremolinaban desde un centenar de lugares, cubriendo la ciudad con una oscura nube gris, asfixiante. Hombres y mujeres, dando tumbos, se abrían paso a empujones para llegar a los refugios. Ruth Piepho miró hacia arriba y vio venir los bombarderos por oleadas, "como líneas de montaje". En la fábrica de Krupp y Druckenmuller, Jacques Delaunay, trabajador forzoso francés, dejó caer el tétrico resto de un brazo humano que había sacado de un tanque averiado en combate, que estaba reparando, y corrió a buscar abrigo.

En la Sieges Allee las estatuas de mármol de los antiguos soberanos de prusia se mecían y crujían sobre sus pedestales; el crucifijo que uno de ellos tenía en alto se hizo trizas al estrellarse contra el busto de otro. Cerca de allí, en la plaza de Skagerrak, los policías corrían a buscar amparo contra las bombas, dejando el cuerpo de un suicida colgado todavía de un árbol.

Una lluvia de balas atravesó el techo del ala B de la prisión de Lehrterstrasse, ocasionando una docena de conflagraciones de magnesio en el segundo piso. Los reclusos, puestos en libertad para combatir las llamas, daban traspiés por entre el humo acre, con cubos llenos de arena. El preso de la celda 244 se detuvo de pronto y se quedó mirando fijamente al de la celda 247. Al cabo de un instante se abrazaron. Eran los hermanos Herbert y Kurt Kosney (ambos implicados sin saberlo en el complot del 20 de Julio para matar a Hitler), que acababan de descubrir que estaban en la misma prisión.

Rudolf Reschke, de 14 años, apenas tuvo tiempo suficiente para ver que los aviones resplandecían como plata en el cielo...demasiado altos para el juego de escondite que había inventado con los cazas que venían a ametrallar. Su madre, casi histérica, lo había llevado a la fuerza al sótano, donde su hermana Christa estaba sentada, temblorosa. Todo el refugio parecía estar temblando. El yeso caía del techo y las paredes; las luces titilaron hasta extinguirse del todo. La señora Reschke y Christa comenzaron a rezar en alta voz. El ruido del bombadeo aumentaba. Los Reschke habían pasado por muchos ataques aéreos, pero jamás por uno como este. Frau Reschke, abrazado a ambos niños, comenzó a sollozar. De pronto Rudolf sintió ira contra los aviones que habían asustado a su madre... y por primera vez él mismo tuvo temor. Algo turbado, descubrió que también el lloraba.

Antes de que su madre pudiera detenerlo, Rudolf salió a la carrera, subió las escaleras y fue derecho a su habitación, en donde sacó su colección de soldaditos de juguete. Escogió entre ellos la figura más importante, con una fisonomía distinguible pintada en la cara de porcelana. Fue a la cocina y bajó la pesada hacha de carnicero que tenía su madre. Haciendo caso omiso del ataque aéreo, Rudolf salió al patio de la casa de apartamentos, puso el muñeco en el suelo y de un tajo le cercenó la cabeza. "Ya está" dijo con lágrimas que le corrían por las mejillas, y luego el muchahco miró sin arrepentimiento la cabeza decapitada de Adolfo Hitler.


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Mensaje por Shindler » Mar Sep 25, 2007 4:45 pm

Todo debe acabar


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El Fuhrer entró en el corredor del fortín, con las espaldas hundidas, arrastrando el pie izquierdo, el brazo izquierdo temblándole. Aunque tenía 1,73m de estatura, la cabeza y el cuerpo torcidos hacia la izquierda lo hacían parecer más bajo. Los ojos, que sus admiradores habian llamado "magnéticos", se hallaban inyectados, febriles. Tenía la cara hinchada, de color verde claro: le molestaba ya la luz muy brillante. A Heinrici le pareció que el Fuhrer tenía aspecto "del hombre a quien no le quedan más de 24 horas de vida. Parecía un cadáver ambulante". *

Lenta y penosamente, como si estuviese adolorido, Hitler se dirigió a su puesto de la mesa en el pequeño salón de conferencias. A Eismann le pareció que "se había desplomado en el sillón, sin pronunciar una palabra". Saludó con débiles apretones de manos, pero Heinrici informó que "escasamente pudo sentir la mano del Fuhrer, pues este no apretaba". Debido a la pequeñez del aposento la mayor parte del grupo permaneció fuera, en el corredor, donde siguieron hablando con tono apagado.

