EL VINO FRANCÉS
EL BOTÍN MÁS EXQUISITO DE LOS NAZIS
Uno de los episodios menos conocidos de la Segunda guerra mundial es el afán del Tercer Reich de expoliar el mejor vino de la Francia Ocupada. Aunque el mariscal Hermann Göring puso gran empeño en ello, la oposición de los viticultores franceses lo impidió.
Como si existiera sintonía entre vino y conflicto, en la Francia de 1939 (año del inicio de la Segunda Guerra Mundial) tuvo lugar una de las peores cosechas. A este desastre siguió en 1940 el de la rápida derrota de Francia ante el impetuoso avance alemán que obligó al gobierno galo a firmar un armisticio en junio. El país quedó entonces dividido en dos zonas, una de tutela germana y otra bajo el régimen de Vichy que presidía el mariscal Philippe Pétain. Como en otros países, la ocupación alemana fue acompañada por el expolio siguiendo directrices del voraz mariscal del Reich, Hermann Göring. Éste quiso apoderarse de lo que el ex primer ministro francés Edouard Daladier considero como "el más preciado tesoro de Francia": sus vinos.
Pero Góring no pudo satisfacer sus propósitos, pues topó con una eficaz resistencia pasiva de los viticultores franceses. Estos escondieron sus mejores vinos tapiando con muros camuflados parte de sus bodegas. Las nuevas paredes no sólo protegieron los caldos, sino también a judíos en peligro y a miembros de la Resistencia, que en algunos casos fueron trasladados clandestinamente de un lugar a otro en toneles. El deseo del mariscal del Reich también se frustró en parte por un obstáculo inesperado: sus encargados de organizar el tráfico de vino eran hijos de viticultores germanos cuyas empresas tenían estrechos lazos con las galas y se negaron en gran medida a plegarse a sus órdenes.
El resultado fue que a Berlín llegó mucho vino francés, pero no siempre del mejor, pese a la cólera de un Göring que constataba cómo sus designios eran soslayados, como resultado de una batalla sorda librada por los viticultores franceses contra los alemanes entre barricas y toneles de vino.
UNA JAURÍA DESATADA
Cuando el mariscal Pétain (un anciano que rondaba 84 años) firmó el armisticio con los alemanes, aunque éste supuso una evidente claudicación, fue festejado por gran parte de la población, al significar el fin de la contienda e inspirar gran confianza el viejo militar. Además, éste era dueño de una pequeña viña en La Riviera y los viticultores confiaban en que -dada esta condición- velaría por sus intereses. Su alborozo pronto se reveló infundado, pues el Reich quería el mejor vino y arbitró los medios para conseguirlo.
Por otra parte, en los albores de la ocupación se sucedieron los actos de pillaje. Aunque hubo oficiales germanos que hicieron respetar las posesiones francesas, otros las saquearon sin miramiento y el vino fue un producto codiciado: "durante dos meses de pesadilla, los productores de vino de buena parte de Francia sufrieron una verdadera orgía de saqueos, mientras los alemanes se regodeaban con el triunfo y las delicias de las bodegas de vino de la gente", explican el matrimonio Don y Petie Kladstrup en La guerra del vino, un minucioso relato de aquella guerra de las bodegas.
En Borgoña las bodegas de quienes huyeron fueron expoliadas y en Champagne los invasores se llevaron cerca de dos millones de botellas. Entre aquellas tropas destacaron los hombres de Goering, que "eran siempre jóvenes, más rudos y brutales", según un testigo galo.
Como la rápida victoria obtenida sobre Francia no había permitido trazar planes al mando alemán para estar operativos al ocupar el país, las tropas actuaron de modo atropellado. No obstante, Göring tenía ideas claras al respecto de cómo proceder, según sus órdenes impartidas a las autoridades de ocupación: "En los viejos tiempos, la regla era el saqueo. Ahora, las formas externas se han hecho más humanas. No obstante, tengo la intención de saquear y de hacerlo copiosamente", manifestó. Para conseguir sus metas impuso precios y una tasa de cambio entre el franco y el marco abusivamente favorable al último.
Esta política de saqueo tenía un fin que iba más allá de satisfacer los caprichos de la cúpula nazi al emplearse para mantener un poderoso Estado de bienestar, por lo que el imperio del Tercer Reich se convirtió en una empresa de rapiña a gran escala de la que el vino no escapó. Y Göring invitó a sus hombres a actuar en Francia como "una jauría de perros de caza, siempre a la búsqueda de todo aquello que pueda ser útil para el pueblo de Alemania".
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