Los errores de Hitler en el ataque a la U.R.S.S.

La guerra en el este de Europa

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Erich Hartmann
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Los errores de Hitler en el ataque a la U.R.S.S.

Mensaje por Erich Hartmann » Dom Dic 24, 2006 12:48 am

He aquí el artículo de David Solar sobre los errores de Hitler en Rusia, aparecido este mes en la revista La aventura de la historia. El artículo no aporta nada nuevo, pero bueno, a alguien le aprovechará sin duda. He pensado que podríamos aprovechar el tema para exponer de forma sistemática los errores de Hitler en Rusia durante la invasión alemana y así completar los vacíos que deja el artículo del señor Solar.

Los errores de Hitler en el ataque a la U.R.S.S.

Tras un comienzo fulgurante, los alemanes comenzaron a arrastrarse por el barrizal ruso, hasta quedar paralizados ante Moscú por temperaturas glaciares, mientras contraatacaba el recuperado Ejército Rojo. DAVID SOLAR muestra las claves que decidieron la derrota de Hitler y la victoria de Stalin

Napoleón inició su campaña de Rusia el 24 de junio. Su objetivo era Moscú, situada a 1.072 kilómetros de distancia, y tardó 55 días en alcanzar y apoderarse Smolensko, a 660 kilómetros del punto de partida. Hitler comenzó la invasión de la URSS el 22 de junio y, con parecido itinerario, rebasó Smolensko en 35 días. La siguiente etapa en la marcha hacia Moscú, Borodino, la concluyó la Grande Armée francesa el 7 de septiembre, tras haber avanzado 944 kilómetros en 75 días; la Wehrmacht, en cambio, tomó Borodino el 18 de octubre, 119 días después de iniciada la campaña. La tercera etapa, Moscú, se hallaba a 130 kilómetros y los franceses los habían recorrido en una semana, tomándola el 14 de septiembre; los alemanes sólo pudieron alcanzar sus arrabales el 5 de diciembre, librando incesantes combates para recorrer ese tramo final en 48 días. ¿Qué había ocurrido para que la guerra relámpago desencadenada por Hitler e iniciada con excelentes perspectivas se atascara de tal manera?

El ataque alemán a la URSS fue conducido sobre tres ejes principales:

Norte, con Leningrado como meta, debía cerrar los accesos soviéticos al Báltico, unirse con las fuerzas finlandesas y lograr el éxito político de apoderarse de la cuna de la revolución bolchevique.

Centro, apuntando Moscú, cuya conquista supondría, presumiblemente, el desplome comunista y la neutralización de la gran región industrial que rodeaba la capital soviética.

Sur, pretendía controlar las grandes llanuras cerealísticas ucranianas, las cuencas carboníferas del Donets y los campos petrolíferos del Cáucaso.

Los generales alemanes suponían que tomarían Moscú en tres o cuatro meses, pero Hitler estaba convencido de que, perdido el grueso de sus fuerzas y abrumado por el arrollador avance alemán, Stalin capitularía antes o, quizá, se produciría un golpe de Estado interno o una sublevación general, que derribaría al régimen soviético y solicitaría el armisticio. En todo caso, al llegar el invierno contaba con haber alcanzado la línea Arkangel-Volga y estimaba que sesenta divisiones, con poco más de un millón de hombres, serían guarnición suficiente para controlar el arco helado de más de dos mil kilómetros que se extiende entre los mares Blanco y Caspio, englobando la mayor parte de la Rusia europea. Tan seguro estaba Hitler de su éxito, que se habían previsto equipos de invierno sólo para esas fuerzas.

Los planes iniciales de la Wehrmacht se cumplieron. Sus fuerzas arrollaron a los ejércitos soviéticos, borraron del cielo su aviación, capturaron cientos de miles de prisioneros y destruyeron o se apoderaron de millares de cañones y blindados, pero en agosto la URSS seguía luchando y el ataque alemán, aunque muy prometedor, estaba algo retrasado (ver "Operación Barbarroja", en La Aventura de la Historia, núm. 94, agosto 2006).

Moscú, la clave

El 8 de agosto, terminaba la batalla de la caldera de Esmolensko -donde los alemanes habían eliminado diez divisiones soviéticas, destruyendo más de siete mil cañones y blindados-, el camino hacia Moscú parecía expedito. El jefe del Estado Mayor alemán, Franz Halder, contabilizaba que en 53 días de campaña habían neutralizado más de la mitad del Ejército Rojo, en concreto 89 divisiones de infantería y 20 blindadas, con más de dos millones de soldados muertos, heridos, prisioneros o dispersados. Las pérdidas alemanas, aunque severas, eran asumibles, 389.900 hombres, el 11 por ciento de los efectivos empeñados. Tal como iban las cosas, suponía que los sectores Norte y Sur podrían cumplir su misión e, incluso, que el grupo de ejércitos Sur podría apoyar el ataque hacia Moscú.

Esa idea de primar el ataque por el centro era esencial para la victoria. Así lo veía el Estado Mayor, los generales más brillantes de la Wehrmach y los más acreditados historiadores militares, como el británico J. F. C. Fuller: "La destrucción del potencial bélico ruso exigía la selección de una meta que no pudiera ser abandonada por soviéticos y les obligara a entablar batalla dentro del radio de acción del ataque alemán. El único objetivo que reunía esas condiciones era Moscú. Encontrábase allí el nudo de las comunicaciones ferroviarias rusas y, en consecuencia, era estratégicamente indispensable. Además, era la Meca del comunismo mundial y era el cuartel general de un gobierno extraordinariamente centralizado y poderoso núcleo industrial, con un millón de obreros...".