Hitler hizo un ademán con la cabeza, se caló las antiparras verdes e indicó a Heinrici que comenzara. El general comenzó sin rodeos: "Mi Fuhrer", dijo, "debo informarle que el enemigo prepara un ataque de extraordinaria potencia. Ahora mismo se alista en estos sectores. En el propio mapa de Hitler, Heinrici deslizó el dedo índice por la zona central que indicaba el frente de 120 Km por el río Oder, tocando las ciudades donde esperaba los ataques más fuertes. Refirió cómo había distribuido las tropas para concentrar mayor fuerza en esos puntos. No tenía duda de que el "ataque principal" sería contra "el sector central". Sin embargo, dijo Heinrici llanamente: Aunque el Noveno Ejército de Busse está ya en mejores condiciones, el Tercer Ejército Panzer de Manteuffel no está preparado aún para el combate. Debo advertirle que esta debilidad de esta fuerza solo es admisible mientras el Oder permanezca desbordado"

Los que estaban en el salón escuchaban atentamente, aunque no sin cierta inquietud. Desde que Guderian había salido de allí nadie había hablado con tanta franqueza en una conferencia con Hitler.

Luego Heinrici habló sobre una guarnición que etstaba resistiendo en francfort del Oder, ciudad que, como la malograda Kustrin, había sido declarada "fortaleza". Heinrici pensaba que las tropas que estaban allí iban a ser sacrificadas en aras de la "manía de fortalezas" de Hitler. "Opino que debemos abandonar la defensa de Francfort y sacar las tropas".

De repente Hitler alzó la vista para decir las primeras palabras desde el comienzo de la conferencia. Dijo aspéramente: "Me niego a aceptar tal cosa". Con intenso interés comenzó a preguntar sobre la fuerza de la guarnición, abastos y municiones. Heinrici le dio las respuestas tomando los informes y estadísticas de Eismann. Hitler miró los papeles a medida que se los pasaban uno por uno, y pareció impresionado. Finalmente, dejando atónitos a la mayoría de los que estaban en el salón, dijo: "Krebs, creo que la opinión del general sobre Francfort es acertada. Redacte las órdenes del caso y démelas hoy mismo ".

En medio del aturdimiento que siguió, se oyó una conmoción en el corredor y pronto la figura voluminosa del Reichsmarshall Goering llenaba el marco de la puerta de la sala de conferencias. Goering saludó cordialmente a los presentes, estrechó vigorosamente la mano de Hitler y se sentó. Después que Krebs, brevemente, le puso al corriente del informe de Heinrici, Goering se levantó de su asiento y poniendo ambas manos sobre la mesa de mapas, se inclinó hacia Hitler y le dijo con evidente buen humor: "Tengo que contarle un cuento..." No pudo seguir adelante. Hitler se enderezó de repente, tieso como una estaca; luego se incorporó. De la boca comenzó a salirle un torrente de palabras casi inteligibles. "Ante nuestros ojos", recuerda Eismann, "fue presa de una cólera volcánica".

Su ira nada tenía que ver con Goering. Era una diatriba contra sus generales por negarse deliberadamente a comprenderlo en cuanto al empleo táctico de las fortalezas. "Una y otra vez" gitaba, "las fortalezas han cumplido su misión en toda la guerra. Esto quedó demostrado en Poznan, Breslau y Schneidemul. ¿Cuántos rusos fueron inmovilizados por ellas? La historia ha demostrado que tengo razón; ¡Mi orden de defender las fortalezas hasta el último hombre está justificada!
Luego mirando fijamente a Heinrici, le gritó: "Por eso Francfort debe conservar su condición de fortaleza".

