Indagación moral
Publicado: Mié Jun 07, 2006 4:10 pm
Con motivo de incluir un “Topic” en el apartado de “Biografías” sobre Eichmann, he tenido ocasión de releer “Eichmann en Jerusalén”, de la filósofa Hanna Arendt, y he encontrado unos párrafos que creo que son muy valiosos. Y esto viene particularmente a cuento porque pienso que en este foro, donde hay tanta y tan buena historia, también hay anécdotas, trivialidad e incluso humor. Por eso creo que tampoco viene mal que se incorporen algunos párrafos claves de la indagación moral de la doctora Hanna Arendt aunque a algunos les puedan parecer un tanto enrevesados (no lo son, en realidad).
Éste es un foro sobre la segunda guerra mundial, que es la fábula histórico-moral de nuestro tiempo y, puestos a decirlo todo, tampoco se me escapa que hay aquí algunos “posts” (no muchos, desde luego) un tanto sospechosos e inquietantes.
Son alentadores los casos de los héroes morales que aparecen en este mismo foro, como el sargento Schmidt o el SS Gerstein, pero la guerra fue posible porque hubo pocos héroes y muchos Eichmann y, lo que fue casi peor, algunos Albert Speer, más inteligentes que Eichmann a la hora de hacerse los tontos y argumentar su arrepentimiento.
Vamos al libro sobre Eichmann y su juicio, según la doctora Arendt. El capítulo del libro se titula “Los deberes de un ciudadano cumplidor de la ley”, y estos son algunos párrafos:
“Durante el interrogatorio policial, cuando Eichmann declaró repentinamente y con gran énfasis que siempre había vivido acorde con los preceptos morales de Kant, en especial con la definición kantiana del deber, dio un primer indicio de que tenía la vaga noción de que en aquel asunto había algo más que la simple cuestión del soldado que cumple órdenes claramente criminales.
“Esta afirmación resultaba indignante, ya que la filosofía moral de Kant está tan estrechamente vinculada a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la obediencia ciega. El juez, impulsado por la curiosidad o bien por la indignación ante el hecho de que Eichmann se atreviera a invocar a Kant para justificar sus crímenes, decidió interrogar al acusado sobre este punto.
“Ante la general sorpresa, Eichmann dio una definición correcta del imperativo categórico: el principio de la voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de leyes generales. Es decir, no se puede aplicar al robo ni al asesinato, puesto que el ladrón y el asesino no pueden desear vivir bajo un sistema jurídico que otorgue a los demás el derecho de robarles y asesinarles a ellos.
“Eichmann añadió que había leído la Crítica de la Razón Práctica de Inmanuel Kant y que desde el momento en que recibió el encargo de llevar a la práctica la Solución Final, había dejado de vivir en consonancia con los principios kantianos, que se había dado cuenta de ello, y que se había consolado pensando que había dejado de ser dueño de sus propios actos y que él no podía cambiar nada.
“Lo que Eichmann no explicó a los jueces fue que en aquel período de crímenes legalizados por el Estado, no se había limitado a prescindir del principio de la moral kantiana por ser ésta inaplicable, sino que la había modificado de manera que dijera: compórtate como si el principio de tus actos fuese el mismo que el del legislador o el de la ley común.
“O, según la forma del “imperativo categórico del Tercer Reich”: “compórtate de tal manera que si el Führer te viera, aprobara tus actos” (esto procede de “Die Technik des Staates”, de Hans Franck, 1942).
“Gran parte de la horrible y trabajosa perfección en la ejecución de la Solución Final se debe a la extraña noción, muy difundida en Alemania, de que cumplir las leyes no significa únicamente obedecerlas, sino actuar como si uno fuera el autor de las leyes que obedece. De ahí la convicción de que es preciso ir más allá del mero cumplimiento del deber.
