La última Batalla, condensado del libro de Cornelius Ryan
Moderadores: José Luis, Audie Murphy
Fin de un mito
Al amanecer del 23 de Abril tres alemanes, atravesando el Elba en Magdeburgo, se rindieron a la 30 División de Infantería de los Estados Unidos. Uno de ellos era el teniente general Kurt Dittmar, oficial de la Wehrmacht, de 57 años de edad, que diariamente había estado trasmitiendo al público, por radio, las últimas noticias del frente, y a quien se conocía en todo el Reich como "la voz del alto mando alemán".
Kurt Dittmar
Dittmar, a quien se consideraba el más exacto de los locutores militares del Reich, tenía muchos oyentes, no solo en Alemania, sino también entre los radioescuchas profesionales aliados dedicados a analizar el contenido militar de sus partes radiados. Lo llevaron inmediatamente al cuartel general de la División para interrogarlo. Allí sorprendió a los oficiales del Servicio Secreto con la noticia: Hitler, afirmó, estaba en Berlín.
Para los Aliados aquella nueva fue reveladora. Hasta el momento nadie conocía a ciencia cierta el paradero del Fuhrer. Los rumores, por lo general, lo suponían en el "reducto nacional". Los informes del Sevicio Secreto advertían que Hitler haría su última defensa en aquella región que cubría 50.000 kilómetros cuadrados de las montañas situadas al sur de Munich. La necesidad de demoler el reducto había sido uno de los principales factores en la decisión de Eisenhower de no atacar a Berlín.
Alguien pidió a Dittmar que "contara algo del reducto nacional". El oficial se mostró perplejo. Dijo que había "focos de resistencia en el norte, inclusive en Noruega y en Dinamarca, y uno en los Alpes italianos, pero", añadió, "aquello no era intencional, sino más bien por la fuerza de las circunstancias". Como sus interlocutores insistieran, Dittmar, sacudiendo la cabeza en señal de negativa, dijo: "El reducto nacional...¡es un mito!".
Y así lo era en realidad, como habría de escribir más tarde el general norteamericano Omar Bradley, jefe del Doce Grupo de Ejércitos: "El reducto existía sólo en la imaginación de unos cuantos nazis fanáticos. Llegó a convertirse en una idea tan exagerada que me asombra que la hayamos creído tan cándidamente. Y sin embargo, misntras subsistió nuestra creencia, aquella leyenda influyó mucho en nuestra táctica militar".
Continúa...
Próximo capítulo; Saqueo por las calles
Gracias por estar
Al amanecer del 23 de Abril tres alemanes, atravesando el Elba en Magdeburgo, se rindieron a la 30 División de Infantería de los Estados Unidos. Uno de ellos era el teniente general Kurt Dittmar, oficial de la Wehrmacht, de 57 años de edad, que diariamente había estado trasmitiendo al público, por radio, las últimas noticias del frente, y a quien se conocía en todo el Reich como "la voz del alto mando alemán".
Kurt Dittmar
Dittmar, a quien se consideraba el más exacto de los locutores militares del Reich, tenía muchos oyentes, no solo en Alemania, sino también entre los radioescuchas profesionales aliados dedicados a analizar el contenido militar de sus partes radiados. Lo llevaron inmediatamente al cuartel general de la División para interrogarlo. Allí sorprendió a los oficiales del Servicio Secreto con la noticia: Hitler, afirmó, estaba en Berlín.
Para los Aliados aquella nueva fue reveladora. Hasta el momento nadie conocía a ciencia cierta el paradero del Fuhrer. Los rumores, por lo general, lo suponían en el "reducto nacional". Los informes del Sevicio Secreto advertían que Hitler haría su última defensa en aquella región que cubría 50.000 kilómetros cuadrados de las montañas situadas al sur de Munich. La necesidad de demoler el reducto había sido uno de los principales factores en la decisión de Eisenhower de no atacar a Berlín.
Alguien pidió a Dittmar que "contara algo del reducto nacional". El oficial se mostró perplejo. Dijo que había "focos de resistencia en el norte, inclusive en Noruega y en Dinamarca, y uno en los Alpes italianos, pero", añadió, "aquello no era intencional, sino más bien por la fuerza de las circunstancias". Como sus interlocutores insistieran, Dittmar, sacudiendo la cabeza en señal de negativa, dijo: "El reducto nacional...¡es un mito!".
Y así lo era en realidad, como habría de escribir más tarde el general norteamericano Omar Bradley, jefe del Doce Grupo de Ejércitos: "El reducto existía sólo en la imaginación de unos cuantos nazis fanáticos. Llegó a convertirse en una idea tan exagerada que me asombra que la hayamos creído tan cándidamente. Y sin embargo, misntras subsistió nuestra creencia, aquella leyenda influyó mucho en nuestra táctica militar".
Continúa...
Próximo capítulo; Saqueo por las calles
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
Saqueo por las calles
Berlín empezaba ya a morir. En la mayor parte de la ciudad se habían suspendido los servicios de gas y de agua. Comenzaban a cerrarse los periódicos. Todo transporte urbano se iba paralizando a medida que las calles se hacían intransitables y los vehículos quedaban inutilizados.
El 22 de Abril, por priemra vez en la historia, se cerró la oficina de telégrafos, que llevaba un siglo de servicios. El último telegrama recibido, procedente de Tokio, decía: "Buena suerte a todos".
Como la policía estaba prestando servicios, ya en el Ejército, ya en la Guardia Civil, comenzó el saqueo. Los trenes de carga, inmovilizados en los patios de distribución, fueron asaltados a plena luz del día. Muchos tenderos prefirieron regalar sus mercancías antes que dejar sus tiendas a merced de las turbas incontrolables.
Alexander Kelm no podía dar fe a sus ojos al ver, en la esquina de la Hindenburgstrasse, que la bodega de vinos Caspary entregaba botellas a todo el que las pidiera.
Pero ni siquiera para los saqueadores había, virtualmente, carne en la ciudad. En todo Berlín la gente había comenzado a descuartizar los caballos que encontraba muertos en las calles por los bombarderos.
De la tienda de Karstadt las mujeres arrebataban abrigos, vestidos, zapatos, ropa de cama, etc. No había vendedores; sin embargo, uno de los pocos jefes de sección que estaban allí gritaba de vez en cuando: "¡Salgan todos! ¡Salgan todos! ¡Van a volar el almacén!" Pero nadie le hacía caso. Parecía un truco demasiado evidente.
Esa tarde el gran almacén se estremeció con un tremendo estallido, y luego se desplomó. La SS que, según decían, había guardado en el sótano 29.000.000 de Marcos en provisiones, voló el gran bazar para que no cayera ese tesoro en manos de los rusos. En la explosión perecieron muchas mujeres y niños.
Continúa...
Próximo capítulo; Los primeros rusos
Gracias por estar
Berlín empezaba ya a morir. En la mayor parte de la ciudad se habían suspendido los servicios de gas y de agua. Comenzaban a cerrarse los periódicos. Todo transporte urbano se iba paralizando a medida que las calles se hacían intransitables y los vehículos quedaban inutilizados.
El 22 de Abril, por priemra vez en la historia, se cerró la oficina de telégrafos, que llevaba un siglo de servicios. El último telegrama recibido, procedente de Tokio, decía: "Buena suerte a todos".
Como la policía estaba prestando servicios, ya en el Ejército, ya en la Guardia Civil, comenzó el saqueo. Los trenes de carga, inmovilizados en los patios de distribución, fueron asaltados a plena luz del día. Muchos tenderos prefirieron regalar sus mercancías antes que dejar sus tiendas a merced de las turbas incontrolables.
Alexander Kelm no podía dar fe a sus ojos al ver, en la esquina de la Hindenburgstrasse, que la bodega de vinos Caspary entregaba botellas a todo el que las pidiera.
Pero ni siquiera para los saqueadores había, virtualmente, carne en la ciudad. En todo Berlín la gente había comenzado a descuartizar los caballos que encontraba muertos en las calles por los bombarderos.
De la tienda de Karstadt las mujeres arrebataban abrigos, vestidos, zapatos, ropa de cama, etc. No había vendedores; sin embargo, uno de los pocos jefes de sección que estaban allí gritaba de vez en cuando: "¡Salgan todos! ¡Salgan todos! ¡Van a volar el almacén!" Pero nadie le hacía caso. Parecía un truco demasiado evidente.
Esa tarde el gran almacén se estremeció con un tremendo estallido, y luego se desplomó. La SS que, según decían, había guardado en el sótano 29.000.000 de Marcos en provisiones, voló el gran bazar para que no cayera ese tesoro en manos de los rusos. En la explosión perecieron muchas mujeres y niños.
Continúa...
Próximo capítulo; Los primeros rusos
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
- teniente general Stopford
- Miembro
- Mensajes: 60
- Registrado: Sab Feb 17, 2007 3:23 pm
- Ubicación: VALLADOLID (ESPSÑA)
Muchas gracias amigo, espero lo disfruten y ya falta poco para finalizar.teniente general Stopford escribió:fantástico Schindler, un tiempo muy bien aprovechado, sigue así
Los primeros rusos
Rompieron el primer anillo de defensas exteriores de la ciudad y se abrieron paso hasta el segundo. Venían agazapados tras los tanques y los cañones, y entraban combatiendo por las calles, los caminos, las avenidas y a través de los parques. A la vanguardia venían las tropas de asalto de Koniev y Zhukov, curtidas en el combate, y con ellos los soldados, con gorros de cuero, de cuatro grandes ejércitos de tanques; tras estos llegaban fila tras fila de soldados de infantería.