Pero Hitler lo veía de otro modo y en aquel momento cambió de plan. Si Stalin no se rendía a causa de las gravísimas pérdidas que estaba sufriendo y si el pueblo ruso no se levantaba contra la tiranía soviética, él les obligaría a hacerlo privándoles de los cereales, del carbón, del petróleo y de la industria... Ésa era su idea cuando, el 21 de agosto, emitió su directriz núm. 34, que ponía a la defensiva al Grupo de Ejércitos Centro, del mariscal Fedor von Bock, pasando sus fuerzas acorazadas a potenciar los ataques de los grupos de ejércitos Norte y Sur. El mariscal Wilhelm von Leeb (Norte) debía conquistar Leningrado, con el apoyo suplementario del Tercer ejército acorazado (Hoth); el mariscal Gerard von Rundstedt (Sur), Ucrania, Crimea y Rostov, puerta del Cáucaso, con la ayuda del Segundo ejército acorazado (Guderian).

Cerebros osificados

El Estado Mayor quedó desolado por aquella decisión. El mariscal Walter von Brauchitsch, jefe de las fuerzas empeñadas en la URSS, sufrió un amago de infarto; Halder, presentó en vano su dimisión; Von Bock tuvo un berrinche formidable y envió a Heinz Guderian, jefe del 2º Ejército Panzer, a convencer a Hitler de que la tenaza sobre Moscú era la gran prioridad de la guerra.

-¡Dígale que yo no quiero tomar Moscú! ¡Dígale que lo que yo quiero es destruir el grueso del ejército ruso y que lo tengo delante de mí!

Guderian, un genio de la guerra blindada, había sido, precisamente, asignado para apoyar la actuación del Grupo de Ejércitos Sur y, por tanto, conocía como nadie la situación de sus fuerzas y el error del cambio de planes.

"Le expuse detalladamente los motivos en favor de proseguir las operaciones hacia Moscú, que, desde el punto de vista militar, lo más importante era destruir las fuerzas combatientes del enemigo, ya muy debilitadas (...). Moscú era el centro de la red de transportes y transmisiones, el corazón político del país y una importantísima zona industrial. Su caída causaría una profunda impresión tanto en el pueblo ruso como en el mundo. Hablé de la moral de la tropa, que sólo esperaba la orden de marchar sobre Moscú y que se había preparado con entusiasmo para ello (...). Ucrania, económicamente tan importante, caería como fruta madura en nuestro poder, a causa de la desorganización que la toma de Moscú causaría en sus comunicaciones...".

Le informó, también, del desgaste que sufrirían sus ya castigados blindados, de la dificultad de las comunicaciones y, en suma, el retraso, quizás definitivo, del avance sobre Moscú. Hitler le escucho atentamente, pero no se retractó y, cuando el decepcionado Guderían abandonó el puesto de mando, comentó:

"Mis generales no entienden nada sobre la economía de guerra (...). Sólo cerebros completamente osificados, inmersos en ideas de siglos pretéritos, pueden considerar un objetivo digno la conquista de la capital".

Los resultados inmediatos parecieron darle la razón al Führer. Guderian, trazando una curva de 800 kilómetros hacia el sur, enlazó con los blindados de Kleist: Ucrania entera fue embolsada y en un mes de combates capturaron los alemanes cerca de 700.000 prisioneros, un millar de carros. 3.500 vehículos y 4000 cañones. Hitler, alborozado, calificó la acción como "la mayor batalla en la historia del mundo".

El milagro de Moscú

A finales de septiembre, después de cien días de campaña, las pérdidas soviéticas eran de 2.500,000 hombres. 22.000 cañones v 18.000 tanques, pero los alemanes seguían a trescientos kilómetros de Moscú, no habían cercado Leningrado ni tomado el Cáucaso.

Pese a las pérdidas, el Kremlin no juzgó irremediable aquella derrota. Cuando vieron fortificarse a los soldados del centro alemán y desplazarse a sus columnas de tanques hacia el norte y el sur, respiraron aliviados por vez primera en diez semanas y alguien comparó la salvación de Moscú con la de París, en 1914:

-Ha sido como el Milagro del Marne.

Stalin, que el 7 de agosto se había autonombrado comandante supremo de las fuerzas armadas, calmaba un tanto sus nervios y ordenaba la concentración de fuerzas en torno a Moscú. A cambio de infligirle pérdidas inmensas, Hitler le había concedido dos meses y, en ese plazo, continuó el traslado de sus industrias hacia los Urales (el de las fábricas de la región de Moscú comenzó en octubre y terminó con los alemanes a la vista). Algunas industrias de guerra entraban ya en producción y el 31 de agosto llegaba al puerto de Arkangel el primer convoy de ayuda anglo-norteamericana y regularmente le seguirían otros a ese puerto o al de Murmansk.

Stalin había incurrido en el error de ordenar resistencias a ultranza que le costaron cientos de millares de hombres, pero Hitler no se aprovechó de ello y no le asestó en la región de Moscú el golpe definitivo. En los dos meses que invirtió la Wehrmacht en la operación de Ucrania, los nuevos reemplazos del Ejército Rojo cubrieron aquellas pérdidas y las autoridades soviéticas confiaban en la llegada de su aliado, el general Invierno, y en unas fuerzas nunca contabilizadas por Berlín: las tropas siberianas.

Gracias a los informes de su espía Richard Sorge, supo Stalin que Japón no agrediría a la Unión Soviética, que su esfuerzo principal se dirigiría hacia China e Indochina y que se proponía atacar a Estados Unidos, por lo que decidió trasladar al oeste tres ejércitos siberianos –unos 400.000 hombres-. Algunos asesores lo consideraron una locura, pero ante el peligro que corría Moscú no tenía alternativa.

Tokio llama a Moscú

En el cementerio de Toma, en Tokio, una lápida dice: "Richard Sorge. Aquí yace un héroe que sacrificó su vida en la lucha contra la guerra y por la paz del mundo".

