Hombres sin misericordia
El viaje de 1600 Km desde el frente había sido fatigoso. El mariscal Georgi Zhukov iba cansado, reclinado hacia atrás en su coche gris de campaña, al traspasar éste las murallas del Kremlin. Inmediatamente detrás, en otro automóvil del ejército, llegaba el mariscal Ivan Koniev. Momentos después los dos, de uniformes pardos bien cortados, con charreteras doradas que llevaban una sola estrella, insignia del mariscal de campo soviético, iban en un ascensor que se encaminaba al segundo piso, donde estaban las oficinas de Stalin. Rodeados de sus edecanes, los mariscales cambiaron palabras amistosas. A un observador casual le hubieran parecido amigos íntimos. En realidad eran rivales acérrimos.
Zhukov y Koniev, de 49 y 48 años de edad respectivamente, habían alcanzado la cima de su profesión. Los dos eran tenaces, pragmáticos y perfeccionistas. Zhukov, bajo de estatura, robusto y de aspecto benigno, era el ídolo del público. Sin embargo, no faltaban quienes lo consideraban un monstruo. Había iniciado su carrera de soldado en los Dragones Imperiales del Zar; después se había unido a los revolucionarios en 1917 y luchó con denuedo contra los antibolcheviques. Dotado de prodigiosa imaginación y don de mando, en 1941 había llegado a jefe del estado mayor soviético. Tenía fama de ser indulgente con la tropa y, con tal que esta combatiese bien, estaba dispuesto a considerar el botín de guerra como justa recompensa del soldado raso. En cambio, con los oficiales que lo defraudaban era inflexible.
Una vez, durante la campaña de Polonia en 1944, Zhukov observaba con sus binóculos el avance de las tropas del 65 Ejército. De repente gritó: "¡El jefe del cuerpo de ejército y de la División 44 de fusileros.... al batallón penal!" La intercesión de un subalterno salvó al jefe del cuerpo de ejército, pero el otro general que había cometido un desatino fue degradado de inmediato; lo enviaron a la línea del frente al mando de un ataque suicida. Lo mataron casi instantáneamente. Más tarde Zhukov recomendó la más alta condecoración, Héroe de la Unión Soviética, para el militar caído.
Zhukov mismo había ganado tres veces aquella medalla. Su archicompetidor, Koniev, la ganó sólo dos veces. Y mientras la fama de aquel se propagó, este había permanecido virtualmente en el anónimo, lo cual le molestaba. Era alto, ceñudo, enérgico, y su carrera mantenía en muchos aspectos un paralelismo con la de Zhukov, considerado con sus oficiales.
En el campo de batalla era capaz de verdadera barbarie. Durante una fase de la campaña del Dnieper, sus tropas habían cercado a varias divisiones alemanas. Koniev exigió su rendición inmediata. Como el jefe de las fuerzas alemanas se negara, Koniev ordenó a sus cosacos un ataque a sable. "Permitimos a los cosacos cortar durante todo el tiempo que se les antojó", decía. "Llegaron a cercenar las manos que se alzaban en señal de rendición". En este punto, al menos Zhukov y Koniev coincidían: no podían perdonal las atrocidades cometidas por los nazis. Con los alemanes no tenían ni misericordia ni remordimiento.
En la mitad del corredor, alfombrado de rojo, del segundo piso, los oficiales que habían salido a recibirlos condujeron a Zhukov y a Koniev a un salón de conferencias. Era una habitación de techo alto, angosta y casi llena con una larga mesa de caoba, muy pulida, rodeada de sillas. Dos pesadas arañas con lámparas eléctricas transparentes, deslumbrantes, iluminaban la estancia. A un extremo del salón había una puerta doble que daba a la oficina privada de Stalin.
A los pocos minutos entraron a la habitación los miembros de la Comisión de Defensa del Estado: los siete hombres más importantes de Rusia, después de Stalin. Mientras tomaban asiento se abrieron las puertas de la oficina del Premier y apareció la figura de corta estatura y anchas espaldas de Stalin.
Vestía sencillamente con uniforme de color mostaza, sin charreteras ni insignias de grado; llevaba las perneas del pantalón metidas en botas negras que le llegaban a la rodilla. No perdió mucho tiempo en ceremonias. Hizo unas cuantas preguntas a Zhukov y a Koniev acerca de las condiciones del frente, y bruscamente entró en materia.
Con su acostumbrada voz baja, caracterizada por el acento georgiano, dijo en tono sosegado y con gran efectismo:
-Los soyuznichki (aliaditos) tienen intenciones de llegar a Bderlín antes que el ejército Rojo.
Había recibido información acerca de los planes angloamericanos y resultaba evidente que "sus intenciones eran poco amigables". Volviéndose al general S.M. Shtemenko dijo:
-Lea usted el informe*
Shtemenko se puso de pie. Las fuerzas de Eisenhower se proponían rodear y destruir las concentraciones que el enemigo tenía en el Ruhr, anunció, y avanzar después sobre Leipzig y Dresde. Pero "de paso pensaban tomar a Berlín. Todo esto tendría aspecto de ayuda para el Ejército Rojo". Pero era bien sabido que tomar a Berlín antes de la llegada de las tropas soviéticas era "el principal objetivo de Eisenhower".