Eran una hueste extraña, oriundos de todas las repúblicas de la Unión Soviética. Entre ellos se hablaba tantas lenguas y dialectos, que los oficiales no podían a veces comunicarse con los elementos de sus propias unidades. Formaban en las filas ucranianos con carelios, gregorianos con kasakos, armenios con azerbijanos, basquirios, tártaros, mongoles y cosacos. Algunos soldados llevaban uniforme pardo oscuro; otros caqui o gris-verde. Otros vestían pantalón oscuro con guerrera de cuello alto. Sus gorras eran igualmente variadas: capuchas de cuero con largas orejeras sueltas, gorros de piel, gorras caqui deformadas y manchadas de sudor. Llegaban a caballo,a pie, en motocicleta, en carros de tracción animal, y en muy diversos vehículos capturados... y cayeron sobre Berlín.
El lechero Richard Poganowska detuvo su carreta y se quedó mirando atónito: por la calle bajaban cinco tanques rusos. Viró en redondo y volvió a la lechería Domane-Dahlem; allí se reunió con su familia en el sótano. Estuvieron esperando un tiempo. De pronto alguien abrió la puerta de un puntapié y entraron soldados del Ejército Rojo. Sin hablar miraron el entorno; luego se fueron. Al poco tiempo volvieron varios soldados y ordenaron a Poganowska y a los demás empleados que fueran al edificio de la administración. Mientras esperaba, Poganowska observó que se habían llevado todos los caballos, pero les habían dejado las vacas. Un oficial soviético que hablaba perfectamente bien alemán les ordenó volver al trabajo. Debían cuidar y ordeñar al ganado, les dijo. El lechero casi no podía creer lo que oía; había esperado algo mucho peor.
Marianne Bombach, al salir de un sótano en Wilmersdorf, vio que habían montado una cocina de campaña rusa justamente al lado de la puerta trasera de su casa. Los soldados compartían sus víveres y golosinas con los niños de la vecindad. A Marianne le impresionó especialmente ver los buenos modales de aquella gente. habían colocado al revés algunas grandes latas de basura y las estaban usando como mesas. Las tenían cubiertas por sendos matelillos redondos, al parecer tomados de las quintas vecinas. Aparte de su fraternización con los niños, los rusos parecían no hacer caso a la población civil. Se quedaron durante algunas horas, y luego siguieron su camino.
La disciplina y el orden de las primeras tropas asombró a casi todos. El farmacéustico Hans Miede observó que los soldados soviéticos parecían "evitar disparar dentro de las casas, a menos que supiesen con seguridad que se ocultaban allí los defensores alemanes". En el sector de Wilmersdorf, Ilse Antz estaba dormida en el sótano de su casa cuando entró el primer ruso; había creído siempre que iban a "echar a los berlineses como forraje a los rusos". Despertó sobresaltada y se quedó mirándolo atemorizada. Pero el joven militar de cabellos negros se limitó a sonreirle y decirle en alemán chapurreado: "¿Por qué miedo?" Ya pasar peligro. Duerma ahora".
A un grupo de berlineses la llegada de los rusos no le causó ningún terror: los judíos hacía ya mucho tiempo que se habían acostumbrado a dominar el miedo y, al ver sus barrios invadidos, salían de sus escondites. Joachim Lipschitz surgió del sótano de los Kruger en Karlshorst para salir al encuentro de las tropas del Eje´rcito Rojo. Hablándoles en el ruso lento y titubeandoles que había aprendido en su largo encierro subterráneo, trató de expresar su gratitud por la liberación. Se quedó estupefacto al ver que los rusos contestaban con estrepitosas carcajadas. Bulliciosamente y dándole palmadas en la espalda le dijeron que ellos también se alegraban, pero que él hablaba pésimamente el ruso.
A Joachim no le importó. Para él y para Eleanore Kruger había terminado la larga espera. Serían la primera pareja en casarse al terminar la batalla. Tan pronto como lo recibieran, según comentaba Eleanore después, el certificado de matrimonio representaría su "victoria personal sobre los nazis". Habían ganado y "nada podría perjudicarles en adelante".*
Si la madre superiora Cunigundis sentía miedo, no lo demostraba su cara rolliza y pacífica. la batalla se desarrollaba en torno de la Haus Dahlem. Cada vez que disparaban los tanques, el edificio se estremecía; hasta en el sótano se sentían las sacudidas, a pesar de estar protegido con sacos de arena. pero la madre superiora hacía caso omiso de los cañones y las granadas. Estaba orando en el pequeño comedor, convertido en capilla. Durante un momento pareció desvanecerse el fragor de la batalla. La superiora seguía de rodillas hasta que llegó una de las hermanas al oratorio y le cuchicheó al oído: "Los rusos..están aquí".
La madre superiora se santiguó con toda calma, hizo una genuflexión y salió de la capilla rápidamente en pos de la hermana, para encontrarse con los militares que mandaba un joven teniente. Ordenaron venir a Lena, la cocinera ucraniana, para que les sirviese de intérprete. La superiora observó que el oficial "era muy elegante y su comportamiento, excelente".
La interrogó sobre la Hans Dahlem. Ella le explicó que era casa de maternidad, orfanato y hospital.
-¿Hay soldados aquí? ¿Tienen ustedes armas?
- No.Claro que no.
Algunos de los soldados comenzaron entonces a pedir relojes y alhajas. El teniente les habló ásperamente, y la soldadesca retrocedió avergonzada.
La madre superiora dijo al teniente que la Hans Dahlem necesitaba una garantía de protección para los niños, las parturientas y las religiosas. El teniente se encogió de hombros: solo le interesaba despejar el terreno de combatientes enemigos y seguir adelante.
Al salir los rusos del edificio algunos soldados se quedaron mirando la gran estatua de San Miguel ("Caballero combatiente de Dios contra la maldad"). Anduvieron alrededor de la escultura tocando los pliegues de la túnica y mirándole la cara. El teniente se despidió de la madre superiora. Pero algo parecía preocuparle. Por un instante reparó en su gente que admiraba la estatua. Luego dijo a la superiora: "Lo que ve usted son soldados decentes, buenos y disciplinados. Pero debo advertirle que los que vienen atrás son cerdos".
*Joachim Lipschitz llegó a ser con el tiempo uno de los más célebres funcionarios de Berlín Occidental. En 1955, como senador de Asuntos Interiores, estuvo a cargo de la fuerza de policía de la ciudad. Fue acérrimo enemigo del régimen comunista de Alemania Oriental y siguió siéndolo hasta su muerte en 1961.
Continúa...
Próximo capítulo; "No podemos aceptarlo"
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
No podemos aceptarlo
En Baviera el Reichsmarschall Hermann Goering se encontraba en una cituación absurda: estaba bajo arresto domiciliario por cuenta de la guardia SS.
Su jefe de estado mayor, general Koller, había viajado en avión a Baviera para entrevistarse con con Goering, a raiz de la funesta conferencia de Hitler del 22 de Abril. Al recibir el informe de Koller de que "Hitler estaba hecho pedazos" y que había dicho: "Cuando se trate de negociaciar, el Reichsmarschall lo podrá hacer mejor que yo", Goering había tomado la iniciativa: le envió al Fuhrer un telegrama que fue redactado muy cuidadosamente:
"Mi Fuhrer: en vista de que usted ha tomado la determinación de permanecer en la fortaleza de Berlín, ¿conviene en que yo asuma inmediatamente la dirección total del Reich? Si no he recibido su respuesta esta noche a las diez, interpretaré que usted ha perdido la libertad de acción y procederé según convenga a los mejores intereses de la nación y de nuestro pueblo..."
Goering recibió una rápida respuesta. Hitler dictó un mordaz telegrama acusándolo de traición y avisándole que sería pasado por las armas si no presentaba su dimisión en el acto. En la tarde del 25 de Abril la radio de Berlín anunció solemnemente que Hitler había aceptado la renuncia de Goering.
El Reichsmarschall le dijo a su esposa, Emily, que todo aquello le parecía ridículo; que a la postre él tendría que hacerse cargo de las negociaciones, a pesar de todo. Más tarde Frau Goering le contó a la baronesa von Schirach que su marido estaba pensando "qué uniforme debía usar para encontrarse con Eisenhower".
Mientras Berlín ardía, el único hombre de quien Hitler jamás hubiera sospechado que iba a traicionarlo, ya había aventajado a Goering en su intento. En Washington, el 25 de Abril, el general Edwing Hull, encargado de la jefatura de Operaciones de Estado Mayor del Ejército norteamericano, recibió una llamada del general George Marshall, jefe de estado mayor norteamericano. Este informó que el presidente Truman iba hacia el edificio del ministerio de Defensa para hablar con Winston Churchill por el teléfono especial. Por conducto del conde Folke Bernadotte, jefe de la Cruz Roja sueca, se había recibido un ofrecimiento alemán de negociar. Esa tentativa de paz venía (¡quien habría de sospecharlo!) del hombre a quien Hitler llamaba "El fiel Heinrich"...de Hinrich Himmler.