Evidentemente, la frase no la ideó Hitler, porque Sorge, aunque alemán y afiliado al partido nazi, fue durante quince años de su vida, un agente comunista que proporcionó a Moscú relevantes informaciones sobre Japón, donde actuaba bajo la cobertura de su trabajo periodístico en varias publicaciones alemanas.

Nacido el 4 de octubre de 1895 en el Cáucaso, donde su padre ejercía como ingeniero de minas y se había casado con una rusa, Sorge regresó con sólo tres años a Alemania y creció en un ambiente burgués, con grandes simpatías hacia Rusia y buen conocimiento de su idioma gracias al empeño de su madre. Pese a ello, combatió en la Gran Guerra, donde fue herido y logró la Cruz de Hierro de segunda clase.

En 1919 se licenció en Ciencias Políticas y se afilió al Partido Comunista, con el que desplegó durante cinco años una actividad pública que, increíblemente, no advirtió la Gestapo en la década siguiente.

En 1924 fue llamado a Moscú, se convirtió en ciudadano soviético, se integró en el Komintern y comenzó su adiestramiento como espía. En sus primeras misiones, recorrió los países nórdicos, Gran Bretaña, Alemania y China, donde estuvo tres años. Ya curtido como agente secreto, regresó a Alemania para preparar su gran misión: Tokio. Provisto de contratos periodísticos, de un carnet como miembro del partido nazi y de recomendaciones de personajes tan relevantes dentro del nazismo como el profesor Haushofer y Walther Funk, llegó a Japón en septiembre de 1933.

Su cultura, conocimiento de idiomas y de mundo y sus excelentes relaciones en Alemania le abrieron con rapidez los ambientes diplomáticos y periodísticos de Tokio, la embajada alemana y algunos departamentos ministeriales. Así pudo enviar a Moscú suculentas informaciones, como las fuerzas que emplearía Japón en caso de conflicto con la URSS, la idea secreta de continuar la guerra de China hasta el final, los incidentes creados por los japoneses durante la crisis militar desatada por las purgas del affaire Tujachevski; los propósitos alemanes de atacar la URSS y la fecha con un solo día de error; la política del Consejo Imperial japonés de mantener la neutralidad en el conflicto germano-soviético, de perseguir el comunismo en las zonas fronterizas y de proseguir la ofensiva hacia el sur de China y, finalmente, el 4 de octubre, el propósito de atacar a Estados Unidos, si el presidente Roosevelt no daba una respuesta satisfactoria a sus demandas. A Stalin le bastó atar cabos: Japón tenía fuerzas someras frente a su territorio, no pensaba emplearlas y, además, centraría su esfuerzo en su avance hacia el sur de China y se aprestaba a atacar a Estados Unidos porque sabía que Washington no iba a ceder un ápice. Por tanto, Japón no tenía ni intenciones ni posibilidades de atacar a la URSS; en consecuencia, las divisiones siberianas podían acudir al frente de Moscú.

Sorge fue detenido el 18 de octubre de 1941. Confesó sus actividades, fue juzgado, condenado a muerte y ahorcado el 7 de noviembre de 1944. Tras la guerra, la URSS le proclamó "Héroe de la Unión Soviética", le dedicó una calle y, en 1956, editó un sello de 4 kopecs con su nombre y retrato.


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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Dic 24, 2006 12:31 pm

La batalla del barro

El 2 de octubre, tras haber logrado formar un frente continuo y casi recto que discurría a lo largo de dos mil kilómetros, desde Leningrado hasta Crimea, el grupo de ejércitos Centro inició la Operación Tifón, cuya meta era la toma de Moscú. Cien días de campaña ininterrumpida habían gastado las mejores unidades alemanas y reducido sus efectivos blindados a poco más del 50 por ciento. Pese a todo, volvieron a romper el frente soviético, en el que se les oponían nueve ejércitos, más de un millón de hombres, cerrándoles el camino de la capital. En las batallas de Viasma y Briansk volvió a imponerse "la guerra relámpago'', las grandes maniobras de los blindados formando inmensas bolsas en las que fue encerrada gran parte de lo que quedaba del Ejército Rojo del Oeste. Pero el 7 de octubre nevó y, dos días después, mejoró el tiempo: la licuación de la nieve y las siguientes lluvias convirtieron el terreno en un barrizal infranqueable para hombres, máquinas y bestias.

El avance prosiguió con lentitud desesperante, de las galopadas diarias de 20 ó 30 km. Pasó la Wehrmacht a progresos agotadores de 3 ó 4 km. Por otro lado, aumento la resistencia soviética, mejoró su moral y sus generales comenzaron a comprender la táctica alemana.

Por otro lado, las líneas de comunicación de la Wehrmacht se estiraban y ese problema se convertía en un espanto a causa de la climatología y de la estrategia de tierra quemada ordenada por Stalin: atravesaban regiones inhóspitas, carreteras minadas, puentes destruidos, pueblos abandonados o incendiados; era imposible hallar comida e, incluso, había dificultades para encontrar forraje para los caballos de tiro, muy útiles para el transporte en aquellos barrizales. Los guerrilleros, dueños de la noche en los bosques y en las inmensas soledades, no daban reposo a las tropas aisladas.

En aquellos días, Stalin tomó varias decisiones relevantes. El 7 de octubre nombró al general Georgy Zukov, jefe del Grupo de Ejércitos Oeste, que defendía Moscú. Un regalo envenenado: llegó al frente para certificar la derrota:

"La situación era extremadamente grave: los alemanes tenían abiertos todos los accesos a Moscú. Nuestra única ventaja, si así puede llamarse, era que nuestras tropas seguían combatiendo. Esa resistencia, a veces espontánea, de los soldados soviéticos entretenía al ejército alemán que, de otra manera, hubiese tenido libre el camino a la capital".

Stalin también dispuso el traslado del Gobierno soviético a Kuibyshev, 850 km al este de Moscú, pero él permaneció en el Kremlin. Eso no bastó para tranquilizar a los moscovitas, casi exclusivamente ocupados en labores de fortificación.