Stalin se volvió a sus dos mariscales:
-Así pues (les dijo en tono suave) ¿quiénes tomarán a Berlín, nosotros o los Aliados?
-Nosotros (dijo Koniev). Nosotros lo haremos.
-¿Ajá! (observó Stalin en tono humorístico). ¿De modo que esa es la clase de individuo que es usted?
En un instante estaba otra vez frío y serio haciendo preguntas. ¿Cómo se preparaba exactamente Koniev para tomar Berlín a tiempo? ¿No sería necesario realizar complicadas maniobras para reagrupar sus fuerzas?
Zhukov intervino diciendo: "En mi frente la tropa no necesita reagruparse. Está lista ahora mismo. Estamos mucho más cerca de Berlín. La ciudad la tomaremos nosotros".
Stalin miró a los dos generales en silencio; una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. Aquella era una de sus viejas tretas: poner a competir uno contra otro.
-Muy bien (les dijo suavemente). Ambos se quedarán en Moscú, y en coordinación con el estado mayor prepararán sus planes. Espero que me los entreguen ustedes en 48 horas.
Con un leve movimiento de cabeza en señal de despedida salió del aposento.
A las 8 de la noche se había despachado ya una respuesta cuidadosamente detallada al cable de Eisenhower: "Su plan coincide exactamente con el del alto mando soviético", cablegrafiaba Stalin. Estaba de acuerdo en que la reunión de las fuerzas debía efectuarse en la región de Leipzig-Dresde, pues el "principal ataque de las fuerzas soviéticas" se haría "en aquella dirección". La fecha sería "aproximadamente en la segunda mitad de mayo".
La parte más importante del mensaje del Primer Ministro soviético estaba en el tercer párrafo, donde creaba cierta impresión diciendo que Berlín había "perdido su antigua importancia estratégica". Es más, tan poca importancia tenía ya que el alto mando soviético había decidido "destacar fuerzas secundarias en dirección a Berlín".
Al día siguiente Churchill recibía una copia del parte de Stalin a Eisenhower. Su contenido, opinaba el Priemr Ministro inglés, inspiraba bastante desconfianza. Le cablegrafió a Eisenhower: "Estoy más convencido que nunca de la importancia de entrar en Berlín". Agregaba vehemente que ahora pensaba que era "sumamente importante que nos demos la mano con los rusos lo más al este posible".
Mariscal Ivan Koniev
Mariscal Georgy Zhukov
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Continúa...
Próximo capítulo; Con faros y cortinas de humo.
Con faros y cortinas de humo
Desesperadamente conscientes de los inmensos problemas logísticos que tenían que resolver rápidamente, varias semanas antes de lo que se esperaba, Zhukov y Koniev habían trabajado sin descanso. El martes 3 de Abril, dentro aún del plazo de las 48 horas, volvieron a ver a Stalin. Zhukov hizo su presentación primero. Había considerado ya el ataque durante varios meses, y se conocía al dedillo los movimientos planeados por su enorme grupo de ejércitos :768.100 hombres. El atque principal tendría lugar, dijo, desde la cabeza del puente, de una extensión de 44 kilómetros sobre el Oder, al occidente de Kustrin. Se lanzarían al atque principal nada menos que cuatro ejercitos de infantería y dos de tanques. Proyectaba abrir el asalto con un cañoneo monumental de aproximadamente 11.000 piezas de artillería. Lanzando su ofensiva antes del amanecer, pensaba cegar y desmoralizar a los alemanes, enfocándoles, en el mismo instante del ataque, la luz potentísima de 140 reflectores antiaéreos, dirigidos a sus posiciones. Tenía entera confianza en que su plan diera por resultado una verdadera carnicería.
El plan de Koniev, igualmente monumental, era más complejo. Desde su punto más cercano, las fuerzas de Koniev estaban a más de 120 km al sudeste de la ciudad. Pero Koniev, astutamente, había concentrado sus ejércitos de tanques a la derecha para que, cuando se abriese una brecha, pudieran girar al noroeste y dirigirse a Berlín, penetrando en la ciudad quizá antes que Zhukov. Tal era su idea, pero en lugar de poner las cartas sobre la mesa, se concentró a detallar la operació. Sus planes proponían un atque al amanecer, por el Neisse, bajo la protección de una espesa cortina de humo. Pensaba lanzar al asalto cinco ejércitos de infantería y dos de tanques: 511.700 hombres. Requería la misma increíble densidad de artillería que el plan de Zhukov: 250 cañones por kilómetro, o sea, aproximadamente, uno por cada cuatro metros. Como necesitaba dos ejercitos más de los que ya tenía disponibles, Koniev tendría que correr un riesgo: iniciar el atqeu mientras los refuerzos iban aún de camino al frente, para lanzarlos a la batalla en el momento en que llegaran.
