Mensaje
por José Luis » Jue Sep 29, 2005 3:55 am
¡Hola a todos!
¡Saludos, estimado Hernán!
La medicina sería, probablemente, la última carrera que se me ocurriría estudiar. No estoy hecho de la madera que necesita un médico. Para eso nuestro amigo Viscarolasaga, que es un médico entregado y de garantía. Se me ocurrió el símil con el cáncer como se me podría haber ocurrido otro cualquiera.
En cuanto a lo nuestro. Yo veo dos maneras de enjuiciar el asunto: a) poniéndome en la perspectiva contemporánea de Hitler o b) considerando la situación con el beneficio de la retrospectiva histórica. Este último caso no me parece a tener en cuenta, pues de principio no habría comenzado esa guerra.
En el primer caso, el problema es ponerse en la piel de uno de los dos bandos alemanes: los que abogaban porque el objetivo operacional final primordial fuera Moscú, o los que defendían que fuera Leningrado y Rostov.
Como punto de partida y teniendo en cuenta que Hitler y sus planificadores confiaban de manera casi unánime la guerra contra Rusia a una campaña relámpago (dos o tres meses a los sumo), parecía lógico que Moscú se convirtiese a nivel operacional en el objetivo final fundamental, pues era la capital rusa y el centro de comunicaciones por excelencia, y además los alemanes contaban con eliminar al grueso del Ejército Rojo en los inicios de la arremetida en los tres ejes del avance. Esta estimación, además, estaba apoyada por la creencia alemana de que el régimen comunista se desmoronaría como un castillo de naipes ante los primeros grandes reveses. Por tanto, era lógico pensar que si la Wehrmacht conseguía eliminar al grueso del ER y tomar la capital rusa, entonces la descomposición del aparato político soviético estaría asegurada.
Hitler al principio, por el contrario, creía que antes de tomar Moscú era imprescindible apoderarse del Báltico y del Donbas. Sólo después se tomaría Moscú. Esta planificación parecía responder mejor a una campaña más larga que a una operación blitzkrieg, pero ese parecer estaba lejos del pensamiento de Hitler. Él quería conseguir todos esos objetivos en una campaña relámpago.
Esa era la crucial contradicción entre Hitler y el OKH antes de ejecutarse Barbarroja. No se resolvió, a pesar de que la directriz de Hitler parecía despejarla al señalar claramente el Báltico y el Donbas como los objetivos prioritarios. Halder, por su parte, se confió a que el desarrollo de las operaciones resolviese finalmente esa contradicción a favor de Moscú.
¿Qué vino a demostrar el desarrollo de las operaciones militares después de los primeros grandes éxitos en los combates de los distritos fronterizos? Bien, no hay duda de que tanto Hitler como Halder creyeron que habían liquidado prácticamente la campaña cuando apenas faltaba un día para completarse las dos primeras semanas desde el comienzo de Barbarroja. A principios de julio, Hitler ya varió la programación de armamentos pensando en Gran Bretaña, y el 3 de julio Halder anotó la ya famosa frase: "Así que probablemente no sea ninguna exageración decir que se ha ganado la campaña rusa en dos semanas".
Es evidente que ambos personajes estaban confiando sus consideraciones en base a las estimaciones previas que habían hecho, tanto sobre el potencial del ER como sobre la debilidad del gobierno de Stalin.
Un mes más tarde la situación había dado un vuelco sustancial, que quedó reflejado en la frase lapidaria de Halder: "Toda la situación en su conjunto deja cada vez más claro que hemos subestimado al coloso ruso". Y Hitler, en más de una ocasión, se arrepintió o puso en duda la viabilidad de Barbarroja.
Así que el desarrollo de la campaña no resolvió la antigua contradicción, sino que aparentemente la dificultó.
Es en esos momentos, en agosto, cuando yo me pongo de parte de Hitler. Obviar los objetivos (y las amenazas) de los flancos y lanzarse directamente hacia Moscú (como querían Halder, Bock, Guderian, etc.) era, a mi juicio, una decisión, primero, inviable, y, segundo, suicida. Inviable porque a esas alturas de la campaña (mediados de agosto) las formaciones alemanas estaban urgentemente necesitadas de descanso y reacondicionamiento, y suicida porque, caso de lanzarse hacia Moscú en esas circunstancias, los alemanes corrían el riesgo de que las poderosas fuerzas rusas (Frente Sudoccidental) concentradas en el sur contraatacasen duramente al GES de Rundstedt abriendo una brecha mortal hacia el flanco derecho del GEC.
Lo que, a mi juicio, vino a demostrar el desarrollo de la campaña fueron dos cuestiones fundamentales: que el Ejército Rojo y el gobierno comunista eran mucho más fuertes de lo que se había pensado previamente, y que la Wehrmacht había sobreestimado su propia fuerza para concluir con éxito una campaña relámpago. Eso se vio claro en agosto, en pleno contraataque ruso sobre el saliente de Elnya y en el contraataque anterior de julio contra las fuerzas de Leeb en el norte. En esos momentos era obvio que la campaña no se podía continuar manteniendo los objetivos originales de Barbarroja.
La decisión de Hitler en agosto de parar al GEC es, a mi juicio, una decisión acertada. Eran necesario dar descanso y reacondicionar a las unidades del GEC, por una parte, y eliminar las amenazas de sus flancos, por la otra.
Hitler no andaba nada desencaminado cuando relegó definitivamente a Moscú como un objetivo secundario, centrando sus esfuerzos en el Báltico (Leningrado) y el Donbas (Rostov). Halder todavía en septiembre fue el mayor defensor de un ataque sobre Moscú (que se llevó a cabo como Tifón) y aun más, todavía defendía unos objetivos demenciales cuando presentó su planificación de la segunda fase de la ofensiva contra Moscú. Si este último plan de Halder se hubiese llevado a cabo, estoy casi seguro de que la Wehrmacht hubiese capitulado antes de que 1941 tocase a su fin.
¿Qué habría hecho yo, sin el privilegio de saber lo que pasó? Hubiera apoyado sin discusión el plan original de Hitler, al menos desde agosto, y centraría mis esfuerzos en el Báltico y el Donbas, dejando Moscú (y la ilusión de derrotar definitivamente a Rusia) para otra ocasión. Me habría preparado a conciencia para soportar el invierno ruso (y la más que previsible contraofensiva soviética) y posteriormente, ante la entrada de Estados Unidos en la guerra, iniciaría negociaciones para un armisticio con Stalin. Esto fue más o menos lo que le recomendaron a Hitler dos fríos analistas, Todt y Rohland. No les hizo caso, como tampoco me lo haría a mí.
Saludos cordiales
José Luis
"Dioses, no me juzguéis como un dios
sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar" (Plegaria fenicia)