"La ciudad está perdida. Incluso se están llevando ya los restos de Lenin", decía uno de los mil rumores que circulaban por la capital.

El secretario general dispuso, también, que el 7 de noviembre, 24º aniversario del triunfo de la Revolución Bolchevique, se celebrara el desfile conmemorativo, para levantar los decaídos ánimos. Las tropas que desfilaron -bajo una copiosa nevada y a 6 grados bajo cero- ante los jerarcas reunidos al efecto terminaban su recorrido un kilómetro más adelante, donde les esperaban los camiones que les llevarían al frente.

Según Zukov, la resistencia de Moscú tuvo mucho que ver con la actuación directa y la permanencia de Stalin en la ciudad. Pese a todo, las batallas de Viasma y Briansk habían terminado en derrotas a mediados de octubre. Los alemanes contaron 663.000 prisioneros. Los muertos y heridos eran, también, incontables, pero de aquella mortal trampa escaparon millares de hombres que en noviembre estaban nuevamente encuadrados y prestos para combatir.

Leyendo a Napoleón

El comienzo de noviembre constituyó un pequeño respiro, porque las bajas temperaturas congelaron el barro y los vehículos volvieron a rendir satisfactoriamente. En el cuartel general de Hitler, con el optimismo por las últimas victorias se mezclaba la preocupación: sus bajas eran elevadísimas y sus pérdidas en material blindado, escalofriantes. Guderian, por ejemplo, solo disponía de 50 blindados, de los 350 que tenía cinco semanas antes. Algunos generales recomendaron suspender las operaciones y fortificarse buscando las mejores líneas para el invierno. Pero Hitler ordenó continuar:

"Sobre el hielo vamos a marchar mejor que sobre asfalto".

Esta orden no fue dada por obcecación, sino por la imperiosa necesidad de jugarse sus últimas bazas por el triunfo. Uno de los mejores generales alemanes, Erich von Manstein lo veía así:

"Hitler se encontró entre la espada y la pared. Creía que había derrotado al ejercito soviético, pero sabía que Stalin podría superar esa crisis si le concedía dos o tres meses de plazo para reorganizarse y rearmarse con el material que ya le estaban suministrando los aliados. Nosotros estábamos muy dispersos, a centenares de kilómetros de nuestras bases y soportar el invierno en aquella zona sería extremadamente difícil. Por todo ello Hitler cedió jugar su última carta... Estábamos condenados a avanzar".

El frío moderado sólo duró diez días. A partir de ahí entró en combate el general Invierno. ¿Capitularían ante él los alemanes como en 1812 los soldados de Napoleón? El 12 de noviembre, los termómetros marcaron 12 bajo cero y las temperaturas continuaron descendiendo hasta los 35 bajo cero del 4 de diciembre. Los soldados alemanes fueron sorprendidos con ropas de entretiempo. Cierto es que llegaron patines, esquíes, cocinas de campaña montadas sobre trineos, ropas de lana y piel forradas de blanco para camuflarse en la nieve, todo ello muy útil para sobrevivir a 15 grados bajo cero, pero no a -40 y, además, en cantidades insuficientes. La mayoría de los equipos de invierno, previstos para unas sesenta divisiones, o no estaban confeccionados o se retrasaron en la frontera porque las prioridades de Hitler eran los medios de combate, lo que supuso un auténtico desastre para la Wehrmacht: los casos de congelación grave afectaron a un 10 por ciento de los efectivos de infantería. La imprevisión frente a un frío tan repentino y elevado resultó extraordinaria, tanto que, incluso, escaseaba el anticongelante, por lo que los motores debían permanecer continuamente encendidos, con el consiguiente desgaste y un insostenible consumo de combustible. Tampoco habían llegado a primera línea los ganchos que se adaptaban a las cadenas, para que los carros de combate pudieran rodar sobre la nieve. Los caballos, muy utilizados para mover cargas y piezas de artillería, morían como moscas a causa del frío y del hambre, incapaces de forrajear escarbando en la nieve, como hacían sus congéneres rusos. Los terribles efectos del frío no escaparon del humor sombrío del soldado alemán, que denominó las condecoraciones logradas en aquella época como "Medalla de la carne congelada".

Guderian, cuyo cuartel general se hallaba a la sazón en una granja que había pertenecido al gran literato, León Tolstoy recordaba en sus memorias "En aquellos días, vi a algunos colegas releyendo el triste relato de la expedición napoleónica escrito por Coulaincourt".

Vayan cavando tumbas

Ante el avance alemán de la segunda mitad de noviembre, le sugirieron a Stalin que su cuartel general debiera abandonar Moscú. Indignado, respondió a su interlocutor, el general Stepanov:

-Camarada ¿Tienen palas?

-Sí, camarada secretario, hay palas. ¿Qué quiere que hagamos con ellas?

-Vayan cavando tumbas. La Stavka (mando supremo) no abandona Moscú, yo no me muevo de Moscú y el estado mayor de Zukov no se mueve de aquí.

El camarada primer secretario y jefe del Ejército Rojo estaba dispuesto a alentar hasta el último suspiro el espíritu de resistencia moscovita, que llevaba dando ejemplo de entusiasmo y patriotismo desde el comienzo de la invasión alemana. La capital de la URSS -que, incluyendo toda su región circundante contaría con 7/8 millones de habitantes-, experimentó una extraordinaria emoción ante el ataque alemán y en dos semanas se presentaron en las oficinas de reclutamiento 260.000 voluntarios entre los 17 y 25 años para empuñar las armas. Lo malo para ellos es que apenas recibieron una somera instrucción antes de taponar las brechas abiertas por los alemanes.

Aparte de los movilizados por sus quintas y de esa masa de voluntarios, la aglomeración moscovita reclutó 200.000 personas en verano para erigir fortificaciones en la línea de Mozhaisk, cien kilómetros al oeste de Moscú, que no estaba terminada cuando fue avasallada en octubre.