El presidente Truman llegó, y a las 3:10 de la tarde habló con el Primer Ministro por el teléfono especial del ministerio de Defensa. Churchill le leyó el mensaje recibido. himmler, dijo, deseaba una entrevista con el general Eisenhower para capitular. Pero era evidente que el jefe de la SS deseaba rendirse sólo a los Aliados occidentales y no a los rusos. El general Hull, que escuchaba por el otro teléfono, oyó que Churchill preguntaba:
-¿Qué piensa usted de esto?
El nuevo Presidente norteamericano, que había tomado posesión hacía, que había tomado posesión hacía solo 13 días, contestó sin titubear:
- No podemos aceptarlo. Sería deshonroso, puesto que tenemos un acuerdo con los rusos de no aceptar la paz por separado.
Churchill convino en seguida. después lo relataba así: "Le dije a Truman que yo estaba convencido de que la capitulación debía ser incondicional y simultánea a las tres Potencias". Churchill y Truman informaron a Stalin de la propuesta de Himmler y de su respuesta. Stalin les dio las gracias a ambos en notas similares en que prometía que el Ejército Rojo mantendría "su presión sobre Berlín en interés de nuestra causa común".
Continúa...
Próximo capítulo; Tráiganme una botella de champaña
Gracias por estar
En Baviera el Reichsmarschall Hermann Goering se encontraba en una cituación absurda: estaba bajo arresto domiciliario por cuenta de la guardia SS.
Su jefe de estado mayor, general Koller, había viajado en avión a Baviera para entrevistarse con con Goering, a raiz de la funesta conferencia de Hitler del 22 de Abril. Al recibir el informe de Koller de que "Hitler estaba hecho pedazos" y que había dicho: "Cuando se trate de negociaciar, el Reichsmarschall lo podrá hacer mejor que yo", Goering había tomado la iniciativa: le envió al Fuhrer un telegrama que fue redactado muy cuidadosamente:
"Mi Fuhrer: en vista de que usted ha tomado la determinación de permanecer en la fortaleza de Berlín, ¿conviene en que yo asuma inmediatamente la dirección total del Reich? Si no he recibido su respuesta esta noche a las diez, interpretaré que usted ha perdido la libertad de acción y procederé según convenga a los mejores intereses de la nación y de nuestro pueblo..."
Goering recibió una rápida respuesta. Hitler dictó un mordaz telegrama acusándolo de traición y avisándole que sería pasado por las armas si no presentaba su dimisión en el acto. En la tarde del 25 de Abril la radio de Berlín anunció solemnemente que Hitler había aceptado la renuncia de Goering.
El Reichsmarschall le dijo a su esposa, Emily, que todo aquello le parecía ridículo; que a la postre él tendría que hacerse cargo de las negociaciones, a pesar de todo. Más tarde Frau Goering le contó a la baronesa von Schirach que su marido estaba pensando "qué uniforme debía usar para encontrarse con Eisenhower".
Mientras Berlín ardía, el único hombre de quien Hitler jamás hubiera sospechado que iba a traicionarlo, ya había aventajado a Goering en su intento. En Washington, el 25 de Abril, el general Edwing Hull, encargado de la jefatura de Operaciones de Estado Mayor del Ejército norteamericano, recibió una llamada del general George Marshall, jefe de estado mayor norteamericano. Este informó que el presidente Truman iba hacia el edificio del ministerio de Defensa para hablar con Winston Churchill por el teléfono especial. Por conducto del conde Folke Bernadotte, jefe de la Cruz Roja sueca, se había recibido un ofrecimiento alemán de negociar. Esa tentativa de paz venía (¡quien habría de sospecharlo!) del hombre a quien Hitler llamaba "El fiel Heinrich"...de Hinrich Himmler.
El presidente Truman llegó, y a las 3:10 de la tarde habló con el Primer Ministro por el teléfono especial del ministerio de Defensa. Churchill le leyó el mensaje recibido. himmler, dijo, deseaba una entrevista con el general Eisenhower para capitular. Pero era evidente que el jefe de la SS deseaba rendirse sólo a los Aliados occidentales y no a los rusos. El general Hull, que escuchaba por el otro teléfono, oyó que Churchill preguntaba:
-¿Qué piensa usted de esto?
El nuevo Presidente norteamericano, que había tomado posesión hacía, que había tomado posesión hacía solo 13 días, contestó sin titubear:
- No podemos aceptarlo. Sería deshonroso, puesto que tenemos un acuerdo con los rusos de no aceptar la paz por separado.
Churchill convino en seguida. después lo relataba así: "Le dije a Truman que yo estaba convencido de que la capitulación debía ser incondicional y simultánea a las tres Potencias". Churchill y Truman informaron a Stalin de la propuesta de Himmler y de su respuesta. Stalin les dio las gracias a ambos en notas similares en que prometía que el Ejército Rojo mantendría "su presión sobre Berlín en interés de nuestra causa común".
Continúa...
Próximo capítulo; Tráiganme una botella de champaña
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
Tráiganme una botella de champaña
Durante varios días el general Heinrici había estado solicitando permiso para retirar al Noveno Ejército, al mando del general Buse, pero Hitler se había negado a dar la orden. Ya completamente rodeado, el Noveno estaba sometido a constantes bombardeos de día y de noche, por la aviación rusa. En efecto, todo lo que quedaba del Grupo de Ejércitos del Vístula era el Tercer Ejército Panzer del general Hasso Von Manteuffel; Heinrici sabía que los tanques de Zhukov no tardarían, posiblemente, en rodearlo también.
El 25 de Abril sonó el teléfono en el cuartel general del Grupo de Ejércitos del Vístula, en birkenhain, y lo tomó heinrici. Llamaba von Manteuffel. En su voz se adivinaba la gravedad de la situación: "Debe darme usted permiso para replegarnos de Stettin y Schwedt...¡Es imposible sostenernos más tiempo!". Durante un breve instante Heinrici recordó la orden que Hitler había dado en Enero a sus generales más antiguos. Ellos serían "responsables personalmente ante el Fuhrer" y no podrían retirar tropas ni abandonar posiciones sin consultar con él, para que diese la orden del caso.
Sin embargo Heinrici dijo: "Retroceda ¿Me entiende? ¡Retroceda!" El general del abrigo de piel de carnero y polainas de la primera guerra mundial, se quedó al lado del escritorio pensando en lo que acababa de hacer. Hacía 40 años exactamente que estaba en el Ejército y sabía muy bien lo que les ocurría a los oficiales que desobedecían a Hitler. luego hizo llamar a su jefe de estado mayor.
- Informe al OKW (alto mando de las Fuerzas Armadas) que acabo de dar al Tercer Ejército la orden de replegarse (le dijo).
Por la mañana del día 28 el mariscal de campo Keitel se enteró de lo que había hecho Heinrici. Vio la retirada por si mismo mientras recorría la zona del tercer Ejército Panzer. Hizo comparecer a Heinrici y a von Manteuffel, y los tres hombres se reunieron esa misma mañana en una carretera cerca de Neubrandemburgo. Heinrici estaba furioso. Sacó una orden reciente del OKW para atacar en dirección a Berlín y la agitó ante las narices de Keitel, protestando:
- ¿Cómo diablos puede usted dar aún semejantes órdenes?
Keitel replicó:
-Lo único que veo son tropas en retirada. El grupo de Ejércitos no hace más que retirarse.
Heinrici explicó reposadamente cuál era la situación, y Manteuffel lo apoyó en todo momento, añadiendo que tendría que retirarse más todavía si no se le facilitaban reservas.
- ¡Ya no hay reservas! (replicó Keitel). La orden que le doy ahora es del Fuhrer: ¡El flanco sur debe contraatacar en dirección a Berlín!.
Heinrici objetó otra vez, pero Keitel lo interrumpió bruscamente vociferándole:
-¡Es usted un jefe débil! ¡Mande fusilar a un millar de soldados y yo le prometo que el resto mantendrá el frente!.
Mientras decía esto, pasó por allí un carro tirado por un caballo, con dos soldados de la Luftwaffe.
-Ahí tiene uste a dos soldados fugitivos (dijo Heinrici a Keitel). ¿Por qué no nos enseña lo que debemos hacer?
Keitel echaba chispas. Masculló algo cerca de los dos soldados y de llevarlos ante un tribunal marcial, y se dirigió solemnemente a su automóvil. Al pasar por delante de Manteuffel, le advirtió:
- Responderá usted ante la historia por sus actos (y dicho esto, se retiró).
Heinrici tardó tres horas en llegar de nuevo a su cuartel general, que normalmente quedaría a 20 minutos de camino. Las carreteras estaban llenas de soldados que se retiraban y de refugiados de la población civil. Cuando por fin llegó, se encontró con un cable del almirante al mando del puerto de Swinemunde, en el Oder, anunciándole que la plaza había perdido su importancia para la Marina, y que por tanto podía ser abandonada. heinrici sabía que había allí una guarnición de 15.000 reclutas casi desarmados, y que los rusos cercarían la ciudad en el término de horas. Quiso hablar al mariscal Keitel sin pérdida de tiempo, pero no logró comunicarse con él hasta después de medianoche.