Despues de escuchar las dos propuestas, Stalin aprobó ambas. A Zhukov le correspondió la responsabilidad de tomar Berlín. Koniev debía atacar el mismo día, destruir al enemigo a lo largo de la parte sur de la ciudad, y luego dejar que sus ejércitos se desbordaran hacia el occidente para el encuentro con los norteamericanos. Aunque parecía que había quedado relegado al papel secundario , de apoyo, Koniev quedó muy complacido. "Stalin no lo había dicho", recordaba después Koniev, "pero quedaba tácticamente sobrentendida la posibilidad de una demostración de iniciativa". Creyó haber recibido autorización para llegar a Berlín...si era capaz de lograrlo.
Inmediatamente los planes de los mariscales se convirtieron en instrucciones oficiales. A la mañana siguiente los dos militares rivales, con sendas órdenes en mano, salieron en medio de una espesa neblina hacia el aeropuerto de Moscú, ansiosos ambos de llegar a su respectivo cuartel general. Por razones de seguridad, las instrucciones escritas no llevaban fecha, pero ambas procedían del mismo Stalin. El ataque a Berlín comenzaría el lunes 16 de Abril... un mes antes de la fecha indicada por Stalin a Eisenhower.
Mientras Zhukov y Koniev iniciaban sus febriles preparativos para lanzar 13 ejércitos contra Berlín, Adolf Hitler tuvo otro de sus famosos destellos intuitivos. Llegó a la conclusión de que la concentración de ejércitos soviéticos en kustrin, directamente enfrente de Berlín, no pasaba de ser un enorme simulacro. La ofensiva soviética principal sería dirigida contra Praga, en el sur, y no contra Berlín.
El Fuhrer dio fatales instrucciones. Ordenó trasladar al sur tres aguerridas unidades Panzer: las mejores de Heinrici, las fuerzas mismas con que este contaba para contener el empuje ruso.
Continúa...
Próximo capítulo; Increíble mundo subterráneo.
Increíble mundo subterráneo.
El automóvil de Heinrici se movía lentamente por entre los escombros de Berlín, dirigiéndose a la Cancillería del Reich donde a las 3 de la tarde se celebraría la conferencia ordenada por Hitler. Edificios inclinados hasta ángulos inverosímiles amenazaban desplomarse en cualquier momento y hacían con ello peligrosas todas las vías. Brotaba agua en medio de inmensos cráteres abiertos por las explosiones: de las tuberías rotas salían chorros de gas; sectores enteros de la ciudad estaban circundados con cordones de los que pendían estos letreros: "Achtung! Minen!" que advertían acerca de minas aéreas sin estallar todavía.
Aunque había otros edificios de Wilhelmstrasse que estaban en ruinas, nada parecía haber cambiado en la Cancillería. Afuera los centinelas de la SS, impecablemente uniformados, se cuadraron al entrar Heinrici y su jefe de operaciones, Coronel Hans Georg Eismann. Un oficial de la SS le informó de que la reunión tendría lugar en el Fuhrerbunker. Heinrici había oído decir que existía allí un vasto laberinto de instalaciones subterráneas. Siguiendo al guía, bajaron él y Eismann al sótano y salieron por el jardín interior situado al fondo; de allí se dirigieron a un "blocao" oblongo custodiado por dos centinelas. Al cerrarse tras de ellos la pesada puerta de acero, pasaron, según recuerda Heinrici, "a un increíble mundo subterráneo".
Al fondo de una escalera de caracol, de hormigón, dos jóvenes oficiales de la SS los acogieron en una antesala brillantemente iluminada. Tomaron cortésmente sus abrigos y luego, con igual cortesía, los registraron a ambos. Desde el atentado personal contra Hitler en Julio, la guardia secreta del Fuhrer no permitía que nadie se acercara a este sin previa inspección.
Lo hicieron pasar luego a un pasillo largo y estrecho cuya primera sección había sido convertida en confortable salón de espera. Un oficial alto, elegantemente uniformado, de la SS, les ofreció refrescos. Comenzaron a llegar los demás participantes de la conferencia, entre ellos Himmler, el almirante Karl Doenitz, y el hombre a quien se consideraba como el más intimo confidente de Hitler, Martín Borman. Al acercársele Himmler desde el otro extremo de la habitación, Heinrici se puso tenso y le gruñó a Eismann: "No quiero tratar con ese hombre". Luego se acercó el meloso teniente general Hans Krebs, sucesor de Guderián. Se les unieron Doenitz, el mariscal de campo Wilhelm Keitel y Bormann; todos escucharon con atención mientras Heinrici explicaba algunos de sus problemas. Los tres últimos le prometieron su apoyo cunado hiciera la presentación a Hitler.
Cada vez iban llegando más jefes, con sus ayudantes, al ya atestado corredor. Heinrici se mantenía mudo en medio de todas esas personas, escuchando impasible el rumor de las conversaciones, que en su mayor parte versaban sobre asuntos triviales. El salón y su atmósfera eran asfixiantes e irreales. Al fin el general Wilhelm Burgdorf, ayudante de Hitler, pidió al grupo que guardara silencio: "¡Caballeros, caballeros", les dijo, "viene el Fuhrer!".
Burgdorf, Wilhelm
Heinrici, Gotthard
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Continúa...
Próximo capítulo; Mientras caen las bombas.
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