A comienzos de otoño tuvo que abandonar sus trabajos y hogares medio millón de personas de todas las edades para fortificar la ciudad. Trabajaron como esclavos y, con frecuencia, fueron tratados como tales. Rodric Braithwaite, en su reciente obra Moscú 1941, cuenta el caso de Antonia Savina: ''Tuvo que cavar trincheras anticarro sin más manutención que una salchicha y un panecillo al día (...). Dormían en el suelo sobre las mantas y cojines que habían llevado consigo, sin calefacción, luz, ni agua, con lo que terminaron infectadas de piojos. Otro trabajo que tuvo que hacer fue talar madera: se les exigía producir dos metros cúbicos y medio de leña y la ración de 600 gramos de pan se reducía a 500 cuando no se cumplía tal objetivo".

Aún se discute si las fortificaciones erigidas al oeste de Moscú sirvieron de mucho, pero la obra realizada, al menos las cifras, es formidable. Fuller valora el esfuerzo de la población, que tras las levas obligatorias y las voluntarias aún consiguió improvisar cinco divisiones de infantería y trabajó "en tres sucesivas líneas de defensa, con 14 kilómetros de profundidad, en las que se cavaron 98 km de fosas antitanques, 8.063 km de trincheras, 484 km de alambradas y 72 km de barricadas".

Dentro de Moscú, centenares de pequeñas industrias fueron adaptadas para la producción bélica y con unos 400.000 trabajadores (en su mayoría mujeres y niños), fabricaban morteros, granadas, pistolas y el famoso suhfusil PPSh-41, sencillo y efectivo, que se entregaba al ejército a un ritmo de mil piezas al día, incluso en la época de mayor presión alemana.

Por entusiasmo nacionalista o comunista o por la fuerza, los moscovitas dieron un ejemplo extraordinario de resistencia en medio de las mayores privaciones. Pero hubo, también, quienes trataron de huir; millares quemaron los carnets del partido y los papeles que les relacionaban con el PCUS y otros realizaron actos de vandalismo, ocupación y asalto de casas abandonas y de locales del Partido.

Según el historiador soviético Sansonov: "En aquellos días (16-20 de octubre) se produjeron manifestaciones aisladas entre la población de la capital. Algunos propagaban el pánico, abandonando sus puestos de trabajo y se iban deprisa y corriendo de la ciudad. Hubo traidores que se aprovecharon de la situación para dedicarse al pillaje de la propiedad socialista y para intentar minar el poder del Estado soviético. Pero todas estas tentativas encontraron siempre la resistencia de la población...".

El periodista Nikolai Verzhbitski escribía: "¿Quién estaba detrás de todo el desorden, el éxodo masivo el pillaje, la confusión general? Todo el mundo hierve de indignación, clamando a gritos que han sido traicionados (...). Hay colas sin fin, colas sin límites: ruidosas, emocionadas, combativas, agonizantes..." (Moscú, 1941).

Para controlar ese caos y el casi paro en el metro y los transportes urbanos, Stalin decretó el Estado de Sitio el 19 de octubre. A base de juicios y ejecuciones sumarísimas, logró controlar la ola de pánico y desorden en tres días.

No era ésa la situación existente un mes más tarde, en la que cada uno trataba de cumplir serenamente con su deber, pese a las privaciones de todo tipo que padecían y del innegable miedo que tenían tanto a los alemanes como a la represión interna. "El ambiente a finales de octubre se convirtió, según un testigo, en austero, militar y heroico" (A. Lozano, Operación Barbarroja).

A esa nueva moral contribuyó la llegada de las tropas siberianas, que, según Halder, fueron por vez primera identificadas en el frente el 21 de noviembre.

Las agujas del Kremlin

Las vanguardias alemanas alcanzaron, el 5 de diciembre, Krasnaya Poliana, en los arrabales de Moscú, pero no lograron penetrar en la ciudad, porque aquellos ejércitos apenas podían ya dar un paso y aún debían romper el último cinturón defensivo para poder envolverla. Algunos soldados de la vanguardia alemana aseguran que la tarde era bastante clara y que pudieron ver en la distancia las agujas del Kremlin. Fue su única recompensa.

Stalin convocó al general de origen polaco, Konstantin Rokossovski, al que había sacado de la cárcel un año antes y se había granjeado su confianza hasta el punto de encomendarle la defensa del sector noroeste del frente de Moscú. El general creyó que iban a fusilarle:

-¿Te das cuenta de que desde Krasnaya Poliana los alemanes pueden disparar sobre cualquier punto de Moscú?

-Sí, camarada, pero hemos hecho cuanto hemos podido por resistir...

-Pues vete y haz lo imposible, pero échalos de allí. Te voy a mandar ayuda.

Ese mismo día le llegó el auxilio del XX ejército, destruido dos meses antes y re- construido con soldados siberianos. Lo mandaba el general Vlasov, un alto y distinguido oficial que un año después se pasaría a los alemanes. Sus ataques desalojaron a la Wehrmacht del norte de Moscú, justo cuando estaba a punto de comentar la contraofensiva de Zukov con diez ejércitos a lo largo de doscientos kilómetros de frente, entre Kalinin Y Tula. Sus contraataques rechazaban por doquier a la Wehrmach que, entre el 3 y el 5 de diciembre hubo de pasar a la defensiva y, a continuación, a emprender repliegues a líneas más defendibles, ya muy lejos, en todos los frentes de la URSS, de los objetivos marcados.