- Soy responsable de esos 15.000 reclutas indefensos (le dijo al jefe de estado mayor de Hitler) Tienen que salir de allí antes de que sea demasiado tarde.
Este fué el fin de Heinrici, Keitel replicó agriamente.
-Su dber no es sentirse responsable, sino cumplir las órdenes. Si no lo entiende usted bien, lo someteré a la ley marcial por desobediencia ante el enemigo.
Al oír la expresión "ley marcial", heinrici estalló:
-En ese caso, Herr Feldmarschall, presento mi renuncia. Sírvase usted buscar otra persona que cumpla sus órdenes.
Colgó de golpe el teléfono y, volviéndose a su ayudante el capitán Heinrich von Bila, le dijo:
-Ahora Bila, tráigame una botella de champaña.
A primera hora de la mañana siguiente, en su puesto de mando, Heinrici recibió órdenes de comparecer ante el cuartel de Plon. Mientras se preparaba para salir, se le acercó el joven capitán Hellmuth Lang para decirle:
- Mi general, le suplico que no tenga mucha prisa en llegar a Plon.
-¿Por que me lo dice?
-Hace años (explicó) yo solía marchar detrás de la banda del regimiento en Schwabisch-Gmund. había en el mismo regimiento un capitán que llegué a conocer bien: era Rommel. No quisiera que mi general corra la misma suerte que el mariscal de campo Rommel.
-Pero...¿que quiere decirme?...Rommel murió de sus heridas.
-No, señor...lo obligaron a suicidarse (dijo el capitán).
heinrici se quedó mirándolo y le preguntó secamente:
-¿Cómo puede saber eso?
-Yo fuí ayudante de Rommel...le suplico, mi general, que vaya a Plon lo más despacio que pueda. Si lo hace así, quizá la guerra ya haya terminado cuando llegue allá. esa advertencia iba a salvar la vida de Heinrici. este, tendiéndole la mano ceremoniosamente, le dijo:
-Gracias.
Después de despedirse de sus subalternos, el general subió al automóvil. Al comenzar el viaje a Plon se inclinó hacia el chofer y, tocándole el hombro, le advirtió: "No tenemos mucha prisa".
Continúa...
Próximo capítulo; Cerrando el cerco
Gracias por estar
Durante varios días el general Heinrici había estado solicitando permiso para retirar al Noveno Ejército, al mando del general Buse, pero Hitler se había negado a dar la orden. Ya completamente rodeado, el Noveno estaba sometido a constantes bombardeos de día y de noche, por la aviación rusa. En efecto, todo lo que quedaba del Grupo de Ejércitos del Vístula era el Tercer Ejército Panzer del general Hasso Von Manteuffel; Heinrici sabía que los tanques de Zhukov no tardarían, posiblemente, en rodearlo también.
El 25 de Abril sonó el teléfono en el cuartel general del Grupo de Ejércitos del Vístula, en birkenhain, y lo tomó heinrici. Llamaba von Manteuffel. En su voz se adivinaba la gravedad de la situación: "Debe darme usted permiso para replegarnos de Stettin y Schwedt...¡Es imposible sostenernos más tiempo!". Durante un breve instante Heinrici recordó la orden que Hitler había dado en Enero a sus generales más antiguos. Ellos serían "responsables personalmente ante el Fuhrer" y no podrían retirar tropas ni abandonar posiciones sin consultar con él, para que diese la orden del caso.
Sin embargo Heinrici dijo: "Retroceda ¿Me entiende? ¡Retroceda!" El general del abrigo de piel de carnero y polainas de la primera guerra mundial, se quedó al lado del escritorio pensando en lo que acababa de hacer. Hacía 40 años exactamente que estaba en el Ejército y sabía muy bien lo que les ocurría a los oficiales que desobedecían a Hitler. luego hizo llamar a su jefe de estado mayor.
- Informe al OKW (alto mando de las Fuerzas Armadas) que acabo de dar al Tercer Ejército la orden de replegarse (le dijo).
Por la mañana del día 28 el mariscal de campo Keitel se enteró de lo que había hecho Heinrici. Vio la retirada por si mismo mientras recorría la zona del tercer Ejército Panzer. Hizo comparecer a Heinrici y a von Manteuffel, y los tres hombres se reunieron esa misma mañana en una carretera cerca de Neubrandemburgo. Heinrici estaba furioso. Sacó una orden reciente del OKW para atacar en dirección a Berlín y la agitó ante las narices de Keitel, protestando:
- ¿Cómo diablos puede usted dar aún semejantes órdenes?
Keitel replicó:
-Lo único que veo son tropas en retirada. El grupo de Ejércitos no hace más que retirarse.
Heinrici explicó reposadamente cuál era la situación, y Manteuffel lo apoyó en todo momento, añadiendo que tendría que retirarse más todavía si no se le facilitaban reservas.
- ¡Ya no hay reservas! (replicó Keitel). La orden que le doy ahora es del Fuhrer: ¡El flanco sur debe contraatacar en dirección a Berlín!.
Heinrici objetó otra vez, pero Keitel lo interrumpió bruscamente vociferándole:
-¡Es usted un jefe débil! ¡Mande fusilar a un millar de soldados y yo le prometo que el resto mantendrá el frente!.
Mientras decía esto, pasó por allí un carro tirado por un caballo, con dos soldados de la Luftwaffe.
-Ahí tiene uste a dos soldados fugitivos (dijo Heinrici a Keitel). ¿Por qué no nos enseña lo que debemos hacer?
Keitel echaba chispas. Masculló algo cerca de los dos soldados y de llevarlos ante un tribunal marcial, y se dirigió solemnemente a su automóvil. Al pasar por delante de Manteuffel, le advirtió:
- Responderá usted ante la historia por sus actos (y dicho esto, se retiró).
Heinrici tardó tres horas en llegar de nuevo a su cuartel general, que normalmente quedaría a 20 minutos de camino. Las carreteras estaban llenas de soldados que se retiraban y de refugiados de la población civil. Cuando por fin llegó, se encontró con un cable del almirante al mando del puerto de Swinemunde, en el Oder, anunciándole que la plaza había perdido su importancia para la Marina, y que por tanto podía ser abandonada. heinrici sabía que había allí una guarnición de 15.000 reclutas casi desarmados, y que los rusos cercarían la ciudad en el término de horas. Quiso hablar al mariscal Keitel sin pérdida de tiempo, pero no logró comunicarse con él hasta después de medianoche.
- Soy responsable de esos 15.000 reclutas indefensos (le dijo al jefe de estado mayor de Hitler) Tienen que salir de allí antes de que sea demasiado tarde.
Este fué el fin de Heinrici, Keitel replicó agriamente.
-Su dber no es sentirse responsable, sino cumplir las órdenes. Si no lo entiende usted bien, lo someteré a la ley marcial por desobediencia ante el enemigo.
Al oír la expresión "ley marcial", heinrici estalló:
-En ese caso, Herr Feldmarschall, presento mi renuncia. Sírvase usted buscar otra persona que cumpla sus órdenes.
Colgó de golpe el teléfono y, volviéndose a su ayudante el capitán Heinrich von Bila, le dijo:
-Ahora Bila, tráigame una botella de champaña.
A primera hora de la mañana siguiente, en su puesto de mando, Heinrici recibió órdenes de comparecer ante el cuartel de Plon. Mientras se preparaba para salir, se le acercó el joven capitán Hellmuth Lang para decirle:
- Mi general, le suplico que no tenga mucha prisa en llegar a Plon.
-¿Por que me lo dice?
-Hace años (explicó) yo solía marchar detrás de la banda del regimiento en Schwabisch-Gmund. había en el mismo regimiento un capitán que llegué a conocer bien: era Rommel. No quisiera que mi general corra la misma suerte que el mariscal de campo Rommel.
-Pero...¿que quiere decirme?...Rommel murió de sus heridas.
-No, señor...lo obligaron a suicidarse (dijo el capitán).
heinrici se quedó mirándolo y le preguntó secamente:
-¿Cómo puede saber eso?
-Yo fuí ayudante de Rommel...le suplico, mi general, que vaya a Plon lo más despacio que pueda. Si lo hace así, quizá la guerra ya haya terminado cuando llegue allá. esa advertencia iba a salvar la vida de Heinrici. este, tendiéndole la mano ceremoniosamente, le dijo:
-Gracias.
Después de despedirse de sus subalternos, el general subió al automóvil. Al comenzar el viaje a Plon se inclinó hacia el chofer y, tocándole el hombro, le advirtió: "No tenemos mucha prisa".
Continúa...
Próximo capítulo; Cerrando el cerco
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
Cerrando el cerco
Los rusos pululaban ya en todas partes. Iba cayendo en su poder un sector tras otro a medida que obligaban a retroceder a las débiles defensas de la ciudad. Desbarataban los obstáculos callejeros como si fuesen palillos de fósforos. Los tanques rusos avanzaban de prisa y volaban los edificios para no tener que mandar soldados a sacar a los defensores. Demolían algunos obstáculos, comotranvías y carretas llenas de piedras, con cañonazos a quemarropa. para contener el avance ruso, los alemanes habían volado 120 de los 248 puentes de la ciudad.