“Eichmann prestó ayuda a un primo suyo medio judío y a un matrimonio judío de Viena, en cuyo favor había intercedido su tío. Incluso en su juicio en Jerusalén, estas desviaciones le hacían sentirse un tanto descontento de sí mismo, y cuando le interrogaron sobre ello, adoptó una actitud de franco arrepentimiento y dijo que había “confesado sus pecados a sus superiores”. Esta impersonal actitud en el cumplimiento de sus asesinos deberes condenó Eichmann ante sus jueces mucho más que cualquier otra cosa, lo cual es comprensible, pero según el acusado esto era precisamente lo que le justificaba. No, no hacía excepciones. Y esto, según él, demostraba que siempre había actuado contra sus inclinaciones, fuesen sentimentales, fuesen interesadas. En todo caso, él siempre había cumplido con su deber.
“Durante el último año de la guerra, dos años después de la Conferencia de Wannsee, Eichmann padeció su última crisis de conciencia. A medida que la derrota se aproximaba, tuvo que enfrentarse con hombres de su propia organización que pedían más y más excepciones, e incluso la interrupción de la Solución Final. En esta época Eichmann tuvo una de sus pocas entrevistas personales con Himmler, en el curso de la cual el jerarca nazi le gritó que “¡si hasta el presente momento usted ha cumplido la orden de matar judíos, ahora se le ordena que se dedique a cuidarlos, a hacerles de niñera!”. Himmler en aquel momento, daba órdenes a diestro y siniestro en el sentido de que los judíos debían ser bien tratados –quería usarlos como rehenes ante los aliados-, y la entrevista supuso una amarga experiencia para Eichmann, en el sentido de que su esfuerzo moral durante dos años como asesino que había sacrificado sus inclinaciones naturales en el cumplimiento de su deber, ahora era despreciado.”
No me olvido de la lectura del libro “Ordinary People” de XXXXX en el cual se relatan las crueldades finales con los judíos a cargo de meros soldados nazis, ya en el momento de la descomposición final, cuando nadie ya daba órdenes. Miles de judíos eran obligados a marchar a pie, en lastimosas condiciones, por las carreteras de Alemania, sin rumbo fijo. Simplemente, los verdugos voluntarios de Hitler no podían dejar de cumplir su brutal obligación que ya habían internamente asumido.
Himmler podía ser lo suficientemente astuto y oportunista para reconvertirse en “protector de los judíos”, intentando hallar una salida política en las nuevas circunstancias. Pero Eichmann no era un político, sólo un funcionario que ya había sacrificado su humanidad en el momento en que aceptó asumir las órdenes emanadas de la Ley Suprema. Para sus limitaciones intelectuales, ya no había vuelta atrás.
Éste es un foro sobre la segunda guerra mundial, que es la fábula histórico-moral de nuestro tiempo y, puestos a decirlo todo, tampoco se me escapa que hay aquí algunos “posts” (no muchos, desde luego) un tanto sospechosos e inquietantes.
Son alentadores los casos de los héroes morales que aparecen en este mismo foro, como el sargento Schmidt o el SS Gerstein, pero la guerra fue posible porque hubo pocos héroes y muchos Eichmann y, lo que fue casi peor, algunos Albert Speer, más inteligentes que Eichmann a la hora de hacerse los tontos y argumentar su arrepentimiento.
Vamos al libro sobre Eichmann y su juicio, según la doctora Arendt. El capítulo del libro se titula “Los deberes de un ciudadano cumplidor de la ley”, y estos son algunos párrafos:
“Durante el interrogatorio policial, cuando Eichmann declaró repentinamente y con gran énfasis que siempre había vivido acorde con los preceptos morales de Kant, en especial con la definición kantiana del deber, dio un primer indicio de que tenía la vaga noción de que en aquel asunto había algo más que la simple cuestión del soldado que cumple órdenes claramente criminales.
“Esta afirmación resultaba indignante, ya que la filosofía moral de Kant está tan estrechamente vinculada a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la obediencia ciega. El juez, impulsado por la curiosidad o bien por la indignación ante el hecho de que Eichmann se atreviera a invocar a Kant para justificar sus crímenes, decidió interrogar al acusado sobre este punto.
“Ante la general sorpresa, Eichmann dio una definición correcta del imperativo categórico: el principio de la voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de leyes generales. Es decir, no se puede aplicar al robo ni al asesinato, puesto que el ladrón y el asesino no pueden desear vivir bajo un sistema jurídico que otorgue a los demás el derecho de robarles y asesinarles a ellos.