Tan súbitamente como había comenzado, cesó la invectiva. Mas aunque Hitler había quedado exhausto, no podía quedarse quieto. Parecía haber perdido todo dominio sobre si. "Le temblaba todo el cuerpo", recuerda Eismann; 2las manos, en que tenía algúnos lápices, se le movían involuntariamente arriba y abajo, y los lápices golpeaban contra los brazos del sillón. Daba la impresión de estar demente. Todo parecía irreal... especialmente la idea de que los destinos de un pueblo entero estaban en las manos de aquella ruina humana". Tranquila y pancientemente (tal como si jamás hubiera ocurrido aquel desplante maniático), Heinrici volvió a repetir sus argumentos, subrayando todas las razones para abandonar a Francfort. Hitler se limitaba a hacer ademanes cansados con las manos, al ir descartándolas una por una.

Se aptoximaba entonces lo que Heinrici conceptuaba como la crisis de la reunión. Sabía sólo una manera de expresarse: con la verdad escueta: "Mi Fuhrer", dijo, "no creo que las fuerzas del Oder puedan resistir los fuertes ataques a que las han de someter los rusos". Hitler que aún temblaba, guardó silencio. Heinrici describió la falta de preparación para el combate entre su popurrí de tropas... los últimos recursos humanos recogidos de Alemania. La mayoría de las unidades de línea carecían de experiencia, o estaban tan diluidas con refuerzos bisoños que no se podía confiar en ellas. "Por ejemplo... la Novena División de Paracaidistas..."

Goering se crispó.
-¡Mis paracaidistas! ¡Habla usted de mis paracaidistas! ¡No quiero escuchar esos reparos tan degradantes! ¡Yo, personalmente, garantizo su capacidad combativa!
-Su punto de vista, Herr Reichsmarshall (repuso fríamente Heinrici), es algo parcial.
Hitler habló nuevamente, ya con voz calmada y racional:
-Debe hacerse todo lo posible para adiestrar a esas formaciones. Hay tiempo de hacerlo antes de la batalla. En cuanto a falta de experiencia combativa, los buenos jefes pueden suplir eso. Y en todo caso, los rusos también están peleando con fuerzas subnormales. Stalin (afirmó) esta llegando al final de sus recursos.
Heinrici halló la falta de información de Hitler realmente increíble.
-Mi Fuhrer (dijo enfáticamente): las fuerzas rusas no solo son capaces, sino enormes.
Había llegado la hora de remachar las verdades de la desesperada situación y Heinrici agregó lisa y llanamente:

- Debo decirle que desde el translado de las divisiones Panzer hacia el sur, todos mis efectivos, buenos y malos, tendrán que usarse en el frente como tropas de primera línea. No quedan reservas. ¡Ninguna!.
Hizo una pausa; todos los ojos se habían vuelto hacia el:
-Mi Fuhrer, el hecho escueto es que, en el mejor de los casos, nos podremos sostener unos pocos días. Después, todo acabará.
Hubo un silencio sepulcral. Goering fue el primero en romperlo, anunciando:
-Mi Fuhrer, pondré inmediatamente a su disposición 100.000 hombres de la Luftwaffe. Se presentarán en el Frente del Oder en pocos días.

