Soljenitsin siempre ha sido uno de mis autores preferidos y en esta oportunidad quiero compartir con ustedes dos ejemplos de la lucha de rusos contra rusos. Respecto de la segunda debo señalar que es una situación bastante curiosa que, perdonando las terribles circunstancias vividas por el pueblo ruso luchando entre dos sistemas totalitarios, llega a ser algo “divertida” (de tan extraña que es y por la forma que lo narra el Premio Nobel ruso).
En el capitulo VI “Aquella Primavera”, de la primer parte de Archipiélago Gulag (Colección el Arca de Papel, Plaza & Janés Editores. S.A, Barcelona 1974), Soljenitsin se refiere a muchas situaciones vividas por soldados rusos que fueron victimas de la represión y paranoia de Stalin durante los años de la gran Guerra Patriotica por diferentes motivos y circunstancias: habla desde los vlasovistas hasta aquellos que “osaron” rendirse durante los años iniciales del embate alemán y también de los colaboradores y soldados que escaparon o sobrevivieron a campos de concentración nazis. Y luego de hablar de como el soldado del Ejercito Rojo vivió en carne propia el hecho de que los rusos en las Fuerzas Alemanas luchaban con mayor ardor que las SS, señala una pequeña historia a propósito en las paginas 217 y 218:
Y la segunda historia:“En julio de 1943, cerca de Orel, un pelotón de rusos con uniforme alemán defendía la aldea de Sobakinskie Vyselki. Luchaban con tal desesperación como si aquella Vyselki la hubieran hecho ellos mismos. A uno lo acharolaron en un sótano; cuando le metían allí granadas de mano enmudecía; pero en cuanto alguien intentaba penetrar, volvía a segar con su metralleta. Solo cuando lanzaron una granada antitanque comprobaron que en el sótano había otro foso, mas profundo, de donde se guardaba de las granadas convencionales. Cabe imaginarse hasta que punto debería estar aturdido, contusionado y desesperado; pero seguía combatiendo”
“También estuvieron defendiendo una inexpugnable cabeza de puente en el Dnieper, al sur de Tursk; allí, durante dos semanas se combatió sin éxito por un centenar de metros; los ataques eran espantosos, y el frío, otro tanto (diciembre de 1943). En este encarnizado combate infernal de muchos días, ellos y nosotros llevábamos batas blancas de enmascaramiento, que cubrían el gorro y el capote, y cerca de Malye Kozlovich –me contaban- ocurrió este caso: En un ataque, dos se despistaron entre los pinos y se tumbaron juntos, y ya sin entender bien la cosa, disparaban contra alguien y contra algo. Ambos llevaban metralletas soviéticas. Se repartieron las balas, se animaban el uno al otro, juraban porque el aceite de la metralleta se espesaba con el frío. Por fin las balas dejaron de silbar, se atasco el alimentador y decidieron fumar; echaron hacia atrás las capuchas blancas, y entonces fue cuando descubrieron en los gorros: uno, la estrella, y el otro, el águila. Se levantaron. Las metralletas no funcionaban. Y empezaron a sacudirse mandobles y a perseguirse uno al otro: ya no se trataba de política ni de madre patria, sino de una elemental desconfianza cavernaria: ¡si lo compadezco, me mata!”
De verdad, uno cuando lee cosas así y se pone unos segundos siquiera en tales situaciones, realmente se estremece. Y en una guerra que involucro a millones de soldados y civiles entre dos ideologías excluyentes e incompatibles, quizás cuantos miles (o millones) de casos más terribles existieron.
Saludos.