En vista de la información que poseían tanto las organizaciones de inmigrantes judíos en Europa como los familiares de esos refugiados en Cuba, es difícil suponer que los pasajeros del St. Louis ignoraban los cambios en las leyes de inmigración. A pesar de ellos, sólo 22 de ellos lograron cambiar sus permisos por visas regulares; los demás debieron confiar en las promesas de la empresa Hapag, en el sentido de que los permisos adquiridos antes del 5 de mayo seguían siendo válidos. Sólo 22 refugiados recibieron autorización para desembarcar. El episodio del St. Louis fue la dramática culminación de la lucha por el ingreso de refugiados judíos a Cuba. Su viaje exhibicionista sólo estaba destinado a servir los intereses de la Alemania nazi.
Un factor que habría podido cambiar el destino de los pasajeros del St. Louis era el gobierno de los Estados Unidos, pero ni las autoridades en Washington ni sus representantes en La Habana estaban dispuestos a desviarse de la política del buen vecino. Mientras el St. Louis se abría lentamente camino hacia Europa, la directiva del Joint hizo esfuerzos febriles para evitar el regreso de la nave a Hamburgo y encontrar asilo para sus pasajeros fuera de Alemania. Bélgica recibió 214 refugiados, Holanda 181, Inglaterra 287 y Francia 224. Los pasajeros del St. Louis (salvo los que desembarcaron en Inglaterra) no se salvaron del destino que les habría aguardado si hubiesen vuelto a Alemania: tras la invasión nazi a Europa occidental, muchos de ellos fueron enviados a campos de exterminio. Pero, en aquel momento, parecía que se habían salvado.
El episodio del St. Louis se convirtió en símbolo de la actitud del mundo libre hacia los refugiados judíos en la época del Holocausto. Desde el punto de vista de Cuba, fue el portazo final en la cara de los judíos alemanes, tres meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.