Himmler miró con ojos de búho a su archirival Goering, y luego a Hitler, como midiendo el efecto de las palabras de aquel, y con su chillona voz dijo;
-Mi Fhurer, la SS tiene el honor de aportar 25.000 combatientes para el frente del Oder.
Estaban ofreciendo fuerzas sin adiestramiento, sin equipo, sin aptitudes para el caso, de sus imperios privados, en una especie de macabra subasta...compitiendo entre sí, no para salvar a Alemania sino para causar buena impresión a Hitler. Se oyó un coro de voces: cada cual trataba de sugerir otras fuerzas que pudieran estar disponibles. Doenitz había ofrecido transferir con urgencia al Oder 12.000 marineros de los barcos. Parecía que otros 13.000 soldados podrían sacarse del llamado ejército de reserva. Con eso, Hitler se volvió a Heinrici diciéndole:
-Ahí tiene usted...150.000 hombres...unas 12 divisiones. Ahí están las reservas que pedía.

Había terminado la subasta. Heinrici, luchando para conservar el dominio de sí mismo, arguía:
-Pero esos hombres no tienen adiestramiento en combate. han estado en zonas de retaguardia, en oficinas, en barcos, en trabajos de mantenimiento de la Luftwaffe. jamás han visto a un ruso. Le aseguro que esas tropas será inútiles en el frente ¡Inútiles!.
Mientras los otros lo miraban encolerizados, Hitler parecía actuar con fría calma. Pasando la mano sobre el mapa y las posiciones rusas del Oder, dijo con voz cansada, con un dejo de aburrimiento:
-Todo esto es tan solo un ataque de apoyo, para confundir. El embate principal del enemigo no se dirigirá a Berlín sino acá (Dramáticamente colocó el dedo sobre Praga) Por consiguiente, el Grupo de Ejércitos del Vístula podrá muy bien resistir los ataques secundarios.

Heinrici se quedó mirándolo, incrédulo. Finalmente dijo;
-Mi Fuhrer, he hecho todo lo posible para prepararme para el ataque. Nada puedo hacer para evitar las terribles bajas que seguramente sufriremos. Es mi deber poner esto en claro. También considero mi deber decirle que no puedo garantizar que el ataque sea rechazado.
Hitler pareció revivir súbitamente. Luchando por levantarse, dió un golpe sobre la mesa:
- ¡La fé! (gritó) ¡La fé y la certeza completa en la victoria suplirán todas esas insuficiencias! Le digo esto, coronel general: si esta usted bien convencido de que esta batalla debe ganarse, ¡se ganará! Si infunde en sus tropas esa misma creencia...¡entonces logrará usted el triunfo más grande de la guerra!
Heinrici pálido, recogió sus papeles y se los entregó a Eismann. Los dos oficiales se despidieron, subieron las escaleras del fortín y salieron al jardín. "Todo es inútil", dijo Heinrici cansadamente: "Es como pensar bajar la Luna a la Tierra". Luego, mirando la densa capa de humo que cubría la ciudad, repetía para su capote: "Todo esto sin objeto...¡todo en vano!."



*El rápido deterioro de la salud de Hitler y su condición paralítica eran, según dijeron más tarde los médicos que lo asistían, en parte sicógenicas y en parte causadas por su manera de vivir. Hitler casi nunca dormía; hacía poca distinción entre la noche y el día. Además, se estaba envenenando lentamente con el empleo indiscriminado de diversas drogas, administradas en inyecciones enormes por su médico de confianza.


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Próximo capítulo; La gran armada.



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Mensaje por Shindler » Mié Sep 26, 2007 5:18 pm

La gran armada


"Naturalmente", aclaraba el párrafo final del último cable del general Eisenhower a Churchill, "si se produjeran las condiciones Eclipse (derrumbamiento o rendición de los alemanes) en cualquier zona del frente, nos lanzaríamos adelante, y Berlín estaría entre nuestros objetivos importantes". Solo hasta ese punto estaba dispuesto a comprometerse el comandante supremo. Pero no satisfizo a los ingleses, a quienes el cable de Stalin había inspirado gran desconfianza. A pesar de que el generalísimo afirmaba que iniciaria su ofensiva a mediados de Mayo, no había indicado cuándo intentaba lanzar sus "fuerzas secundarias" hacia Berlín. Por tanto todavía opinaban los jefes del estado mayor británico que debían apoderarse de Berlín cunato antes. Y opinaban también que sería "apropiado que los jefes del estado mayor aliado dieran una orientación a Eisenhower sobre el asunto".