Pero el 28 de Abril los rusos se habían aproximado al centro de la ciudad. El Parque Zoológico era ya un vasto yermo, y la matanza entre los animales había sido horrible. Los pájaros volaban en todas direcciones cada vez que estallaba una granada. Hubo que matar a los leones. Rosa, la hipopótamo, murió en su charca por la explosión de una granada. Schwarz, el guardián de las aves, estaba desesperado porque Abú markub, la rara cigueña que guardaba en su cuarto de baño, había desaparecido. ya le habían ordenado al director del Zoológico, Lutz Heck, que matara al mandril; la jaula estaba averiada y había peligro de que escapara.
heck, escopeta en mano, se había aproximado a las jaulas de los simios. El mandril, viejo amigo suyo, estaba acurrucado cerca de los barrotes. Heck alzó el arma, poniéndole el cañón cerca de la cabeza. El animal lo empujó a un lado. heck, flaqueando, levantó el arma nuevamente. Otra vez el mono apartó el cañon. Ya conmovido y haciendo un gran esfuerzo, heck ensayó de nuevo. El mandril clavó en él sus ojos inexpresivos. heck apretó el gatillo.
Continúa...
Próximo capítulo; Derechos del vencedor (faltan 4 capítulos para el final )
Gracias por estar
Los rusos pululaban ya en todas partes. Iba cayendo en su poder un sector tras otro a medida que obligaban a retroceder a las débiles defensas de la ciudad. Desbarataban los obstáculos callejeros como si fuesen palillos de fósforos. Los tanques rusos avanzaban de prisa y volaban los edificios para no tener que mandar soldados a sacar a los defensores. Demolían algunos obstáculos, comotranvías y carretas llenas de piedras, con cañonazos a quemarropa. para contener el avance ruso, los alemanes habían volado 120 de los 248 puentes de la ciudad.
Pero el 28 de Abril los rusos se habían aproximado al centro de la ciudad. El Parque Zoológico era ya un vasto yermo, y la matanza entre los animales había sido horrible. Los pájaros volaban en todas direcciones cada vez que estallaba una granada. Hubo que matar a los leones. Rosa, la hipopótamo, murió en su charca por la explosión de una granada. Schwarz, el guardián de las aves, estaba desesperado porque Abú markub, la rara cigueña que guardaba en su cuarto de baño, había desaparecido. ya le habían ordenado al director del Zoológico, Lutz Heck, que matara al mandril; la jaula estaba averiada y había peligro de que escapara.
heck, escopeta en mano, se había aproximado a las jaulas de los simios. El mandril, viejo amigo suyo, estaba acurrucado cerca de los barrotes. Heck alzó el arma, poniéndole el cañón cerca de la cabeza. El animal lo empujó a un lado. heck, flaqueando, levantó el arma nuevamente. Otra vez el mono apartó el cañon. Ya conmovido y haciendo un gran esfuerzo, heck ensayó de nuevo. El mandril clavó en él sus ojos inexpresivos. heck apretó el gatillo.
Continúa...
Próximo capítulo; Derechos del vencedor (faltan 4 capítulos para el final )
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
Derechos del vencedor
Los rusos se habían vuelto locos. Alexander Korab vio a varios centenares de soldados ebrios invadir la sección de vestuario de un estudio cinematográfico. Aparecieron en las calles "con toda clase de vestimentas fantásticas, desde jubones españoles hasta faldas de miriñaque. Bailaban en las calles al son de acordeones y disparaban sus armas al aire... todo mientras aún se estaba riñendo la batalla".
Parecía que muchos millares de soldados del Ejército Rojo jamás habían estado antes en una gran ciudad. Destornillaban las bombillas eléctricas, y las empacaban cuidadosamente para llevárselas a casa, en la creencia de que contenían luz y podían funcionar en cualquier parte. Por la misma razón arrancaban de las paredes los grifos de agua. Para muchos soldados los cuartos de baño eran un misterio: a veces usaban los excusados para lavar y pelar patatas, pero no entendían para que servían las tinas de baño. Arrojaron miles de ellas por las ventanas.
Mientras continuaba la batalla, se producía en la retaguardia otra ecatombe; las hordas rusas que venían detrás de los soldados de primera línea exigían los derechos del conquistador: las mujeres de los vencidos.
Frieda B.* dormía en un sótano con sus padres, sus hijas gemelas de seis años y su hijo de siete meses. Cuatro soldados rusos rompieron la puerta con las culatas de sus fusiles. Amenazándolos con sus armas, obligaron a los padres de Frieda y a sus niños a pasar a un cuarto más pequeño del sótano; luego la violaron los cuatro, uno tras otro.
A eso de las seis de la madrugada siguiente la desdichada Frieda estaba amamantando a su hijo cuando se presentaron dos soldados más. Uno de ellos le quitó la criatura y la colocó en el cochecito. Luego ambos la violaron. Cuando se fueron, Frieda tomó todas la s mantas que pudo encontrar, alzó al chiquitín, llamó a las niñas y corrieron a los jardines de una casa de la vecindad que quedaba enfrente de la suya. Allí encontró una tina de baño arrojada desde alguna de las casas. Volviéndola al revés, se escondió debajo con sus hijitos.
En Wilmerdorf, a María H., a su hermana menor Heidi y a la madre de ellas, que en un principio habían recibido una impresión favorable del Ejército Rojo, las dejaron en paz durante algún tiempo. Pero cierta noche sacaron a Heidi de la cama que compartía con su madre. La llevaron a un apartamento del piso alto, donde la ultrajó brutalmente un oficial soviético. Este, al terminar, le decía acariciándole la cabellera: "Buena alemana".
Poco después otro militar forzó a María. Entró con una pistola en cada mano. "Me quedé pensando con cuál de las dos iba a matarme, si con la izquierda o con la derecha", cuenta hoy María. por el frío que hacía en aquel sótano vestía varios suéteres, y pantalones de esquiar. El militar saltó encima de ella y comenzó a arrancarle la ropa. Luego, turbado, preguntó: "¿Es usted soladado alemán?". A María no le causó extrañeza que la confundiera. "Estaba tan flaca", dice "que casi no parecía mujer. Pero el ruso no tardó en descubrir la verdad. La violó, y al salir le dijo: "Esto fué lo que hicieron los alemanes en Rusia".
Mientras los rusos violaban y saqueaban, en todas partes se registraban suicidios. Solamente en el distrito de Pankow hubo 215 en el espacio de tres semanas, en su mayoría mujeres. Dos jesuitas de Charlottenburgo pudieron comprobar hasta que extremo había llegado el pánico de las mujeres, al ver sacar del río Havel los cadáveres de una madre y sus dos hijos. La mujer había saltado al agua después de atarse a los brazos dos sacos llenos de ladrillos y asiendo en cada brazo a uno de sus niños.
Margarete Promeist estaba a cargo de un refugio antiaéreo. Cuenta que "durante dos días y dos noches" los rusos llegaban "en una oleada tras otra al refugio, saqueando y violando. Mataban a las mujeres que se les negaban. A otras las mataban de todas maneras. Tan solo en un aposento encontró los cadáveres de seis o siete mujeres, todas acostadas en la postura en que habían abusado de ellas, y con las cabezas destrozadas a golpes".
La Haus Dahlem fue abatida por la brutalidad rusa. Un soldado trató de violar a Lena, la cocinera ucraniana. Cuando intervino la madre superiora Cunigundis, el ruso se enfureció tanto que le disparó su revólver. Afortunadamente estaba muy borracho y erró el tiro. Otros soldados irrumpieron en la sala de maternidad y, a pesar de todo lo que las hermanas trataron de hacer para impedirlo, violaron repetidas veces a las mujeres embarazadas y a las que acababan de dar a luz. "Los gritos de desesperación se oían día y noche", informó una de las monjas. Entre las víctimas del estupro se contaban mujeres de 70 años y niñas de 10 y 12 años.
La madre superiora era impotente para evitar los ataques. Pero convocó a las religiosas y a las otras mujeres que había en el edificio, para repetirles las palabras del padre Happich: "Debéis recordar que, si os ultrajan el cuerpo y no lo deseáis, habréis ganado la corona de mártires". Luego la madre añadió: "También hay algo más: debemos encomendarnos a Nuestro Señor Jesucristo. No tengáis miedo". Era el único consuelo que podía ofrecerles.
*En esta sección los nombres son ficticios para proteger a las víctimas.
Continúa...
Próximo capítulo; "El Fuhrer ha muerto"
Gracias por estar
Los rusos se habían vuelto locos. Alexander Korab vio a varios centenares de soldados ebrios invadir la sección de vestuario de un estudio cinematográfico. Aparecieron en las calles "con toda clase de vestimentas fantásticas, desde jubones españoles hasta faldas de miriñaque. Bailaban en las calles al son de acordeones y disparaban sus armas al aire... todo mientras aún se estaba riñendo la batalla".
Parecía que muchos millares de soldados del Ejército Rojo jamás habían estado antes en una gran ciudad. Destornillaban las bombillas eléctricas, y las empacaban cuidadosamente para llevárselas a casa, en la creencia de que contenían luz y podían funcionar en cualquier parte. Por la misma razón arrancaban de las paredes los grifos de agua. Para muchos soldados los cuartos de baño eran un misterio: a veces usaban los excusados para lavar y pelar patatas, pero no entendían para que servían las tinas de baño. Arrojaron miles de ellas por las ventanas.