En opinión de J. F. C. Fuller: "La ofensiva final contra Moscú había fracasado, no tanto por la resistencia rusa como por el frío. La nieve llevaba cayendo varios días, las heladas cubrían los pueblos, y carreteras y vías férreas estaban bloqueadas. Los camiones cesaron de circular; era imposible encender las calderas de las locomotoras; las tropas quedaron sin aprovisionamiento: los tanques solo se ponían en marcha después de muchas horas de calentamiento; los aviones fueron inmovilizados porque el lubricante se helaba, los visores telescópicos se inutilizaron; las ametralladoras no podían disparar y millares de hombres carentes de ropas de invierno eran atacados por la congelación y cientos murieron helados...".

Hitler no podía creer que, después de haber perdido más de tres millones de hombres y no menos de cincuenta mil tanques aviones y cañones, Stalin estuviera contraatacando en el frente de Moscú con diez ejércitos y más de un millón de hombres, bien dotados de carros, artillería y caballería. Mientras, la Wehrmacht, con unas pérdidas cinco veces menores, se hallaba al borde del colapso.

Pero el problema era aún más grave del que suponían en Berlín. A comienzos de diciembre, Stalin disponía en el oeste de unos 3.000.000 de hombres, bien armados y equipados para el invierno; sus fuerzas blindadas sólo contaban con 2.600 carros, pero casi todos eran T-34 y KV-1; y contaba con una importante caballería, muy útil en labores de persecución.

Con esas fuerzas, rechazó el acoso de los ejércitos acorazados de Hoepner y Guderian, tenazas del dispositivo de Hitler. Los alemanes, tras el inicial desastre de diciembre, se dispusieron a capear el invierno lo mejor posible y constituyeron un frente formado por posiciones-erizo, capaces de defenderse en todas las direcciones.


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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Dic 24, 2006 2:51 pm

El mayor éxito de Hitler

Sin embargo, eran muchas más las desdichas de la Wehrmacht: había enseñado al enemigo su arte de hacer la guerra y mostrado sus puntos vulnerables; había perdido millares de oficiales, suboficiales y de jefes de carro con años de entrenamiento y práctica; nunca los blindados alemanes, aunque fueran más poderosos, volvieron a maniobrar con la armonía y celeridad de la primera campaña de Rusia. Y sus generales más competentes dejaron el mando: Brauchitsch, enfermo; Reichenau, muerto en combate; Hoepner, expulsado de la Wehrmacht; Von Bock y Guderian, destituidos: Von Leeb, jubilado; Von Rundstedt, dimitido..., y Hitler se hizo cargo directamente del mando del Ejército. Esta medida fue, inicialmente, acertada, pues infundió espíritu de lucha y sacrificio a un ejército agotado. El general Jodl, jefe de la planificación del OKW, confesó en Nuremberg:

"Probablemente, su triunfo militar más importante fue su intervención personal para evitar la retirada alemana del este en noviembre de 1941. Ningún otro lo hubiera conseguido. Allí ya se había desatado el pánico. Habría podido producirse fácilmente el mismo desastre que cayó sobre el ejército francés en la campaña de 1812".

La energía y la falta de escrúpulos del Führer mantuvieron el frente ruso, pero esa voluntad política se trasladaría luego a los planes de operaciones, en los que intervendría incluso en los detalles más minuciosos, multiplicando los errores.

Otra consecuencia desastrosa del fracaso ante Moscú fue su repercusión sobre la población civil, que desde el verano escuchaba a Goebbels que cada una de las sucesivas victorias de la Wehrmacht era la definitiva. Por muchos subterfugios que emplease, los alemanes, a comienzos de 1942, veían que sus tropas se retiraban, al tiempo que a sus hogares llegaban las terribles notificaciones de la muerte de sus hombres. Desde que comenzara la guerra, los alemanes habían registrado 270.000 muertos (de ellos, 173.000 en la Unión Soviética) y no menos de 850.000 heridos. Por otro lado, cada vez eran más frecuentes las incursiones británicas y los habitantes de las grandes ciudades experimentaron las alarmas aéreas, el miedo a los bombardeos, la angustia de los refugios y el desastre e incomodidad de los centros urbanos convertidos en montones de ruinas.

Quedaba patente el inmenso error de Hitler, desviando la dirección del ataque hacia Ucrania y el Cáucaso. La presencia alemana en Ucrania estaba seriamente amenazada; el Cáucaso y Moscú no habían sido conquistados, mientras que la industria soviética estaba entrando en producción lejos de los aviones alemanes. No es seguro que ganando Moscú Hitler hubiera vencido a Stalin, pero sí que la URSS se hubiera quedado sin sus recursos industriales y los alemanes se hubieran ahorrado la terrible lucha contra el barro y el frío. Si Hitler no hubiese desviado el ataque, Stalin no hubiera tenido tiempo para retirar su industria y en octubre la Wehrmacht probablemente hubiera sido dueña de la gran ciudad.

Cegado por Pearl Harbor

Mientras el desastre se cernía sobre los alemanes en la URSS, en la madrugada del domingo 7 de diciembre de 1941, fuerzas aeronavales japonesas atacaron Pearl Harbor, la gran base norteamericana en el Pacífico. Cuando el ataque –dos oleadas, con 358 aviones- cesó hacia las 10 de la mañana, las pérdidas fueron evaluadas en 2.403 muertos, 1.778 heridos: 2 acorazados irrecuperables; 3 acorazados, 3 cruceros y 3 destructores, dañados; 7 buques menores hundidos; 183 aviones perdidos. Los japoneses perdieron 29 aviones y 55 pilotos y tripulantes.

Sin embargo, los atacantes dejaron 70 buques indemnes o casi -entre ellos 3 acorazados y una decena de cruceros- más los inmensos diques secos, los almacenes, los polvorines de la escuadra y sus depósitos de combustible, en donde había millones de toneladas de pertrechos militares, repuestos, municiones y gasolina... el poderío naval norteamericano en el Pacífico sólo había sido herido.