La respuesta del general Marshall puso punto final a las discusiones, de manera firme y definitiva. "Las ventajas sicológicas y políticas que se pudieran derivar de la posible toma de Berlín antes que los rusos", decía, "no deben anteponerse a la consideración militar más imperativa que, en nuestra opinión, es la destrucción y desmembramiento de las fuerzas armadas alemanas".

Marshall terminaba con un respaldo inequívoco al comandante supremo: "Sólo Eisenhower está en condiciones de determinar la manera de reñir la batalla y explotar hasta el máximo la cambiante situación".
En este punto Churchill resolvió poner fin a la controversia, antes de que las relaciones entre los Aliados empeoraran más aún. Informó al presidente Roosevelt que se consideraba cerrado el incidente. "Para probarle mi sinceridad", cablegrafiaba Churchill al Presidente, "usaré una de mis muy pocas citas latinas: Amantium irae amoris integratio sunt" (Las riñas de los amantes son una renovación del amor).

Mientras detrás de bastidores se había estado desarrollando la controversia sobre los objetivos estratégicos, las tropas de las fuerzas angloamericanas iban penetrando más profundamente en Alemania con cada hora que pasaba. Nunca en la historia de la guerra se habían movido tantos hombres con tanta rapidez. Por todo el frente el avance había tomado las proporciones de una gigantesca competición de ejércitos para llegar a las riberas del Elba y asegurar las cabezas de puente que facilitarían el último empuje victorioso que pusiera fin a la guerra.

Por el centro, las fuerzas de los Estados Unidos arremetían vigorosamente y su potencia era enorme. Con el regreso del formidable Noveno Ejército de Simpson, que había estado con el 21 Grupo de Ejércitos de Montgomery, Bradley tenía cuatro ejércitos a su mando (el priemer general norteamericano que mandaba un grupo tan numeroso); además del Noveno, sus ejércitos incluían el Primero, Tercero y el Quince... cerca de un millón de hombres. Con los británicos al norte y el Sexto grupo de Ejércitos del general Davers en el sur protegiéndole los flancos, Bradley avanzaba a paso vertiginoso por el centro de Alemania, hacia Leipzig y Dresde. En la colocación norte a sur de los ejércitos norteamericanos, el Noveno era el que se hallaba a más corta distancia del Elba, y los altos jefes militares estaban con la impresión de que Bradley le había dado a Simpson la autorización para el avance que, por solo el ímpetu que traía, habría de llevar a las fuerzas norteamericanas hasta Berlín.

En el frente del Noveno Ejército, que tenía poco más de 80 Km, la Segunda División Blindada del Mayor General Isaac White estaba abriendo la brecha para el ataque. Tal división era una de las formaciones más numerosas que había en el frente occidental. Con sus tanques, cañones motorizados, camiones, carros blindados, excavadoras, Jeeps y artillería, formaba un río de más de 115 km de largo; le costaba casi 12 horas pasar por un punto dado. Esta formidable fuerza blindada iba delante de todas las demás unidades del Noveno Ejército... con una notable excepción.
Sobre su flanco derecho, yendo tenazmente al paso de la Segunda División y combatiendo palmo a palmo, iba una abrigada colección de vehículos llenos de tropa. Desde el aire no se podía identificar ni como división blindada ni de infantería. En realidad, a no ser por unos cuantos camiones militares norteamericanos como intercalados entre sus columnas, fácilmente se la hubiera confundido con un convoy alemán. Era la 83 División de Infantería del mayor general Robert Macon, apodada "El Circo Rag Tag", que iba, en vehículos capturados al enemigo, en carrera desaforada hacia el Elba. Cada unidad o cada poblaciónenemiga que capitulaba, entregaba su cuota de vehículos para la 83, generalmente bajo amenaza de sus cañones. Cada unidad rodante así adquirida era pintada de verde oliva a toda prisa, y al costado se le ponía una estrella norteamericana; luego se sumaba a la división.