Mientras continuaba la batalla, se producía en la retaguardia otra ecatombe; las hordas rusas que venían detrás de los soldados de primera línea exigían los derechos del conquistador: las mujeres de los vencidos.
Frieda B.* dormía en un sótano con sus padres, sus hijas gemelas de seis años y su hijo de siete meses. Cuatro soldados rusos rompieron la puerta con las culatas de sus fusiles. Amenazándolos con sus armas, obligaron a los padres de Frieda y a sus niños a pasar a un cuarto más pequeño del sótano; luego la violaron los cuatro, uno tras otro.
A eso de las seis de la madrugada siguiente la desdichada Frieda estaba amamantando a su hijo cuando se presentaron dos soldados más. Uno de ellos le quitó la criatura y la colocó en el cochecito. Luego ambos la violaron. Cuando se fueron, Frieda tomó todas la s mantas que pudo encontrar, alzó al chiquitín, llamó a las niñas y corrieron a los jardines de una casa de la vecindad que quedaba enfrente de la suya. Allí encontró una tina de baño arrojada desde alguna de las casas. Volviéndola al revés, se escondió debajo con sus hijitos.
En Wilmerdorf, a María H., a su hermana menor Heidi y a la madre de ellas, que en un principio habían recibido una impresión favorable del Ejército Rojo, las dejaron en paz durante algún tiempo. Pero cierta noche sacaron a Heidi de la cama que compartía con su madre. La llevaron a un apartamento del piso alto, donde la ultrajó brutalmente un oficial soviético. Este, al terminar, le decía acariciándole la cabellera: "Buena alemana".
Poco después otro militar forzó a María. Entró con una pistola en cada mano. "Me quedé pensando con cuál de las dos iba a matarme, si con la izquierda o con la derecha", cuenta hoy María. por el frío que hacía en aquel sótano vestía varios suéteres, y pantalones de esquiar. El militar saltó encima de ella y comenzó a arrancarle la ropa. Luego, turbado, preguntó: "¿Es usted soladado alemán?". A María no le causó extrañeza que la confundiera. "Estaba tan flaca", dice "que casi no parecía mujer. Pero el ruso no tardó en descubrir la verdad. La violó, y al salir le dijo: "Esto fué lo que hicieron los alemanes en Rusia".
Mientras los rusos violaban y saqueaban, en todas partes se registraban suicidios. Solamente en el distrito de Pankow hubo 215 en el espacio de tres semanas, en su mayoría mujeres. Dos jesuitas de Charlottenburgo pudieron comprobar hasta que extremo había llegado el pánico de las mujeres, al ver sacar del río Havel los cadáveres de una madre y sus dos hijos. La mujer había saltado al agua después de atarse a los brazos dos sacos llenos de ladrillos y asiendo en cada brazo a uno de sus niños.
Margarete Promeist estaba a cargo de un refugio antiaéreo. Cuenta que "durante dos días y dos noches" los rusos llegaban "en una oleada tras otra al refugio, saqueando y violando. Mataban a las mujeres que se les negaban. A otras las mataban de todas maneras. Tan solo en un aposento encontró los cadáveres de seis o siete mujeres, todas acostadas en la postura en que habían abusado de ellas, y con las cabezas destrozadas a golpes".
La Haus Dahlem fue abatida por la brutalidad rusa. Un soldado trató de violar a Lena, la cocinera ucraniana. Cuando intervino la madre superiora Cunigundis, el ruso se enfureció tanto que le disparó su revólver. Afortunadamente estaba muy borracho y erró el tiro. Otros soldados irrumpieron en la sala de maternidad y, a pesar de todo lo que las hermanas trataron de hacer para impedirlo, violaron repetidas veces a las mujeres embarazadas y a las que acababan de dar a luz. "Los gritos de desesperación se oían día y noche", informó una de las monjas. Entre las víctimas del estupro se contaban mujeres de 70 años y niñas de 10 y 12 años.
La madre superiora era impotente para evitar los ataques. Pero convocó a las religiosas y a las otras mujeres que había en el edificio, para repetirles las palabras del padre Happich: "Debéis recordar que, si os ultrajan el cuerpo y no lo deseáis, habréis ganado la corona de mártires". Luego la madre añadió: "También hay algo más: debemos encomendarnos a Nuestro Señor Jesucristo. No tengáis miedo". Era el único consuelo que podía ofrecerles.
*En esta sección los nombres son ficticios para proteger a las víctimas.
Continúa...
Próximo capítulo; "El Fuhrer ha muerto"
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
"El Fuhrer ha muerto"
La vida en el Fuhrerbunker se convirtió en una existencia sin objeto y tomó un cariz de fantasía o de sueño. Los que se habían quedado, relataba Gertrud Junge, una de las secretarias de Hitler, "esperaban de un momento a otro que se tomara alguna decisión, pero nada sucedía. Los mapas estaban extendidos sobre las mesas; todas las puertas quedaban abiertas; ya nadie podía dormir. Nadie sabía que día ni qué hora era. Hitler no podía soportar quedarse solo; andaba continuamente de un lado a otro por las habitaciones y hablaba con todos los que habían permanecido allí. Nadie al parecer, abrigaba ya la menor duda de que Hitler pensaba suicidarse; y él mismo hablaba de ello con frecuencia. También todos parecían saber que Magda y Joseph Goebbels se proponían quitarse la vida... y quitársela a sus seis hijos. los únicos que parecían ignorarlo eran los niños. jugaban y le cantaban canciones "al tío Adolf", y le contaron a Erwin Jakubek, camarero del fortín, que iban a salir de Berlín en un largo viaje aéreo. Helga, la mayor dijo: "Nos van a poner una inyección para evitar el mareo".
Eva Braun, concubina de Hitler, tenía pensado envenenarse. Mostraba una cápsula de cianuro y decía: "Es tan sencillo...basta morder esto, y todo se acaba". Pero el Dr. Ludwing Stumpfegger, uno de los médicos de Hitler, le preguntó: "¿Cómo sabe usted que eso contiene veneno?" Eso los dejó atónitos a todos. Inmediatamente ensayaron una de las cápsulas con Blondi, el perro de Hitler. El animal murió en el acto.
Según parece, Hitler comprendía que se aproximaba el fin. Al amanecer del día 30 había dictado su testamento personal, en el que dejaba las riendas del gobierno al almirante Doenitz, como presidente, y a Joseph Goebbels como canciller. Entonces se casó con Eva Braun. Después de la ceremonia los recién casados se sentaron durante una hora con Joseph y Magda Goebbels y un grupo de oficiales. Gertrud Junge se quedó apenas lo suficiente "para expresar sus parabienes a los desposados". Cuenta que Hitler hablaba del ocaso del Nacionalsocialismo y dijo: "Para mí la muerte significa solo el fin de las preocupaciones y de una vida muy difícil. Me han engañado mis mejores amigos y he sido traicionado".
Al día siguiente cuando los tanques rusos estaban apenas a 800 metros de distancia, Hitler resolvió que había llegado el momento. Comió en compañía de sus dos secretarias y de su cocinero vegetariano (el camarero Erwin Jakubek recuerda que aquel último almuerzo fue de espaguetis con una salsa ligera). Hitler se despidió después de comer. A Grtrud Junge le dijo: "Esto ha ido ya muy lejos y está terminando. Adiós". Entonces se retiró con Eva a sus aposentos.
El coronel Otto Gunsche ocupó su puesto ante la puerta de la antesala que daba al apartamento del Fuhrer. Mientras esperaba hubo un momento de calma en el drama. De repente se le acercó corriendo Magda Goebbels, casi enloquecida, pidió ver a Hitler. Gunsche tocó a la puerta y relata así el episodio: "Hitler estaba de pie en su biblioteca. Se molestó mucho conmigo por interrumpirlo. le pregunté si deseaba ver a Frau Goebbels.
"-No, no quiero hablarle ya (me dijo, y me retiré). A los cinco minutos oí un disparo. Bormann fue el primero en entrar. luego seguí tras Linge, el criado. Hitler se hallaba sentado en una silla. A Eva la encontraron tendida en un diván. la cara del Fuhrer estaba cubierta de sangre. En el aposento había un fuerte olor a cianuro. Bormann no dijo nada, pero yo me dirigí inmediatamente al salón de conferencias, donde estaban sentados Goebbels y los demás, y les anuncié:
El Fuhrer ha muerto".*
Poco tiempo después envolvieron los dos cadáveres en mantas y los colocaron en una depresión poco profunda frente a la salida del fortín. Les vertieron gasolina encima y les prendieron fuego. Erich Kempka, chofer del Fuhrer, recuerda que aun entonces "la presencia de Hitler los perseguía". Los respiraderos de aire del fortín chuparon el olor de la cremación de los cadáveres y lo llevaron a las habitaciones. "No podíamos escaparnos de él...olía a tocino quemado", recuerda Kempka.
*Otto Gunshce, última persona que vió a Hitler vivo, fue prisionero de los rusos hasta 1956. Esta es la primera vez que ha hecho el relato completo de las últimas horas del Fuhrer.
Continúa...
