¡Hola a todos!
Al analizar los motivos esenciales de la Operación Ten-Go no creo que se llegue a ninguna conclusión satisfactoria si el marco de referencia viene gobernado por cualquier idea que se tenga del término kamikaze, el famoso viento divino que en Occidente se identifica principalmente con los ataques suicidas de pilotos japoneses durante la IIGM. Tampoco hay que buscar, en mi opinión, ninguna explicación basada en las peculiaridades diferenciales de la cultura ancestral japonesa, ni tampoco bucear en los hechos (y/o mitos) considerados heroicos en la historia de las naciones.
Yo tengo para mí que el motivo fundamental de Ten-Go -como en tantos casos similares en la historia, dentro y fuera de Japón- fue el intento interesado de una élite dirigente de justificar sus mayores errores ante la historia, fundamentalmente la nacional. Se trata de lo que en términos eufemísticos se llama "salvar el honor", y que no es otra cosa que salvar -para que perduren- los privilegios de dicha élite (política, económica o militar). Y para ello es esa propia élite quien intenta conectar esas operaciones criminales con la tradición heroica (casi siempre propaganda) del pasado nacional, del carácter nacional. No se trata, como apunta legítimamente nuestro compañero de foro dzugavili, de enviar un mensaje al enemigo, sino, a mi juicio, a la propia nación para reproducir otro ejemplo más -dentro de los heroicos episodios nacionales- de cómo una élite se inmola defendiendo el honor de la nación, y con ello garantizando -bajo esa coartada- la conservación de sus privilegios como clase gobernante (comenzando por el emperador) en la posguerra. En suma, se trata de evitar cualquier pretensión revolucionaria de poner fin a una clase dirigente, tal como ocurrió en el propio Japón durante el último cuarto del siglo XIX. O tal como sucedió fallidamente en Alemania en 1918-19.
Yoshida Mitsuru (1923-1979) estudiaba derecho en la Universidad Imperial de Tokyo cuando fue llamado a filas por la Marina Imperial Japonesa en 1943. Sirvió como oficial ayudante de radar en el Yamato, sobreviviendo al destino fatal del barco. Escribió un libro titulado Requiem for Battleship Yamato (University of Washington Press, 1985), y ahí especula que el nombre en clave de la operación naval venía de la frase “una oportunidad enviada por el cielo para revertir la suerte de uno”. La operación naval formaba parte de una operación más amplia cuyo nombre en cave fue Kikusui (la cresta de crisantemo de Kusunoki Masashige, leal héroe y mártir del siglo XIV). Esta operación consistía en una serie de ataques aéreos suicidas (diez oleadas) entre abril y junio de 1945 en la Batalla de Okinawa. La parte naval de la operación recibió el nombre en clave de Ten'ichigo, donde Ten significa cielo e Ichigo significa número uno (ichi es uno, go es un contador).
Los nombres en clave de las operaciones militares muestran en muchos casos esa cínica pretensión de revestirlas de connotaciones históricas (Barbarroja para los alemanes, por ejemplo), heroicas, religiosas, culturales. etc. En las operaciones suicidas -militares o terroristas- muchas veces se les garantiza el cielo y la gloria a quienes las llevan a cabo. En el mejor de los casos son encubrimientos de objetivos muy terrenales y codiciosos, a veces legítimos y a veces ilegítimos; en el peor encubren decisiones criminales o irracionales, salidas del fanatismo o de intereses puramente egoístas que conducen al sacrificio inútil de muchas vidas para salvar las propias de quienes lo deciden o sus privilegios.
En términos puramente militares, la Operación Ten-Go o Ten'ichigo, como se quiera llamar, fue una decisión criminal porque ningún objetivo que se le pudiera falsamente otorgar podría cambiar el resultado final de la guerra. Cosa que siguió sucediendo tras el lanzamiento de la primera bomba atómica. Al igual que en el caso nazi, donde el infame dictador decidió inmolar a su nación con él, los dirigentes políticos y militares japoneses, con su emperador a la cabeza, optaron por el desastre total antes de aceptar la realidad militar de una guerra perdida. Cuando una guerra está irremediablemente perdida, el honor pasa por pedir la paz, por muy dolorosa e hiriente que sea, y evitar más derramamiento de sangre. Lo contrario, seguir derramando sangre propia y ajena, no tiene ninguna justificación posible, ni en términos militares y políticos, ni en ninguna clase de términos culturales, religiosos, nacionales, etc. No hay ninguna heroicidad en un inútil derramamiento de sangre.
Saludos cordiales
JL