Si los vehículos de la 83 causaban confusión entre sus propio compatriotas, la suscitaban más aún entre los alemanes. Mientras abanzaban precipitadamente hacia el Elba, el mayor Haley Kohler oyó el insistente sonido de una bocina de automóvil. Relata así el incidente: "Venía tras de nosotros un Mercedes, y comenzó a adelantarse a cuanto vehículo había en la carretera". Al pasar, los norteamericanos se quedaron atónitos de ver que era un automóvil militar alemán, con su chofer y lleno de oficiales. Una descarga de ametralladoras hizo detener el vehículo, y los alemanes,aturdidos, cayeron prisioneros en medio de lo que ellos suponían ser uno de sus convoyes. El Mercedes, que estaba en excelentes condiciones, recibió el tratamiento usual de pintura, a toda prisa, e inmediatamente comenzó a prestar servicio.

La opocición que iban a encontrar los ejércitos atacantes era imposible de predecir. Muchos lugares capitularon sin disparar un tiro. En algunas poblaciones pequeñas el silencio de la capitulación en un sector solía romperse de improviso con el fagor del combate encarnizado a pocas manzanas de distancia.
Algunos militares inventaron técnicas nuevas para obtener la capitulación . El capitán Francis Schommer, de la 83, que hablaba buen alemán, hizo varias veces negociaciones de entrega por teléfono...apoyado por una colt calibre 45. Encañonando a un burgomaestre que acababa de rendirse, Schommer le decía: "Le tendría bastante cuenta que llamara a su colega del próximo pueblo y le advirtiese que, si no quiere que arrasemos el lugar, más vale que lo entregue de una vez". Asustado, el burgomaestre "exageraba por lo general la situación", e informaba que los norteamericanos "tenían centenares de tanques y muchos millares de soldados". El truco dio resultado en repetidas ocaciones.

A medida que tomaba impulso el gran avance, los caminos se congestionaban con unidades de infantería motorizada y columnas blindadas que avanzaban hacia el oriente, cruzándose con millares de prisioneros de guerra que se dirigían al occidente. No había ni siquiera tiempo para atender a los prisioneros. Agotados y barbados, los oficiales y soldados de la Wehrmacht se encaminaban hacia el Rin, sin escolta. Algunos todavía llevaban armas. El capellán Ben Rose, del 113 Grupo de Caballería Motorizada, recuerda el gesto de desaliento de dos oficiales que, perfectamente unifomados, "buscaban a alguien que se fijase en ellos siquiera un momento para entregar sus pistolas". Pero los soldados, empeñados en ganar kilometraje, se limitaban a hacerles señas de que siguieran andando hacia el oeste.

Continúa...
Próximo capítulo; Almuerzo con el Reichsmarschall


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Smoggy
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Mensaje por Smoggy » Jue Sep 27, 2007 4:25 pm

Hola, seguramente seré al único que le interese esta pregunta. Pero espero que me la respondais. ¿Los refuerzos que Himmler y Göring prometieron llegaron al Oder?. Espero que no llegaran.

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Mensaje por Shindler » Mié Oct 10, 2007 1:27 am

Hola, amigo Smoggy, en breve cuando pueda continuar con el post (falta de tiempo me lo impide) podrás dilucidar el misterio, aunque si te fijas se estaban "subastando" unidades que no existían para llenar el ojo de Adolf Hitler, si me equivoco alguno de los compañeros lo marcará. :wink:




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Mensaje por Shindler » Mié Oct 10, 2007 4:49 pm

Almuerzo con el Reichsmarschall

Heinrici había planeado la defensa hasta el último detalle y sus oficiales se habían aprendido de memoria la táctica. En el cuartel general de l Grupo de Ejércitos del Vístula, el coronel general estaba ya listo par la batalla.