Próximo capítulo; La rendición
Gracias por estar
La vida en el Fuhrerbunker se convirtió en una existencia sin objeto y tomó un cariz de fantasía o de sueño. Los que se habían quedado, relataba Gertrud Junge, una de las secretarias de Hitler, "esperaban de un momento a otro que se tomara alguna decisión, pero nada sucedía. Los mapas estaban extendidos sobre las mesas; todas las puertas quedaban abiertas; ya nadie podía dormir. Nadie sabía que día ni qué hora era. Hitler no podía soportar quedarse solo; andaba continuamente de un lado a otro por las habitaciones y hablaba con todos los que habían permanecido allí. Nadie al parecer, abrigaba ya la menor duda de que Hitler pensaba suicidarse; y él mismo hablaba de ello con frecuencia. También todos parecían saber que Magda y Joseph Goebbels se proponían quitarse la vida... y quitársela a sus seis hijos. los únicos que parecían ignorarlo eran los niños. jugaban y le cantaban canciones "al tío Adolf", y le contaron a Erwin Jakubek, camarero del fortín, que iban a salir de Berlín en un largo viaje aéreo. Helga, la mayor dijo: "Nos van a poner una inyección para evitar el mareo".
Eva Braun, concubina de Hitler, tenía pensado envenenarse. Mostraba una cápsula de cianuro y decía: "Es tan sencillo...basta morder esto, y todo se acaba". Pero el Dr. Ludwing Stumpfegger, uno de los médicos de Hitler, le preguntó: "¿Cómo sabe usted que eso contiene veneno?" Eso los dejó atónitos a todos. Inmediatamente ensayaron una de las cápsulas con Blondi, el perro de Hitler. El animal murió en el acto.
Según parece, Hitler comprendía que se aproximaba el fin. Al amanecer del día 30 había dictado su testamento personal, en el que dejaba las riendas del gobierno al almirante Doenitz, como presidente, y a Joseph Goebbels como canciller. Entonces se casó con Eva Braun. Después de la ceremonia los recién casados se sentaron durante una hora con Joseph y Magda Goebbels y un grupo de oficiales. Gertrud Junge se quedó apenas lo suficiente "para expresar sus parabienes a los desposados". Cuenta que Hitler hablaba del ocaso del Nacionalsocialismo y dijo: "Para mí la muerte significa solo el fin de las preocupaciones y de una vida muy difícil. Me han engañado mis mejores amigos y he sido traicionado".
Al día siguiente cuando los tanques rusos estaban apenas a 800 metros de distancia, Hitler resolvió que había llegado el momento. Comió en compañía de sus dos secretarias y de su cocinero vegetariano (el camarero Erwin Jakubek recuerda que aquel último almuerzo fue de espaguetis con una salsa ligera). Hitler se despidió después de comer. A Grtrud Junge le dijo: "Esto ha ido ya muy lejos y está terminando. Adiós". Entonces se retiró con Eva a sus aposentos.
El coronel Otto Gunsche ocupó su puesto ante la puerta de la antesala que daba al apartamento del Fuhrer. Mientras esperaba hubo un momento de calma en el drama. De repente se le acercó corriendo Magda Goebbels, casi enloquecida, pidió ver a Hitler. Gunsche tocó a la puerta y relata así el episodio: "Hitler estaba de pie en su biblioteca. Se molestó mucho conmigo por interrumpirlo. le pregunté si deseaba ver a Frau Goebbels.
"-No, no quiero hablarle ya (me dijo, y me retiré). A los cinco minutos oí un disparo. Bormann fue el primero en entrar. luego seguí tras Linge, el criado. Hitler se hallaba sentado en una silla. A Eva la encontraron tendida en un diván. la cara del Fuhrer estaba cubierta de sangre. En el aposento había un fuerte olor a cianuro. Bormann no dijo nada, pero yo me dirigí inmediatamente al salón de conferencias, donde estaban sentados Goebbels y los demás, y les anuncié:
El Fuhrer ha muerto".*
Poco tiempo después envolvieron los dos cadáveres en mantas y los colocaron en una depresión poco profunda frente a la salida del fortín. Les vertieron gasolina encima y les prendieron fuego. Erich Kempka, chofer del Fuhrer, recuerda que aun entonces "la presencia de Hitler los perseguía". Los respiraderos de aire del fortín chuparon el olor de la cremación de los cadáveres y lo llevaron a las habitaciones. "No podíamos escaparnos de él...olía a tocino quemado", recuerda Kempka.
*Otto Gunshce, última persona que vió a Hitler vivo, fue prisionero de los rusos hasta 1956. Esta es la primera vez que ha hecho el relato completo de las últimas horas del Fuhrer.
Continúa...
Próximo capítulo; La rendición
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
La rendición
Ya por entonces Berlín se había convertido en un holocausto. Los defensores habían sido obligados a retroceder hasta el corazón mismo de la urbe. se combatía en toda la zona del Tiergarten y en el Parque Zoológico. La artillería rusa estaba bombardeando la capital desde el eje oriente-occidente, y dentro del Reichstag se reñía una fiera batalla.
El general Karl Weidling, recién nombrado comandante de la ciudad, no veía otro recurso posible que el de entregarse, y poco antes de la una de la madrugada del 2 de Mayo la División de Fusileros del 79 de Guardias del Ejército Rojo captó el siguiente parte radiotelefónico:
"¡Aló, aló!", decía la voz, "¡aquí el Cuerpo Panzer 56. Pedimos alto el fuego. A las 12:50 hora de berlín enviaremos parlamentarios al puente de Potsdam. Señal de reconocimiento: bandera blanca. Esperamos respuesta".
Al recibo del parte el general Chikov ordenó inmediatamente el cese del fuego. Más tarde, esa misma mañana, los altavoces anunciaban por toda la ciudad la terminación de las hostilidades. Aunque continuarían los disparos esporádicos durante varios días, la batalla de Berlín había concluído oficialmente, y los ciudadanos que esa mañana se aventuraron a salir a la Konigsplatz vieron la bandera roja ondear sobre el Reichstag.
Aunque los rusos sabían que el Fuhrerbunker estaba situado bajo la Cancillería, tardaron varias horas en localizarlo. Al llegar, entre los primeros cadáveres que hallaron estaban el del general Wilhelm Burgdorf, ayudante de Hitler, y el del general Krebs. Encontraron a los dos oficiales en el corredor-salón, sentados ante una larga mesa cubierta de botellas y copas en desorden. Los dos se habían suicidado con sendos disparos. El mayor Boris Polevoi, con uno de los primeros pelotones de reconocimiento, halló los cadáveres de la familia Goebbels.
Un grupo especial de peritos encontró casi inmediatamente el cadáver de Hitler, sepultado bajo una capa no muy densa de tierra. El historiador ruso general B.S. Telpuchovkii estaba seguro de que se trataba del Fuhrer. "El cuerpom estaba muy quemado", ha dicho, "pero la cabeza no se había quemado, aunque estaba destruída por un balazo. La dentadura se le había salído y se halló al lado de la cabeza".
Comenzaron entonces a surgir algunas dudas. Se descubrieron dos cadáveres más con fisonomías parecidas a la de Hitler. Cuando se pidió a ciertos funcionarios que los identificaran, no pudieron o no quisieron hacerlo. pocos días más tarde el coronel Vasili Sokolovskii ordenó que se hiciese una comprobación de la dentadura de cada cadáver. Detuvieron a Kathe Heusermann y a Fritz Echtmann, los técnicos que habían trabajado con Blaschke, el odontólogo de Hitler. Le mostraron a Kathe la mandíbula inferior de Hitler y sus puentes dentales; ella los reconoció en el acto. Era fácil identificar el trabajo que Blashke y ella misma habían hecho apenas unos meses atrás. Según parece, gracias a ese reconocimiento Kathe iba a pasar los 11 años siguientes en una prisión de la Unión Soviética, y la mayor parte del tiempo incomunicada.
¿Que fué de los restos mortales de Hitler? Los rusos afirman que los quemaron en las afueras de Berlín, pero no han señalado el lugar. Dicen que jamás se halló el cadáver de Eva Braun, que debió de ser consumido totalmente por el fuego, o que cualesquiera restos identificables debieron de quedar destruidos o dispersos por el intenso bombardeo de los edificios de gobierno.*
*La primera confirmación rusa de la muerte de Hitler se la hizo al autor y al profesor John Erickson, de la Universidad de Manchester (Inglaterra), el mariscal Vasili Sokolovskii el 17 de Abril de 1963, casi 18 años después de aquel acontecimiento.
Capítulo final; Todo ha terminado.
El último parte que expidió a su personal el director de la agencia semioficial alemana de noticias, la Trans-Ocean, estaba en francés y decía así: "Save qui peut"... (sálvese quien pueda).
En todas partes los berlineses siguieron ese consejo. En cochecitos de niño, en automóviles, en carros a tracción animal, en omnibuses, a caballo, y millares de personas a pie, se encontraban como en un embudo que salía de Berlín por los puentes que daban hacia Spandau. Hacía horas que se estaba llevando a cabo el enorme éxodo. La capitulación bien había podido firmarse, pero todavía seguían los diparos, y la gente de Berlín solo deseaba escapar.