La sorpresa de Pearl Harbor se produjo porque los norteamericanos, que pusieron a los japoneses en el disparadero de lanzarse a la guerra, no creyeron en la capacidad japonesa para realizar semejante ataque. Creían a los japoneses débiles, miopes, incapaces de planificar algo tan complejo como un ataque aeronaval a miles de km de distancia. Por eso, la formidable base de PearI Harbor estaba aquella mañana de domingo a merced de la aviación naval nipona. Los graves daños causados, sin embargo, tuvieron escaso efecto en la guerra. Nagumo no advirtió que dejaba intacto lo más valioso de la base. Todos se equivocaron, pero el presidente Roosevelt logró lo que deseaba: el motivo para atacar al Japón y, en el colmo de la fortuna, que Hitler, cegado por la victoria japonesa, les creyera vencidos y les declarara la guerra.

A medianoche del sábado 6 de diciembre, la habitual reunión de guerra en el cuartel general de Hitler era especialmente mortecina. La ofensiva estaba parada en los arrabales de Moscú y todo el trabajo estribaba en las operaciones logísticas. Preocupaba especialmente la falta de ropa de invierno, el número de congelaciones y enfermedades provocadas por el frío era tan alarmante que se había emprendido una campaña nacional para reunir ropas de abrigo y enviarlas a Rusia. Hitler comentó, malhumorado, que aquel problema se debía a una imperdonable falta de previsión del Ejército. El hosco silencio fue interrumpido por la irrupción en la sala del jefe de Prensa de la Cancillería, Heinz Lorenz. Hitler, sorprendido, le miró interrogante:

-¡Mein Führer!, se acaba de captar una emisión de radio en una emisora norteamericana: los japoneses han atacado Pearl Harbor, la mayor base aeronaval de los Estados Unidos en el Pacífico.

El rostro de Hitler se iluminó y se palmeó ruidosamente los muslos, su gesto predilecto en los momentos de euforia, y exclamó exultante:

-¡Este es el momento en que la balanza se inclina a nuestro favor!

El Führer, pensando vengar el apoyo indisimulado que Roosevelt estaba prestando a Churchill y a Stalin, implicó a Estados Unidos en la guerra de Europa. No está nada claro que Roosevelt hubiera podido implicarse en ella, pues las Cámaras norteamericanas, profundamente aislacionistas, hubieran impedido y más cuando todos clamaban venganza contra Japón, al único país al que, después de Pearl Harbor, veían como enemigo.

Pero Hitler le dio el trabajo hecho: la tarde del jueves, 11 de diciembre de 1941, comunicó a los alemanes que se acababa de entregar al encargado de negocios norteamericano la declaración formal de guerra. Se reproducía la situación del momento culminante de la Gran Guerra: Alemania tendría que combatir en dos frentes, contra potencias industriales, demográficas y navales inmensamente más poderosas.



Bajas y reclutamiento

Aparte de los ejércitos improvisados extraídos del voluntariado que acudió presuroso a las oficinas de alistamiento en los primeros días del ataque alemán, el 22 de junio, la URSS movilizó a todos los hombres, nacidos entre 1905 y 1918, estoes, los reservistas comprendidos entre los 23 y los 36 años (los que contaban entre 18 y 23 ya estaban en filas). Ese reclutamiento proporcionó cinco millones de hombres que fueron paulatinamente encuadrados, adiestrados y armados: se formaron 13 ejércitos en julio; 14, en agosto, y 13 más en el último cuatrimestre del año a los que hay que añadir los tres que llegaron de Siberia en otoño. En total, 43 ejércitos, con unos seis millones de hombres, en los que no habían pensado los alemanes.

De ahí la sorpresa del alto mando alemán, que antes de la invasión evaluaba las divisiones soviéticas del oeste en unas 200, con tres millones de hombres, más otro centenar en Siberia con algo menos de millón y medio.

El jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, general Halder, contabilizaba los prisioneros en las bolsas de:

- Bialystok y Minsk, 325.000.
-Smolensko, 310.000.
-Uman, 103.000.
- Gomel, 84.000.
-Ucrania, 665.000.
-Azov, 107.000.
- Viazma y Briansk, 663.000.

En total 2.255.000 prisioneros, a los que había que sumar casi medio millón más de soldados capturados en batallas y bolsas menores. Si a tales cifras se unían las de muertos y heridos (millón y medio, en cálculos alemanes), entre junio y diciembre habían puesto fuera de combate a más fuerzas de las que Stalin tenía al comienzo de las hos- tilidades en sus fronteras del Oeste... y, sin embargo, en diciembre, el Ejército Rojo pudo contraatacar con más de 30 ejércitos, es decir, con más de tres millones de soldados.

(*) Estos datos son aproximados y, en general, de fuentes occidentales, pues la URSS nunca publicó cifras precisas y fiables de sus efectivos, reclutamiento y pérdidas.


La ceguera de Hitler

El general Halder, calificó la batalla de Ucrania como "el mayor error estratégico de la campaña oriental". El historiador militar J. R C. Fuller, aun dándole la razón, opina que si Hitler no hubiera tenido tanta ceguera y tanto desprecio por los eslavos, hubiese podido rentabilizar su éxito inicial hasta la victoria: "La captura de tantos soldados es única en la historia". La razón nos la da el general Anders cuando dice: "Las primeras batallas de 1941 pusieron al descubierto la total aversión del soldado ruso a luchar en defensa de la patria del proletariado”, así como su odio al régimen, compartido por la mayoría de la población. Muchos soldados, viendo en aquella guerra la oportunidad para un cambio de gobierno en la URSS, deseaba la victoria alemana y se rendían en masa y no sólo los soldados y los suboficiales, sino también muchos oficiales superiores se pasaron al enemigo, ofreciéndose para luchar contra los soviets, como, por ejemplo, el jefe del Estado Mayor del mariscal Timoshenko.