“Eichmann añadió que había leído la Crítica de la Razón Práctica de Inmanuel Kant y que desde el momento en que recibió el encargo de llevar a la práctica la Solución Final, había dejado de vivir en consonancia con los principios kantianos, que se había dado cuenta de ello, y que se había consolado pensando que había dejado de ser dueño de sus propios actos y que él no podía cambiar nada.
“Lo que Eichmann no explicó a los jueces fue que en aquel período de crímenes legalizados por el Estado, no se había limitado a prescindir del principio de la moral kantiana por ser ésta inaplicable, sino que la había modificado de manera que dijera: compórtate como si el principio de tus actos fuese el mismo que el del legislador o el de la ley común.
“O, según la forma del “imperativo categórico del Tercer Reich”: “compórtate de tal manera que si el Führer te viera, aprobara tus actos” (esto procede de “Die Technik des Staates”, de Hans Franck, 1942).
“Gran parte de la horrible y trabajosa perfección en la ejecución de la Solución Final se debe a la extraña noción, muy difundida en Alemania, de que cumplir las leyes no significa únicamente obedecerlas, sino actuar como si uno fuera el autor de las leyes que obedece. De ahí la convicción de que es preciso ir más allá del mero cumplimiento del deber.
“Eichmann prestó ayuda a un primo suyo medio judío y a un matrimonio judío de Viena, en cuyo favor había intercedido su tío. Incluso en su juicio en Jerusalén, estas desviaciones le hacían sentirse un tanto descontento de sí mismo, y cuando le interrogaron sobre ello, adoptó una actitud de franco arrepentimiento y dijo que había “confesado sus pecados a sus superiores”. Esta impersonal actitud en el cumplimiento de sus asesinos deberes condenó Eichmann ante sus jueces mucho más que cualquier otra cosa, lo cual es comprensible, pero según el acusado esto era precisamente lo que le justificaba. No, no hacía excepciones. Y esto, según él, demostraba que siempre había actuado contra sus inclinaciones, fuesen sentimentales, fuesen interesadas. En todo caso, él siempre había cumplido con su deber.
“Durante el último año de la guerra, dos años después de la Conferencia de Wannsee, Eichmann padeció su última crisis de conciencia. A medida que la derrota se aproximaba, tuvo que enfrentarse con hombres de su propia organización que pedían más y más excepciones, e incluso la interrupción de la Solución Final. En esta época Eichmann tuvo una de sus pocas entrevistas personales con Himmler, en el curso de la cual el jerarca nazi le gritó que “¡si hasta el presente momento usted ha cumplido la orden de matar judíos, ahora se le ordena que se dedique a cuidarlos, a hacerles de niñera!”. Himmler en aquel momento, daba órdenes a diestro y siniestro en el sentido de que los judíos debían ser bien tratados –quería usarlos como rehenes ante los aliados-, y la entrevista supuso una amarga experiencia para Eichmann, en el sentido de que su esfuerzo moral durante dos años como asesino que había sacrificado sus inclinaciones naturales en el cumplimiento de su deber, ahora era despreciado.”
No me olvido de la lectura del libro “Ordinary People” de XXXXX en el cual se relatan las crueldades finales con los judíos a cargo de meros soldados nazis, ya en el momento de la descomposición final, cuando nadie ya daba órdenes. Miles de judíos eran obligados a marchar a pie, en lastimosas condiciones, por las carreteras de Alemania, sin rumbo fijo. Simplemente, los verdugos voluntarios de Hitler no podían dejar de cumplir su brutal obligación que ya habían internamente asumido.
Himmler podía ser lo suficientemente astuto y oportunista para reconvertirse en “protector de los judíos”, intentando hallar una salida política en las nuevas circunstancias. Pero Eichmann no era un político, sólo un funcionario que ya había sacrificado su humanidad en el momento en que aceptó asumir las órdenes emanadas de la Ley Suprema. Para sus limitaciones intelectuales, ya no había vuelta atrás.