Una y otra vez habían caído granadas entre las grandes multitudes que atestaban los caminos que conducían a los puentes. Hildegard Panzer, que huía con sus dos hijos, Wolfgang de 9 años y Helga de 5, perdió a los niños en aquel hacinamiento y nunca más volvió a verlos. En total se calcula que los muertos y heridos a causa de aquella alocada fuga sumaron 20.000 personas.
Las granadas cesaron y los refugiados dejaron atrás el ruido del cañoneo. Anduvieron un trecho más para estar seguros, y luego se dejaron caer al suelo. Hombres, mujeres y niños dormían donde habían caído: en los campos, en zanjas, en casas vacías, en vehículos abandonados, al lado de los caminos, sobre la carretera misma. Ya estaban a salvo. Había terminado la última batalla.
"¡Abú, Abú!" Heinrich Schwarz andaba entre la ruina total del Parque Zoológico. pensaba que nada había quedado. Por todas partes se encontraban escombros y animales muertos. Se acercó a la laguna repitiendo."¡Abú, Abú!"
Oyó un aleteo. En la orilla de la laguna vacía divisó a la cigueña descansando sobre una pata y mirándolo. Schwarz atravesó la laguna y tomó al ave en sus brazos. "Ya todo ha terminado, Abú" le dijo; "todo ha terminado".
El 4 de Mayo Ilse Antz salió a la luz del día, por primera vez desde el 24 de Abril. había una extraña tranquilidad en las calles de Berlín. Lo recuerda así: "Al principio, por el largo encierro, veía solo redondeles negros. Pero después de acostumbrarme a la claridad comencé a observar: el sol brillaba; había llegado la primavera; los árboles estaban retoñando; la atmósfera tibia. Aun en aquella ciudad torturada y moribunda la naturaleza hacía renacer la vida. Hasta ese momento nada me había conmovido; fuí inmune a cualquier emoción. Pero al mirar el parque, a donde había llegado la primavera, no pude contenerme ya más. Por primera vez desde que todo aquello comenzó...rompí a llorar".
Fin
Espero sea de su agrado esta obra magistral que nos trae mediante testimonios lo vivido durante los últimos días de Berlin en la Segunda Guerra Mundial.
Gracias por estar
Ya por entonces Berlín se había convertido en un holocausto. Los defensores habían sido obligados a retroceder hasta el corazón mismo de la urbe. se combatía en toda la zona del Tiergarten y en el Parque Zoológico. La artillería rusa estaba bombardeando la capital desde el eje oriente-occidente, y dentro del Reichstag se reñía una fiera batalla.
El general Karl Weidling, recién nombrado comandante de la ciudad, no veía otro recurso posible que el de entregarse, y poco antes de la una de la madrugada del 2 de Mayo la División de Fusileros del 79 de Guardias del Ejército Rojo captó el siguiente parte radiotelefónico:
"¡Aló, aló!", decía la voz, "¡aquí el Cuerpo Panzer 56. Pedimos alto el fuego. A las 12:50 hora de berlín enviaremos parlamentarios al puente de Potsdam. Señal de reconocimiento: bandera blanca. Esperamos respuesta".
Al recibo del parte el general Chikov ordenó inmediatamente el cese del fuego. Más tarde, esa misma mañana, los altavoces anunciaban por toda la ciudad la terminación de las hostilidades. Aunque continuarían los disparos esporádicos durante varios días, la batalla de Berlín había concluído oficialmente, y los ciudadanos que esa mañana se aventuraron a salir a la Konigsplatz vieron la bandera roja ondear sobre el Reichstag.
Aunque los rusos sabían que el Fuhrerbunker estaba situado bajo la Cancillería, tardaron varias horas en localizarlo. Al llegar, entre los primeros cadáveres que hallaron estaban el del general Wilhelm Burgdorf, ayudante de Hitler, y el del general Krebs. Encontraron a los dos oficiales en el corredor-salón, sentados ante una larga mesa cubierta de botellas y copas en desorden. Los dos se habían suicidado con sendos disparos. El mayor Boris Polevoi, con uno de los primeros pelotones de reconocimiento, halló los cadáveres de la familia Goebbels.
Un grupo especial de peritos encontró casi inmediatamente el cadáver de Hitler, sepultado bajo una capa no muy densa de tierra. El historiador ruso general B.S. Telpuchovkii estaba seguro de que se trataba del Fuhrer. "El cuerpom estaba muy quemado", ha dicho, "pero la cabeza no se había quemado, aunque estaba destruída por un balazo. La dentadura se le había salído y se halló al lado de la cabeza".
Comenzaron entonces a surgir algunas dudas. Se descubrieron dos cadáveres más con fisonomías parecidas a la de Hitler. Cuando se pidió a ciertos funcionarios que los identificaran, no pudieron o no quisieron hacerlo. pocos días más tarde el coronel Vasili Sokolovskii ordenó que se hiciese una comprobación de la dentadura de cada cadáver. Detuvieron a Kathe Heusermann y a Fritz Echtmann, los técnicos que habían trabajado con Blaschke, el odontólogo de Hitler. Le mostraron a Kathe la mandíbula inferior de Hitler y sus puentes dentales; ella los reconoció en el acto. Era fácil identificar el trabajo que Blashke y ella misma habían hecho apenas unos meses atrás. Según parece, gracias a ese reconocimiento Kathe iba a pasar los 11 años siguientes en una prisión de la Unión Soviética, y la mayor parte del tiempo incomunicada.
¿Que fué de los restos mortales de Hitler? Los rusos afirman que los quemaron en las afueras de Berlín, pero no han señalado el lugar. Dicen que jamás se halló el cadáver de Eva Braun, que debió de ser consumido totalmente por el fuego, o que cualesquiera restos identificables debieron de quedar destruidos o dispersos por el intenso bombardeo de los edificios de gobierno.*
*La primera confirmación rusa de la muerte de Hitler se la hizo al autor y al profesor John Erickson, de la Universidad de Manchester (Inglaterra), el mariscal Vasili Sokolovskii el 17 de Abril de 1963, casi 18 años después de aquel acontecimiento.
Capítulo final; Todo ha terminado.
El último parte que expidió a su personal el director de la agencia semioficial alemana de noticias, la Trans-Ocean, estaba en francés y decía así: "Save qui peut"... (sálvese quien pueda).
En todas partes los berlineses siguieron ese consejo. En cochecitos de niño, en automóviles, en carros a tracción animal, en omnibuses, a caballo, y millares de personas a pie, se encontraban como en un embudo que salía de Berlín por los puentes que daban hacia Spandau. Hacía horas que se estaba llevando a cabo el enorme éxodo. La capitulación bien había podido firmarse, pero todavía seguían los diparos, y la gente de Berlín solo deseaba escapar.
Una y otra vez habían caído granadas entre las grandes multitudes que atestaban los caminos que conducían a los puentes. Hildegard Panzer, que huía con sus dos hijos, Wolfgang de 9 años y Helga de 5, perdió a los niños en aquel hacinamiento y nunca más volvió a verlos. En total se calcula que los muertos y heridos a causa de aquella alocada fuga sumaron 20.000 personas.
Las granadas cesaron y los refugiados dejaron atrás el ruido del cañoneo. Anduvieron un trecho más para estar seguros, y luego se dejaron caer al suelo. Hombres, mujeres y niños dormían donde habían caído: en los campos, en zanjas, en casas vacías, en vehículos abandonados, al lado de los caminos, sobre la carretera misma. Ya estaban a salvo. Había terminado la última batalla.
"¡Abú, Abú!" Heinrich Schwarz andaba entre la ruina total del Parque Zoológico. pensaba que nada había quedado. Por todas partes se encontraban escombros y animales muertos. Se acercó a la laguna repitiendo."¡Abú, Abú!"
Oyó un aleteo. En la orilla de la laguna vacía divisó a la cigueña descansando sobre una pata y mirándolo. Schwarz atravesó la laguna y tomó al ave en sus brazos. "Ya todo ha terminado, Abú" le dijo; "todo ha terminado".
El 4 de Mayo Ilse Antz salió a la luz del día, por primera vez desde el 24 de Abril. había una extraña tranquilidad en las calles de Berlín. Lo recuerda así: "Al principio, por el largo encierro, veía solo redondeles negros. Pero después de acostumbrarme a la claridad comencé a observar: el sol brillaba; había llegado la primavera; los árboles estaban retoñando; la atmósfera tibia. Aun en aquella ciudad torturada y moribunda la naturaleza hacía renacer la vida. Hasta ese momento nada me había conmovido; fuí inmune a cualquier emoción. Pero al mirar el parque, a donde había llegado la primavera, no pude contenerme ya más. Por primera vez desde que todo aquello comenzó...rompí a llorar".
Fin
Espero sea de su agrado esta obra magistral que nos trae mediante testimonios lo vivido durante los últimos días de Berlin en la Segunda Guerra Mundial.
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger
Ernst Jünger
- ESCUADRON201
- Miembro
- Mensajes: 54
- Registrado: Mar Jun 26, 2007 1:16 am
- Ubicación: MEXICO
- Francis Currey
- Administrador
- Mensajes: 3176
- Registrado: Vie Jun 10, 2005 8:50 am
- Ubicación: España
- Contactar:
- Erich Hartmann
- Miembro fundador
- Mensajes: 3644
- Registrado: Lun Jun 13, 2005 4:15 am
- Ubicación: Deutsches Reich
- Contactar:
TEST