Resulta asombroso que Hitler, hombre de excepcional perspicacia política y que había contado con el colapso del régimen como primer fruto de la invasión, no hiciera nada para ganarse a los pueblos sojuzgados de Rusia occidental, sino que, al contrario, provocara su animosidad (desprecio, vejaciones, represalias, asesinatos en masa). Este colosal error le hizo perder la campaña de 1941 (...). La inmensa cifra de prisioneros no le reveló el horror ruso hacia el régimen soviético, sino que le llevó a creer que se debían tan sólo a la fuerza bruta de las armas.

Olvidaba que en los períodos iniciales de la invasión, los alemanes fueron recibidos como libertadores por el pueblo; que los ucranianos consideraban a Hitler el salvador de Europa; que los rusos blancos deseaban combatir en el bando alemán; que regimientos enteros de cosacos desertaban hacia el campo enemigo y que georgianos, armenios, turcomanos, tártaros y uzbecos, ucranianos y rusos blancos se rendían en grandes masas. Con frecuencia, los aldeanos acogían a los soldados alemanes con flores y regalos y, según cuenta Guderian, "las mujeres salían de sus pueblos, llegando hasta el mismo campo de batalla con bandejas en las que ofrecían pan, mantequilla y huevos y, como me ocurrió algunas veces, no me dejaban continuar mi camino a menos de haber comido algo".


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Dic 25, 2006 2:31 pm

Según Kenneth Macksey en su libro Errores militares de la Segunda guerra mundial, un error crítico en l campaña de Rusia fue la absoluta descordinación de los países de Eje a la hora de actuar conjuntamente. He aquí lo que dice a este respecto:


Sin embargo, el avance alemán hacia el Cáucaso y hacia Oriente Medio y las puertas de la India, visto en el contexto del desarrollo completo de la guerra en 1942, introduce otra dimensión o lo habría hecho si las potencia del Eje hubiesen planeado sus estrategias al unísono. Porque cuando los alemanes se lanzaron hacia el este, el 28 de junio, no había ningún proyecto bien examinado y convenido entre Alemania, Italia y Japón para coordinar sus esfuerzos y, quizá, converger en el subcontinente indio. Lo único que existía en las mentes de algunas personas y en algunos borradores era el Plan Oriente, diseñado en junio de 1941 por orden de Hitler para atender a la posible coordinación de un ataque hacia el sur desde el Cáucaso que enlazara con un avance hacia el norte desde Egipto. Pero no mencionaba para nada una colaboración con Japón en aquella fase, o incluso un año después, cuando este país había expandido su imperio hasta dejar Australia a su alcance y hasta la frontera de Birmania con la India. Como alianza, la relación Berlín-Tokio aportaba pocas razones para enorgullecerse en la cuestión de una verdadera asistencia mutua en el ámbito militar. Cuando Hitler se puso al lado de Japón al declararle la guerra a Estados Unidos cuatro días después de Pearl Harbor, Japón no hizo nada parecido, como declarar la guerra a Rusia. Prudentemente, los japoneses optaron por ejercer presión sobre Stalin con sólo la fuerza de la amenaza. Al parecer, se asumió que un apoyo mutuo efectivo tendría que esperar a que los acontecimientos se aclararan y ambos bandos se aproximaran mucho más por tierra. La única asistencia real que el fantasmagórico Plan Oriente proporcionó al Eje fue la temerosa presunción de loa Aliados de que realmente existía y exigía enérgica contramedidas de diversión en Siria, Iraq e Irán para protegerse de una invasión por la vía del Cáucaso. Sin embargo, el 28 de junio de 1942, cuando se reveló el esperado avance a través de este sistema montañoso, ciertamente había buenas razones para esperar la evolución de de un gigantesco movimiento estratégico en pinza. Porque en aquel momento el brazo meridional, para sorpresa tanto del Eje como de los Aliados estaba, por una plétora de accidentes, errores e indiscreciones, a un salto táctico de El Cairo y de la yugular del Imperio Británico, el Canal de Suez.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Dic 25, 2006 2:50 pm

Según el mismo autor del mensaje anterior, estos son los fallos críticos de los dos bandos en las batallas de Rusia durante 1941:

:arrow: Vacilación alemana en la elección de objetivos estratégicos, que llevó al fallo de no alcanzar el objetivo principal; ello empeoró por el progresivo exceso de centralización del mando en el OKW y en el mismo Hitler.

:arrow: Error de Stalin al no alertar a sus fuerzas con el debido tiempo para doptar precauciones defensivas.

:arrow: Tácticas poco maduras de las fuerzas móviles rusas

:arrow: Povocación del antagonismo, por el bárbaro comportamiento alemán, de una población potencialmente amigable en la zona occidental de Rusia

:arrow: Falló alemán al no prepararse para una campa a de invierno

:arrow: Mayor debilitamiento de las fuerzas rusas debido a la persistencia de Stalin en una prolongada ofensiva de invierno en 1942

:arrow: Fracaso de los países de Eje al actuar concretadamente.

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Mensaje por Gaetano La Spina » Dom Ene 07, 2007 12:54 am

Una falla alemana que me viene a la mente. Los aviones de caza alemanes acostumbraban a escoltar a los Stukas en formaciones a alta altura, como si de la batalla de Inglaterra se tratese. Sucedia que, en 1941, en los ataques en picado sobre Lenigrado, los Stukas eran atacados por cazas rusos, no desde arriba, sino en vuelo bajo!
Se trataba de los Polikarpov I-16, "ratas", que atacaban en vuelo bajo para luego ascender para atacar a los Stukas, mientras los escoltas alemanes volaban a lo alto, sin enterarse.
Claro que es un fallo a nivel táctico y no estratégico como los que comentas, quizas en otro foro se pueda comentar más acerca de la aviación.
Saludos y felicitaciones por este foro!
"Y él (Zeus), de su cabeza, dió a luz a Atenea de ojos glaucos, terrible, belicosa, conductora de ejércitos, invencible y augusta; a quién le encantan los tumultos, guerras y batallas" Hesíodo "Teogonía"

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