Tras su primera Hauptkampflinie (línea principal de combate), Heinrici había establecido una segunda. Poco antes del esperado fuego concentrado de artillería ruso (había dicho Heinrici a sus jefes), ordenaría evacuar la primera línea. Las tropas se retirarían inmediatamente a la segunda Hauptkampflinie. Era una estratagema de Heinrici para hacer que los rusos "golpearan un saco vacío". Tal truco había dado resultados en el pasado y Heinrici contaba con que en esta ocasión tendría éxito nuevamente. Lo difícil, como siempre, era determinar el momento exacto del ataque, y por eso Heinrici había intensificado la vigilancia. Cada día volaban sobre las posiciones rusas los pocos aviones de reconocimiento que le quedaban, para observar las disposiciones de la tropa y la artillería. Cada noche estudiaba a conciencia los últimos partes del servicio de inteligencia militar y los informes de los interrogatorios a prisioneros, buscando siempre algún indicio que le pudiese revelar la hora exacta del ataque.

Fue duarnte este período crítico y tirante cuando el Reichsmarschall Hermann Goering mandó llamar a Heinrici a su castillo a almorzar. Aunque Heinrici estaba sumamente cansado y le disgustaba abandonar su cuartel general aún por pocas horas, no podía negarse. Karinhall, la enorme finca del Reichsmarschall quedaba a unos pocos kilómetros de Birkenhain, cuartel general del Ejército del Vístula. Al aproximarse Heinrici y su ayudante, el capitán Von Bila, quedaron asombrados de la suntuosidad de la finca de Goering, que más bien parecía un gran parque público, con espléndidos jardines, terrazas y alamedas, y un magnífico paisaje. A todo lo largo del borde de la carretera, desde la entrada principal hasta el castillo mismo, estaban apostadas unidades de bien uniformados paracaidistas de la Luftwaffe, fuerza esta para la defensa personal del Reichsmarschall.

Goering saludó fríamente a Heinrici. El Reichsmarschall y el general se aborrecían intensamente, y el almuerzo fue un fracaso. Goering comenzó por criticar las tropas que había visto en su reciente viaje al frente del Vístula. Reclinado en un sillón, especie de trono, y blandiendo un gran vaso de plata lleno de cerveza, Goering acusó a Heinrici de falta de disciplina en todas las tropas a su mando. "He recorrido todas las zonas ocupadas por sus ejércitos", le dijo, "y en un sector tras otro he encontrado gente sin hacer nada. ¡Ví soldados jugando naipes en las trincheras! En otros sectores no se ha hecho casi nada para levantar fortificaciones. En todas partes encontré a su gente perdiendo el tiempo... ¡holgazaneando!".

Heinrici vió que no tenía objeto discutir. Mordiéndose la lengua, acabó como pudo el almuerzo. Mas al salir Goering a la puerta a despedir a sus dos huéspedes, Heinrici se detuvo un momento y mirando lentamente en torno al magnífico castillo, dijo: "Solo espero que mis holgazanes puedan salvar esta preciosa residencia de las batallas que se avecinan". Goering se quedó mirándolo fríamente por un instante. Luego giró bruscamente y se retiró al interior.Goering no conservaría Karinhall por mucho tiempo, reflexionaba Heinrici mientras se alejaba. Ya iba llegando a una conclusión con respecto a la hora del ataque ruso, basada en los partes de la información militar y en aquella intuición que, hasta entonces, nunca le había fallado. Heinrici opinaba que el ataque comenzaría dentro de una semana: hacia el 15 o 16 de Abril.

Continúa...

Próximo capítulo; Carrera hacia la cabeza de puente


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